domingo, octubre 20, 2024

La Cita

 


Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frutos rojos. Todo el color del mundo se lo ha llevado ella al verla. Su mano juega al filo de la mesa con dedos finos de uñas cortadas y sin pintar. Y no puedo dejar de mirar que ninguno de esos dedos maravillosos de pianista lleva un anillo, ni dueño a quien responder cosa alguna. Mi te se enfría antes que pueda invitarla a sentarse y ella pone suave un libro sobre la mesa que se adormece lentamente bajo los colores del atardecer. Su vestido es de flores pequeñas y azules. Azules son también a lo lejos, los colores del mar, del cielo, de algo que se agita brillante en mi pecho, sin poder definir si es duro cómo el cobalto o una gran tormenta azul que ha venido a llevárselo todo, mientras ella sonríe con dientes perfectos sobre algo que ni siquiera advierto haber dicho. Se pierden las palabras, el rito de saber qué decir y a dónde ir, se levanta en el aire la tapa del pequeño libro que ella trajo, de las servilletas en donde yo he garabateado rostros y siluetas esperando su llegada o su desaire. Cualquiera de ambos. Llevo tanto tiempo acostumbrado a perderme solo en atajos como en caminos largos y ambos siempre conducen siempre al mismo lago de oscuro dolor. Pero ha venido ella hoy, con sus dedos largos que componen todo, que tejen filigrana en el aire con las palabras mientras habla y se alejan de su centro como alas que pretendieran ya volar. Yo la escucho, pero no sé lo que dice, ninguna palabra la recuerdo conocida, ni su boca, ni sus ojos. Ni la suavidad de sus cabellos que adivino como nubes de algodón perdiéndose en mis manos. Solo la veo y pienso que su voz lleva el color del sol y trae  como suave promesa de verano la tibieza de regreso a mi piel. 


¿Quién sabe quién es ella? Que guarda en ese corazón del tamaño de una dura almendra o grande como la extensa playa en que posaría ya mismo mi cuerpo cansado y aterido por el frío de mil inviernos. Miro sus ojos e intento adivinar en la distancia entre sus pupilas si planea en un movimiento de sus brazos mezcla del color de la canela y el azafrán, atraparme luego para siempre. Si podré resistirme a ellos aunque lo intente, si nadaré en contra o me llevará con ella hasta el fondo submarino de donde debe haber surgido. Caminamos entonces juntos, sin rozarnos apenas, mirándonos de perfil y arrastrando los pies como si acabáramos de haber aprendido a hacerlo o así lo siento yo. Ella se mueve en otra dimensión y comprendo que habita en otro mundo, en un lecho de águilas, en un lugar a donde nadie va si no es llevado en su boca. Yo deseo ser su alimento. Su abrigo y desnudarme con ella hasta que me quite para siempre el frío. No le digo nada de eso, cojo su libro en mi mano y siento que es lo único que me dará. Ella guarda silencio y sus silencios son largos y obstinados, cae la noche sin darme cuenta apenas que ella se marchará y me quedaré a solas con su recuerdo para siempre, sin atreverme a tocar mas allá que esa estela invisible que ha dejado entre ambos. Sin atreverme a romper el hechizo del que prefiero verme envuelto antes de hacer algo que revele mi tonta humanidad. 

¿Quién sabe quién realmente es ella? Tiembla de frío en el vestido ligero que ondea iluminado de flores azules en la noche clara. Me mira y la miro. Se irá sin decirme su nombre verdadero, ni de dónde ha surgido. Es un hada transparente ya, su testimonio desaparece en la noche azulada, como guiones y puntos. Su nombre es como un pedido de auxilio, una llamada de socorro mas no he sabido retenerla, ni he adivinado si volveré a verla. 

Su voz era del color del sol. Su presencia una gran luz cegadora. A veces cierro los ojos y puedo volver a verla. 


domingo, octubre 06, 2024

Diarios de Viaje: Camino en la selva

El terreno es fangoso aún. Hemos pasado la mañana queriendo salir de aquí pero es difícil sin un mapa que nos guíe. Vamos lento, veo su espalda moverse delante mío sin volver una sola vez la cabeza, sus cabellos van ocultos dentro de la camisa gris y sus manos cortan la maleza con un machete que al inicio me provocó un respingo. Estábamos solos en esa cabaña cuando dijo que era momento de partir, me preguntó si estaba lista. No lo estaba. Quizá lo estuviera por fuera, pero por dentro solo era un trapo mojado, escurriéndose de miedo. En esa soledad de monte solo estábamos él y yo. Me quedaba confiar en él, eso podía hacerlo, pero ya no confiaba en mis piernas. 


