domingo, junio 25, 2006

Caminatas

Hace tiempo que llevo caminando, pero hoy lo he disfrutado más que nunca. Esta mañana de domingo es soleada y pacifica y yo me animé a caminar por el parque saltando entre las piedras del caminito de la izquierda, pensando en mí, en todo este tiempo a solas. En todo el tiempo que espera allí afuera. Caminé pisando las hojas secas de los árboles y a cada crepitar de hoja muerta, sentía que no estaba completamente sola, que te mostraba el camino, como siempre.

Hace años que camino así, mostrándote el camino, comentando los paisajes que veo y explicándote el por qué de las aves, el por qué del clima, el por qué de todo; aunque yo ya ni pueda entenderlo. Hace años que me pierdo en calles y parques caminando a solas, porque la conversación vecina me cansa. Hace mucho que hago monólogos mentales de lo que siento y vivo y de vez en cuando, ya tú sabes, de vez en cuando también los escribo.

Pero ésta mañana caminé contigo y te hice creer que estaba feliz, aunque me sienta por momentos asfixiada, en este lugar en donde todas las posibilidades están exploradas y todos los límites resueltos. A veces ya te lo he dicho, quisiera tomar la mochila y volver a irme. Escapar de este lugar al que se conforman todos. Quisiera irme, escaparme contigo.
Pero no puedes, ya sé que no puedes. Así que mientras camino, te voy mostrando el mundo, esas pequeñas cositas que la gente no advierte. Y que yo fotografío para ti.

Voy tejiendo recuerdos, recolectando imágenes y me hago un espacio propio e invisible, en donde lo cotidiano no ingresa, en donde solo te doy lo que quieres ver. Una esfera de cristal en medio de la ciudad gris. Un espacio privado en medio de la multitud de ojos que no ven. Te muestro allí esa mitad de mi rostro, esa curva en mi talón desnudo, esa línea en mi columna arqueada. Fotografío solo lo que quieres ver y te dejo construir el resto.

Hace tiempo que llevo caminando y hoy ya es domingo, pero no quiero volver a casa. Hace tiempo que mi casa no es mi casa, que prefiero seguir caminando y contándote lo que veo, como si fuera nuevo. Ojala un día te atrevieras a caminar conmigo, a compartir mi silencio mientras nos perdemos juntos en una marcha sin tiempo, y de vez en cuando, también, a resistir mis monólogos insufribles, esas charlas en que te hablo de mi y de todo lo que tengo dentro.
Espero me perdones, a veces solo hablo y hablo, como para dejarte un recuerdo y no desaparecer del todo; para poder así al menos quedarme unos minutos a solas contigo.

sábado, junio 24, 2006

Amaneceres

Hoy amanecí y era tarde. Bajo las frazadas aun se olía esa fragancia a lo ajeno, al deleite de un sueño que se escapa en las puntas de los dedos y pasea frente a la nariz victorioso, como la raíz de un recuerdo. Ese olor a pintura fresca y a dedos de pincel. Ese aroma a nosotros.

Hoy amanecí y con los ojos cerrados busque el yogurt blanco de chirimoya y lo deje pasar helado por la garganta, antes de volver a la cama. No quería dejar de soñar. No quería vestirme e ir a la mesa a tomar el café a solas. Prefería quedarme así, soñando contigo. Bajo la sábana, había constelaciones dando vueltas, mariposas de color y de alas suaves, pétalos de flores azules y esencia de coco y canela.

Yo no quise despertar, me resultó demasiado placentero quedarme bajo las sábanas pensando y tejiendo sueños. Ignorando los rayos de luz de la ventana. Me siento cómoda en mi capullo de cobertores y almohaditas pequeñas. Yo no quiero despertar.

Por que cuando sueño lo hago contigo, con ese rostro que voy creando poco a poco, con unas manos que voy moldeando a mi cuerpo y con esa boca suave que aun no pruebo. Yo tejo sueños entre las sábanas y me abandono feliz a esa idea de poseer y ser poseída, de hacer mimos con los ojos cerrados y oír una canción sin letra, de música que acaricia y pervierte. Yo me quedo dormida para soñar contigo.

Yo me quedo soñando, para así vivir un poco contigo.
Y así, ya no importa mas nada, porque mientras voy creando tu rostro y tu piel en mi memoria, siento que te haces real y yo me vuelvo sueño; entonces navegamos juntos en un mar sin olas, a un destino que ambos desconocemos.
La gente dice que esto es amor, no, imposible. Esto es un sueño, por eso me da pereza y dolor el despertar. Por eso hoy amanecí y ya era tarde, pero tu fragancia quedaba bajo mío y tu boca en mi memoria, como si existieras.

Que tontería, no? Como si ambos aun, existiéramos.

viernes, junio 23, 2006

Charlas de Viernes

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Me alegro que ya sea viernes, tenia muchas ganas de tomarme el café contigo. De hablar un poco, ya sabes. Volví al departamento y me llene de una ansiedad tremenda al ver el espacio vacío y recordar esos meses solo yo y mi mente. Pensé que no volvería, pero ya ves. Incluso la casa de mis padres me ha resultado incomoda, viviendo como vivo. Allí me la paso escribiendo y tomando el sol, pero ya era tiempo que volviera aquí. Es extraño, antes me sentía cómoda con mi soledad, ahora solo me aterra todo este tiempo perdido, este tiempo que no se comparte, un tiempo absurdo en donde no hago mas que escribir y oír música. Una de las ventajas de haber vuelto es que puedo oír la música que quiero a todo volumen y sin nadie chillando. Y puedo bailar, no sabes cuanta falta me hacia poder bailar sin ropa. Claro, aquí hace frío. Pero necesitaba soltar un poco el cuerpo. La ropa vuelve hurañas a las personas, las vuelve silentes, tristes.

Detesto no disponer de una bañera en este departamento, además mis viejos se encargaron de quitar la terma eléctrica para cambiarla por una a gas... que no llega. Me pregunto si la tendré que pagar yo, si finalmente en papeles este departamento sigue siendo suyo. Hoy me tuve que bañar con una olla de agua caliente y una taza, igual que los inviernos en que trabajaba al fin del mundo. Me trajo muchos recuerdos, estar allí sentada en la ducha, dándome tazas de agua tibia sobre la piel enjabonada. Con la música a todo volumen. Me compre el disco de Global soul, te lo dije? Bueno, también está muy interesante. Da ganas de seducir a alguien. No te rías. Hace tiempo que no me arreglo para nadie. Que uso ropa holgada y casacas gruesas, que el maquillaje es mínimo y que el cabello esta siempre medio despeinado. Hace mucho que no uso ropa interior, porque toda la que tengo es para “esas ocasiones especiales” y creo que ya mejor les pongo naftalina, porque “esa ocasión” no llegara nunca. Si, ya se es mi culpa, por autoexiliarme igual que cuando trabajaba. Reducir mi existencia a dos habitaciones y un computador. En la casa de los viejos no era tan difícil, al fin y al cabo en el comedor siempre hallaba a alguien para hablar, incluso me sentaba a revisar matemáticas con mis sobrinos. Pero aquí, en este departamento la soledad es obvia.

Hoy después del baño rustico, me puse crema en todo el cuerpo igual que en eso días, pero en lugar de ponerme la ropa de casa, comencé a aprobarme toda esa ropa que ya no usaba. Incluso un vestido algo sugerente que utilizaría en la fiesta de Año nuevo y que preferí guardar para algún “momento especial”...creo que me tendrán que enterrar con ese vestido, porque como voy no creo que haya oportunidad de usarlo. Ya sé; sé que debería salir a circulación, debería socializar, tal vez sí. Hoy mientras me vestía, bailaba y tropezaba en la habitación desordenada, oyendo la música que me hacia bien; pensé si no debería organizar una fiesta en este departamento, para comer bien y bailar un poco. No sé, unas de esas reuniones que hacíamos antes. Pero, es inútil, todos mis amigos se han ido o están en otro país; otros andan casados y me siento algo tonta de llamar a mis amigas del French para invitarlas a una reunión de tragos y música. Parezco desanimada, no?

No pues, si hoy hasta me vestí bonito. Increíble, hasta me siento delgada. Camino aquí, varios tipos lanzaron sus típicos intentos de piropo y me hicieron sonreír. Pero tengo algo de temor de volver a socializar, esa es la verdad. Hace un año cuando volví a la civilización, tuve la misma necesidad de salir, de querer vestirme y arreglarme para alguien, de comprar esa ropa que intenta seducir y me fue bien. Vaya que me fue bien. Fue en ese tiempo que conocí a mi ex el italiano, el único tipo que tomo la iniciativa conmigo, igual que en comedia romántica. Recuerdo que en uno de las salidas del cine me pregunto si salía con alguien y al responderle que no, se quedo con la cara tiesa y esa mirada de lunático que tenia, para gritar luego “Pero, que ¿Vives en un barrio de puro maricon o que?”

Yo me reí al ver su reacción, era tan explosivo en todo. La pasábamos bien, no había amor de mi parte, es cierto. Pero si fue una relación bonita, oyéndolo cantarme Farfalina en el oído cuando aclaraba por las mañanas o haciéndome correr de la mano por las calles, siempre deprisa, como si el mundo se nos acabara. Me pregunto que hubiera pasado si me casaba con el cómo quería? Ja, ese tipo estaba lunático, creyendo que yo era la mujer de su vida. A lo mejor ahora luciría una “bella cornamenta en la mia testa”. Porque hombres apasionados como el, te dejan siempre por una pasión nueva. Y todas esas virtudes que él creía que yo tenia, podían ser superadas perfectamente, cuando en nuestra relación no había rastro de amor.

Yo no lo quería pues, ¿cómo voy a querer a alguien con quien solo comparto buen sexo? Yo buscaba mas, tal vez lo sigo buscando ahora. Pero con menos esperanzas, creo que finalmente los hombres se ilusionan mas que las mujeres y quieren hacer cosas inmensas, grandes hazañas como guerreros épicos, Viajes, sacrificios, vivir como en una película... una ilusión que se acaba en la cama. Y de la que una tiene que despertarlos, como se despierta a un niño, fingiendo que no importa, que así tiene que ser. Que todo sueño acaba.
El problema es que una también se ilusiona y duele como un clavo incendiado, el despertarse.

Mira, hoy, a pesar de todo lo que te he contado estoy de buen animo. Creo que iré a comprarme un par de prendas “matadoras” y a caminar por las calles de esta ciudad de invierno. A lo mejor ya es tiempo que vuelva a circulación y en una de esas, puede, que incluso me enamore. Otra vez caray! Otra vez enamorarse.

¿Un cafecito para llevar?

miércoles, junio 21, 2006

"El VIAJE"

Muriel subió al bus con la ropa suelta para viaje, con la almohada pequeña para apoyar el cuello el resto de la noche y con el antifaz oscuro, por si encendían las luces del pasillo durante su sueño. Sería un viaje largo y cansado, aunque no era el primero de ese largo año viajando por el país; si tuviera dinero, me ahorraría 15 horas de viaje con un boleto de avión- pensaba ella con su pesimismo habitual.

Subió última al bus y todos se la quedaron viendo, por su indumentaria rara de polera suelta y pantalones de pijama, la almohada, la botella de agua mineral y el bolso que se desparramó con discos y hojas sueltas por el pasillo, al subir. La terramoza vestida con minifalda y pañuelo al pecho, la ayudó a comodarse en su asiento al lado de un tipo obeso de labios pequeños. La reprendió con una fría amabilidad por su retraso en subir.

El hombre del asiento vecino apenas si la saludó cuando ella se sentó a su lado, entretenido como estaba mirando por la ventana a la gente que se despedía agitando las manos en medio de la noche. Ella también vio por la ventana, pero esta vez no había nadie para despedirla, hacía mucho tiempo que nadie la despedía de los terminales, de los aeropuertos, ni de ningún sitio. Hacia tiempo que ella era también una foránea en su propio país, viajando con la maleta pequeña, llena de ropa ligera que desechaba en cada ciudad visitada.

