sábado, septiembre 28, 2024

Tu voz

 Me hablas de ti, de lo que harás, de la música, de los pasajes en avión, de todo aquello que te salvará. Me hablas rápidamente en esa fase maniaca de cuando eres feliz, pareces feliz, anhelas ser feliz y pintas con los dedos mojados en barro sobre el lienzo que he traído para ti, sobre mi camisa blanca, sobre el pecho que te entrego entero para que me hagas bien o me hagas daño, pero que niegas a rasgar y hacer sangrar del todo. Y hablas, hablas lento, hablas rápido, te mueves como un cometa que gira sobre mi con mil palabras que brillan y a veces hieren en su intensidad y te escucho hablar, como si pudieras curarme con esas palabras que navegan de mis poros hasta el mismo pozo de café que es ahora mi alma, zurciendo heridas que parece que compartimos y de las que yo no suelo hablar, 

pero tu voz …

Tu voz es la voz que rodea este espacio nuestro, donde nuestros cuerpos son lánguidos después del amor, son polvo que vuelve al polvo y que tu vuelves a armar como arcilla para hacer de nosotros uno, uno solo…mientras hablas y las palabras las creas y las destruyes con dientes apretados de rabia o con lengua de pájaro silvestre que ha vuelto por fin a cantar y mencionas así, tus deseos, tus recuerdos, los lejanos parajes de esa memoria gastada en donde confundes nombres, fechas y esta nueva felicidad con desgracia. 

Veo tu boca que se mueve moldeando idiomas que logro apenas entender y concatenar las canciones con las experiencias de tu pasado remoto, sonriendo para ti o temblando, dejándome fuera, fuera de todo eso que crece y se levanta dentro de ti, una ola, un tsunami de recuerdos, de historias trágicas y sórdidas por contarme  y estiro los brazos para que no te pierdas en esos fondos oceánicos de donde te nacen las historias que llevan dentro la paradoja que rima invisible con mi propio nombre. 

Cuantas veces te hundes, te pierdes, naufragas, tu palabra es el sueño del que apenas he logrado liberarme cuando crecía pero tu encallas ahí toda tu humanidad desnuda y fundas una nueva tierra sin permiso en la que caminas descalza, segura de toda la atracción que ejerces. Tu cabello son mil caracolas y tu boca el eslabón de sal que rompo en un beso para callarte y que no hables más de cosas que me hacen daño, pero hablas y las palabras nos envuelven, nos ahogan, nos enredan hasta asfixiarnos.

 Me rasgas el pecho que se desangra en secretos que no te he contado, amargos secretos que no escuchaste mientras hablabas y el sonido de tu voz lo cubría todo. Nos perdemos, nos hundimos mar adentro, en esa corriente de conciencia que ya no logramos evitar, tu voz se pierde en la mía, nos ahogamos bajo toneladas de agua salada que evitamos volver a llorar. 

Me hablas de ti y ya no recuerdo lo que fue, pero intentando escucharte me perdí otra vez.

viernes, septiembre 27, 2024

En el nombre del padre

Al abrir la puerta de casa todo el olor y los recuerdos guardados allí se le impregnaron de golpe en la nariz y en el cerebro. ¿Cómo podía ser que aquella casa siguiera oliendo con indigna persistencia a todo lo que el recordaba de la niñez? La alfombra manchada, el colchón meado del perro, la comida guardada de varios días en el frigider, la ropa a medio secar en el pequeño balcón. Esa vida tan de clase media de la que se había intentado apartar  huyendo de ella cuando trabajaba como un loco sin mirar ni un momento atrás por temor a volverse mera estatua de sal y que ahora la hija de apenas ocho años ya le sacaba en cara, tu casa huele feo papi, o tu casa no huele como la de mami. 


Tenía razón, ahora su apartamento olía igual que la casa de los viejos y probablemente su ropa de cama también olía como a la recámara de los viejos cuando el era niño y no quería entrar mas allá del marco de la puerta para dar las buenas noches y ver todos los diarios apilados al lado de la cabecera de papá,  resolviendo crucigramas con la lamparita encendida y los anteojos a la mitad de la nariz o esa infusión de mil hierbas en la mesita de noche de mamá, que se enfriaba antes que ella encontrara las pastillas. No, recuerdos malos, recuerdos de una época antigua en donde era chico, de huesos delgados y de salud frágil. Una época que había querido pasar rápidamente, pero que pasó para el lenta y pesada como en años de perro. Transcurrió en cincuenta años esa niñez, de cassettes que se volvieron CD´s rayados que apilaba bajo la cama y luego pasar a esa adolescencia solitaria de bajar canciones toda la madrugada aunque la computadora se llenara de virus, de sopa humeante y grasosa a la noche, de ropa que no secaba bien y olía a orines, de colaciones que no llenaban a mitad del recreo, pero que su madre mandaba entre mil gritos. Esas colaciones que daba pena sacar delante de los otros, tan escasas como las de los otros, los tapers de plástico brillante, la botellita de limonada. El plátano que se reventaba entre los cuadernos antes que dieran las once. A veces parece que la infancia es esa parada de autobús a la que uno no espera regresar nunca a menos que se equivoque de carro, pero a la que regresas a rastras solo cuando ya eres padre. Y ahí estaba su hija recordándole todo de su infancia, se veía en ella,  en cada gesto suyo,  el fruncir de las cejas espesas cuando no entendía algo, los ataques de asma  por la alergia a los gatos, hasta en su poca tolerancia a la leche en las mañanas o a que invirtiera el orden de las consonantes al escribir palabras largas. Estaba ella carne de su carne, innegable. Una copia suya haciéndolo revivir todos los recuerdos de nuevo.


Que feo huele tu casa había dicho y con eso se había preguntado si también el estaba comenzado a oler fetidamente como su padre, si finalmente ya todos los órganos habían envejecido en el macerándose de la amargura y el cansancio que tienen los adultos y ahora era idéntico al olor del viejo cuando lo abrazaba.  De mas chico el y su hermana bromeaban sobre eso. Cuando el viejo muera -decía ella- y me toque extrañarlo voy a venir a oler tu ropa, apestas igual, luego lanzaba una carcajada de esas irritantes en que mostraba hasta la campanilla y el le rompía  de un manotazo lo que ella estuviera haciendo. 

Es cierto, sudaba como su padre en las tardes de calor, olía a el  como animal hediondo que puede ser sentido a metros de distancia, pero no le importó hasta que la adolescencia cuando corría las mil vueltas de educación fisica y lo obligaban  a ir a las duchas antes que vuelva a clase. Apestas Ramírez. No vuelvas a clase sin cambiarte de ropa. Las chicas se reían bajito entonces y el se apartaba con vergüenza, sintiendo a su padre aflorar en sus axilas y su pelo.


Huelen igual y qué. Así huelen los hombres, parecía oír la voz de la vieja desde la cocina. A sudor, a trabajo fuerte, a tabaco. No era nada para reprochar y sin embargo el sabía que este mes de Setiembre acababa de cumplir la edad que su padre jamás llegó a cumplir con ellos. “Se lo llevó el cigarro” eran las cosas que escuchó de todos y el lo siguió repitiendo como si el cigarro fuera una persona que viene, toca la puerta, pregunta por alguien y se lo lleva a vivir a un barrio desconocido del que jamás vuelven. Ese es el olor que el jamás tendría, el olor a cigarro de su padre añadido en las ropas, en las manos, entre los miles de periódicos que se quedaban amarillos sobre las sillas o en donde fuera. Era el olor que aun quedaba un poco al abrir los armarios de la casa vieja cuando fueron a venderla. Ese olor raro en la alfombra y las cortinas, su viejo se había ido pero parece que el cigarro que se lo había llevado dejó como pago aquel olor impregnado en casa.


