jueves, febrero 09, 2012

La Verdad

Entonces supo exactamente lo que pasaba, la verdad llego a sus oídos como un trueno, como el crack del romper de las nueces, como una piedra que ha sido arrojada en el fondo de un pozo. Lo supo, nadie tenía que decírselo, que maquillarle la verdad con palabras bonitas, con gestos estudiados de delicada compasión, de solidaridad forzada. El ruido de esa verdad era monstruoso y se iba abriendo paso por los corredores blancos de los cuatro pisos de aquel predio, por el porche de piedra caliza, por las veredas que conducían a la fuente de mármol italiano siempre seca, por sus altos jardines rodeados de espinosas buganvillas, avanzaba ese ruido terebrante en su vida, quebrando uno a uno los vidrios de las ventanas, de todas las ventanas…


Alguien se acercó a ponerle una mano al hombro, a susurrarle al oído algo tan tierno como innecesario sobre la eternidad y el destino. Las ventanas seguían cerradas y afuera el mundo había perdido todos los colores vivos de la mañana, los sonidos especiales que era agradable identificar de uno en uno al despertar, como le habían enseñado en la infancia: Primero los desagradables y luego los lejanos e imperceptibles. El trafico, los pasos de la gente, el viento entre los árboles, las alas de un colibrí, el picotear de las palomas contra el patio de piedra. Nada de eso era importante ahora, el estruendo de la verdad se abría paso entre si y el mundo como una hoz que rompe los tallos de la planta madura, una hoz que deja los campos desnudos y claros, para ver por primera vez el horizonte.

La verdad era real ahora, cerró los ojos necesitaba cerrar los ojos y los oídos, pero ya no era posible. Poco a poco fueron retornando la conciencia de su cuerpo, del dolor y la fatiga depositada en cada tendón, cada musculo y cada hueso. Los sonidos volvieron de nuevo uno a otro, sin importarle demasiado el orden que iban tomando en el caracol de su oído. Si era primero el picoteo rabioso de las palomas en el patio central, o si era el tráfico de los trenes a lo lejos; si los colibríes se rompían las alas contra los cristales de su habitación de ventanas herméticas, o los pasos de goma de la gente deslizándose por el corredor vacio. Ese estruendo de verdad en todas las cosas que tocaba, se había vuelto real. Un trueno ensordecedor le había despertado, como el seco crack al romper las nueces del desayuno, o el eco inmenso de una piedra arrojada al fondo oscuro de un pozo.

No tenían que decírselo, esa mañana la verdad fue clara: Se estaba volviendo loco.

jueves, enero 05, 2012

LLUVIA

Es que ha de ser como la lluvia, digo yo, que la extrañamos todo el año, pero como nos impide llevar la vida cotidiana luego. Ha de ser como la lluvia, digo, porque no puedo pensar en otro fenómeno atmosférico que me guste tanto y que me deje tan reflexiva luego. Pero yo no sé, porque no se pueden comparar los sentimientos con los fenómenos atmosféricos, como no se pueden comparar las personas con las precipitaciones pluviales, como no se puede calmar la sed con el agua que se derrama sobre el cuerpo.


Yo digo que ha de ser, porque supongo; pues paso la vida suponiendo y haciendo hipótesis sobre las tendencias que mueven la vida de las personas. Esas tendencias o pulsiones vitales- que yo llamo- y que los vuelven interesantes, seres sumamente atractivos a mi gusto y a mi pensamiento, al momento que deciden cambiar de carril o no hacerlo, al tomar un camino y luego otro, a pensar inocentes, que avanzan, mientras no hacen más que moverse en círculos.

Las personas se mueven como gotas de lluvia y resbalan ante mis ojos confluyendo en ríos, en vertientes, en enormes tormentas o simplemente para mi tristeza, desapareciendo. Yo no limpio mi parabrisas de esas gotas claras o algunas veces turbias, no, no lo hago ¿para qué voy a hacerlo? ¿Para qué privarme de la visión hacia delante así sea borrosa, de esos caminos torcidos que trazan esas pequeñas gotitas intentando mojarme, entrar en mí y quedarse?

Mientras, aquí adentro, en esta nave sin conductor ni destino, en esta nave que es mi cabeza tan loca se vaporizan ideas, sentimientos, pulsiones mías también. Porque yo también quisiera ser agua salada, agua que cae del cielo para refrescar a otros, agua sin rumbo rodando por la vida, llena de gotitas que fueron claras y se van mezclando de los tristes sabores de la ciudad, de los grises colores…De los inútiles sabores.

Ha de ser el amor como la lluvia entonces, que moja y atormenta en las espaldas, o que impide la clara visión, que da una sensación de fugaz refrescamiento y luego solo nos ahoga; primero en dudas, que inician como quizás y se vuelven nunca, y de un para siempre se vuelven jamás.

Ha de ser el amor, digo, porque yo no lo conozco. Yo busco gotitas que se mezclen con una lagrima y hagan parecer que mi tristeza es una alegría, o que mi alegría era solo una nostalgia. Porque yo no sé adónde va la lluvia y si es que realmente llega al océano o a alguna parte, si es que realmente reblandece el corazón de las personas, como el amor dicen que lo hace.

Yo no sé muchas cosas, ya ves, yo camino sin paraguas para que al mojarme y llegar empapada a casa, tenga la excusa de que quien tomó la decisión de mojarse fui solo yo y no la lluvia. Igual que en el amor te digo, y tú te ríes bajito de mis pretensiones ridículas.

jueves, diciembre 01, 2011

La voz que se escribe

Me gusta el cine, pero más la música que utilizan para las películas.

Así iba a empezar mi carta. Confesaría luego que en lugar de tener como hobbie escribir, hubiera preferido afilar mi aptitud creativa hacia el cine y no me refiero a la dirección, sino a cualquier cosa que tuviera que ver con crear historias, desde los diálogos hasta la escenografía. Empezaría mi carta así, me dije, pero en lo absurdo de mi mente ese párrafo no llego a terminarse. Una tormenta eléctrica de cientos de pensamientos vino a borrar esa carta como todo lo que diría luego.


Pocos días después de eso hallar a Juan J. Millas me hizo divagar de nuevo. !Cuanto me gustaba ese autor! hallar un libro suyo en un estante era como tener de regalo una puerta a pensamientos bizarros y reflexiones entre profundas y cómicas de lo que es el mundo. Si había ido hasta Aracataca tras la huella de GGM, llegaría yo un día a Valencia? ¿Y si lo viera, tal como en ese pasaje suyo de la firma de autógrafos, no se cambiarían los papeles y seria yo y no él quien saliera corriendo a llorar de solo comprobar que la fea realidad siempre termina usurpando la candidez de los recuerdos?

