Apenas enterados
de la noticia, mis padres por insistencia de la familia me enviaron por ayuda psiquiátrica.
De todas maneras, no todos los días se le avisa que Se va a morir uno,
dijeron, Allá seguro que te ayudan y te
dan una forma de enfrentarlo de forma lógica.
¡Claro! ¿Como si
fuera cosa de pedir instrucciones no?: “¿Doctor que hago si me revienta la
bomba en la cabeza? Ah pues protéjase bien los huevos que ahora tenemos vivos a
muchos descerebrados, pero lo del trasplante de huevos sigue saliéndonos muy
caro”.
Fue al salir de
esa clínica que curaba desmoralizaciones varias que conocí al Vasco. El iba por
una terapia que le ayudara a bajar de peso y esperaba su turno en el jardín exterior comiéndose
una hamburguesa doble que había sacado de su gordo maletín, en el momento que yo
me senté a su lado.
-¿Pero qué cara
es esa?- me dijo- Parece que te hubieran dicho que te ibas a morir.
-Como que es
cierto, porque la verdad es que me estoy muriendo. Hasta me han dado la fecha,
que es entre hoy y el día de mi velorio- le solté yo bien habituado a lograr
lastima con pequeñas dosis de humor negro. El Vasco me echo una larga mirada,
mientras daba un sorbo a una lata de coca-cola que sacó del mismo maletín del
que sacara la hamburguesa.
-Pues tienes muy
buena pinta para ser un casi muerto- dijo al fin- Lo que es yo, mira, a mí
nadie me ha dicho que día exacto me voy a morir, pero cada vez que alguien me
ve comer así- y se agarró la panza con cariño- dice que no me debe quedar poco.
Y la verdad tampoco mentirían, llevo a cuestas una diabetes galopante, el
colesterol ultra malo tapando todas mis cañerías cerebrales y para más inri mi cardiólogo
me acaba de decir que he desarrollado un soplo que no me lo cura ni Dios sino
bajo por lo menos 30 kilos de peso…Así que como la ves ¿Ahora quien esta mas
muerto, chico?
Le sonreí sin
ganas con vergüenza por mi actitud estúpida de suicida sin vocación; eran
tiempos en que yo andaba deprimido y furioso contra el mundo. Odiaba a mi
familia, a mis amigos, a mis ex novias que me habían negado algún polvete por dárselas
de importantes. A todo aquel que me había negado algo en este mundo, incluyendo
doctores, banqueros y burócratas. No quería causar lástima a nadie y a la vez
me jodía que no les condoliera saber que alguien tan joven y con gran futuro- ¿No
es eso lo que te dicen en la escuela? “Sois dueños de un gran futuro…” laquetepario…-
tenia ahora los días contados.
Me jodía todo, lo
admito, hasta el día en que conocí al Vasco.
Él media 1, 75 m
y pesaba 140 kg. con la textura y el color del pan recién amasado, de ojos
verdes y mansos, poseedor de un aroma de bebe gigante y de un apetito pantagruélico.
Él me haría entender entre otras cosas, que a diferencia suya que llevaba el
amargo sino de su destino puesto encima bajo la forma de generosos filetes de
pura gordura, yo tenía la ventaja de que nadie tenía que darse por enterado si
estaba o no muriéndome si es que yo les resultaba
simpático por fuera y tenía siempre una sonrisa para regalarles; de esa forma tan simple ellos jamás se enterarían
de mi miedo y rencor y yo mismo quizá lo terminaría olvidando.
-O en otras palabras compañero, me dijo “Acá la procesión
se lleva por dentro “y haciendo una pausa agrego tocándose los mofletes “el problema es que en mi caso, yo ya no tenía
más espacio” y se rió con esa carcajada suya que hacia vibrar la banca, la
coca-cola y todas las cosas alrededor
suyo, incluso a un alma tan resentida como era la mía en ese momento.
Desde aquella visita al psicólogo han pasado 8 larguísimos años
y mi vida se ha vuelto desde que conocí a Laura una especie de carnaval
prolongado, donde no olvido jamás ser el
hombre simpático y alegre que me propuse ser. No debo preocuparme si ella me
ama o no me ama, si se quedará el tiempo suficiente conmigo o si tendremos un
par de hijos bonitos o ninguno en absoluto. Ella no tiene un plan fijo de que nos
pasará luego, no me comenta que hará mañana, o si espera un mañana. Tiene tan poca
curiosidad por mi trabajo o mis sueños, que he terminado por creer que es ella
quien me quiere a mí como el último espectador de su vida y no al revés. A
veces he pensado que es ella la que lleva la fijación por desaparecer y no yo, y que por eso me confiesa desesperadamente
cosas que jamás le he preguntado, para luego cerrarse en un silencio acorazado que
ni durante las horas del amor o con las caricias más dulces logro romper.
Después de casi
un año juntos, conozco palmo a palmo cada centímetro de su anatomía, desde su
cuello sin lunares hasta la punta de sus
pies tatuados con flores pequeñísimas a las que pone nombres diferentes,
diciendo que son en honor a hermanas que ha imaginado tener en otras vidas.
