Apenas 10 segundos para escribir. ¿Qué son 10 segundos? dirás.
10 segundos son todo, quisera responderte, mientras el tren atraviesa la llanura de mi fantasía como un relámpago que lo ilumina todo y me abandona luego en la oscuridad absoluta de la duda.
El perfume del campo se queda fresco a mi alrededor y mientras recojo aquella flor de papel que se me cae del cabello, voy acercándome tenue, casi invisible para explicarte que se puede hacer en 10 segundos.
Un beso- musitas. Bah! Un beso no es importante y el traqueteo de mi palabra frena cualquier deseo que se te haya ocurrido. Los prados son azules ahora, la noche cae húmeda en diáfanas corrientes de estrellas, mientras escapo de tu beso.
¿qué es un beso?- interrogo en mi huida. Apenas si el boleto a alguna vana fantasía. Los he probado suaves, mentolados o amargos como el café negro. He probado besos de todos los sabores, de avellana, de cacao y de lúcuma. Fina crema que introduzco en mi lengua antes de sucumbir al deseo.
10 segundos- repites- ¿qué se hace con eso? Yo en 10 segundos invento una ciudad a oscuras de puentes colgantes y de luces que pestañean. La construyo de inmediato, cada flash en mi memoria es un disparo que vuelve la noche en día. Camino a prisa, por esa ciudad sin nombre, acaso buscándote, acaso queriendo escaparme. Mis pies escapan presurosos, mientras los jirones de mi vestido se van quedando en las ramas del bosque que nos separa.
Salgo yo de la llanura y tu te adentras en la ciudad. Salvaje como un animal que corre por su vida, voy detrás tuyo abandonando toda cordura. ¿Qué hace una mujer desnuda corriendo por la ciudad que duerme? Apenas si llevo flores en el cabello y las manos lastimadas de tanto trepar madreselvas.
10 segundos- me increpas- ¿Cómo te puedo asir en 10 segundos? De la forma en que lo logras siempre, susurro, mientras escapo a tu mirada con una sonrisa que se desvanece en el tiempo
De Paranoia, Soledad, Amor y otras cosas que perfuman a la mujer hasta hacerla apetecible, abominable y unica....por suerte.
domingo, julio 18, 2010
viernes, julio 16, 2010
Caminatas de viernes
Hola
Esto no será nada lindo, ni nada poético, ni nada de nada. Sólo que hoy me fui a caminar y mientras caminaba habían millones de ideas fluyendo por mi cabeza: Son así mis días con migraña, tremendamente dolorosos y creativos, podría pintar toda la ciudad, escribir todo lo que me venga en ganas, contarte todo lo que me da miedo contar. Así ha sido hoy.
No sé porqué seguí caminando si al cabo lo recomendable era descansar; pero hoy después de muchos días sintiéndome fea me volví a sentir bonita.
Tenías razón el azul es mi color.
Caminé, caminé, no se cuanto, óvalos, plazas, calles y callejuelas, todas las ciudades son las mismas cuando una empieza a caminar. Buenos Aires me lo caminé como entre sueños y Sao Paulo parecía no tener fin, llegaba con los pies adoloridos, no sólo las plantas como en los primeros días de cualquier caminata, sino que después de un mes caminando, lo que dolían eran las mas pequeñas articulaciones, cada una de ellas.
Y eso que iba con mis sandalias romanas, útiles en la lluvia como en el sol, con varias correitas de cuero, con la suela acolchada y anatómica.
Casi imposible que doliera nada.
Pero dolía, como hoy me duelen cada una de mis nervaduras, mi haz y mi envéz y así poco a poco lucho contra el marchitarme en una cama mullida o seguir caminando.
Quiero tanto irme. Irme a cualquier sitio, ¡qué bien me hace estar a pie en una ciudad motorizada, qué bien me hace no estar en casa, que bien me haces...!
Ayer comprendí que el bienestar que deseo no forma un eslabón con nada de lo que conozco, simplemente rompe la cadena, es nuevo, inimaginable, imposible de planear.
