miércoles, enero 08, 2025

Maricona

Ella gritó “maricona” pedaleando su hermosa bicicleta rosa a toda prisa muy delante mio. Yo no podía seguirla. No podía pedalear a toda velocidad soltando las manos del timón de la bicicleta vieja con el asiento banano que heredé de mis hermanos. Ella pedaleaba y su cabello se movía al viento junto a su otra amiga, la que si podía hacerlo. Yo quedé rezagada, pedaleando lo mas que pude, los campos de verde frijol se abrían a ambos lados sin que ningún auto atravesara el nuevo camino asfaltado. El viento del mar cercano traía aromas que ahora parecen mezclarse con todo lo que significa mi infancia. El olor a tierra cultivada, el olor a lodo y acequias, de hierba que crece, de libertad y desafío. Ellas siguieron pedaleando, esta vez haciendo piruetas como bajar de un lado de la bicicleta, parándose solo sobre un pedal mientras la bicicleta iba a toda marcha, con la mano en alto. Yo dudaba si hacer mas cosas sobre mi vieja bicicleta, pero dudaba más sobre el poder de mis piernas. Y habría de dudar todo el camino rocoso de la pubertad y de la adolescencia acerca de lo que verdaderamente significa el valor. Yo que de mas niña había tenido valor para todo, me pasaría allí estancada los siguientes años dudando sobre cosas inútiles como el brillo suficiente en mi cabello, los zapatos escolares perfectos, o el alto de la falda para que me vieran los chicos. El escrutinio ante otros ojos, de chicos y chicas había empezado, gente que a veces aparece aun de grande en mis pesadillas, señalando lo que es correcto y lo que no, haciéndome sentir marginada como entonces. La gente que ocupa los lugares correctos en el baile o la fila delantera en un concierto, la gente que baila y ríe entre si y que no sabes si también ríen a causa tuya. 


En lugar de negarme y decir cosas como que yo superé todo aquello y que logré cosas que ellos jamás lograrían. Que probé mi valor en situaciones en que otros se hubieran echado mil veces para atrás, voy a hacer el ejercicio distinto y reconocer que aun habiendo caminado 25 años después una senda distinta y viendo como sus vidas se destruyeron en historias dignas de un realismo mágico latinoamericano digno de contarse en otro capitulo, aun a pesar de eso, hay días en que me siento así “Maricona” sin valor para seguir el paso. Sin fuerza para pedalear suficiente. Viendo como me quedo al rabo de todos, como aparezco momentáneamente en desventaja y en lugar de remontar a fuerza de pedaleo y orgullo, de poner mas empeño en no quedarme a la cola, me voy quedando atrás, me quedo a contemplar el camino, suelto el paso. Como si nada importara y el fracaso fuera un lecho mas mullido que todas las metas y horizontes victoriosos al lado de los otros. Siento que soy esa misma niña que se queda en pausa y suelta los pies de los pedales y de pronto mira alrededor y halla al mundo de una belleza extraña y ajena, inexplicable, que por momentos quisiera relatarle a alguien con palabras. Me quedo de nuevo en ese camino, en donde todo parece perfecto, con la naturaleza emergiendo a solas sin la mano del hombre, hermosa en su origen y sueño, sueño mucho, no en estar acompañada sino en que alguien entienda. Que ese era el placer verdadero de salir de paseo al atardecer con mis amigas, que al final para mi era suficiente con ver sus cabellos volando allí delante o escuchar sus risas traídas por el viento y agitarse las copas de los sauces a la vera del camino. 

