jueves, octubre 12, 2006

Profesional Desocupado? Únete al Club!

Hoy mientras hablaba con un amigo, sobre mi carrera le comentaba lo triste que había sido volver y darme cuenta que los 7 años de facultad me dejaban en este país y cercanías, igual que cualquiera que hubiera seguido una carrera técnica de tres años:
Un desocupado que mendiga por cualquier puesto en la administración pública, con o sin ninguna experiencia para ser tomado en cuenta.

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Al analizar que había hecho durante este año que finalizaba, me di cuenta que en gran parte no había hecho mas que “webear”. Tenia la maestría, el curso de francés, los viajes y un proyecto de libro anecdotario que jamás publicaría. Pero lucrativamente no había hecho nada. El año terminaba en rojo. Mi amigo trató de animarme diciendo que ahora era “una microempresaria”, pero eso me sonó a dueña de tiendita de abarrotes y me deprimió aun mas. El capital invertido se movía lentamente y tardaría un año mas en recuperarse, mientras no debía romper relaciones amistosas con mis padres para que no me faltara techo y comida fija. Todos los gastos de educación y de otros menesteres mas suntuarios, los pagaría yo. Obviamente mis viejos me quitaban el apoyo económico incondicional para forzarme a retomar mi carrera.

Probablemente para mis padres sea de tontos el que no quiera poner un consultorio privado, en donde me siente hora tras hora a esperar que alguien se enferme o se accidente gravemente para acudir a la consulta de una médica general como yo. A la consulta de una cría que podría ser su hija, como me repetían cientos de veces cuando trabajaba en la tierra del olvido. En estos dos años había tratado de verme lo mas adulta posible, para no tener que oír la consabida frase a la entra del consultorio
“Mamita, puedes llamar a la Doctora”
y tener que pasar por la humillación de contestar que yo mera
“Yo soy la Dra. por favor pase”.
Creo que si no hubiera sido porque trabajaba para la seguridad social y los pacientes estaban obligados a venir a mi consulta, hubiera pasado largos meses sin tener ninguna víctima, digo, paciente.

Me frustró tanto esa situación, ser la “menorcita” en un centro de salud donde todos mis subalternos me doblaban la edad, que me sentía insegura de todo y de todos. Solo quería salir de allí lo antes posible, no me interesaba que me contrataran con un sueldo suculento en el culo del mundo, si la gente me seguía tratando con esa desconfianza de
“¿sabrá realmente lo que hace?”.
Los primeros meses fueron terribles, mi enfermera era una bestia que desconocía que la adrenalina y la epinefrina eran la misma medicina y un día que un paciente entro en shock, ella también lo hizo, porque simplemente “no ataba ni desataba” cuando de primeros auxilios se trataba. Para colmo, la muy bruja se pasaba el tiempo indisponiendo a los pacientes en contra de la doctorcita nueva “porque hay que comprenderla, recién ha salido de la universidad no sabe nada”.

Yo me enteraba de los chismes por terceras personas, por el chofer de la ambulancia que cada vez que podía me recomendaba que me cuide de la arpía, por algunos de mis pacientes que me decían lo que andaba comentando la bruja en cada reunión social del pueblo, etc. Claro, los primeros meses yo quería morirme. Pero nos pagaban bien.
Mi novio por aquel entonces brindaba su apoyo a distancia, diciendo “que renuncie a ese infierno y me vaya a vivir de una vez por todas a la civilización”.
Claro! Yo me imaginaba yéndome a la tierra del tío SAM sin trabajo seguro a hacer la cola de los desocupados hasta que me reconocieran como médico. No pues, mi yo orgulloso, no quería renunciar y darle el gusto a la bruja o a algunos de los pacientes que me amenazaban con juicios, golpizas y otras brujerías. Mis padres jamás se enteraron de eso, hubieran sufrido mucho, por eso que aun ahora me siguen diciendo que fui una tonta por no haber aceptado que me contraten en la tierra del olvido, con el sueldo suculento y el “respeto” de ser médico del pueblo.
Un soberano Ja!

Como el dinero lo hace todo, en ese tiempo yo pensé que estaba en la cima del mundo. Que terminado el contrato, yo saldría de allí con un gran capital, me casaría con mi novio chileno-americano y me iría a vivir bien lejos, probablemente haciendo una especialidad en pediatría en algún hospital decente del mundo civilizado. Todo se perfilaba así, digamos que estaba en la proa del Titanic sintiendo que volaba, cuando al minuto siguiente alguien adelantó la película sin mi consentimiento y ya estaba en pleno naufragio congelándome el trasero, sin ningún Leo Di Caprio que remara mi improvisada lancha.

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Mi vida se resumió entonces en tres actos:
1. Yo terminado la carrera de medicina antes de cumplir 23 años y con la casi certeza de casarme con mi prometedor novio médico, alias “el virtuoso”.
2. Yo con trabajo bien remunerado como Médico de la seguridad social y promesa de casamiento con novio extranjero, alias “el bonito”

3. Yo desocupada, con una depresión corta venas y sin novio a la vista, iniciando la escritura de un blog patético.

Lo que probaba que en pleno ascenso hacia una vida feliz y sin problemas, la vida se me había hecho mierda y yo ni preparada estaba. Casi me muero, no tenía nada. Encima cuando terminó el contrato y dado que estaba joven y con dinero, tuve la osadía de regalarme un año sabático para poder viajar a gusto con “ el hombre de mis sueños” que luego se tornaría en el consabido “Innombrable” protagonista de mis posts mas depresógenos.

Por suerte se me ocurrió invertir en algo que me salvara del oprobio de no ser nadie, ni tener nada, para poder ser admitida nuevamente en la casa de mis padres. Pero como ya dije, esa inversión tomaría mucho tiempo y el resto de dinero se me iría en pequeños placeres de consumista de clase media(léase: huevadas caras que no sirven para nada) para aliviar una depresión que apenas empezaba.

Miro hacia atrás y me doy cuenta que mientras mas alto subes, mas duro duela la caída. Recién pude hacer la maestría terminado el año sabático y me daba cuenta que mis otros compañeros mucho menos listos, ya estaban haciendo algún doctorado o andaban a media especialidad, mientras que yo solo tenía de recurso mi blog con escritos que “no eran ni chicha ni limonada”. La tuerta en la tierra de los ciegos.

Claro, por ese tiempo conocí mucha gente diciéndome que podía dedicarme a escribir artículos en algún diario o revista ( si estuviera en un país en donde la gente leyera, eso sería rentable) o que simplemente podía aferrarme al camino de la literatura y aperrar hasta lograr publicar algo que de seguro sería bien acogido (en el país en donde Baily publica, todo es posible, pero yo ya no tenía mas historias de cama ni detalles escabrosos que compartir con “el público blogo leyente”)

Me di cuenta que con una carrera técnica, la hubiera hecho linda.
Que medicina definitivamente no es una carrera rentable y que las satisfacciones no irán por el lado del bolsillo, más si del corazón(A veces me encuentro por la calle con persona sque fueron mis pacientes y me saludan tan efusivamente que aveces me siento culpable por haber dejado la consulta. Incluso me enteré que en la Tierra del olvido me añoran por el sencillo motivo, que yo si les explicaba todo "que la docoria si se dedicaba a curar"...admito que esas palabras son ahora mi mejor medicina)
Que para la vida llena de viajes con la que hace mucho soñaba no me bastaría con nada de lo que estuviera haciendo, pues me faltaba tiempo y dinero; y solo me quedaba el camino de “burrier” o de stripper. Para lo primero no tenía tanta cara de palo y para lo segundo... tampoco! Invertir en una liposucción y en clases de baile para ganar lo mismo que con un poco de esfuerzo mental me podría dar la medicina, no era negociable. (espero no arrepentirme cuando tenga 40 y siga desocupada, con las tetas colgando y el cuerpo flácido)

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Sin embargo, ya tengo 26 años y el balance sigue siendo en rojo.
Parece que eran 7 años de vacas flacas y recién voy por el segundo. A veces parece que la vida no sonriera por ningún costado cuando se ven las cosas en grande, sin embargo cuando voy desmenuzando pequeños aspectos de estos dos años, me doy cuenta que logré crecer como persona mas de lo que me imaginé, que vencí una depresión que ya parecía reservarme nicho propio en el panteón más cercano; que retomé esa vocación que yo solo tomaba como un pasatiempo de inconformes, que es escribir cuentos, narraciones y otros artículos; que invertí bien un dinero bien ganado y no lo despilfarré como mis compañeros; y que en este poco tiempo hice unos buenos amigos que me hicieron entender que la amistad, el sexo y el amor son cosas muy diferentes, aunque la soledad nos lleve frecuentemente a confundirlos.

He tenido muchas enseñanzas invaluables este año, "para todo lo demás – como dice la publicidad-
Existe Master Card…"

o era “¿Forni Card?”
¡Igual ya tengo carencia de ambas!

miércoles, octubre 11, 2006

Renglones Intimistas

Necesito un poema. Sí un poema que me despierte, que me haga ver cuan coloridas pueden ser las flores o cuán frágiles las mariposas…pero soy tan mala escribiéndolos. Para hacer un poema, tendría que estar con el bichito del amor en mis entrañas, con la vida fluyendo en mi ser, bajo la piel y en la médula de cualquier sentimiento.

Para escribir un poema, simplemente tendría que olvidarme que soy yo, solo yo y nadie mas que yo la que regresó a casa ésta vez y dejar las imágenes primaverales de ese amor que no fue, macerando en algún recuerdo que no sea pervertido por la melancolía de mi soledad mas reciente.

¿Quieres que te cuente cómo me fue? Me muero por decirlo, por escribirlo en alguna parte para que no se deshilache en la memoria. De eso he estado temiendo todos estos días, de que como siempre me pasa, éste recuerdo se volatilice, se evapore, desaparezca y luego como siempre pase a ser un sueño más de mi mente desbordada. Tengo miedo de perder la memoria y de ya no ver lo que he vivido cuando cierro los ojos. Ese viaje es mi recuerdo más reciente, no quiero perderlo. Por eso tantas y tantas fotos, por eso intenté escribirlo…pero me arrepentí a la primera lágrima. Intentaré contarlo ésta vez, más nos é como me salga:

Esa tarde estuvimos él y yo caminado hasta llegar a aquel lago que me apareció impresionante, con el sol haciendo brillar el agua como en una de esa películas románticas, pero yo no andaba enamorada. No. Yo no creía nada, aunque debo admitir que me fascinaba su compañía y poder decirle a alguien “Ey, esto no hay en mi país” o “Por favor tómame otra foto” y recuerdo verlo de lejos y sentir esa sensación inmensa que hace tiempo ya no me agitaba el seso: su mirada en mis ojos haciéndolo desaparecer todo alrededor. Pero no era amor, no te equivoques. Yo tenía desconectado el switch que une mis gónadas a mi corazón y mi cerebro y como siempre, no esperaba nada. Ni me daba el lujo de creer que podía ser una relación mas allá de unas simples vacaciones.