Eso me tranquiliza,
porque así descarto las 2 ó 3 opciones que siempre cargo en mi vida.
Siempre tengo un plan A, un B un C por si fallan las cosas y cuando no lo tengo...disvarío...sin embargo ayer he llegado a la conclusión, que no puedo planear nada de lo que vendrá, ni vislumbrar un poco de mi futuro, por lo tanto debe de dejar de mortificarme.
Tengo frío, quisiera acurrucarme en su regazo como yo en el suyo hace tiempo.
Quisiera sus dedos en mi sien, acariciando y enredandose entre mis cabellos, quisiera su aliento en mi cara, su voz en mi oído, su paz en mi pecho. Reclamo esa tibieza que antes fuera mía y también todo aquello que volvía la vida una poesía.
Reclamo para mí, las canciones, los versos, la palabra silente, toda aquella fantasía.
No me gusta el no esperar nada, el amor sin amor, la vana compañía. No me gusta la comida chatarra que engaña el estómago y te hace dormir indigesta y triste soñando con el plato deseado, el que haz debido dejar por estar tan llena de... NADA.
Quisiera volver a escribir sobre el amor, pero también la fantasía se ha muerto.
Quisiera hallar el hilo que forme mi madeja, tejer con él todos los cuentos, todas las historias que reposan entre mis dedos, las cosas que no puedo escribir porque ahora sintiéndome vieja me van pareciendo ridículas. Y la vejez no es edad querido mío, sino ese estado en que no se desea ya nada, no se espera nunca nada.
Hoy compré una caja de lápices de color, había paseado todo el centro comercial buscando ropa, zapatos, lencería y perfumes, pero al hallar esa tienda me embriagaron el olor de los lápices nuevos, de la plastilina y de las gomas frutadas. Poseída por la ambición de la infancia fui a comprarme todos esos lápices de colores que yo envidiaba cuando niña, entré decidida a engreirme, a rendirme.
Ahora estoy en casa y quisiera mostrártelos, como hablar contigo, como contarte que es lo que siento. Ni el té frutado, ni el café cargado alivianan la sensación de tu ausencia.
Me siento mareada, adormecida...mientras termino de leer tu carta, pequeña carta...
Oh, me duele tanto!
Tal vez debería buscar el sueño, pero dudo que pueda, mis horarios están cambiados y duermo en el día para escribir de noche.
Hoy es viernes, debería salir a tomar café y a sorber helados, pero tal vez es preferible que me quede en cama, hecha un pompón, no atreviéndome ni a llorar, ni a soñar, sino en ese estado quiescente de la gente que espera un milagro.
Casi sin respirar, contando cada latido mientras va cayendo la noche.
Esto no será nada lindo, ni nada poético, ni nada de nada. Sólo que hoy me fui a caminar y mientras caminaba habían millones de ideas fluyendo por mi cabeza: Son así mis días con migraña, tremendamente dolorosos y creativos, podría pintar toda la ciudad, escribir todo lo que me venga en ganas, contarte todo lo que me da miedo contar. Así ha sido hoy.
No sé porqué seguí caminando si al cabo lo recomendable era descansar; pero hoy después de muchos días sintiéndome fea me volví a sentir bonita.
Tenías razón el azul es mi color.
Caminé, caminé, no se cuanto, óvalos, plazas, calles y callejuelas, todas las ciudades son las mismas cuando una empieza a caminar. Buenos Aires me lo caminé como entre sueños y Sao Paulo parecía no tener fin, llegaba con los pies adoloridos, no sólo las plantas como en los primeros días de cualquier caminata, sino que después de un mes caminando, lo que dolían eran las mas pequeñas articulaciones, cada una de ellas.
Y eso que iba con mis sandalias romanas, útiles en la lluvia como en el sol, con varias correitas de cuero, con la suela acolchada y anatómica.
Casi imposible que doliera nada.
Pero dolía, como hoy me duelen cada una de mis nervaduras, mi haz y mi envéz y así poco a poco lucho contra el marchitarme en una cama mullida o seguir caminando.