Yo era feliz así y a veces pienso que ahora, con esta edad que tengo, en que todos corren para demostrarse algo que no tuvieron de niños, para demostrarse esa verdad que les hicieron creer sus padres, verdades que uno se cuenta a si mismo como realidad inalienable del futuro prometedor que debe ser logrado para vencer a los monstruos internos. Verlos así, en esa carrera loca sin mirar a los costados, disfrutando apenas del camino, me causa esa misma admiración que de niña. ¿Qué les quedará para si cuando lo hayan logrado todo? ¿Qué les quedará de este mundo hermoso que solo fue hecho y crece sin pausa para sus ojos? Soy una romántica. Una soñadora. A veces olvido que ya he crecido y que son este tipo de cosas la que los adultos callan para justificar sus vidas.

domingo, octubre 20, 2024

La Cita

 


Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frutos rojos. Todo el color del mundo se lo ha llevado ella al verla. Su mano juega al filo de la mesa con dedos finos de uñas cortadas y sin pintar. Y no puedo dejar de mirar que ninguno de esos dedos maravillosos de pianista lleva un anillo, ni dueño a quien responder cosa alguna. Mi te se enfría antes que pueda invitarla a sentarse y ella pone suave un libro sobre la mesa que se adormece lentamente bajo los colores del atardecer. Su vestido es de flores pequeñas y azules. Azules son también a lo lejos, los colores del mar, del cielo, de algo que se agita brillante en mi pecho, sin poder definir si es duro cómo el cobalto o una gran tormenta azul que ha venido a llevárselo todo, mientras ella sonríe con dientes perfectos sobre algo que ni siquiera advierto haber dicho. Se pierden las palabras, el rito de saber qué decir y a dónde ir, se levanta en el aire la tapa del pequeño libro que ella trajo, de las servilletas en donde yo he garabateado rostros y siluetas esperando su llegada o su desaire. Cualquiera de ambos. Llevo tanto tiempo acostumbrado a perderme solo en atajos como en caminos largos y ambos siempre conducen siempre al mismo lago de oscuro dolor. Pero ha venido ella hoy, con sus dedos largos que componen todo, que tejen filigrana en el aire con las palabras mientras habla y se alejan de su centro como alas que pretendieran ya volar. Yo la escucho, pero no sé lo que dice, ninguna palabra la recuerdo conocida, ni su boca, ni sus ojos. Ni la suavidad de sus cabellos que adivino como nubes de algodón perdiéndose en mis manos. Solo la veo y pienso que su voz lleva el color del sol y trae  como suave promesa de verano la tibieza de regreso a mi piel. 


¿Quién sabe quién es ella? Que guarda en ese corazón del tamaño de una dura almendra o grande como la extensa playa en que posaría ya mismo mi cuerpo cansado y aterido por el frío de mil inviernos. Miro sus ojos e intento adivinar en la distancia entre sus pupilas si planea en un movimiento de sus brazos mezcla del color de la canela y el azafrán, atraparme luego para siempre. Si podré resistirme a ellos aunque lo intente, si nadaré en contra o me llevará con ella hasta el fondo submarino de donde debe haber surgido. Caminamos entonces juntos, sin rozarnos apenas, mirándonos de perfil y arrastrando los pies como si acabáramos de haber aprendido a hacerlo o así lo siento yo. Ella se mueve en otra dimensión y comprendo que habita en otro mundo, en un lecho de águilas, en un lugar a donde nadie va si no es llevado en su boca. Yo deseo ser su alimento. Su abrigo y desnudarme con ella hasta que me quite para siempre el frío. No le digo nada de eso, cojo su libro en mi mano y siento que es lo único que me dará. Ella guarda silencio y sus silencios son largos y obstinados, cae la noche sin darme cuenta apenas que ella se marchará y me quedaré a solas con su recuerdo para siempre, sin atreverme a tocar mas allá que esa estela invisible que ha dejado entre ambos. Sin atreverme a romper el hechizo del que prefiero verme envuelto antes de hacer algo que revele mi tonta humanidad. 

¿Quién sabe quién realmente es ella? Tiembla de frío en el vestido ligero que ondea iluminado de flores azules en la noche clara. Me mira y la miro. Se irá sin decirme su nombre verdadero, ni de dónde ha surgido. Es un hada transparente ya, su testimonio desaparece en la noche azulada, como guiones y puntos. Su nombre es como un pedido de auxilio, una llamada de socorro mas no he sabido retenerla, ni he adivinado si volveré a verla. 