Una bitch, lo sé.

También recuerdo esa vez que estuvimos comiendo y yo no sabía como se bailaba ese ritmo tan raro y él se levantó de la mesa, para hacerme bailar en medio de las mesas de billar, con esa manera de llevar el compás, que me hizo pensar que sufría una insuficiencia aórtica por el latido acompasado que ahora movía su cabeza y cuello. O esa vez que terminamos en el mercado comiendo pizza y cerveza, apurados porque el bus se nos iba. Correr desnudos por el bosque cuando anochecía. O parar el tránsito de una avenida, para hacer la foto perfecta del atardecer tiñendo los árboles de dorado. Yo que sé, esas pequeñas cosas que en su simpleza me hicieron darme cuenta que no es un poema lo que se escribe, sino lo que se vive.

No fue amor, eso es obvio. Pero he estado con muchas personas con las que la promesa de amor no llegó ni a eso. Con personas de corazones rotos, de almas tristes, de soledad milenaria. Personas tristes como yo, o personas queriendo aferrarse a un sueño. Nadie como él, con la vida palpitando a cada minuto. Como un latido que no cesa, que te hace sentir viva aun en las situaciones más inverosímiles. He estado con alguno que otro poeta que yo pensé que podría leer mi sensibilidad más que nadie, más ¿qué me han dado? Solo esa nostalgia por una vida que se escurre entre las manos, solo esa melancolía triste de la que yo ya conozco tanto.

Y he conocido a hombres felices, unos “Peter Pan” adultos, con quienes la vida era fácil y no había que preocuparse por nada, pues ellos ya lo tenían todo. Pero jamás como este hombre que en su ingenio de viajero a pie, me hizo saber que para conocer un lugar no es necesario subirse al avión mas bonito, al coche mas caro, a un hotel 5 estrellas, simplemente debe movernos ese ánimo de conocer lo que hace un país en su conjunto: Su gente, sus calles, su comida en cada esquina, su música de fiesta…su dolor, el reclamo silencioso de los que viven aferrados a una esperanza.

¿Puedes terminar conociendo más de ti en un viaje a una tierra desconocida? De hecho, sí. A veces es necesario irse, dar toda la vuelta a la caracola, para volver al punto de inicio y darse cuenta que la vida vale la pena. Que cada minuto de alegría o tristeza valió la pena y que las consecuencias son solo eso, facturas a pagar después. En un después al que nadie está seguro si llegará, cuando se vive lo suficientemente rápido, lo suficientemente alerta para enamorarse de la vida a cada minuto. A cada segundo...

Necesitaba un poema. Ahora sé que solo me hace falta seguir viva y que escribir es una forma de no olvidarlo. De no olvidar que hay una razón para seguir viva y con los ojos bien abiertos.

Buenas Noches.

Reflexiones de Water

Ayer mientras leía una revista "Somos" en mi lugar favorito de la casa: El baño, me di cuenta que acaso fuera Rafo León, uno de mis columnistas favoritos. Dado que el artículo era de Diciembre del año pasado y que aun así me suscitara el interés de leerlo de principio a fin y aun sonreír, con esa acotación final que hacía, deseándole a toda la sociedad limeña que se pudra y Merry Christmas, era obvio que el conocido periodista se acababa de convertir en uno de mis favoritos.

Sin embargo eso no significaba que me haga repentinamente socia de algún club de fans clandestino, o tener que quemar mi sostén en público como si de Bono se tratara. Sonreí al pensar que por gente menos importante, alguien con actitudes fanáticas propias de colegial enamorado, podía llegar a escribir cartas apasionadas jurándole lealtad eterna. Me pregunté entonces si yo lo haría o si lo había hecho alguna vez. Si existía un tipo, por el cual, en mis años adolescentes hubiera comenzado a escribir o a dedicarle cartitas de admiración, para que sepa que existo.

Ahora me doy cuenta que no…y eso es triste, porque probablemente jamás estuve tampoco enamorada de nadie de carne y hueso.

A pesar de que la escritura podría ser interpretada como uno de mis recursos para conquistar gente, jamás lo utilicé para eso. Estaba claro, que todos los tipos en los que me interese de mas niña, eran algo analfabetos en cuestiones de cartitas femeninas que no dijeran el típico “me gustas” o “te quiero”. Si yo enviaba una de mis cartas llena de filosofía adolescente del porqué de la vida o el amor, iba a ser interpretada como una suerte de misiva Islámica y desechada en el acto. A esa edad los hombres andan mas preocupados en el fútbol y en que las mujeres digan las cosas claras, para ir directo al grano. Ahora que me pongo a pensar, esa situación masculina no cambiaría con la edad.

Si lo analizo bien, tal vez fuera por que olía ésta incomprensión intrínseca al género masculino, que jamás me enamoré de alguien de carne y hueso en el colegio y mucho menos se me ocurrió enviarle algo escrito, ya sea carta, poema, acróstico o dibujito coloreado a plumones. ¡No! Eso jamás. Yo andaba enamorada como muchas de las adolescentes de la época de un lampiño Alejandro Sanz, cantando que pisaba fuerte o lagrimeando por el carita de flaca de Axl Rose, cuando entonaba “Don´t Cry” con esa voz de gárgara de clavos que lo caracterizaría tanto.
Eran los 90´s y Kevin Costner asomaba su media sonrisa por cualquier película que se estrenara, mientras yo trataba de quemar cualquier cassette y poster dejado por mis hermanas en casa, que hiciera alusión a Michael Jackson o a Luis Miguel.

Para mi eran tiempos de cambios trascendentales, todo parecía ser visto por primera vez, la vida era una llanura larga para comenzar a ser recorrida a prisa, antes que nadie, hasta el cansancio. Todo era posible, conocer al cantante favorito, visitar París o Egipto, ganar un premio en investigación , escribir un libro. Casarse con un tipo que sepa leer…
Sin embargo solo estaba atravesando una época empalagosa y patética por la que todos pasamos con algunas heridas de guerra, fruto de los amores imposibles, de los cambios en la imagen corporal o simplemente del acné y los evidentes cambios hormonales.

No sé como se puede sobrevivir a la adolescencia, creo que es la gran victoria del ser humano contra la situaciones adversas. El cuerpo revelándose en erupciones diarias y transpiración copiosa, mareas hormonales que te hacen pensar en besos con capacidad de explorar la laringe cada minuto del día, imágenes depresivas de adónde voy o ¿para qué carajo estoy viva? Y la decisión de que hacer con el futuro cuando no se tiene una puta idea de que hacer con el presente.

Comencé a hablar sobre mi admiración por los artículos de R. León y termino dándome cuenta que jamás estuve interesada en ninguno de mis compañeros adolescentes, que no hubiera escrito una letra por esa tira de manganzones. Que la primera carta de casi amor que envié fue a mi novio universitario, con el cual llegaríamos luego a vivir una relación epistolar que posteriormente casi termina a pistoletazos, cuando después de 4 años yo me di cuenta que quería seguir libre para buscar el verdadero amor. ¡Que imbécil!

Creo que me voy a almorzar, hablar de las mareas hormonales me ha hecho sentir una ansiedad e incomprensión propias de adolescente bulímica.

martes, octubre 10, 2006

Sin Admiración

Sumergida hasta los tobillos, así me siento hoy. Trabajo atrasado, cuentas por pagar, exámenes que aun faltan. “Me tiré de cabeza al río y me arrastró la corriente”. Estar aquí es una larga cadena de cosas que me faltan por hacer. Ya me duele la espalda de permanecer frente al computador, buscando información, leyendo, investigando. Y nada.

Por momentos me desconecto y leo algunas cosas de mi interés personal. Es una lástima que la medicina y mis tendencias internas no hagan una buena combinación, o al menos, no una lucrable, para poder seguir viajando todo lo que quisiera. Me hubiera ido bien como corresponsal de guerra, no sé, algo que me mantuviera en movimiento. Esta estática me asfixia. No sirvo para quedarme en un solo lugar o con las misma personas. Antes estaba frustrada, ahora solo resignada. Es un purgatorio en donde debo ver la misma película gris todos los días.

Necesito tanto a Rafa, hablar con él es oxígeno para mis pulmones, pero ha desaparecido. ¿Dónde andas Rafa? ¿También se te ocurrió irte de viaje a perder la cordura? Reviso una y otra vez el buzón y no hay ninguna línea que me haga creer que sigues vivo. No sé por que la gente desaparece así de nuestras vidas, nos creen a salvo y nos dejan volar solos. Necesito contarle que pasó durante este tiempo lejos de todos, necesito decírselo a él, sinceramente y sin dramatismos. Para que me conteste, igual, sinceramente y sin dramatismos y poder sentirme aliviada de habérselo contado a alguien.

Es tan difícil hallar un amigo que te mande a la porra cuando es necesario, sin caricias extras que te hagan sentir débil o una compasión que nadie solicitó; que cuando éste desaparece, el mundo vuelve a su matiz de teatro de barrio, con malos actores y un guión deplorable.

Recibo correspondencia pasada o aparece gente en el MSN y es lo mismo de siempre: Palabras bonitas, propuestas de toda estirpe, curiosidad por saber quién soy…alguna frase compasiva, o ensayo de dar ánimos, alguno que otro interesado en saber la verdad detrás de mis historias. Es cansador. Cuando leo libros o artículos de revistas, no se me ocurre preguntar al autor, que es lo que quiso decir. Él escribe lo que desea, yo entiendo lo que puedo y ahí termina la historia. Sin intimidades, ni compromisos.

Me imagino que si fuera actriz o cantante, me llenarían de emoción todas esas frases, ese interés desmedido en mi vida dentro y detrás del blog. Pero si mi acción es escribir, ¿No debería ser leerme la única reacción?

Antes de irme, tenía rabia y frustración por esas cosas, buscaba un modo de cambiarlo. Ahora ando mas resignada. Leo las cartas, los mensajes, lo que me dicen y cierro la página sin ninguna emoción de por medio. Es como vivir en el purgatorio, todos los días la misma historia de gente virtual haciéndote creer que eres virtuosa.

De vez en cuando me detengo en alguna frase mas elaborada que la otra. “Soñé contigo mientras no estabas”, “Quiero verte desnuda cuando llegue a casa”. “Eres mi otra mitad”, “Publica pronto porque no he leído a nadie como tu”… son diferentes individuos, pero las frases son igual de vacías para mí. Igual de repetitivas e inútiles. Si ésta fuera una página para buscar un marido o un amigo incondicional, me sentiría halagada, emocionada, diría que tuve éxito. Pero no, no lo es. Es solo una página de lectura gratuita, para quien desee leer solamente.

Tengo trabajo pendiente y una decena de cuentos en el bolsillo. Debería existir una forma de hacer llevadera la salud pública y el hábito de escribir cuentos mediocres. De poder tener dinero en el bolsillo y viajar cuando se quiera, sin horarios que respetar.

