miércoles, agosto 28, 2024

La casa nueva

Al ver la nueva casa enclavada en aquel parque donde trinaban los pájaros le pareció que le hablaban desde dentro de un sueño. Es tu nueva casa, te estaba esperando. El estilo de cornisas inglesas, el pórtico blanco y la carísima puerta de nogal negro con llamador dorado ya habían sentir que valía todos los ceros bancarios que le llevaría pagar esa hipoteca. Llamarla casa era mucho decir, era un departamento grande dentro de un edificio para ricos, de esos pequeños que no superan los cuatro pisos, sin elevador privado porque a la gente bien le gusta subir escaleras de mármol. Afuera criadas con perfectos uniformes blancos paseaban perros de pelajes brillantes y niños que no hacían ruido. Solo el trino de pájaros acompañaba la magia de esa visión de su futuro.


Cuántos años había esperado por un lugar así, jardín perfecto, estacionamiento privado. Veredas limpias sin cacas de perro en las orillas. Silencio. Se había mudado de tantas casas de niño y hacia tantos lugares feos de perfil desordenado  con ladrillos colorados saliendo por los cantos, en donde hubo que acomodar como sea sus pocas pertenencias para que por un momento ese cubículo de paredes estrechas y olores  fétidos pueda llamarse hogar, que ya ni recordaba lo mucho que había esperado vivir en una casa que no tuviera colores chirriantes en las paredes, ni cables panzudos tapando el panorama de las ventanas sin limpiar.


Uno de los motivos para salir de toda aquella precariedad había sido Norma, su primera novia. La que vivía en el barrio de los parques sin rejas, a donde tenía que llegar tomando dos micros y luego caminar derecho por una fila llena de palmeras altas y desangeladas. Se habían gustado por las canciones en inglés y porque el tocaba a la guitarra, la música siempre le había traído suerte a su familia. No tocaba muy bien pero eso no importaba, practicaban juntos, aprendían letras nuevas juntos y de vez en cuando para dejar de masticar en inglés palabras que no entendían del todo, hablaban de algún librito que ella hubiera leído. Norma veía poca televisión, decía que sus padres la habían prohibido en casa porque hacía daño a la memoria, por eso nunca sabía las bromas actuales ni sobre las series o personajes de los que todo el mundo hablaba. El veía poca televisión porque nunca estaba en casa, leía en los largos trayectos en micro para no quedarse dormido. Había inventado mil maneras para evitar ese cubo sin ventanas que era su casa y solo volver cuando estuviera bien entrada la noche. En el día el colegio, en la tarde el fútbol o el inglés que empezó a pagárselo el padrino con la esperanza de que algún día emigrara y se fuera a trabajar con el, pero que luego tuvo que pagárselo solo, haciendo trabajitos escolares o dando clases de matemáticas. Eso no sabía Norma, para ella él solo era el rebelde que los jueves llevaba la guitarra a clases de inglés y que la acompañaba a su casa hablando de los sueños, de fantasmas o de cantantes que ya habían muerto.

El la acompañaba hasta su casa porque allí practicaban las canciones en un cuarto de música que tenía ella en donde había un piano que jamás tocó; al inicio ella lo había invitado para que viera ese piano porque el le había inventado que tocaba de oído cualquier cosa que le pusieran delante, pero al llegar apenas si hablaron de eso, hablaron hasta que no hubo mas temas en el mundo para hablar y sin embargo al siguiente jueves, como dos adolescentes hicieron el mismo camino y tuvieron mas cosas que decirse.

La casa de Norma era limpia y de pisos que siempre olían a cera. La puerta pesada y brillante, sus muebles mullidos y cómodos. A diferencia de las casas en donde el se había mudado una y otra vez que costaban de una sola pieza central y una o dos habitaciones de dormir para todos,  en la casa de Norma existía una habitación para cada cosa que se les ocurriera hacer en la vida, una para recibir a las visitas, una para comer, otra para ver televisión ( que jamás veían ) una para cocinar y otra incluso para oír musica que era a donde Norma lo llevaba siempre, allí habían discos hasta el techo y un tornamesa que ninguno de los dos sabía bien como encender sin hacer chirriar. Reían entonces, con el miedo de estar entrando a un mundo secreto que sabían que podían echar a perder. Norma hablaba y reía siempre, con ella no le daba miedo hablar de varias cosas, aunque se guardaba las de casa, esa miserias con las que inconscientemente sabía que la mente de Norma jamás podía lidiar en esa casa de esquinas y márgenes pulcros y perfectos.

En el cuarto de música casi se habían besado y ahí los había descubierto la sirvienta, desde entonces ya no había podido entrar a su casa, pero la acompañaba hasta los parques vecinos, no es necesario le decía ella, pero ese trinar de pájaros le daba la calma que en los barrios que el frecuentaba ni siquiera existía. Nunca habían llegado a ser enamorados.  Algunas veces en sus sueños de adulto, en las noches donde el sueño era más pesado, por los reveses del día, volvía a ese momento de las caminatas bajo los almendros y a querer rozar su mano blanca con la suya callosa. Norma no lo miraba pero aceptaba su cortejar, risueña, con esa sonrisa cándida de las clases de inglés a los once años. Luego se besaban y ya no había preguntas, solo ese ardor que emanaba desde el centro del cuerpo, esas ganas de que Norma lo invitara de nuevo al cuarto de música y sobre el piso encerado terminaran con menos civilidad lo que tan mansamente habían comenzado. 


A medida que fue creciendo habían existido muchas mas Normas, otras que vivían mas cerca a casa. Otras con las que no habló tanto o no tuvo que hablar tanto antes de poder tocarles un seno o llevarlas a su cama. Camas sin sábanas que olían a frazadas guardadas y a ropa interior deslizándose fuera. Había cambiado de casa de nuevo, pegar posters en las paredes para que no se vean los huecos o las manchas de manos de grasa de otros inquilinos. Reemplazar clavos en la pared para colgar las ropas usadas y evitar plancharlas a menudo. Compró dos camisas nuevas, porque lo de profesor de matemática lo había cambiado por profesor de inglés con clases a domicilio para chicos de escuela secundaria. Iba pulcro, corte militar, sin colonia, sin reloj que le pudieran robar. Florecían las conversaciones sobre cómo hacer dinero fácil con sus amigos, sobre cómo ganar dinero rápido. Novias bonitas que parecían una fuente inagotable de deudas y caprichos varios, que lo vieron como una billetera andante por dos o tres meses, que era lo que le duraba despertar y darse cuenta que no se podía seguir hablando de nada con ellas. Unas mas ambiciosas que otras, sin ambición alguna por cambiar de vida, de barrio, de conversación vacua. Hablaban de hijos, de tener familia algún día. ¿Qué sería de Norma la primera chiquilla con la que había pasado las tardes viajando en micro por la ciudad. Ella también estaría desmantelando la economía de alguien con caprichos de niña rica? A ella también después de un par de meses cogiendo le vendrían esas ganas imperiosas de hablar de hijos y de futuro juntos como el orden natural de las cosas?


