Viene de "El Señor de Badajoz"
Parte 3: La Niña Loca
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La siguiente vez que la vio, era Octubre y casi la había olvidado, pues había caído en la cuenta que tal vez era solo un sueño y no se atrevió a buscarla. Algunas noches después de ese encuentro casual de cruce de miradas, había soñado con ella. La había imaginado con ropas árabes que tapaban todo su físico y, solo dejaban ese par de ojos negros, mirándolo curiosos, se despertaba con una erección después de tanto tiempo, que trataba de apagar en los brazos de Carmen.
Esa semana hicieron el amor seguido, era un sexo rápido y sin palabras, más brutal que buscando abrigo. Luego de eso se sentía algo mas tranquilo. Iba a la editorial y se pasaba horas enteras pensando que de raro tenia esa mujer sobre él, si existían las almas gemelas y a menudo dudando si en realidad ese episodio había ocurrido. Fue por esa razón y al ver que estaba cumpliendo más que mal su trabajo, que lo habían cambiado de área; fue ese día que salía de la editorial por la puerta principal en vez de la de servicio, cuando la volvió a ver, pero esta vez no era una aparición, era ella.
Menos bella de lo que la había estado imaginando, mas fresca, mas joven, mas real. Con una sonrisa entre inocente y burlesca y esos ojos negros grandes mirándolo de cerca.
No lo podía creer. Debía estar loco, esa visión lo estaba atrapando de nuevo.
- Hola- le dijo la alucinación.
- Hola – articuló él, respondiendo a su saludo.
- ¿Trabajas aquí? – ella seguía sonriéndole con unos dientes blancos que nada tenían de fantasma.
- ¿Yo? Eh…si…. ¿Se te ofrece algo?, agregó tratando de componerse.
- Quisiera hablar con usted. Si dispone de un poco de tiempo.
- Por supuesto- dijo Sebastián, más turulato que nunca. De todos modos no había que contradecir a las visiones.
-¡Perfecto!- Conozco un café aquí cerca- si no le molesta podríamos ir allí.
- Claro.
Sebastián estaba algo contrariado, no se atrevía a decir nada, tal vez la joven lo estaba confundiendo con alguien. O estaba viviendo el sueño que ya se había imaginado noches antes. Mientras caminaban ella le comentó que había pasado muchas veces antes por la editorial pero que no se había atrevido a entrar.
“Si me hubieran dicho que iba a ser tan fácil, no me lo creo”.
Su acento no era español definitivamente, hablaba con ese seseo maravilloso pero de otro lugar. El Caribe pensó el.
Era mucho mas pequeña que él, pero caminaba con la soltura del que jamás se ha dado por aludido cuando dicen “Bajo”; las mujeres suelen ser virtuosas en ese tema.
Su cabello estaba semi amarrado atrás con una pañoleta y los rizos le rodeaban el cuello. De estructura más bien atlética que delgada, se movía a su lado con los movimientos que pensó él podían ser lo de una bailarina.
Se sentaron en un café con vista a la calle y apenas empezó a hablar, se le olvidó que era mas pequeña que el, se le olvidó que podría ser su hija, con suerte. Se le olvidó todo, excepto, que su voz lo rodeaba y lo sacaba fuera del mundo y que sus palabras no eran de niña tonta sino mas bien de mujer, una mujer sin edad y sin tiempo, como el había algún día soñado.
Lo miró coqueta, mientras le decía…En que estás pensando, ¿te grada mi oferta?
¿Oferta? ¿Cual oferta? …Maldición había estado distraído, entre comentar sobre la arquitectura de la zona, el clima y el autor de moda, se le había pasado advertir que ella tenia una oferta y que él, fuera lo que fuera, debía aceptarla.
- Quisiera que leyeras lo que estoy escribiendo-agregó ella.
- Por supuesto-hilvanó él-pero aun no me has dicho de que se trata.
- Es sobre mí. O más bien es sobre alguien como yo, que viaja al otro lado del mundo en busca del que cree su amor perfecto.
- Entonces, es sobre una heroína.
- No- y lo miró extrañada- es solo la historia de una mujer.
- Bien.
Definitivamente esa niña lo confundía con un editor, tenia dos posibilidades o seguir fingiendo y volverla a ver o decirle la verdad y quedar como un imbécil.
“Las mentiras tiene piernas cortas, Sebastián”- se lo dijo para si mismo, pero a veces hasta su conciencia tenia la voz de Carmen.
- Puedo preguntar ¿cual es tu nombre?
- Andrea
- Bien, Andrea, lo siento, pero creo que te has equivocado.