Salimos al amanecer, cuando desde los árboles grita toda esa naturaleza viva que se oculta a los ojos y el olor a naturaleza es embriagante por su vitalidad y fuerza. El se cala el sombrero de tela casi hasta los ojos y yo lo imito, aunque no sé porqué. Temo que algo salte de la copa de los arboles y se enrede entre mis cabellos, que no salga nunca más. Quisiera cubrirme entera, mas de lo que ya estoy, pero la capa de sudor fino comienza cubrir toda mi piel y la parte posterior de mis orejas. 

-¿Estás lista? Repite y su voz es firme como siempre debe haber sido, sin inflexiones dulces ni de duda. Su mirada está fija en mi y hace que me levante del tronco donde apoyo la mochila.

-Estoy lista- replico.


Las botas de hule comienzan a hundirse entonces entre la hierba crecida y luego poco a poco en trechos fangosos que la lluvia de la noche ha dejado. Nos adentramos en la oscuridad, en medio del abrazo apretado de la selva, seguidos de cerca por el canto de monos y pájaros que se espantan a nuestro andar. Sus pasos son firmes y los míos intentan serlo, nos vamos alejando, el se detiene un poco, me parece agotarlo que tenga que voltear cada tanto para ver si sigo detrás suyo. ¿Es mi sensación o sólo le estorbo? Aparto esas ideas con una mano igual que a la nube de mosquitos de cuando nos acercamos a los claros de luz. Tengo miedo, miedo de no ser suficiente, de no llegar al fin del camino sin llorar. Desde que he llegado con él quiero llorar todo el tiempo, siento una desolación de fin del mundo. Quisiera contarle por qué es que he venido aquí, por qué a pesar de mis miedos, he tomado un avión, la carretera, lo he acompañado en ese camino tumultuoso a través de tierra colorada en donde se encallan incluso las 4 x4 y luego he cruzado un río grande  de agua fría y otro mas pequeño con agua caliente y lo he seguido por el monte cruzando ese chorro de agua hirviente en donde temía resbalar, caminando media hora que me pareció un siglo en medio de barro y maleza para estar con él y saber que es esto. Qué demonios era esto.


El sonido de su machete abriendo camino no se detiene. Estamos en selva tupida y me pregunto en qué momento me caerá algo sobre el hombro o me caminará algo por la espalda. Llevo la blusa empapada de sudor y trato de mantener la sonrisa por si el volteara a mirarme, fingir que estoy a gusto. El vapor del agua se filtra entre nosotros haciendo nubes que me devuelven a ideas ficticias de que estamos huyendo juntos a un lugar que no existe. El se va alejando y yo detrás de el ya no intento seguirle el paso tan enérgicamente, estoy pensando en mis cosas. En la naturaleza de los por qué y de mis sentimientos que se aferran a él, como del niño que no quiere decepcionar al padre aunque se muera de miedo por intentar seguirle el paso. El se da la vuelta, no es muy alto, pero en medio de esa selva es inmenso y dueño de todo, mi único guía, los ojos y los cabellos del color de las castañas al fuego. Una mirada que jamás pestañea, una boca  de labios delgados que jamás suelta una palabra innecesaria en medio del camino.

-¿Estás cansada ya? 

- No, le digo, bebiendo un sorbo de la botella que saco de la mochila. 

-La selva es dura, no es para cualquiera. 

-Lo sé, admito. Y en medio de los altos arboles un tropel de loros gritan asintiendo mi respuesta. 

No sé que me ha hecho venir hasta aquí por el. Si mi necesidad de un abrazo que me reconforte por lo que acabo de perder en Lima o la necesidad agobiante de solo poder volver a ver sus ojos mirandome, aunque ahora en medio de esa gran masa de arboles y río caudaloso, ya no esté tan segura de nada. Nuestra ropa está manchada de lodo y nuestros rostros sudados, bajo la ropa de tela delgada me duelen las mil picadas de zancudos en las piernas. No sé que hago aquí, pude detener este viaje en cualquier parte del camino. Incluso haberme quedado en la orilla del primer río cuando vi lo frágil de la embarcación, pero no lo hice. Me ha llevado muy lejos la curiosidad y el reto de que no quería parecer débil ante él, quería demostrarle que soy mas de lo que ve y mas de lo que yo veo en mi misma, pero ahora lo dudo un poco. Hemos pasado noches a solas sin decirnos una palabra a pesar de hacer el amor y lo he visto al atardecer  tendido en la hamaca esnifar rapeé con la mirada muy lejana cuando atardecía en el nacimiento del río sin deseos de empezar a oír mi historia, la que he venido a contarle y entonces me he sentido sola, lejana, mas que en ninguna otra parte. He venido por un abrazo pero aquí no hay nadie.


