viernes, agosto 23, 2024

Gate 8

El avión partiría en la puerta 8 pero apenas si hizo algún esfuerzo por alcanzar el corredor que lo llevaría allí. La gente, las luces, el ruido. Todo de pronto le resultó en exceso agotador y caótico. Acababa de bajar de un avión, subir a un bus, pasar migraciones, quitarse repetidamente los zapatos y el cinturón. Dejarse revisar la entrepierna en busca de armas, dejar que los perros olieran su equipaje. Cuidado de no perder el movil, de sujetar bien el reloj de pulsera, de que los anteojos no se deslizaran del bolso. Había hecho todo el recorrido minuciosamente perfecto, con horas minutos y segundos. Eligiendo el asiento de las primeras filas, junto al pasillo, la maleta mas chica, la ropa mas cómoda. Todo cronometrado. Pero en ese último tramo del viaje algo había hecho que su paso y su pulso se desaceleren. Tal vez era la edad pensó con cierta apatía. Esa liga que sentía ahora jalando con resistencia desde su cadera y que lo tiraba para atrás. Sus pasos se volvieron lentos, Su andar pesado, los letreros con numeración aleatoria dejaron de tener importancia. Tenía el tiempo para llegar, pero ya no importaba. Ese era el último vuelo del día a casa, pero quizá no llegaría hoy. En verdad ese agotamiento mortal lo invadió hasta cambiar de peso todas las cosas que anteriormente le importaban.


Se imaginó atravesando el portal de casa, el olor conocido de los restos de comida casera o a la fruta que envejece en el frutero, ese vaho tenue en la humedad en los muebles y en las ropas conocidas. La intensidad de las luces del salón que no eran las mismas que las que colgaban de la cocina. El tacto del felpudo al quitarse los zapatos y caminar descalzo por casa. La familiaridad del cuarto de baño y de la cama tendida. Toda ese pequeño mundo que era tan suyo, tan privado y tan suyo que solo cobraba importancia en los momentos antes del reencuentro. Los números amarillos que indicaban las salidas correspondientes, con nombres vistosos de ciudades a las que no regresaría ese día, se volvieron borrosos. Quizá estaba experimentando un stroke pensó para si mismo y no tuvo miedo, quizá había un poco de humor negro en ello. Vivir corriendo por todo el mundo para acabar muriendo en la puerta de un aeropuerto. ¿Quien lo vendría a buscar? ¿Quién repatriaría sus restos? Sonrío para si, la puerta 8 estaba casi al alcance de la mano, la aeromoza llamaba con prisa a los pasajeros que se agolpaban en una cola, en donde antes el hubiera sido el primero. Se detuvo, llevaba el cabello sin ordenar y un aspecto de cierto desaliño que ocurría siempre después de las carreras entre viajes. No había porqué apresurarse. De pronto todo el mundo alrededor le resultaba tedioso y aburrido, con una prisa absurda por ir hacia alguna parte como si eso diera real significado a sus vidas.

