Quiero volver a
usar lentes y volver a escribir.
Lo pensé ayer
mientras me probaba unos anteojos en el espejo. Cuanto de mi había desaparecido
en el camino. Un camino que seguía dando vuelta en espirales algunas veces
turbulentas y otras cansinas.
Volver a sentir
sin preocuparme en el tiempo que dure ese sentimiento, o que ese sentimiento pueda
quitarles tiempo a otras personas. No pensar a cada minuto de mi vida que hay
un reloj con horas marcadas para mí de lo que debo hacer o a donde debo ir.
Porque en esa continua rebeldía a mi propio tiempo, en ese esfuerzo por no
hacer lo que me está impuesto, ha habido un desgaste entre lo que crecía libre
y lo que crece ahora a la sombra, con miedo de mostrarse.
He tenido ganas
de escribir no para mí como lo hago usualmente, sino para el resto. Para
mantener esa comunicación fluida que antes me hacía sentir “sentida” y era más
real que aquello que tocaba. Porque es cierto, en la vida que elegí hubo también
una dicotomía entre lo abstracto de mi mundo interno y todo rastro material que
tocaba. A veces pienso que esa vida y esos cuerpos que pueden tocar mis dedos
es la mentira, que lo único real es aquello intangible, que vive en mí y a
partir de mi va hacia otras personas y regresa en formas no planeadas. Mis deseos,
mis ambiciones, mis mundos fantásticos. Nada que no sea yo me pertenece, todo
lo externo plantea una duda que es difícil de responder.
Abrace mi carrera
buscando respuestas físicas a problemas que no Vivian en la física. Pensé que
entendiendo la estructura de cada célula, o el relacionar de cada partícula, podía
tener indicios de cómo es que la vida se acaba, o el por qué se acaba. Por que
existimos? Quizá me debí embarcar en mis días adolescentes en un viaje filosófico
más que microbiológico, pero aquí estoy intentándolo. Obteniendo respuestas que
generan a su vez mas preguntas.
Como dije, nada
de lo material que he tocado y he obtenido han sido una solución de valor a las
preguntas que he tenido. Nada me ha
devuelto la calma de inventar una historia, trazarla, terminarla. Las vidas
humanas son más complejas, el amor y el dolor humano es más complejo de lo que
me habrían podido ensenar mil microscopios, mil muestras de tejido.
Nada de lo que he
tocado ha permanecido conmigo. Excepto las palabras, los gestos, las acciones
de la gente.
Cuántas vidas he
despedido, cuantas gentes he dejado marchar para evitarles más dolor, cuantos
ojos he cerrado!
Nada de eso
importa, es materia y sin embargo…Cuantas veces he pronunciado discursos y
frases que otros han acogido con agradecimiento o rabia. A cuanta gente he
debido consolar sin conocerlos, apartando de mi todo sentimiento en contra. A
cuanta gente he debido abrazar.
No siempre amo a
la gente y le deseo el bien. Después de ver todas las cosas que veo, mi
concepto del ser humano en general es de un ser ruin que no puede apartar su
propia ruindad de sí. Un estado que desconoce, que se niega a diario pero que
finalmente lo sobrepasa, tal vez con buenas intenciones, tal vez sin el propósito
de hacer daño como objetivo inicial, pero que lo termina haciendo.
No podemos
superar lo finito de nuestra materia, ni lo infinito de nuestra ruindad. El amor
en ese camino es un efecto colateral, que debería equilibrarlo todo, pero no lo
consigue. Es tan pobre nuestra capacidad de amar sin hacer daño.
El amor físico sigue
siendo el más valorado, el permanecer juntos físicamente. Tu cuerpo y mi
cuerpo, cuanto amas del mío, cuanto das del tuyo. El tiempo va pasando y el
deseo por otros cuerpos, por otras sensaciones que otorguen más intensidad hace
perder el sentimiento inicial. De que nos sirve la materia entonces? Ese cuerpo
que adorábamos y desaparecerá para siempre?
Somos átomos desordenados,
lo sé. Me clasifican y recomponen los sentimientos puestos en ellos.
No soy materia,
soy más que eso.
Lo inexistente.
La voz que no
termina.
Quizá por eso es
que vuelvo a escribir, para volver a ver todo con ojos que vayan más allá.
Para no perder la esperanza.