Conozco sus cabellos que son casi una masa viva que me envuelve cuando hacemos
el amor, la mancha café con leche junto a su ombligo que ella tapa avergonzada
pues dice que por ahí la ha lamido una vez el diablo. Y sus mil olores, uno diferente
para cada área de su cuerpo.
Pero de su vida
nada. En un año, apenas si se un par de cosas de su vida intima; todas las
historias que me cuenta son sobre un pasado difuso, sin fechas fijas en donde ha
amado a hombres de extrañas cualidades que no se si en verdad existen, y en donde no podría definir si ella, los ha
amado siendo solo una niña, como adolescente o ya como una mujer adulta.
He llegado a
contarle una docena de amantes diferentes entre nombres extranjeros y apodos,
tantos que algunas veces he considerado
que su pasado en el amor podría extenderse a un regimiento entero de hombres a
los que ha atraído con sus maneras raras de bailar y de aceptar el primer
contacto sexual, dócil y suave como si fuera una resignada víctima, cuando en
realidad es ella la única cazadora.
Tengo pesadillas
con Laura entregándose a hombres dueños de los atributos más raros haciendo
cola por ella, bajo el escenario donde
mi mujer se distrae bailando tatuada de flores amarillas de la cabeza a los
pies.
Yo estoy en esa
multitud de hombres que esperan desnudos por ella, hombres blancos casi
transparentes con enormes orejas de rosados espóndilos; hombres de un moreno
aceituno que llevan cada ojo con iris de un color diferente; enanos taciturnos de vergas monstruosas o larguísimos gigantes de bocas mustias que en
lugar de cabello llevan plumas donde anidan las aves canoras. Yo estoy relegado,
desnudo y pálido tapándome con torpes
manos los tres huevos que me he puesto para poder conquistarla, con miedo
mortal a que alguien descubra la farsa, que me diga que eso que llevo allá
abajo no es un testículo mas sino “solo
un tumorcito” una huevada sin
importancia. Entonces es que lo siento,
siento a mi aneurisma que ha bajado en feroz galope desde mi cabeza hasta el escroto y que
pulsa ahora iracundo como una bomba de
tiempo a punto de matarme.
La colección de
tullidos que esperan por ella murmuran enardecidos y el clamor se vuelve generalizado
cuando Laura voltea hacia mí y abre los ojos, que no son de virgen ni son
misericordiosos y violenta -como es ella cuando descubre que deseo causarle
lastima en busca de un mimo- me toma el pobre tumor en su palma derecha que
luce ahora enorme y lleva marcadas cientos de líneas en un arcoíris eléctrico con
el destino de todos los hombres que se ha cogido y plaf! de un tajo que me lo arranca
para siempre.
El dolor es
infinito, me revuelco en el suelo ante la burla de todos esos fenómenos, la
cola de hombres que esperan que Laura les regale una noche de baile se
arremolina sobre mi dejándome asfixiado, casi muerto de vergüenza. Grito que
son unos idiotas, que voy a morir, que quiero morir, que ya verán cómo me muero,
les amenazo desde mi dolor mojado en la viscosidad de mi propio miedo, pero en
mi agonía solo siento la voz suave de Laura diciéndome que me calle, que sigo vivo.
Terriblemente vivo…Sus ojos antes llameantes, ahora tienen solo una lástima
infinita hacia mí, un hombre ordinario.
Veo desde el
suelo sus talones alejarse, tatuados con las florecitas amarillas de las que he
aprendido el nombre para un día recitárselos a mitad del sexo y que sepa que si
la escucho, que la escucho toda, que la escucho siempre. Pero se va y el dolor
se queda, enorme, terebrante, insoportable dentro de mí.
Despierto así de
mi pesadilla, sudando frio con ese enorme peso en la cabeza, con esa angustia
de asfixia y de dolorosa palpitación dentro de mi cerebro y detrás de mis ojos.
La jaqueca me deja inmóvil en la cama, sintiendo con más intensidad que nunca el mapa de fragancias que Laura ha dejado
en mi cama antes de irse por la madrugada. Es en ese momento que me vuelve aquel
miedo inconfesable que me ataca desde que empezaron los episodios de dolor a
hacerse más frecuentes.
Se hace presente
no el miedo a sentir, sino a querer desaparecer, a tomar ya el valor de acabar
con ese dolor con mis manos y para siempre. Es miedo y odio a la vez por mi
destino triste sobre el que no me atrevo a tener poder. Solo el olor de ella
sobre las sabanas lo detiene, me da la pobre ilusión de que quizá valga la pena
vivir un día más, solo hasta averiguar por que ella sigue conmigo a pesar de
saberme ordinario como cualquiera, por que se ha tatuado flores en los pies,
por que busca siempre hombres de atributos raros, que la dejaran o a los que
dejara si se enamoran.
A veces siento
que el Vasco tuvo razón en todas sus predicciones desde la mañana en que nos
conocimos al salir de la clínica.
-Tú
dices que temes morir, pero todavía no temes lo suficiente, ya verás cómo se siente
el miedo el día que te enamores, me dijo. Y ese hijueputa no se equivocaba.