-Deja de pensar, dice, la selva no espera y entonces echa a andar de nuevo monte adentro y yo voy detrás de él pensando que me ha leído las ideas, que estoy desnuda frente a él pero que él ya no busca mirarme. Me acomodo la mochila y abotono bien mi camisa hasta el cuello, calando de nuevo el sombrero sobre los ojos miedosos y hundo mis pies casi hasta la rodilla por ir tras de él, pero no hay camino por el cual volver. No sé volver sola. Me agobia pensar que sabe lo débil que soy cuando tenemos que cruzar equilibrando sobre un tronco resbaloso o bajar por el lodo de un nivel a otro y mis manos se aferran a las lianas con miedo a lanzarme al vacío, caer y romperme un hueso. El espera abajo sin darme palabras de aliento ni hacerme el camino fácil. Es un observador de mis tormentos que espera a que los supere sin su ayuda.


 Me avergüenza pensar que por mucho que lo oculte el ya sepa que no sirvo para seguirle el paso, que mi cara no es de alegría sino de espanto cuando llega la noche y adivino que las tarántulas se acercan al porche de la pequeña cabaña a dormir tranquilas en el fondo de las botas. Quizá también perciba que duermo hecha un nudo bajo el mosquitero roto, en ese calor asfixiante donde solo se escucha el rumor del rio cercano y los mil insectos que habitan la noche, pero después del amor rápido y violento jamás se acerca a tocarme. Dormimos apartados y solos y el mundo se siente inmenso y de un vacío doloroso al que no sé darle nombre. A veces una tormenta brutal sacude la selva y un relámpago parte la oscuridad iluminando todo, yo tiemblo, sollozo, estiro la mano en la cama que es una parrilla ardiente   y  busco su espalda para aferrarme a él como quien busca un tronco en medio de un naufragio, pero en medio del sueño el solo se aparta e ignora que existo. Entonces el viento fresco de la tormenta, trae ráfagas de lluvia sobre el mosquitero, se mezclan un poquito con lágrimas que intento ocultar mientras pienso. ¿Qué fue lo que me hizo venir hasta aquí? 


-Ya falta poco para llegar a la Lupuna, dice, y da mas machetazos en medio de la vegetación crecida,  yo me arrastro tras él con fingido entusiasmo. Te sigo, le digo.

martes, octubre 01, 2024

Madrugada

Y ante el sol de la mañana se deshacen en niebla  los sueños tejidos con la desesperación de enamorados, en mitad de la noche, con esa ansiedad que hace tejer mil palabras, frases que riman, promesas que desarman al corazón mas duro.
Con el primer sol de la mañana se derriten como alas de Ícaro las alas de ilusión que con tanta paciencia tejí de la noche a la madrugada, hechas con retazos de canciones, con la palabra mas honesta y descarnada, esos hilos con que he tejido de a pocos cada argumento que apoye mi confesión mas sincera. 
Desnudar el alma que en la noche era fácil, se ha vuelto una tarea imposible con la luz del primer sol de la mañana. No hay fuerza que apoye mis ideas, ahora se levantan altos muros y sombras de miedo e inseguridad a cada paso, es mejor borrar todo, evitar todo contacto, evitar hacer el ridículo, aquel mismo ridículo que horas antes en medio de la madrugada parecía la misión mas digna y heroica para salvar un corazón que se desangra.
Ahora con la luz del día nada de eso tiene el valor que tenía anoche en medio de las sábanas en llamas, las palabras y los actos prometidos a futuro han perdido su significado. Palidecen de miedo las mas osadas promesas, ¿Quién ha oído la voz que ha clamado por una oportunidad anoche? ¿Quién ha secado los ojos? ¿Quién ha calmado el sollozo y la esperanza que surge en medio de todo este desespero? Solo la noche y su silencioso paso puede dar el valor suficiente, para arrastrarse hasta el auricular y llenarlo en palabras de amor, en preguntas que no deben hacerse dos ni tres veces, en juramentos que no deben ser escuchados mas fuertes que solo un susurro. 
Viene el día. Ha venido el día y se lo ha llevado todo. Ante ese sol esplendoroso se han evaporado mis mas grandes ansias de decir la verdad mas pura, la que no debe oírse, la que me haría un día esclava de palabras y mas palabras. Guardo silencio. Es el sol alto el que ahora se burla de mi osadía por confesarlo todo, por entregarme toda.
Ya llegará otra noche, en que quiera hablar de amor, en que quiera poner sobre la mesa todo, sin guardarme nada y ser libre, por fin libre. 
Ya vendrá para mí otra madrugada.