Cuando empecé a escribir usaba un lápiz. Para poder escribir a la velocidad que se me ocurrían las cosas mi viejo me recomendó el uso de la máquina de escribir usando los 10 dedos. !Que sacrificio fue aprender en esa máquina antigua cuyas teclas eran duras y en las que mi quinto dedo se luxaba cada vez que intentaba alcanzar los extremos! Cuando pensé en abandonar su consejo, el destino y la escuelita estatal se confabularían para que tuviera que remolcar esa pesada maquina dos veces a la semana en el estúpido curso de mecanografía. Mala experiencia esa. Siempre habría un profesor diciendo mi apellido en voz alta buscando humillarme y así de alguna forma castigar en mi lo que no pudieron con él.

Me pregunto si mi viejo sabe realmente cuán difícil fue ser su hija? La adolescencia, los profesores, los chicos de la escuela que no sabían quién era él pero hacían rodar una leyenda que se agrandaba y agrandaba y me dejaba a mi pequeñita bajo la sombra de su apellido. ¿No les afectó la vida a mis hermanas o es que ellas supieron vivir con un perfil bajo? Un perfil de chica correcta, salidas de un colegio de monjas al que yo no habría ingresado ni aunque los camellos pasaran por el ojo de una aguja.

Yo no soy atea, pero me cuesta tener fe. Esa obediencia ciega, que le llaman y que me anima a querer rebelarme contra todo, que me impide tener buenas relaciones con mis superiores ocasionales, o que hace brotar mi risa cuando alguien menciona una entidad superior como la culpable de lo que le pase en el futuro. Con esa mentalidad ¿cómo sería posible cambiar el mundo? Si el destino o Dios es quien rige el curso de los acontecimientos ¿Cómo tener el valor para querer cambiar las cosas o aceptar que las cosas pueden llegar a ser diferentes?

Es que es tan difícil hallar gente que lea- me dijo R. a mi regreso de conocer el Magdalena- y a mí un chispazo de rabia me hizo responderle que tal vez había conocido a poca gente en este viaje. Cuando se vive para trabajar y ganar dinero quedan pocos momentos para soñar o querer leer algo más- sostuve. No me refiero solo a Colombia o Perú, me dijo con tristeza, en el mundo queda tan poca gente que lee.

Pienso, tontamente, que tal vez no sea eso, quiza es solo que la la gente lee y se encierra en si misma, no comparte ni quiere compartir nada de lo que sabe. Las charlas se suceden así, vanas, aburridas, hacia caminos sin salida, con explosiones de violencia innecesarias o un humor tonto, que hace reír sin ganas. La voz detrás de los escritos, no se refleja en la voz coloquial y se van perdiendo oportunidades de conocimiento, esa rara oportunidad de abrir esas puertas que llevamos las personas con nosotros, hacia universos vastos, extraños, tan increíblemente humanos.



miércoles, noviembre 16, 2011

El Color de la Pasión

No recordaba la última vez que me sentí contenta hasta que comencé a coser ese disfraz. Hace mucho que no creaba, ni me quitaba el sueño nada. Incluso escribir había perdido su encanto, los pocos cuentos que había escrito en estos meses habían sido a pedido de un par de amigos que aun a pesar de la distancia seguían leyéndome y de cierta forma extrañándome. Pero mi escritura no era más que pan con queso, algo que sacia el hambre del pasante momentáneamente, nada espectacular. En estos últimos años, todo me había llevado a concluir que no habría nada más que dar. No soñaba, no pensaba, no creaba historias y si lo hacía eran mediocres, para lectores y escritores aficionados que soltaban bombardas si un cuento les gustaba. Lo mío era pan con queso (a veces ponía diferentes tipos de queso) pero jamás seria el sándwich favorito, el especial que sacia, encanta y hace que vuelvas a pedir maravillado, aquel sabor unico.


Definitivamente escribir había perdido su encanto y no volvería por esa senda nunca más. Pero crear, volver a crear algo me llenaba de emoción, incluso un simple disfraz que a nadie importaría. Era difícil creer que me sintiera feliz de solo entrar a la tienda de telas y comenzar a elegir las telas, las cintas, los encajes o los botones…Era niña de nuevo, la olvidada diseñadora de muñecas de la que había escrito un día…
Recordé entonces lo serena que me ponía de chica hacer bocetos o dibujar siluetas y combinar colores, antes que llegara a mi vida laboral y los rostros de aspecto manga acapararan mi atención y me hicieran dibujar solo caras despeinadas en cualquier hoja que se posara en mis manos. Aquellos rostros tristes, de los que la gente se burlaba siempre.
Si no hubieran sido esos rostros que dibujaba descuidadamente durante la visita médica o la cháchara inútil de los médicos de la unidad, tal vez habría perecido como ellos y perdido asi la poca humanidad que me quedaba, mi mundo interno en donde aun habitaban restos de fantasia e ingenuidad. 

Siempre hablo de mis últimos años de especialidad como una experiencia mala y embrutecedora para mi mundo interno. Amén de las cosas que ya he contado, jamás había tomado en cuenta lo traumático que podía ser que alguien te prohibiera el color en el atuendo. Una prohibición estúpida y que por su estupidez enervaba mas ¿Qué de subversivo podía tener usar un scrub de color en el trabajo? ¿Qué mente retrograda podía prohibir el uso de color? Volvia a vivir en Pleaseantville (dime que viste esa pelicula para no sentirme tan sola...)

No había tomado en cuenta la importancia del color en la ropa diaria hasta que leí sobre Gauguin y ese texto maravilloso, que también a él le cambiaria la vida, “el color como expresión de la sensibilidad, las creencias y las fantasías humanas”. No era algo castrante no poder usar colores? Se debía usar el color según las urgencias íntimas…claro, ahora lo entendía. Entendía que la viva expresión de mi timidez e inseguridad era lo clásico y predecible en el color o la combinación de mis atuendos. ¿No había yo virado a lo monocromático o al seguro blanco y negro cuando volví a ver a CF? No deseaba que me volviera a ver inadecuadamente vestida. Durante años había intentado complacer a todos de esa forma, no mas de 3 colores en el atuendo. Mejor si la composición de colores era en tono decreciente.

La vida interna de las personas se refleja en su apariencia externa, en la elección de los ropajes que cubran ese pobre cuerpo. El color y el diseño que llevan encima es lo que inconscientemente quieren que vean de ellas. La mayoría esperamos que no vean nada. Permanecer ocultas. Pero el diseño está en todo, dirige la vida del ser humano, aunque este no esté plenamente consciente de esto. ¿No lo había dicho ya el finado Steve Jobs? ¿No había sido ese el secreto de su éxito?