La última casa a la que se mudó ya no fue con la familia, ni en un barrio marginal, sino un sencillo cuarto de un barrio moderno a donde solo llevó un cajón de libros y una mochila de ropa. Entre tantas mudanzas ya había aprendido que era adecuado llevar y no llevar cada vez que se iba. La nueva habitación era limpia, de paredes color gris y baño compartido. En la noche las paredes dejaban oír los gemidos y peleas de todos los otros, pero al menos tenía una cama propia. Una cama con un cobertor propio, que importante era eso. En el piso de abajo había una cocina que compartían varios, no fue difícil mantenerla aseada, pero rehuyó cualquier contacto con los otros inquilinos además de un seco buenas noches. Seguía manteniendo su costumbre de usar el hogar solo como casa habitación y llegar a la medianoche, para salir antes de las 6 am. Los domingos, perderse a caminar por algún parque o bajar a la playa a ver el ritmo de las mareas y seguir con mirada tonta el equilibrio de los surfistas. Se mudó de allí cuando los ratones se apoderaron de su habitación y sus cosas, había aguantado el ruido de uno o quizá dos por las noches, pero la vez que mientras hacia el amor con la novia de turno, saltaron tres entre la ropa y las cajas de galletas y bolsas de papas fritas que guardaba como tesoros. Supo que no podía seguir ignorándolos. Los gritos desaforados de ella, la linterna prendida en búsqueda de los invasores, todo ese caos de ropa cayendo y zapatos volando, el ruido del papel tapiz que se rompía, le evocó un poco a casa. Parecía siempre correr de allí pero incluso en ese barrio bonito la miseria de su infancia de alguna u otra forma lo alcanzaba.


Ahora años después de privaciones y sacrificios que solo conocían su estómago y la planta de sus zapatos, estaba allí frente a esa casa perfecta, con su futuro departamento de medio balcón y cochera privada mirándolo justo a los ojos. Tres habitaciones. Vista al parque, portero eléctrico. Sin áreas comunes, que eso es para la gente pobre. Se preguntó con qué llenaría esas tres habitaciones, si ese departamento no sería la delicia de las chicas con las que había andado en su edad temprana, siempre a la búsqueda de formar una familia o hijos bonitos. Quisiera tener uno con tus ojos, le había dicho alguna. Y el se había preguntado ¿qué ojos? Que le podían importar sus ojos, si ellas no sabía lo que miraban, ni lo que habían visto. Mas allá de la flaquísima Norma nadie más le había vuelto a preguntar nunca qué quería o qué sentía, ni en inglés ni en ningún otro idioma. El quería una casa blanca como la suya, que no se moviera nunca, le había contestado  una vez y Norma se había echado a reír como se ríen las niñas sin preocupaciones de ninguna especie, mientras caía el sol de las cinco de la tarde en ese autobús que los llevaba a su casa.

martes, agosto 27, 2024

Día de limpieza

La habitación seguía teniendo el olor pesado y mohoso de los primeros tiempos. Una fetidez húmeda que por mas que se abocara con escobas y cubos de limpieza jamás podía erradicar del todo. Estaba en sus ropas, en sus zapatos y en sus sábanas. Quizá la notaran cuando venían de afuera, notaran ese olor dulzón de soledad que despedían su cuerpo y sus ropas cuando se acercaba a saludar y decir su nombre. 

Ahora con el trapo de limpieza en mano , la pañoleta de colores en el cabello desordenado y los guantes de hule amarillo, se ponía a la labor de limpiar las grasosas huellas dactilares que habían quedado en ese espejo grande. Cuantas imágenes suyas había tragado en silencio ese espejo. Le resultaba insolente tenerlo aun allí como mudo testigo de las conquistas amorosas y de las conversaciones incómodas que se hubieran dado en ese pequeño espacio.


Me amas?- había preguntado el muchacho al terminar la batalla amorosa y ella en toda su torpe honestidad le había respondido mirando al techo que “ Podría llegar a amarlo” Lo siguiente había sido un silencio incómodo en medio de sábanas rasposas que olían a detergente barato.  El le había dado la espalda que le recordó el espinazo de un perro abandonado y  ella se durmió sin culpas. Ya habían pasado muchos años de ese episodio pero seguía haciéndole gracia. En su cabeza acababa de decirle un halago, la promesa de un futuro brillante, apenas se conocían pero el tenía el potencial para ser amado por ella. ¿Qué mas podía desear, si era apena su segunda noche juntos? Tardaron dos citas mas en romper del todo. Recordaba sus manos golpeando el timón del auto cuando ella dudó en hacia donde ir.  Su voz de rabia contenida. Su escasa paciencia.

A menudo se preguntaba que instaba a los hombres adultos a hacer esas preguntas de niños en medio del amor. Que los instaba a hacer berrinches violentos cuando querían terminar algo.


Ella había amado, profundamente en sus primeros años. Le habían roto el corazón en trocitos que no podía ni siquiera recolectar con las manos. Sabía un poco de que se trataba el amor, las largas distancias, los intrincados sacrificios, el día a día difícil y las promesas rotas. La enfermedad y el azar poniendo a prueba los mas apasionados juramentos de estar juntos para siempre. El miedo por si mismo. El miedo que paraliza y hace que alejes a todos de tu lado incluso al ser amado. En el amor estaban los días soleados de los primeros encuentros pero también las tres estaciones enteras de nubes y lluvia que llevaban el que dos personas se conocieran y finalmente se aceptaran. ¿Qué sabía de todo eso aquel imberbe muchacho? Tan ingenuo al inicio, tan irascible luego. Recordaba esos hechos ahora como si fueran vividos por otra persona, fregaba con insistencia los pisos, revisaba las repisas y los bordes de las ventanas, su insistencia en lo impecable, rayaba una vez a la semana en lo obsesivo. Limpiaba la casa y en cada pequeño rincón hallaba el recuerdo de alguien, una frase salpicada de amarga ironía. Amores que no habían acabado bien. Épocas enteras sin asomo de amor, ni siquiera de amor propio.

Si las paredes pudieran hablar y gemir sus penas con ella.

Sus labios se habían sellado para decir un breve te amo, se lo habían dicho en otros idiomas y pensó entonces que carecía de valor. No en todos los idiomas el amor vale lo que para ella valía. A veces solo lo decían en lugar de decir te quiero, o me gustas, o por poner en relieve una emoción fuerte en medio del sexo. El amor tal como ella podría admitírtelo saliendo de su boca cumplía otro tipo de expectativas, esa frase solo era fruto del conocimiento profundo de la persona que deseaba. Ella ya había madurado, o eso se decía. 


Por eso le resultó extraño que con con solo un par de citas, solo unas semanas de conversaciones y risas el le preguntara abiertamente si en algún momento de aquel verano ella lo había llegado a amar y ella sin dudas, sin ningún miedo, le hubiera contestado que si. Que lo amó y que lo amaba. 

Al terminar de decir la frase sabía que se estaba disparando a los pies, que esas cosas no se dicen, que ya somos adultos, para decir niñadas, pero no podía perder nada. Dignidad dicen que se pierde, ella no lo sintió así, si esa frase le quemaba en el pecho desde la primera vez que hablaron, lo había constatado la en el primer beso y habría jurado que era verdad las pocas veces que hicieron el amor. Allí estaban esas huellas en el espejo, las sábanas manchadas, los cuadros movidos de lugar. Esa casa entera se había llenado de el apenas había rozado su vida, tal como su cuerpo y cada uno de sus poros. Ya no tenía quince ni veinte, pero estaba actuando con la misma ingenuidad de aquel chico que buscaba te amos en medio de una relación fugaz de verano.


Habría que limpiar ahora toda la casa, hervir la ropa de dormir como si allí hubiera pernoctado un enfermo, alguien que te puede contagiar con su sola presencia toda esa locura de sentimientos y obsesiones. Habría que limpiar a fondo las ventanas para volver a ver el mundo de afuera y fijarse si era de noche o de día o si ya cambiaron las estaciones en el mundo después de su partida. Y habría que cambiar todas las flores marchitas, los cacharros sin lavar, las miles de tazas de tés calmantes que tomó  para calmar los nervios cuando supo que el no había sentido lo mismo. Que como los adultos dicen, los viejos dicen, había sido solo una equivocación. Ella quizá había sido solo un error de cálculo.