Quiero tanto irme. Irme a cualquier sitio, ¡qué bien me hace estar a pie en una ciudad motorizada, qué bien me hace no estar en casa, que bien me haces...!
Ayer comprendí que el bienestar que deseo no forma un eslabón con nada de lo que conozco, simplemente rompe la cadena, es nuevo, inimaginable, imposible de planear.
Eso me tranquiliza,
porque así descarto las 2 ó 3 opciones que siempre cargo en mi vida.
Siempre tengo un plan A, un B un C por si fallan las cosas y cuando no lo tengo...disvarío...sin embargo ayer he llegado a la conclusión, que no puedo planear nada de lo que vendrá, ni vislumbrar un poco de mi futuro, por lo tanto debe de dejar de mortificarme.
Tengo frío, quisiera acurrucarme en su regazo como yo en el suyo hace tiempo.
Quisiera sus dedos en mi sien, acariciando y enredandose entre mis cabellos, quisiera su aliento en mi cara, su voz en mi oído, su paz en mi pecho. Reclamo esa tibieza que antes fuera mía y también todo aquello que volvía la vida una poesía.
Reclamo para mí, las canciones, los versos, la palabra silente, toda aquella fantasía.
No me gusta el no esperar nada, el amor sin amor, la vana compañía. No me gusta la comida chatarra que engaña el estómago y te hace dormir indigesta y triste soñando con el plato deseado, el que haz debido dejar por estar tan llena de... NADA.
Quisiera volver a escribir sobre el amor, pero también la fantasía se ha muerto.
Quisiera hallar el hilo que forme mi madeja, tejer con él todos los cuentos, todas las historias que reposan entre mis dedos, las cosas que no puedo escribir porque ahora sintiéndome vieja me van pareciendo ridículas. Y la vejez no es edad querido mío, sino ese estado en que no se desea ya nada, no se espera nunca nada.
Hoy compré una caja de lápices de color, había paseado todo el centro comercial buscando ropa, zapatos, lencería y perfumes, pero al hallar esa tienda me embriagaron el olor de los lápices nuevos, de la plastilina y de las gomas frutadas. Poseída por la ambición de la infancia fui a comprarme todos esos lápices de colores que yo envidiaba cuando niña, entré decidida a engreirme, a rendirme.
Ahora estoy en casa y quisiera mostrártelos, como hablar contigo, como contarte que es lo que siento. Ni el té frutado, ni el café cargado alivianan la sensación de tu ausencia.
Me siento mareada, adormecida...mientras termino de leer tu carta, pequeña carta...
Oh, me duele tanto!
Tal vez debería buscar el sueño, pero dudo que pueda, mis horarios están cambiados y duermo en el día para escribir de noche.
Hoy es viernes, debería salir a tomar café y a sorber helados, pero tal vez es preferible que me quede en cama, hecha un pompón, no atreviéndome ni a llorar, ni a soñar, sino en ese estado quiescente de la gente que espera un milagro.
Casi sin respirar, contando cada latido mientras va cayendo la noche.
jueves, julio 15, 2010
Charlas de Café: Los Juguetes
Hace mucho que no hablamos. Tal vez porque dejé le café por un tiempo y me acostumbré a los tés frutados. No sé si te gustan, así como no sé si te gustan las películas de ficción o si prefieres el suspenso.
Yo voy poco al cine y cuando voy ya no lloro, porque antes iba sola y me hundía en la butaca a disfrutar hasta la última letra, a enterarme el nombre del soundtrack o ver si hay alguien con nombre raro metido en el equipo de producción. Me pregunto cuando saldrá esa película en la que me agradecen la colaboración. ¿Me la agradecerán? Cuando me preguntaron mi nombre para ver como sería escrito, no sabía si decir el real o el de Laura Hammer, pero el gringo alto aquél a lo mejor se hubiera reido de mi atrevimiento. El Martillo se me quedón en la cartera mientras decía con voz temblorosa mi nombre y un sólo apellido.
