Puedo reconocer que no aprueba esta nueva versión de mi, que se fue gestando mientras nuestra amistad crecía. A ella se le dio por internarse en los libros y los grados académicos y a mi, bueno, abandoné todo eso. Ansiaba buscar ese otro yo abandonado, oculto y avergonzado que había guardado en el desván por tanto tiempo. Ya no le quería regalar la vida a asuntos que asumía sin importancia, leería solo lo que me complaciera, haría solo los viajes de placer en donde no tuviera que decir quien era y jamás volvería a preocuparme que decían a mis espaldas.
No ha sido fácil tomar ese camino, porque en el fondo mi yo complaciente e intelectualoide quisiera volver a ponerse a la primera de la fila y hacer el mejor trabajo, dar la mejor respuesta o quizá oír mi nombre mencionado con la frecuencia de antes. Pero hubo un momento que decidí dejar todo eso atrás como se abandona un viejo abrigo y aunque todos dijeron que me entendieron, creo que en verdad nadie lo hizo.
Cuando nos sentamos a la mesa son pocos los temas que tenemos en común, mi mundo interno está ahora plagado de figuras y sombras que han salido a relucir como mis tantos yo. Incluso aquellas personas que permanecían en la ficción mas lejana se han vuelto reales. He ido al encuentro de todo lo que me asustaba, lo he saboreado y lo he sabido escupir a tiempo. Ya no puedo contarle esas anécdotas, es demasiada emocionalidad. Demasiados sentimientos. Las charlas entre nosotras en cambio, se reducen a anécdotas médicas, a datos concisos, a algún tema en común de vaga importancia.
Los últimos años dejé que mi mundo interno floreciera como un baobab que se hubiera plantado justo a mitad de la sala de centro. Todo lo racional, lo lógico, las decisiones financieramente prácticas de la vida han sido marginadas, olvidadas. En el centro de mi cabeza hay un árbol en el que se posan pájaros que cantan en mil trinos y yo trepo por sus ramas descalza, olvidando el fin material y efectivo de haber venido a este mundo. Ya no sé que es el éxito, la fortuna o un buen futuro, todos esos me suenan a conceptos vagos que ha inventado la gente grande que envejece fuera del árbol de mi cabeza. Gente que muere en mis manos sin una utilidad precisa.
A veces sin embargo, extraño hablar de todo lo que sé. No sé como reunirlo en un solo tema de conversación o con que finalidad lo haría. Me he acostumbrado a mostrar fotos o hablar de gustos universales, ser amable por cinco minutos es fácil. Ser amable en la primera cita. Luego ya no. Subirme a mi árbol mental, ignorar a todos, gozar de la misantropía de ignorar cualquier cosa que me digan hasta que decida bajar de mi indiferencia por algo, algo que de verdad me interese. El ruido de las conversaciones gira alrededor de mis pies como un rio turbulento y sucio del que no reconozco de donde o a donde va su mensaje. Son conversaciones inútiles, en las que me pierdo fácilmente. Puedo fingir que estoy inmersa y luego ya no. Fingir a los 20 era fácil, ahora ya no tanto. El tiempo es corto, no me interesa fingir que encajo bien en una conversación que no es la mía. ¿Qué objeto tiene? la gente solo quiere hablar de si misma aunque no les preguntes nada.
Siento su desaprobación, ella es menor que yo. Es mi mejor amiga y sin embargo podría representar toda esa parte en la que ya no encajo. Siento la mirada de mi madre en su mirada, o la mirada de todas las mujeres que han sido criadas de una forma mas tradicional y me juzgan cuando ven lo que publico. Siento que quisieran trasladarme la vergüenza sobre mi cuerpo que no es perfecto, como para llevarlo tan desnudo. Que ya no es joven, para llevarlo tan descubierto, que no es simplemente. Un cuerpo que no es y que por tanto debería ser tapado y desaparecido. visto solo en la intimidad como una vergüenza o el privilegio de observar una carne que envejece. Y como he visto esa mirada tantas veces, me opongo a cubrir mi piel, mi carne, mis fotos, la película de mi vida. Y ya no me importa que gocen mil zánganos, incluso los que podrían hacerme daño, de los que ella y las otras ellas quisieran protegerme. No es mi cuerpo del que hay que tener miedo, ni del sentimiento de querer mostrarlo, abrirlo ni exponerlo o espulgarlo. Es mi cabeza, mi destartalada cabeza que ya no está mas entre ustedes, ni entre todos sus anhelos de convertirme en lo que parecía que me convertiría. La mujer madura no desea madurar. Se ha quedado niña trepada en su árbol de sentimientos de pérdida y anhelo.
Pierdes el tiempo ¿Qué haces perdiendo el tiempo allí? Le das perlas a los cerdos, es tu cuerpo, pero les das perlas a los cerdos. No estoy allí, respondo, ya no estoy en ninguna parte. Por momentos solo me siento yo cuando recuerdo momentos específicos de mi vida real. Sigo bajando esa montaña que bajábamos esa tarde juntos, envueltos por la niebla y él no me miraba el rostro pero quería saber exactamente como pensaba, como explicaría en mis propias palabras la función del ribosoma o intercambiamos podcasts sobre idiomas o sobre música. Y aunque el no me miraba yo me sentía vista, porque no tenia negar todo lo que sabia para agradarle a nadie, ni tenia que mostrar todo lo que mostraba para retar los pudores de nadie. Solo debía ser yo, la que vive detrás de sus lentes, la niña que leía mucho y que tiene un árbol de ideas locas creciéndole en el medio del cuerpo.
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