lunes, mayo 22, 2006

La noche era de otoño




La noche era de otoño, veredas de mantequilla, noches de estrellas confitadas, la vida transcurría blanda y con olor a felicidad. Ella se sentía a salvo, caminaba sorteando flores secas, fotografías a blanco y negro y de color, saltando sus propias nostalgias, su tendencia a la insatisfacción y a la tristeza guardada.
Ella quería estar a salvo y daba pequeños saltos alrededor de él, dejaba que el cabello le acariciara los hombros, para luego poder mostrárselos, así media desnuda, así también, media cubierta. Se ocultaba a su espalda y le tapaba los ojos, respiraba en su cuello, abrazaba su abdomen y le decía no me dejes, aún no me dejes. Porque ella sentía miedo a que un día el la abandonara, por eso caminaba entre mariposas y se pintaba en las escápulas los colores de de las flores y los símbolos de los sueños.
Usaba tinta china y en retazos de poemas colocaba, aquello que solo él pudiera leer, frase sueltas, poesía, poesía de frases truncas; luego un origami de hojuelas de piel desnuda y de huellas invisibles de su mano acariciándola se elevaba como nube de color en la noche blanca y le formaba alas para seguir volando, para seguir también, creyendo.
Un día el la dejó esperando fuera de su taller. Ella agitó sus alitas contra el cristal de la ventana y rondó la casa a oscuras, esperando con su sonrisa enorme que el saliera a su encuentro y la quisiera de nuevo. Danzó bajo la luz blanca fluorescente y vio algo que ya intuía pero que por primera vez le dolió en el alma, pues sabía era la visión de su propio futuro. Vio al coleccionista de mariposas acariciando las alas de miles de otras “ellas” desojadas como pétalos sobre la mesa de trabajo. Vio mariposas amarillas, rojas, moteadas y de todos los colores, azules de ribetes negros, mariposas de la fortuna y de la desgracia. Cada frágil mariposa atravesada por un alfiler de cabeza roja. Cada una de ellas sobre un viejo pergamino.
Entonces su rostro entristeció sin proponérselo, y un dolor grande e indefinible se apoderó de su garganta; no le dolía por las que estuvieron antes que ella, sino por todas las que vendrían. Se supo ordinaria y común, de esas mujeres mariposa a la que se las deja espreando de la ventana para afuera. Y se las deja entrar un día, pero solo para ponerles un alfiler en el cuerpo y volverlas un recuerdo sobre la página amarilla. La duda la recorrió entera, gruesas lágrimas mojaron su tez, sintió que se iba muriendo.
Cuando el estuvo de vuelta , ella ya no era la misma, algo en su voz había cambiado, ella ya no era feliz, sus alas cambiaron de color y se hicieron pálidas y fúnebres, pero él no podía saberlo, él sonreía por su nueva mariposa, por saber que la tenía. Cuando apenas hace un rato ella ya había muerto. Ella no pudo entender como él no veía que se estaba despidiendo, que debía volar de nuevo, para que no la dejen antes, que ya no había ninguna sonrisa en su cara, que él hablaba ahora solo con un fantasma. El fantasma al que él creía querer.
Ella se despojó de su traje de mariposa, de su epidermis tatuada, de lo que había esperado para darle. Salió corriendo de allí, con los pies y el alma desnuda, esperando que él fuera detrás suyo, que la detuviera a tiempo. Pero él no sabía que ya estaba lejos, la joven en el umbral de su puerta no era ya ella, el acariciaba ahora los pétalos de un recuerdo. Entonces ella, la mujer real, se alejó sollozando, sin poder llorar para desahogarse, solo sollozando con ese dolor en la garganta como de grito de becerro herido, sintiendo el latido en la garganta. Recordó que es por la aorta, por donde los indios dicen que el animal grita cuando muere y ella supo que era cierto.

Que ese grito venía de su propia aorta, de lo profundo de su corazón herido, un grito mezclado en latidos fuertes como de doblar de campanas a mitad de la noche silente.

La calle quedó vacía y sin ruidos, el acariciando en su puerta, el fantasma de la mujer mariposa iluminada por la luz blanca de sus dedos tiernos. Y ella, la mujer real, doblando la esquina, en su carrera por salvarse de ser sólo un recuerdo marchito, en el gran libro abierto del Coleccionista de Mariposas.

6 comentarios:

*Blue*Princess* dijo...

me encantan!! las mariposas!!!!1

el texto triste :(

klimt dijo...

me ha gustado mucho!!
es de leerlo despacio y disfrutarlo
muy bien logrado, Felicitaciones

Qymera dijo...

Me ha enamorado el texto. Expresa mucha sensibilidad contrastada con una insensibilidad grotesca. Yo prefiero a las mariposas libres y, que cuando quieran, vengan a verme para disfrutarnos en la compañía y cuando sea el tiempo, verla marchar sin sentir tristeza, sabiendo que ese es el valor que se haya en la libertad. Un abrazo querida amiga.

José Antonio Galloso dijo...

Tu prosa fluye tan natural, el oficio se percibe. No te detengas
Saludos

junio dijo...

Mentira, ya estaba apesadumbrado antes de leerte.
Eh...

novivo dijo...

Me gustó mucho el texto. los coleccionistas siempre tienen a su favorita y que no necesariamente está ahí clavada.


saludos

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