Hoy extraño a Rafa y su forma de decirme que "El mundo es una cabronada sin final feliz asegurado, en donde cada quien debe inventarse su excusa para seguir vivos y así tener una esperanza de que algún día la película gris, cambie su final insípido"


lunes, octubre 09, 2006

Densidad

Ya no se donde ocultar esa sonrisa, no debería. Pero temo que me la quiten. Por eso sonrío a escondidas, cuando conecto el discman y oigo mis canciones privadas, sonrío. A veces lagrimeo un poco, pero son lágrimas tontas. Mis sentimientos se quedaron a flor de piel, ahora parece que sintiera demasiado, que todo fuera gigante, cuando veo al fondo de mis recuerdos. Pero abro los ojos y me hallo aquí en medio de la nada enorme, de la soledad mas pura.

Antes me parecía que el lugar donde vivía era real y el resto ficción. Ahora sé que la ficción es aquí, lleno el lugar de fantasmas y hadas, de duendes y brujas. A veces quisiera irme, por eso lloro un poco, necesito hacerlo. Extraño la vida palpitante del otro lado del mundo, la pasión, el fuego. Incluso el dolor, son sensaciones que me hacían sentir viva. No es dramatismo, solo necesito ir soltando las riendas y cabalgar libre por el desierto plateado del otro lado de la luna. Necesito llorar un poquito para sonreír a gusto.

No sé donde ocultar mi sonrisa, tampoco mi pena. Viajé con los sentimientos a flor de piel durante dos días, antes que me encontraran y sentí que la vida me había dado un vuelco. Que nada de lo que quería era cierto, que mis metas eran falsas, que nada me llenaba. Aquí es ficción, me encontré diciendo. Todo esto, una fanfarria. Una decoración triste de un teatro al que no entra nadie.
Es la misma ciudad, la misma cama, la misma gente. Pero es solo una obra de la que ya no deseo participar, me quedo en la platea, esperando ver un espectáculo nuevo: No hay nadie. Nadie que ilumine esta pieza vacía, ni que haga cantos en este silencio que por momento es ensordecedor. No hay nadie que me invente la felicidad de un palmo, ni que me haga cantar de nuevo. Todo en este planeta, parece ficción de pronto. Pero es la realidad mas patética. La realidad de los que sueñan que no sueñan.

Me he quedado en casa unos días, con mi perfume favorito, mi canción preferida. El libro que no deseo terminar. Sin atrever a vestirme. Acostada en la cama, sintiendo la felicidad de las sábanas tibias en espera de alguien al que no volveré a ver y escribiendo en el aire, lo que nadie verá.

Esta vida es un recuerdo pasado, a veces preferiría simplemente haber seguido dormida, soñando que él soñaba conmigo y pensando que los retornos a casa se hacen solo al final de la vida.

5. Retorno a casa

- ¿Dónde lo conociste?- preguntó, cuando ya estaban en la autopista rumbo a casa
- A la salida del Hyatt
- ¿Te hospedaste en el Hyatt?- le dijo él con algo de asombro. Ella no respondió y prefirió apoyar la cabeza contra el cristal del auto y ver la hilera de postes de alumbrado público que iban apagando sus luces poco a poco, al despuntar la mañana.

La noche que conoció a Mariano era tan oscura, que ella hacía maniobras para que las luces de la ciudad se vean en las fotos igual de espectaculares que como ella las observaba ahora. De esa noche solo recordaría la oscuridad reinante, las luces del Hyatt a lo lejos, el reggae de los músicos callejeros que llegaba a los oídos como una triste fanfarria y su mirada oscura de negras pupilas iluminándolo todo.

Cuando en medio de la calle el flash de la cámara iluminó a los transeúntes, ella se pudo dar cuenta que él a sus espaldas la seguía mirando con la insistencia de los viejos conocidos. ¿Qué hora es? La abordó él con una voz suave y calmada. Ella dudó un poco antes de responder, miró el reloj, calculó la diferencia horaria, levantó la cabeza y le dijo “son las 9. 30”. El agradeció y se quedó sentado mirándola sin pestañear.

No supo nunca porque regresó, tal vez fuera algo más fuerte que ella. Tal vez en un tono cursi, podría hasta afirmar que fue el destino. ¿Quién sabe? Pero la noche que ella conoció a Mariano Alberti, el mundo acomodó sus fichas de tal modo que ya no se volverían a separar los días siguientes a ese encuentro.

Mariano vestía de blanco esa noche, como un ángel luminoso; sin embargo su mirada era oscura y penetrante como dos proyectiles en sus cuencas esperando la caída de su próxima víctima. Ahora en el auto de regreso a casa, lo único que ella podía recordar de esa noche era la luminosidad de su atuendo blanco en medio de la oscuridad y ese par de ojos oscuros mirándola por debajo de la ropa.

-¿Pero te quedaste en el Hyatt o no? – volvió a interrumpirla
- Si, pero solo un día.
- ¿Y el resto de días? ¿Dónde estuviste?
- Por ahí…
Ella respondió con desdén y fingió dormir hasta llegar a casa. Ahora se daba cuenta que a miles de kilómetros algo de ella se había quedado en esas calles, parques y bosques, de ruta a ninguna parte.

- Tienes suerte de estar viva, no sé que le habría respondido a tus padres si no volvías. ¿Te das cuenta en el peligro que has estado, Laura?

La verdad no me daba cuenta. Ahora cada escena de la travesía juntos se descomponía de los brillos y sombras que protegen los recuerdos. Recordaba las siestas en los parques, las fotos en medio del tráfico. Ir a sus espaldas cuando los pies no me daban. La noche fría, las riñas de nada y las bromas tontas. El último tramo del camino se desvanecía en mi memoria y de él solo recordaba su voz, retándome a levantarme. “Vamos Morocha, vos podés, seguí caminando”, pero yo ya no podía.

Y el bosque oscuro de las 6 de la tarde, sin saber por donde habíamos entrado ni por donde saldríamos. Con esa urgencia de hacer el amor en alguna parte, de comernos, modernos y morir en el intento si fuera preciso. De descansar de los ojos de los otros y entrar cada uno a chapotear en las pupilas del otro. Esa pasión que nos unía como a dos locos desde el inicio del viaje. ¿A dónde vamos, Mariano? Al centro del mundo, amor.
Y él se adelanta hasta un arroyo con la mochila a cuestas y su caminar de gigante, dejándome atrás dando los saltos pequeños por sobre los troncos caídos y las flores silvestres. Viendo como el sol se filtra menos por la espesura del bosque.

- ¿No irás a descuartizarme, verdad, Mariano?- trato de bromear cuando me doy cuenta que ya estamos lejos de todo y no tengo la menor idea de cómo salir de allí.
Él voltea con ojos chispeantes y me sonríe divertido, pero sigue caminando sin detenerse hasta un claro de bosque.

- Eres demasiado confiada Laura- me dice cuando bajamos del auto. Pero parece que alguien allá arriba te protege.
- Si, respondo con una sonrisa fingida. Acabamos de llegar a Santiago y el frío me congela los huesos. Ha sido un viaje demasiado largo, en algun lugar de mis sueños y pesadillas queda el bosque, Mariano y el viaje a pie.

Quisiera salir corriendo, volver al bosque, seguir caminando. En esta ciudad no tengo nada que me haga sentir pasión, valor ni miedo. Hay un vacío dentro mío y bajo la ducha caliente no aguanto más y me derrumbo a llorar unos minutos por el hombre, que me acaba de devolver a la orilla del mundo real a la que no me interesaba volver.


- Dime que nos quedaremos juntos- resuena en mi cabeza- Que no te irás, Lau. Que te quedarás un poco más. Y yo me quedo callada mirando ese lunar negro en su iris izquierdo y no se me ocurre mentirle. ¡Maldita sea! No se me ocurrió mentirle.

domingo, octubre 08, 2006

4. En la Ciudad de la Furia


Por esa ciudad que se tiñe de rosa al atardecer, dos personas van caminando. Ella, es una joven risueña de falda a líneas oblicuas blanquinegras y el descaro de una blusa roja que muestra el inicio de unos pechos, que retan al mundo a volverla a mirar. Camina despreocupada y feliz por la ciudad de la furia, repentinamente protegida por una suerte que siempre le es adversa.
Una gorra negra le cubre el rostro pequeño de gruesos anteojos. Nadie le ha visto nunca el rostro, podría ser el de cualquiera, bonito o feo, no importa. Ella camina risueña sobre sus sandalias tan hondas, cargando bolsas pesadas y entonces el mundo parece abrirse para ella como un fruto maduro que debe comerse pronto.

Él en cambio, es un joven algo triste. Su rostro por momentos es inexpresivo y camina al lado de ella encorvado por el peso de una gran mochila de la que cuelgan zapatos demasiado grandes. Su figura alta, pasa entre la gente intentando protegerla de los tipos malos, siempre un paso antes que tropiece, siempre allí para ella.
Su mirada es larga y se pierde, en los tallos azules y los pétalos rojos que adornan las calles silentes. Su mirada se pierde en esa ciudad de aromas de jardín prohibido y vuelven sus ojos oscuros a su joven acompañante cogiéndola en el aire, sosteniéndola aún a metros de distancia, cuando ella juega a escapársele y a volver a desaparecer.

Y ella lo ve mirarla a lo lejos y ya no se puede ir. Un día mas piensa, cuando a la distancia Mariano la mira sin pestañear en medio del río de gente que camina despreocupada sin saber quienes son. Entonces vuelve a él y lo abraza y parece que ése corto tiempo separados, fuera una herida que solo ella tiene la capacidad de sanar. Que solo un día más pudiera hacer la diferencia entre el dolor o su ausencia.

Ambos caminan de la mano, ella habla con prisa, él sonríe de a pocos. Las avenidas asfaltadas se abren entonces como arterias sangrantes de una ciudad que agoniza. Ellos caminan sin preocuparse de nada, los pies ampollados, la espalda arqueada. Descansan en las esquinas, en los bancos de los parques. Toman helado y cantan. Si, ella ahora canta.

Han pasado meses sin que ella pudiera volver a cantar públicamente, su vocecita sale aguda como la de una niña pequeña y en el parque iluminado por las luces del atardecer que no termina, los tordos y las demás aves vuelan asustadas, por esa voz que rompe el silencio. Él entonces sonríe. Si, sonríe. Porque a veces Mariano sonríe y sus dientes blancos lo iluminan todo. Hace una mueca graciosa y luego la besa. Su beso es largo y sin pausas, despreocupado del público, de la gente, del bullicio. Ese beso se puede dar ante un semáforo en rojo o ante un semáforo en verde. Ella ya no sabe. Cuando él la besa, las luces de la ciudad se encienden y ella ya no piensa en volver a casa.