 Revisó el móvil, numero de vuelo, hora y número de asiento. ¿Ya que importaba? ¿Qué significaba toda aquella simbología que antes lo había impulsado en vuelos sucesivos, a tierras desconocidas, monedas diferentes y hablas diferentes? Lo suyo no eran nunca vacaciones pero parecían. El mundo real parecía ser aquel de donde venía y no aquel al cual regresaba. ¿Cuál era su verdadera casa, su cama  o sus pantuflas favoritas? Acaso no lo eran solo por un rato. No lo acogían ya brazos cariñosos, risas de hijos, o el olor de las patas de su perro al cruzar el umbral de casa. Esa había sido otra vida, otro alguien que pululaba por ahí diciendo que le faltaban cosas, que le faltaba tiempo. Que le faltaban sueños por cumplir. Y ahora, que lo tenía todo, en todos lados en todos los brazos a los que se acercara, nada de eso era suficiente. Había cambiado una moneda por otra, así lo sentía, el valor de cambio podía variar, pero seguía siendo una moneda que podía perder y dejar en el camino.  Quizá unas veces lo invadiera la nostalgia por recuerdos y situaciones pero no podía recordar la persona que había sido en esa época precisa de su vida. Recordaba por ejemplo haber llorado y maldecido. Haber jurado amor hasta el cansancio y todas esas historias también a la luz de los años le resultaban distantes y desconocidas. Hace poco en un país distinto se había encontrado por casualidad en la sala de un aeropuerto con una mujer que en su momento había significado mucho para si, se habían sentado a la mesa y bebido una copa de vino como si fueran viejos amigos que se cuentan anécdotas mientras esperan sus respectivos vuelos. El notó que la mujer lo miraba con insistencia, al parecer quería saber si aun sentía algo de toda esa pasión que le había jurado. Aunque habían cambiado ambos seguían siendo personas fisicamente atractivas, pero ya no había nada cautivante en esa persona para el. Supuso que para ella era lo mismo, porque a pesar de todos los temas en común, no hubo ninguna electricidad ni al estrechar las manos o en el abrazo de despedida que intentó ella. Su perfume se había quedado en su gabardina y eso al tomar su vuelo le había generado cierta contrariedad. Como era posible que ese olor lo transportara a una época en que había sido feliz e infeliz al mismo tiempo. En que hubiera sentido con intensidad y jurado matar por amor si era posible y de pronto ya no sintiera absolutamente nada. Ni siquiera rabia. La mujer era feliz ahora, hijos, marido, algo de eso le había contado y el en ese momento le había mostrado su celular con fotos de la pareja y el perro, incluso el niño pequeño. Quizá lo había hecho por poner los valores en equilibrio, pero nada más. Recordó que en algún momento esa mujer le había pedido un hijo, porque al ver la foto su dedo rozó la pantalla y le mencionó que tenía sus ojos. El intentó recordar porque se habían amado, porque se habían jurado cosas. Eran muy jovenes. Después de eso había estado con otras mujeres y vivido con la que fue la madre de su hijo, pero ninguna de aquellas personas le había generado un sentimiento de real cercanía.  Como los números en aquel largo corredor de aeropuerto, eran sucesivos y variables. Unas puertas conducían a paraísos del caribe y otros a tierras altas y montañosas, no tenía preferencia por unos lugares o por otros. Solo eran eso, lugares. El estaba allí, miraba alrededor compartía con la gente, escuchaba, no preguntaba, escuchaba largamente y si tenía que hablar hablaba. Al marcharse del lugar un buen recuerdo, pero ninguna atadura. 

El ultimo pasajero de la puerta  embarcó y empezaron a llamarlo por su nombre, varias veces, el veía como la aeromoza salía y buscaba al pasajero X con ultimo llamado para embarcar. No tenía caso. No había prisa. El sillón mullido o el olor de casa, la vista de la ciudad por la ventana pequeña. ¿A dónde volvería y con qué fin ? Llevaba tanto tiempo corriendo, esperando encontrar un motivo para detenerse en algún lugar en donde se encontrara a gusto y no existía, no existía un lugar en donde existir y de donde no querer irse. Ni brazos cariñosos, ni mujeres, ni hijos. Había una persona ahí dentro que ya no quería moverse mas por un rato. Que se vaya el avión. Que la suerte decida, se dijo. 

A veces los aviones también se caen, recordó esa frase de mala leche de uno de los amigos que se quedaban siempre en tierra. Por un momento esa idea lo animó a correr a la puerta. Y si esta vez, por una vez, sucediera algo nuevo? Pensó en ese probable avión cayendo en picada, desbaratándose contra todo lo seguro. Cierta ilusión pobló su pecho como un relámpago. Poco a poco dio un paso hacia adelante. La puerta 8 aun no se cerraba. 


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