sábado, septiembre 28, 2024

Tu voz

 Me hablas de ti, de lo que harás, de la música, de los pasajes en avión, de todo aquello que te salvará. Me hablas rápidamente en esa fase maniaca de cuando eres feliz, pareces feliz, anhelas ser feliz y pintas con los dedos mojados en barro sobre el lienzo que he traído para ti, sobre mi camisa blanca, sobre el pecho que te entrego entero para que me hagas bien o me hagas daño, pero que niegas a rasgar y hacer sangrar del todo. Y hablas, hablas lento, hablas rápido, te mueves como un cometa que gira sobre mi con mil palabras que brillan y a veces hieren en su intensidad y te escucho hablar, como si pudieras curarme con esas palabras que navegan de mis poros hasta el mismo pozo de café que es ahora mi alma, zurciendo heridas que parece que compartimos y de las que yo no suelo hablar, 

pero tu voz …

Tu voz es la voz que rodea este espacio nuestro, donde nuestros cuerpos son lánguidos después del amor, son polvo que vuelve al polvo y que tu vuelves a armar como arcilla para hacer de nosotros uno, uno solo…mientras hablas y las palabras las creas y las destruyes con dientes apretados de rabia o con lengua de pájaro silvestre que ha vuelto por fin a cantar y mencionas así, tus deseos, tus recuerdos, los lejanos parajes de esa memoria gastada en donde confundes nombres, fechas y esta nueva felicidad con desgracia. 

Veo tu boca que se mueve moldeando idiomas que logro apenas entender y concatenar las canciones con las experiencias de tu pasado remoto, sonriendo para ti o temblando, dejándome fuera, fuera de todo eso que crece y se levanta dentro de ti, una ola, un tsunami de recuerdos, de historias trágicas y sórdidas por contarme  y estiro los brazos para que no te pierdas en esos fondos oceánicos de donde te nacen las historias que llevan dentro la paradoja que rima invisible con mi propio nombre. 

Cuantas veces te hundes, te pierdes, naufragas, tu palabra es el sueño del que apenas he logrado liberarme cuando crecía pero tu encallas ahí toda tu humanidad desnuda y fundas una nueva tierra sin permiso en la que caminas descalza, segura de toda la atracción que ejerces. Tu cabello son mil caracolas y tu boca el eslabón de sal que rompo en un beso para callarte y que no hables más de cosas que me hacen daño, pero hablas y las palabras nos envuelven, nos ahogan, nos enredan hasta asfixiarnos.

 Me rasgas el pecho que se desangra en secretos que no te he contado, amargos secretos que no escuchaste mientras hablabas y el sonido de tu voz lo cubría todo. Nos perdemos, nos hundimos mar adentro, en esa corriente de conciencia que ya no logramos evitar, tu voz se pierde en la mía, nos ahogamos bajo toneladas de agua salada que evitamos volver a llorar. 

Me hablas de ti y ya no recuerdo lo que fue, pero intentando escucharte me perdí otra vez.

viernes, septiembre 27, 2024

En el nombre del padre

Al abrir la puerta de casa todo el olor y los recuerdos guardados allí se le impregnaron de golpe en la nariz y en el cerebro. ¿Cómo podía ser que aquella casa siguiera oliendo con indigna persistencia a todo lo que el recordaba de la niñez? La alfombra manchada, el colchón meado del perro, la comida guardada de varios días en el frigider, la ropa a medio secar en el pequeño balcón. Esa vida tan de clase media de la que se había intentado apartar  huyendo de ella cuando trabajaba como un loco sin mirar ni un momento atrás por temor a volverse mera estatua de sal y que ahora la hija de apenas ocho años ya le sacaba en cara, tu casa huele feo papi, o tu casa no huele como la de mami. 