Se colocó la almohadita en herradura alrededor del cuello, el antifaz y se dispuso a dormir, terminada la cena a bordo. El hombre obeso contestaba llamadas al celular cada 10 min. Con una voz que delataba mas juventud que su corpulento cuerpo. Cuando salieron del área de de la ciudad, dejó de hablar, pero empezó a sonar un pitito molesto de su móvil cada vez que subían una cuesta en donde la señal de teléfono llegaba. Ella se acomodó molesta, al pensar que había llevado todo, excepto los tapones para los oídos y justamente se sentaba al lado del ruidoso del bus.

-¿Podría apagar su celular?- dijo con voz irritada- no me deja dormir ese pitido hace dos horas.
El gordo se encogió de hombros, sin saber porque sonaba el aparato, pero lo apagó solo para que la mujer de al antifaz en la frente no siguiera mirándolo con esa cara de querer asesinarlo.
Terminó la botellita de agua mineral y se quedó dormida de costado escuchando de lejos la película de acción que daban por el TV encendido.
A media noche algo la despertó, eran esas inmensas ganas de orinar, que la habían tenido con sueños eróticos la última media hora. Se alisó el cabello mientras el gordo dormía a su lado y fue al baño del bus en donde la ventanilla abierta la hizo despertar del todo. Seguramente pasaba por algún puerto, el olor a mar lo inundaba todo, ella ya despierta se miró al espejo y vio sus ojos desmaquillados y su cabello totalmente desordenado a causa de la almohada. Se puso rimel en los ojos y labial en los labios carnosos, sin percatarse que a esa hora nadie podría apreciar que se hubiera arreglado. Todos los demás pasajeros dormían en el piso superior del bus, cubiertos por mantas y con alguna medicación para mantenerlos inconscientes el resto de la larga noche que duraría el viaje.

En los últimos asientos la terramoza dormía envuelta en un mantón gris ajena a las necesidades de los pasajeros, con el rostro maquillado igual que un maniquí, bajo un moño impecable. Probablemente estaba programa para despertar solo cuando el bus se volcara- pensó Muriel con ironía.

Ella volvió al asiento y vio al gordo durmiendo a pierna suelta bajo la luz mortecina que alumbraba el pasillo. Solo la mitad de su enorme cara era visible y dejaba ver unos labios delgados que contrastaban con sus mejillas redondas y su cuello rechoncho. Era un gordo bonito- pensó ella mientras se acomodaba en el asiento tratando de no despertarlo. Recordó a su ex novio de mejillas redondas también, bailando con alguna garota en Brasil, mientras ella hacía esos absurdos encargos por todo el país. Suspiró profundo, se imaginó teniendo hijos de su ex novio y que salían con cachetes redondos y labios delgaditos. Totalmente diferente a ella, delgada, con su rostro ovalado y de labios gruesos. Después de todo los niños gorditos siempre son las mas bonitos, se dijo antes de cerrar los ojos.

Pero era imposible dormir, su muslo rozaba el muslo regordete de su compañero de viaje y le provocaba un calor placentero que ella no se atrevía a dejar. Era una tibieza agradable, de dos superficies que se rozan en la inconsciencia del sueño. Su brazo descansaba al lado del brazo del hombre obeso, separados por una baranda pequeña que impedía que toda esa masa de carne se oprimiera contra ella, ante una curva rápida del bus.

Muriel, se puso de costado dando la espalda a su obeso acompañante e intentó dormir una vez mas. No quería tomar las pastillas sedantes, era mejor echar mano a sus ejercicios de respiración y dormiría tranquila, esas drogas la dejaban muy nerviosa al siguiente día. Se acomodó como un feto, cubierta por la manta afranelada y sintió que si se juntaba un poco más, su trasero también tocaría el muslo del gordo que rebalsaba bajo la barandilla del asiento. La calidez de su cuerpo era incitadora, pero ella se apartó con miedo, no podía permitirse esos deslices aunque su acompañante estuviera dopado.

Mientras, su gordo compañero roncaba con la boca abierta y el rostro ladeado, ajeno a las maniobras de Muriel por juntar su cuerpo al suyo. Luego de un buen rato de intentos de sobajeo infructuosos, Muriel se asustó de lo que estaba haciendo. Se acomodó lejos del gordo, envolviéndose con la manta y respirando profundo; pero una curva violenta hizo que su cuerpo se acercara nuevamente al de su compañero.
Bueno, es el destino- se dijo ella mientras acomodaba la superficie de su espalda huesuda junto al brazo del gordo.
El carraspeó ahogándose de pronto, pero Muriel se quedó quieta, casi sin respirar. El gordo volvió a dormir, esta vez girando hasta darle la espalda. Muriel aprovecho ese giro del gordo para quitar la barandilla que los separaba. Ahora si, girada ella también al lado contrario, podrían dormir espalada con espalda y sus nalgas pequeñas podrían sentir de vez en cuando el roce de él, una sensación que la satisfacía en extremo.

Una vez acomodados así, Muriel, volvió a intentar dormir, pero esa maniobra había despertado sus instintos nuevamente, estaba alerta a cualquier movimiento de su acompañante, el roce de su cuerpo contra sus nalgas ya no era suficiente, Muriel deseaba mas que solo eso. Deseaba que el gordo girara y la abrazara por detrás, poner su trasero en el hueco de su cuerpo y dormir así. ¿Que le costaba? Él estaba dormido y ella quería un abrazo, no había nada de malo en eso, después de todo. Pero intentar hacer girar al gordo iba a ser una labor titánica casi imposible, para una persona tan delgada como ella.

Se decidió a dormir nuevamente, pero todo su cuerpo ahora caliente como una brasa de deseos mal controlados, se oponía a ello.
De pronto y sin poder controlarlo comenzó a moverse contra el cuerpo del hombre obeso en movimientos rítmicos, que primero eran suaves y luego se volvieron violentos sin importar que despertara. Ella sentía el roce suave entre sus pechos, despojados del sujetador y la humedad que había brotado de repente entre sus piernas a raíz de ese contacto con la espalda del hombre que dormía. Su mente ahora trabaja a mil, barajando todas las posibilidades para aplastarse contra el sexo del gordo que ocultaba como un tesoro bajo su abdomen abultado, ahora que dormía enrollado sobre si mismo mirando a la ventana. Muriel, empezó a desesperarse, comenzó a hacer extraños ruiditos, a toser, a moverse, a estirar los brazos, pero el gordo no daba muestras de enterarse de la presencia su compañera remolona.
Por un momento Muriel se acercó mas para comprobar si aun respiraba, o estaba teniendo fantasías en un bus al lado de un muerto. El gordo, respiraba en efecto acompasado por ronquidos mas suaves ahora que dormía de costado.
Muriel volvió a acomodarse de espaladas a él con los brazos cruzados, tal vez era mejor así, tal vez solo era una locura a sus 30 años, una fantasía erótica producto de leer tantas revistas raras. Suspiró profundo y se dispuso a dormir por quinta vez durante la noche.

Se enrolló sobre si misma de nuevo, separada a una distancia prudencial del gordo, pero fue en ese momento que este se volvió a atorar con su saliva y se reacomodó en el asiento. Ahora estaba de nuevo todo el lado izquierdo del gordo, incluido su muslo, su brazo, incluso ¡oh felicidad! El dorso de su mano izquierda rozando el cuerpo lejano de Muriel. La mente de ella, volvió a trabajar a mil, se acomodó mas cerca al gordo dopado y bajó hasta que su trasero se acomodó perfectamente contra la mano del gordo, Muriel se moría de placer. Había sido una jugada estupenda sacar esa dura baranda que los separaba, ahora solo había que esperar una curva para que el cuerpo del hombre se amoldara completamente al suyo, ahora sería mas fácil.
El bus comenzó a correr mas rápido y Muriel, notó con tristeza que habían llegado a la “Pampa de los gentiles”, no habría ninguna curva al menos en 40 minutos más, Muriel se puso ansiosa de nuevo, su espalda era una brasa ardiendo contra el perfil de su compañero, que ella esperaba volteara y pudiera comenzar a tocarla sin miramientos.

Pero el dormía nuevamente acompasado por ese ronquido que salía de su garganta regordeta. Muriel volvió a moverse sin control contra él, rítmica, violentamente. Con su manecita entre los muslos. La velocidad del bus aumentaba y ella se movía como si realmente estuviera teniendo sexo con alguien invisible. Se sentía bien, era perfecto, el gordo dopado a sus espaldas y ella teniendo fantasías eróticas con un extraño inconsciente.

En uno de esos movimientos el gordo carraspeó y ¡oh maldición! Despertó. Un baño de vergüenza cubrió la cara de Muriel que ocultó bajó la manta, se separó un poco del gordo, cuando él prendió la luz para leer, pero la cual apagó de inmediato. Muriel temblaba bajo la manta de franela, cuando el gordo volvió a acomodarse, pero esta vez rotado y de perfil hacia ella. Un minuto después el gordo roncaba de nuevo a pierna suelta. Muriel no se atrevía a hacer ningún movimiento, pero pasados algunos minutos, la curiosidad pudo mas y acercó su cuerpo algunos centímetros cerca al de su acompañante. Su vientre era cálido, imposible llegar a donde estaba su pelvis, pero al menos sentía la superficie redonda de su abdomen apretando el arco de su espalda, que ahora ella hacia mas profundo, moviéndose como una gata en celo.

El gordo siguió roncando, probablemente producto del diazepám que tomaban todos los tripulantes en esos largos viajes. Extrañaba el dorso de su mano, se había humedecido mucho mientras percibía el roce de los nudillos redondos del hombre contra su trasero, pero se conformaba. Dentro de 30 minutos llegarían a un lugar repleto de curvas y tal vez el contacto sería mayor. Tal vez podría acomodar su trasero en la pelvis del gordo. Muriel nadaba en un placer contenido, que humedecía ahora sus muslos. De pronto y sin mediar curva alguna, el gordo se acercó mas a ella, puso su cara abotagada contra sus largos cabellos y su mano suave como la de algún oficinista, entró bajo la polera suelta de Muriel, que no podía dar crédito a lo que ocurría.

El ronquido del gordo se había hecho mas profundo, pero contra lo que se pudiera pensar, su mano ascendía ágil en la cintura de Muriel, que se contornaba sin poder evitarlo. Ahora la mano suave recorría con confianza las caderas de Muriel, su cintura delgada, su vientre igual de quemante que la piel del hombre que seguía roncando en su oído, lanzando el aire suave de su deseo junto al oído de Muriel. Era obvio que había estado fingiendo indiferencia con ese ronquido falso, ¿tal vez toda la noche?
La vergüenza hacía temblar a Muriel, pero también el deseo. Un extraño recorriendo su cuerpo árido de caricias, que ahora se movía agitado por las manos del hombre que ascendían hasta atrapar unos pechitos pequeños, de pezones puntudos. Muriel se dejaba tocar sin oponer resistencia, gimiendo de vez en cuando. Sentía el resto de la tripulación roncar en silencio a su alrededor ¿ ellos fingían también? Seguramente roncaban con los ojos abiertos, mientras se tocaban bajo la manta igual que ella, masturbándose a solas como ella.
Muriel, no podía admitir tantas ideas sucias en su cabeza, giró un poco, intentando zafarse de las manos del gordo, pero este la tomó firmemente de las caderas con cierto derecho, Muriel se enfureció ante éste gesto que quería demostrar su dominio, ahora luchaban bajo la manta, Muriel por zafarse y él por retenerla contra su cuerpo.