Su voz era del color del sol. Su presencia una gran luz cegadora. A veces cierro los ojos y puedo volver a verla. 


domingo, octubre 06, 2024

Diarios de Viaje: Camino en la selva

El terreno es fangoso aún. Hemos pasado la mañana queriendo salir de aquí pero es difícil sin un mapa que nos guíe. Vamos lento, veo su espalda moverse delante mío sin volver una sola vez la cabeza, sus cabellos van ocultos dentro de la camisa gris y sus manos cortan la maleza con un machete que al inicio me provocó un respingo. Estábamos solos en esa cabaña cuando dijo que era momento de partir, me preguntó si estaba lista. No lo estaba. Quizá lo estuviera por fuera, pero por dentro solo era un trapo mojado, escurriéndose de miedo. En esa soledad de monte solo estábamos él y yo. Me quedaba confiar en él, eso podía hacerlo, pero ya no confiaba en mis piernas. 


Salimos al amanecer, cuando desde los árboles grita toda esa naturaleza viva que se oculta a los ojos y el olor a naturaleza es embriagante por su vitalidad y fuerza. El se cala el sombrero de tela casi hasta los ojos y yo lo imito, aunque no sé porqué. Temo que algo salte de la copa de los arboles y se enrede entre mis cabellos, que no salga nunca más. Quisiera cubrirme entera, mas de lo que ya estoy, pero la capa de sudor fino comienza cubrir toda mi piel y la parte posterior de mis orejas. 

-¿Estás lista? Repite y su voz es firme como siempre debe haber sido, sin inflexiones dulces ni de duda. Su mirada está fija en mi y hace que me levante del tronco donde apoyo la mochila.

-Estoy lista- replico.


Las botas de hule comienzan a hundirse entonces entre la hierba crecida y luego poco a poco en trechos fangosos que la lluvia de la noche ha dejado. Nos adentramos en la oscuridad, en medio del abrazo apretado de la selva, seguidos de cerca por el canto de monos y pájaros que se espantan a nuestro andar. Sus pasos son firmes y los míos intentan serlo, nos vamos alejando, el se detiene un poco, me parece agotarlo que tenga que voltear cada tanto para ver si sigo detrás suyo. ¿Es mi sensación o sólo le estorbo? Aparto esas ideas con una mano igual que a la nube de mosquitos de cuando nos acercamos a los claros de luz. Tengo miedo, miedo de no ser suficiente, de no llegar al fin del camino sin llorar. Desde que he llegado con él quiero llorar todo el tiempo, siento una desolación de fin del mundo. Quisiera contarle por qué es que he venido aquí, por qué a pesar de mis miedos, he tomado un avión, la carretera, lo he acompañado en ese camino tumultuoso a través de tierra colorada en donde se encallan incluso las 4 x4 y luego he cruzado un río grande  de agua fría y otro mas pequeño con agua caliente y lo he seguido por el monte cruzando ese chorro de agua hirviente en donde temía resbalar, caminando media hora que me pareció un siglo en medio de barro y maleza para estar con él y saber que es esto. Qué demonios era esto.


El sonido de su machete abriendo camino no se detiene. Estamos en selva tupida y me pregunto en qué momento me caerá algo sobre el hombro o me caminará algo por la espalda. Llevo la blusa empapada de sudor y trato de mantener la sonrisa por si el volteara a mirarme, fingir que estoy a gusto. El vapor del agua se filtra entre nosotros haciendo nubes que me devuelven a ideas ficticias de que estamos huyendo juntos a un lugar que no existe. El se va alejando y yo detrás de el ya no intento seguirle el paso tan enérgicamente, estoy pensando en mis cosas. En la naturaleza de los por qué y de mis sentimientos que se aferran a él, como del niño que no quiere decepcionar al padre aunque se muera de miedo por intentar seguirle el paso. El se da la vuelta, no es muy alto, pero en medio de esa selva es inmenso y dueño de todo, mi único guía, los ojos y los cabellos del color de las castañas al fuego. Una mirada que jamás pestañea, una boca  de labios delgados que jamás suelta una palabra innecesaria en medio del camino.

