miércoles, enero 08, 2025

Maricona

Ella gritó “maricona” pedaleando su hermosa bicicleta rosa a toda prisa muy delante mio. Yo no podía seguirla. No podía pedalear a toda velocidad soltando las manos del timón de la bicicleta vieja con el asiento banano que heredé de mis hermanos. Ella pedaleaba y su cabello se movía al viento junto a su otra amiga, la que si podía hacerlo. Yo quedé rezagada, pedaleando lo mas que pude, los campos de verde frijol se abrían a ambos lados sin que ningún auto atravesara el nuevo camino asfaltado. El viento del mar cercano traía aromas que ahora parecen mezclarse con todo lo que significa mi infancia. El olor a tierra cultivada, el olor a lodo y acequias, de hierba que crece, de libertad y desafío. Ellas siguieron pedaleando, esta vez haciendo piruetas como bajar de un lado de la bicicleta, parándose solo sobre un pedal mientras la bicicleta iba a toda marcha, con la mano en alto. Yo dudaba si hacer mas cosas sobre mi vieja bicicleta, pero dudaba más sobre el poder de mis piernas. Y habría de dudar todo el camino rocoso de la pubertad y de la adolescencia acerca de lo que verdaderamente significa el valor. Yo que de mas niña había tenido valor para todo, me pasaría allí estancada los siguientes años dudando sobre cosas inútiles como el brillo suficiente en mi cabello, los zapatos escolares perfectos, o el alto de la falda para que me vieran los chicos. El escrutinio ante otros ojos, de chicos y chicas había empezado, gente que a veces aparece aun de grande en mis pesadillas, señalando lo que es correcto y lo que no, haciéndome sentir marginada como entonces. La gente que ocupa los lugares correctos en el baile o la fila delantera en un concierto, la gente que baila y ríe entre si y que no sabes si también ríen a causa tuya. 


En lugar de negarme y decir cosas como que yo superé todo aquello y que logré cosas que ellos jamás lograrían. Que probé mi valor en situaciones en que otros se hubieran echado mil veces para atrás, voy a hacer el ejercicio distinto y reconocer que aun habiendo caminado 25 años después una senda distinta y viendo como sus vidas se destruyeron en historias dignas de un realismo mágico latinoamericano digno de contarse en otro capitulo, aun a pesar de eso, hay días en que me siento así “Maricona” sin valor para seguir el paso. Sin fuerza para pedalear suficiente. Viendo como me quedo al rabo de todos, como aparezco momentáneamente en desventaja y en lugar de remontar a fuerza de pedaleo y orgullo, de poner mas empeño en no quedarme a la cola, me voy quedando atrás, me quedo a contemplar el camino, suelto el paso. Como si nada importara y el fracaso fuera un lecho mas mullido que todas las metas y horizontes victoriosos al lado de los otros. Siento que soy esa misma niña que se queda en pausa y suelta los pies de los pedales y de pronto mira alrededor y halla al mundo de una belleza extraña y ajena, inexplicable, que por momentos quisiera relatarle a alguien con palabras. Me quedo de nuevo en ese camino, en donde todo parece perfecto, con la naturaleza emergiendo a solas sin la mano del hombre, hermosa en su origen y sueño, sueño mucho, no en estar acompañada sino en que alguien entienda. Que ese era el placer verdadero de salir de paseo al atardecer con mis amigas, que al final para mi era suficiente con ver sus cabellos volando allí delante o escuchar sus risas traídas por el viento y agitarse las copas de los sauces a la vera del camino. 

Yo era feliz así y a veces pienso que ahora, con esta edad que tengo, en que todos corren para demostrarse algo que no tuvieron de niños, para demostrarse esa verdad que les hicieron creer sus padres, verdades que uno se cuenta a si mismo como realidad inalienable del futuro prometedor que debe ser logrado para vencer a los monstruos internos. Verlos así, en esa carrera loca sin mirar a los costados, disfrutando apenas del camino, me causa esa misma admiración que de niña. ¿Qué les quedará para si cuando lo hayan logrado todo? ¿Qué les quedará de este mundo hermoso que solo fue hecho y crece sin pausa para sus ojos? Soy una romántica. Una soñadora. A veces olvido que ya he crecido y que son este tipo de cosas la que los adultos callan para justificar sus vidas.

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