La lucha excitaba a Muriel y al parecer también al gordo que había dejado de roncar y ahora su ronquido falso era un resuello caliente contra su cuello y su rostro. El gordo era enorme, debía medir casi 1. 90 y el cuerpo de Muriel a pesar de ser atlético parecía el de un frágil pajarillo luchando por escaparse de sus manos. El hombre obeso ganaba con ventaja, pero Muriel no se rendía y seguía moviéndose, ora aplastando su cuerpo contra el corpulento hombre, ora zafándose; en ese juego que ponía mas ardiente su cuerpo y mas húmedo su sexo que al inicio.
El hombre la cogió de los pechos y pellizcando sus pezones logró que Muriel se diera vuelta hasta que sus bocas se juntaron, los labios delgados del gordo rodeaban los carnosos de ella, bebían su saliva fresca y metían su lengua acariciando su paladar en un beso casi robado. Muriel pasó de luchar contra el gordo a abrazarlo con fuerza y necesidad. Urgida de afecto como estaba todos esos meses, las caricias lascivas del gordo se transformaban en un obsequio maravilloso que ella recompensaba con gemiditos ahogados y caricias a su cuello corpulento. El hombre bajó sus manos redondas bajo la manta hasta tocarle el sexo, mojado desde hace mucho rato, la acarició con suavidad al inicio y con fuerza luego, sus dedos gruesos entraban y salían de Muriel; mientras aceptaba con placer, ese beso doloroso que le daba Muriel, mordiendo sus labios delgados rodeados por una barba sin afeitar, hiriendo y resbalando.

El resto de la noche, el hombre corpulento tocó a Muriel sin resistencia. Bajó sus pantalones sueltos y subió su polera holgada, hasta dejarla casi desnuda bajo la manta de franela que daba el bus. Cogiéndola una y otra vez y besándole el pecho bajo la manta. Muriel se dejaba hacer y correspondía las caricias del hombre con besos de labios apasionados, pero con manos torpes. Muriel no lo tocó una sola vez, a pesar que el jalaba su mano de dedos delgados hacia la dureza que se levantaba bajo sus pantalones.

Con los primeros rayos de madrugada el hombre abrió la ventana y ambos pudieron ver las dunas del desierto cambiar de rosadas a lilas mientras aclaraba, el hombre levantó la manta y vio a Muriel recostada mostrando sus pechos y vientre desnudos apoyada de perfil en el asiento del bus, mirándolo con los ojos semi cerrados por la claridad.
- ¿te gustó pequeña?
Muriel asintió con la cabeza, avergonzada. Tenía 30 años, probablemente la misma edad que el gordo, pero se sentía pequeña y frágil después de lo ocurrido.

Cuando el bus llegó a su destino, el hombre obeso la ayudó con su maleta, efectivamente medía casi 1. 90 y ella era solo una pequeña de cabello desordenado a su lado.
- ¿Conoces esta ciudad? Podríamos conocerla juntos, estaré dos días aquí- agregó el gordo con unos ojos pequeños de niño travieso- te gusta la idea? espérame aquí, que voy al baño
Su facies abotagada tenia los rasgos finitos del que aparenta ser bello aun bajo la adiposidad y la barba sin afeitar.
Muriel lo miró dócilmente y asintió con la cabeza, para luego desaparecer entre las cientos personas del Terminal como un pececito que huye de un tiburón que ya conoce sus secretos, capaz de devorarla sin resistencia.

martes, junio 20, 2006

Lecturas de martes

Yo he vuelto a las viejas lecturas, a quedarme en la cama tapada por el cobertor azul, viendo atardecer en nubarrones grises por la cortina entreabierta, avanzando hoja a hoja por libros maravillosos, rodeada por paisajes de una Europa distante, de un Japón de post guerra, de un Marruecos agitado; soñando igual que cuando era mas chica, porque solo en un libro me permito soñar olvidándome de mi cuerpo, de mis ojos y mis manos frías. Solo dentro de un libro dejo de ser yo y desparece la gente, toda la gente que ya no está, que ya ha dejado de estar, entonces entierro mis fantasmas y avanzo sin miedo.

Y me vuelvo a encontrar en algunos pasajes al inicio de las “Travesuras de la Niña mala”, en esos pasajes ocultos de “Rosario Tijeras” y me comienzo a preguntar porque me identifico solo con las mujeres que se acuestan con todos y que parecen no amar a nadie, solo siguen avanzando de vez en cuando con un cartelito en el pecho que diga “puta”; pero no es por el sexo que lo hacen como se podría pensar en esa primera impresión facilista, es mas que eso, es esa visión de la vida que yo comparto, en que el aprendizaje que perdura realmente es el que se da a través de las personas… de todas esas personas que amamos. Es como se aprende la vida, un poco con amor y casi siempre con golpes.
Sin embargo, este no es un acto cerebral en mi como debería serlo, una voluntad que me haría esperar ser una Sarah O´Connor que se acuesta con varios hombres para aprender de todo. No, si fuera así todo sería mas fácil. Si fuera así jamás lloraría ni sentiría el corazón desgarrarse y ese hueco en el estómago, o esa languidez en el cuerpo de quererse morir por ese dolor indefinible que va hacia todas las esquinas del cuerpo, cuando una relación se acaba.
Si pues, si fuera un poco mas cerebral, no dolería tanto.

Soy una especie de romántica hippie, que cree en ese sentimiento tan vapuleado llamado amor. Soy tan ingenua que creo que se da, que existe y que vale de vez en cuando perder un poco de piel por él. Pero me cuesta creer que se pueda amar a una sola persona el resto de la vida, que no me volveré a enamorar una y otra vez, que debo renunciar a eso, que debo apartar la vista como si fuera pecado. Que debo seguir forcejeando por un amor que ya no lo es, hasta terminar los días juntos y en el mismo lecho.

Me cuesta trabajo pensar que debo renunciar a conocer a alguien en profundidad, si siento que me he enamorado de pronto; porque en esta sociedad eso está mal visto y me condena a ser una especie de “pendeja” por admitirlo como una posibilidad.
Me cuesta creer que no me enamoraré de una mirada de alguien a quien no volveré a ver jamás, que debo renunciar a enamorarme mientras camino de la cafetería al parque de alguien que puede mostrarme el mundo desde una óptica diferente, de alguien de quien puedo aprender…Que debo cerrar los ojos, porque es mejor aprender dentro de un libro, mejor si escuchas historias ajenas, mejor si no te sales del molde. Mejor si creo en esa tonta excusa que entre hombres y mujeres puede existir la amistad solamente. Y si admiro a alguien, si siento deseo? Si mi pareja puede irse a la cama pensando en ejecutiva de ojos verdes que conoció durante el día, acaso soy un maniquí por no sentir lo mismo por el hombre que me enseña sobre arte?

Mi padre suele decir que si él resucitara- algo en lo que no cree- volvería siendo mujer y se haría puta. La gente se ríe, pero yo entiendo el punto detrás de la broma ácida. ¿No es acaso el amor la única vía de aprendizaje del mundo que nos rodea? No es el mundo propiedad de aquellos que aman en libertad, sin ponerle bozal a su deseo de dejar lo monógamo y antinatural, por ir a conocer el mundo real bajo la piel de otro alguien, arañandole el corazón y lamiéndole el alma? Si pues, los hombres quieren volver convertidos en putas y las mujeres en hombres

Yo hubiera preferido nacer hombre, así podría amar y abandonar pasada la noche de desenfreno con total desparpajo, podría amar a quien sea y no sentir culpa por hacerlo con cierta frecuencia; podría volver al lecho de mi esposa y sentir que allí es el hogar seguro, mientras pueda darme una escapadita de vez en cuando al mundo de esos abominables y apetecibles seres, objetos de nuestro afecto. Pero nací mujer y siento como mujer, con demasiada sensibilidad, con demasiada pasión y algunas veces con ese afán posesivo de querer recibir igual como doy; no me imagino siéndole infiel al hombre que ame, hacerlo pasar por ese martirio…más tampoco me imagino que ese amor podría durar toda la vida.
Se que ese amor se transformaría, que se haría mejor tal vez, que podría llegar a tener esa relación de compañeros que une a mis padres casi 40 años de vida marital ininterrumpida. Pero no me apeteció tenerla cuando pude, porque no me imagino vivir la vida unida a alguien, en un solo acto de principio a fin; porque prefiero las sucesivas muertes y resurrecciones a través de las personas que ame…porque en fin, soy mujer y siento y pienso y deseo con la libertad no de un maniquí bonito que se llevarán un día al altar, sino de mujer solamente…y eso para algunos puede que les suene ordinario, pero ya que importa.

“Estás perdiendo tu valor, Rosario Tijeras” me dijo él una vez cuando apenas comenzábamos y a mi me pareció esa comparación con la protagonista del libro del mismo nombre, demasiado grande. Me he encontrado de vez en cuando en la protagonista de “Delirio”, atándole los zapatos al hombre que aun no admite amar, en sus cambios de ánimo violentos y su depresión inexplicable…pero no, también es demasiado grande. A veces en pasajes de “Once Minutos” la única de Coehlo que me pareció algo real, aunque volviera a su técnica archiconocida de narrar en primera voz femenina. Me he encontrado en muchas mujeres, pero la mayoría son mujeres de muchos hombres, que dicen sentir como hombres y que me parecen ser mas mujeres que cualquiera. A quienes la vida duele mas, porque se arriesgan a eso, a lo que las demás tememos como un pecado. A lo que los demás repudian como una vergüenza. Mujeres que son para amar, pero jamás para llevar al altar.

“Voy a escribir sobre ti, es imposible no amarte”, me dijo alguien una vez y yo me reí incrédula, ante esa oferta demasiado pomposa que no venía al caso. Aún no sabía que tiempo después me tendría que escudar tras un nombre como Laura Martillo para escribir yo misma sobre lo que siento y pienso; escribiendo los capítulos inconexos de una historia sin final feliz.

lunes, junio 19, 2006

Lunes a Solas

Esta tarde me he quedado a solas. Y he vuelto a mi placer de escribir así, sin saber nada de nada, a veces quisiera dejarlo, quisiera dejar de escribir, colocar un CHAO y no reaparecer nunca más; pero no puedo, parece que las historias no se acabarán, que cada día se fuera haciendo una nueva y yo necesitara contarlas todas, sacarlas de mí, escribirlas y así, de esta forma tonta, pensar que el día que me vaya no me habré ido del todo, que mis recuerdos se han quedado en otros ojos, en otras mentes y en otros labios, como una extraña forma de trascender, como tener un hijo o plantar un árbol, como dejar algo de mi, oculto en el espacio, un magma incandescente que desea ser descubierto.

Recuerdo cuando él me decía que yo era como un libro abierto que jamás se cansaba de leer, siempre con algo interesante para decirle, que podía leerme toda la vida y sentirse igual de complacido conmigo. Y yo sonreía feliz, sin nubes en los ojos.
Debí haberme dado cuenta que él dejaba sus libros interesantes olvidados en los aeropuertos, que maltrataba las hojas doblándolas, que arrugaba las cubiertas, que dejaba a los libros heridos de muerte, después de haberlos terminado.

Creo que solo me di cuenta luego, en esos tiempos en que yo le preguntaba con el corazón en la boca, que era realmente lo que quería de nuestra relación, que debía esperar de él; y él me respondía con un “no sé” “no estoy seguro” “no deseo causarte dolor, pero no se lo que siento y eso es lo único que puedo darte” esas frases tan suyas que me pegaban tan fuerte y eran tiempos catastróficos, porque era la primera vez que yo oía esas frases de inseguridad en un hombre que pensé me amaba. Era la primera vez que alguien me contestaba tan ambiguamente y yo; yo que soy de esas personas que necesitan tierra firme, para poder echar a correr y luego alzar vuelo, me sentía morir, no comprendía. No quería comprender. Porque yo quería darle el mundo, pero él no tenía las manos abiertas para recibirlo.

En fin, ahora son solo recuerdos que ya no duelen.

Hace algunos días que solo escribo cuentos, son historias largas de 5 o 6 páginas, que solo reservo para los amigos; siento como si enviara chocolates por correo; no sé , es mi forma de sentir, yo no tengo mucho para dar, solo mis historias. Pero ahora sé, que son historias que pocos leen, son chocolates que la gente tira por la ventana, son regalos que nadie acepta.
Y yo; yo me quedo con mis cuentos, con mis relatos en bocetos, con esos envíos que nadie abre y me vuelvo a sentir como con él; en esos tiempos en que le enviaba cartas que jamás leyó, porque supuso que le reprocharía algo y yo en cambio, solo me estaba confesando, solo estaba contándole, que la parte mas dolorosa de la relación no fue que él no quisiera recibir mi cariño, sino el momento en que yo me negué a dárselo, por orgullo, por querer poner una fase dura que no me la creía ni yo.
La parte más difícil, fue dejar de decir “te quiero”, dejar de decir “me haces falta”, dejar de escribirle “ aun tengo fe en que volvamos a ser lo del inicio”; porque yo necesitaba decirlo, pero no podía, tenía que fingir indiferencia, ante el dolor que él me causaba y sonreír por lo que él estaba logrando, porque solo para eso me hablaba, para hablar ahora de `el y no de un “nosotros”, para hablar de un presente muy suyo que yo imaginé como nuestro y entonces, desearle felicidad con otra persona, como si yo fuera una amiga que se conforma con ese papel tan triste.

