Era el 2001 un año que parecía nuevo y prometedor para todos nosotros. Los amigos que recuerdo de aquella época lucían caras lisas y frescas carentes de arrugas, con cabelleras completas, sin ninguna cana asomando a las sienes o a la barba. Eramos muy jovenes pero ni siquiera advertimos cuanto. Yo también lo era, hace veinte años mis piernas eran fuertes y mis carnes firmes, pero yo no me preocupaba mucho por ello, había preocupaciones inmediatas como exámenes que pasar, entrevistas de trabajo o novios nuevos a la vuelta de la esquina. La capital se mostraba prometedora y luminosa, aun a pesar de su bruma constante junto a la costa y su cielo gris de nueve meses al año. De mi primer verano aquí apenas si recuerdo a mucha gente con la que compartí fiestas o inquietudes, a algunos los volví a ver por cuestiones de trabajo o estudios y a otros, aun a pesar de la abundancia de las redes y los medios de búsqueda jamás pude volver a encontrarlos. Una de esas personas se llamaba Selene, no Selena como solía corregirnos siempre, ni Celina, sino Selene con S, como la luna sabes? Soy la hija de la luna. Lo había dicho la primera vez que se presentó y no entendí la relación. Hablaba rápido y claro, con un acento que no podía detectar si era del norte o del sur, hablaba de varias cosas a la vez y luego se callaba con ojos extrañados como esperando que su interlocutor le diera una respuesta igual de extensa o enrevesada acerca de cualquier cosa.
La primera vez que la vi desayunaba a solas en la mesa del comedor común que teníamos en el primer piso. Era una casa pensión para señoritas en un barrio caro, en donde los pisos de arriba no eran de concreto y los marcos de las ventanas eran de madera. A pesar de ello, de esa precariedad de la que ahora me doy cuenta, el ambiente era acogedor y tibio con pisos de imitación madera y decoración frugal estilo sueco que invitaba a permanecer allí por mucho tiempo aunque el cielo afuera pintara gris o casi negro al llegar el invierno. Las habitaciones eran blancas y algunas como las de Selene y la mía, más baratas compartían un diminuto baño en donde había que se ser extremadamente ordenada para no tener altercados posteriores por frascos de champú o ropa interior perdida. Eso me había pasado con la anterior inquilina, pero se había marchado pronto. El dueño decía que era mala pagadora y que esta vez intentaría con alguien mas responsable y con menos los financieros. Fue en esas que había aparecido Selene en la pequeña quinta de tres plantas. Desayunaba tranquila dando la espalda al kitchenette color verde menta cuando entré a saludar, con la espalda recta y el mentón apoyado en la mano derecha llena de abalorios, ojeaba distraída un gran libro de Feng Shui con ilustraciones coloridas que estaba dispuesto sobre la larga mesa de madera del comedor común.
Hola! Cómo te va? Me saludó como si me conociera de toda la vida. En esa ciudad en donde todo el mundo se guardaba sus distancias era raro hallar alguien que de buenas a primeras te tratara con familiaridad. Al instante me dijo que era la nueva inquilina, que compartiríamos baño y que su contrato era por un año así que no tenía por qué preocuparme. No sé a que se refería con eso, pero asentí con una sonrisa. Durante los veinte minutos siguientes mientras yo acomodaba el plato compuesto por atún, papas y brócoli que almorzaría ese día me habló de ella, de sus planes de ser diseñadora o modista y de que le gustaba ese comedor con gruesas columnas porque el feng shui decía que siempre debía apoyar su espalda a una, aunque jamás debía darle la espalda a una puerta, eso jamás. Señalaba esta ultima frase como si el no hacerlo significara alguna maldición futura, así que le prometí que intentaría comer la próxima vez mirando hacia la puerta, lo dije con la boca llena de un bocado de brócoli, pero ella ni siquiera sintió mi pequeña burla.
Los meses que siguieron a su llegada fueron meses de exámenes y pruebas, me las pasaba estudiando y poniendo post it de todo color en las blancas paredes para recordar conceptos que me ayudarían luego en los exámenes. Estudiaba sentada en el piso o en la cama durante todo el día y en la tarde salía a correr hasta el malecón, antes de las clases nocturnas que duraban hasta las once de la noche. Fue allí que me la encontré otro día, aunque de lejos no la reconocí de inmediato, el largo collar que rodeaba su cuello y su alto moño negro no podían corresponder a otra persona. Caminaba lento y distraídamente mirando al mar y al camino pedestre alternadamente. Llevaba sandalias de cuero marrón y pulseras color bronce en ambas manos, su ropa a pesar de que era siempre de colores sobrios y sin adornos, la solía acompañar de esos collares y pulseras que tintineaban sobre su cuerpo cuando subía las escaleras y abría la puerta de su habitación bien entrada la noche, al regresar de su turno como azafata. Me lo había dicho así de forma elegante, soy azafata, como quien te dice que se va en un vuelo todas las mañanas a Dubai y no quien atiende mesas azafate en mano en la pastelería del barrio de moda. Así era ella, su forma de decir las cosas. Si me hubiera dicho que recogía basura en las calles o mataba gente por dinero la hubiera mirado con los mismos ojos de admiración y envidia. No llevaba maquillaje alguno, pero el moño alto y los pendientes largos le daban cierta elegancia de cisne a su cuello moreno que no sabría explicar, pero incluso mudándose mucho después de que yo lo hice a ese barrio de gente pudiente, ella siempre aparentaba pertenecer allí más que cualquiera de nosotros. No era guapa, pero su actitud de diosa bien podría haberse considerado de una rara belleza.