Los álamos del parque estiran entonces sus ramas hasta tocar el cielo, el viento sopla arriba en sus copas primaverales. Mientras abajo ellos toman la siesta, abrazados a pesar del calor, jugando con la yema de los dedos. Jugando a sentir. A adivinar el futuro en la palma de sus manos. Quedan días largos, noches frías, madrugadas en ninguna parte. Ella podría irse en cualquier momento, en este minuto si fuera preciso. Pero no se va, no se irá y él lo sabe.

La ciudad sangra su pena vacía, pero ellos la ignoran. Mientras estén juntos todo estará bien.
Caminan sin necesidad y corren sin ser perseguidos. Llega la noche y él dispara sobre ella una a una, fotografías que nadie verá. En la mitad del bosque oscuro se quedan parados y ella se desnuda, con la gracia y timidez de un infante. Los flashes iluminan la noche, sus hombros, su espalda. Ella se desnuda para él olvidando que la ciudad puede descubrirlos. Y entre risas de niños tontos, se quitan la ropa. Es el turno de él y ella no tiene compasión. Fotografía cada rincón de su cuerpo, intentando que la luz de los flashes ilumine una poca de su alma.

La noche cae y el bosque se queda vacío de la gente que trota sudorosa por los senderos de hojas secas. Ambos se quedan solos sin hacer ruido, ni hacerse el amor, abrazados en una promesa de amor que no durará más allá de una noche. De un amanecer en ninguna parte.

Solo una noche más, piensa ella cuando amanece. Pero para Mariano el mundo es una noche eterna en la que solo los más listos se mantienen despiertos.

sábado, octubre 07, 2006

3. En la Cárcel

El día que mi primo Abelardo contó la historia de que defendía asesinos y que incluso comía con ellos, me sentí tan asustada como curiosa. Abelardo es un tipo obeso, que en su tiempo fue delgado y tímido. Su apariencia frágil de lentes y voz tartamudeante, lo volvieron el blanco de muchas de las burlas de sus amigos. Una vez incluso, algún alumno mayor que él, le sacó la verga en la cara para que se la tocara, delante de los otros chicos de la escuela. Esto lo cuenta Abelardo en el mismo ritmo indiferente de relator de la corte, con que puede contar que su madre se está muriendo o que el tratado de Libre Comercio no afectará a la agricultura. A veces parece que lo hiciera a propósito, que adoptara ese tono de tarado solo para ver moverse incómodos en las sillas a sus ocasionales oyentes. Él cuenta las historias y sigue comiendo o aderezando su plato de ensaladas y menjunjes varios. Sobra decir que mi viejo lo detesta.

Abelardo viene a visitarnos de vez en cuando, por los juicios que defiende en la ciudad. Es probablemente el único de los parientes de mi padre al que mi madre no aborrece. Le da lástima el muchacho, dice, mientras le separa comida caliente por si regresa tarde. A mi padre no le agrada tener en la familia a alguien que defienda asesinos y la escoria de la sociedad que debería ser despeñada porque no tiene solución. Dice que Abelardo no tiene escrúpulos, que no tiene moral alguna. Que quien a hierro vive a hierro muere y a él lo van a matar sus propios defendidos.

Yo no sé cuando Abelardo comenzó a cambiar. Dicen que de niño era delgaducho y lerdo, luego se hizo obeso y a mitad de camino entre ambas fases se volvió físico culturista. Tenía un cuerpo tan bien cuidado que incluso ganaba premios por su buena forma. Ya más seguro de si mismo, se hizo abogado y después de tardarse una década para salir de la universidad, con esposa e hijo incluidos, desapareció del mapa familiar con el resentimiento que tienen aquellos que son marginados por ser los torpes de la familia.

Decían que Abelardo no tenía de que vivir, que no conseguía puesto en ninguna parte. Que si no se volvía taxista, que se olvidara de seguir viviendo en el Perú, pues para su mala suerte, él no tenía ningún contacto en el exterior para irse a Europa o a Gringolandia como hicieron los otros jóvenes de esa época. Abelardo se tuvo que quedar aquí soportando las burlas de todos los demás primos y tíos que lo trataban como el retrasado de la familia paterna, tan creídos por sus títulos universitarios y maestrías en el extranjero.

Pasó el tiempo y solo volvimos a saber de él, el día que se hizo rico. Si, rico. Porque para una familia de clase media como la suya, en que a nadie le sobra plata para ayudar al prójimo, él era un rico de pies a cabeza, con todos esos celulares caros, la ropa huachafamente “de marca” y ese derroche de alcohol y propinas en las fiestas y bautizos. Se hizo de una casa enorme y de una amante bonita. De pronto se comenzó a correr la voz de que Abelardo era llamado Alí Baba, por andar rodeado siempre de los 40 ladrones. Al parecer era el abogado del mundo del hampa y eso hacía que al resto de la familia le diera prurito tener relaciones cercanas con él o con sus facinerosos clientes.

Abelardo disfrutaba de esa fama temeraria que se había conseguido gracias a sus clientes y las millonarias sumas que recibía por sacarlos de la cárcel. De ser siempre el chico mas burlado y el primo menos hábil del clan, pasaba a ser una suerte de salvador de asesinos y el abogado mas pedido de las cárceles. Abelardo defendía todo lo que se le pusiera en frente, narcotraficantes, asesinos, asaltantes de bancos y violadores. De todos ellos siempre decía, que los de mejor talante y fidelidad eran los asesinos, pues eran personas muy dadas a la caridad y al amor al prójimo cuando cesaba su faena. Que los peores eran los violadores, porque se dejaban llevar por la pasión del momento y no podías confiar jamás en ellos y que por tanto jamás se daría el trabajo de defender a uno. Menos si se trataba de un violador de niños.

La única vez que hizo una excepción fue con Benjamín Flores alias “Cebollita” él que había sido acusado de seducir y violar a su hijastra de 14 años, una menor con retardo del lenguaje. La niña había venido a vivir con él y su madre, desde el Cuzco y después de 10 meses en que aún no conocía bien la capital, desapareció de casa sin dejar rastro. El hombre y su esposa comenzaron a buscarla desesperados por varias semanas, hasta que fueron notificados por la comisaría de la zona, que la niña había sido hallada. El hombre, panadero de 40 años querido por todos en el barrio, fue acompañando a su mujer a recuperar a la hijastra, cuando fue apresado en el acto por la acusación de violador de menores.

Al encontrarla habían descubierto que la niña había sido violada en repetidas oportunidades y acusaba al padrastro de la violación. Una vez en la cárcel y enfrentado a una de las mayores condenas en el país por tal delito, fue “bautizado” por los demás presidiarios hasta llegar a la enfermería por la brutalidad del acto. Abandonado por su esposa y repudiado por sus familiares y el barrio entero, solicitó la ayuda de Abelardo para su defensa, aunque no disponía de un cobre. Durante casi 8 meses Cebollita lloró por la ayuda de Abelardo en su caso, pues sabía que él podía sacar a cualquiera en esa jurisdicción.

¿Por qué lo ayudaste si no tenía dinero y era violador de niños? Pregunté. Abelardo dejó entonces el trozo de chancho asado en el plato y respondió tranquilo: Porque era inocente.

La niña había sostenido relaciones con un vecino de la cuadra durante todos esos meses, hasta que quedó embarazada. Ahí fue cuando el verdadero violador y la madre de este la secuestraron y la llenaron de regalos para que acusara al padrastro. Obviamente la niña enamorada prefirió acusar al que le había dado de comer todos esos meses que al tipo treintón del cual se había enamorado. Luego sucedió lo del aborto. La chiquilla entonces fue llevada a un albergue del cual escapó y ahora el caso estaba paralizado por falta de medios y de testigos. Todo el testimonio lo había conseguido Abelardo valiéndose de sus dotes de gordo buena gente, mas que de buen abogado; sin embargo con la niña desparecida del planeta ya no se podía avanzar mas en el caso y “Cebollita” seguiría en prisión esperando condena mientras “se le caían los supositorios” después de la paliza violatoria que había recibido a su ingreso al penal.

“Eso pasa por falta de plata”- concluyó Abelardo- “si hubiera tenido guita yo lo sacaba de ahí desde la primera vez que me pidió ayuda, solo era cuestión de sobornar a unos cuantos y se evitaba tanta cosa”

Al ver todos los tatuajes de Mariano en la espalda y en los brazos, no pude evitar pensar que tal vez se los hubieran hecho en alguna cárcel. ¿Alguna vez has estado preso?- le pregunté mientras nos bañábamos juntos. No, nunca- respondió limpiándose el agua que le goteaba desde las cejas. ¿Y todos esos tatuajes?. ¿Qué hay con ellos?. Que me asustan todos esos lemas que tienes tatuados en la piel... No sé nada sobre ti Mariano, tu pasado, tu futuro, nada. El futuro si lo sabes, voy a ser el padre de tus hijos y vamos a vivir frente al mar terminado este viaje- dijo muy seguro de si mismo mientras me enjabonaba los hombros. De mi pasado te enterarás en el camino, preciosa.

viernes, octubre 06, 2006

2.Mariano y el sexo

Al verlo desnudo en la cama a todo lo largo, hermoso como un sol. Laura entendió porque el sexo con tipos bellos no la satisfacía completamente. Había algo que no llegaba a colmarla, faltaba ese morbo que se producía al hacer el amor con hombres menos agraciados o con hombres mayores. Mariano era bello de rostro y de figura, demasiado atractivo para ella. Era como hacerle el amor a un ángel.

Cuando solo se tenía sexo, el morbo podía mover cantidades infinitas de feromonas en ella, que alguien de apariencia perfecta no podía. Y él era lo más cercano a la perfección anatómica que ella había conocido. Su larga pierna musculosa salía fuera de la cama, mostrando un tatuaje tribal en la pantorrilla, su espalada mostraba otros más y en el brazo uno enorme del Che Guevara, ocupaba todo el deltoides derecho.
Su rostro de nariz recta, labios finos y barba crecida reposaban sobre la almohada del precario motel por horas. Ella lo miraba impaciente, si hubiera tenido un cigarrillo lo habría fumado solo por tener algo que hacer mientras él dormía.

Estaba exhausto, había trabajado toda la noche; en cambio ella había dormido rendida después de la caminata de aquel día, poniendo la tarima de tablas como tranca en la puerta y tomando un par de relajantes musculares que le quitaran el dolor de piernas y espalda que la había tenido afligida desde la tarde. Había dormido como muerta, despertándose de vez en cuando por los gritos delirantes de los inquilinos de la pieza vecina, en medio de la agonía sexual.