Una amiga, caray! Como si esa palabra existiera entre dos personas que se quisieron tanto.

Me he acostumbrado a escribir con este ruido, con toda esta gente entrando y saliendo, con la música alta, escribir un cuento y charlar con alguien a la vez, para no desesperarme si me escriben lento o evitar quedarme con los ojos fijos en el monitor sin saber que frase continúa en la historia. Me he acostumbrado a todo; lo difícil, lo casi imposible, es tener a tu familia enfrente, gritando sin entender porque escribo, gritando y criticando mi manera de sobrevivir a ellos.
Lo realmente imposible, es hacerlos entender que prefiero terminar de escribir un relato que ir a comer aunque me esté muriendo de hambre, que prefiero no tener que salir con ellos si ya inicié algo que deseo enviar. Eso es lo difícil, son reproches a los que no me acostumbro. Y ahora que miro a la gente a la que envié mis historias, como a él, y no quisieron recibirlas; me pregunto si valió la pena pelearme con tanta gente por llegar al final de 5 páginas. Si valió la pena todo el camino andado con él. Si vale la pena poner la primera letra y la final a una historia que se vislumbraba corta.

Y muy a pesar mío, me respondo que sí.

Ha valido la pena todo el camino de aprendizaje doloroso, porque ahora se cuando detenerme, cuando voltear la espalda y no mirar atrás, cuando decir “ Es suficiente”; como en esa película británica, en que el tipo después de haber hecho hasta lo imposible por la mujer que ama, va a su casa se para en la puerta y con el marido de ella adentro, le confiesa en carteles pintados todo ese amor que ha ocultado por saberlo imposible. Y ella claro, mujer al fin, solo sonríe y lo recompensa con un beso en la boca, porque no se pueden cambiar las historias con finales felices aunque el público espere eso. Y él se marcha “ it´s enough” dice mientras corre por la calle vacía el día de Noche buena y yo derramo lágrimas mal cuajadas al volver a ver esa escena, me impacta siempre ¿quien sabe? A lo mejor estaba sensible. A lo mejor esas historias me tocan, porque yo he sentido esa fuerza de ir hasta el final, como hacemos los jóvenes; esa fuerza de quemar hasta el último cartucho y luego pararse en la calle vacía y decir “es suficiente”.

Y esta tarde en que me he quedado sola, puedo agradecer todo ese dolor que me fue dado en un tiempo en que no sabía como manejarlo. Debo agradecer esa falta de amor, ese rechazo a mi historia; debo agradecer todo lo vivido, porque fue la única manera de enseñarme que no volvería a pasar. Nunca más. Tengo tanto por equivocarme, que sería insulso repetir los mismos errores. Caminar los senderos ya andados, ofrecer lo que no puede ser recibido y entonces digo “si, es suficiente”, porque soy un libro abierto que pocas se atreven a leer hasta el final, creo que preferiría ser una pintura abstracta, al menos así de 100 personas mirando el mismo cuadro, una de ellas entendería el concepto y no tendría peros en llevarme a casa.

domingo, junio 18, 2006

Acantilados

Cuando era niña, mi padre nos llevaba a pasear a playas lejanas. Recuerdo pasar mis veranos en playas sin gente, alejados del ruido, para oír solamente el mar si nos quedábamos a dormir la siesta. Pero recuerdo también los paseos a esas costas reservas de aves guaneras, y caminar por la orilla de los acantilados viendo la costa blanca llena de sal.
Yo era pequeña y caminaba de la mano de mi mamá, mientras mis hermanos saltaban entre las rocas agrietadas detrás de mi padre. Yo temía a las alturas, al vacío, a los barrancos. Mi madre temía al mar.

Y la voz del océano golpeaba la costa rocosa adentrándose a sus túneles ocultos, llenos de tesoros escondidos por piratas que nadie logró jamás ver. Golpeaba el murallón de rocas bajo nuestro, y el agua era empujada desde los laberintos submarinos hasta la superficie, pulverizada en chorros de blancura salada. En cientos de gotas de una lluvia violenta que interrumpía nuestro paso, en estelas de agua fría que no llegaba a herir los poros. “Como un geiser” gritaba yo, viendo el agua salir disparada hasta el cielo por las grietas rocosas.

Y veo otra vez a mi padre desapareciendo en esa persiana de agua blanca y quisiera correr yo también a la orilla de los acantilados y no temer a la muerte, creyendo ingenuamente que si corro de prisa un día podré volar como una gaviota que no hace daño a nadie, con su chillido de soledad llenando el paisaje lejano de ese mar distante.

Y vuelvo a ver a los lobos de mar ocultándose entre las olas allá abajo, el arco iris a la entrada de los túneles rocosos, vuelvo a creer que esa playa se ha inventado solo para nosotros y que solo mis padres conocen el camino a ese lugar de sueños. Que solo en la inocencia de mi niñez he podido ver ese millar de aves en el perfil de la costa y ese océano mojando un atardecer carmesí.

Y ahora te cuento este recuerdo de infancia y quisiera dejar de hacerlo, quisiera dejar de pintarte cuadros que tu cuelgas en la pared de tu memoria. Dejar de escribirte cosas que deseo que veas con tus propios ojos, paraísos perdidos para que andes con tu propia huella.

Quisiera…¿sabes que quisiera? Dar un largo paseo por esa playa que a la distancia ya hasta me parece inexistente. Quisiera dejar de pintar recuerdos y comenzar a hacerlos contigo, a construir cada huella en la arena, cada muro rocoso, nadar en cada ola perdida, volver a cantar lo que he callado y danzar sin miedo a nada a más nada.

Yo quisiera esta noche, que dejes de leerme silencioso y te vengas a soñar conmigo, porque he vivido tanto tiempo temiendo las caídas al vacío que ahora solo se me ocurre comenzar a volar contigo.


****Aprópiatelo.

viernes, junio 16, 2006

Charlas de Viernes sin café

Te tengo que contar una cosa, por eso no me pediré el café habitual, sino un matecito de coca, que por otros rumbos llaman té verde, pero a ese nombre por muy poético que suene no me acostumbro del todo. Te tengo que contar que odio al mundo… Pero ¡mira que ojos pones! Cada vez que le digo a alguien la palabra odio, se quieren poner a equilibrar el vaso diciendo que necesito mas cariño al prójimo, mas “amor” y mira que de sentir amor yo tengo las 24 horas, pero a veces me da ganas de odiar al mundo y ahí es cuando las cosas se ponen color de hormiga. Porque es igual que cuando le cuento a alguien que quise llorar hoy o que anduve deprimida y entonces me intentan callar como puedan, con historias peores, como para que me sienta bien con eso de que “mal de muchos consuelo de tontos”. Y mira que cuando pasa eso, se me acaban las ganas de contarle nada a nadie. ¡Porque ni la dejan llorar tranquila a una!


Siempre he dicho que aquellos que mostramos un perfil depresivo o que mas bien, amanecemos un día sin ganas de maquillarlo, somos los leprosos de este siglo. Somos esa gente que arruina el paisaje usual de felicidad, a quienes deberían amarrarnos según nuestros congéneres mas equilibrados y sonrientes y fondearnos frente a Larco Mar para que no interrumpamos el paisaje con nuestras caras tristes o nuestro hablar melancólico. Si ya se, quieres decir algo que me haga sentir bien, decir algo…cualquier cosa…Yo se, es como leer blogs y esa extraña manía que nos ha dado a todos por comentar todo lo que leemos aunque no tengamos nada por decir, mas que puntos suspensivos. ¿Sabes? Yo detestaba a la gente que hacia eso, que dejaba sus comentarios por media blogósfera, no me parecía ético andar arruinando la belleza de un texto agregando palabras; ni siquiera tener que comentar sobre cuestiones íntimas, pero de pronto, yo también comencé a hacer lo mismo, como para dejar una huella, de “estuve aquí y quise escucharte” y ahora entiendo que cuando una se confiesa frágil, haya siempre alguien dispuesta a interrumpirte y decirte “no te sientas mal, estoy aquí”, eso habla mucho de su sensibilidad y de su don de ayudar, pero también de ese concepto erróneo de que si le secas las lágrimas a alguien, ese alguien ya no se sentirá mal y llegará a su casa y no intentará hacerse daño. No es mi caso, no te asustes, ya te digo que le temo al dolor y que el único daño que me hago es cuando me tengo lástima y desearía solo seguir durmiendo.

Recuerdo un cirujano que nos contaba como venían las hemorragias nasales y que en ese momento, toda la gente intentaba darle una toalla, un papel al afectado, para que se cubra, para que oculte esa sangre…medidas que no sirven nunca para detener la hemorragia, sino solo para ocultarla del resto; porque en verdad la gente que dice querer ayudar solo tiene miedo, de esa sangre que mancha, esa sangre que no se debe mostrar, porque hay personas susceptibles, que se hieren por esa sangre que derramamos los menos. Y a veces pienso que con las personas tristes la cosa va igual, los amigos se acercan a secarte las lágrimas y a hacerte chistes para que no llores, pero de tanto impedirte llorar, un día te asfixian con sus pañuelitos suaves y te matan sin darse cuenta, porque la gente no se da cuenta que la tristeza es como una herida que necesita ser drenada, no tapada. Y que si uno quiere un amigo es para que te sujete la mano no para que te impida estar triste.

Ya no te acongojes, que a esto no te invite el café que mira que ni lo tomas por ponerme esa cara de culpa por andar de sordo ante mis múltiples quejas. Vine a contarte el porque de mi odio al mundo y es que creo…y mira, mejor te lo digo bajito…creo que no soy tolerante…Joder! No te rías, que ese problema me esta matando, porque yo odiaba a la gente intolerante, no podía sentarme en la misma mesa con alguien así, pero creo que yo también lo soy y eso me ha nublado el día. Y es que yo no soporto alguna gente, tu sabes “esa gente”, si la que dice ser mas que el otro, la que dice tener mas que el otro, la que dice saber mas que otro…pero a la finales son mas ignorantes que uno y eso, eso me está salando la sopa, amargando el café y poniendo mas que ácida la limonada. Y es que de vez en cuando yo me topo con alguien que se dice bien leído y me cuenta lo que lee y entonces…ay! Entonces yo q1uisiera ponerle ese cartelito de “Por si acaso soy culto”, porque con esa lista de libros ya ni para conversar de nada me da…Si, ya se, soy una exagerada; pero igual me pasa con la música, con esos cantantes de moda, con ese estilo de canción que pretende volver poema a la rima absurda y de versos trillados. Si, joder! Soy una intolerante. Porque me jode a veces cuando la gente se viste con cuadrados y rayas, fingiendo un estilo que no tiene, queriendo un poner look harto desfasado…Y yo, bueno ya se…que tu odias como yo a esa gente simpática que lee “sopa caliente para el alma” y anda siempre sonriente, pero a diferencia tuya que puedes tolerar su presencia sin hacer comentarios extras, a mi me apetece un buen martillo, cuando se ponen a hablar lo que no es…como ves…soy intolerante…hasta me tiembla la mano cuando me doy cuenta en lo que pienso durante esas reuniones aburridas de gente hablando de que las empanadas son mejores en el país que ¡oh! Casualidad ellos visitaron el invierno pasado; o hablando de la última moda en no se donde y ay! Si supieras que después de esas charlas terminó casi deprimida…Y mira, yo se que a ti también te molestan, pero a mi esa idea me jode el día. Porque de verdad yo me deprimo al oírlos, al tener que soportarlos, al tener que sonreír.