Ahora el tenía la misma precariedad que entonces sus padres, libros viejos en lugar de periódicos al lado de su cama, una alfombra gastada que algún día cambiaría, cortinas heredadas del matrimonio que no funcionó, comida de varios días olvidada en el congelador. Y los discos, todos aquellos discos de los que se volvió comprador fanático cuando le dijeron que era mejor oírlos así  en un tornamesa que desde el computador o un stéréo. Toda aquella música que su ex mujer no sabía para que coleccionaba, si la casa era chica, si no tenemos ni para comer, si no te pagan bien por lo que escribes. Es momento que dejes esos sueños, que aterrices Ramírez. Ella se fue, esa pequeña casa no era para criar a nadie, el tampoco sabía como hacer que esa alianza funcione ¿cómo lo habían logrado sus padres? Tenían mas hijos, menos comida, menos comodidades y se habían quedado juntos. Los periódicos viejos y el mate de hierbas humeante en la misma habitación, eso era lo que significaba para el que la familia funcionara. Ir a su recámara  y que los viejos durmieran juntos allí, tosiendo el o con el pastillero para los mil dolores ella. 


Esa infancia que duró cincuenta años a lo mejor no había sido tan mala, su pequeña le reclamaba ahora el mal olor de su departamento feo pero algún día lo extrañaría, extrañará tropezar con la alfombra o sentarse a ver los discos y preguntarle cómo se cambia de canción en esa cosa. Seguramente ella vería cosas que el no puede ver y olería con ese fino olfato los rastros de la semana en su ropa de asalariado. Haz estado en una pizzeria. Haz estado en un lugar con humo. Así jugaban a las adivinanzas. Ella jamás le sentiría olor a tabaco, a cigarros que nunca lo tentaron ni cuando tuvo edad de hacerlo y los encendía a escondidas solo para recordar un poco a su padre, antes de la tos, de que se hiciera pequeño y frágil en esa cama a la que no lo dejaban entrar a verlo. Quedaba solo brindar por eso, por el retazo de vida que había superado, por todos los caminos que pudo andar sin tirarse de un puente,   probablemente el viviría mas primaveras que el viejo. Quien sabe.

Se pregunta si también la infancia de su niña como para el,  durará cincuenta años, si recordará cada episodio de los viajes en auto entre su casa fea y la casa de su madre, si recordará las discusiones entre ellos, los desencuentros, las llamadas telefónicas. Las veces que no llegó con el regalo perfecto. O si solo recordará esto, el olor feo cuando se abre la puerta, el olor de la ropa de cama guardada, el olor de su padre envejeciendo, célula a célula, órgano a órgano, avinagrándose en sueños de los que no despierta, mientras escucha discos viejos desde un tornamesa de segunda mano.  Madura Ramírez, esos cuentos no te los compra nadie. Y Ramirez se para del sofá y escribe, vuelve a escribir, porque esta primavera no es la suya. No vendrá nadie aun a llevárselo al barrio de los que jamás regresan. Esta primavera es eterna y el escribe sobre esa infancia, sobre su viejo y sueña.

jueves, septiembre 26, 2024

La danza

Hay una oscuridad creciente, la tiniebla azul que antecede a todo lo visto

La mujer de cera se levanta de su lecho inerte y danza,

Con cabellos rizados cual lenguas de fuego gira y contornea su figura hasta volverse nada, danza sin temor a nada hasta que queda exhausta,

Está puesta abajo, 

su rostro vuelto a la tierra contraído ahora hasta las lagrimas, 

las yemas de sus dedos se aferran tensos a un territorio que no la puede salvar de un fin que ya está descrito, mucho antes de ella y de cualquier anhelo de permanecer eterna. 

Se levanta, gira, gira, contornea la silueta como quien sufre un deseo que no puede ser jamás calmado, 

Su figura es fuego, magia, universo incandescente,

Hay una canción sin letra dentro de ella, una melodía que nadie aprende a cantar con voz suficiente. La canción que la levanta y la mitiga. Ojos cerrados, labios trémulos, la mujer está bailando para si misma la canción sin nombre que nadie ha aprendido a cantar para ella.

Se mueve, se descompone, sus movimientos son dramáticos e inútiles,

de rodillas gatea por la pieza oscura clamando la piedad inexistente, es apenas una llama mortecina ahora, la débil llama de lo que recuerda haber sido. 

Cae, cae. Ha caído y sus cabellos se arrastran como cuerda encerada por aquel piso, cuerda desnuda que consume el cuerpo derretido de una cera que ya no arde. 

La mujer se desnuda ante la mirada atónita de la oscuridad que crece con ojo de cíclope sobre ella, muestra sus grandes senos flojos, sus muslos que adormecen, y enervan al universo mas oscuro,  la mujer se desnuda ante la noche que ha detenido un rato su marcha canibal de humanos sin alma y se muestra tal como siente, esa es su fuerza, esa su valentía,   entonces danza. 

Sin miedo. Danza para ella. No hay oscuridad posible que la borre de la faz de la tierra. Ella danza iluminada por dentro y entonces es eterna.

Vuelve a danzar ante la noche que es un mar de brea oscura que la rodea buscando apagarla pero  que la enciende en cambio,  

vuelve a encenderla  de donde no queda nada y la vuelve antorcha, 

la vuelve incendio que no perdona, 

torna en llamas sus cabellos que cambian de oscuros a rojos 

Y vuelve alas sus pies que han dejado ya el lastre de cera que antes la ataba al piso en donde todos se arrastran, esclavos de un futuro que amenaza con  carbón y cenizas.  La mujer danza y vaya que danza. La oscuridad mas temible ha avivado como  combustible el mayor de sus fuegos. Un cuerpo que vibra, que siente, que tiene ahora el calor de mil soles. La mujer despierta. Sus ojos son del color del atardecer y su piel no desea volver jamás a cubrirse.

Mírame le dice a la noche que retrocede perlando su frente de pálidas estrellas, Mírame, soy fuego. No puedes detenerme.


lunes, septiembre 23, 2024

Mensaje en visto

Lo he dejado como esperaría dejar en esta butaca el dolor que me atenaza la pierna o como desearía dejar en casa todos los miedos que me han impedido irme antes. Lo he dejado, pero no es que no lo hubiera dejado ya antes, el me ha dejado también, me ha dejado de escribir, de llamar, de parecer agradable, se ha vuelto una piedra y yo no puedo con eso. He intentado, ya sabes, lo intento siempre ir tras el, hacer escaramuzas para decirle que lo siento, para hacer que el diga que lo siente, pero es inútil. Un día nos cruzamos por casualidad y su voz era la de un robot, sus respuestas a mis dudas las que daría un chat de inteligencia artificial, ninguna palabra extra. Puntos al final de cada frase, podía sentir un reloj que me avisaba que lo dejara en paz. Hubo una noche después de eso, una noche en la que todos habían bebido y yo también un poco, aun no me dolía la pierna, pero ese día empezaría. Ni siquiera había llegado a casa cuando decidí escribirle, ni siquiera terminé de sonreír en aquella reunión cuando tomé el taxi y quise desesperadamente una comunicación con el. Quería decirle que las veces que mas lo extraño son aquellas en que estoy feliz de nuevo, como esa noche, las veces en que vuelvo a reír y parece que el mundo fuera blandito y dulce como un bollo de canela. Así quería escribírselo, pero hubiera sido demasiado cursi. Puse Te amo, luego lo borré. Puse: Nunca dejaré de amarte y lo borré de nuevo. En el taxi con las luces de la ciudad a la medianoche volviendose verdes y amarillas en los márgenes, yo solo podía pensar largos discursos sobre qué decirle, cuánto me hacia falta volver a hablarle, comunicarle incluso mi rutina mas tonta. Preguntarle si el estaba haciendo lo de siempre o ya estaba en una cita, ya habría conocido a alguien, ya estaba enamorándose de alguien nuevo. Esa idea me parecia insoportable. Miré el móvil. Podía ponerle cualquier cosa, luego culparía al alcohol, a la desinhibición de algún sábado, luego siempre podría borrar el mensaje y esperar a que el me contestara: ¿Qué haz borrado? Cómo antes, cuando nos importábamos e iniciábamos conversaciones de la nada.