Los ojos de Mariano, a pesar de estar cerrados seguían siendo oscuros e impenetrables. Sus largas pestañas hacían sombra a las ojeras que le daban esa pinta de chico malo que la había atraído la primera vez que lo vio a mitad de la calle.
Ahora lo miraba dormir como si la mañana fuera eterna y no tuvieran que salir nuevamente de camino. Comenzó a contar sus tatuajes con el dedo índice rozándole la piel, pero cuando llegó a los primeros 10 él abrió los ojos, que lucían inyectados de sangre por la falta de sueño.
Estoy muerto, le dijo. Si, pero ya debemos irnos- respondió ella mientras le alisaba el cabello negro. ¿Te dolió el tatuaje del cuello? Un poco, en la base, aquí mira y acercó sus dedos a los pies del duende de los sueños que tenía tatuado al costado derecho del cuello. Ella lo acarició sin prisa. Debemos irnos, Mariano, voy a ducharme y nos vamos, ¿si?. Bañémonos juntos, dale. Ya te dije que no. ¿Por qué? Solo es una ducha. Porque te conozco y no lo haré sin preservativo. No lo haremos, amor. Te conozco Mariano. No lo haremos, báñate conmigo. No, ¡ya te dije que no!

Ella se levantó de la cama cuando el intentó sujetarla por la cadera. De un salto estuvo sobre el piso de madera que rechinó ante sus pies desnudos. Mariano era de lejos el tipo más alto con el que había estado. ¿Cuánto mides? le pregunto la primera vez que salieron juntos. Metro y 95 ¿Por qué? Porque me llevas mas de 30 centímetros. Y él le sonrío con una de esas muecas de niño que la enamoraban siempre. Ahora parados en medio de la habitación en penumbras de las 10 de la mañana, esos 30 centímetros de diferencia se hacían más notorios. Ambos desnudos y descalzos jugaban al cazador y la presa en una actitud de luchadores de Capoeira que le daba a Mariano toda la ventaja sobre ella, mas ágil pero pequeña.

Te dije que no me bañaré contigo. Si lo harás. El la abrazó de un solo zarpazo y la levantó hasta que estuvo de cara frente a él. ¿Te casarás conmigo? Y ella sonrió sin responderle. Dime que te casarás conmigo y te dejo bañarte sola. Ella lo besó como se besan a los niños que dicen barbaridades, buscando callarlos. Si, lo haré, ahora suéltame. ¿Me dejarás, verdad? Mariano, tú me dejarás antes. Yo no te dejaré. ¡Já! ¿Apostamos? Dijo ella mientras cerraba la puerta del baño y abría la llave del agua fría.

- ¡Te vas a casar conmigo Laura! Gritó él desde la habitación de luces mortecinas y cortinas de terciopelo.
- ¡Primero muerta! Respondió ella bajo el chorro de agua blanca.

- Eso se puede solucionar en este momento, dijo él entrando al baño sin forzar la chapa.

Ella entendió entonces, que eso que acababa de decir más que una simple respuesta era desde ya, una promesa.

jueves, octubre 05, 2006

1. Los Terroristas

Cuando mi padre me dijo que el Dr. Hilaquita tuvo que caminar hasta Argentina a pata pelada para conseguir su sueño de ser médico, yo no le creí nada. Mi padre tenía esa habilidad de volver las historias comunes y silvestres una leyenda y a los personajes mas sencillos héroes de película. Caminar medio continente por un sueño, me parecía algo descabellado y fruto de la mente exagerada de mi padre, hasta que me tocó a mi misma hacerlo.

El Dr. Hilaquita era pequeño y del color cobrizo y pómulos levantados que tienen los indios de mi país. Sus ojos alargados y su tez lampiña, eran el sello inconfundible de ser el peruano promedio que busca trabajo de medio tiempo en el exterior. Se había ido del Perú apenas cumplió la mayoría de edad y como decía la leyenda, se había ido a pie, cruzando por Bolivia y trabajando de mesero, barredor y mucamo, para poderse pagar la universidad en Buenos Aires. Nunca entendí porque había elegido un país como Argentina para estudiar la carrera médica, probablemente aquí ya era muy difícil, para alguien de su apellido y condición social hallar una plaza como médico en las facultades de medicina de por aquí. No sé que tan difícil fue para “un cabeza negra” como él abrirse paso en una ciudad como Bs. As. Lo único que sé, es que el tipo había vuelto como médico y se había logrado el respeto de la comunidad por su hablar bondadoso y su don de ayudar a la gente pobre con la poca plata que tenía.

Yo no lo conocía mucho, pero cuando lo apresaron por presunto terrorista, mi familia se agitó bastante y en la ciudad nadie hablaba de otra cosa, que sobre los médicos terrucos apresados. Eran tiempos del Fujimorato y se había emprendido una lucha encarnizada contra el terrorismo, para vengar las muertes de Ayacucho y los atentados de coches bomba que habían incendiado Lima a finales de los ochenta. El gobernante de turno utilizaría una imagen de El Castigador de terroristas, para levantar la imagen alicaída del gobierno inflacionista de García. Ahora se dedicaba a cazar terroristas y el plato principal sería la caída de Guzmán para conseguir carta blanca de la sociedad civil.
Cuando los cazaron a todos, siguieron buscando, hasta hacer desparecer comunistas, dirigentes sindicales, universitarios rebeldes y todo hombre o mujer que pudiera estar contra un gobierno que ya se pintaba como dictatorial desde sus inicios. Entre los muchos desparecidos estaba el Dr. Hilaquita y también lo hubiera estado mi padre de no ser porque supo el soplo de que “los rayas”- como se decían a los policías- andaban tras la pista de todo el que hubiera tenido contacto con la izquierda durante el periodo de gobierno previo.

Esa noche mi viejo fue donde el Dr. Hilaquita a avisarle que se ocultara, porque en la lista de buscados también estaban ellos; pero el doctor no le hizo caso, mas bien lo calmó diciéndole que ser izquierdita en este país de pobres no tenía nada de malo y que él no tenia nada que ocultar para cuando la policía viniera. Mi viejo no pudo convencerlo de esa cabronada que es creer que la policía es la mano de la justicia y esa noche desapareció quien sabe a donde hasta que dejaran de buscar a gente del partido.
Fue la noche que atraparon al Dr. Hilaquita y a otros mas, acusándolos de terrorismo.

No volvimos a saber de él en 5 años más. Eran tiempos de miedo. La gente andaba acusando a medio mundo de ser terrucos, por un pan o por la rebaja de su condena. La colaboración eficaz dio resultados y se había desatado una cacería de brujas, de la que nadie se daba cuenta. El peruano de clase media vivía feliz, comiendo pan con mantequilla y té dulce y aplaudiendo la construcción de nuevas carreteras por todo el país y el nacimiento de colegios que se derrumbaban al primer temblor de tierra.

Si en la infancia yo había tenido miedo de los terroristas que entraban en las casas y ponían bombas en media ciudad, para cuando Fujimori asumió su segundo mandato yo tenía miedo de que por cualquier cosa metieran a mi viejo al bote. O que mas gente allegada a la familia pudiera ser acusada y metida a la cárcel para ser olvidada o asesinada como ocurrió con los jóvenes de la Cantuta. Jóvenes inocentes que ahora eran solo los huesos olvidados a los que la sociedad no alcanzó a hacer justicia.

Cuando 5 años mas tarde el Dr. Hilaquita salió de prisión por ser una condena injusta y no habérsele hallado ningún asidero para su cautiverio por terrorismo en la cárcel de máxima seguridad, sus ojos eran tristes y su caminar pausado. Mi viejo lo invitó a almorzar a casa, pero no hablaba mucho. Yo lo examinaba por todos los costados, jamás había visto a un ex presidiario. Comía poco y hablaba bajo. Habían sido largos años, en que su esposa gastó los zapatos yendo a todos los juzgados y hablando ante los medios de prensa por esa prisión injusta de la que intentaba liberarlo. Su esposa se había hecho famosa por sus zapatos gastados y su trajecito sastre color guinda, en cambio él había salido como un muerto de allí, la gente lo había olvidado como se olvida a un muerto al que no se lloró en su debido momento. Pero ahora estaba de vuelta, con los cabellos encanecidos y la piel pálida.

Cuando a mitad del almuerzo pudo hablar algo, solo habló de las torturas, del frío, de la comida de perros. Por suerte- dijo- yo estaba acostumbrado a vivir como un perro antes de ser médico, solo volvía la frío y al hambre…por eso la dignidad no me la quebraron tanto- sonrió sobriamente- pero hubo otros que casi se volvieron locos. ¿Recuerdas a Germán Caycho el Ingeniero? Mi padre asintió sin mediar palabra. Ese se derrumbó los primeros meses, acusó a medio mundo. Lo volvieron soplón a punte de castigos, lo peor es que acusó a inocentes, como él o como yo. La cárcel te vuelve así- dijo y tomó un sorbo de la gaseosa que ya se había entibiado en su mano. La cárcel vuelve malos a los hombres libres.

Cuando se despidió de mi, la menor de la familia, previos consejos de no confiar jamás en nadie “porque los rayas te buscan desde que estás en la universidad y llegado un gobierno fascista te apresan bajo cualquier cargo”. Me dejó algo trastornada, solo pensaba en cuanto había sufrido ese hombre inocente que contaba como le ponían electricidad en la vulva a las mujeres acusadas de terrorismo o como eran violadas las mas bonitas, como la Garrido Lecca una y otra vez de todas las formas posibles. Esa imagen me dejó estática, yo solo tenía 17 años y esos temas de sobremesa me dejaban sin habla. Pero lo que mas muda me dejaría, fue ver a mi padre llorando abrazado al Dr. Hilaquita al despedirlo. Jamás había visto a dos hombres cincuentones llorar en público con un gemido hondo como de animal herido. Creo que mi viejo había vivido también en prisión esos 5 años que el Dr. Hilaquita estuvo dentro. La tortura, había sido no poder salvarlo, de su propia cojudez de creer en la justicia de “quien no la debe no la teme”.

Ahora en el asiento de la Terminal con los pies ampollados por la larga caminata de todos esos días, pensaba en ese episodio y en como había vivido toda la vida desconfiando de todos como me recomendó el Dr. Hilaquita y sin embargo al conocer a Mariano, no había dudado un instante.

- Laura, ¿estás lista para volver?- me despertó el hombre de la Terminal
- Si, siempre lista- respondí con una sonrisa de última hora.
- ¿En que pensabas? ¿En el chico ese? ¡Vamos! seguro lo encuentran y va a la cárcel por lo que te hizo.
- No, Solo pensaba en los hombres libres que van a prisión sin causa y en los hombres como Mariano que siguen libres a pesar de todo. ¿Me invita un matecito caliente, por favor?

miércoles, octubre 04, 2006

Preámbulo

Ella sintió el polen primaveral cosquilleando en su nariz, como la caricia de un duende. De pronto estaba sola en un café del centro de la ciudad. Ellos la habían dejado sola y apenas si pudo articular palabra para despedirse. Con la frente en alto y la dignidad humillada trató de recordar el camino mas corto al metro, por si tenía que escapar de allí llegada la noche.