Vieras como sonrío! Algunas veces hasta parezco interesada, cuando preferiría irme a casa a leer un buen libro, que no sea un best seller de algún tipo que dice solucionarte la vida con ideas caseras. O la verdad me da ganas de fumarme un cigarrito, aunque no debería acercarme a la nicotina, pero ya sabes, cuando estoy de mal humor a veces me provoca olvidarme del daño al medio ambiente y del daño a mi misma y dejarme ser.

Yo admiro a esa gente que puede mandar al infierno al mundo y decirles en su cara de vez en cuando lo necios que son, yo no puedo. Por eso vivo algo frustrada, por eso que me interesa el boxeo tailandés, por eso que a veces escribo esas cosas que no publico. Yo estoy cansada , sabes? Porque cada vez que camino me topo con gente a la que me apetece devolver a la escuela, enfermeras que casi matan a mis pacientes, por no saber que droga dar en el momento correcto; dentistas que no saben la dosis de penicilina; médicos que no saben leer mas que de medicina; tíos que no leen del periódico mas que la sección deportiva; mujeres que leen solo las novelitas que se filman en el cine…en fin, tengo una lista grande…pero ya se lo que me dirás: que debo ser mas tolerante, porque voy a terminar sola y sin solucionar nada. Pero…

Pero mírame, carajo! Soy tan tolerante que callo cuando debería mandarlos a freír monos, tan tolerante que sonrío cuando debería hacerlos morder el polvo, enredándolos en sus propias palabras; mírame! Camino entre la gente y aparento que nada me desestabiliza y luego, vengo aquí y lo vomito todo…toda esta sopa de tolerancia mal masticada y me siento bien, pero tu me dices que no odie al mundo si lo que necesito es amor…pero te digo una cosa? Ya estoy enamorada…ese dejó de ser un problema…el problema es lo otro, mi pesimismo con la gente que como tu se dicen tolerantes.

Bueno olvidemos el matecito, el café sin azúcar y las bebidas para hablar susurrando, hoy quiero gritar un poco,quiero bailar y olvidarme de esa gente que me anda nublando el día...Oye, anda... vente a beber conmigo.
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****"fui tan dócil como...tan sincero como pude ser…" ( Ella usó mi cabeza como nun revólver- Soda S)

miércoles, junio 14, 2006

"UN BÚFALO LLAMADO AMOR"



Coralí despertó con el presentimiento de que ese martes 13 sucedería algo bueno. Que ese día ocurriría algo sorprendente, lo había soñado. Pisó con el pie izquierdo, bajó corriendo las escaleras de madera y le avisó a su madre que ese martes algo grande sucedería.

Su madre como siempre no la oyó, pero Coralí siguió cantando el resto de la mañana, esperando una señal de que su presentimiento nocturno se haría realidad ese Martes.

Durante meses Coralí había estado triste, yendo de la cama a la mesa y de la mesa a la hamaca del jardín para leer libros de Coetzee y llorar para adentro con esos recuerdos de Infancia. Coralí hace meses que no salía al mundo exterior, subía a lo alto de la azotea y suspiraba al ver el mar como una línea azul que rodeaba la isla donde vivía con su madre, alejada del país y de la civilidad que ahora detestaba. Coralí vivía pues, nadando en nostalgia.

Pero esa mañana el café tuvo mejor sabor que siempre, las galletas de avena sin azúcar acariciaron su paladar sin pegarse detrás de los dientes como todas las mañanas y Coralí se llevó las manos detrás de la nuca esperando ese suceso grande que confirmaría de una vez y para siempre, su poder pitoniso ante su incrédula madre.

Coralí salió silbando al jardín, se tropezó con el gato negro de la vecina sin dar un grito ante su maullido de fiera doméstica; y mientras sacaba las flores moradas de las masetas pasó bajo la escalera de maderas apolilladas que daba al techo, sin percatarse de que acababa de romper en media hora, todas las cábalas para apartar la mala suerte que tenía su madre.

El resto de la mañana Coralí se la pasó en el techo junto al parrón de ramas torcidas y racimos rosados, esperando ver algo en el horizonte; la llegada de un navío, los signos de una tormenta, algún eclipse no anunciado por los canales de televisión, una ballena gigante que hubiera equivocado su rumbo…algo sorprendente…pero nada.

Coralí bajó las escaleras con la cabeza baja sin rendirse aun, en su búsqueda de señales para el esperado gran suceso de ese Martes 13. Su madre cocinaba junto al fogón de llamas coloradas sin hacer mayor caso de las predicciones de su hija, mientras Coralí se apoyaba meditabunda en el muro grasoso de la cocina, sin atreverse a ayudar en nada , como el resto de mañanas desde que había vuelto a la isla.

- Anda Coralí, ve y lávate esa cara de sueño, has estado toda la mañana en el techo y ya te has puesto del color de una manzana.

Coralí hizo un mohín de aburrimiento y obedeció a su madre volviendo al patio trasero, donde las hojas secas bailaban con el viento, ajenas a cualquier acontecimiento inesperado. Se había cansado de insistirle a su madre sobre el gran suceso que se daría ese día, pues lo había presentido en sueños de madrugada; así que ahora esperaba silente para poder impresionarla y convencerla con los hechos.

Comenzó a lavar su rostro insolado por el calor del trópico, con el agua que salía chisporroteando del caño enclenque. Al mirarse en el espejo sin marco, se sintió ajena a esa imagen inmóvil; como todas las veces antes, sintió que ya no era ella la que habitaba bajo ese cuerpo de ojos cansados y piel del color de durazno, en el que vivía hace años de prestado. Ella se imaginaba con los ojos marrones y los cabellos cayendo en rizos desordenados, con las mejillas levantadas y el mentón pequeño; pero su imagen en el espejo era otra. Así que como ya no aguantaba ese disgusto de mirarse al espejo y ver a una desconocida que no le agradaba, mirándola con ojos color caramelo; lo cogió de la pared y lo tiró al suelo rompiéndolo en mil pedazos.
Su madre salio al zaguán de la cocina limpiándose las manos en el delantal, sin admirarse. Desde que Coralí había vuelto a casa, ya no le admiraba que rompiera los espejos, las copas y las cacerolas en donde paseaba su reflejo de niña triste, sintiéndose fea por su piel de durazno y sus grandes ojos alargados.

- Limpia bien todo, Coralí!- le gritó su madre volviendo a la cocina a picar la zanahoria para el aderezo. Nada proveniente de su hija podía ya sorprenderla.

Coralí limpió el desastre que había dejado junto al lavadero del patio, cubierto ahora por espejos diminutos que reflejaban un cielo demasiado azul para su gusto, tan azul que era imposible pensar en una tormenta o algún otro fenómeno atmosférico con categoría de “sorprendente” que pudiera romper la calma de la pequeña isla. Avizoró el clima por décima vez ese día y se dio cuenta que el sol seguía brillante en medio del cielo celeste, sin hacer el menor caso a su premonición onírica.

Coralí se metió al comedor donde se respiraba aún la frescura de la tarde y encendió la televisión para ver que decían las noticias sobre algún desastre inminente; las probabilidades de algún terremoto en Asia Menor, si los americanos atacarían esa mañana algún pueblo inocente, si un OVNI había sido visto; pero nada. Terminaba el día y nada realmente sorprendente pasaba en el mundo. Incluso las manifestaciones estudiantiles habían cesado en el país y era el primer día que no atrapaban a nadie por llevar droga escondida en el bolso o en el estómago.

Hacia las nueve de la noche Coralí estaba descorazonada. Fue al jardín en donde una preciosa luna llena hacia ver fantasmales incluso a los lirios mas inocentes y se atrevió a cruzar el umbral de la puerta trasera. Hace meses que no salía de casa por temor a encontarrse con alguien que la reconociera...o aun peor que no pudiera reconocerla. Pero a esa hora todos debían estar viendo la novela de moda igual que su madre y nadie podría verla pasear por las callecitas vacías, con su vestido rosa y los pies pequeños dentro de las sandalias desgastadas.

Desde que Coralí volvió a la isla, no se había dejado ver por nadie, nadie para preguntarle ¿que pasó con su profesión? ¿Que pasó con su futuro que prometía ser brillante allá en la civilización? No, Coralí, ya no hablaba con nadie y si los vecinos murmuraban que ella tenia una enfermedad incurable y era esa la razón por la que había vuelto a la isla, eso la tenia sin cuidado. Su madre era callada y la brisa del mar sanaba, si tenia que ocultarse en un lugar para sentirse serena nuevamente, era en esa isla de cañas de azúcar y viento fresco agitando las flores, en donde nada podría volver a trastornarla.

Coralí salió caminando por la calles vacías de la isla, viendo las luces encendidas tras las cortinas cerradas y suspiró tranquila de que nadie del pueblo estuviera fuera para cruzarse con ella, caminó hasta la playa llena de guijarros blancos y lanzó uno a uno al mar pidiendo deseos que eran para otros. Al tirar el último guijarro que tenia a mano, un chapoteo inusual la sacó de sus ensoñaciones.
Tras suyo y con la ropa blanca mojada hasta las rodillas, un hombre corría por la orilla de la playa con los zapatos en la mano. La noche cubría en su bóveda brillante toda la playa vacía.

Coralí se quedó inmóvil, al ver al hombre de largos cabellos y barba crecida, que venía corriendo hacia ella, como para embestirla; pero Coralí no podía apartarse, pues no definía si la imagen que veía era uno mas de sus sueños despierta o realmente era un marino que salía del mar para embestirla con la fuerza de un un búfalo suelto; el hombre pasó por su lado rozando apenas con su mirada la presencia florida de Coralí a la orilla del mar en calma.
Coralí abrió los ojos enormes al ver al hombre vestido de blanco corriendo descalzo por la orilla iluminada de la isla, pasar junto a ella. Pero el hombre apenas si la vio, miles de estrellas presenciaron el susto de Coralí inmóvil con las olas lamiendole los pies. Solo los ojos de aquel hombre, grises como piedras bien pulidas se quedaron en la mente de Coralí y la acompañaron todo el camino de retorno a casa.

Cuando su madre la vio llegar de vuelta, pálida y con las pies llenos de arena, le tocó el rostro y las manos asustada; era la primera vez que su hija salía de casa, desde que retornara a la isla hacía seis meses.

- ¿Qué pasa Coralí, qué te ocurre?

Coralí balbuceó algunas palabras de cómo había caminado a solas hasta la playa, asegurándose que la orilla estaba desierta y había visto un hombre vestido de blanco salir del mar.

- Pero ¿te ha hecho algo, Coralí? ¿Te dijo algo ese hombre?

- No, no dijo nada , mamá…solo salió del agua y me miró…

Su madre se quedó mirándola sin entender la expresión estúpida de su hija.

- ¿Eso nada mas? ¿Pero que sientes , te sientes bien Coralí? ¿ te duele algo?

- No…solo siento como…como si un búfalo me hubiera golpeado en el pecho

Su madre abrió los ojos bien grandes, dio un paso hacia atrás y ante la sorpresa de Coralí se echó a reír tomándose del abdomen.

Coralí volvió en si y le reclamó molesta que le pasaba, si acaso se había vuelto loca. Su madre no acostumbraba reír a carcajadas ni viendo el “Chavo del ocho”

- No Coralí, solo me dan risa tus presentimientos- y seguía riéndose- ¿No te das cuenta, hija? Ese gran acontecimiento que esperaste todo el día acaba de suceder- y siguió riéndose con esa carcajada de pavo que tenía su madre.

- ¿Qué, te refieres a ese hombre? ¿ Crees que sea algún terrorista? ¿Algún guerrillero?