Se abocó a limpiar, a limpiar a fondo, dándose cuenta que jamás terminaría. Y vio la cama y pensó en prenderla como pira de sacrificio y en aquel sillón que le gustaba tanto y que ya tendría manchas de el y de ella, un sillón que nadie aceptaría ni de regalo, porque probablemente estaría hechizado, como lo estuvo ella. Por unas breves semanas, en que decir Te amo, pareció la cosa mas cierta y natural del mundo. 


lunes, agosto 26, 2024

El Chico Dorado

No te equivoques, yo en algún momento también me imagino con hijos. No ahora, pero ser padre de alguien no es una idea que me desilusione. Su voz le venía desde el recuerdo cada vez que atravesaba ese bosque de eucaliptos de camino a casa, a menudo había relacionado ese camino con él de alguna forma en que su mente no hallaba la lógica. Por momentos quizá hasta se lo imaginó saliendo a pasear con el perro sin reconocerla ni saludarla, envuelta en aquel abrigo pardo barato que usaba para los días de viento en otoño. 

Habían hablado tanto, durante un tiempo habían jugado a ser amigos confidentes y luego en un rápido cambio del destino a probar lo de ser amantes. No les había ido nada mal, pero sucedió pocas veces, fueron mas noches las que se pasaron hablando, de libros o de cualquier cosa de la infancia que el quisiera mostrarle para que le hiciera un diagnostico rápido, un nanay sin palabras, como los niños que intentan ávidamente mostrar heridas superadas a su nuevo adulto de confianza. Nunca hablaron de temas que pudieran ponerlos en lados opuestos de opinión, quizá porque eran demasiado conscientes que sus orígenes distaban mucho de ser los mismos.

A medida que caminaba ahora pateando las hojas secas y contemplando aquellos troncos descascarados, vio cuan imposible había resultado esa amistad y sin embargo cuan estrecha se había hecho. Entonces ella no exigió nada. Porque no merecía nada, así lo veía. El tipo le mostraba las fotos de la infancia junto a la cancha de tenis y la piscina, los rizos rubios, la primera clase de nado. Nunca le pidió nada sobre ella, nunca indagó mas de lo que ella quisiera contarle, tampoco preguntó sobre sus padres o hermanos. Ella podría seguir siendo una perfecta anónima y eso les daba derecho a contarse todo, quizá tampoco buscaba verla a excepción de la primera foto en que aparecía envuelta desde los hombros en en un pareo colorido sentada en aquella playa, no hubo necesidad de mostrarle mas. Eres un espíritu libre, quizá le hubiera comentado. De esa amistad no había esperado nada, porque era el tiempo en que no esperaba mucho de la gente.


Un café, una salida por la ciudad. El tipo había escudriñado su cocina con grandes ojos verdes la primera vez que entró a su departamento con la curiosidad de aquel que ignora como viven realmente los pobres. Como se lava el frasco de café para que dure para el ultimo desayuno o como se cuenta la fruta para que dure hasta el viernes. Caminaba ahora por allí en medio de ese bosque que separaba las casas de clase media de las grandes mansiones y se preguntaba si el aun seguiría viviendo en una de esas. Los zapatos de piel, la ropa cómoda como si hubiera sido diseñada para ser usada para personas con su figura y altura. Esa comodidad de vivir en su pellejo como si el mundo fuera solo un juego de piezas que podía acomodar a su antojo. ¿De qué sufría esa gente? ¿De falta de amor? Su timidez era legendaria y por eso tal vez era más cómodo hablar de libros en común y anécdotas intimas con él.  Sin embargo por mucho que le contara sobre si mismo o de sus años de infancia, jamás se sintió unida a el en forma alguna. Sabía de su sensibilidad, de sus muchos miedos, de alguna que otra inseguridad que gatilló en el pasado conductas que ahora exhibía tan orondo frente a ella, pero no. Jamás sentiría que en algún universo lejano su infancia y la suya se pudieran haber juntado. Ella guardaba su distancia. A pesar del sexo, le bromeaba el. Si a pesar del sexo.



A veces cuando se debió enfrentar a otros hombres después de ese encuentro físico se veía a si misma pidiendo tan poco. Había estado con aquel que tenía el derecho de rechazar si quería. Ese que había sido criado en el mundo mágico en donde el dinero jamás falta. El tipo con el apellido que ponía nombre a las calles mas bonitas de la ciudad. Todos los demás hombres eran copias burdas y opacas en un mundo demasiado ancho y ajeno. ¿Qué podía temer con toda esa gente gris, mas que un poco de olvido? Sus nombres también eran olvidables, como el suyo mismo entre los miles de anónimos de una planilla de pago. Sus opiniones eran cegadas por la venganza de los conflictos domésticos, quien le hizo a quien qué, quien opinó tal cosa de que otra cosa. Todo era vano. Lo que pasaba en la televisión y los medios eran el norte de cada día. Ellos como ella, vivían en el margen de ese mundo que decidía las cosas, como se vestiría la gente al día siguiente o cuanto subiría el dólar. ¿De qué podían discutir todos ellos son su vida ordinaria, excepto de una vulgar sobrevivencia? De hacer escaramuzas de éxito o suprema vanalidad para llegar al parnaso, a ese circo que era la vida pública, en la que tu nombre cobra una fugaz importancia entre la página de policiales y la de escándalos diarios.


Fue allí que encontró su nombre la siguiente vez que supo de el. No esperaba que aquel hombre de miles de anécdotas de infancia y maneras resueltas para exigirle directo algo que en verdad deseara, se hubiera casado con la actriz porno del momento. Su chico de cabellos dorados ¿No era el anonimato su mayor poder y su lejanía de la prensa su mayor conquista? Ahora su nombre estaba en las primeras planas de diarios con titulares coloridos. Promocionaban una página porno y la curiosidad la había llevado a comprobar que si, que era él. Sin ocultar ni el cuerpo ni la cara. Pero ¡qué ridículo estaba haciendo! ¿Acaso no era esa actividad chabacana lo opuesto a todas sus creencias?¿ Al mas profundo de sus miedos y restricciones morales? Quizá lo estuviera haciendo por una venganza a sus padres, por una burla a la sociedad pacata que en el fondo tanto detestaba. Eran las antípodas del hombre que ella había conocido. Un hombre enamorado. 


Vamos se decía airada ella, ¡pero si conmigo jamás se había tomado ni un café en público! Es que tampoco se lo había pedido, pareció susurrarle de inmediato alguien desde el fondo de su cabeza. Así como no había pedido nada a nadie en los años que siguieron, porque no lo merecía o no lo quería, lapidándose con frases del tipo, cuesta mucho esfuerzo, mejor para otra vida, para un mejor momento. Que difícil sería todo.