-¿Estás cansada ya? 

- No, le digo, bebiendo un sorbo de la botella que saco de la mochila. 

-La selva es dura, no es para cualquiera. 

-Lo sé, admito. Y en medio de los altos arboles un tropel de loros gritan asintiendo mi respuesta. 

No sé que me ha hecho venir hasta aquí por el. Si mi necesidad de un abrazo que me reconforte por lo que acabo de perder en Lima o la necesidad agobiante de solo poder volver a ver sus ojos mirandome, aunque ahora en medio de esa gran masa de arboles y río caudaloso, ya no esté tan segura de nada. Nuestra ropa está manchada de lodo y nuestros rostros sudados, bajo la ropa de tela delgada me duelen las mil picadas de zancudos en las piernas. No sé que hago aquí, pude detener este viaje en cualquier parte del camino. Incluso haberme quedado en la orilla del primer río cuando vi lo frágil de la embarcación, pero no lo hice. Me ha llevado muy lejos la curiosidad y el reto de que no quería parecer débil ante él, quería demostrarle que soy mas de lo que ve y mas de lo que yo veo en mi misma, pero ahora lo dudo un poco. Hemos pasado noches a solas sin decirnos una palabra a pesar de hacer el amor y lo he visto al atardecer  tendido en la hamaca esnifar rapeé con la mirada muy lejana cuando atardecía en el nacimiento del río sin deseos de empezar a oír mi historia, la que he venido a contarle y entonces me he sentido sola, lejana, mas que en ninguna otra parte. He venido por un abrazo pero aquí no hay nadie.


-Deja de pensar, dice, la selva no espera y entonces echa a andar de nuevo monte adentro y yo voy detrás de él pensando que me ha leído las ideas, que estoy desnuda frente a él pero que él ya no busca mirarme. Me acomodo la mochila y abotono bien mi camisa hasta el cuello, calando de nuevo el sombrero sobre los ojos miedosos y hundo mis pies casi hasta la rodilla por ir tras de él, pero no hay camino por el cual volver. No sé volver sola. Me agobia pensar que sabe lo débil que soy cuando tenemos que cruzar equilibrando sobre un tronco resbaloso o bajar por el lodo de un nivel a otro y mis manos se aferran a las lianas con miedo a lanzarme al vacío, caer y romperme un hueso. El espera abajo sin darme palabras de aliento ni hacerme el camino fácil. Es un observador de mis tormentos que espera a que los supere sin su ayuda.


 Me avergüenza pensar que por mucho que lo oculte el ya sepa que no sirvo para seguirle el paso, que mi cara no es de alegría sino de espanto cuando llega la noche y adivino que las tarántulas se acercan al porche de la pequeña cabaña a dormir tranquilas en el fondo de las botas. Quizá también perciba que duermo hecha un nudo bajo el mosquitero roto, en ese calor asfixiante donde solo se escucha el rumor del rio cercano y los mil insectos que habitan la noche, pero después del amor rápido y violento jamás se acerca a tocarme. Dormimos apartados y solos y el mundo se siente inmenso y de un vacío doloroso al que no sé darle nombre. A veces una tormenta brutal sacude la selva y un relámpago parte la oscuridad iluminando todo, yo tiemblo, sollozo, estiro la mano en la cama que es una parrilla ardiente   y  busco su espalda para aferrarme a él como quien busca un tronco en medio de un naufragio, pero en medio del sueño el solo se aparta e ignora que existo. Entonces el viento fresco de la tormenta, trae ráfagas de lluvia sobre el mosquitero, se mezclan un poquito con lágrimas que intento ocultar mientras pienso. ¿Qué fue lo que me hizo venir hasta aquí? 


