Casi siempre suelo quejarme de que soy yo quien llega demasiado tarde a la vida de las personas que de una u otra forma termino amando. Me quejo amargamente sobre mi destino de no ser amada como creo merecerlo o de no darme cuenta a tiempo de que aquellas personas a quien vale la pena mantener a mi lado son precisamente aquellas a las que dejo ir.
Me es inevitable enamorarme/ilusionarme/apasionarme con personas que puedan impactarme con rasgos de su personalidad que rocen los míos y puedan hacerme sentir pequeña y con ganas de aprender de esos hombres o de protegerlos si es que me dejan hacerlo. Me quejo de lo que yo llamo su rechazo y me olvido que para todos aquellos con capacidad de amar, el rechazo es solo una moneda de cambio, en el juego del amor.
Porque habría que tener un corazón muy grande, o un cuerpo muy amplio para albergar a todos aquellos que son merecedores de nuestro afecto. Habría que ser algo promiscuo(a) para poder corresponder y entregarse a todos aquellos que tienen un corazón y un alma para ofrecerte. Habría que ser muy valiente para darse la oportunidad de probar y probar hasta que un día finalmente resulte y haya valido la pena todos los corazones rotos y todas las lágrimas derramadas en esa búsqueda de amor correspondido.
Pienso que el amor es comparable a un gran aeropuerto en el que todos permanecemos en sala de espera, algunos con impaciencia, otros con melancolía y desgano, la mayoría de nosotros con esa mezcla de miedo y placer que da el buscar su propio camino al cielo. Pienso que cada persona en nuestras vidas es un avión con destino diferente.
Aviones de distintas aerolíneas de los que admiramos su fuselaje, sus colores, su modernidad, la seguridad que irradian o simplemente el destino exótico que parece serles trazado.
Cada avión en un aeropuerto es diferente, así como cada hombre o mujer que se nos pone enfrente…así como cada persona que aparece en nuestra vida y que en el viaje de conocerse, por un breve momento nos logran hacer tocar el cielo.
Algunos de esos viajes son entrañables y tardara toda la vida el recordarlos sin nostalgia, algunos son viajes carnales en que el sexo es vivido hasta en sus mínimos detalles como una experiencia grata y evocadora; otros en cambio son tiernos, dulces…son vuelos que no duelen, vuelos entre hojas de poesía y música de canciones, son vuelos que rogamos sean eternos, pero que como todos deben acabarse… ningún vuelo es mejor que otro, son experiencias nada mas…unas de la mente, otras de la carne, que nos van enriqueciendo a medida que pasa el tiempo.
Hay vuelos suicidas o que parecen serlo…vuelos en donde hay turbulencia desde que los tomas hasta que te dejan y llegas mareado a tierra…vuelos que no conducen a nada y sin embargo mientras duran, puedes sentir que tocas las estrellas y que aun sin suelo firme, por un minuto ya no te sientes solo, que ese vértigo ha sido provechoso y que podrías volver a tomarlos aunque te cueste la vida el volver a hacerlo.
Cada destino que tomemos es nuestra propia decisión, no hay culpables, nadie nos fuerza a tomar el vuelo elegido y hay que disfrutarlo plenamente mientras dure, pero sin olvidar que inevitablemente todos los aviones vuelven a tierra y nosotros a una nueva sala de espera, talvez con el corazón algo mas desojado o reverdecido, pero volvemos a esa sala de espera donde las horas pasan a solas sin poder retenerlas en la memoria.
Una enorme sala de espera en donde todos los que nos creemos solitarios, nos vamos preguntando cuando dejaremos de volar, cuando dejara de ser un aeropuerto de idas y vueltas, de encuentros y despedidas…cuando será tan solo un destino, si ese próximo avión será el ultimo y si vendrá pronto o habrá que seguir viajando, ganando y perdiendo.
Siempre digo que yo llego demasiado tarde ¿pero es eso cierto? ¿Es llegar tarde o que simplemente no estaba en la lista de pasajeros de la aerolínea? Porque hay aviones que hay que dejar partir, con sus destinos exóticos y sus asientos de primera clase…sin sufrir por no haber sido invitado(a) a bordo…porque cada uno de nosotros tiene su propio destino trazado, su propia carta de viaje a la que no podemos ser infieles…cada uno tiene su forma propia de esperar el avión que nos devuelva a casa.
Yo amo y he amado a hombres con destino trazado, los he amado de lejos y algunas veces de cerca. Los he amado minutos, horas e incluso días…Mis vuelos con ellos han durado lo de una mariposa o lo de una vuelta al mundo…He amado a hombres que se sentían solos, a hombres que yo sentía infelices…a otros que yo sentía ya lo tenían todo, solo por el placer de oler de cerca a que huele o a que sabe un hombre con la vida feliz y resuelta…He amado de cerca y he amado de lejos, algunas veces lo he confesado, otras he intentado que lo adivinen ellos…no me arrepiento de amar de esta forma. He tenido que rechazar, así como me han rechazado, porque habría que tener un corazón enorme, un cuerpo en el que quepan todos o una piel de puta para amar a todos los que se lo merecen y no dañarlos mientras lo haces o que no te duela cuando se termina.
Yo estoy aun en sala de espera, miro a través de los ventanales un cielo iluminado que me reta a volver a surcarlo, no se quien me llamara esta vez, a quien llamare yo…Si el próximo será un vuelo suicida, o si debo seguir esperando…Tengo miedo ¿Quién no lo tiene?...pero confío en que en una de esas el vuelo reservado sea rumbo a casa, a alguna casa de donde ya no deba irme.