La ciudad es mas mia cuando está a oscuras y la gente se oculta en sus casas o en los antros donde se divierten, las calles lucen vacías y me dan ganas de salir corriendo o tomar la bicicleta, recorrer toda la ciudad, como si fuera un territorio nuevo en donde tejer nuevos sueños. Me siento feliz y cuando soy feliz lo extraño, vuelvo a tomar el móvil, eso es lo que debería ponerle. Que puedo llevar esta vida como si nada, pero me resulta insoportable la idea de ser feliz y que el no esté compartiendo esa felicidad conmigo. Y a veces necesito tan poco para serlo, solo una película nueva, una canción vieja de la que jamás había entendido la letra y ahora cobra significado, cocinar  en mi día libre y que sepa bien. Es ahí cuando quisiera llamarlo, o escribirle, como la primera vez que hablamos un Lunes, yo desde la cocina, friendo por primera vez un pescado  sin idea de cómo hacerlo y el en algún descanso del trabajo. Cruzamos algunas frases y ahora puede parecer falso pero yo ya sabia que era él. Siempre lo supe, hay cosas que se saben. Es como un pálpito, un recuerdo que llama a tu puerta quedamente, que te llama desde otra realidad mucho mas concreta. Mi encuentro con él era inevitable, solo quedaba rendirse y disfrutarlo.

El carro avanza, podría avanzar toda la noche, yo no pertenezco a ese lugar, al lugar de casas grandes donde han hecho la fiesta. Yo pertenezco a mi islita pequeña, por eso me alegro cuando veo las primeras palmeras en la avenida. Pienso que de por si ya vivimos tan lejos, cuantas veces tendría el que recorrer ese mismo trayecto por llegar a mi casa, a mitad de la noche, cuando con anhelo le diga, te quiero, te quiero.

Pero no hay caso, lo he eliminado, contacto cero, mas nada. Otra vez. Porque es la única forma de acabar con esta continua búsqueda de no saber en donde está, en quien piensa o qué piensa. Si aun piensa, en mi, en nosotros, en alguna noche de todas las que anhelábamos tener cuando volviéramos a vernos. Aun te amo, escribo eso, luego lo borro. Eso suena desesperado y suplicante. Se que me dejaría en visto, que no comparte los sentimientos que yo le compartí esa noche cuando se iba hacia el aeropuerto. Yo pude ser un eco a sus te amos, a sus promesas de volver, porque lo sentía cierto, era solo el recordar brillante de otra escena en una realidad ya vivida, esa en la que ambos funcionamos juntos. No me costaba nada decir te amo, se lo había dicho con los ojos en nuestro primer café, en nuestro primer beso, en cualquier cosa que hiciéramos pero yo aun no lo sabía, mi cuerpo si. Todo había sido natural con el, no tenia que verbalizar esas palabras de amor si sabía que todas eran ciertas y recíprocas. Subo en el elevador y aun no decido que poner, deseo tender un puente es hoy, esta noche, pero me sale un tímido: Yo me enamoré. Lo borro media hora después, lo sustituyo por un Yo me enamoré de ti, claro de quién mas, pero hay que especificarlo. Los hombres son tontos, podría creer que me he enamorado de alguien mas (como si eso fuera posible ) que me he fijado en alguien mas, que las veces que sonrío en las fotos, o que no le hablo es porque pienso en alguien que no fuera el ( como si eso pudiera ser posible!) Por eso lo he eliminado, no puedo seguir arrastrándome en estos sentimientos que no conducen a nada. En frases que son contestadas con dos aspas azules y un gran silencio. Un silencio que dura horas, días, acaso semanas y me confirma que todos mis miedos habían sido ciertos, que yo amé mas, que si le daba la oportunidad el me dejaría por cualquier bobada, que el jamás cruzaría un puente que yo intentara lanzarle.

Hace un año fui por este mismo dolor en la pierna derecha a hablar con la terapeuta, pensando que no era orgánico, que era algo mas psicopático, porque aumentaba cuando pensaba en las cosas que había hecho mal, a los lugares que ya no podría ir. Sentada en el sofá de la psicóloga, prefería pensar que estaba somatizando mis dolores a saber que se me estaba partiendo una vertebra poco a poco en mi loca carrera por entrenar el cuerpo perfecto. Me dolía casi tanto como ahora, despertaba y me dormía con ese dolor, habían dicho que solo duraría seis meses pero cada día era un suplicio que me tiraba para abajo y cuando venía el dolor, venían todos los sentimientos malos, los de culpa, los de duda, como si ese dolor yo me lo estuviera infringiendo por algo y me lo mereciera. ¿Están tan lejos las piernas del corazón? Ella me dijo que la cadera se bloqueaba cuando no queríamos soltar algo, algo nos retenía y no nos dejaba seguir hacia adelante y yo pensaba en todo lo que no quería dejar, incluso las cajas vacías de los zapatos altos que pareciera ya jamas usaría. 

El dolor ha vuelto y vuelve con el, al pensar en qué quizá perdí el tiempo esperando que el volvería por mi, por eso lo he eliminado, odiaría que el me viera en estos episodios de dolor, que me viera cuando soy frágil, cuando todo control se me escapa de las manos. Por eso quise dejarlo la primera vez, esas semanas del dolor de cabeza. No lo extraño cuando estoy así, cuando me duele algo solo quisiera apartar a todos a mi alrededor, que no vean en qué personaje quejica me estoy convirtiendo.

Pero en el fondo tampoco es eso, lo he eliminado porque ya no sé donde mas buscarlo y aceptar que el no me buscará a mi. Que por mas que revise el movil mil veces nunca habrá una respuesta para mi declaración mas enamorada a mitad de la noche. Se que ya no habrán mas canciones, aunque en todas tenga que pensar un poco en el, canciones nuevas, canciones viejas, pienso en que desearía poder compartirlas con el nuevamente, pero incluso eso, debo admitir que ya no pasará. No quiero tener que preguntarme si ama a alguien mas, que tan pronto toda su atención se volcará en otra persona, que tan pronto habrá dejado de importarle todo lo que queríamos para nosotros. Ni siquiera puedo imaginarlo. Que no lo sepa. Que no sepa cuánto lo extraño en los momentos en que estoy feliz y en los que estoy triste, que no haya sentido ninguna vez lo que yo, que era inevitable enamorarse, que solo nos volvimos a encontrar, que al verlo vi claramente cómo mi búsqueda de ese no se qué había por fin cesado.


Lo he eliminado y con eso, todo lo patético que puede resultar enamorarse de quien no sabe el valor que a mi edad tiene volver a creer en la fantasía y querer apostarlo todo. El todo por el todo, eso era. 

jueves, septiembre 19, 2024

Los amigos

 Ya casi es primavera y sin embargo el frío y la humedad de Lima hacen temblar las rodillas cuando bajo del taxi con el vestido corto. Hace mucho que vivo aquí, los jardines ordenados, las librerías, los cafés y pastelerías. Todo lo que antes me llamaba la atención hoy me parece algo familiar y cercano, probablemente yo sea también parte de la decoración de este lugar, la chica que se vuelve mujer y que va de los vestidos cortos a las botas altas según la estación, haciendo citas en busca de una mejor conversación que esta vez termine en algo menos superficial.