Tenía razón, ahora su apartamento olía igual que la casa de los viejos y probablemente su ropa de cama también olía como a la recámara de los viejos cuando el era niño y no quería entrar mas allá del marco de la puerta para dar las buenas noches y ver todos los diarios apilados al lado de la cabecera de papá,  resolviendo crucigramas con la lamparita encendida y los anteojos a la mitad de la nariz o esa infusión de mil hierbas en la mesita de noche de mamá, que se enfriaba antes que ella encontrara las pastillas. No, recuerdos malos, recuerdos de una época antigua en donde era chico, de huesos delgados y de salud frágil. Una época que había querido pasar rápidamente, pero que pasó para el lenta y pesada como en años de perro. Transcurrió en cincuenta años esa niñez, de cassettes que se volvieron CD´s rayados que apilaba bajo la cama y luego pasar a esa adolescencia solitaria de bajar canciones toda la madrugada aunque la computadora se llenara de virus, de sopa humeante y grasosa a la noche, de ropa que no secaba bien y olía a orines, de colaciones que no llenaban a mitad del recreo, pero que su madre mandaba entre mil gritos. Esas colaciones que daba pena sacar delante de los otros, tan escasas como las de los otros, los tapers de plástico brillante, la botellita de limonada. El plátano que se reventaba entre los cuadernos antes que dieran las once. A veces parece que la infancia es esa parada de autobús a la que uno no espera regresar nunca a menos que se equivoque de carro, pero a la que regresas a rastras solo cuando ya eres padre. Y ahí estaba su hija recordándole todo de su infancia, se veía en ella,  en cada gesto suyo,  el fruncir de las cejas espesas cuando no entendía algo, los ataques de asma  por la alergia a los gatos, hasta en su poca tolerancia a la leche en las mañanas o a que invirtiera el orden de las consonantes al escribir palabras largas. Estaba ella carne de su carne, innegable. Una copia suya haciéndolo revivir todos los recuerdos de nuevo.


Que feo huele tu casa había dicho y con eso se había preguntado si también el estaba comenzado a oler fetidamente como su padre, si finalmente ya todos los órganos habían envejecido en el macerándose de la amargura y el cansancio que tienen los adultos y ahora era idéntico al olor del viejo cuando lo abrazaba.  De mas chico el y su hermana bromeaban sobre eso. Cuando el viejo muera -decía ella- y me toque extrañarlo voy a venir a oler tu ropa, apestas igual, luego lanzaba una carcajada de esas irritantes en que mostraba hasta la campanilla y el le rompía  de un manotazo lo que ella estuviera haciendo. 

Es cierto, sudaba como su padre en las tardes de calor, olía a el  como animal hediondo que puede ser sentido a metros de distancia, pero no le importó hasta que la adolescencia cuando corría las mil vueltas de educación fisica y lo obligaban  a ir a las duchas antes que vuelva a clase. Apestas Ramírez. No vuelvas a clase sin cambiarte de ropa. Las chicas se reían bajito entonces y el se apartaba con vergüenza, sintiendo a su padre aflorar en sus axilas y su pelo.


Huelen igual y qué. Así huelen los hombres, parecía oír la voz de la vieja desde la cocina. A sudor, a trabajo fuerte, a tabaco. No era nada para reprochar y sin embargo el sabía que este mes de Setiembre acababa de cumplir la edad que su padre jamás llegó a cumplir con ellos. “Se lo llevó el cigarro” eran las cosas que escuchó de todos y el lo siguió repitiendo como si el cigarro fuera una persona que viene, toca la puerta, pregunta por alguien y se lo lleva a vivir a un barrio desconocido del que jamás vuelven. Ese es el olor que el jamás tendría, el olor a cigarro de su padre añadido en las ropas, en las manos, entre los miles de periódicos que se quedaban amarillos sobre las sillas o en donde fuera. Era el olor que aun quedaba un poco al abrir los armarios de la casa vieja cuando fueron a venderla. Ese olor raro en la alfombra y las cortinas, su viejo se había ido pero parece que el cigarro que se lo había llevado dejó como pago aquel olor impregnado en casa.


Ahora el tenía la misma precariedad que entonces sus padres, libros viejos en lugar de periódicos al lado de su cama, una alfombra gastada que algún día cambiaría, cortinas heredadas del matrimonio que no funcionó, comida de varios días olvidada en el congelador. Y los discos, todos aquellos discos de los que se volvió comprador fanático cuando le dijeron que era mejor oírlos así  en un tornamesa que desde el computador o un stéréo. Toda aquella música que su ex mujer no sabía para que coleccionaba, si la casa era chica, si no tenemos ni para comer, si no te pagan bien por lo que escribes. Es momento que dejes esos sueños, que aterrices Ramírez. Ella se fue, esa pequeña casa no era para criar a nadie, el tampoco sabía como hacer que esa alianza funcione ¿cómo lo habían logrado sus padres? Tenían mas hijos, menos comida, menos comodidades y se habían quedado juntos. Los periódicos viejos y el mate de hierbas humeante en la misma habitación, eso era lo que significaba para el que la familia funcionara. Ir a su recámara  y que los viejos durmieran juntos allí, tosiendo el o con el pastillero para los mil dolores ella. 