-Ya falta poco para llegar a la Lupuna, dice, y da mas machetazos en medio de la vegetación crecida,  yo me arrastro tras él con fingido entusiasmo. Te sigo, le digo.

martes, octubre 01, 2024

Madrugada

Y ante el sol de la mañana se deshacen en niebla  los sueños tejidos con la desesperación de enamorados, en mitad de la noche, con esa ansiedad que hace tejer mil palabras, frases que riman, promesas que desarman al corazón mas duro.
Con el primer sol de la mañana se derriten como alas de Ícaro las alas de ilusión que con tanta paciencia tejí de la noche a la madrugada, hechas con retazos de canciones, con la palabra mas honesta y descarnada, esos hilos con que he tejido de a pocos cada argumento que apoye mi confesión mas sincera. 
Desnudar el alma que en la noche era fácil, se ha vuelto una tarea imposible con la luz del primer sol de la mañana. No hay fuerza que apoye mis ideas, ahora se levantan altos muros y sombras de miedo e inseguridad a cada paso, es mejor borrar todo, evitar todo contacto, evitar hacer el ridículo, aquel mismo ridículo que horas antes en medio de la madrugada parecía la misión mas digna y heroica para salvar un corazón que se desangra.
Ahora con la luz del día nada de eso tiene el valor que tenía anoche en medio de las sábanas en llamas, las palabras y los actos prometidos a futuro han perdido su significado. Palidecen de miedo las mas osadas promesas, ¿Quién ha oído la voz que ha clamado por una oportunidad anoche? ¿Quién ha secado los ojos? ¿Quién ha calmado el sollozo y la esperanza que surge en medio de todo este desespero? Solo la noche y su silencioso paso puede dar el valor suficiente, para arrastrarse hasta el auricular y llenarlo en palabras de amor, en preguntas que no deben hacerse dos ni tres veces, en juramentos que no deben ser escuchados mas fuertes que solo un susurro. 
Viene el día. Ha venido el día y se lo ha llevado todo. Ante ese sol esplendoroso se han evaporado mis mas grandes ansias de decir la verdad mas pura, la que no debe oírse, la que me haría un día esclava de palabras y mas palabras. Guardo silencio. Es el sol alto el que ahora se burla de mi osadía por confesarlo todo, por entregarme toda.
Ya llegará otra noche, en que quiera hablar de amor, en que quiera poner sobre la mesa todo, sin guardarme nada y ser libre, por fin libre. 
Ya vendrá para mí otra madrugada.

sábado, septiembre 28, 2024

Tu voz

 Me hablas de ti, de lo que harás, de la música, de los pasajes en avión, de todo aquello que te salvará. Me hablas rápidamente en esa fase maniaca de cuando eres feliz, pareces feliz, anhelas ser feliz y pintas con los dedos mojados en barro sobre el lienzo que he traído para ti, sobre mi camisa blanca, sobre el pecho que te entrego entero para que me hagas bien o me hagas daño, pero que niegas a rasgar y hacer sangrar del todo. Y hablas, hablas lento, hablas rápido, te mueves como un cometa que gira sobre mi con mil palabras que brillan y a veces hieren en su intensidad y te escucho hablar, como si pudieras curarme con esas palabras que navegan de mis poros hasta el mismo pozo de café que es ahora mi alma, zurciendo heridas que parece que compartimos y de las que yo no suelo hablar, 

pero tu voz …

Tu voz es la voz que rodea este espacio nuestro, donde nuestros cuerpos son lánguidos después del amor, son polvo que vuelve al polvo y que tu vuelves a armar como arcilla para hacer de nosotros uno, uno solo…mientras hablas y las palabras las creas y las destruyes con dientes apretados de rabia o con lengua de pájaro silvestre que ha vuelto por fin a cantar y mencionas así, tus deseos, tus recuerdos, los lejanos parajes de esa memoria gastada en donde confundes nombres, fechas y esta nueva felicidad con desgracia. 

Veo tu boca que se mueve moldeando idiomas que logro apenas entender y concatenar las canciones con las experiencias de tu pasado remoto, sonriendo para ti o temblando, dejándome fuera, fuera de todo eso que crece y se levanta dentro de ti, una ola, un tsunami de recuerdos, de historias trágicas y sórdidas por contarme  y estiro los brazos para que no te pierdas en esos fondos oceánicos de donde te nacen las historias que llevan dentro la paradoja que rima invisible con mi propio nombre. 