El restaurante es nuevo, mi maquillaje y vestido también lo son, solo mi rostro ha envejecido, ahora me tiño el cabello para ocultar canas y llevo lentes de lectura guardados en la cartera por si hay que leer con atención el menù. Hoy ya no me cito con personas desconocidas, hermosas personas a las que he admirado por lo que escriben o por su humor negro tan parecido al mío. Pocas veces he salido con personas dulces, me generan desconfianza, aquellos que se muestran demasiado buenos o demasiado perfectos, me gustan las personas que cuentan alguna herida incluso cuando no tienen la intención de hablar sobre eso. Pero hoy ya no salgo tampoco con ellos, ahora hago citas de almuerzos y cafés solo con los que verdaderamente demostraron ser amigos, con los que llevo años hablando de los mismos temas y nunca se desgastan. Los que me han visto cambiar de novio, de vestidos, de opinión y que me han preguntado siempre sobre cual es el ultimo libro que puedo recomendarles o comentarles una película nueva que sea vieja en realidad, intercambio con ellos sobre cual es el ultimo lugar donde han estado, el próximo donde ya sueño estar. Hablamos de películas, de gente que no tenemos en común pero de las que nos llama la atención su vida, su tozuda forma de aferrarse a la vida, a veces reímos y a veces hablamos en serio. Vivo fascinada por la vida de mis amigos, cambian de mujeres, de novias, de vicios, de lugar de vivienda pero en el fondo nunca dejan de ser cercanos. Sus tics, sus manías, sus gustos, muchas veces los amigos son la familia que no ha estado conmigo cuando físicamente la necesitaba. O son las personas que me han respondido las dudas cuando comenzaba a dudar de todos. Mis amigos no se conocen entre si, lo he dicho. Tienen gustos, ropas, tendencias políticas diferentes pero cuando hablamos todo fluye como si yo volviera a tener veinte años y fuera fácil hablar y reír de lo que sea.


Cuando pierdo la esperanza, cuando conozco algún nuevo alguien que me decepciona y me arranca el corazón a mordiscos, paso temporadas sola, escribiendo, meditando, caminando por plazas y parques. Leyendo en silencio hasta que pueda salir de nuevo a flote y entonces de nuevo cuento con los amigos, vamos a almorzar, por un postre, les cuento mis novedades. A nadie le parece admirar lo que le cuento, no doy nombres, pongo un apodo nos reímos de lo triste que es el amor no correspondido, de los idiotas que son los hombres que conozco, de lo maravilloso que es hablar conmigo. Y les creo, porque necesito creerles, me cobijan sus palabras y sus mimos. No salgo en citas con gente que podrían ser mis amigos, porque me dejo deslumbrar por otro tipo de brillos y en esa incandescencia me pierdo y me derrito. A veces planeo viajes fuera del pais en pos de alguien, a veces les cuento que alguien cruza un océano por venir a verme. No dura, nunca dura, porque el enamoramiento es esa ficción que es perfecta mientras creemos en ella y luego vienen las grietas, las realidades, alguien que te dice a la cara en un ataque de soberana pedantería que se equivocó contigo. Que no vale la pena, que hay que seguir como si nada. Y yo sigo como si nada, pero a la próxima vez apuesto de nuevo. El amor nunca se acaba, ni la ficción, ni este escenario gris, húmedo de donde cuelgan madreselvas y a lo lejos vuelan gaviotas en un mar sin nombre. Este escenario no se acaba y al bajar el telón ya soy otro elemento mas de la utilería, la chica que se hizo mujer, la mujer que va en busca de un café y un postre y camina al lado del mar ideando historias para contar a los amigos. Los amigos que duran mas que los amantes, los amigos que se quedan a beber café cuando todos se han ido.


lunes, septiembre 16, 2024

El, la guitarra y yo.

Hay una forma especial en la que toma la guitarra, la hace suya, sus dedos se deslizan y parece tan fácil lo que hace que nos deja allí inmóviles sintiendo. La noche es cálida entonces, se mezclan los olores de la naturaleza, de todas las flores de las que no sé el nombre, con las fragancias de las mujeres que deliran por el, que han de pensar como yo, en quien piensa cuando toca una canción. Me retiro de allí, finjo encender un cigarro, aunque hace mucho que lo he dejado. Es mi forma de decir que necesito mi espacio, los cuerpos se juntan las cabezas acompasan brevemente, las pupilas se dilatan, el es el centro del mundo y parece que todos orbitáramos en cuanto empieza a tocar, por eso me retiro un poco, para no acabar yo también ansiando sus dedos, su boca, ansiando apropiarme de el y del hechizo de su música.  Cuando acabe la melodía el volverá a ser el de siempre y nosotros, los inútiles oyentes de algo que no podemos ni siquiera interpretar, la magia quedará unos minutos pero solo eso. A veces lo seguimos copa en mano pero no habla, o habla poco. Alguien ensaya un dialogo sobre algo divertido a su alrededor, la gente habla y ríe pero el no comparte, cuando la guitarra está silente el calla y desaparece, como la sombra que se ha fundido en medio de la oscuridad creciente. Su paso desaparece así en el jardín y escapa, hasta la próxima fiesta, la siguiente reunión de amigos, algún lugar en donde su guitarra vuelva a tocar y unirnos por un instante, sellar nuestras bocas y abrir grandes los oídos. 

Alguna vez lo he seguido para ver donde va, su paso de leve cojera, la cabeza gacha y la guitarra al hombro saliendo en medio del camino de sauces hasta donde estacionan los autos. A veces se va solo o sale abrazado a la cintura de alguna mujer  a la que envidio  como si el fuera mio. Lo he visto tantas veces desde que era niña, colándome a las fiestas de los viejos, en los tiempos cuando el tocaba a duo y en su rostro aun no habían marcas de vejez y desencanto. Sus manos ágiles sobre las cuerdas, su expresión ausente y su mentón cuadrado. Aprendí a amar la musica por el y todas las canciones perdieron sus letras para mi pensando en que el podía un día tocarlas para mi. Hace ya millones de años de eso, enciendo el cigarrillo lejos del circulo y pienso en el tiempo. El inexorable tiempo que se diluye y se vuelve nada cuando el vuelve a tocar. Los veo meciendo los cuerpos a su alrededor y sus figuras moviéndose acompasadas por la musica que un día hizo que yo también me estremeciera. El sentado en mitad de todos, mas taciturno que todos, interpretando cada nota como si la arrancara del propio corazón. La noche es inmensa y todos nos volvemos eternos cuando el toca, como quisiera darle mi corazón, algo de mi. De mas chica pensaba que podía darle mi vida entera si el me lo pidiera y corría a escribir cartas de amor a medianoche, que lo tenían a el como protagonista, afiebrados párrafos de promesas y un futuro junto al mar. Eso es lo que evocaba en mi su musica, ganas de amar intensamente, aunque no hubiera forma material a la cual asir mis manos ni mi cuerpo. Me quitaba la ropa, me soltaba el cabello, tiritaba bajo las sabanas, pensaba en él bajo la cobija que concentraba todas mis fragancias adolescentes junto con las de la noche cercana. La música en mis oídos subía desde el jardín donde todos lo contemplaban y yo me entregaba, a ese sueño perfecto, a mi despertar libre, a querer poseerlo y ser tocada por  sus dedos con la misma suavidad y fuerza con la que lo veía interpretar sobre esa redondeada guitarra.


Han pasado tantos años, tengo la edad de fumar y la obligación de dejar de hacerlo. La edad de poder amar y la obligación de dejar de sufrir por eso, veo su cojera alejándose por el camino que sale de casa, indiferente a nuestra existencia. Nunca supo cuan dueño fue de todas mis fantasías mientras crecía, el su guitarra y yo, bajo las fragantes noches de verano...Qué hubiera sido de mi sin creer que la musica y el amor son dos fuerzas que siempre podrían volver a levantarme?

lunes, septiembre 09, 2024

La broma

No importaba si era falso o no, el golpe ya lo había sentido, es lo que la gente no entendía. Cuando salí de allí me daban palmas en las espalda y habida risas y carcajadas, había sido como una buena broma pero lo que a la demás gente le habían parecido solo minutos de una chanza sin importancia a mi se me hicieron horas, la piel de la espalda se me empapó, sentí que la boca se me secaba de pronto como si acabara de comer tierra y el suelo bajo mis pies desaparecía. 