Casi siempre suelo quejarme de que soy yo quien llega demasiado tarde a la vida de las personas que de una u otra forma termino amando. Me quejo amargamente sobre mi destino de no ser amada como creo merecerlo o de no darme cuenta a tiempo de que aquellas personas a quien vale la pena mantener a mi lado son precisamente aquellas a las que dejo ir.
Me es inevitable enamorarme/ilusionarme/apasionarme con personas que puedan impactarme con rasgos de su personalidad que rocen los míos y puedan hacerme sentir pequeña y con ganas de aprender de esos hombres o de protegerlos si es que me dejan hacerlo. Me quejo de lo que yo llamo su rechazo y me olvido que para todos aquellos con capacidad de amar, el rechazo es solo una moneda de cambio, en el juego del amor.
Porque habría que tener un corazón muy grande, o un cuerpo muy amplio para albergar a todos aquellos que son merecedores de nuestro afecto. Habría que ser algo promiscuo(a) para poder corresponder y entregarse a todos aquellos que tienen un corazón y un alma para ofrecerte. Habría que ser muy valiente para darse la oportunidad de probar y probar hasta que un día finalmente resulte y haya valido la pena todos los corazones rotos y todas las lágrimas derramadas en esa búsqueda de amor correspondido.
Pienso que el amor es comparable a un gran aeropuerto en el que todos permanecemos en sala de espera, algunos con impaciencia, otros con melancolía y desgano, la mayoría de nosotros con esa mezcla de miedo y placer que da el buscar su propio camino al cielo. Pienso que cada persona en nuestras vidas es un avión con destino diferente.
Aviones de distintas aerolíneas de los que admiramos su fuselaje, sus colores, su modernidad, la seguridad que irradian o simplemente el destino exótico que parece serles trazado.
Cada avión en un aeropuerto es diferente, así como cada hombre o mujer que se nos pone enfrente…así como cada persona que aparece en nuestra vida y que en el viaje de conocerse, por un breve momento nos logran hacer tocar el cielo.
Algunos de esos viajes son entrañables y tardara toda la vida el recordarlos sin nostalgia, algunos son viajes carnales en que el sexo es vivido hasta en sus mínimos detalles como una experiencia grata y evocadora; otros en cambio son tiernos, dulces…son vuelos que no duelen, vuelos entre hojas de poesía y música de canciones, son vuelos que rogamos sean eternos, pero que como todos deben acabarse… ningún vuelo es mejor que otro, son experiencias nada mas…unas de la mente, otras de la carne, que nos van enriqueciendo a medida que pasa el tiempo.
Hay vuelos suicidas o que parecen serlo…vuelos en donde hay turbulencia desde que los tomas hasta que te dejan y llegas mareado a tierra…vuelos que no conducen a nada y sin embargo mientras duran, puedes sentir que tocas las estrellas y que aun sin suelo firme, por un minuto ya no te sientes solo, que ese vértigo ha sido provechoso y que podrías volver a tomarlos aunque te cueste la vida el volver a hacerlo.
Cada destino que tomemos es nuestra propia decisión, no hay culpables, nadie nos fuerza a tomar el vuelo elegido y hay que disfrutarlo plenamente mientras dure, pero sin olvidar que inevitablemente todos los aviones vuelven a tierra y nosotros a una nueva sala de espera, talvez con el corazón algo mas desojado o reverdecido, pero volvemos a esa sala de espera donde las horas pasan a solas sin poder retenerlas en la memoria.
Una enorme sala de espera en donde todos los que nos creemos solitarios, nos vamos preguntando cuando dejaremos de volar, cuando dejara de ser un aeropuerto de idas y vueltas, de encuentros y despedidas…cuando será tan solo un destino, si ese próximo avión será el ultimo y si vendrá pronto o habrá que seguir viajando, ganando y perdiendo.
Siempre digo que yo llego demasiado tarde ¿pero es eso cierto? ¿Es llegar tarde o que simplemente no estaba en la lista de pasajeros de la aerolínea? Porque hay aviones que hay que dejar partir, con sus destinos exóticos y sus asientos de primera clase…sin sufrir por no haber sido invitado(a) a bordo…porque cada uno de nosotros tiene su propio destino trazado, su propia carta de viaje a la que no podemos ser infieles…cada uno tiene su forma propia de esperar el avión que nos devuelva a casa.
Yo amo y he amado a hombres con destino trazado, los he amado de lejos y algunas veces de cerca. Los he amado minutos, horas e incluso días…Mis vuelos con ellos han durado lo de una mariposa o lo de una vuelta al mundo…He amado a hombres que se sentían solos, a hombres que yo sentía infelices…a otros que yo sentía ya lo tenían todo, solo por el placer de oler de cerca a que huele o a que sabe un hombre con la vida feliz y resuelta…He amado de cerca y he amado de lejos, algunas veces lo he confesado, otras he intentado que lo adivinen ellos…no me arrepiento de amar de esta forma. He tenido que rechazar, así como me han rechazado, porque habría que tener un corazón enorme, un cuerpo en el que quepan todos o una piel de puta para amar a todos los que se lo merecen y no dañarlos mientras lo haces o que no te duela cuando se termina.
Yo estoy aun en sala de espera, miro a través de los ventanales un cielo iluminado que me reta a volver a surcarlo, no se quien me llamara esta vez, a quien llamare yo…Si el próximo será un vuelo suicida, o si debo seguir esperando…Tengo miedo ¿Quién no lo tiene?...pero confío en que en una de esas el vuelo reservado sea rumbo a casa, a alguna casa de donde ya no deba irme.