- No, Coralí ¡Por Dios! ¿qué cosas se te ocurren? Me rio por ese búfalo que dices que te golpeó en el pecho… Hija, ese Búfalo se llama amor y te acaba de sorprender hoy, vaya que se cumplió tu profecía de asuntos sobrenaturales...- y se continuó riendo sentada en el sillón de mimbre del comedor, mientras las mejillas de Coralí se incendiaban como un durazno puesto al fuego.
****(Para los nacidos en el año del Búfalo y para los que viven cerca al mar)

martes, junio 13, 2006

Poniendo el Pecho


Lo peor que me pasó llegada la pubertad no fue la menstruación, fue tener que usar sostén. Eso acabó con la libertad de mi cuerpo, fue el primer símbolo de que yo era una mujercita que debía ocultar su crecimiento.
Las demás niñas hablaban de que usaban "formador" y yo no entendía la palabra, que la relacionaba con algún aparato de ortodoncia. Creía que a mi jamás me pasaría eso; pero un día mis pechos empezaron a crecer y dos botones asomaron tímidos bajo la blusa escolar, sin que yo pudiera hacer nada al respecto. Quise usar camisetas, frotarlos para que los pezones no estuvieran puntiagudos, pero nada daba resultado; del tamaño de dos chapas de coca cola, mis pechos empujaban por ver la luz. Yo me mantuve terca en no usar nada debajo de la blusa, pero los muy canallas seguían creciendo. Lo peor de todo: Dolían.

Si, recuerdo ese roce doloroso contra la camiseta escolar y mojarme con agua fría en las noches, para que dejaran de doler por el roce contra la ropa. Finalmente tenia que usar esa tortura que se llamaba "sostén formador" y que mis demás amigas lucían con el orgullo de adultas; y es que ya me era molesto correr y que dos masas se movieran ajenas al resto de mi osamenta.

Mi madre me compró el sujetador blanquísimo con tirantes de sesgo, que pretendía amoldarme las mamas en su sitio para el resto de mi crecimiento y que yo no sabía ni como ponérmelo sola. Batallé un par de minutos, pensando si acaso el hecho de no haber jugado PLAYGO de mas chica fuera la causa de que no pudiera armarme con ese lío. Finalmente lo tenía puesto y me sentía mas incómoda que con corsé ortopédico, los tirantes ardían, el broche dolía y toda mi piel se resistía a usar esa especie de arnés para caballos al que yo no le veía gran utilidad.
Juro que intenté un par de semanas, pero no podía. Al menor descuido me ocultaba a rascarme la espalda en el baño como si fuera un perro sarnoso. No entendía porque mis amigas no se quejaban y llevaban esa tortura con la dignidad de alguna virgen que camina rumbo al sacrificio.

Era tanto el tormento de andar con el bendito sujetador que un día me lo quité y lo tiré al fondo del ropero. Me juré no volver a usarlo más, así tuviera que vendarme los pechos para seguir jugando. Las vendas eran mejor que ese sostén horrible. Odiaba esa forma puntiaguda que tenía, como si fuera un molde para dejarme las tetas en forma de cono, que ahora se coronaban con un par de pezones en punta de flecha, que atacaban a todo aquel que se acercara a abrazarme. Me imaginaba llegar a los 15 años con los pechos dignos de algún video de Madonna, puntudos y amenazantes.

Por suerte encontré algo mejor que las vendas, oculto en el cajón de mis hermanas que ya estaban estudiando fuera. Era un "strapple", uno de esos sostenes sin tirantes que se usan para ir a las fiestas, suave y sin costuras; tenía además , unos diseños dorados en la parte superior que lo hacían ver como una especie de bikini. El único problema es que me quedaba grande y que mis pechos ahora, no tenían nada que los sujete y caían con su rostro deprimido apuntando ya no al sol, sino al sur. Pero no me importaba; aun desconocía que uno de los peores traumas para una mujer es sentir sus pechos caídos en la edad adulta.
Así que me dispuse a usar el strapple en vez del formador. Ahora mis amigas durante las piyamadas me envidiaban por usar un brassier de señoritas, que jamás les comprarían sus madres, acostumbradas al típico formador blanco de tela con rosita en el medio diseñado para niñitas buenas.

Pasado el tiempo, yo no veía muchos cambios apreciables y aprendí a usar unos sostenes algo mas suaves que ya no me herían tanto los hombros con sus ridículos tirantes. Digamos, que mi piel se hizo mas resistente al roce, el problema era en verano con la insolación en la espalda y tener que usar ese arnés que te define como mujer. A mi la menstruación me venia irregular a esa edad y no me preocupaba mucho como algo que marcara mi femineidad, pero lo de los pechos !me estaba volviendo loca!

Lo peor vino luego, cuando al promediar los 15 años en las clases de gimnasia al muy original profesor de deporte, se le ocurrió ponernos a trotar frente a la clase de hombres. Ellos trotaban y raneaban, nosotras igual; el problema es que sus miradas se veían diferentes y todos se acomodaban con un tic raro los pantalones holgados de deporte. Por algún motivo todos tenían risitas y algunas de las chicas entre ruborizadas y contentas, también.

Luego entendí el motivo. A todas las chicas los pechos nos rebotaban como globos sueltos bajo la camiseta de deporte, pero a quien mas le rebotaban era a mi. ¡Maldición! Era la primera vez que notaba que mis amigas tenían los pechos como esbozos de limoncitos bajo un adecuado sostén de deporte y los míos bajo mis sostenes sueltos para evitar el roce de los tirantes, ya iban del tamaño de mandarinas con movimiento independiente!
Claro, que no faltó alguna que ayudara a los chicos a burlarse, imitando mis saltos astronautas y a mis pechos desafiando a la gravedad. Yo sudaba sangre, por la rabia y la vergüenza, pero pronto cobraría venganza.

Los chicos también tenían lo suyo; bajo su buzo suelto, ciertas prominencias antes móviles saludaban ahora, dignamente la salida del sol. Los chicos carraspeaban y se acomodaban el buzo, pero cuando tocaba el momento de hacer "planchas" y apoyarse en el piso sobre la fuerza de los brazos, para evitar el roce al piso, cierta parte media de su cuerpo se oponía y sobresalía amenazante desde su pelvis.

Todas las chicas se reían y comparaban a cual de los chicos le rozaba primero al piso, fijándose en "cual carpa estaba mas levantada", aunque ellos intentaran ocultarlo.
Terminada la clase de gimnasia, ya todas teníamos una idea mas clara de las proporciones de cada quien y que eso del tamaño del zapato no es siempre cierto...

Con el pasar del tiempo yo descubrí que la talla de zapato si podía equipararse a la anatomía de la mujer, en este caso, al pecho ideal. Así, mis amigas que tenían pies pequeños y eran algo bajitas, calzaban alrededor de 34 o 36 y esa era también su talla de brassiere. Yo calzaba 36 y en algunos zapatos hasta 38, así que hasta esa talla llegué en el crecimiento de mis pechos.
Debo decir que mi familia se caracterizaba por ser media zapatona y yo me alegré de quedarme en esa talla 38 que no era ni fú ni fá.
Una de mis hermanas ostentaba un maravilloso 40 rumbo al 42, que intentaba ocultar bajo todos los abrigos y overoles posibles. Un día, recuerdo que me dijo: " yo te admiro…realmente no se como puedes caminar mostrando tus pechos en polos pegados sin temor a lo que te diga la gente, yo he tenido que usar siempre holgada, para evitar esas vergüenzas"
Yo me quedé pensando. Aunque no lo pareciera, claro que me importaba evitar esas vergüenzas. Cada vez que caminaba tenia que cuidarme de lo que pudieran decir los zanganos que estuvieran parados esperando el autobús. O en los bailes tener que cuidarme de no sacarme la casaca tan temprano o no saltar mucho con las canciones que quería. Peor en los conciertos! siempre con alguien al lado para que no hubiera ninguna manito queriendo comprobar si eran de verdad o de plástico…o peor ¡que fueran tetas de esponja!

Tenía varias amigas que usaban esos sostenes con relleno de esponja. Se les veia muy atractivas. Como yo odiaba las costuras en la prenda íntima, una vez opté por comprarme uno que parecía ser mas cómodo que los míos. Ya venía con la forma del seno y todo, listo para colocárselo y que no se noten bultos bajo la ropa ( los sostenes de encaje son una joda para usar con blusas delgadas). Eran perfectos! el color, la textura, la uniformidad y la forma…lo único que salía sobrando eran… ¡mis pechos! Joder! Esos sostenes los diseñaban para chicas con pechos diminutos y los míos salían sobrando por todo lado. Por suerte, la glándula mamaria, se amolda y apachurra a lo que sea, incluso a ese nuevo arnés que era esponjoso por dentro y bastante firme por fuera.
Mi novio se burlaba diciendo, que ese sostén parecía el escudo de Xena la Princesa Guerrera. Que estaba bien para mirar de lejos, pues se me veía súper sensual en camiseta…pero cuando se acercaba, parecía que tocaba el pecho de un maniquí. Y claro! Si solo le faltaba hacer toc, toc, en las susodichas bubbies amoldadas por el infame sostén sin costuras!

Un día me enteré que a mi los sostenes me quedaban anchos porque tenía que vigilar el tamaño de la copa. ¿Que carajo era eso? Lo único que entendí fue que la letra A, B o C que seguía a la numeración de la pieza en cuestión se refería al ancho de la espalda y que yo compraba los con B de bestia, que me quedaban anchos y eran para una tía con senos de tamaño de naranjas y espalda de albañil! Que debía usar copa C para senos grandes y espalda delgada y que me debía ajustar mucho para que los pechos quedaran altivos y no me pasara la menopausia enrollando las tetas bajo las blusas.

Me pasé años buscando un brasiere ideal, sin costuras que hieran, sin tirantes que se rompieran cuando bailaba, sin broches difíciles... A veces hallaba el ideal pero se deformaba pronto con el uso o ese modelo pasaba de moda y lo sacaban del mercado. Al final me sentía con los senos horribles y quería ponerme una manta encima. Recuerdo que incluso llegué a querer diseñarme uno, modelo todo terreno: Cómodo, sin costuras, que sostenga el peso de los pechos sin herirme los hombros, que sea de color ( odiaba esos blancos, negros o cremas dignos de tía casada), bonito y sin adornos extras…en fin, que ni pidiéndole al hada mágica, existía el dichoso elemento a la vez confortable y de seducción. Debía comprar uno para cada situación y quedarme con las ganas de querer quemarlo luego.

Finalmente hallé los satinados sin costuras y de breteles anchos que me salvaron de una vejez deshonrosa de pechos mirando al suelo.

A lo largo de mi vida, mis pechos me trajeron mas de una desazón y casi me provocan una joroba, en el intento de caminar agachada y que no se notaran, para no sentir los ojos de la gente mientras caminaba de la pubertad a la edad adulta. Luego me di cuenta, que tal vez fuera lo mas femenino que tenía como mujer y que ya no debía avergonzarme si asomaban bajo la ropa. Que ya no debía ocultar algo que era mío, igual que mi nariz, mis ojos o mi cabello. Sin embargo, aun sigo admirando y envidiando a aquellas que nacieron con pechos pequeños y que ahora lucen pechos perfectos, gracias a su cirujano. Jamás usan sostén y no se preocupan porque se vean caídos, pues la verdad, esas siliconas jamás caen, sea cual sea la posición en que se pongan las mujeres, un día de estos los harán de un material que sobreviva a la bomba atómica y ahí si me imagino los melones de Pamela Anderson, rodando a solas por un planeta despoblado.

El sostén acabó con la libertad de mostrar mi cuerpo libremente, me hizo volver algo tímida y huraña en mis primeros años, aunque en los últimos tiempos la exhibición de estos ha sido mi mejor forma de burlarme de los complejos con los que lidié toda la adolescencia. Ahora entiendo a las chicas que se los quitan en los conciertos para mostrarlos sin culpas e incluso con orgullo, ojala yo pueda hacer lo mismo antes de llegar a los 30 sin que la gente me abuchee por considerar los pechos plásticos y de apriencia perfecta, mejores que las mamas péndulas y naturales, amoldadas a arnés y paciencia.

domingo, junio 11, 2006

A puerta cerrada ( 4 )

Dicen que cada niña nace con el sueño inocente de ser princesa de su cuento personal, aunque se lo niegue a si misma el resto de la vida. Que cada niña tiene el derecho de volver realidad su sueño, y que solo aquellas que ponen todo el empeño en conseguirlo, llegan a hacer realidad lo que parece imposible. Porque dicen que cada niña es un capullo de mujer, esperando florecer a tiempo.