Tal vez era el momento de atreverse, pero eso no se limitaba solo a volver a usar color. Era atreverse con la ropa, a crear ese tipo de ropa tal como se anima uno a reinventarse el ego destruido por una sociedad pacata y gris.

Desde lo ocurrido aquella mañana con la Niña Lorena, mi visión del mundo había cambiado para mal. Los ojos hacia adentro, buscar no figurar, no llamar mucho la atención, aunque eso algunas veces fuera imposible. Mi instinto era resaltar y mi continua culpa hacerlo. Mi penitencia obviamente, seria ocultarme, desaparecer en el mar de rostros, buscar un seudónimo, que jamás se supiera que yo podía hacer algo que no fuera lo que todo el mundo hacia. Diluirme en la masa. Volverme gris o de un color neutro que se reflejaría en adelante en todos mis atuendos.


Es interesante como en una sola noche pueden concatenarse Gauguin, Steve Jobs y mi afición por el manga. Como de pronto siento que no había ningún pecado en esa casi obsesión que tenia de mas chica de dibujar cuerpos de mujeres desnudas, de siempre buscar la belleza incluso en donde era difícil encontrarla. El cuerpo humano siempre será para mi objeto de contemplación ¿será por eso que siempre me agrado mas el curso de anatomía a pesar de lo pesado que era? ¿Por aquellos dibujos del cuerpo en movimiento? Un cuerpo que yo ahora quería vestir y crear para él, atuendos para lucirlo o cubrirlo según la ocasión.

Entiendo por un momento la relación entre el color y el sexo. Ese tema recurrente en mí. ¿No es el sexo la pulsión de la creación? Recuerdo aquella tarde en la facultad en que el doctor-erótico interrumpió su clase de dermatología, al verme llegar para clavarme los ojos y hablar del color. “Yo tengo un auto rojo- empezó -no lo tendría si no quisiera ser visto…pasa lo mismo con las mujeres, siempre quieren ser vistas por eso se exponen, ellas se exponen siempre…” luego siguió hablando del cáncer de piel, sin que nadie entendiera nada. Yo ese día había llegado tarde y con una blusa roja y me comencé a escurrir en la banca tratando de desaparecer. Siempre desaparecer.

Cada vez admiro más la pintura de Gauguin y me entiendo más yo misma. A ratos me diluyo, me desenfoco y me desespera no poder unir todos los puntos del diseño que es mi vida, yo sola.

Debería seguir mi instinto, lo sé, pero vivir tan cómodamente y de forma tan ordinaria me ha hecho perder los puntos de reparo y me ha atrofiado esa pulsión vital: La pasión. Reinventarse cada día, para no caer en el tedio y la rutina, es una labor tan arriesgada que con frecuencia prefiero postergarla y vivir como un zombi, sin interés de ninguna especie por el futuro y así evitarme esa ansiedad de no saber qué camino tomar.

Aunque…Parece que el camino correcto hacia la satisfacción personal fuera volviendo a hacer aquello que nos hace felices, no? Aquello que nos hace sentir plenos, que nos hace latir el pecho mientras lo hacemos. Que nos quita la respiración, que nos remueve el sueño. Estoy tan cerca de saber qué es lo que necesito, pero tengo miedo a admitirlo.

A admitir que Vivir con pasión…tal vez sea la única respuesta.

Y ahora dime si lo sabes... Con que rayos se come eso??
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http://yanohaymasruido.blogspot.com/2006/08/la-diseadora-para-muecas.html
 
 
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miércoles, octubre 26, 2011

"La Pequeña"

Ella se acodó en el alfeizar de la ventana a esperar su regreso. Los cabellos sueltos y desordenados, la camisa amplia que se transparentaba contra sus pechos con la fresca brisa de la tarde, su boca mojada de sabor a mango y aquella mirada dubitativa que siempre hacia pensar que no estaba en ninguna parte que no fuera en torno a sus recuerdos.


Dos pisos más abajo la ciudad aun no había despertado del letargo de la tarde. Contra los balcones de madera aun se zarandeaban las banderas con los tres colores de la independencia. Las casas de paredes de cal, formaban una hilera continua que bordeaba un camino de tierra roja apisotonada por cientos de huellas descalzas rumbo a los campos de café. ¿Qué huella sería la de él? - se preguntó con un mohín de nostalgia. Su rostro de líneas suaves se acunó entre las manos que antes habían tocado sus viejas manos. Esas rudas y tostadas manos que acariciaban su pelo al terminar la tarde.

Así lo recordaba ella tremendamente viejo y cansado, su rostro se perdía ahora entre miles de rostros parecidos en su memoria. Rostros quemados por el calor del campo o surcados por arrugas prematuras. En cambio podía recordar perfectamente la textura de sus manos o el olor a tabaco en su camisa gastada. Las miles de líneas coloridas en sus palmas terrosas cuando las abría enormes sobre el regazo de ella.

“Por aquí ha caminado un gusano”, solía empezar haciéndola seguir con su dedo pequeño la larga línea que dividía en dos su palma callosa, “ pero al llegar aquí se ha convertido en bella mariposa…” Su índice señalaba entonces sus pechos incipientes y su yema tocaba sutilmente la ropa infantil que se le había tornado de pronto demasiado pequeña para tapar su cuerpo en desarrollo. Ella entonces sonrojaba su rostro de azucena y sonreía tímidamente dejando que el fumara el resto del tabaco con falsa indiferencia.

Podía sentir el calor en sus muslos, cuando se encaramaba en ellos, pidiéndole otro cuento sobre aparecidos. Y en la mecedora de mimbre él se intentaba incorporar para alejarla de su cuerpo, brevemente…inútilmente. Ella ponía entonces la espalda derecha y en un gesto que rayaba en lo engreído se acomodaba el cabello en una larga cola, que perfumaba brevemente el rostro cansino de él, con aroma de lavanda y manzanilla.

Cuénteme otro cuento, parcero- insistía ella mirándolo de reojo, con ensayada mueca infantil. Y el comenzaba a mecer su cuerpo de doncella, inventado uno que otro cuento de final extravagante, sin animarse a echarla fuera del calor de su regazo. Muy cercana su voz a su oído, su barba sin afeitar rozando por momentos su mejilla suave. Una voz grave brotaba desde el entonces, poblando el ambiente tropical de demonios, de brujas y duendes y esa voz de altibajos o susurros, aun ahora parecía al evocarla, acunarla en las noches de insomnio.