Esa infancia que duró cincuenta años a lo mejor no había sido tan mala, su pequeña le reclamaba ahora el mal olor de su departamento feo pero algún día lo extrañaría, extrañará tropezar con la alfombra o sentarse a ver los discos y preguntarle cómo se cambia de canción en esa cosa. Seguramente ella vería cosas que el no puede ver y olería con ese fino olfato los rastros de la semana en su ropa de asalariado. Haz estado en una pizzeria. Haz estado en un lugar con humo. Así jugaban a las adivinanzas. Ella jamás le sentiría olor a tabaco, a cigarros que nunca lo tentaron ni cuando tuvo edad de hacerlo y los encendía a escondidas solo para recordar un poco a su padre, antes de la tos, de que se hiciera pequeño y frágil en esa cama a la que no lo dejaban entrar a verlo. Quedaba solo brindar por eso, por el retazo de vida que había superado, por todos los caminos que pudo andar sin tirarse de un puente,   probablemente el viviría mas primaveras que el viejo. Quien sabe.

Se pregunta si también la infancia de su niña como para el,  durará cincuenta años, si recordará cada episodio de los viajes en auto entre su casa fea y la casa de su madre, si recordará las discusiones entre ellos, los desencuentros, las llamadas telefónicas. Las veces que no llegó con el regalo perfecto. O si solo recordará esto, el olor feo cuando se abre la puerta, el olor de la ropa de cama guardada, el olor de su padre envejeciendo, célula a célula, órgano a órgano, avinagrándose en sueños de los que no despierta, mientras escucha discos viejos desde un tornamesa de segunda mano.  Madura Ramírez, esos cuentos no te los compra nadie. Y Ramirez se para del sofá y escribe, vuelve a escribir, porque esta primavera no es la suya. No vendrá nadie aun a llevárselo al barrio de los que jamás regresan. Esta primavera es eterna y el escribe sobre esa infancia, sobre su viejo y sueña.

jueves, septiembre 26, 2024

La danza

Hay una oscuridad creciente, la tiniebla azul que antecede a todo lo visto

La mujer de cera se levanta de su lecho inerte y danza,

Con cabellos rizados cual lenguas de fuego gira y contornea su figura hasta volverse nada, danza sin temor a nada hasta que queda exhausta,

Está puesta abajo, 

su rostro vuelto a la tierra contraído ahora hasta las lagrimas, 

las yemas de sus dedos se aferran tensos a un territorio que no la puede salvar de un fin que ya está descrito, mucho antes de ella y de cualquier anhelo de permanecer eterna. 

Se levanta, gira, gira, contornea la silueta como quien sufre un deseo que no puede ser jamás calmado, 

Su figura es fuego, magia, universo incandescente,

Hay una canción sin letra dentro de ella, una melodía que nadie aprende a cantar con voz suficiente. La canción que la levanta y la mitiga. Ojos cerrados, labios trémulos, la mujer está bailando para si misma la canción sin nombre que nadie ha aprendido a cantar para ella.

Se mueve, se descompone, sus movimientos son dramáticos e inútiles,

de rodillas gatea por la pieza oscura clamando la piedad inexistente, es apenas una llama mortecina ahora, la débil llama de lo que recuerda haber sido. 

Cae, cae. Ha caído y sus cabellos se arrastran como cuerda encerada por aquel piso, cuerda desnuda que consume el cuerpo derretido de una cera que ya no arde. 

La mujer se desnuda ante la mirada atónita de la oscuridad que crece con ojo de cíclope sobre ella, muestra sus grandes senos flojos, sus muslos que adormecen, y enervan al universo mas oscuro,  la mujer se desnuda ante la noche que ha detenido un rato su marcha canibal de humanos sin alma y se muestra tal como siente, esa es su fuerza, esa su valentía,   entonces danza. 

Sin miedo. Danza para ella. No hay oscuridad posible que la borre de la faz de la tierra. Ella danza iluminada por dentro y entonces es eterna.

Vuelve a danzar ante la noche que es un mar de brea oscura que la rodea buscando apagarla pero  que la enciende en cambio,  

vuelve a encenderla  de donde no queda nada y la vuelve antorcha, 

la vuelve incendio que no perdona, 

torna en llamas sus cabellos que cambian de oscuros a rojos 

Y vuelve alas sus pies que han dejado ya el lastre de cera que antes la ataba al piso en donde todos se arrastran, esclavos de un futuro que amenaza con  carbón y cenizas.  La mujer danza y vaya que danza. La oscuridad mas temible ha avivado como  combustible el mayor de sus fuegos. Un cuerpo que vibra, que siente, que tiene ahora el calor de mil soles. La mujer despierta. Sus ojos son del color del atardecer y su piel no desea volver jamás a cubrirse.