Cuando el nuevo hombre le había hablado de tener hijos y dejarla preñada ella había huido despavorida ¿cómo iba a explicarle en medio del café con leche y las magdalenas que no tenía ningún deseo de tenerlos? Que tendría que hacer mucha terapia para eso y que eso llevaría años, años de vida que no quería perderse. Por eso había recordado aquella charla con el, en medio de esas noches en que insomnes se la pasaron contándose todo tipo de secretos e inseguridades. El hasta entonces tan liberal y abierto en el sexo ( vaya que había sido coherente en su vida ) siempre la había apoyado, pero llegado al tema de los hijos, había reaccionado así. -A mi lo de tener niños no me desilusiona- le había soltado, y en ese momento ella se había dado cuenta que hablaba apenas con un chico seis años menor que ella, que por mucho matrimonio y divorcio que cargara estaba en la flor de su existencia, de los sueños familiares, de querer reproducirse  a pesar de todos los traumas de infancia esa misma infancia de canchas de tenis para otro niño como el, con melena dorada y futuro  promisorio. Su realidad en cambio era otra, ella bordeando los cuarenta, con ese trabajo odiado y tercamente abrazado, su vida de asalariada que llega al mes marcando cifras en rojo, su visión gris de futuro incierto. ¿A qué hijo, relación o futuro podía aspirar ella? Llevaba siglos viendo todo el panorama negro hasta que alguien como el chico dorado llegó a su paradero y comenzaron a fumar hierba juntos.  Era eso. Y ahora cuando pasaba por el bosque de eucaliptos, recordaba aquellas conversaciones en que fueron cómplices, los libros de Camus, las fotos de arquitectura barroca y las ciudades que aun no conocía, que nunca conocería, naciendo de su boca como la promesa de lo que existe mas allá de las murallas de esa pobreza que le había atenazado tantos años la garganta. Se había acercado un poquito a algo, pero no había pedido nada. Porque no merecía nada, ni el café tomado en público como se decía ahora con una sonrisa triste.


Podía quejarse toda la vida de los hombres que habían llegado después pero la verdad es que nunca tuvieron oportunidad, ella jamás les dio nada. No se abrió como con el, porque ellos no eran anónimos, ni amigos.  Ser un proyecto de cita les daba ese extraño peso del que carecían las charlas frescas y honestas con el chico dorado e imposible. Pasadas dos o tres citas sabía que esos hombres comunes y corrientes, la juzgarían y la clasificarían entre las no deseables por sus ideas demasiado ilusorias sobre la vida o por no tener un plan definido para el éxito. 

Ella caminaba con ese abrigo pardo como si fuera el capullo de hibernación de donde nadie jamás la sacaría. ¿Para que abrirse a los otros, perder el anonimato, arrojarse a la entrega del amor apasionado? Eran pocos los casos de amor, de pasión en que la gente dejaba la repisa segura de sus planes y ambiciones para lanzarse a la conquista de aquel abismo que puede significar la existencia errática de otra persona. Sus miedos, sus contradicciones, su rabia. Así como ella no deseaba arrojarse a la locura angustiosa de la maternidad, había parejas que no deseaban arrojarse a ese mar turbulento que podía ser el conocimiento continuo de otra persona.  Solo una cita, dos, para qué mas. Y ella tampoco pedía demasiado ¿Que podía ofrecerles? Ambicionaba ese tipo de amor utópico que era la amistad envuelta en llamas, quizá el chico dorado y la  actriz porno lo hubieran encontrado, sin hablar de Camus, sin hablar de nada intelectual ni elaborado. Así era la química del amor, quizá no debía culparse por pedir o exigir nada a nadie. 

El objeto amado se nos entrega sin ser solicitado. Esa frase resonó en su cabeza como las hojas de otoño bajo sus pies al seguir su camino, docenas de eucaliptos perdían la piel ese otoño, ella también sintió que perdía algo de ella. Quizá la inocencia de haber vivido esperando que le den algo que deseaba mucho pero de lo que jamás se creyó merecer suficiente.

sábado, agosto 24, 2024

El año del Dragón

Al abrir los ojos se preguntó como ese objeto brillante se había quedado colgando allí desde la navidad, poco a poco fue recuperando la visión de las formas y proporciones de los muebles alrededor y reconoció la textura de la alfombra bajo su cabeza, pero era ese objeto dorado el que seguía captando toda su atención. Había estado allí todo el tiempo que ellos habían salido juntos, como una especie de muérdago que sella el beso de dos enamorados, pero ni siquiera lo había notado. Ahora con la cabeza entre las nubes trataba de recordar cuánto rato había perdido el conocimiento esta vez. Tendría que consultar a un doctor. Otra vez y otra vez pasar por los resonadores y los exámenes que no le dirían nada mas allá de que era idiopático. Probablemente algún trastorno en sus electrolitos, que debía hacer pausas mas seguidas, en fin. No valía la pena gastar el dinero de su seguro en un diagnóstico que tampoco sería seguro.

Permaneció allí tirada en medio del salón, ya podía sentir las piernas y los brazos, pero no le apetecía pararse y ser alguien funcional de nuevo. Contó del uno al diez al revés y al derecho se dijo su nombre como lo recordaba del documento de identidad y su edad que por momentos prefería olvidar. Todo estaba correcto. En el silencio de la habitación solo el tictac del reloj seguía incansable su curso.  El ruido de la calle afuera eran cantos de pájaros y coches transitando a lo lejos. Ella se sintió muy lejos de todo aquello también. Cuantos meses habrían pasado desde la navidad, que deseos habría pedido que se cumplieran. El año nuevo, las fiestas y los bailes. Había empezado como un año prometedor y sin embargo ya no lo resultaba tanto.

Su mandíbula tronó al descontracturarse, el año no había empezado para ella en Enero sino mucho después al conocerlo en esa fiesta a la que inicialmente no iría. Verlo fue de inmediato la sensación que volvía a encontrarse con un viejo conocido. La charla fue fluida y lenta, después de todo era la primera vez en dos meses que ella se levantaba de la cama, le costaba tomar el aire para reírse o mantener el ritmo de la conversación. Por momentos incluso sentía una leve opresión en el pecho, como si todo fuera demasiado lento con él. Había cierta prisa en su interior por empezar una vida juntos, esa historia que aparecía y desaparecía en su cabeza como lo hace un sueño inconcluso entre los vapores del vino. No le encontraba otra explicación que su soledad o la química de su cuerpo atiborrado de fármacos para vencer el dolor. Sin embargo al volver a verlo en la segunda cita la sensación de certeza había sido la misma. El mundo corría en cámara lenta, había una historia enorme esperándolos. ¿Por qué no la empezaban ahora? Ya mismo. Se apresuró a pedirle un abrazo que terminó en beso y así las cosas habían terminado sucediendo, originalmente de conversaciones y temas abstractos a temas totalmente físicos y carnales. Los dolores habían desparecido, cualquier debilidad o sensación de falta de aire por la convalecencia previa era rápidamente superada. Al conocerlo el le había dado ese soplo de vida que ignoraba que le faltaba. De pronto sus pasos ya tenían una dirección y sus músculos de nuevo fuerza. Cómo revitalizaba ese amor, no lo podía llamar de otra manera.

Ahora en ese marasmo que la inundaba allí tirada sobre la alfombra gris, solo podía seguir el movimiento de aquel objeto brillante como la novedad de su madriguera silenciosa. Había dejado de oír música, cualquier tipo e música y dejado de practicar con el oboe. Todo sonido armónico le recordaría un poco a el y le resultaba irrespetuoso a ese duelo autoimpuesto. ¿Qué significaban las estructuras musicales sin el en ellas? Todas las canciones habían perdido su significado y el color de las flores también se había marchitado un poco. A su partida el invierno se había dejado sentir con mas dureza que antes y no tuvo motivos para volver a salir de casa a excepción de las necesidades mas indispensables como la búsqueda de comida o ir a la lavandería. Fue en una de esas idas en que al comentar del mal clima  la señora Cheng le habló del mal humor del Dragón. La lavandería estaba llena de inciensos y ofrendas, al ver sus ojos curiosos sobre ellos la dama había hablado: Estamos en el año del dragón y alguien le ha pisado uno de los ojos. Ella le sonrió sin entender nada, así débil como se sentía; pero la pequeña anciana prosiguió. Te ves enferma le dijo, cara verde, manos secas. Ese es el dragón, si no eres fuerte este año, enfermar duramente.