No me apena el no llorar en el cine, pero en las últimas semanas lo único que hice fue leer las reseñas sobre Toy Story 3 y sobre las muchas personas alrededor del mundo a las que les había robado alguna lágrima. Yo estaba consternada porque fui a ver a la película a propósito de saber cuál era esa parte donde mi ex había llorado, pero que bah! Yo la mas sensible de todas las mujeres, no derramé una sóla lágrima.
Fue hasta semanas después que al preguntar aquí y allá resultó que la parte dramática del asunto, para el espectador promedio era aquella en la que el niño adulto se despide de sus juguetes, en su último juego en el jardín, pues al parecer ese acontecimeinto tocaba una fibra sensible de la vida de cualquier adulto actual.
Yo no lloré y ahora sé porqué. Tal vez porque yo nunca tuve una despedida real de mis juguetes preferidos y jamás dije adiós a la infancia aunque tal vez si a la inocencia. Un día me fui de casa a estudiar y pensé que siempre podría volver pero no fue cierto, apenas si algunos meses para las vacaciones, o unos fines de semana en que prefería ir a la playa que buscar entre las bolsas mohosas algunresto de las muñecas que tardé en vestir.
Yo me había ido sintiéndome niña y nunca fui conociente de que ya no lo era hasta hoy en que escribo y comprendo que ningun juguete de la niñez aguarda físicamente mi retorno. Yo no me despedí, porque pensé que no me había ido. Regrese como vuelven los fantasmas, sin la conciencia de que ya están muertos para todos. Así que mientras yo me seguí viendo niña, todos los demás ahora veían una joven mujer a la regresaba.
No iré al cine este fin de semana, me quedaré en casa mimándome un poco y disfrutando de las pequeñas licencias que da el volverse adulta, mientras en mi cama sueño, con que no me he ido, con que jamás crezco, con que en mi habitación esperan todos los juguetes que perdí, los pequeños secretos. Mi mundo fantástico al que solo vuelvo mientras duermo.
Nos tomamos otro?
Yo voy poco al cine y cuando voy ya no lloro, porque antes iba sola y me hundía en la butaca a disfrutar hasta la última letra, a enterarme el nombre del soundtrack o ver si hay alguien con nombre raro metido en el equipo de producción. Me pregunto cuando saldrá esa película en la que me agradecen la colaboración. ¿Me la agradecerán? Cuando me preguntaron mi nombre para ver como sería escrito, no sabía si decir el real o el de Laura Hammer, pero el gringo alto aquél a lo mejor se hubiera reido de mi atrevimiento. El Martillo se me quedón en la cartera mientras decía con voz temblorosa mi nombre y un sólo apellido.
No me apena el no llorar en el cine, pero en las últimas semanas lo único que hice fue leer las reseñas sobre Toy Story 3 y sobre las muchas personas alrededor del mundo a las que les había robado alguna lágrima. Yo estaba consternada porque fui a ver a la película a propósito de saber cuál era esa parte donde mi ex había llorado, pero que bah! Yo la mas sensible de todas las mujeres, no derramé una sóla lágrima.
Fue hasta semanas después que al preguntar aquí y allá resultó que la parte dramática del asunto, para el espectador promedio era aquella en la que el niño adulto se despide de sus juguetes, en su último juego en el jardín, pues al parecer ese acontecimeinto tocaba una fibra sensible de la vida de cualquier adulto actual.
Yo no lloré y ahora sé porqué. Tal vez porque yo nunca tuve una despedida real de mis juguetes preferidos y jamás dije adiós a la infancia aunque tal vez si a la inocencia. Un día me fui de casa a estudiar y pensé que siempre podría volver pero no fue cierto, apenas si algunos meses para las vacaciones, o unos fines de semana en que prefería ir a la playa que buscar entre las bolsas mohosas algunresto de las muñecas que tardé en vestir.
Yo me había ido sintiéndome niña y nunca fui conociente de que ya no lo era hasta hoy en que escribo y comprendo que ningun juguete de la niñez aguarda físicamente mi retorno. Yo no me despedí, porque pensé que no me había ido. Regrese como vuelven los fantasmas, sin la conciencia de que ya están muertos para todos. Así que mientras yo me seguí viendo niña, todos los demás ahora veían una joven mujer a la regresaba.