Su voz y su olor parecían ser los únicos recuerdos, sus manos firmes aferradas en los brazos de la mecedora. La derecha con el tabaco siempre encendido, la izquierda con las venas palpitando oscuras mientras ella acomodaba su cuerpo al suyo al morir la tarde. Su rostro se volvía continuamente buscando tropezarse con el suyo, su boca cercana a su aliento acre, murmuraba sin parar preguntas como ¿De que están hechas las alas de las mariposas? o ¿Alguna vez te has enamorado? El resoplaba cansado y entre las matas de plátano corría de pronto una gallina ruidosa rompiendo ese silencio intimo que acercaba sus rostros en la espera de una respuesta.

Apoyada en aquella ventana, ella seguía ahora esperando respuestas. ¿Qué había sido de él después de esa última tarde juntos? ¿Podría volver a verla a la cara un día o ambos ya estarían demasiado viejos y curtidos para contarse cuentos? Su rostro se fue pintando de los colores de la tarde que incendiaba ahora los portales de las casas y en sus ojos se pusieron a media asta todas las banderas. Recordó aquella noche sin luna en que su cuerpo tibio busco el suyo a tientas, la falta de sorpresa en sus ojos al mirarla, como si desde hace mucho la estuviera esperando. El calor de su vientre y lo áspero de sus manos callosas rasgando por primera vez su inocencia. Su cuerpo con olor a madera antigua y tabaco. En el silencio roto por cientos de grillos, su voz susurrante diciendo: Pequeña, pequeña…


La noche cayó demasiado rápido llenando de astros aquel atardecer sangrante. Ella, con el rostro húmedo de recuerdos de inocencia, evocó su olor, la textura de su piel, sus historias larguísimas sin final feliz, su cuerpo tibio tumbado sobre el suyo, lo recordó todo con la precision de los enamorados, excepto su nombre o la nitidez de su rostro.

viernes, octubre 21, 2011

En el boulevard

Le veo mirarme y me pregunto si será buena idea escribir de nuevo. La cerveza se entibia en el alto vaso que funciona de prisma para filtrar los colores de la tarde y mis dedos cogen un poco de la espuma llevándosela a la boca en el mohín caprichoso que adivino el recordara luego.


Son tan pocas las ocasiones en que me atrevo a ser yo de nuevo que tener un testigo a veces no conviene. ¿Qué haces?- pregunta curioso, mientras yo garabateo cosas en mi mente, la mirada fija en el final de la calle. ¿Hacer?- sonrío, cautelosa. Siento que me ha pillado volando bajo, que ha leído lo que aun no escribo, que pronto hará mas preguntas que no sabré como contestarle.

¿A qué te dedicas?- Agrega, mientras retira el plato vacio. No es inusual que me tutee, si al cabo siempre paso por aquí y pido lo mismo, si me siento y bebo lentamente viendo de vez en cuando el reloj, como si esperara a alguien acaso para no pensar en nada, acaso para no llamar la atención de nadie.

Pienso tantas respuestas, pero he perdido la costumbre de mentir y le digo que escribo. Luego me arrepiento, puesto que siempre preguntan ¿de que escribo, por que escribo o a quien escribo? El me huele la mentira y me dice, Yo también lo hago, con cierto aire petulante que no le había detectado antes, con la barbilla altiva, su mandil impecable, el cabello recortado, el arete brillando en la oreja izquierda.

¿Así?- le digo incrédula y mis ojos se levantan por encima de las gafas. No sé porque me pongo a la defensiva, como si el chico me acabara de golpear a traición con esa frase. Se burla de mí, estoy segura. Apuro el vaso de cerveza en mi garganta cuando él se lanza a contarme su historia, creyendo que de verdad me importa o quizá intuyendo que cada vez que llego a su mesa a mi me sobra el tiempo para oír esas historias.

Una historia que robaré, estoy segura. Su vida ya no será la misma, pienso, ni su nombre, ni su cara. Cada palabra que surge de su boca cobra importancia para mi ahora, me ha atrapado, porque él me habla y yo escribo sobre él, lo ubico en otro plano, lo hago actuar para mi, cobra la vida que no tiene abandonado en ese destino feo de servir platos a los turistas despistados.

Te invito una copa más tarde, como a las diez al salir del trabajo- me dice.

No sabe en lo que se mete, pienso, pero llego a dudar si no seré yo la que ha sido atrapada porque comienza a preguntar cosas pequeñas que yo respondo con frases honestas que no puedo evitar ¿El escribirá sobre mí ahora? ¿Seré yo su personaje raro? El sol cae tibio sobre el blanco tapasol, entibia mi piel y hace visibles las huellas que dejan mis dedos en el vaso vacio. Hay tantos como él, reflexiono mientras me niego a su propuesta. No necesito un solitario mas acompañando mi paso- me repito herida.

Lo prefiero así, inventado, limpiando mi labial del borde de los vasos, escribiendo sin gracia poemas que no enviará. No tengo el valor para una charla completa sobre su vida o la mía, le confieso sonriendo tristemente. Por lo menos esta noche no.

¿Algún otro día?- Me miente guiñando un ojo coquetamente. Si, cualquier otro día- le miento yo.

lunes, octubre 17, 2011

La Ingenua Ingeniosa: Fantasías y Besos de Moza

La Ingenua Ingeniosa: Fantasías y Besos de Moza

Dias Planos

Hay días que no son mejores que otros, simplemente son días que dejo pasar, mientras veo el cielo azul Serrano carente de lluvias muy alto casi inalcanzable. Hay días como esos en que no hay nada mas que hacer excepto pensar y hacerse una que otra pregunta acerca del pasado, pasan entonces frente a mi los rostros, los recuerdos, las risas, los amigos. Lo único que no falta es la música que me acerca a esos recuerdos. Música que corre en mis venas como vectores de lo que fue y ya no será. Camino entonces y si la melancolía no se opone sonrío y quedan latentes las preguntas, el continuo escudriñar de la vida, la ansiedad de saber que ocurrirá luego o como ocurrirá. Camino y es la satisfacción de saber que ningún camino se acaba lo que me empuja a seguir caminando y sonriendo, pues siempre hay algo porque sonreír.