No podía creer cuanto se le notaba el malestar, a menudo la gente intentaba no hacer comentarios de su apariencia o su salud. Había bajado casi 8 kilos y las ropas que antes le apretaban en las caderas parecían holgadas túnicas para otra persona. Está lloviendo mucho, comentó, como para cambiar de tema y justificar que no saliera de la lavandería rápidamente como lo hacía siempre. Todo eso es Dragón enojado. Lluvia del jueves fue la peor, ahí empezó enojo. 


Ella recordaba ese jueves, la lluvia se había dado como un aguacero implacable que la ciudad no conocía. No eran habituales lluvias tan tardías pero una vez empezó no paró. Fue al día siguiente que el le dijo que no volvería. Había sido una conversación telefónica calmada con otros fines, en donde habían reído y compartido, pero de pronto el humor había cambiado los ánimos se encresparon y las palabras fueron hirientes. El había decidido de pronto que era inútil volver a esa ciudad y ella le había dado la razón. No había nada aquí para el. Una ciudad gris en medio de un desierto, solo eso. Al colgar el teléfono, sintió el pesar de no haberle insistido o confesado que lo amaba. No como aman en las películas y que dura dos horas, sino con ese amor macizo que ella podía sentir cada vez que sus ojos se cruzaron. Hubiera querido devolver esa llamada y decir lo siento, por cosas que no sentía, solo por dar sentido y cuerda a esa historia que había empezado a un ritmo lento y que no se ajustaba a los acontecimientos que ella recordaba de alguna otra vida de algún otro tiempo en su cabeza. Si hubiera podido explicarle, quizá tampoco entendería. Era el peso de una profecía, algo mas grande que ambos. Pero acababa de pisar en el ojo al dragón y la historia comenzaba a desacomodarse, tal como los goznes de la puerta o las columnas de l edificio donde vivía. Un ligero temblor  esa noche había hecho que una grieta en la que antes no reparara cruzara toda la pared de la cocina.

Al día siguiente empezó la lluvia y no paró desde entonces, la ciudad no estaba preparada para tanta agua. Ella miraba desde la ventana, pensando como le gustaría contarle, que junto a ella toda la ciudad lloraba que ya jamás regresaría. La casa se puso en silencio. No más musica. Guardó el tornamos, guardó el oboe. El reloj de la cocina mantuvo ese tictac incansable. Se había parado justo a las 5:20 y ella no quiso cambiarle la batería. Marcaría para siempre la hora del deceso. La hora del fin de ese sueño.

Ahora echada allí en medio del salón vacío en donde el ya jamás mezclaría sus libros con los suyos, ni sus discos con los pocos de ella. Pensaba que había sido hermoso soñar con el amor; durante meses había olvidado su propia debilidad y torpeza  y se había deslizado lentamente por el lomo del dragón alado. Sus brazos se habían aferrado fuertemente a su cuerpo confiada en la dirección que el daba, quizá hubiera volado con el en sueños de libertad y heroísmo en la conquista de ciudades con banderas amarillas y azules, sobrevolando estepas o bosques. No importaba. A veces recordaba un sueño dentro de otro sueño y no terminaba de despertar realmente. Quizá no había logrado vivir con el a la rapidez que exigía esa epifanía. Por eso ahora llovía, llovería, hasta que el mundo se acomodara de nuevo en toda su vulgar y rutinaria armonía. Había pisado sin querer el ojo de un dragón en medio de sus desvaríos de amor y el mundo entero pagaría su descuido.

viernes, agosto 23, 2024

Gate 8

El avión partiría en la puerta 8 pero apenas si hizo algún esfuerzo por alcanzar el corredor que lo llevaría allí. La gente, las luces, el ruido. Todo de pronto le resultó en exceso agotador y caótico. Acababa de bajar de un avión, subir a un bus, pasar migraciones, quitarse repetidamente los zapatos y el cinturón. Dejarse revisar la entrepierna en busca de armas, dejar que los perros olieran su equipaje. Cuidado de no perder el movil, de sujetar bien el reloj de pulsera, de que los anteojos no se deslizaran del bolso. Había hecho todo el recorrido minuciosamente perfecto, con horas minutos y segundos. Eligiendo el asiento de las primeras filas, junto al pasillo, la maleta mas chica, la ropa mas cómoda. Todo cronometrado. Pero en ese último tramo del viaje algo había hecho que su paso y su pulso se desaceleren. Tal vez era la edad pensó con cierta apatía. Esa liga que sentía ahora jalando con resistencia desde su cadera y que lo tiraba para atrás. Sus pasos se volvieron lentos, Su andar pesado, los letreros con numeración aleatoria dejaron de tener importancia. Tenía el tiempo para llegar, pero ya no importaba. Ese era el último vuelo del día a casa, pero quizá no llegaría hoy. En verdad ese agotamiento mortal lo invadió hasta cambiar de peso todas las cosas que anteriormente le importaban.


Se imaginó atravesando el portal de casa, el olor conocido de los restos de comida casera o a la fruta que envejece en el frutero, ese vaho tenue en la humedad en los muebles y en las ropas conocidas. La intensidad de las luces del salón que no eran las mismas que las que colgaban de la cocina. El tacto del felpudo al quitarse los zapatos y caminar descalzo por casa. La familiaridad del cuarto de baño y de la cama tendida. Toda ese pequeño mundo que era tan suyo, tan privado y tan suyo que solo cobraba importancia en los momentos antes del reencuentro. Los números amarillos que indicaban las salidas correspondientes, con nombres vistosos de ciudades a las que no regresaría ese día, se volvieron borrosos. Quizá estaba experimentando un stroke pensó para si mismo y no tuvo miedo, quizá había un poco de humor negro en ello. Vivir corriendo por todo el mundo para acabar muriendo en la puerta de un aeropuerto. ¿Quien lo vendría a buscar? ¿Quién repatriaría sus restos? Sonrío para si, la puerta 8 estaba casi al alcance de la mano, la aeromoza llamaba con prisa a los pasajeros que se agolpaban en una cola, en donde antes el hubiera sido el primero. Se detuvo, llevaba el cabello sin ordenar y un aspecto de cierto desaliño que ocurría siempre después de las carreras entre viajes. No había porqué apresurarse. De pronto todo el mundo alrededor le resultaba tedioso y aburrido, con una prisa absurda por ir hacia alguna parte como si eso diera real significado a sus vidas.