Hola! Me dijo y levantó la mano, cuando yo estaba ya muy cerca de ella. Sospechaba que no me había divisado trotando, que tenía algún problema de vista o de distracción patológica que no le permitía ver a las personas a menos que estuvieran a un metro de su cuerpo. No sabía que corrías hasta aquí, agregó. Mi cuerpo algo rollizo a diferencia del largo y grácil de ella, quizá no lo aparentaba pero poco a poco había ido ganando en fuerza y ampliando mi rango de trote cada vez mas y ahora me permitía llegar hasta esa parte del malecón casi sin cansarme. Hacía pausas para caminar y volver a correr, no me apresuraba por tener una carrera continua, ni por seguirle el ritmo a los otros. Las primeras semanas de mi mudanza a la ciudad capital había comido un sandwich con mayonesa en un grifo, que terminó en una diarrea fulminante con deshidratación al día siguiente, sin embargo una semana después, había venido lo mas duro, la debilidad progresiva en las piernas, los muslos, la dificultad para subir escaleras, luego para la marcha y en un momento hasta para respirar profundo. Temí lo peor y consulté a un médico, pero afortunadamente al cabo de quince días todo aminoró y no necesité avisar a mi familia ni nada. Había estado muy asustado, eran mis primeros momentos de fragilidad sola, pero lo había podido resolver sin recurrir a los otros, como toda mi infancia. El hecho de poder levantarme de la cama y echar a andar y luego correr era ya casi un milagro para mí, así se lo conté a ella.
Es la cosa mas rara que me han contado jamás me dijo, con la mano en la boca. Es que ahora existen tantos pesticidas. -Tantos virus, interrumpí yo. -Tantos pesticidas, siguió ella, el hombre está acabando con el mundo, sabías? Estamos acabando con él con todo lo que hacemos, a veces se me quita el sueño de noche y pienso, que podemos hacer nosotros? Yo por ejemplo que puedo hacer? Y eso me perturba, no puedo volver a dormir. Es un tormento que llevo siempre conmigo…
La escuché un buen rato sin decir palabra, no sabía que a alguien pudiera atormentarle como cambiar el mundo de noche. Sonaba a exageración y dramatismo inútil, pero no podía burlarme, era mi única amiga allí y compartíamos el baño. No podía ser todo lo mala leche que me nacía ser con mis comentarios crueles. A mi por ejemplo solo me atormentaba tener que volver a casa con mis padres o si el nuevo chico con el que estaba saliendo, tenía novia o no. Acabábamos de dormir hace dos noches juntos y me había dejado su pesado reloj de marca cara puesto en la mano como símbolo de que nos veríamos de nuevo este fin de semana. No dejaba de pesar en eso. Lima era una ciudad tan prometedora en ese momento, que brillaba por todos los rincones. El sol empezó a ponerse poco a poco y la gente detuvo la marcha igual que nosotras para admirar el espectáculo de las seis, a veces hasta los niños se callaban un poco.
Bonito reloj, comentó cuando me vio frotándolo mientras mirábamos el atardecer sentadas en el malecón ya descansando de la caminata. Es por lo de la otra noche, no?, Y agregó Los oí gritar muy a gusto toda la madrugada. No hubo espacio para que le dijera algo en contra o me ofendiera. Apenas si le sonreí avergonzada. ¿Es que sabes? Yo a esas horas estoy despierta, se me quita el sueño pensando, nunca he pensando tanto como desde que llegué a esta pensión, han de ser las vigas.
-Las vigas? -dije yo. Si, las vigas de madera en el techo de la casa, no te haz fijado? No se puede dormir bien bajo una casa con vigas ni en una habitación con espejos, eso nunca porque sirven de portales para los malos espíritus. Recuérdalo, siempre.
Y a veces después de veinte años recuerdo esas charlas inocentes de Selene la hija de la luna, profetizando que no duerma en habitaciones con vigas de madera ni espejos y reparo en la soledad de mi habitación de hotel rodeada por mi reflejo repetido en todos los espejos y a veces en una imagen caleidoscópica de mi misma desde el techo y me digo, cuantos malos espíritus se han colado en mi vida desde entonces, quitándome el sueño. Veinte años no es nada pero parece todo. Qusiera abrir la puerta del baño y escuchar sus pulseras mientras se desviste, la intimidad de otra persona compartiendo mi mismo espacio. ¿Es eso raro?
Soy azafata- había dicho Selene. Y yo pensé que se subía a muchos aviones, que vivía en ellos. Me reí para mis adentros de mi inocencia de hace veinte años y me dispuse a tomar otro vuelo que me llevaría hacia ninguna otra parte.