Cuantas veces te hundes, te pierdes, naufragas, tu palabra es el sueño del que apenas he logrado liberarme cuando crecía pero tu encallas ahí toda tu humanidad desnuda y fundas una nueva tierra sin permiso en la que caminas descalza, segura de toda la atracción que ejerces. Tu cabello son mil caracolas y tu boca el eslabón de sal que rompo en un beso para callarte y que no hables más de cosas que me hacen daño, pero hablas y las palabras nos envuelven, nos ahogan, nos enredan hasta asfixiarnos.

 Me rasgas el pecho que se desangra en secretos que no te he contado, amargos secretos que no escuchaste mientras hablabas y el sonido de tu voz lo cubría todo. Nos perdemos, nos hundimos mar adentro, en esa corriente de conciencia que ya no logramos evitar, tu voz se pierde en la mía, nos ahogamos bajo toneladas de agua salada que evitamos volver a llorar. 

Me hablas de ti y ya no recuerdo lo que fue, pero intentando escucharte me perdí otra vez.

viernes, septiembre 27, 2024

En el nombre del padre

Al abrir la puerta de casa todo el olor y los recuerdos guardados allí se le impregnaron de golpe en la nariz y en el cerebro. ¿Cómo podía ser que aquella casa siguiera oliendo con indigna persistencia a todo lo que el recordaba de la niñez? La alfombra manchada, el colchón meado del perro, la comida guardada de varios días en el frigider, la ropa a medio secar en el pequeño balcón. Esa vida tan de clase media de la que se había intentado apartar  huyendo de ella cuando trabajaba como un loco sin mirar ni un momento atrás por temor a volverse mera estatua de sal y que ahora la hija de apenas ocho años ya le sacaba en cara, tu casa huele feo papi, o tu casa no huele como la de mami. 


Tenía razón, ahora su apartamento olía igual que la casa de los viejos y probablemente su ropa de cama también olía como a la recámara de los viejos cuando el era niño y no quería entrar mas allá del marco de la puerta para dar las buenas noches y ver todos los diarios apilados al lado de la cabecera de papá,  resolviendo crucigramas con la lamparita encendida y los anteojos a la mitad de la nariz o esa infusión de mil hierbas en la mesita de noche de mamá, que se enfriaba antes que ella encontrara las pastillas. No, recuerdos malos, recuerdos de una época antigua en donde era chico, de huesos delgados y de salud frágil. Una época que había querido pasar rápidamente, pero que pasó para el lenta y pesada como en años de perro. Transcurrió en cincuenta años esa niñez, de cassettes que se volvieron CD´s rayados que apilaba bajo la cama y luego pasar a esa adolescencia solitaria de bajar canciones toda la madrugada aunque la computadora se llenara de virus, de sopa humeante y grasosa a la noche, de ropa que no secaba bien y olía a orines, de colaciones que no llenaban a mitad del recreo, pero que su madre mandaba entre mil gritos. Esas colaciones que daba pena sacar delante de los otros, tan escasas como las de los otros, los tapers de plástico brillante, la botellita de limonada. El plátano que se reventaba entre los cuadernos antes que dieran las once. A veces parece que la infancia es esa parada de autobús a la que uno no espera regresar nunca a menos que se equivoque de carro, pero a la que regresas a rastras solo cuando ya eres padre. Y ahí estaba su hija recordándole todo de su infancia, se veía en ella,  en cada gesto suyo,  el fruncir de las cejas espesas cuando no entendía algo, los ataques de asma  por la alergia a los gatos, hasta en su poca tolerancia a la leche en las mañanas o a que invirtiera el orden de las consonantes al escribir palabras largas. Estaba ella carne de su carne, innegable. Una copia suya haciéndolo revivir todos los recuerdos de nuevo.