Era Octubre y mi novio y yo nos volvíamos a encontrar después de 5 largos meses. Lima era una pecera gris llena de sueño rotos, pero yo tenía el poder de hacer los míos realidad a su lado. Por primera vez estaba disfrutando de ese poder que da sentir todas las puertas abrirse y solo sonrisas a tu paso. El poder que da, saber al mundo en equilibrio y que nadie te volverá a hacer daño, pues ya existe alguien para protegerte. Que estás del lado correcto de la historia, en donde nada te será negado y la protagonista del cuento es la niña que hizo bien las cosas y viene por su recompensa.

Recuerdo Octubre, desnuda entre las sábanas blancas, comiendo melón picado en la cama y viendo comedias francesas, después de un largo baño de burbujas de coco y limón. Despertar a las 11 de la mañana y jugar a la niña inocente, a la mujer fatal, a la princesa de cuento. Recuerdo haber sido plena y feliz al lado del hombre que amaba, incluso pasando la noche en un sillón del aeropuerto a las 2 de la mañana, despertando solo para comer pastel de chocolate en la madrugada, mientras mi novio leía a Isabel allende en la butaca vecina, cuidando mi sueño. Recuerdo toda una ternura desconocida fluyendo por mis dedos y mi boca. Recuerdo mi felicidad sin sombras.
Era de madrugada en Octubre y yo era feliz sin mudarme de ropa, con el cabello revuelto y las ojeras oscuras, tomando café negro junto a él a las 4 de la mañana, mientras los aviones partían a todos lados y nosotros seguíamos quietos con la vida a nuestro propio ritmo.

Cinco días después volvía a la Tierra del Olvido, con insomnio y el cuerpo maltrecho pero con una sonrisa mas luminosa que cualquier día de verano. Mi jefe me quería echar, mis pacientes me reclamaban haber faltado un lunes, llamaban de gerencia para ver lo de las referencias y costos, el consultorio era un descalabro de niños llorando y viejitas abrazándome en el pasillo para que las atendiera rápido. Yo estaba en ayunas y no sabía ni en que fecha estábamos; pero hice todo lo pendiente sin quejarme, hasta que llegué a casa y me desplomé sobre la cama. Estaba muerta de cansancio pero por mas que intentaba no podía dormir. Abrí la laptop para ver las últimas fotografías juntos y fue cuando pensé que estaba viviendo la vida de otra persona.

Las fotos que se abrían eran de él y su familia, archivos varios, en la nieve, en la playa, con su madre, con su hermana, con sus hijos, con su esposa…Un momento ¿con su esposa? Imposible, la ex esposa vivía en otro estado, hace años que se separaron, ellos ni se hablaban ¿pero que hace sonriendo así? ¿Pero porque están juntos de vacaciones? Claro…por los niños, solo por eso…Pero ¿Por qué se ven tan bien juntos? ¿por qué ella lo mira así? ¿Por que el mira así a la cámara, a quien intenta seducir? ¿Por que no tiene camisa? ¿Es el calor? Comencé a ver las fechas…cada foto coincidía con nuestros encuentros. Siempre una semana después de vernos, siempre con ella.

Las vi todas con curiosidad y sin enfado, como si hurgara en la vida de un par de desconocidos. Luego de 50 fotos viendo a la familia feliz sonriendo en todos los escenarios posibles, pensé que me había equivocado de archivos, que era una broma. En fin, que tal vez la falta de glucosa y de sueño me hacían ver visiones, porque era imposible que mi novio siguiera casado, o mas bien, casado y feliz con otra persona, a una semana de nuestras vacaciones juntos. Así que cerré el computador y me quedé dormida sin pensar en nada más, estaba agotada.

Al despertar, sentí un dolor desconocido en el pecho, unas enormes ganas de llorar, náuseas. Vi la laptop junto a la cama y entendí que lo que había visto horas antes, no era una pesadilla, todo era real y yo era de carne y hueso. Mi mundo de azúcar se empezaba a romper y apenas si era el primer acto.
Fue extraño que el dolor solo se empezara a intensificar al pasar de los días. Como si todo fuera cobrando forma y las mentiras descubiertas fueran llenando cada vacío de medias verdades dichas por él. Me quedé callada y sin reclamarle, pensaba inútilmente que mientras la verdad no se mencionara, no sería mas que un mal sueño en mi mente.

Los días que siguieron no dije nada, ni cuando hablábamos por teléfono. Algo había cambiado, pero no sabía ni como decirlo. Llegó el día que me cansé de callar y le dije que ya sabía todo, que me acababa de dar cuenta que no era la novia, sino “la chica de las vacaciones” y esa verdad dolía en el orgullo de la niña que se cree sin mancha y con derecho a todo. El hombre que amaba me acababa de dar ese papel secundario en la historia de la cual me creía la protagonista.
Cuando las palabras salieron de mi boca, se terminó de cristalizar esa realidad a la que yo me consideraba ajena. El calló como lo haría de allí en adelante, ante lo que consideraba “leseras” y “reclamos tontos” que solo complicaban mas una relación ya difícil por la distancia.

Era Octubre y en una ciudad sin milagros, yo me despertaba a una vida que no era la mía. Ahora ninguna promesa era confiable, ninguna explicación cercanamente creíble. El me decía que no era como yo creía haberlo visto, que “uno hace lo que sea por sus hijos”, esas y otras explicaciones a las que yo ya no daba forma, porque la confianza se había terminado y cuando ese vaso se rompe, ya no hay mas agua por beber.

Mas dicen que el amor lo perdona todo y aun peor , cuando a la distancia es ese sentimiento, el único cable de conexión con el mundo. Y era ese amor mi única esperanza de salir del exilio donde vivía mas solitaria que un perro. Un amor probablemente unilateral, pero que seguía siendo puro y dispuesto a todo.

La vida siguió y yo empecé a caminar con un peso en el pecho que me hacía ver los días mas nublados y la soledad aun mas triste. Un peso del que ya nadie podría librarme, porque era mío, un peso secreto al que debía acostumbrarme para poder seguir adelante.

Dos semanas después sonaría el teléfono del consultorio y una voz conocida me pedía permiso para poder verme.

- claro, ven cuando quieras- dije entre asustada y sorprendida.

Era mi primer novio. Venia al exilio a buscarme después de casi un año de separación, quien sabe por qué. En ese pueblo, donde una mujer era calificada hasta por el color del cabello, un nuevo hombre se aparecía en la puerta de la doctorcita nueva, con una maleta enorme y una cara de no haber dormido en varios días.

No pude ocultar mi contento al verlo de nuevo, habían sido meses difíciles sin poderle contar a nadie lo que pasaba al interior de ese infernal centro médico. Haciéndome la fuerte ante medio mundo, sin poder hablar con nadie de mi rama, porque el resto de médicos de la zona eran carcamanes que curaban solo faringitis y tifoideas desde hace 20 años y se creían los dueños de la verdad, en esa tierra de nadie.
Yo estaba feliz. Finalmente llegaba alguien con quien hablar de medicina de igual a igual…aunque no fuera ese el motivo por el que él había atravesado el país para verme.

-Tenemos que hablar- me dijo, después de almorzar.

Hasta ese momento él parecía estar con la mirada en otro sitio y con una ansiedad en las manos que yo le desconocía. Cuando comenzó a hablar, me enteré que hacía dos semanas a él también se le había destruido parte del mundo de azúcar que lo mantenía a flote.
Un mundo en el que yo seguía siendo su novia que trabajaba en el exilio y con la que, de regreso a la civilización, retomaría esa relación bonita, con los proyectos de una vida juntos y para siempre; porque esos amoríos que le contaba con el novio chileno, seguro solo eran fantasías mías, con los que la distancia acabaría. Porque esas cosas increíbles acerca de mi nueva relación, no podían ser verdad mas que en mi cabeza.

Sin embargo hace dos semanas, cuando nos vio juntos de camino al aeropuerto, cuando todo confabuló para que los tres estuviéramos en el mismo lugar geográfico, todo se le vino abajo. Su novia, no era nunca mas su novia, ahora era la mujer de otro.
Él me había soltado como una avecita entrenada al aire pensando que volvería y yo me había escapado rápidamente de su mano, ansiosa de una libertad que no creí extrañar tanto. Un ave que ahora estaba atrapada por otras manos.

El poder de la negación había resultado ser tan poderoso, que ambos caímos presa de lo mismo. Amar a un ser idealizado que no sentía lo mismo. Cada quien amando a su propio verdugo.

Pasamos tres días juntos, hablando y llorando a solas en esas 4 paredes. Llorando por un tiempo juntos que no podíamos recuperar, por un amor que yo ya no sentía, un amor que había sido reemplazado por el sentimiento que mas indigna al ser que ama: “El cariño”. Así pasaron 2 noches, contándonos todo lo que había pasado en esos meses a solas, cada uno luchando contra el mundo a su forma, cada quien esperanzado en sueños irrealizables. Y yo lloré por no poder darle lo que el merecía, ese amor que sentía fluir a borbotones por otro alguien que tal vez no lo merecía.

Al terminar esos tres días juntos en que la petición de “Cásate conmigo” fue rechazada entre lágrimas tres veces, nosotros ya no éramos nunca mas los mismos. Los jovencitos de futuro ideal estaban hechos mierda, por una circunstancia que de la que ya no eran dueños.

Le conté sobre mi soledad allí, sobre la gente que a veces entraba gritando al consultorio, sobre las amenazas de denuncias de todo tipo, sobre mi jefe inmoral que me hacía la vida imposible, que me negaba la ambulancia para transportar pacientes graves, que se escondía las medicinas, que falsificaba los registros de su consulta y que a las finales era contra mí que se estrellaban los pacientes; sobre la gente de allí y la desconfianza que me tenían por ser mujer y no superar los 30; sobre la discriminación por mi sexo, incluso al servirme un plato de comida; sobre mi reciente descubrimiento de la doble vida del Innombrable, pues yo no era ninguna princesita de cuento, sino el segundo plato de una mesa bien servida; que el hombre que amaba me había etiquetado ante el mundo como todo aquello a lo que yo siempre había odiado; que en el mundo real- no en el de mis tontas fantasías- yo no pasaba de ser “esa otra”, la ingenua que ni en pesadillas pensé ser ; y que el mundo se había destrozado bajo mis pies por creer en un amor que a lo mejor ni existía en él, pero que a mi me venía consumiendo.
Y lloré todo lo que tuve para llorar en su pecho, queriendo volver a amarlo y recuperar la vida que yo tenía, sin ninguna suerte de mancha, un futuro perfecto que ya no existía.

Recuerdo haber caminado con él hasta el río, entre las murmuraciones de la gente que no sabía porque la doctorcita se alejaba por el sendero del río, con un hombre que no era el de la primera vez ; y recuerdo hablar con él entre sonrisas, caminando lentamente bajo los sauces iluminados por un sol de atardecer que no quemaba como antes.
Recuerdo su voz diciéndome que “sabia que yo era alguien que siempre corría tras las mariposas, pero que no quería que me hiciera mas daño” y yo sonreí diciéndole que “para esas caídas ya me estaba cosiendo un paracaídas, porque ese amor me empujaba a seguir adelante aunque tuviera que desbarrancarme en el intento de alcanzar un sueño”.

Recuerdo estar parados en un puente de fierros oxidados y haber extendido los brazos con el viento del cañón soplando sobre nosotros, con el cabello desordenándose y volviéndose a peinar, dueños de ese vacío en el corazón, dueños de esa nueva vida llena de ilusiones rotas. Pensando que todo estaría bien porque al fin nos habíamos contado todo y podíamos ser amigos de nuevo.

Y él me miró con esa ternura de siempre, para decirme con la voz mas suave que recuerdo:
-“yo vine aquí a hacer mi último intento por la niña que amaba y luego si no resultaba, poder olvidarte. Pero ahora que veo en la mujer que te estás convirtiendo, me gustas mas y nadie me puede quitar eso, ni siquiera tu”

Y yo le sonreí como ahora, con lágrimas nublándome los ojos. Sentía tanto amor en mi pecho para darle, pero ya no podía devolvérselo a la persona que lo merecía.