Tengo amigos raros-eso me dicen- y me pregunto entonces ¿Qué es normalidad? Si la naturaleza me pone en caminos raros ¿Por qué debería esperar hallar siempre gente normal? Mi mejor amiga fumaba como si el mundo se fuera a acabar mañana y me contaba sobre su padre drogadicto, sobre su infancia de abusos varios. Ella hablaba conmigo y su vida era color en el paisaje funesto de las personas normales, ella abría su corazón madurado de vida y experiencias varias y mis oídos se abrían grandes como alas de pájaros gigantes y yo volaba con ella a ese pasado en donde no hubo nadie en quien confiar suficiente. Los cigarrillos se acababan en nuestro cenicero y si llorábamos no había nadie más para juzgarnos, tampoco si terminábamos riendo, pues decía ella: Ya pasó, estoy viva y la vida continua.

¬¬¬Hay días que han sido peores que otros, pero no busco a mis amigos para contarle de esos días, a veces no tienes amigos cerca para charlar. A lo mejor y no entiendan o no sepan escuchar. Entonces escribo y hay algunos que leen y otros que contestan. Amigos con los que quisiera compartir cigarrillos, música o caminatas largas, esos son los que abrazo en mis cartas largas y en mis recuerdos. Un día esos amigos estarán cerca y yo contare algún recuerdo entre sonrisas o lágrimas y sabré decir con propiedad: Ya pasó estoy viva y hay que seguir respirando. La música no se detendrá entonces, ni los cielos azules serán más altos que en mis recuerdos. El lugar será preciso y el momento perfecto, como ahora en que te escribo y puedo sentir que el largo y aburrido día poco a poco mejora.

jueves, octubre 13, 2011

De Cafe y Canela

Y entonces fuimos dos. Dos mujeres de piel oscura tomando café con canela en un lugar hecho para blancos. Probablemente las únicas dos que condimentarían una bebida perfecta con polvos de canela para recordar algún pasado mejor.


Yo era joven pero con canas en las sienes y ella doblaba la edad de la menopausia con el cabello perfectamente tenido, con alguna hebra plateada cayendo en un rostro de ojos almendrados y perfectos. Ella era alta, yo pequeña y hablábamos de los hombres como de un animal salvaje al que jamás se le domestica completamente para que duerma a tu lado. Viejas cazadoras jamás nos habíamos acostumbrado sin estar a la sombra de la soledad.

Nuestro humor era acido y la gente alrededor reía con esas ocurrencias que sonaban a falsa inocencia, con ese humor negro. Negro como nuestra piel y nuestros cabellos, atados los de ella, sueltos y aborotados los mios. La gente reia y luego se iba murmurando.

La gente siempre murmura decía ella, sin un apice de malestar en su voz moviendo con un palito metalico el café aun caliente, que acercaba a sus labios de pliegues rugosos y de sonrisa perfecta.

La gente murmura porque no sabe, le decía yo, a que sabe la vida con buen humor, con risas chispeantes, con frases a quemarropa, a que sabe la vida de una mujer a la que no le importan sus murmuraciones. A que sabe el café con una pizca de canela.

martes, octubre 11, 2011

Comer...y Amar

Han visto esa película Comer Rezar y amar? Bueno al terminar la especialidad yo me dedique a ponerla en práctica…Comer (hasta el hartazgo)…Rezar…bueno, como no sea para que me baje la guata, es algo que usualmente no me apetece…Amar…cri, cri, cri…


Vale amar-se o amar (aunque el susodicho no está cerca?) Vale eso?

Hacer un viaje alrededor del mundo para conseguir lo que no se tiene adentro no vale la pena, pero vaya que he viajado y cada vez me he apartado mas de las ideas aburridas y cotidianas sobre trabajo, hipotecas o jubilación. He olvidado viajando que hay gente con la que no comparto ideas, gente con la que jamás me llevare bien, compañeros de trabajo con el nivel de compresión de lectura de una rana u hombres a los que no quisiera verles la cara de “lo hice bien verdad?” luego de haber mantenido un affaire.

Un día hace algunos años desperté queriendo dejarlo todo atrás, pensando que la vida era insuficiente de la forma en la que la llevaba, entonces hice todos los descalabros que me vinieron en gana, sin testigos o con mucha gente viendo como maduraba mi vida lentamente en el ardor de los otros. Luego volví al camino, pero Dios sabe que el camino es aburridísimo, que hay personas que no hemos nacido para despertar temprano, para seguir reglas, para sonreír siempre o para seguir órdenes, incluso sean estas necesarias de seguir. Y la pase mal, no era el hecho de ser médico o no, era el hecho de estar viviendo la vida dentro de un traje de pino, como si ya estuviera muerta. Entonces desperté y decidí vivir como vivían mis congéneres, trabajar arduamente y descansar cuando hiciera falta siempre precedida de una juerga de por medio. Así nunca pensaba, la vida de parranda pudo haber sido lo mío, el problema es que luego de la resaca de todo lo vivido yo siempre despertaba.

Un día volví a despertar y me di cuenta que otra vez no tenía amigos, que no quería estar obligada a tener amigos solo por circunstancias laborales, por caprichos geográficos o porque no había absolutamente nadie más cerca. Pocos de mis amigos resultaron serlo realmente y ese día asqueada quise romper con todo de nuevo; pero pareció demasiado tarde, ya era uno de ellos otro médico más forjado en serie para pensar como querían que pensara, con sus costumbres e ideas retorcidas. Durante 4 años había dejado de pensar como yo, o de hacer cosas que realmente quería.

Pero había sido la especialidad el único problema? La temporalidad, la geografía, las relaciones, el cambio climático y los cambios hormonales, todo juega en contra cuando sientes que la vida se te está escapando de las manos. Pero vamos, un día desperté y decidí alejarme de todo a como diera lugar. Mi primera opción había sido siempre el salir del país, pero luego pensé que tal vez debería hacer la del avestruz y meterme tierra adentro. Volví a la tierra del Olvido (porque en Perú siempre hay una) con el fin de olvidar el amor (o la promesa de este) luego seguí por ahí y a medida que me alejaba me di cuenta que mientras mas lejos mejor. Pero debía volver a los brazos familiares y volví.

Ahora ya no vivo en la casa que compre y que no habita ni un gato, la cual sigo pagando religiosamente hasta que sobrevenga la crisis. Tampoco con mis padres, pero si muy cerca de ellos. Sigo viviendo sola y por primera vez en siete años he dejado de preguntarme si el tiempo puede volver atrás (porque de cierta manera he querido que eso pase al ) No tengo esperanzas en el futuro ( El 2012 se acaba el mundo y Facebook se acaba en noviembre) pero al menos no me quedare en cama a que la muerte me sorprenda, por lo tanto…Camino. Si camino bastante porque de lo contrario dormiría y luego de un millón de exámenes he resuelto que mi sueño que se puede extender hasta 18 horas diarias si es que nadie me interrumpe, no responde a ninguna causa patológica más que el querer vivir soñando.