Mírame le dice a la noche que retrocede perlando su frente de pálidas estrellas, Mírame, soy fuego. No puedes detenerme.


lunes, septiembre 23, 2024

Mensaje en visto

Lo he dejado como esperaría dejar en esta butaca el dolor que me atenaza la pierna o como desearía dejar en casa todos los miedos que me han impedido irme antes. Lo he dejado, pero no es que no lo hubiera dejado ya antes, el me ha dejado también, me ha dejado de escribir, de llamar, de parecer agradable, se ha vuelto una piedra y yo no puedo con eso. He intentado, ya sabes, lo intento siempre ir tras el, hacer escaramuzas para decirle que lo siento, para hacer que el diga que lo siente, pero es inútil. Un día nos cruzamos por casualidad y su voz era la de un robot, sus respuestas a mis dudas las que daría un chat de inteligencia artificial, ninguna palabra extra. Puntos al final de cada frase, podía sentir un reloj que me avisaba que lo dejara en paz. Hubo una noche después de eso, una noche en la que todos habían bebido y yo también un poco, aun no me dolía la pierna, pero ese día empezaría. Ni siquiera había llegado a casa cuando decidí escribirle, ni siquiera terminé de sonreír en aquella reunión cuando tomé el taxi y quise desesperadamente una comunicación con el. Quería decirle que las veces que mas lo extraño son aquellas en que estoy feliz de nuevo, como esa noche, las veces en que vuelvo a reír y parece que el mundo fuera blandito y dulce como un bollo de canela. Así quería escribírselo, pero hubiera sido demasiado cursi. Puse Te amo, luego lo borré. Puse: Nunca dejaré de amarte y lo borré de nuevo. En el taxi con las luces de la ciudad a la medianoche volviendose verdes y amarillas en los márgenes, yo solo podía pensar largos discursos sobre qué decirle, cuánto me hacia falta volver a hablarle, comunicarle incluso mi rutina mas tonta. Preguntarle si el estaba haciendo lo de siempre o ya estaba en una cita, ya habría conocido a alguien, ya estaba enamorándose de alguien nuevo. Esa idea me parecia insoportable. Miré el móvil. Podía ponerle cualquier cosa, luego culparía al alcohol, a la desinhibición de algún sábado, luego siempre podría borrar el mensaje y esperar a que el me contestara: ¿Qué haz borrado? Cómo antes, cuando nos importábamos e iniciábamos conversaciones de la nada.

La ciudad es mas mia cuando está a oscuras y la gente se oculta en sus casas o en los antros donde se divierten, las calles lucen vacías y me dan ganas de salir corriendo o tomar la bicicleta, recorrer toda la ciudad, como si fuera un territorio nuevo en donde tejer nuevos sueños. Me siento feliz y cuando soy feliz lo extraño, vuelvo a tomar el móvil, eso es lo que debería ponerle. Que puedo llevar esta vida como si nada, pero me resulta insoportable la idea de ser feliz y que el no esté compartiendo esa felicidad conmigo. Y a veces necesito tan poco para serlo, solo una película nueva, una canción vieja de la que jamás había entendido la letra y ahora cobra significado, cocinar  en mi día libre y que sepa bien. Es ahí cuando quisiera llamarlo, o escribirle, como la primera vez que hablamos un Lunes, yo desde la cocina, friendo por primera vez un pescado  sin idea de cómo hacerlo y el en algún descanso del trabajo. Cruzamos algunas frases y ahora puede parecer falso pero yo ya sabia que era él. Siempre lo supe, hay cosas que se saben. Es como un pálpito, un recuerdo que llama a tu puerta quedamente, que te llama desde otra realidad mucho mas concreta. Mi encuentro con él era inevitable, solo quedaba rendirse y disfrutarlo.

El carro avanza, podría avanzar toda la noche, yo no pertenezco a ese lugar, al lugar de casas grandes donde han hecho la fiesta. Yo pertenezco a mi islita pequeña, por eso me alegro cuando veo las primeras palmeras en la avenida. Pienso que de por si ya vivimos tan lejos, cuantas veces tendría el que recorrer ese mismo trayecto por llegar a mi casa, a mitad de la noche, cuando con anhelo le diga, te quiero, te quiero.