 Revisó el móvil, numero de vuelo, hora y número de asiento. ¿Ya que importaba? ¿Qué significaba toda aquella simbología que antes lo había impulsado en vuelos sucesivos, a tierras desconocidas, monedas diferentes y hablas diferentes? Lo suyo no eran nunca vacaciones pero parecían. El mundo real parecía ser aquel de donde venía y no aquel al cual regresaba. ¿Cuál era su verdadera casa, su cama  o sus pantuflas favoritas? Acaso no lo eran solo por un rato. No lo acogían ya brazos cariñosos, risas de hijos, o el olor de las patas de su perro al cruzar el umbral de casa. Esa había sido otra vida, otro alguien que pululaba por ahí diciendo que le faltaban cosas, que le faltaba tiempo. Que le faltaban sueños por cumplir. Y ahora, que lo tenía todo, en todos lados en todos los brazos a los que se acercara, nada de eso era suficiente. Había cambiado una moneda por otra, así lo sentía, el valor de cambio podía variar, pero seguía siendo una moneda que podía perder y dejar en el camino.  Quizá unas veces lo invadiera la nostalgia por recuerdos y situaciones pero no podía recordar la persona que había sido en esa época precisa de su vida. Recordaba por ejemplo haber llorado y maldecido. Haber jurado amor hasta el cansancio y todas esas historias también a la luz de los años le resultaban distantes y desconocidas. Hace poco en un país distinto se había encontrado por casualidad en la sala de un aeropuerto con una mujer que en su momento había significado mucho para si, se habían sentado a la mesa y bebido una copa de vino como si fueran viejos amigos que se cuentan anécdotas mientras esperan sus respectivos vuelos. El notó que la mujer lo miraba con insistencia, al parecer quería saber si aun sentía algo de toda esa pasión que le había jurado. Aunque habían cambiado ambos seguían siendo personas fisicamente atractivas, pero ya no había nada cautivante en esa persona para el. Supuso que para ella era lo mismo, porque a pesar de todos los temas en común, no hubo ninguna electricidad ni al estrechar las manos o en el abrazo de despedida que intentó ella. Su perfume se había quedado en su gabardina y eso al tomar su vuelo le había generado cierta contrariedad. Como era posible que ese olor lo transportara a una época en que había sido feliz e infeliz al mismo tiempo. En que hubiera sentido con intensidad y jurado matar por amor si era posible y de pronto ya no sintiera absolutamente nada. Ni siquiera rabia. La mujer era feliz ahora, hijos, marido, algo de eso le había contado y el en ese momento le había mostrado su celular con fotos de la pareja y el perro, incluso el niño pequeño. Quizá lo había hecho por poner los valores en equilibrio, pero nada más. Recordó que en algún momento esa mujer le había pedido un hijo, porque al ver la foto su dedo rozó la pantalla y le mencionó que tenía sus ojos. El intentó recordar porque se habían amado, porque se habían jurado cosas. Eran muy jovenes. Después de eso había estado con otras mujeres y vivido con la que fue la madre de su hijo, pero ninguna de aquellas personas le había generado un sentimiento de real cercanía.  Como los números en aquel largo corredor de aeropuerto, eran sucesivos y variables. Unas puertas conducían a paraísos del caribe y otros a tierras altas y montañosas, no tenía preferencia por unos lugares o por otros. Solo eran eso, lugares. El estaba allí, miraba alrededor compartía con la gente, escuchaba, no preguntaba, escuchaba largamente y si tenía que hablar hablaba. Al marcharse del lugar un buen recuerdo, pero ninguna atadura. 

El ultimo pasajero de la puerta  embarcó y empezaron a llamarlo por su nombre, varias veces, el veía como la aeromoza salía y buscaba al pasajero X con ultimo llamado para embarcar. No tenía caso. No había prisa. El sillón mullido o el olor de casa, la vista de la ciudad por la ventana pequeña. ¿A dónde volvería y con qué fin ? Llevaba tanto tiempo corriendo, esperando encontrar un motivo para detenerse en algún lugar en donde se encontrara a gusto y no existía, no existía un lugar en donde existir y de donde no querer irse. Ni brazos cariñosos, ni mujeres, ni hijos. Había una persona ahí dentro que ya no quería moverse mas por un rato. Que se vaya el avión. Que la suerte decida, se dijo. 

A veces los aviones también se caen, recordó esa frase de mala leche de uno de los amigos que se quedaban siempre en tierra. Por un momento esa idea lo animó a correr a la puerta. Y si esta vez, por una vez, sucediera algo nuevo? Pensó en ese probable avión cayendo en picada, desbaratándose contra todo lo seguro. Cierta ilusión pobló su pecho como un relámpago. Poco a poco dio un paso hacia adelante. La puerta 8 aun no se cerraba. 


jueves, agosto 22, 2024

La Viuda

-Y usted qué hace con tantos sombreros?

-Viajar. Viajo mucho


La pregunta la había sorprendido de repente cuando tomaba el café de pie rumbo a la tintorería. La gente en aquel viejo barrio, aun sin conocerse seguía manteniendo las costumbres de antaño, esa curiosidad preguntona que no tenía vergüenza. Ella había llegado al barrio hacía treinta, con su primer esposo. Bueno, el único. El único con quien había firmado un papel para casarse y para comprar aquel viejo departamento del que habían prometido mudarse apenas terminara la recesión y que finalmente habían terminado comprando, encariñados por la vista de la puesta de sol y la rutina. 

Ellos dos habían sido al inicio tan parecidos, pensó con alguna nostalgia.


Llevaba los cinco sombreros en la mano sin haberse hecho de una bolsa, los llevaba mostrando sus vivos colores contrastando contra la mañana brumosa. Se imaginó a si misma como una vendedora de sombreros de una de esas calles del caribe que había recorrido sola, luego que el se marchara. La vida había sido dura y blanda desde su partida. Cuentas por pagar, papeles que no entendía, reparaciones continuas al auto del que también terminó deshaciéndose, como de todos sus discos y papeles. De los tiempos del duelo recordaba la dificultad de sobrevivir el día a día  y la dificultad de respirar las primeras mañanas sin el. La primera bocanada de aire que daba sola. Que dolorosa. Qué difícil todo. Sin hijos que los unieran, sin mascotas. Sin un plan económico que la sostuviera  por si esas eventualidades como la invalidez o la muerte tocaran de pronto a nuestros sueños de amor mas plácidos. Luego la vida se acomodaría lentamente, como se termina acomodando todo, comer menos, caminar mas. Dos trabajos. Menos ropa en el armario, menos tiempo para pensar.  Dejar los periódicos. Habituarse a leer en serio. Muchos libros de texto, al inicio de esos que les recomiendan a los niños y después todo tipo de libros.  Empezaba una larga vida para si misma y ni siquiera lo intuía. Dejó el vasito de café express en el cesto de basura que correspondía y reemprendió su camino. 

Al inicio le había costado mucho caminar sola, salir sola, llegar a un restaurante y pedir la carta sola. Los que luego la habían llamado como dama muy independiente ni siquiera intuían cuanto le había costado volver a ser un ser humano después que él se marchara. Estiraba los dedos, tocaba las paredes y las hojas de los jardines, deseaba rozar su mano cuando tenía miedo. Aunque sea su mano. Ya no estaba, ya nunca mas estaría.  

No había encontrado otra forma de encontrarse  a si misma de nuevo que no fuera en los libros. Cuando comenzaron su vida juntos, él había llevado muchos a ese pequeño departamento grisáceo. Los traía en una caja de cartón y se enorgullecía que a pesar de sus carencias siempre hubiera podido ingeniárselas para tener solo libros originales, con hermoso lomo plateado. Ella no había entendido su pasión por los libros ni por los autos en ese momento. Probablemente porque su pasión era suya y la mantenía al margen de esos títulos raros, que intuía demasiado complicados para ella, pero en cambio le gustaban sus historias narradas en voz alta, las historias de niñez, en las que había un lado humano que el no parecía querer mostrarle al mundo. En ese momento lo sentía cercano y suyo. Justo antes de dormir, en el umbral en el que se volvía niño y hombre. Cuan desconocidos eran ambos a sus veinte años, pero ella creía a esa edad temprana que podrían llegar a conocerse, que el conocería todo de ella. Que ambos podrían vencerlo todo.