Comer, dormir y amar podría ser mejor…O caminar y leer…o escribir y dibujar ( hace meses que no dibujo nada) o bailar y bailar y bailar…En fin, todas son buenas excusas para hacer lo que realmente nos gusta hasta que llegue el momento de partir y que no nos ataje la muerte con deudas pendientes.

lunes, octubre 10, 2011

Podria ser peor

Podria ser peor...podria ser como hace algunos meses que no se me ocurria nada que escribir...O como esa manana que al despertar supe que queria alejarme de todo y de todos...Digo, podria ser peor, porque entonces ni siquiera intentaria acercamiento alguno, simplemente me iria y cerraria todo. Dejaria todo cerrado para que nadie entre, como mi casa, el corazon o mi cama (que diferencia hay entre estos espacios?)

Me refiero a que podria ser peor, porque vamos, siempre puede serlo...Siempre siempre hay una peor noticia para la que no estabas preparado

jueves, octubre 06, 2011

El unico objetivo de este blog era que no perdieramos contacto...y Miranos ahora!

...Ensayando acercamientos a unas pocas micras de distancia...

martes, septiembre 13, 2011

"Cecile"


¿Alguna vez has visto un muerto?- me dijo y allí empezaría todo. 


Muchos- repliqué sin ganas, dándole la espalda en la cama revuelta. 
¿Cuántos?- insistió el, con ojos de niño grande. Ya perdí la cuenta- le dije sin ganas y fingí dormir, con un sueño pesado que pronto me alejó de él en medio de otros sueños más recientes y aprehensivos. La verdad no había visto muchos muertos, o más bien no habían muerto por mi mano, pero los había acompañado en el sendero lúgubre de las despedidas, mientras Cecile con el pelo castaño cayéndole lacio por la frente, transpiraba y se aplicaba inútilmente a la tarea de revivirlos.

A mí me gustaba mirar y estar presente cuando sucedía, porque siempre era un milagro la sutileza con la que llegaba la muerte al rostro de las personas. Mientras Cecile se alejaba frotándose los brazos por el esfuerzo de reanimarlos, frustrada en su tarea, con el mandil salpicado de sangre y saliva ajena, yo acudía a ellos para abrirles los ojos y verlos con las pupilas repentinamente abiertas y dilatadas, fijas en la oscuridad de algo inconmensurable hasta ese momento. Ojos enormes y fijos, como si por primera vez vieran algo realmente increíble, luego de largas vidas ordinarias.

Al llegar la madrugada me aparté de su lado, al notar que Nanu dormía profundamente con la boca abierta en un ronquido gutural que jamás me había agradado. Mi insomnio pertinaz hacia que siempre pudiera irme antes que él despertara. Me iba de su lado diciendo que ya no volvería, pero siempre había una nueva fiesta, algún nuevo evento triste y sin resolver, que me hacia recurrir a su lecho maloliente de alcohol y cigarrillos.
Esta vez no era diferente y lo había empeorado esa pregunta infantil que me irritaba tanto: ¿Alguna vez has visto un muerto? Supe de pronto que él vivía de este lado, el de los vivos, en donde la vida era blanda y sucedía sin contratiempos, donde la gente no te aguardaba llorando en los pasadizos para preguntarte ¿Qué había pasado, vive aun?

Caminé sin prisas en medio de una noche demasiado bella para ser desperdiciada en la cama. El viento fresco traía las canciones y las voces de la gente trasnochada al otro lado del puente. 

“Ey, enfermerita yo necesito alguien que me cure”- resonó en medio de carcajadas desde la otra vereda. Un grupo de muchachos que seguramente regresaba también de alguna fiesta, se abrazaban dando traspiés y enviándome besos. 

Les hice una señal con el dedo y apuré el paso. Bajo el guardapolvo blanco de Cecile me sentía incómoda e indefensa. La idea transgresora había sido de Nanu, “Quiero que vengas vestida como enfermera” me había dicho y yo había jugado a hacerle caso, robando por una noche el mandil de Cecile, mucho más baja y delgada que yo, el cual me hacia mostrar los muslos rollizos cubiertos por un par de pantis nacaradas. 

Solo el mandil de ella me cubría la piel, la ropa interior diminuta era enteramente mía. Llegué a su casa y esta vez no necesitó beber demasiado para tirarse encima de mí. Lo hizo fuerte, como solía hacerlo Nanu cuando dejábamos de vernos por semanas. Su mano me sujetó el cuello hasta casi ahorcarme y luego de un remedo de beso, me lo hizo como si la noche que quedaba fuera demasiado corta.

Yo me dejé hacer porque hacerlo fuerte era la única manera que teníamos Nanu y yo de hacer el amor para sentir algo que no fuera una pena infinita al tocar nuestros cuerpos desnudos. Su boca descendió hasta la raíz de mis pechos presionándome contra la pared no escarchada de su habitación, hiriéndome la piel cubierta solo por la fina tela blanca; su mano retiró apenas la ropa interior antes de ingresar jadeando con la fuerza de un animal, una, dos, tres veces dentro de mí. Su cabello grasoso rozaba mi barbilla cuando Nanu balbuceó el nombre de Cecile antes de venirse entero, dejando restos fluidos sobre mis bragas aun puestas.

No era novedad que Nanu amara a la bella Cecile, de lejos e irremediablemente. Sin una palabra entre ellos que pudiera siquiera dar la posibilidad de un mínimo contacto futuro, ¡tan diferentes eran! Nanu se había acercado a mí por acercarse a Cecile en una de las fiestas de poetas decadentes a las que yo llevaba a Cecile, en pago por acompañarla en sus turnos de guardia hospitalarios. 

Nanu era un hombre guapo pero pobre y generalmente desaliñando, he ahí el detalle de que Cecile jamás lo mirara en serio; a diferencia mía, con un gusto genuino por los pobres diablos y los que se hacían llamar como poetas malditos.
Me había atraído su barba a medio crecer, su mirada profunda de huérfano buscando abrigo y sus brazos robustos saliendo de un cuerpo macizo y compacto. El sexo entre Nanu y yo había sucedido natural y sin aspavientos, luego de un par de cervezas y una conversación sobre la música de películas viejas. Nanu amaba la música aunque no tocara ningún instrumento y a mí me gustaba inventar que cantaba bien, para sentirme importante. Esa noche cantamos, desafinados y alegres, un canto que sonaba a revolucionario desde una mesa de la Petite Gollete, mientras que a Cecile seguramente se la tiraba el viejo calvo de pasaporte belga que nos alquilaba el piso que ambas compartíamos dos calles más arriba.