Que feo huele tu casa había dicho y con eso se había preguntado si también el estaba comenzado a oler fetidamente como su padre, si finalmente ya todos los órganos habían envejecido en el macerándose de la amargura y el cansancio que tienen los adultos y ahora era idéntico al olor del viejo cuando lo abrazaba.  De mas chico el y su hermana bromeaban sobre eso. Cuando el viejo muera -decía ella- y me toque extrañarlo voy a venir a oler tu ropa, apestas igual, luego lanzaba una carcajada de esas irritantes en que mostraba hasta la campanilla y el le rompía  de un manotazo lo que ella estuviera haciendo. 

Es cierto, sudaba como su padre en las tardes de calor, olía a el  como animal hediondo que puede ser sentido a metros de distancia, pero no le importó hasta que la adolescencia cuando corría las mil vueltas de educación fisica y lo obligaban  a ir a las duchas antes que vuelva a clase. Apestas Ramírez. No vuelvas a clase sin cambiarte de ropa. Las chicas se reían bajito entonces y el se apartaba con vergüenza, sintiendo a su padre aflorar en sus axilas y su pelo.


Huelen igual y qué. Así huelen los hombres, parecía oír la voz de la vieja desde la cocina. A sudor, a trabajo fuerte, a tabaco. No era nada para reprochar y sin embargo el sabía que este mes de Setiembre acababa de cumplir la edad que su padre jamás llegó a cumplir con ellos. “Se lo llevó el cigarro” eran las cosas que escuchó de todos y el lo siguió repitiendo como si el cigarro fuera una persona que viene, toca la puerta, pregunta por alguien y se lo lleva a vivir a un barrio desconocido del que jamás vuelven. Ese es el olor que el jamás tendría, el olor a cigarro de su padre añadido en las ropas, en las manos, entre los miles de periódicos que se quedaban amarillos sobre las sillas o en donde fuera. Era el olor que aun quedaba un poco al abrir los armarios de la casa vieja cuando fueron a venderla. Ese olor raro en la alfombra y las cortinas, su viejo se había ido pero parece que el cigarro que se lo había llevado dejó como pago aquel olor impregnado en casa.


Ahora el tenía la misma precariedad que entonces sus padres, libros viejos en lugar de periódicos al lado de su cama, una alfombra gastada que algún día cambiaría, cortinas heredadas del matrimonio que no funcionó, comida de varios días olvidada en el congelador. Y los discos, todos aquellos discos de los que se volvió comprador fanático cuando le dijeron que era mejor oírlos así  en un tornamesa que desde el computador o un stéréo. Toda aquella música que su ex mujer no sabía para que coleccionaba, si la casa era chica, si no tenemos ni para comer, si no te pagan bien por lo que escribes. Es momento que dejes esos sueños, que aterrices Ramírez. Ella se fue, esa pequeña casa no era para criar a nadie, el tampoco sabía como hacer que esa alianza funcione ¿cómo lo habían logrado sus padres? Tenían mas hijos, menos comida, menos comodidades y se habían quedado juntos. Los periódicos viejos y el mate de hierbas humeante en la misma habitación, eso era lo que significaba para el que la familia funcionara. Ir a su recámara  y que los viejos durmieran juntos allí, tosiendo el o con el pastillero para los mil dolores ella. 


Esa infancia que duró cincuenta años a lo mejor no había sido tan mala, su pequeña le reclamaba ahora el mal olor de su departamento feo pero algún día lo extrañaría, extrañará tropezar con la alfombra o sentarse a ver los discos y preguntarle cómo se cambia de canción en esa cosa. Seguramente ella vería cosas que el no puede ver y olería con ese fino olfato los rastros de la semana en su ropa de asalariado. Haz estado en una pizzeria. Haz estado en un lugar con humo. Así jugaban a las adivinanzas. Ella jamás le sentiría olor a tabaco, a cigarros que nunca lo tentaron ni cuando tuvo edad de hacerlo y los encendía a escondidas solo para recordar un poco a su padre, antes de la tos, de que se hiciera pequeño y frágil en esa cama a la que no lo dejaban entrar a verlo. Quedaba solo brindar por eso, por el retazo de vida que había superado, por todos los caminos que pudo andar sin tirarse de un puente,   probablemente el viviría mas primaveras que el viejo. Quien sabe.