- ¿Pero, que pasa? ¿Es que no te atrae el tema, te parece muy rosa? Por si acaso te advierto que no lo es, tiene mucho de sexo y por momentos hasta de policiaco, pues se que eso es lo que vende.
- No- Sebastián sudaba –No es eso, lo que pasa es que no soy editor, solo soy un empleado.
-¿Empleado? ¿Y que es lo que haces?
- Soy encuadernador…esto ultimo le salió en un hilo de voz sintiendo que se hacia pequeño y desaparecía en la silla.
- ¡que interesante! Acotó ella. Y sus ojos volvieron a iluminarse. Sebastián no parecía entender.
- ¿Entonces todos los libros pasan por tus manos?
- Se podría decir que si.
- Debes leer mucho entonces, ¿no?
-Bueno eso era cierto. Sebastián volvía a recobrar su tamaño natural. Pues si, leo bastante, soy casi un – iba a decir ermitaño, pero la expresión sonaba patética, así que arregló- soy casi un bibliómano.
- Excelente, entonces Sr. Robles, Ud. es la persona que he estado buscando
-¿Disculpa?
- Antes que un editor lo que necesito es un crítico y Ud. Parece ser la persona indicada.
- Niña, no te equivoques- carraspeó Sebastián, ahora ya, mas incómodo que orgulloso- solo soy un lector, de crítico no tengo nada, yo sobre literatura lo único que se, es si me gusta o no, no creo que podría ayudarte- aunque me muera por hacerlo, agregó un eco interno.
- Mire, yo estoy en las mismas. O sea que de literatura lo único que se es contar historias. Y ya que lo único que Ud. Sabe es leerlas, pues no veo que daño le podría hacer leerme a mí.
- En verdad, ningún daño. Pero no desearía que te ilusionaras, soy un pésimo amigo y un peor comentarista.
- Eso no se lo creo.
- Ah no?
- No, un hombre con el mentón pequeño como Ud. Lo tiene, no podría ser del todo malo.
Al despedirse esa mañana sintió que a ella, aun sin tutearlo ya le unía una extraña familiaridad. Ese saborcito de sentirse reencontrado invadía ya todo su ser y no le dejaría tranquilo hasta bebérselo todo. Como si de café se tratase un insondable café matutino, de sabor extranjero, pero no del todo ajeno.
Se sentía extraño, tonto. Se sentía de nuevo un adolescente cuando ella lo había visto y le había casi susurrado, sobre su mentón pequeño. En ese momento se miro al espejo y se fijo en el. Nadie jamás le había hecho una referencia a su mentón. A sus ojos, a su cejas, a su sonrisa o a su mira, ¿pero el mentón? Por Dios, esa niña tenía que ser medio loca.
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Esa semana hicieron el amor seguido, era un sexo rápido y sin palabras, más brutal que buscando abrigo. Luego de eso se sentía algo mas tranquilo. Iba a la editorial y se pasaba horas enteras pensando que de raro tenia esa mujer sobre él, si existían las almas gemelas y a menudo dudando si en realidad ese episodio había ocurrido. Fue por esa razón y al ver que estaba cumpliendo más que mal su trabajo, que lo habían cambiado de área; fue ese día que salía de la editorial por la puerta principal en vez de la de servicio, cuando la volvió a ver, pero esta vez no era una aparición, era ella.
Menos bella de lo que la había estado imaginando, mas fresca, mas joven, mas real. Con una sonrisa entre inocente y burlesca y esos ojos negros grandes mirándolo de cerca.
No lo podía creer. Debía estar loco, esa visión lo estaba atrapando de nuevo.
- Hola- le dijo la alucinación.
- Hola – articuló él, respondiendo a su saludo.
- ¿Trabajas aquí? – ella seguía sonriéndole con unos dientes blancos que nada tenían de fantasma.
- ¿Yo? Eh…si…. ¿Se te ofrece algo?, agregó tratando de componerse.
- Quisiera hablar con usted. Si dispone de un poco de tiempo.
- Por supuesto- dijo Sebastián, más turulato que nunca. De todos modos no había que contradecir a las visiones.
-¡Perfecto!- Conozco un café aquí cerca- si no le molesta podríamos ir allí.
- Claro.
Sebastián estaba algo contrariado, no se atrevía a decir nada, tal vez la joven lo estaba confundiendo con alguien. O estaba viviendo el sueño que ya se había imaginado noches antes. Mientras caminaban ella le comentó que había pasado muchas veces antes por la editorial pero que no se había atrevido a entrar.
“Si me hubieran dicho que iba a ser tan fácil, no me lo creo”.
Su acento no era español definitivamente, hablaba con ese seseo maravilloso pero de otro lugar. El Caribe pensó el.