No iré al cine este fin de semana, me quedaré en casa mimándome un poco y disfrutando de las pequeñas licencias que da el volverse adulta, mientras en mi cama sueño, con que no me he ido, con que jamás crezco, con que en mi habitación esperan todos los juguetes que perdí, los pequeños secretos. Mi mundo fantástico al que solo vuelvo mientras duermo.
Nos tomamos otro?
martes, julio 13, 2010
Esta mañana
Los dìas a veces parecen mas largos de lo usual, saltas de la cama cuando aún es de noche, tomas el baño de agua caliente sólo porque te resistes a tocar el agua frìa o ponerte en contacto con cualquier superficie helada de la casa. El cafè te lo tomas de un tranco a ver si así despiertas y en algún punto de tu mente aun permaneces incrédula de estar en movimiento. Mientras que tus manos no se deciden si a maquillarte o a arreglar la cartera.
La cortina la abres, cuando el cielo da muestras de ese azul intenso que es herido por las luces mortecinas de los postes. Al fondo el mar, aún indeciso a revelar su color, así de temprano es.
Las ventanas de los vecinos del frente siempre iluminadas, incluso de madrugada, por fin lucen a oscuras y la calle es silente. Serena aun, antes que despierte el monstruo de la masa trabajadora, de las madres arrastrando de la mano a sus niños a esa prisión que es la escuela, de los tios saliendo en auto y piteando a la esposa desde afuera, de los microbuses, de la gente que grita, de los que trotan, de los que sacan a hacer orinar al perro, al gato, a cualquier mascota por la que vivan desmedidamente para simular que tienen en casa a alguien que los quiere.
La ciudad despierta y el pelo mojado me eriza la piel, talco, desodorante, crema para peinar, perfume, me vacìo todas las esencias para que las 24 horas restantes nada en mì hieda, ni me lastime el ego.
Crema, polvos, rimel, nunca a tiempo para el labial porque me alisto con una galleta entre los dientes y me voy preguntando ¿dónde diablos estará la ropa? Mientras la bata deja sentir esa hostil humedad de los restos del baño que hasta hace poco era tibia y agradable.
La mùsica resuena desde el salòn, la elecciòn de la canciòn me definirà el día, pero ultimamente ya no tengo nada novedoso; me envían canciones tristes y aùn no hallo nada que me guste como para despertar con fuerzas.
La radio no es una mala opciòn, pero la tv jamàs! jamàs amanecerè con las noticias, ni los policiales, ni la polìtica, ni el reporte del tràfico...extraño los dìas en que podìa pagar a medias el cable y asì despertar con algún canal de viajeros, entonces en la pantalla del tele aparecìan mares color turquesa, arenas blancas, flores exòticas, tragos coloridos que eran bebidos al lado de alguna piscina.
No hay gente más feliz que los que juegan a ser turistas, extraños en otra tierra, perdidos en otro rumbo, incluso si comen bolillos rellenos de carne y cafè en alguna esquina, como yo en Brasil, las veces que salìa tarde de casa, amedrentada por la lluvia asesina. Jamás fui tan feliz como en esas vacaciones, Brasil aguarda para mí con los viejos tesoros de su poesía sentida y sus canciones enamoradas.
Aquì jamàs llueve o lo que cae es una precipitaciòn sucia, pertinaz, que te humedece de la ropa hacia dentro, mojando hasta los mismo huesos entumecidos en cada coyuntura, enmohecièndose así el mismo interior de las ideas hasta corroer el alma.
El dìa casi ha despuntado, no es de colores suaves y agradables como en primavera o verano, es simplemente dìa y el azul se chorrea como una mala acuarela en el perfil de los edificios lejanos, sobre los àrboles, los postes que agonizan su luz que ya no sirve y deja los restos de ese azul en la vereda, en el asfalto mojado, en esa ciudad que amanece con la intención de comerme, desaparecerme.
