sábado, noviembre 25, 2017

Poquita Cosa

Al final la felicidad era esto, dormir la siesta con el grito de las gallinas a lo lejos, afinar el oído en la madrugada y sentir que ladran los perros en casas de barrios lejanos y que el sueño es el mismo manto pesado bajo el que nos ocultamos todos cuando asoman las dudas y los monstruos.

Mi niñez vuelve a bajar las escaleras cuando vuelvo a casa, vuelve tras los mismos pasos y en busca de los olores y sonidos que aquí parecen no haber cambiado. No importa cuantos caminos ya anduve ni cuantos zapatos he cambiado, cuando vuelvo a casa soy de nuevo niña y sueño, creo y espero. No hay limite de tiempo aquí, aunque hay miedo siempre a que bruscamente la vida se termine, pero en ese sopor de la Primavera que se vuelve Verano y de los olores del vecino Diciembre, en la playa que se entibia al ocaso, yo siento que vuelvo, que sano y que puedo, quizá, solo quizá, soñar que esta vez no se acaba. Que la historia no se acaba para ninguno de sus protagonistas y que todos nosotros en la Tierra del Olvido tenemos una segunda oportunidad de llegar a conocernos.


La felicidad eran poquitas cosas, como la loza donde resbalarse a la salida de la iglesia, o el árbol de nísperos para robar cuando hubiera hambre. La felicidad siempre va de la mano de lo poco, es entonces cuando se ensancha el pecho y se siente toditita la vida.

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Otoño en Lima

Es lo primero que escribo luego de una larga temporada. No era mi intención hacerlo, pero el café y este cielo nublado son malos consejeros....