Pero eso ahora no importaba mucho, lo único que sentía era ese polen de finales de Septiembre impregnando las lagrimitas que no llegaban a salir y se le cuajaban en el par de ojos negros que ya no miraban a la ciudad ni a la gente que caminaba rápido, ni al mozo sonriente que la trataba de dama en vez de señorita, ni a la sombra de ambos alejándose por uno de los pasajes aledaños, sin voltear a mirar si lloraba o no. Simplemente alejándose en la pantomima de creerla mujer adulta. Ese par de ojos ya no miraban nada mas que el gris de los edificios ante ella, repasando cada grieta como si con eso pudiera recapitular su propia vida.

Saboreó por última vez el café helado con crema de vainilla y la galletita de coco en el platillo blanco y se levantó sin dejar propina al mozo sonriente. Simplemente se alejó de allí, intentando adivinar como la maldecía el mozo, como la maldecía el mundo por dejar de hacer las cosas que son educadamente impuestas sin motivo aparente.

Sobre los botines de cuero marrón equilibraba apenas sus pasos hacia ningún lado con la mirada fija en un punto invisible que la hacía contener los lagrimones de rabia. De esta forma muchas veces ensayada, era imposible dejar caer una gota de melancolía que le estropeara el maquillaje o le empañara los lentes. A decir verdad, no había motivo para llorar. Lo que sentía en la garganta solo era la rabia y la impotencia de cargar con esa jaula que significaba ser la hermana menor, la chica aplicada, la niña buena, a donde quiera que fuera. Como si ella no fuera capaz de hacer lo que se le diera la gana. Como si aun a millas de casa tuviera que conservar esa falsa compostura de las niñas educadas y por tanto tener que ser humillada con bromas de ese calibre, sobre su debilidad de carácter, sobre su condición de mujercita chica que necesita siempre de un hombre.

Hace mucho que se había dado cuenta que el dejar que la protejan a una, es ponerse llave a esa celda terrible que es vivir como mujer común y corriente, siempre con una amiga para ir al baño, con un hombre al lado para ir a lugares peligrosos, con alguien como compañero de viaje…Siempre alguien al lado, porque era mujer y eso la volvía una inválida ante la sociedad civilizada. Alguien imposibilitada de hacer lo que le venga en gana sin rozar con la imagen de ordinaria que tenían las mujeres que andaban por la vida no solas, sino solitarias. ¿Por qué no la sentían capaz de hacer esas cosas? ¿Es que tenia que pasarse el resto de la vida develando sus secretos a otros? ¿Diciéndoles que hace mucho había dejado de ser niña buena, que hace mucho que tomaba autobuses, trenes y aviones sola, que hace mucho no tenia amigas ni a nadie para acompañarla a ninguna parte?

No. No le diría a nadie la verdad de lo que ocurrió en los últimos 3 años. Como había crecido, como a pesar de lo que su apariencia dijera, ella había crecido como un centenar de mujeres por dentro. Que se había cambiado tantas veces el nombre que ya ni recordaba el suyo. Que había estado en tantos lugares y hablado con tanta gente, que hacía tiempo ya no necesitaba de la manito de mamá para salir al lugar que quisiese. Ellos habían insinuado eso, en una frase que sonó a mofa y a la que ella no le pudo exprimir un poquito de sentido del humor, para sonreír diplomáticamente como siempre lo hacía. Esta vez había perdido la buena postura, había asumido el ceño duro, de los que esperan mandar a la mierda a la próxima palabra mal dicha. Se había quedado en la mesa y sin saber que haría luego, les había comunicado que no volvería esa tarde a casa, pues quería caminar…Caminar por la ciudad.

¡Si, claro! Como si eso fuera fácil de hacer. Ahora le dolían los pies sobre los zapatos altos, ahora le incomodaba la falda, ahora le molestaban las miradas sobre su escote. De pronto sintió la imperiosa necesidad de sentarse antes que se le quebraran de una las botas altas y la cara de palo. Antes que estallara en lágrimas en esa ciudad primaveral de finales de Septiembre.

Ya en la banca sintió como poco a poco la boca se le curvaba hacia abajo asumiendo el gesto previo a los grandes llantos, que ella había conocido también en los periodos en que la depresión quiso matarla. Esos tiempos en que llorar era tan fácil, que derramaba lágrimas por la excusa que fuese; pero se dio cuenta que esta vez no había motivo, esto no era nada mas que una rabieta sin desahogar. Así que se pasó la lengua por las paredes de la boca, intentando levantar las mejillas en una sonrisa inventada. Metió la lengua entre los dientes y las mejillas, bajo los labios carnosos, hurgó toda su boca, para que no se le cayera a pedazos y se deshiciera en ese llanto fatal de los que lloran sin saber porqué lo hacen.

Intentó traer saliva a la boca que estaba seca por el mal rato. Cruzó la pierna izquierda, que mostraba un muslo recién depilado y se apretó las manos húmedas en la falda que ahora parecía mas corta que cuando solo caminaba. No era justo llorar por un capricho, arruinar su prestancia, la seguridad que le imprimía estar a solas. Ella no lloraría. Ya había crecido y ya no lloraba tan fácilmente por esas pendejerías de niña fresa. Ni caería en una de esa trampas de rabieta que les ponen a los depresivos, para ver si recaen nuevamente en esos llantos por impotencia que a la larga se transforman en melancolía y finalmente en apatía por la vida y un querer abrazar la muerte.

De pronto lo decidió. Mañana saldría del país, sin ellos. Ya no los necesitaba, podía hacer ese viaje sola. ¿Quién se había creído el mundo para hacerla llorar? Podía largarse el rato que quisiera, peligros habían en todas partes. Una mujer sola viajando con mochila tiene tanto riesgo de ser atacada como una mujer en tacones por la ciudad mas bonita del mundo. Total! En cualquier lugar se muere.

Ahora necesitaba solo un par de zapatos cómodos y una muda de ropa. Algo la llamaba a hacer ese viaje, era algo o alguien más fuerte que ella, quien ahora la empujaba a no llorar y romper su cáscara de maquillaje por las palabras mal dichas de gente que en realidad no le importaba. Ese alguien que aun no conocía, le daba esa fuerza para enrumbar el resto del viaje sola, sin pedirle nada a nadie. Ni humillarse por un poco de ayuda o una indicación de camino corto. Ella ya no necesitaba caminos cortos. Quería caminarse la vida entera.

Laura, se levantó entonces del banquillo sobre el que caían los frutos y el polen del plátano oriental con la parsimonia de la primavera y se dispuso a caminar hasta que el anochecer le hiciera olvidar que era una mujer extraña en una tierra de extraños, pues mañana Laura cumpliría parte de su misión en este mundo.

jueves, septiembre 21, 2006

It´s enough

Gracias por los buenos deseos. Hoy leí todas sus cartas. No esperaba ser tan importante para algunos de ustedes...la verdad no esperaba creérmelo...pero hoy solo veo el mundo a color.


La primavera aquí se está instalando de lleno. Quisiera escribir sobre eso, tengo demasiado por escribir...pero creo que por el momento solo me dedicaré a vivir.

Un abrazo para los que estuvieron desde el principio. Y también para los que llegaron al final.


Nos vemos en esta o en la otra. Bye.


It´s Enough.

domingo, septiembre 17, 2006

Despertar de Primavera

Yo me soñé oscura y sangrienta. Mi voz era silencio que mataba todos los demás sonidos de la noche. Mis pasos movidos por un tiempo que no era mi tiempo, el aroma que respiraba, solo provenía de mi atmósfera particular de violetas y clavos de olor.

Yo me inventé entonces como un espectro que vive de esas soledades guardadas, de esas nostalgias que matan, de esa melancolía que no llega a endulzar lo suficiente. Y los días fueron pasando, oscuros y húmedos, entre el gris de los edificios de concreto, de las casas sin pintar, de las autopistas vacías. Todo se había vuelto un continuo atardecer que no llega a volverse noche, que no llega a vislumbrar estrellas. Un atardecer invernal, en donde no sabes detrás de que nube gris se ocultaron los astros. Todo se hizo entonces amargo, triste. Ese era mi lugar.

El tiempo ha pasado. Yo dejé cada traje que pudo haberme ocultado, yo saqué las uñas y mostré los dientes. Yo quise protegerme…pero otras veces volvía dócil, con una prenda menos y un trozo de piel para que la veas, para que puedas curarla. Me sentaba a la puerta de tu casa y cantaba esas canciones tristes de mi noche insomne, para que pudieras salir a buscarme…Pero bajo todos los mantos grises yo no aguantaba la espera y salía corriendo de prisa. Jamás me quedé a esperar una caricia, una palabra de ánimo. Me levantaba de las briznas, antes que alguien más pudiera hacerme daño.


Los días pasan. El gris inicial ha dado paso a colores pálidos de diferentes matices. Una acuarela vaga de colores y recuerdos. Los días han pasado y yo he seguido mostrándome. Quitando poco a poco los harapos que me cubrían. Mostrando mis tobillos, mis piernas, mis muslos. Ocultando mi rostro bajo sombra. Yo he seguido mostrándome.

Y ahora ha llegado septiembre, 10 meses después de cualquier intento de sueño y me siento fuerte. Más fuerte que ayer. En el patio de la casa iluminada, puedo alzar la vista y ver un cielo azul añil cruzado por las ramas recientes de la parra que se viste de verde. De pronto y noto que mi universo ha vuelto a tener sus colores iniciales, poco a poco eso colores se han ido haciendo brillantes. Mi traje oscuro y sangriento, lo he dejado en alguna habitación guardado. Mi cara de grises me la he cambiado ante el espejo, mi dolor oculto ya ha secado al sol. De pronto me doy cuenta que 10 meses después de que empezara todo, no necesito a veces ni leer ni explicarme, para sentirme sana.


Ha sido una lenta convalecencia, pero me siento mucho más segura. Puedo dar mis primeros pasos fuera de casa. Puedo ver la noche sin temer que ya no haya estrellas. Puedo bañarme con agua clara y salir sin ninguna máscara a recibirte. Ha llegado la época en que todas mis ramas secas dolientes durante el invierno, se han empezado a vestir de los colores que trae la tranquilidad. Ser feliz es un anhelo demasiado caro, para vivirlo de forma permanente, pero puedo decir que después de 10 meses, me siento mucho mas segura, tranquila y en equilibrio. Ya no necesito, ni me apetece disfrazarme, los antiguos dilemas están casi resueltos, la búsqueda del amor ha cesado. Estar a gusto con mi soledad ha sido la lección más rica.

El día está colorido, aun faltan algunos meses para que pueda ser una paleta completa de matices color mariposa. Pero hoy he podido salir a caminar y vivir y por un par de días he pensado que no necesito escribir lo que siento. He estado tan a gusto, que a veces me olvido que durante 10 meses necesité escribir, para vencer a mis demonios. Que durante 10 meses, creí que solo escribiendo podía llegar a ser feliz.