El cabello va atado en una trenza al costado, los aretes elegidos seràn los mas pequeños, las uñas las mas cortas, la blusa la mas azul y la que mas quepa debajo del guardapolvo, la casaca mas grande y abrigadora, la bufanda que mas contraste, las botas que no decido si van por fuera o por dentro. La cartera, el celular y el llavero. Repaso una y otra vez esta operación pues siempre me olvido de alguno y llego al pànico cuando estoy en el ùltimo piso casi al frente de la calle, pues me doy cuenta que por enésima vez he olvidado el dinero.
Salgo corriendo y dejo la cama revuelta, las toallas hùmedas, el tocador hecho un lìo. El espejo escarchado de gotas de gel, agua y perfume. las pantuflas, los 3 pares de zapatos que he tardado en elegir antes de las botas, la ropa interior, las bufandas que no quedaban con el atuendo.
Salgo a prisa volando y el dìa ya està claro, no hay ninguna luz afuera que decore la fiesta que fue la noche. El mar por la ventana se ve taciturno, entre las quebradas que dejan los edificios cercanos a la costa. Cuantas veces he querido escaparme hacia él y no volver nunca.
Me voy, no quiero irme. Afuera hace frìo y la mùsica es mala, no cogì nada para leer camino al trabajo y tengo hambre. La sensación agradable del frío en el centro de la espalda surge como un frìo que eriza toda la columna dorsal hasta hacerte sentir viva; casi duele esa sensaciòn, la frescura del jabón gel y las mil cremas quedan en mì con su frescor mentolado surge en oleadas a pesar de las mil ropas con las que me he envuelto.
Oculta bajo mi capullo de lana, me siento tras la ventana y sueño. Cierro los ojos y espero. El carro se mueve lentamente, mientras va empezando mi dìa.
La cortina la abres, cuando el cielo da muestras de ese azul intenso que es herido por las luces mortecinas de los postes. Al fondo el mar, aún indeciso a revelar su color, así de temprano es.
Las ventanas de los vecinos del frente siempre iluminadas, incluso de madrugada, por fin lucen a oscuras y la calle es silente. Serena aun, antes que despierte el monstruo de la masa trabajadora, de las madres arrastrando de la mano a sus niños a esa prisión que es la escuela, de los tios saliendo en auto y piteando a la esposa desde afuera, de los microbuses, de la gente que grita, de los que trotan, de los que sacan a hacer orinar al perro, al gato, a cualquier mascota por la que vivan desmedidamente para simular que tienen en casa a alguien que los quiere.
La ciudad despierta y el pelo mojado me eriza la piel, talco, desodorante, crema para peinar, perfume, me vacìo todas las esencias para que las 24 horas restantes nada en mì hieda, ni me lastime el ego.
Crema, polvos, rimel, nunca a tiempo para el labial porque me alisto con una galleta entre los dientes y me voy preguntando ¿dónde diablos estará la ropa? Mientras la bata deja sentir esa hostil humedad de los restos del baño que hasta hace poco era tibia y agradable.
La mùsica resuena desde el salòn, la elecciòn de la canciòn me definirà el día, pero ultimamente ya no tengo nada novedoso; me envían canciones tristes y aùn no hallo nada que me guste como para despertar con fuerzas.
La radio no es una mala opciòn, pero la tv jamàs! jamàs amanecerè con las noticias, ni los policiales, ni la polìtica, ni el reporte del tràfico...extraño los dìas en que podìa pagar a medias el cable y asì despertar con algún canal de viajeros, entonces en la pantalla del tele aparecìan mares color turquesa, arenas blancas, flores exòticas, tragos coloridos que eran bebidos al lado de alguna piscina.
No hay gente más feliz que los que juegan a ser turistas, extraños en otra tierra, perdidos en otro rumbo, incluso si comen bolillos rellenos de carne y cafè en alguna esquina, como yo en Brasil, las veces que salìa tarde de casa, amedrentada por la lluvia asesina. Jamás fui tan feliz como en esas vacaciones, Brasil aguarda para mí con los viejos tesoros de su poesía sentida y sus canciones enamoradas.