Pero no hay caso, lo he eliminado, contacto cero, mas nada. Otra vez. Porque es la única forma de acabar con esta continua búsqueda de no saber en donde está, en quien piensa o qué piensa. Si aun piensa, en mi, en nosotros, en alguna noche de todas las que anhelábamos tener cuando volviéramos a vernos. Aun te amo, escribo eso, luego lo borro. Eso suena desesperado y suplicante. Se que me dejaría en visto, que no comparte los sentimientos que yo le compartí esa noche cuando se iba hacia el aeropuerto. Yo pude ser un eco a sus te amos, a sus promesas de volver, porque lo sentía cierto, era solo el recordar brillante de otra escena en una realidad ya vivida, esa en la que ambos funcionamos juntos. No me costaba nada decir te amo, se lo había dicho con los ojos en nuestro primer café, en nuestro primer beso, en cualquier cosa que hiciéramos pero yo aun no lo sabía, mi cuerpo si. Todo había sido natural con el, no tenia que verbalizar esas palabras de amor si sabía que todas eran ciertas y recíprocas. Subo en el elevador y aun no decido que poner, deseo tender un puente es hoy, esta noche, pero me sale un tímido: Yo me enamoré. Lo borro media hora después, lo sustituyo por un Yo me enamoré de ti, claro de quién mas, pero hay que especificarlo. Los hombres son tontos, podría creer que me he enamorado de alguien mas (como si eso fuera posible ) que me he fijado en alguien mas, que las veces que sonrío en las fotos, o que no le hablo es porque pienso en alguien que no fuera el ( como si eso pudiera ser posible!) Por eso lo he eliminado, no puedo seguir arrastrándome en estos sentimientos que no conducen a nada. En frases que son contestadas con dos aspas azules y un gran silencio. Un silencio que dura horas, días, acaso semanas y me confirma que todos mis miedos habían sido ciertos, que yo amé mas, que si le daba la oportunidad el me dejaría por cualquier bobada, que el jamás cruzaría un puente que yo intentara lanzarle.

Hace un año fui por este mismo dolor en la pierna derecha a hablar con la terapeuta, pensando que no era orgánico, que era algo mas psicopático, porque aumentaba cuando pensaba en las cosas que había hecho mal, a los lugares que ya no podría ir. Sentada en el sofá de la psicóloga, prefería pensar que estaba somatizando mis dolores a saber que se me estaba partiendo una vertebra poco a poco en mi loca carrera por entrenar el cuerpo perfecto. Me dolía casi tanto como ahora, despertaba y me dormía con ese dolor, habían dicho que solo duraría seis meses pero cada día era un suplicio que me tiraba para abajo y cuando venía el dolor, venían todos los sentimientos malos, los de culpa, los de duda, como si ese dolor yo me lo estuviera infringiendo por algo y me lo mereciera. ¿Están tan lejos las piernas del corazón? Ella me dijo que la cadera se bloqueaba cuando no queríamos soltar algo, algo nos retenía y no nos dejaba seguir hacia adelante y yo pensaba en todo lo que no quería dejar, incluso las cajas vacías de los zapatos altos que pareciera ya jamas usaría. 

El dolor ha vuelto y vuelve con el, al pensar en qué quizá perdí el tiempo esperando que el volvería por mi, por eso lo he eliminado, odiaría que el me viera en estos episodios de dolor, que me viera cuando soy frágil, cuando todo control se me escapa de las manos. Por eso quise dejarlo la primera vez, esas semanas del dolor de cabeza. No lo extraño cuando estoy así, cuando me duele algo solo quisiera apartar a todos a mi alrededor, que no vean en qué personaje quejica me estoy convirtiendo.

Pero en el fondo tampoco es eso, lo he eliminado porque ya no sé donde mas buscarlo y aceptar que el no me buscará a mi. Que por mas que revise el movil mil veces nunca habrá una respuesta para mi declaración mas enamorada a mitad de la noche. Se que ya no habrán mas canciones, aunque en todas tenga que pensar un poco en el, canciones nuevas, canciones viejas, pienso en que desearía poder compartirlas con el nuevamente, pero incluso eso, debo admitir que ya no pasará. No quiero tener que preguntarme si ama a alguien mas, que tan pronto toda su atención se volcará en otra persona, que tan pronto habrá dejado de importarle todo lo que queríamos para nosotros. Ni siquiera puedo imaginarlo. Que no lo sepa. Que no sepa cuánto lo extraño en los momentos en que estoy feliz y en los que estoy triste, que no haya sentido ninguna vez lo que yo, que era inevitable enamorarse, que solo nos volvimos a encontrar, que al verlo vi claramente cómo mi búsqueda de ese no se qué había por fin cesado.


Lo he eliminado y con eso, todo lo patético que puede resultar enamorarse de quien no sabe el valor que a mi edad tiene volver a creer en la fantasía y querer apostarlo todo. El todo por el todo, eso era. 

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...