Yo que me soñé oscura y sangrienta…y ahora eso solo es un recuerdo lejano de la persona que quiso protegerse de si misma y de sus propios rencores con la oscuridad que puede dar el dolor. Ahora despierto tranquila, sonrío y me siento cada día más fuerte que el anterior. Pronto mi vestido volverá a tener el color de las flores. Pronto habré terminado de curar mi propio corazón.

sábado, septiembre 16, 2006

Vamos a Escribir!

¡Vamos a escribir! Vamos!

Que se deshojen los pétalos de los dedos, que se desarme el alma en piezas diferentes, que salgan los sentimiento en símbolos letrados!

¡Vamos a escribir! ¡Vamos!

Que yo te invito el café mientras lo hacemos. Que yo comparto la música, que yo te doy mi silencio.

¡Vamos a escribir! ¿Qué cuesta?

Mostrar un poco el corazón reblandecido, como un flan azucarado de olor de vainilla, para cuando haga falta. Como un puñado de luces de bengala! Que nos ilumine el alma!

Si es tan fácil mostrar lo que siento y a mi escribir no me cuesta nada. Multiplico mi tiempo cuando lo hago y el día se vuelve mas largo. Los segmentos de vida son enriquecidos con tus ojos en los míos. Con tu boca entreabierta leyendo lo que escribo.

¡Y te leo! ¡Me hace feliz leerte!

Saber de ti…de alguna forma. Ese puente tendido entre dos seres que sienten. Entre mas seres que quieren…entre un millón de gente…y perderme en la multitud de rostros que muestran timidez cuando les doy la mano. Que ocultan su violencia cuando opongo mis manos. Multitud de rostros escribiendo de si mismos. Escribiendo de todos.

¡Vamos a Escribir! ¡Vamos!

Que cuando la pasión llama a la puerta, yo puedo escribir la tarde entera. Que cuando el cielo es como hoy, mi corazón salta de mí y deja pintados los muros de la ciudad con el graffiti de mis sueños.

viernes, septiembre 15, 2006

Desnuda y con Martillo

***Sept/03


Dolor, dolor, por donde quiera que camine. Es una mala idea buscar por la suavidad de las flores, caminando por un bosque de espinos.

A veces el dolor cesa, pero de nuevo inicia. Volver a confiar en la gente, volver a dar de una misma, pero todo es demasiado. Lo que doy siempre es regurgitado, pienso que doy suficiente, pero es demasiado.

Mala decisión mostrar lo que será desdeñado. Mala decisión mostrar lo que será deseado. Debería estar como lo hace ella, la que se oculta tras mi nombre. Bajando el rostro con una mirada tímida, tapándose hasta que no se le vean sino el cuello o algún par de nudillos pálidos. Debería ocultarme como ella, alzar la voz tan bajita, que nadie puede escucharla y pedir permiso o pedir disculpas siempre. Porque así es mas cómodo ir por la vida, sin sacar los pies del disco giratorio, sin quitarse jamás la ropa.

El descaro en una mujer es intentar ser honesta, todas las verdades parecen siempre medias verdades. Todo acto de libertad es una ofensa. Habrá que ser como ella, que escribe en una página como anónima y no sale con desconocidos. Habrá que ser como ella que terminó la carrera con felicitaciones y todo y es querida por quien la vea. Habrá que ser como ella, como ella…

Pero la pobre niña se cansa de tener siempre a cuestas la burla del mundo que camina con caretas, tener que andar con disfraz, si puede desnudarse entera. La pobre niña siente que miente, que se va mintiéndose siempre. Y sufre por no mostrarse, por ocultar lo que es, parte de lo que siempre ha sido.

Pero hay dolor, dolor afuera. Cuando la niña sale de casa, siempre hay alguien al acecho, cuando escribe, siempre hay alguien al acecho, debe tener cuidado, hay quien hace daño sin darse cuenta y los que buscan hacer daño. ¿Cómo detectar a la oveja del lobo, si en este baile todos van disfrazados? Habrá que quitarse la ropa, arañarse frente a todos, sacarse la ropa a trozos, hasta que puedan al fin verme.

Pero jamás es suficiente.

En este baile de máscaras a la niña que llevo dentro le da vergüenza exponerse, tiene tanto pánico a mostrar de si cada detalle y que no sea recibido. Teme que exploren sus rincones, no con la suavidad que entrega ella, sino con ese don asesino. Esos dedos mecánicos, ese pensamiento fálico, que intenta violarla cada vez que se abre, que intenta hacerle daño con esas palabras violentas, con ese ser que hace daño.

La niña que llevo dentro quisiera vivir tapada, cubierta hasta los tobillos, no volver a ver a nadie. Nadie que le haga daño, quisiera mostrar lo mínimo de sí y seguir riéndose a solas de lo que no lograr ver nadie. Pero ya no puede con eso, porque cuando se va a la cama, piensa que está mintiendo, que se está mintiendo a diario, pues ella no es mojigata, ni buena niña.
Ni niña buena, sino todo a la mitad y a veces quizás menos.

La niña que llevo dentro quisiera que yo siempre calle, que deje de contar en público las vergüenzas que la hacen fea, quisiera que deje de hablar y actuar como si diera pena decir lo que yo llevo dentro.

Pero no puedo, no puedo.

Porque en este baile de máscaras no puedo mentirme a mi misma con el traje adecuado, Como lo he hecho siempre. No puedo ponerme el traje para ir a la oficina, o el uniforme para atender enfermos, no puedo vestirme circunspecta como cuando visito a mi ex suegro. No puedo ponerme nada, porque todo es lado izquierdo. Tampoco el traje brillante de las fiestas en que sonrío, ni el traje morado de cuando deseo que me deseen, En ésta fiesta de caretas no puedo ir más vestida de traje y de colores, que hagan perder de vista , a la niña que llevo dentro. Por eso debo desnudarme, como si hacerlo fuera un juego y a veces el juego duele.

¡Vaya que duele el juego!

La niña que llevo dentro, quisiera que deje yo, de jugar siempre con fuego. Que me detenga, que no hable, que deje de escribir izquierdo. Pero yo le digo que no puedo. Que aunque a veces quiero yo tampoco puedo.

Porque en éste baile de máscaras soy la única que puede ir desnuda y tener el valor de hacerlo; y decirlo todo como una afrenta a los que caminan derecho. Como una especie de vendetta a los que se visten correcto. Yo debo caminar desnuda como en todos mis sueños. Pero a veces olvido, a veces me olvido tanto, que en esta sociedad de mierda, una mujer desnuda o es una diosa o es una puta, y como yo no se caminar derecho, a veces puedo ser tomada por los lados incorrectos.

Y camino desnuda, que miedo que me da el hacerlo…

Y aun así no es suficiente, pues jamás llego a mostrar todo lo que tengo aquí dentro. Me rasgo las vestiduras, muestro todo mi cuerpo, me quito la piel que cubre a las mil niñas que llevo dentro. Y me quito fibra a fibra los músculos y algunos sueños, pero no es suficiente. Jamás hago lo correcto.

Me he quitado los huesos, cada órgano que no sirve, me he vuelto transparente, casi, casi invisible y es justo en ese momento que la niña que llevo dentro no ha podido ocultarse mas… pero nadie la ha visto.

Ha corrido con ese miedo que le han enseñado desde chica a confiar en las personas, de adorar a los santos muertos. La niña corre presurosa en la cárcel de mis costillas, hacia un laberinto interno de la que no la salvan las amigas.

Dolor, hay mucho dolor aquí. Justo cuando quiero ser transparente, la gente deja de verme.

La niña que llevo dentro, se sigue poniendo disfraces, cubriendo de toda la ropa que yo me quito de un zarpazo. Debajo de los vestidos se abraza a si misma, esperando que me calle, que ya no muestre más cuerpo, que ya no muestre mis sueños.

Pero la niña que llevo dentro se olvida de mi deseo, de que aun a pesar de mi dolor, alguien pueda verla a ella, lo único que queda diáfano después de todo este tiempo. Que alguien pueda acogerla y no hacerla parte de su deseo.

Por eso aguanto el dolor, mi niña. Por eso Laura sale a la calle desnuda y con Martillo.
Para que alguien en la multitud pueda verte, aunque todos hayan dicho que te han visto.
Aunque afuera no haya gente buena, aunque afuera siempre haga frío.



***Sep./15

El día es gris, tengo una bolsa de nísperos en la mano y pienso en el dolor, ese dolor que nunca se va, que vive siempre al acecho...pero que en días como éste hacen que sepa exactamente cuál es mi camino, aquel que tarde o temprano conduce a la Tierra de los sueños.

Violetas

Hay aroma de violetas en mis recuerdos sobre ti,
Hay canciones sin letra definida que brotan en mis oídos
Hay calor en mis poros, suavidad en mi vientre.

Cuando pienso en ti, todo es perfecto.
Cualquiera diría que existieras.
Pero tu presencia se ahoga
entre mi ombligo y mis sueños
Desaparece y vuelve solo

en ese tiempo vacío,
en las horas en que duermo.

Hay aroma de violetas,
Agitando mis sueños.
Siempre hay perfumes de recuerdos,
Cuando pienso en mis anhelos.

Hoy no escribiré mi carta larga,
Esperaré a que me escribas,
Tal vez haya entonces un nexo
Entre los recuerdos y los sueños.

jueves, septiembre 14, 2006

Charlas con mi padre

Hace algunos días mi padre estuvo por casa. Viene cada vez que se aburre de compartir la vida con mi madre y mi hermana. Cuando ellas me avisan, yo cambio de cara. Lo primero que pienso es en su cigarro desde las 6 de la tarde llenando de humo todos los rincones del departamento. La estación de noticias a alto volumen por la mañana. Su desaparición por horas cuando va a visitar a mis tías. Sus charlas largas con los taxistas. Su crucigrama de dos pliegos en la mesa del comedor... A veces preferiría que no viniera.

Por suerte, cada vez que salgo a almorzar con mi padre, descubro que es una caja de sorpresas.

Hay veces que viene y en lugar de irse a almorzar con sus hermanos o amigos, me invita a mi a almorzar fuera. Entonces me arreglo y nos encontramos en algún restaurante bonito. Allí empieza esa parte suya que me avergüenza un poco y me hace reír. Les toma el pelo a los mozos, los bromea y los hace sentir tontos. Yo me río con la cabeza agachada, juntando las manos en la frente. No se como mi madre con ese carácter tan callado pudo pasar tantos años con este hombre!

Luego, caminamos. Es bonito caminar con mi padre después del almuerzo cuando el sol cae de forma oblicua sobre la ciudad. Yo lo dejo hablar, sin interrumpir. Mi padre puede hablar por horas de sus anécdotas de niñez y adolescencia. De esa vida fantástica que todos quisiéramos tener. Yo me conozco de memoria a los personajes, pero igual me río. Mi padre tiene la magia de hacerte reír con él, aunque no quieras.