Me dieron vino en un vaso opaco y sucio para animarme y después de eso, no sé en que momento decidí salir a caminar por la playa. Digo decidí, pero en ese momento poco o nada podía decidir sobre mi vida, sentí que la crueldad del mundo había tocado por un momento mi destino y aunque era falso, esa sensación de haberlo perdido todo me acababa de dejar vacío con algo roto por dentro. Cuando volví ellos seguían festejando pero ella aun no volvía.


Quizá se pasaría en algunas horas pensé. En el largo camino que conduje a casa solo pude pensar que era alguien débil que no podía soportar ese tipo de noticias absurdas sin derrumbarse. La carretera de un solo carril de regreso de la playa traía a todos los veraneantes a pasar un prometedor fin de semana de relajo en el sur mientras que yo me regresaba. Los ocasos, las gaviotas y  la brisa ya no me resultaban atractivos ahora. Ni esa grandiosa casa con piscina que habíamos alquilado para pasar el fin de semana con los amigos antes de mi viaje. Todo de pronto había perdido para mi el peso de la importancia, llevaba una grieta pequeña en mi que poco a poco se iba abriendo, que rezumaba cierta amargura antigua, de los asuntos sin resolver o de las navidades sin regalos.


Ella me había preguntado una vez cual había sido mi mejor Navidad y mientras yo trataba de atrapar algún recuerdo de infancia que no estuviera manchado de tristeza, ella me relató una en que sus padres y ella habían viajado a un país con nieve, en donde por las ventanas todo se veía blanco y le prometían que por la noche Santa Claus caminaría hasta su cama. Me extrañó en ese momento que no llamara Papa Noel sino mencionara Santa Claus, como si en su extraño mundo de juguete las cosas cambiaran de nombre, igual que autos por coches o sanguches por emparedados. Hice esa observación y nos reímos de sus palabras raras y hasta de sus recuerdos, la llené de cosquillas y terminamos haciendo el amor en la alfombra de su casa,  así evité decirle que no recordaba una navidad mía en que no la haya pasado llorando o esperando un regalo de alguien, que al final se volvía promesa y finalmente olvido. 


La carretera me devolvía las imágenes de la gente en los paraderos esperando  el autobús a la playa como de niño lo había hecho yo, de la mano de mi madre antes de quedarme dormido en un ómnibus destartalado y viejo antes de llegar a la anhelada playa;  toda esa gente con rostros olvidados y todo su carnaval de colores playeros dirigiéndose al prometido día playero que les salvaría del tedioso verano en Lima. Yo volvía de allí. No era ni mediodía pero no podía soportar mas tiempo fingiendo una sonrisa ante todos que ya no se me daba. Aquella broma, aquella mísera broma de viernes había detonado dentro mío, bombas emocionales que ahora hacían sangrar recuerdos e inseguridades.


¿Y si hubiera sido cierto? Y si ella se hubiera marchado de verdad con Tato y esa nota escueta fuera cierta. Nuestra relación acabada, los planes de un futuro juntos, esa hipoteca que no valía la pena ni siquiera adquirir ¿qué me unía a toda esa gente que en realidad era SU gente?  Ella y el Tato, sonaba tan natural, como ella y las navidades con nieve o ella y sus vacaciones en Bahamas. Se conocían desde chicos, las mismas playas, los mismos clubs y los mismos recuerdos, que tenía que aportar yo y todas mis inseguridades a ese grupo de gente que en el fondo me veía como la aceituna en la sopa ? 


Me dijeron que era una broma tonta, que se la hacían a todos los novios nuevos, para templar carácter, que así eran ellos. Las chicas me decían, flaco, así es Erica, le gusta bromear con esas cosas, tomar el pelo. Quería ver que cara ponías. No es la gran cosa. Y yo ahí pálido, tratado de entender la broma, tratando de entender donde estaban Erica y Tato a esa hora que no se aparecían en la fiesta, si tanta broma era porque no aparecían y se acababa el chiste. Se han ido a comprar cerveza hasta Pucusana, para hacerla larga, anda tómate otro trago y me daban vino, mientras la noche llegaba larga y tediosa. Mis nervios crispados, la boca seca. Llamé doscientas veces a Erica, y tantas más sus amigas, le susurraban desde el móvil que regresen rápido que el Negro no había tomado a bien la broma, que estaba blanco del susto, pero todos los mensajes solo caían en el buzón de voz. Tampoco el móvil de Tato estaba respondía,  algunos comenzaron a revisar las pistas a ver si a esa hora se había reportado un accidente, porque viernes en la noche ya sabes flaco, a veces las cosas pasan. Y yo sin hablar, sin decir palabra, con la nota de papel en la mano, con la letra de ella ahí, fría y sin mas explicaciones.


El sol de mediodía parecía que fuera a derretir ahora el asfalto de regreso a Lima, yo recordaba los momentos de la noche anterior y no podía dejar de sentir las mismas palpitaciones y sensación de muerte. ¿Qué hacía yo allí con todos esos zánganos hijos de papi? Una parte de mi esperaba que de un momento a otro alguien entrara diciendo que ellos se habían accidentado o que los asaltaron por el camino. Que al menos les robaron los teléfonos móviles, como sugería alguien. Nada. Las chicas fingían que todo era parte de la broma e intentaban seguir bailando pero las oía susurrar sus nombres en la cocina o en la puerta del baño, los tipos solo me intentaban embriagar con vino para que se me pase. La piscina refulgente de color turquesa hacía un hermoso espectáculo en la noche que ya empezaba cerrada. 

Una de las chicas se lanzó quitándose el vestido, dejando a la vista un bikini diminuto y  salpicándome de agua la ropa. Yo no la conocía, seguro era la novia de alguno de los amigos de Erica, y estaba cansada de ese ambiente de gente susurrante. El novio saltó detrás de ella y comenzaron a jugar en el agua y besarse,  alrededor los demás veían o alimentaban el fuego de la parrilla,  era como si se negaran a admitir que ese viernes se estaba volviendo un viernes de mierda y que la broma había dado pase al nacimiento del nuevo cornudo del grupo. 


Me tumbé  cansado sobre una silla de playa, algunos empezaron a bailar. Uno de ellos me dijo que ya se me pasaría cuando volviera la flaca y me lo explicara todo. Que mientras tanto bebiera, yo me sentía fuera de este mundo. Con ganas de desaparecer pero sin el valor para irme. Quizá en el fondo sin rogaba y me trataba de convencer que todo no fuera mas que una broma de niños tontos. Dos horas después llegaron ellos, las caras relajadas y los músculos distendidos, con mucha cerveza en el maletero del auto.  No saben el tráfico que hubo-

decían mientras saludaban a todos.

Ella vino directo a mi y acercó su boca grande y pintada de rosa a la mía. ¿Viste la nota? ¿Te asustaste? Me dio un beso sin saliva ¿Pensaste que me había ido? Sus ojos tenían un brillo nuevo, seductor y maligno,  sus pupilas dilatadas eran oscuras como pozos negros en donde jamás volvería a saber qué era cierto y qué era falso.

Aquella noche no hicimos el amor, ella bailó hasta quedarse dormida en una tumbona afuera, mientras todos reían y me daban vino y cervezas entre carcajadas cómplices. Todo es una broma, negro, anda ríete, que buena broma. El Tato solo me miraba con ojos fijos desde el humo detrás de la parrilla, no se acercó a decirme nada. Rió como todos, rascándose el pecho como gran matador. Es que el Tato es el Tato decían siempre, el rey de la fiesta.