Cecile era hermosa, inteligente y graciosa, pero no tenía suerte en el amor. Tal vez en eso era lo único en lo que ambas coincidíamos. Ella, soñadora y engreída desde la cuna, a menudo amaba a quien no debía y terminaba siendo amaba por quien no quería. Su cuerpo delicado del color de las almendras, se acostaba en mi lecho llorando a mitad de la noche por amores que no podían ser. Yo le tocaba los cabellos perfumados y las manos suaves con olor a jabón carbólico y sentía entonces, al tocarla tan cercana y ausente al mismo tiempo entre mis frazadas, que la odiaba profunda y visceralmente, mientras me iba inventando alguna canción que rimara con su nombre y le creara sonrisas antes de quedarse dormida.

¡Cuánto hubiera dado Nanu por arrullarla en esos instantes de infinita soledad a los que era proclive Cecile luego aquellos largos turnos de trabajo! ¡Cuánto por cantarle canciones dulces como le inventaba yo! La voz ruda de Nanu se dulcificaba al preguntarme por “los asuntos de casa” y con casa me quería decir Cecile
¿Cómo esta ella? Solía filtrar, fingiendo indiferencia ¿Duerme acompañada ahora? Y yo solía responderle que por casa todo bien, que muchos libros, mucho desorden, mucha ropa blanca tirada por todas partes, que pronto me iba a mudar a algún lado, pero él reaccionaba con una carcajada nerviosa, que denotaba temor, como si al alejarme yo de Cecile, el también perdiera parte de ella y de su historia.

El reloj dio las dos cuando pasé frente a la catedral, la lluvia reciente había dejado resbalosos los peldaños y debía caminar con cuidado sobre los zapatos altos para no caer y ensuciar mi traje prestado, espectralmente blanco.

¿Has visto alguna vez un muerto? Seguía rodando mi mente y la pregunta de Nanu llevaba impresa en sus ojos la incredulidad de que yo pudiera soportar tan bien la desgracia de la muerte como Cecile, que yo pudiera ser tan fuerte como aparentaba ella al enfrentar tales circunstancias. Tal vez era que Nanu y yo apenas nos conocíamos a pesar de llevar un año en los avatares del amor y otras miserias adictivas. 

Nunca me había hecho preguntas demás, ignoraba que yo también había iniciado la escuela de medicina hace muchos años junto a Cecile, o que no la había terminado a tiempo por falta de dinero. Nanu me creía mala, oscura y alcohólica como él y no le importaba conocerme más, porque con eso era suficiente. Yo lo creía débil e ingenuo, brillante cuando escribía, detestable cuando bebía. Adorable cuando fingía que podía ser algún día alguien diferente. Alguien con futuro.

Estábamos cerca por el sexo sin preguntas, la compañía sin responsabilidades, el disfrute sin cargos de conciencia. Nanu no me amaba a mí y yo no quería amarle a él. Sin embargo Cecile nos unía como un lazo tenso que volvía nuestra existencia melancólica o irascible según fuera el caso. A veces Nanu se permitía acariciarme el borde de los labios antes de cogerme o besar mi cuello quedamente antes de romperme la ropa a zarpazos. Eran apenas unos gestos, como rescoldos tibios de su amor silente por la dulce Cecile y esos pequeños gestos dirigidos a otra, hacían posible que yo lo deseara, que me mojara las bragas por el sí se acercaba, que llorara en silencio si al follarme, en cada golpe duro de su pelvis contra mis caderas sintiera que ambos debíamos hacerlo siempre rudo y sin palabras por Cecile, por ese amor entre nosotros que había nacido ya muerto y corrompido por la sombra de lo que jamás sería. A nosotros dos que no se nos permitía ser dulces para no llorar al terminar el día, como lo hacía ella, exponiendo esa fragilidad que hedía a indulgencia.

-“Ey enfermera, ¿no me da una medicina para la tos?” Sonó una nueva voz de entre las columnas de la catedral iluminada por luces color ámbar. Me paré en seco para ver el rostro de gesto canalla que me contemplaba saliendo desde la oscuridad. 
-“No doy medicina pero puedo frotarte algún ungüento…” le dije con el rostro cínico de las mujeres despechadas. La voz soltó una risita desde su escondite.

-“¿Cuál es su nombre enfermerita?” -Me dijo la voz acercándome un cigarrillo encendido, mientras rozaba con la otra el borde de mi solapa. 

-“Cecile”- contesté sin remordimientos, fiel al nombre bordado en mi guardapolvo blanco con letras escarlatas.
-¿Me llevarías a casa?- Coqueteé sin pudor, mientras pensaba que tal vez podría mostrarle al día siguiente a Nanu como se ven los muertos cuando los ves directamente a los ojos.

sábado, septiembre 03, 2011

La Palabra

Yo me escudo en las palabras y en las frases porque conozco de ellas, voy armando así estratagemas de defensa o de ataque. No tengo otra arma que esa Mi palabra. Sin embargo, suelen caer todas mis líneas de defensa ante la poderosa fuerza de una imagen. Una imagen que borra de plano miles de palabras mías, como débiles e ingenuos soldados.


El amor se vuelve así una guerra constante, en donde perder no es excusa para no seguir peleando. Una a una las batallas se van sucediendo y en el terreno polvoriento de las despedidas van cayendo muertos los otrora dulces sentimientos. Pertinaz y sin sentido como cualquier heroína, mi palabra se enciende buscando razones, suplicando a veces con bandera blanca segundas oportunidades a conflictos de antemano perdidos. Mi palabra se arrodilla, se ausenta del todo.

Mi palabra muere, muchas, muchas veces. Es incinerada, abusada, golpeada. Cada una de mis cartas de amor, cada una de mis despedidas. La palabra es mancillada, escupida y violada sin piedad por otras lúgubres palabras en respuesta. Y se vive como real el dolor de estas tantas muertes, aunque no sean sino escaramuzas para lo que vendrá más adelante. La vida real, cruda y palpitante, sangrando vísceras negras de antiguos rencores. Esa vida real frente a la que nunca se está bien preparado y siempre se pierde.

Me escudo en las palabras ahora, como antes de conocerte y antes de conocerme yo. La palabra tiene ese don de perdurar incluso cuando estemos muertos. Cuando nos crean desfallecidos. Me arrojo a las palabras como quien se prende de una bandera, de un escudo, de algo que sea propio e inconfundible, para así marcar territorios de besos o sueños históricos. Salto así escudada con mi palabra sola los abismos de melancolía u olvido.