Y caminamos de brazo lentamente, cruzando parques y puentes. Porque nadie nos espera, así que podemos perdernos y hablar de todo. Entonces, no se en que momento, pero yo me abro con él y le cuento mis miedos, mis sueños, las pequeñas cosas que he hecho. Sobre mis nuevos amigos, las cosas que me hacen reír. Los programas de televisión. De todo un poco y él me escucha. A veces siento que en realidad me escucha.

Y caminamos por las calles viendo como dos niños los escaparates. Le pido que me acompañe a comprar carteras y zapatos. Y él no se niega, a veces él me tiene una paciencia increíble. Luego vamos por las joyerías buscando algún dije para mi madre “esa vieja engreída” como le dice él. A veces no compramos nada, lo mas divertido es ir hablando y llegar a algún sitio a tomar un jugo de tumbo o a comer un postre.

Mi padre se compra empanadas que come con fruición como un colegial. Yo me río al verlo, debería cuidar su peso, debería dejar de fumar…pero se ve tan feliz, que yo no puedo ser médico con él. Por ese día yo solo soy su hija pequeña, diciéndole que me agrada salir con él, escucharlo hablar.

Si, no he podido evitarlo. Le he confesado que me agrada hablar con él, cuando está así de bueno. Y es que mi viejo te habla de todo, de historia y de política, te arenga para la vida y te dan ganas de saltar de la silla e irte a vivir la aventura. El puede arengar a ejércitos, podría convencer a cualquier persona que el destino está en nuestras manos y que Dios está en todas partes pero no se parará a ayudarte. Que quien debe ayudarse es uno, salir a hacerse fuerte sin culpar a nadie. Que si debes creer en algo, es en uno mismo.
“En ese resorte interno que hace que puedas salir a pelear por tu destino”.

- “Recuerdo un hecho que hizo sentir tan feliz por ti…”-Al terminar de decir esto, se detiene dubitativo.

Se que no debe reconocer que estuvo de acuerdo cuando me fui de casa a ese fin de semana con el Innombrable, olvidando mi carrera, mi familia. Todo.

“Yo tengo mis propios plazos”- fue la única frase que dije a mi familia que me trataba de convencer de que no viajara.
Y mi viejo la repetiría siempre. “Dejen vivir a mi hija, ella ya tiene sus propios plazos”.
Nadie sabía si volvería. Pero me dejó ir en busca de mis plazos y mi destino.

Seguimos caminando por la calle casi vacía. “Tu y tu hermana tienen esa fuerza para tomar la vida”- dice luego de un rato meditabundo.

Y en medio de la tarde de colores naranjas reflejándose en cada ventana, yo prefiero creer que tengo la fuerza de mi propio padre para confiar en las decisiones de sus hijas.


miércoles, septiembre 13, 2006

Canela (4)

- No tengo zapatos que combinen con estas panties- le digo, algo apenada, mientras camino por la estancia de puntitas y descalza.

Esas medias a rayitas y con encaje en el medio muslo son muy bonitas para cualquiera de mis zapatos comunes.

- No, importa- me dice-
Igual te quedan bien.

Empezamos, entonces. Me siento en el sofá donde cae el sol de las dos de la tarde y el me acomoda el cabello y limpia las plantas de mis pies con la cámara en la mano.
Ese gesto me paree el mas tierno de los últimos días. Sentir sus dedos limpiando mis pies, como a una niña pequeñita.

- Tómate el pelo- dice más serio.


Yo lo hago, obediente. Es fascinante como adopta esa expresión y esa voz sin altibajos, cuando hace su trabajo. Se le nota muy profesional. Casi no me toca. Solo pide que me ponga mas a la luz, que me quede quieta.
En la sala silenciosa, solo hay luz natural filtrándose por las ventanas y el sonido de la cámara al hacer las tomas. Ese sonidito que me permite respirar, terminada la foto.

- No te rías, Martillito, ya terminamos- me dice con gesto benevolente

Yo no puedo evitarlo, ha de ser la vergüenza. Me da miedo que cuando vea las fotos me vea como realmente soy. Mi piel, mis manchitas, las ojeras cuando no uso los lentes. La verdad tengo miedo, por eso me río sin parar.



- Esa soy yo?- le digo con los ojos súper abiertos, cuando días después me muestra las fotos
- Claro, que eres tu- sonríe-
Te dije que eras una mujer guapa.

Yo no puedo creerlo. Pienso que me está tomando el pelo, pero me agrada que me diga guapa. Suena bien, parece una caricia en su voz. Pero me sigo mirando. Algunas fotos son a blanco y negro y hay otras, que son en tonos canelas. Es gracioso como la luz de la tarde hace ver todo totalmente canela. Mi piel, las medias marrones con el encaje alto, mi cabello, mis manos. Todo es un hermoso fondo canela de diferentes matices según la luz.

-
Te gustan?
- Si- le digo lacónica. El resto es silencio.

La verdad es que me encantan. Parece que él hiciera magia con esa cámara y volviera una chica oruga en una colorida mariposa que sobresale en un manto canela.


Él tiene magia, pienso. Tiene la magia de hacerme creer en mi, por fuera y por dentro.

martes, septiembre 12, 2006

Laura No Está

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...No me siento bien…hoy perdí la fe…la suerte juega con cartas sin marcar…no se puede cambiar...

(Calamaro)

No dejo de oír esta música, ando dispersa. Lo único que me encausa es poder oír música y escribir sin voltear a ver a nadie, ni levantar la cabeza. Me siento tan bien…ayer hablé casi seis horas por teléfono y dije todo lo que tenía por decir. Ayer tenía el corazón tan lleno y el cerebro explotando, que necesitaba hablar. Hubo un descanso para mis dedos, pero mi boca y mi lengua no cesaron de confesarse, entre risas y sabor de plátano.

He pensado en cerrar el blog para Diciembre, asumo que habrá crecido todo lo que debe y es momento de matar a Laura Hammer, o como quieran llamarla. Antes que comience a escribir pensando en los otros. Pensando en escribir divertido.

Yo no puedo ser divertida cuando escribo, no tengo historias optimistas para contar. Y aun cuando lo hago, el tinte de mi voz suele ser algo melancólico. “sexualmente melancólico” como me dijo alguien.

No podría escribir sobre lo que la gente desea leer. Al menos no todos los días. No tengo lo que la gente quiere, o necesita. Y soy feliz de saberlo. Escribo solo para mi y para quien le de la gana el leerlo. Pero odiaría volverme divertida, masticable y fácilmente digerible. Odiaría leer lo que escribo como si fuera un bagazo que a nadie le sirve mas que para reirse. Yo no hago campañas de autoayuda, ni busco rebelarte contra el mundo, mas...

¿Quién sabe?

A lo mejor es el proceso de autodestrucción de todo blog, unos inician así, otros lo hacen al final.

En todo caso, matar antes que dejar morir- eutanasia pura para el blog que llegue al año.

Me dicen que lo mío deprime y yo me río. No puedo escribir para solucionarte el día, para contarte algo que te haga reír en medio del trabajo de oficina, algún chiste para que les cuentes a tus amigos. Yo no se escribir para divertirte. Pero a veces me divierto contigo. ¿Quién sabe? A veces solo yo sé con lo que me río.

Pero yo escribo alucines y depresiones de lunes a miércoles, el resto de la semana depende del suicida en cuestión. Si amaneciste mal, yo no te solucionaré el día. Podría hacerlo, pero no me interesa. A mi me gusta sembrar semillas en ti y que si algún día quieres las vuelvas frutos maduros.

Quiero hacer lo que mis amigos hacen por mí: Inspirarme. Lo que mis amigos me dejan bajo la piel, ganas de seguir diciendo lo que pienso, como lo pienso. Sin palabras bonitas, sin una jerga especial para agradarte. Eso depende de ti. Yo hablo como pienso. Si te quieres suicidar después de leerme, anda toma el cuchillo. Yo no he venido a salvarte, ni a liberarte de las tristezas que lleves, de tu soledad guardada. No vengo a tratar de enamorarte, yo podría ser cualquiera. Tampoco vengo a hacer algo bueno por ti. Trato de hacer el menor daño posible y si lo que escribo te sirve: Bien por ambos, pero no me pidas que deje de escribir así, con las entrañas abiertas, solo para satisfacer a todos.

No me pidas que deje de ser. Solo déjame cuando quieras, yo sabré entender.

Yo hago historias truncas, dejo finales abiertos, para que sueñes el resto. Yo me culpo y lucho conmigo a diario. A veces gano, a veces pierdo. Dejo aquí cada fluido mío, a veces de besos, a veces de lágrimas. Un poco de sangre. ¿Quién sabe?

El día que vuelva quizás lo haga con otro nombre, si me reconoces, no hay premios. Escribo para mí y de vez en cuando para el resto. Pero no me pidas que sea divertida. Yo ando con libros desojados, con música en los oídos. A veces sin ropa, si eso te calienta, no es mi problema. Cada quien hace mitos de lo que desea. No está en mis manos portarme bien, para que solo me ames y nunca me odies. Ni en mi boca la palabra divertida que te solucionará el día.

Yo me voy y me vengo cuando quiero. Si quieres venirte conmigo, eso no es algo sobre lo que yo pueda aconsejarte. Simplemente, Ese ya no es mi problema.


Desempacar el Corazón

Es difícil, lo se. Desempacar el corazón, quitarlo de su envase aséptico. Sacarlo de la lata en donde late bajito para que nadie lo escuche. Es difícil, lo sé.

Tal vez fue el paso más difícil en el camino a volver a quererme. Desempaquetarlo y hacerlo latir de nuevo, aunque sangre al principio. Y sea terrible de ver. A la gente no le gusta ver músculos sangrantes, arterias cortadas, gente como yo, que pueda sentir por completo.

Pero el corazón busca su camino a libertarse como un pez que escapa en el agua, de quienes quieran acorralarlo. Mi corazón se lanza al mar, sale de los estanques mágicos en donde aguardaba hechizar a algún príncipe encantado y corre. Es un corazón que se choca con todo, que se revuelca en las zarzas, que pisotea las hojas secas, que duerme a veces en camas de espinos.

Le clavan arpones, a veces alfileres. Mi corazón sangra cuando ve a los niños experimentar con él. Cuando ve a la gente manipularlo para ver si en verdad sirve. Mi corazón resiste inquebrantable, Trata de no volverse duro. De no hacerse duro esta vez.

Es difícil, lo se. Amigo mío. Se que es difícil desempacar el corazón. Pero te aseguro que vale la pena, poder sentir de nuevo, aunque el 90% del camino sea dolor. Ese 10% de sentir sin bozales, es las mejor cosa del mundo. Y no hablo de amor, ésta vida no está solo hecha de amor, el mejor ingrediente es también tu corazón.

24 horas de mundo real

La pregunta para el ensayo en francés se refería a ¿Qué acontecimiento había cambiado mi vida. En la practica oral había ensayado la típica ...