Yo tenia que seguir caminando, seguir cayendo, seguir levantándome, porque creía estúpidamente que cuando das el mayor esfuerzo, este es recompensado. Y que toda niña tiene derecho a hacer realidad su cuento de hadas.






jueves, junio 08, 2006

Hostias!

Yo no soy bautizada y mi curiosidad máxima es saber a que sabe una hostia. Mi madre me dijo que si tanta curiosidad tenía podía ir donde las monjas a que me dieran una de esas hostias sin bendecir, peor yo no quise. Lo que en verdad quiero saber es a que sabe una hostia en ese momento después de confesarse, que se siente hacer cola ante un cura al que por un breve instante dejas de considerar como el último gusano de la tierra y muy por el contrario sientes que es el gran embajador del perdón, quisiera saber como se siente quedarse calladito en la misa, con la hostia disolviéndose en la lengua como algún bocado divino, que te va limpiando por dentro.

Mi padre hijo de una familia ultra católica, estaba convencido de que por mas bueno que sea el pan no era justo obligar a comértelo y que a nadie lo podían obligar a ser católico, si esa era una decisión que parte de uno; con este pensamiento basado en la democracia que llevaba como bandera siempre, decidió bautizar a sus tres hijos mayores solo si ellos lo pedían y cuando hubieran alcanzado la edad en que los sesos dejan estar dentro de un cráneo con fontanelas sin cerrar, blando y amoldado a las creencias de los padres.

Crecidos los niños ( o debería llamar engendros y obstáculos de la vida? ) y alcanzada esa edad puberal en que los sesos se amoldan mas bien, a las creencias de los amigos y los maestros de la escuela, pidieron ser bautizados. Yo apenas si era un amasijo de carne y cabellos chascosos que comía caramelos con los cachetes llenos, así que por suerte no me exorcizaron- digo, bautizaron a mi también. Fue una hermosa ceremonia en que un cura con ojeras de elefante, miraba reprobatoriamente la tardanza de mis padres en “acercar a los niños al reino de Dios”. Claro, el cura que parecía sacado de film hindú ignoraba que en esa familia y dentro del mismo templo aun había un pequeño demonio sin bautizar mascando su chupetín rojo, ajena a esas vainas de agua bendita y flores de azar.

Tiempo después mi hermana La Achilenada vino con sus manías de hippie a reclamarle iracunda a mis padres por haberlas bautizado de católicas a los 13 años, si a esa edad vivían atemorizadas por las monjas del colegio.
¡¿Pero si tu misma me lo pediste y hasta lloraste insistiendo por el bautismo?! -Gritó mi padre al borde del infarto.
“Claaaro y desde cuando una niña sabe lo que le conviene! Eh?”- respondió mi hermana con mofa.
Mi padre se quedó frío ante esa respuesta acompañada por la cara de palo de mi hermana ya adulta ( el pobre ignoraba que de esas respuestas tendría a montones el resto de la vida ). Al parecer toda su filosofía de familia democráticamente organizada se venía abajo; pero como mi padre es terco, a los dos días se topó conmigo y mi triciclo destartalado dando vueltas por el patio, persiguiendo alguna libélula desprevenida.

- ¡A ti solo te bautizamos cumplidos los 18, así que nada de insistir antes! porque según tu hermana a los 13 ustedes aun siguen mulas!- y siguió pintando su nuevo tablero de ajedrez.
Yo abrí los ojos bien grandes y me quedé callada, acababa de ver una libélula quietecita detrás de su cabeza y la quería para mi frasco.

A mi no me interesaban los asuntos del bautismo, porque ya me daba hasta vergüenza pedir ser bautizada a los 8 años y entrar caminando a mi propio bautismo, eso si hubiera sido abochornante. Yo había resuelto que el día que me casara me harían todos los sacramentos juntos, cosa que así me borraban el pecado original y de paso todos los pecadillos que planeaba acumular hasta mis 30- que era la edad en que planeaba entrar de blanco a la Iglesia. Yo estaba muy feliz pensando que podría comerme todas las golosinas sin tener que compartirlas, cortarle el cabello a la Barbie de de mi prima la petulante y romper las ventanas del vecino, con afán pederasta que me molestaba cada vez que salía a comprar. Así que el bautismo retrasado significaba para mi un periodo de gracia con carta blanca, para poder disfrutar de lo que los otros llamaban injustamente “pecado”.

Me cuidé bien de no terminar en el colegio de monjas de mis hermanas, porque tenía temor a esos cuervos con hábito que hacían rezar de rodillas afuera de la clase; pero llegada la adolescencia me hacía sentir diferente que todas mis amigas ya hubieran pasado por los tormentos de los 3 sacramentos y yo aun seguía “Morita”. Claro, había aprendido a superar ese miedo que me inculcaba la abuela, de que los Moritos no van al cielo si me mueren, porque en el fondo yo si quería morirme y andar paseando como fantasma por toda la casa y jalarle las patas en las noches, a aquellos que decían que no iba a lograr ser nunca un angelito en el cielo.
Además eso de terminar en “el limbo”, me sonaba a invitación para ir a una sala con ecos en donde podría jugar largamente, sin que ningún barbón con túnica blanca y arpa arrosquetada, me instara a portarme bien, o a tener que leer esas historias en donde la gente mataba a sus hijos par ser fiel a un tal tío Yavé que andaba desparramando plagas o convirtiendo en estatuas de sal, cada vez que le daba la chiripiolca contra sus mascotas bípedas “hechos a su imagen y semejanza”.

Un día se infiltró una monja argentina al colegio, tenía los ojos celestes mas lindos que había visto y cuando cantaba, una voz de verdadero ángel; pero apenas se le acabó la sonrisa y las anécdotas de que llegada al Perú, todos los “cholitos” le decían “jelou, uan dolar” pensando que era gringa americana y con plata; le salió el discurso usual que me mantuvo atemorizada los 5 años de secundaria, de que a aquellas que no se habían confirmado “irían al infierno a sentir el rechinar de dientes de los pecadores”. Así que media clase aterrorizada por esa imagen de desgastar el esmalte dental a punta de tormentos donde “el tío Sata”, se terminó de confirmar en la fe de Cristo a los 16 años; mientras yo, tenía pesadillas con diablos de ojos azules que me invitaban a bailar tango en los fuegos eternos con el ritmo de dentelladas al aire.

Ya en la universidad, el paraíso para los que se dicen agnósticos por una cuestión fashion, mi novio me contó que en su colegio los hacían tener retiros de 2 días, cada cierto tiempo para reflexionar sobre sus pecados. Yo pegué el grito en el cielo ¿Qué pecados se tiene a los 12 años? Probablemente sentir que odias tus padres, ganas de masturbarte a diario y haberte fumado un cigarro a escondidas. No entendía porque eso tenía que hacer sentir culpable a un niño.
Eso confirmó mi odio a la intolerancia de los curas y sus normas desfasadas; aunque, siempre me quedó la curiosidad de que se sentía el confesarse ante alguien y ser tan inocente de creer que al sacar esas culpas fuera de ti eras perdonado y eras absuelto hasta el día que volvieras a meter la pata.

A veces yo quisiera confesarme y que me den una penitencia muy grande a cumplir para luego sentirme libre de toda culpa o remordimiento; pero es inútil, creo que una necesita perdonarse a si misma para poder vivir a gusto, no importa a quien se lo digas, lo necesario es saber que tus errores son absueltos en tu propio corazón.

De pequeña yo tenía una amigo imaginario, lo vi en un cuadrito que se quedó colgando en el cuarto de mis hermanas. Me cayó bien el tipo porque se veía flaco, barbudo y pelucón como John Lennon. Me dijeron que era Jesús, pero yo no les creí, porque para mi el tal Jesús andaba siempre crucificado y en shock por la tremenda zarandeada de los romanos y sus costumbres de matarifes. Ese Jesús crucificado me daba cierto miedo, ese si tenía cara de venir a jalarme de las patas si no me bautizaba.
En la pintura el joven de rostro sereno tocaba una puerta y yo me imaginé que era la mía, porque a esa edad yo me sentía bastante sola y ni asi cantara Arroz con leche, nadie tocaba mi puerta para ir a jugar. Así que lo volví mi mejor amigo y le contaba esas cosas que me hacían sufrir por solo pensarlas. Aprendí a ir a la raíz del problema y buscar siempre la razón detrás de cada sensación dolorosa que me oprimía el pecho antes de dormir y que no podía entender.
El tipo me enseñó a perdonarme solita y sin probar hostias, porque en esta vida me decía, “no existen personas buenas ni personas malas, solo circunstancias”. Y como yo era niña le creí.

Días de bestiario

Junio, seis


Se podría pensar que estoy enamorada por lo que escribo y escribiré. Pensar que jamás he estado tan frágil, tan cercana a ese sentimiento, pero creo que también se equivocarían. Porque si escribo del polen en el rostro, de las abejas en los árboles, de cielos color de rosa, no es que el amor ande tocándome el seso, es solamente que volví a ser tierna.

Es que luego de dos años de andar queriendo crecer y endureciendo la piel para parecer madura ante el espejo y no sentir lástima de mi misma por mirarme como una pobre niña indefensa, me decidí a sentir de nuevo y a creer que mi corazón puede pedir ayuda, que aun no está todo perdido.

No es que ande enamorada, o tal vez si…no lo sé. Pero hoy amanecí sin ganas de empujar los recuerdos al fondo de mi baúl mental, para que no duelan tanto. Amanecí sin ganas de ponerle el velo usual a las cosas y hacer parecer que nada me duele, cuando es al revés, cuando vengo sintiendo y procesándolo todo, para que no quede etiquetado en la memoria como un fracaso, como una frustración sino solo como un recuerdo. Un maldito recuerdo.

Y claro, he de confesar que hace dos años que extraño que me abracen…no las usuales palmaditas, no el abrazo apasionado, no el abrazo de amigos…solo que me abracen y me acojan y me hagan sentir que no sirve de nada seguir corriendo, si ya no tengo ninguna parte en donde ocultarme, cuando los monstruos habitan dentro mío y no tengo aun el valor de sacarlos al sol y desaparecer sus sombras para siempre.

Y también confesar que estos dos años necesite de alguien junto a mí, para que se pusiera de mi lado contra el mundo. Que no me agradó estar sola, ni crecer a la fuerza. Que hubiera preferido alguien a quien contarle que me pasaba a diario esos días de infierno y que ese alguien me abrazara y no me reclamara o me dijera que así es la vida y que esas cosas me hacen fuerte. Que después de eso dos años, se me acabó la vocación de ayudar y poner la otra mejilla, que a veces hubiera querido ser yo también la mala del cuento y no la que recibe los golpes. Que me cansé de hacerme la fuerte, si en el fondo solo quería un abrazo.

Y hoy amanecí así, con esta fragilidad que me hace vana. Que quise llorar y no pude y recordé esos inviernos en otra parte, mirando por la ventana una extensa llanura lunar, donde antes hubo un océano de estrellas ganchudas y al intentar llorar tampoco pude hacerlo. Porque tantas veces me sequé los ojos con los sellos de cera de esas cartas no enviadas. Y ahora que al fin puedo hacerlo, llorando a gritos si es preciso ya no me dan los ojos, ni la nostalgia…porque tal vez no haya nada que recordar. Ni nada por lo que andar sufriendo.

Hoy amanecí frágil, mas que siempre…y descubrí que el volver a sentir también duele un poco, pero acaso valga la pena el pedir ayuda, el tener paciencia y el volver a ser tierna. Acaso valga la pena ilusionarse un poco y atreverse a contar esas cosas que permanecen en tinieblas y que nos hacen daño el seguir ocultando. Acaso valga la pena reconocer que no me agrada estar sola y que de vez en cuando yo también necesito dar cariño y recibirlo. Acaso valga la pena la fragilidad si sabes que tu abrazo será devuelto.
quien sabe que pasa en casa?

la pagina ha caducado...deberia dar gracias?

es una feliz coincidencia entre el ser y el no ser ?

entre la realidad y la ficcion?

este es un post de prueba, asi que al carajo si alguien lo lee

me gustaria que asi fuera mi despedida

con nadie para dar la respuesta de donde me meti

sino, como siempre...

que hui mientras las luces esperaban ser encendidas

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...