Al entrar a Lima ese sábado a mediodía sentía que había perdido algo, pero no sabía bien qué. Quizá algo de mi se había quedado en esa playa mientras miraba el horizonte cambiar de colores hasta el anochecer esperando que ella volviera, repasando en los rostros de los otros si había restos de verdad o mentira, si aquella nota era falsa o la declaración completa de que todo acaba de irse a la mierda. No lo supe hasta que no la vi entrar, hasta que no vi la cara de el, dueño de algo que antes fuera mio, devolviéndomelo en préstamo por esa noche, porque después de todo, todo esto que vivo no es mas que sólo una broma. Sonríe Negro, una broma.

jueves, septiembre 05, 2024

La Chica del Tren

A veces cuando remuevo el café sin darme cuenta murmuro su nombre. No es una actitud consciente sabes, como muchos de los que andamos por aquí suelo hablar solo y a nadie le compete decirme si eso está bien o mal, me dejan ser. Es lo bueno de aquí, todos tenemos nuestros propios problemas. De vez en cuando me oculto tras una lectura, pero paso en la misma línea varios minutos antes de arrancar de mis pensamientos y saber que es lo que la persona al otro lado del texto intenta decirme. Mis ojos tropiezan una y otra vez por encima de las letras sin poder unir su significado y que esto despierte cierta empatía en mi. Parece a diario como si algo se hubiera quedado congelado aquí dentro, mirando hacia afuera desde una actitud catatónica que quiere nuevamente entender el mundo y no sabe de que cabo agarrarse.

Suelo pedir café negro sin azúcar pero por la tarde soy mas cauteloso y pido un latte al que le pongo medio sobre de alguna sustancia edulcorante, extraño el sabor a canela, pero por aquí no se consigue fácilmente, creo que la mayoría ha olvidado esos pequeños placeres. Me lo sirven en un vaso de cartón  y me voy al rincón mas apartado donde solo pueda haber un asiento. No son infrecuentes los lugares así por aquí, a la mayoría desde lo ocurrido le agrada estar a solas mirando la línea que hace el horizonte cuando caen los astros. Las mesas son pequeñas y de butacas únicas  con un respaldar oval con asiento bajo que oculta parte de tu cabeza del resto y te hace flexionar las piernas al sentarte, cuando me siento allí siento que ingreso a un pequeño huevo y que nadie vendrá a interrumpir mis pensamientos desde fuera. El latte lo hacen con una mezcla de grasas que debe imitar la leche, pero que ya no recuerdo si en verdad lo hace. Sale espumoso de la máquina y recibo el vaso de cartón caliente entre las palmas anticipando la dicha de poder disfrutarlo a solas. El caer de la tarde es la mejor hora del día, siento que el mundo se pondrá en calma, que ese murmullo de voces que tiene la gente por aquí se apagará y me dejará oír la noche romperse en dos para parir estrellas de color metal. Es en ese momento que vuelvo a evocar su nombre, saboreo su nombre letra por letra como si fuera un dulce, le da materialidad a su presencia que ya no vive en ninguna parte cerca de este lugar de exilio. A veces como un niño siento nostalgia de no haberme quedado con algo de ella, un rizo de cabello, un botón de su camisa, la hoja de papel en que escribió su nombre la primera vez. Pero es inútil, no hay nada que pueda tocar aquí que tenga su textura o tan solo un poco de su olor. Bebo café y la recuerdo, sorprendida por mis costumbres rústicas o por pedir el café dulce. Algún gesto suyo que en ese momento me haya parecido irritante e increíblemente tonto y que viene hacia mi ahora en cascadas de recuerdos al caer la noche.


Los días son largos aquí, me cambio el uniforme de hacer tareas diarias a la bata de dormir como los dos únicos gestos que varían de circunstancia el día. He cogido la costumbre de tender la cama sin que quede una sola arruga  en la litera y bañarme antes que despierten todos, para poder hacerlo sin prisa. Luego me pongo las zapatillas de goma y desayuno algo rápido, de pie. Durante todo el día me muevo para aquí y allá haciendo las labores que están indicadas en mi tablero de tareas, odio cada una de ellas, pero las hago con disciplina. Si las hago todas pronto, mas pronto descansaré y podré tomar el primer café del día, que es al que tenemos derecho,  justo cuando el lugar está menos concurrido. La gente aquí no te hace muchas preguntas, no se interesan por tu nombre a lo sumo cuál es tu lugar de origen o cuanto tiempo llevas aquí. Algunos no saben muy bien que contestar, te dicen de donde los evacuaron pero no llevan registro de los días ni de las noches. Es difícil notarlo, porque los primeros días pasas en aislamiento varios días o semanas con una luz constante en donde pierdes rápidamente la noción del tiempo. Allí es donde te hacen las pruebas de sangre, los escáneres y todo tipo de tests psicológicos para saber si no matarás a nadie apenas ingreses. Después de ello deciden, que clase de tareas tendrás en la colonia, si serás un obrero la mayor parte del día  o si puedes tomar decisiones y hacerte de cargos de responsabilidad útiles para el personal de planta como cuidar viveros o puertas de entrada y salida. Yo empecé como obrero, fui “ascendido" según vieron que mi estado de ánimo y de salud mejoraba hasta hacerme cargo de los viveros de plantas para los primeros pabellones, que son los del personal de planta de esta sección. Esos viveros no son como los nuestros, allí además de hortalizas también cultivan plantas decorativas y algunas flores raras, como para que no olvidemos los colores y fragancias del todo, o eso pensaba yo. Luego me explicaron que algunas de esas plantas servían para hacer venenos y antídotos y por eso solo las cultivaban la gente de los primeros pabellones que son los que tienen los cargos de responsabilidad mas alta y a los que rara vez les vemos la cara. Son los crean todo lo que sintetiza y produce aquí o eso nos han dicho.


El ambiente allí no es tan silencioso al terminar el día como los de los pabellones inferiores, la gente de planta parece que tiene mas razones para disfrutar el día y con frecuencia se escuchan risas y hasta gritos desde sus áreas de descanso, yo tuve que ver muchas cosas extrañas, pero el silencio y la discreción es parte del trabajo allí. En esa área los exámenes eran mas frecuentes para los que hacíamos tareas básicas y debía pasar tanto pruebas físicas como mentales una vez por semana. Como la luz apenas si la apagaban unas horas allí para imitar la noche la gente que laboraba en los pabellones superiores sufría mas frecuentemente trastornos del sueño y brotes de agresividad, que ponían en riesgo toda la unidad, por eso debían testarnos con mas frecuencia que en los pabellones de colina abajo.

Al inicio, ellos  pensaron que yo era hábil, alguien dijo que mi test de inteligencia correspondía para otro tipo de labores algo mas complejas dentro la colonia  pero intuí que eso allí no me iba a traer nada bueno, aun seguía con la cabeza llena de imágenes de ella y se me encogió el corazón de solo pensar que pudieran seguir moviéndome de áreas sin poder llegar jamás a vernos de nuevo, fue entonces que fingí idiotez y comencé a tener poco a poco descuidos hasta que me devolvieron al área de obreros y de tareas simples. Eso mantiene el día mas ocupado con tareas mas pesadas de orden físico, pero no me obliga a pasar controles de exámenes semanales. A veces en los controles de los pabellones superiores debía ocultar mi agresividad innata, mis ganas de salir gritando, mis deseos incontrolables de querer mandar a la porra a todos y darme un tiro en la sien en plena sala de examinadores, pero me controlaba. Lo había aprendido desde chico viviendo con mi padre alcohólico, no había mejor disciplina que guardar tu propia rabia dentro hasta ovillarla como un hilo de cobre apretado  de odio hasta que sirviera de conducción solo en el momento que decidieras y hacerlo explotar todo. No en peleas pequeñas, ni en berrinches de escuela,  por los que pudieran expulsarme de clase ni llamar al viejo a la dirección del colegio. Si te van a pillar por hacer alguna maldad  que no sean cosas de niñato -me había dicho el viejo la primera y ultima vez que lo llamaron de la escuela, me lo dijo frío y de un bofetón en la cara. Yo aprendí a callar mi rabia, mis impulsos, a golpear sacos de semillas hasta sangrar los puños pero jamás a nadie conocido en la cara, yo me estaba preparando para algo grande que lo quemara todo, que destruyera por fin todo y me alejara de esa casa y todos sus recuerdos dolorosos. Esa era mi vida entonces, una burbuja pequeña y de odio inútil en medio de toda esta ebullición  real de demencia que se cocinaba para todos ya tan cerca. 