La palabra me preserva, hace leyenda de los hechos ordinarios. Juega a defenderme como una espada, aunque al cogerla sea mi propia palabra la que me desangre.

miércoles, julio 20, 2011

Bonita

Si me miraras hoy, pensarías que soy bonita. No porque algo haya cambiado en mi aspecto, son las 7 de la noche y acabo de despertar algo cansada. Lo digo porque al mirarme al espejo sentí que era exactamente el ser que deseaba ser hace algún tiempo mientras crecíamos.


Por eso no me peiné, ni me maquillé, ni intenté arreglarme. Por eso no salí a la calle a buscar algún café perfumado de canela que me devuelva el gusto por volver a la civilización. No, no quería romper el hechizo, salir a la calle y sentir que debo sujetarme el pelo, aclarar las ojeras, ponerle carmín a los labios o quitarme la ropa holgada para que alguien me aprecie un poco. No salgo a la calle porque a lo mejor reconozco al caminar por la vereda que soy igual a un montón de muchachas sin nombre de por aquí, con el pelo y la piel oscura, la mirada indiferente o los labios gruesos.

He pensado que me verías bonita no por esa belleza subjetiva que surge de cuando alguien se siente feliz o despierta enamorado. Pienso que ha llegado el momento entre nosotros que buscaba; ese en que los hombres dejan de ver bonitas a las mujeres por la apariencia física que presenten en la primera cita. Pienso sin asidero real que nosotros ya hemos tenido muchas; que después de tantas y de todo lo que has leído sobre mí, o lo que has visto ya no quedan muchas interrogantes por resolver, cualquier dilema está resuelto y sin embargo, después de tanta hojarasca aun quedaría una persona bonita por contemplar.

¿Qué es lo que hace a una mujer bonita para ti? ¿Su determinación, su falta de miedo, su desenfado? Me lo he preguntado tantas veces. Cuando al despertar del amor una mujer tiene la frente perlada, los labios y los ojos entreabiertos, la cabellera despeinada ¿no es acaso su mejor momento? O tal vez sea el único, en que una mujer se siente bella o puede creer cuando se lo dicen. Nace su belleza real, no la estética. Esa mujer acaba de dominar al mundo rindiendo el suyo. Eso es perfección.

Me veo al espejo y me quiero como podrías quererme tú. Deberías mirarme ahora, antes que sucumba al malévolo hechizo de mirar para adentro y surja la mirada esquiva, la boca de sonrisa rota y el desaparecer de mis colores tiernos.

Hay un momento antes de que la oscuridad llegue, en que por unos minutos todo parece brillante y perfecto, el cielo se llena de nubes incandescentes de un rosa sobrenatural y el aire se torna fresco. Es ese momento el que siento ahora frente al espejo. Luego vendrá mi momento gris, de cielos borroneados y nubes negras surcando la mirada; mi rostro feo, monstruoso en su agonía, pero eso ya lo sabes, lo has visto tantas veces, que no necesito describírtelo.

La noche es de un negro aterciopelado y con olor a lluvia en los caminos. Deja que descanse tu mano en mi mano mientras dure frágil mi belleza.

lunes, julio 18, 2011

El adiós de todos los adioses

Mi querido lector, en la soledad de mi cama escribo estas líneas esperando que no hayas olvidado las tardes de café ni mis pataletas en la búsqueda del amor. Espero que al terminar la tarde aun haya un rayo de luz filtrándose por la persiana entreabierta y recuerdes algún poema mío hace mil años escrito o que en esas tardes ociosas te enseñé sin quererlo una canción que aun no conocías. Han pasado años desde nuestra pérdida, desde nuestro olvido y peleas a millar. Aun sigo esperando tener el valor para escribirte el adiós de todos los adioses, pero mientras espero hacerlo, me arrullo en la música vieja, en la esperanza y en la extraña felicidad que aparece por solo minutos cuando camino por algodones rosas en la espera de que suceda algo mejor.
¡Qué droga más sobresaliente es la esperanza, que vicio más despiadado el renacer de una ilusión!
Mi querido lector, te invito a que soñemos juntos porque tengo miedo de no despertar y el morir en soledad no es algo que me apetezca, al menos por ahora, cuando se suceden días tibios, azules y con olor a fruta por doquier.
Para hacer un poco las paces en las próximas líneas te contaré un poco de mi y tu de ti. Es un ejercicio fastidioso, pero debemos retornar a esa confianza de los lectores y los leídos, a esa intimidad de los amantes que se buscan a escondidas, de los chicos incomprendidos que ya no somos, pues ahora solo somos parte de ese montón de adultos que por momentos desengañados, cínicos, con miedo a volver a empezar se refugian en alguna entretención pasajera que logre hacer olvidar que el tiempo es inexorable con los cobardes que no nos atrevemos a volver a estar vivos.
Mi querido desconocido- anónimo o como desees llamarte- te invito a mi casa, a que compartas un poco de mi vida, de mi desgracia diaria, de mi felicidad más inocente. Como todos, yo deseo comunicarme y estar en contacto, como muchos, también deseo odiar con la intensidad de los vengadores que nunca olvidan o simplemente arrinconarme y estar sola renegando si me tienden la mano para salir de mi exquisita infelicidad. Como todos, soy una contradicción entre lo que quiero y lo que hago. Entre lo que espero y lo que rechazo. Como todos, a veces simplemente tengo miedo de volver a soñar.

Te saludo con una sonrisa, mientras suena I’d do it all again desde mi computador…Dime ¿te suena a algo eso? Es mi carta reconciliatoria, no mi última carta, pero tal vez la más sincera. ¿Me ayudarías a caminar hoy? A veces simplemente no sé cómo empezar.

Besos, desde la Tierra del Olvido.

martes, julio 05, 2011

Tiempo pasado

Estaba pensando que las expectivas tambien tienen fecha de caducidad y que la mayoria de cosas que se guardaban con delicia oculta para saborear en un futuro vencen ante nuestros ojos sin poder hacer nada al respecto.

Estoy pensando que el pasado no tiene buen sabor, que los besos viejos es mejor guardarlos en un cajón, que hacer nuevas citas con la gente antigua tal vez no sea lo mas adecuada, que la novedad deberia consistir que cambie todo. También uno misma, para poder disfrutarlo.

Pienso que no es bueno aferrarse, que no es bueno intentar una y otra vez cavar la zanja que separe el mar del cielo. Arar desiertos. Pensaba que a lo mejor era bueno si lo escribia para no olvidarlo, la próxima vez que sucumba a la nostalgia de creer que todo tiempo pasado fue mejor.

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...