Cuando empezó a leer lo hizo primero por el insomnio, no tenía a quien llamar. Y las conversaciones con la gente la abrumaban un poco.  No había tenido hijos y las frases de lástima o conmiseración por parte de otras mujeres la hacían sentir contrariada, como si al perderlo a el y quedarse sin descendencia su existencia no tuviera ningún sentido práctico en esta vida. Al inicio la habían invitado a cenas o reuniones de gente del trabajo, pero al ser la viuda nueva, las miradas de los hombres habían cambiado y el recelo de las mujeres igual.  Seguía siendo atractiva, ella no lo veía pero quizá los otros si. Descolgó los espejos. Los libros eran un lugar seguro. Ahí nadie te juzgaba, podías sentir la emoción del otro tal como la sentía el protagonista.  No necesitabas hurgar minuciosamente para que se abriera a ti. Las emociones de los personajes, sus dudas y sus sueños o derrotas estaban al alcance de la mano. 

Se había entusiasmado con las novelas de aventura mas que con las novelas de amor, le gustaban esas historias en donde el personaje rompe con sus propios vínculos seguros para salir a la búsqueda de lo desconocido. Selvas virgenes, playas o naufragios. A veces el hallazgo de un remoto tesoro. No soportaba las novelas románticas, a su edad el amor ya había tenido muchas caras y sabía que era mucho lo que ofrecía pero poco lo que retribuía. Ella había amado vehemente y fielmente, pero la vida le había arrebatado al hombre que debía cuidarla hasta el fin de los días. Se sentía estafada, esos primeros veinte años de su vida podían fácilmente titularse de : Dedicación al otro. Pero no se puede confiar en las personas. Ahora que se había quedado sola los libros la acompañarían el resto de la vida o eso pensaba. Pero no fue así. 

Los libros serían solo una guía, pronto se daría el primer viaje y luego el siguiente y luego dejar de pedir sin vergüenza el café o el agua en algún chiringuito de país desconocido. Cuánto había ahorrado para poder viajar así. Cuántas personas extrañas cuyo numero no guardaba ya, había conocido desde entonces. Si el la viera ahora quizá no la reconocería ni la volvería a elegir, los hombres que habían intentado amarla desde entonces habían sido unos cuantos pero nadie valía la pena entregar otros veinte años de su vida, de la forma que lo había hecho con él. Temiendo, cuidándole los sueños a veces como amiga y otros como la madre que no buscaba. ¿Acaso ella no lo había convertido a él en el hijo que intuía que el buscaba incansable en su vientre? Le había dado de comer de su seno y soplado la frente mientras dormía, acariciado su cabello y pronunciado dulces palabras a su oido como un sortilegio para tenerlo siempre consigo. No había mas hombre en este mundo que él, no necesitaba hijos ni descendencia alguna si lo tenía a él en su lecho o esperando de pie en la cocina. Incluso si no hablaban. Incluso ante esos berrinches e inconsistencias que tenemos los seres humanos. Ella lo había querido sostener en medio de su rabia. Dar más paciencia de la que creía poseer, ser mejor por el. Para eso no habían firmado ese papelito? ¿Para ser mas gentil con el corazón del otro que con el propio? Ella había terminado de crecer emocionalmente con él, pero todo ese amor no había sido recíproco. 

Al poco de enviudar se había aparecido la otra familia, la familia que el forjó mientras a ella le perdonaba en silencio no poder darle hijos. Esa familia donde tenía el resto de los libros de lomo plateado, los que probablemente si leía y comentaba a la hora de la cena. Nada de eso le sorprendió, porque en el fondo solo nos enteramos de lo que ya sabemos y la verdad es que el jamás había demostrado lo mismo que ella. Quizás a los veinte cuando habían firmado ese papelito, pero después ya no. Se fue extinguiendo. El dejó de preguntarle sus gustos y sueños y ella dejó de mostrarle cuáles eran sus heridas. En calma, todo en calma se había dejado morir el amor, para darle paso a esa rutina espesa, de menos palabras para evitar disgustos. Enviudar ya solo había sido un mero trámite físico. La cama para ella sola, el departamento chico el único bien material que le quedaba, para ella sola también. Que caso tenía mudarse de barrio. Había una hermosa vista al ocaso aun. El lo había elegido por los parques, para pasear a chicos y perros imaginarios que jamás llegaron a tener. Ahora se paseaba ella, sola, por allí sin cadena. Y paseaba también otros parques, de otras ciudades, a pata limpia o en bicicleta. Cincuenta y cinco años, parecía nada, pero era todo una vida. Toda una vida sin el. Toda una vida que venía adelante para ella sola.

Uno de los sombreros de colores se le voló de la mano.

Señora, tome. Un pequeño niño de los tantos de ese barrio sin nombre le acercó el sombrero volado. Ella le agradeció poniéndoselo en la cabeza y haciendo luego una caricia en sus rulos.

-Que lindos- Pasó alguien comentando. ¿Son familia ?

Se sonrieron mutuamente, el niño se retiró avergonzado. Ella solo siguió su camino. Cuantos recuerdos buenos, pensó sin dolor. Cuánta vida. 


  

miércoles, agosto 21, 2024

5 años vs 5 meses

¡Qué fácil le resultó! - dice el nuevo chico. Esa frase se queda tintineando en mi cabeza. Si que fácil había sido darle esa cita al ex, que rápido y sin pensar, volver a verlo. Mejor hoy que mañana. Hoy que me siento fuerte. Perdonar todo lo pasado. Cerrar el  circulo. La verdad, en el camino en el taxi intentaba concentrar con todas mis fuerzas la rabia que una vez sentí hace cinco años, esa rabia que me había hecho jurar que “yo solo le deparaba una muerte lenta y dolorosa…”Luego vino el COVID y a menudo vi jovenes morir lenta y dolorosamente en mis manos. A veces recordaba mi frase de mal augurio y pensaba si el seguiría vivo allá lejos. O si la fuerza de mi presagio y mi odio habían hecho que todo el mundo se volteara de cabeza. Me quedaba sin aire por segundos antes de volver a trabajar. Estaba pagando haber sido una persona con tan malos deseos.

Su recuerdo me pesó dos años mas, a pesar de que ya era feliz con otro hombre. No me dolía él. Me dolía el recuerdo de mi mala sangre deseándole todo el mal del mundo. Que lo mereciera o no, ya no venía al caso, cinco años después esas minucias del amor y las infidelidades me parecían cuentos de vieja amargada. Fotonovelas cuya trama solo recordara superficialmente, a pesar de que en su momento hubiera estado pendiente del mas mínimo actor.


Ahora, terminada esa cena y sin ningún sentimiento de despecho, solo me quedaba esa frase. Qué fácil había sido lograr esa cita conmigo, que tontas pueden fingir ser las mujeres. Era obvio que la cita con un ex siempre es porque existe la promesa de sexo latente. Entonces ¿a qué iba  yo? ¿Acaso ignoraba eso a mi edad ? ¿A qué había ido?

Algo en mi respondió que era solo para filmar la ultima escena de una novela inconclusa, esa en la que la protagonista va bien vestida pero sin mostrar ni un ápice de piel y puede demostrarse a si misma que ya no siente nada por quien un día le rompió las ilusiones. Ni siquiera planeándolo hubiera salido mejor. La charla de temas en común fluyó plácidamente, pero ningún sentimiento siquiera agitó uno solo de mis cabellos. Me preguntaba una y otra vez que pasó hace cinco años. Mi mente estaba bloqueada en la bruma del trauma, ya no recordaba casi nada de cuanto lloré, cuanto deseé jamás haberme enamorado. El chico se había quedado con su mujer tóxica, yo lo había apostado todo y había perdido. La misma historia con diferentes personajes, en diferente país. 