Cuando ocurrió todo ninguno de nosotros nos dimos cuenta, parecía una de esas cosas que les pasa a otra gente, en otros mundos. Esas cosas que a nosotros no nos alcanzarían jamas, nosotros estábamos como chuchos hambrientos peleándonos en la calle por el hueso mas jugoso, mientras otros allá arriba ya decidían nuestro destino. A veces cuando tomo café y lo remuevo así tratando de ver al fondo, reflexiono si me hubiera podido dar cuenta antes lo que se venía, si alguien me lo hubiera dicho y habríamos hecho todos las cosas diferentes, pero creo que tampoco le hubiera creído. Estaba demasiado metido en mi vida y en las cosas inmediatas para salvar el día; veo el café y lo único que puedo pensar no es en el mundo que perdimos todos, en esa vida que ya no volverá a ser jamás la misma, con un día y una noche definidos y el sol redondo saliendo en la raya del horizonte en donde ahora solo se levantan astros artificiales a lo lejos, detrás de la gran pantalla que nos protege de esa atmósfera insana, señalándonos que es hora de volver a las literas o levantarse a las duchas.  No pienso en eso, porque no hay un inicio ni un final en esa idea, tal como de niño me llenaba de pánico pensar quien habría creado el universo o si existía un Dios omnipresente ahora me daba pánico pensar en qué momento y cómo lo habíamos destruido todo y que jamás nada de lo que conocimos volvería a ser como antes, ni siquiera este café que bebo y que ya no sé si lo es en realidad. No pienso en eso, en quien pienso es en ella, mi motivo de desesperanza y dolor, la pienso de forma pertinaz como un corte íntimo y profundo que me hago a diario  apenas despierto y no detengo hasta que sangre y me devuelva el sentido de humanidad que he perdido en este lugar extraño. Pienso en ella y trato de recordar su nombre sílaba por sílaba, las pocas conversaciones que cruzamos en el tren de evacuación hasta aquí, su mirada de miedo o su media sonrisa al atravesar todos aquellos campos humeantes, el cielo gris ennegrecido, las colinas antes verdes hoy congeladas como picos amenazantes en donde nunca mas crecería nada y su horror al ver que el mar antes azul también retrocedía hasta desaparecer en un lecho fangoso de oscuridad y piedras. No mires mas por la ventana, le dije y pegué mi frente a la suya como si fuéramos amigos. Tenía miedo pero allí de pie junto a ella, había un cierto calor en mi pecho que me instaba a abrazarla como parte de mi mismo para cubrir mi propio miedo.

Son pocas cosas reales a las que tengo que aferrarme. La mayoría de mis recuerdos son grises y solitarios. La vida es más injusta cuando pienso en todo el tiempo que tuvimos para encontrarnos antes y habernos hablado, amado, odiado, al menos conocido un poco  antes que todo esto sea solo caos y desolación pero que nunca, ni en el instante mas remoto, se haya dado.  Vivíamos tan cerca pero jamás nos vimos, que eran unas calles, pueblos, lagos. Ahora esa distancia significa nada. Solo orbitabamos en planos diferentes hasta chocarnos en el momento preciso, el mas vulnerable quizá. Solos en aquel tren de pasajeros asustados, ese breve momento antes que nos separen en grupos, su cara alejándose entre la multitud. Nos volveremos a ver, dijo. ¿Cuándo? ¿Dónde? A veces remuevo el negro café y quisiera estrellar mi grito contra toda esta gente gris que ha perdido toda esperanza, quisiera indagar por su nombre con desespero, preguntar si la han visto alguna vez, en estos años desde que llegamos aquí. A la mujer de los ojos marrón y el cabello oscuro, si como cualquiera me dirán. No, como ella sola, les diría yo. Alejarme corriendo por la colina hasta los pabellones superiores y preguntarles a los de planta si pasó las pruebas de salud o la dejaron fuera a que perezca como los otros. Me dan ganas de lanzar una carrera loca contra el domo que nos protege y golpearlo con puños sangrantes hasta que los gases entren, hacer estallar todo en mil pedazos, como de chico quise hacer explotar mi casa o la escuela, no hay razón alguna para llevar esta vida artificial, para este amargo gusto de vivir sin vivir y pasar del día a la noche sin saber mas de ella, sin saber que música le gustaba o si habríamos ido al cine alguna vez. Si habría querido tener hijos conmigo… Es en ese momento que me detengo y me doy cuenta que no hay futuro posible. Que no hay vida después de esta, ya no existe la vida que tuvieron nuestros padres o los suyos antes que ellos. Aquí no hay césped natural ni puestas de sol. No hay casas propias, ni pórticos ni mascotas. Nada es propio, ni los instrumentos, ni las plantas, que para observarlas debo irme a un vivero y oler una col o un tomate con la admiración y el gusto de quien contempla un ramo de rosas. 

A veces pienso que ojalá no haya pasado los exámenes, su rostro se habría entristecido con esta vida gris y monótona de gente anónima, igual que al ver el océano alejándose. ¿De qué habríamos hablado sino de mi depresión y su tristeza? Hubo un momento para los dos y fue hace mucho, en ese tren, en esos días, semanas de evacuación hacia los domos, me cuesta recordar cuando. Mi cabello ha encanecido pronto y pronto también seré desechable y fertilizante para los viveros, eso es lo que toca. No había ningún fin glorioso o memorable en la vida excepto haberme enamorado de una chica en un tren a la que jamás vi de nuevo.  A veces cuando remuevo el café ya no sé distinguir si debería ser de día o de noche, pero murmuro su nombre. Siempre, su nombre.

martes, septiembre 03, 2024

Selene hija de la Luna

Era el 2001 un año que parecía nuevo y prometedor para todos nosotros. Los amigos que recuerdo de aquella época lucían caras lisas y frescas carentes de arrugas, con cabelleras completas, sin ninguna cana asomando a las sienes o a la barba. Eramos muy jovenes pero ni siquiera advertimos cuanto. Yo también lo era, hace veinte años mis piernas eran fuertes y mis carnes firmes, pero yo no me preocupaba mucho por ello, había preocupaciones inmediatas como exámenes que pasar, entrevistas de trabajo o novios nuevos a la vuelta de la esquina. La capital se mostraba prometedora y luminosa, aun a pesar de su bruma constante junto  a la costa y su cielo gris de nueve meses al año. De mi primer verano aquí apenas si recuerdo a mucha gente con la que compartí fiestas o inquietudes, a algunos los volví a ver  por cuestiones de trabajo o estudios y a otros, aun a pesar de la abundancia de las redes y los medios de búsqueda jamás pude volver a encontrarlos. Una de esas personas se llamaba Selene, no Selena como solía corregirnos siempre, ni Celina, sino Selene con S, como la luna sabes? Soy la hija de la luna. Lo había dicho la primera vez que se presentó y no entendí la relación. Hablaba rápido y claro, con un acento que no podía detectar si era del norte o del sur, hablaba de varias cosas a la vez y luego se callaba con ojos extrañados como esperando que su interlocutor le diera una respuesta igual de extensa o enrevesada acerca de cualquier cosa. 

La primera vez que la vi desayunaba a solas en la mesa del comedor común que teníamos en el primer piso. Era una casa pensión para señoritas en un barrio caro, en donde los pisos de arriba no eran de concreto y los marcos de las ventanas eran de madera. A pesar de ello, de esa precariedad de la que ahora me doy cuenta, el ambiente era acogedor y tibio con pisos de imitación madera y decoración frugal estilo sueco que invitaba a permanecer allí por mucho tiempo aunque el cielo afuera pintara gris o casi negro al llegar el invierno. Las habitaciones eran blancas y algunas como las de Selene y la mía, más baratas compartían un diminuto baño en donde había que se ser extremadamente ordenada para no tener altercados posteriores por frascos de champú o ropa interior perdida. Eso me había pasado con la anterior inquilina, pero se había marchado pronto. El dueño decía que era mala pagadora y que esta vez intentaría con alguien mas responsable y con menos los financieros. Fue en esas que había aparecido Selene en la pequeña quinta de tres plantas. Desayunaba tranquila dando la espalda al kitchenette  color verde menta cuando entré a saludar, con la espalda recta y el mentón apoyado en la mano derecha llena de abalorios, ojeaba distraída un gran libro de Feng Shui con ilustraciones coloridas que estaba dispuesto sobre la  larga mesa de madera del comedor común.  