Aquì jamàs llueve o lo que cae es una precipitaciòn sucia, pertinaz, que te humedece de la ropa hacia dentro, mojando hasta los mismo huesos entumecidos en cada coyuntura, enmohecièndose así el mismo interior de las ideas hasta corroer el alma.
El dìa casi ha despuntado, no es de colores suaves y agradables como en primavera o verano, es simplemente dìa y el azul se chorrea como una mala acuarela en el perfil de los edificios lejanos, sobre los àrboles, los postes que agonizan su luz que ya no sirve y deja los restos de ese azul en la vereda, en el asfalto mojado, en esa ciudad que amanece con la intención de comerme, desaparecerme.
El cabello va atado en una trenza al costado, los aretes elegidos seràn los mas pequeños, las uñas las mas cortas, la blusa la mas azul y la que mas quepa debajo del guardapolvo, la casaca mas grande y abrigadora, la bufanda que mas contraste, las botas que no decido si van por fuera o por dentro. La cartera, el celular y el llavero. Repaso una y otra vez esta operación pues siempre me olvido de alguno y llego al pànico cuando estoy en el ùltimo piso casi al frente de la calle, pues me doy cuenta que por enésima vez he olvidado el dinero.
Salgo corriendo y dejo la cama revuelta, las toallas hùmedas, el tocador hecho un lìo. El espejo escarchado de gotas de gel, agua y perfume. las pantuflas, los 3 pares de zapatos que he tardado en elegir antes de las botas, la ropa interior, las bufandas que no quedaban con el atuendo.
Salgo a prisa volando y el dìa ya està claro, no hay ninguna luz afuera que decore la fiesta que fue la noche. El mar por la ventana se ve taciturno, entre las quebradas que dejan los edificios cercanos a la costa. Cuantas veces he querido escaparme hacia él y no volver nunca.
Me voy, no quiero irme. Afuera hace frìo y la mùsica es mala, no cogì nada para leer camino al trabajo y tengo hambre. La sensación agradable del frío en el centro de la espalda surge como un frìo que eriza toda la columna dorsal hasta hacerte sentir viva; casi duele esa sensaciòn, la frescura del jabón gel y las mil cremas quedan en mì con su frescor mentolado surge en oleadas a pesar de las mil ropas con las que me he envuelto.
Oculta bajo mi capullo de lana, me siento tras la ventana y sueño. Cierro los ojos y espero. El carro se mueve lentamente, mientras va empezando mi dìa.
jueves, julio 08, 2010
Me aguanto todas las cosas que tengo por contarle, sólo porque no deseo escribirle una carta triste. ¿qué sé yo del mundo al fin y al cabo?
Los copos de nieve caen pesadamente en mi recuerdo volviendo blanca cualquier nostalgia. Mi invierno es crudo, pero taciturno, miles de mañanas grises envuelta en ropa de cama, hilando y volviendo a deshacer esas historias que no te he contado.
Me quedo en casa y finjo que no hay escaleras para bajar de mi castillo. He soñado esta noche mas de lo que debería, tiras largas de amor y pesadillas. Gente extraña rondando a la orilla de mis fantasías ¿Qué es la realidad cuándo paso la mayor parte del tiempo dormida?
Me aguanto escribirte una carta porque no sabría de que contarte, ya sabes de las quejas sobre mis vanos amigas, sobre la ausencia de amor, sobre mis migrañas. Ver películas eróticas ha acrescentado en mí el deseo de volverme esbelta y siempre dura por fuera, aunque no lo logre ya por dentro. Y jamás te contaría de los problemas menores, las cuentas, la hipoteca, los pagos. El hecho que no me haga bien el sexo, que no me haga bien ya nada. Cuanto necesitaría ser necesitada y cuanto bien me haría, no tener que escribirte.
Nuestra amistad es larga y lleva muchos años, pero a veces sólo quisiera que me des un abrazo entre esos dedos amarillos y me acunes hasta que tenga fuerzas para salir al ruedo de nuevo, para fingir que soy mas de lo que digo. Que SOY solamente, tu sabes como es eso.