Al llegar a casa, me quité las botas y me piré de las redes. No quería ninguna posibilidad de contacto próximo después de esa cena, para qué? La verdad yo no era tan fácil, chico. Recobrar el vinculo, incluso de amistad era caso perdido. Recordé cuantas veces  hacía solo cinco años me sentí admirada y cuantas veces esa conversación fluyó sobre temas en común en los meses que habíamos estado juntos. No había nubes, me sentía amada y caminaba drogada con ese amor por el mundo. Y aun así me habían lastimado, dejado, ghosteado, en su momento como si no importara nada. Una linea breve de texto que no explicaba nada, un frío lo siento, que mas quedaba por decir cuando se rompía el vinculo?


Comparaba mi actual situación, donde el hombre luego de cinco meses seguía sin profundizar su relación conmigo. Compartíamos gustos musicales o películas, pero ningún plan en particular a futuro. Las veces que le había mencionado superficialmente mis sueños, acaso si había puesto atención. Después de cinco meses me seguía sintiendo la desconocida con la que te acuestas un par de veces y luego intercambias textos sin querer profundizar en nada. Yo memorizaba sus anécdotas, sus cantantes favoritos  y hasta el nombre de su perro, pero el interés de el sobre mi apenas si recaía en las cientos de fotos que le envié con poca ropa o en alguna charla trivial sobre temas del momento. Obviar la presencia del elefante en la habitación en los meses que siguieron se hacia insostenible, nuestras divergencias políticas se hicieron evidentes. Solo que mientras a mi no me importaban casi nada luchar por ellas, el las traía a colación cada tanto como suerte de bandera de principios. ¿Si así comenzábamos en donde íbamos a terminar? ¿Alguien que no te aprecia  en los momentos bajos, ni te admira lo mas mínimo puede llegar a hacer un esfuerzo consciente por amarte mas allá de solo la calentura del momento? ¿El realmente sabía algo de mi que no fueran las mil historias de ex que le conté para que saliera huyendo en las primeras citas ? Mis sospechas eran que no. Para que darle mas tela que cortar al tipo y a mi… para qué ilusionarme con ideas infantiles si ya sabia como era el camino de salida. 

Incluso los tipos mas lindos te pueden decir te amo, pero pasados cinco minutos, no cuesta nada decir adiós o un simple lo siento. Era el momento de decirlo yo primero. Quizá esta vez dolería menos. 

sábado, agosto 17, 2024

Arbórea

Puedo reconocer que no aprueba esta nueva versión de mi, que se fue gestando mientras nuestra amistad crecía. A ella se le dio por internarse en los libros y los grados académicos y a mi, bueno, abandoné todo eso. Ansiaba buscar ese otro yo abandonado, oculto y avergonzado que había guardado en el desván por tanto tiempo. Ya no le quería regalar la vida a asuntos que asumía sin importancia, leería solo lo que me complaciera, haría solo los viajes de placer en donde no tuviera que decir quien era y jamás volvería a preocuparme que decían a mis espaldas. 

No ha sido fácil tomar ese camino, porque en el fondo mi yo complaciente e intelectualoide quisiera volver a ponerse a la primera de la fila y hacer el mejor trabajo, dar la mejor respuesta o quizá oír mi nombre mencionado con la frecuencia de antes. Pero hubo un momento que decidí dejar todo eso atrás como se abandona un viejo abrigo y aunque todos dijeron que me entendieron, creo que en verdad nadie lo hizo.


Cuando nos sentamos a la mesa son pocos los temas que tenemos en común, mi mundo interno está ahora plagado de figuras y sombras que han salido a relucir como mis tantos yo. Incluso aquellas personas que permanecían en la ficción mas lejana se han vuelto reales. He ido al encuentro de todo lo que me asustaba, lo he saboreado y lo he sabido escupir a tiempo. Ya no puedo contarle esas anécdotas, es demasiada emocionalidad. Demasiados sentimientos. Las charlas entre nosotras en cambio, se reducen a anécdotas médicas, a datos concisos, a algún tema en común de vaga importancia. 

Los últimos años dejé que mi mundo interno floreciera como un baobab que se hubiera plantado justo a mitad de la sala de centro. Todo lo racional, lo lógico, las decisiones financieramente prácticas de la vida han sido marginadas, olvidadas. En el centro de mi cabeza hay un árbol en el que se posan pájaros que cantan en mil trinos y yo trepo por sus ramas descalza, olvidando el fin material y efectivo de haber venido a este mundo. Ya no sé que es el éxito, la fortuna o un buen futuro, todos esos me suenan a conceptos vagos que ha inventado la gente grande que envejece fuera del árbol de mi cabeza. Gente que muere en mis manos sin una utilidad precisa.


A veces sin embargo, extraño hablar de todo lo que sé. No sé como reunirlo en un solo tema de conversación o con que finalidad lo haría. Me he acostumbrado a mostrar fotos o hablar de gustos universales, ser amable por cinco minutos es fácil. Ser amable en la primera cita. Luego ya no. Subirme a mi árbol mental, ignorar a todos, gozar de la misantropía de ignorar cualquier cosa que me digan hasta que decida bajar de mi indiferencia por algo, algo que de verdad me interese. El ruido de las conversaciones gira alrededor de mis pies como un rio turbulento y sucio del que no reconozco de donde o a donde va su mensaje. Son conversaciones inútiles, en las que me pierdo fácilmente. Puedo fingir que estoy inmersa y luego ya no. Fingir a los 20 era fácil, ahora ya no tanto. El tiempo es corto, no me interesa fingir que encajo bien en una conversación que no es la mía. ¿Qué objeto tiene? la gente solo quiere hablar de si misma aunque no les preguntes nada.


Siento su desaprobación, ella es menor que yo. Es mi mejor amiga y sin embargo podría representar toda esa parte en la que ya no encajo. Siento la mirada de mi madre en su mirada, o la mirada de todas las mujeres que han sido criadas de una forma mas tradicional y me juzgan cuando ven lo que publico. Siento que quisieran trasladarme la vergüenza sobre mi cuerpo que no es perfecto, como para llevarlo tan desnudo. Que ya no es joven, para llevarlo tan descubierto, que no es simplemente. Un cuerpo que no es y que por tanto debería ser tapado y desaparecido. visto solo en la intimidad como una vergüenza o el privilegio de observar una carne que envejece. Y como he visto esa mirada tantas veces, me opongo a cubrir mi piel, mi carne, mis fotos, la película de mi vida. Y ya no me importa que gocen mil zánganos, incluso los que podrían hacerme daño, de los que ella y las otras ellas quisieran protegerme. No es mi cuerpo del que hay que tener miedo, ni del sentimiento de querer mostrarlo, abrirlo ni exponerlo o espulgarlo. Es mi cabeza, mi destartalada cabeza que ya no está mas entre ustedes, ni entre todos sus anhelos de convertirme en lo que parecía que me convertiría. La mujer madura no desea madurar. Se ha quedado niña trepada en su árbol de sentimientos de pérdida y anhelo.


Pierdes el tiempo ¿Qué haces perdiendo el tiempo allí? Le das perlas a los cerdos, es tu cuerpo, pero les das perlas a los cerdos. No estoy allí, respondo, ya no estoy en ninguna parte. Por momentos solo me siento yo cuando recuerdo momentos específicos de mi vida real. Sigo bajando esa montaña que bajábamos esa tarde juntos, envueltos por la niebla y él no me miraba el rostro pero quería saber exactamente como pensaba, como explicaría  en mis propias palabras la función del ribosoma o intercambiamos podcasts sobre idiomas o sobre música. Y aunque el no me miraba yo me sentía vista, porque no tenia negar todo lo que sabia para agradarle a nadie, ni tenia que mostrar todo lo que mostraba para retar los pudores de nadie. Solo debía ser yo, la que vive detrás de sus lentes, la niña que leía mucho y que tiene un árbol de ideas locas creciéndole en el medio del cuerpo. 

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...