Era mucho mas pequeña que él, pero caminaba con la soltura del que jamás se ha dado por aludido cuando dicen “Bajo”; las mujeres suelen ser virtuosas en ese tema.
Su cabello estaba semi amarrado atrás con una pañoleta y los rizos le rodeaban el cuello. De estructura más bien atlética que delgada, se movía a su lado con los movimientos que pensó él podían ser lo de una bailarina.
Se sentaron en un café con vista a la calle y apenas empezó a hablar, se le olvidó que era mas pequeña que el, se le olvidó que podría ser su hija, con suerte. Se le olvidó todo, excepto, que su voz lo rodeaba y lo sacaba fuera del mundo y que sus palabras no eran de niña tonta sino mas bien de mujer, una mujer sin edad y sin tiempo, como el había algún día soñado.
Lo miró coqueta, mientras le decía…En que estás pensando, ¿te grada mi oferta?
¿Oferta? ¿Cual oferta? …Maldición había estado distraído, entre comentar sobre la arquitectura de la zona, el clima y el autor de moda, se le había pasado advertir que ella tenia una oferta y que él, fuera lo que fuera, debía aceptarla.
- Quisiera que leyeras lo que estoy escribiendo-agregó ella.
- Por supuesto-hilvanó él-pero aun no me has dicho de que se trata.
- Es sobre mí. O más bien es sobre alguien como yo, que viaja al otro lado del mundo en busca del que cree su amor perfecto.
- Entonces, es sobre una heroína.
- No- y lo miró extrañada- es solo la historia de una mujer.
- Bien.
Definitivamente esa niña lo confundía con un editor, tenia dos posibilidades o seguir fingiendo y volverla a ver o decirle la verdad y quedar como un imbécil.
“Las mentiras tiene piernas cortas, Sebastián”- se lo dijo para si mismo, pero a veces hasta su conciencia tenia la voz de Carmen.
- Puedo preguntar ¿cual es tu nombre?
- Andrea
- Bien, Andrea, lo siento, pero creo que te has equivocado.
- ¿Pero, que pasa? ¿Es que no te atrae el tema, te parece muy rosa? Por si acaso te advierto que no lo es, tiene mucho de sexo y por momentos hasta de policiaco, pues se que eso es lo que vende.
- No- Sebastián sudaba –No es eso, lo que pasa es que no soy editor, solo soy un empleado.
-¿Empleado? ¿Y que es lo que haces?
- Soy encuadernador…esto ultimo le salió en un hilo de voz sintiendo que se hacia pequeño y desaparecía en la silla.
- ¡que interesante! Acotó ella. Y sus ojos volvieron a iluminarse. Sebastián no parecía entender.
- ¿Entonces todos los libros pasan por tus manos?
- Se podría decir que si.
- Debes leer mucho entonces, ¿no?
-Bueno eso era cierto. Sebastián volvía a recobrar su tamaño natural. Pues si, leo bastante, soy casi un – iba a decir ermitaño, pero la expresión sonaba patética, así que arregló- soy casi un bibliómano.
- Excelente, entonces Sr. Robles, Ud. es la persona que he estado buscando
-¿Disculpa?
- Antes que un editor lo que necesito es un crítico y Ud. Parece ser la persona indicada.
- Niña, no te equivoques- carraspeó Sebastián, ahora ya, mas incómodo que orgulloso- solo soy un lector, de crítico no tengo nada, yo sobre literatura lo único que se, es si me gusta o no, no creo que podría ayudarte- aunque me muera por hacerlo, agregó un eco interno.
- Mire, yo estoy en las mismas. O sea que de literatura lo único que se es contar historias. Y ya que lo único que Ud. Sabe es leerlas, pues no veo que daño le podría hacer leerme a mí.
- En verdad, ningún daño. Pero no desearía que te ilusionaras, soy un pésimo amigo y un peor comentarista.
- Eso no se lo creo.
- Ah no?
- No, un hombre con el mentón pequeño como Ud. Lo tiene, no podría ser del todo malo.
Al despedirse esa mañana sintió que a ella, aun sin tutearlo ya le unía una extraña familiaridad. Ese saborcito de sentirse reencontrado invadía ya todo su ser y no le dejaría tranquilo hasta bebérselo todo. Como si de café se tratase un insondable café matutino, de sabor extranjero, pero no del todo ajeno.
Se sentía extraño, tonto. Se sentía de nuevo un adolescente cuando ella lo había visto y le había casi susurrado, sobre su mentón pequeño. En ese momento se miro al espejo y se fijo en el. Nadie jamás le había hecho una referencia a su mentón. A sus ojos, a su cejas, a su sonrisa o a su mira, ¿pero el mentón? Por Dios, esa niña tenía que ser medio loca.
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(2004)