Se pregunta si también la infancia de su niña como para el,  durará cincuenta años, si recordará cada episodio de los viajes en auto entre su casa fea y la casa de su madre, si recordará las discusiones entre ellos, los desencuentros, las llamadas telefónicas. Las veces que no llegó con el regalo perfecto. O si solo recordará esto, el olor feo cuando se abre la puerta, el olor de la ropa de cama guardada, el olor de su padre envejeciendo, célula a célula, órgano a órgano, avinagrándose en sueños de los que no despierta, mientras escucha discos viejos desde un tornamesa de segunda mano.  Madura Ramírez, esos cuentos no te los compra nadie. Y Ramirez se para del sofá y escribe, vuelve a escribir, porque esta primavera no es la suya. No vendrá nadie aun a llevárselo al barrio de los que jamás regresan. Esta primavera es eterna y el escribe sobre esa infancia, sobre su viejo y sueña.

jueves, septiembre 26, 2024

La danza

Hay una oscuridad creciente, la tiniebla azul que antecede a todo lo visto

La mujer de cera se levanta de su lecho inerte y danza,

Con cabellos rizados cual lenguas de fuego gira y contornea su figura hasta volverse nada, danza sin temor a nada hasta que queda exhausta,

Está puesta abajo, 

su rostro vuelto a la tierra contraído ahora hasta las lagrimas, 

las yemas de sus dedos se aferran tensos a un territorio que no la puede salvar de un fin que ya está descrito, mucho antes de ella y de cualquier anhelo de permanecer eterna. 

Se levanta, gira, gira, contornea la silueta como quien sufre un deseo que no puede ser jamás calmado, 

Su figura es fuego, magia, universo incandescente,

Hay una canción sin letra dentro de ella, una melodía que nadie aprende a cantar con voz suficiente. La canción que la levanta y la mitiga. Ojos cerrados, labios trémulos, la mujer está bailando para si misma la canción sin nombre que nadie ha aprendido a cantar para ella.

Se mueve, se descompone, sus movimientos son dramáticos e inútiles,

de rodillas gatea por la pieza oscura clamando la piedad inexistente, es apenas una llama mortecina ahora, la débil llama de lo que recuerda haber sido. 

Cae, cae. Ha caído y sus cabellos se arrastran como cuerda encerada por aquel piso, cuerda desnuda que consume el cuerpo derretido de una cera que ya no arde. 

La mujer se desnuda ante la mirada atónita de la oscuridad que crece con ojo de cíclope sobre ella, muestra sus grandes senos flojos, sus muslos que adormecen, y enervan al universo mas oscuro,  la mujer se desnuda ante la noche que ha detenido un rato su marcha canibal de humanos sin alma y se muestra tal como siente, esa es su fuerza, esa su valentía,   entonces danza. 

Sin miedo. Danza para ella. No hay oscuridad posible que la borre de la faz de la tierra. Ella danza iluminada por dentro y entonces es eterna.

Vuelve a danzar ante la noche que es un mar de brea oscura que la rodea buscando apagarla pero  que la enciende en cambio,  

vuelve a encenderla  de donde no queda nada y la vuelve antorcha, 

la vuelve incendio que no perdona, 

torna en llamas sus cabellos que cambian de oscuros a rojos 

Y vuelve alas sus pies que han dejado ya el lastre de cera que antes la ataba al piso en donde todos se arrastran, esclavos de un futuro que amenaza con  carbón y cenizas.  La mujer danza y vaya que danza. La oscuridad mas temible ha avivado como  combustible el mayor de sus fuegos. Un cuerpo que vibra, que siente, que tiene ahora el calor de mil soles. La mujer despierta. Sus ojos son del color del atardecer y su piel no desea volver jamás a cubrirse.

Mírame le dice a la noche que retrocede perlando su frente de pálidas estrellas, Mírame, soy fuego. No puedes detenerme.


Maricona

Ella gritó “maricona” pedaleando su hermosa bicicleta rosa a toda prisa muy delante mio. Yo no podía seguirla. No podía pedalear a toda velo...