Hola! Cómo te va? Me saludó como si me conociera de toda la vida. En esa ciudad en donde todo el mundo se guardaba sus distancias era raro hallar alguien que de buenas a primeras te tratara con familiaridad. Al instante me dijo que era la nueva inquilina, que compartiríamos baño y que su contrato era por un año así que no tenía por qué preocuparme. No sé a que se refería con eso, pero asentí con una sonrisa. Durante los veinte minutos siguientes mientras yo acomodaba el plato compuesto por atún, papas y brócoli que almorzaría ese día me habló de ella, de sus planes de ser diseñadora o modista y de que le gustaba ese comedor con gruesas columnas porque el feng shui decía que siempre debía apoyar su espalda a una, aunque jamás debía darle la espalda a una puerta, eso jamás. Señalaba esta ultima frase como si el no hacerlo significara alguna maldición futura, así que le prometí que intentaría comer la próxima vez mirando hacia la puerta, lo dije con la boca llena de un bocado de brócoli, pero ella ni siquiera sintió mi pequeña burla.

Los meses que siguieron a su llegada fueron meses de exámenes y pruebas, me las pasaba estudiando y poniendo post it de todo color en las blancas paredes para recordar conceptos que me ayudarían luego en los exámenes. Estudiaba sentada en el piso o en la cama durante todo el día y en la tarde salía a correr hasta el malecón, antes de las clases nocturnas que duraban hasta las once de la noche. Fue allí que me la encontré otro día, aunque de lejos no la reconocí de inmediato, el largo collar que rodeaba su cuello y su alto moño negro no podían corresponder a otra persona. Caminaba lento y distraídamente mirando al mar y al camino pedestre alternadamente. Llevaba sandalias de cuero marrón y pulseras color bronce en ambas manos, su ropa a pesar de que era siempre  de colores sobrios y sin adornos, la solía acompañar de esos collares y pulseras que tintineaban sobre su cuerpo cuando subía las escaleras y abría la puerta de su habitación bien entrada la noche, al regresar de su turno como azafata. Me lo había dicho así de forma elegante, soy azafata, como quien te dice que se va en un vuelo todas las mañanas  a Dubai y no quien atiende mesas azafate en mano en la pastelería del barrio de moda. Así era ella, su forma de decir las cosas. Si me hubiera dicho que recogía basura en las calles o mataba gente por dinero la hubiera mirado con los mismos ojos de admiración y envidia. No llevaba maquillaje alguno, pero el moño alto y los pendientes largos le daban cierta elegancia de cisne a su cuello moreno que no sabría explicar, pero incluso mudándose mucho después de que yo lo hice a ese barrio de gente pudiente, ella siempre aparentaba pertenecer allí más que cualquiera de nosotros. No era guapa, pero su actitud de diosa bien podría haberse considerado de una rara belleza.


Hola! Me dijo y levantó la mano, cuando yo estaba ya muy cerca de ella. Sospechaba que no me había divisado trotando, que tenía algún problema de vista o de distracción patológica que no le permitía ver a las personas a menos que estuvieran a un metro de su cuerpo. No sabía que corrías hasta aquí, agregó. Mi cuerpo algo rollizo a diferencia del largo y grácil de ella, quizá no lo aparentaba pero poco a poco había ido ganando en fuerza y ampliando mi rango de trote cada vez mas y ahora me permitía llegar hasta esa parte del malecón casi sin cansarme. Hacía pausas para caminar y volver a correr, no me apresuraba por tener una carrera continua, ni por seguirle el ritmo a los otros. Las primeras semanas de mi mudanza a la ciudad capital había comido un sandwich con mayonesa en un grifo, que terminó en una diarrea fulminante con deshidratación al día siguiente, sin embargo una semana después, había venido lo mas duro, la debilidad progresiva en las piernas, los muslos, la dificultad para subir escaleras, luego para la marcha y en un momento hasta para respirar profundo. Temí lo peor y consulté a un médico, pero afortunadamente al cabo de quince días todo aminoró y no necesité avisar a mi familia ni nada. Había estado muy asustado, eran mis primeros momentos de fragilidad sola, pero lo había podido resolver sin recurrir a los otros, como toda mi infancia. El hecho de poder levantarme de la cama y echar a andar y luego correr era ya casi un milagro para mí, así se lo conté a ella. 


Es la cosa mas rara que me han contado jamás me dijo, con la mano en la boca. Es que ahora existen tantos pesticidas. -Tantos virus, interrumpí yo. -Tantos pesticidas, siguió ella, el hombre está acabando con el mundo, sabías? Estamos acabando con él con todo lo que hacemos, a veces se me quita el sueño de noche y pienso, que podemos hacer nosotros? Yo por ejemplo que puedo hacer? Y eso me perturba, no puedo volver a dormir. Es un tormento que llevo siempre conmigo…


La escuché un buen rato sin decir palabra, no sabía que a alguien pudiera atormentarle como cambiar el mundo de noche. Sonaba a exageración y dramatismo inútil, pero no podía burlarme, era mi única amiga allí y compartíamos el baño. No podía ser todo lo mala leche que me nacía ser con mis comentarios crueles. A mi por ejemplo solo me atormentaba tener que volver a casa con mis padres o si el nuevo chico con el que estaba saliendo, tenía novia o no. Acabábamos de dormir hace dos noches juntos y me había dejado su pesado reloj de marca cara puesto en la mano como símbolo de que nos veríamos de nuevo este fin de semana. No dejaba de pesar en eso. Lima era una ciudad tan prometedora en ese momento, que brillaba por todos los rincones. El sol empezó a ponerse poco a poco y la gente detuvo la marcha igual que nosotras para admirar el espectáculo de las seis, a veces hasta los niños se callaban un poco. 

Bonito reloj, comentó cuando me vio frotándolo mientras mirábamos el atardecer sentadas en el malecón ya descansando de la caminata. Es por lo de la otra noche, no?,   Y agregó  Los oí gritar muy a gusto toda la madrugada. No hubo espacio para que le dijera algo en contra o me ofendiera. Apenas si le sonreí avergonzada. ¿Es que sabes? Yo a esas horas estoy despierta, se me quita el sueño pensando, nunca he pensando tanto como desde que llegué a esta pensión, han de ser las vigas.

-Las vigas? -dije yo. Si, las vigas de madera en el techo de la casa, no te haz fijado? No se puede dormir bien bajo una casa con vigas ni en una habitación con espejos, eso nunca porque sirven de portales para los malos espíritus. Recuérdalo, siempre.


Y a veces después de veinte años recuerdo esas charlas inocentes de Selene la hija de la luna, profetizando que no duerma en habitaciones con vigas de madera ni  espejos y reparo en la soledad de mi habitación de hotel rodeada por mi reflejo repetido en todos los espejos  y a veces en una imagen caleidoscópica de mi misma desde el techo y me digo, cuantos malos espíritus se han colado en mi vida desde entonces, quitándome el sueño. Veinte años no es nada pero parece todo. Qusiera abrir la puerta del baño y escuchar sus pulseras mientras se desviste, la intimidad de otra persona compartiendo mi mismo espacio. ¿Es eso raro? 


Soy azafata- había dicho Selene. Y yo pensé que se subía a muchos aviones, que vivía en ellos. Me reí para mis adentros  de mi inocencia de hace veinte años y me dispuse a tomar otro vuelo que me llevaría hacia ninguna otra parte.

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...