Los copos de nieve caen pesadamente en mi recuerdo volviendo blanca cualquier nostalgia. Mi invierno es crudo, pero taciturno, miles de mañanas grises envuelta en ropa de cama, hilando y volviendo a deshacer esas historias que no te he contado.
Me quedo en casa y finjo que no hay escaleras para bajar de mi castillo. He soñado esta noche mas de lo que debería, tiras largas de amor y pesadillas. Gente extraña rondando a la orilla de mis fantasías ¿Qué es la realidad cuándo paso la mayor parte del tiempo dormida?
Me aguanto escribirte una carta porque no sabría de que contarte, ya sabes de las quejas sobre mis vanos amigas, sobre la ausencia de amor, sobre mis migrañas. Ver películas eróticas ha acrescentado en mí el deseo de volverme esbelta y siempre dura por fuera, aunque no lo logre ya por dentro. Y jamás te contaría de los problemas menores, las cuentas, la hipoteca, los pagos. El hecho que no me haga bien el sexo, que no me haga bien ya nada. Cuanto necesitaría ser necesitada y cuanto bien me haría, no tener que escribirte.
Nuestra amistad es larga y lleva muchos años, pero a veces sólo quisiera que me des un abrazo entre esos dedos amarillos y me acunes hasta que tenga fuerzas para salir al ruedo de nuevo, para fingir que soy mas de lo que digo. Que SOY solamente, tu sabes como es eso.
miércoles, julio 07, 2010
Lo que escribí ayer
Ella volvió a casa arrastrando los pies - y cuando hablo de ella es que hablo de mí por si no lo haz notado- haciendo aquel ruido intencional en la calle vacía, pero nadie volteó siquiera a mirarla.
Ella iba queriendo llorar, pero ni una sóla lágrima asomó a sus ojos. Hace mucho que no lloraba.
Debe ser la vejez- pensó- debe ser que de viejos ya hemos desaguado tanto las penas que ni las lágrimas vienen en nuestro socorro. Porque llorar era la única forma de zafarse que tenía de aquello que la hostigaba tanto, a veces el sexo o la escritura, pero los dos últimos habíanse vuelto placeres tan elaborados y de tantos requisitos, que prefería pagar al cash con un par de lágrimas el precio de su melancolía.
Era una tarde triste que duda cabe. De pronto se dio cuenta que había pasado ya muchas tardes como esa en su vida, tardes en el total desamparo, mirando sin mirar a las personas, viviendo sin vivir en este mundo, flotando en medio de la gente envuelta en esa pena gris y húmeda que borroneaba todo huella de lo tangible.
Podía recordarse a si misma yendo por varias calles similares, en varios sitios similares, vagando sin rumbo casi a punto de pedir auxilio. Nunca hablaba, ¿para que hablar? El drama se vivía mejor por dentro; sin murmurar siquiera, sin explicarle a nadie las razones de su dolor mas profundo, de su lucha interna para salir a flote, de sus millones de elucubraciones sobre que le deparaba el futuro o si es que había algún futuro.
Hay veces que deseo encontrar a mi madre en una esquina cualquiera. Es decir cruzarme con ella como un transeúnte mas y al reconocerla tirarme en sus brazos y pedirle que me despierte de esta pesadilla, pues ya no puedo mas con estos largos silencios en que me hago la fuerte. Pedirle como si fuera niña que me solucione de un soplo los problemas o que halle a alguien que lo haga, porque a veces no puedo. No puede.
Ella es quien no puede.
La calle se va volviendo de plastilina y miles de brillos van desdibujando las cosas hasta perderla dentro de sí. De pronto ella se siente una mancha oscura en el paisaje colorido, un punto ciego de enorme vacío, su corazón es la extraña puerta a una dimensión sin límites de gente esperando en silencio. Fantasmas callados que apenas levantan la mirada a su paso. Está en el umbral de la melancolía.
El viaje a casa se va haciendo largo y fatigoso, clama por una lágrima que la despierte, pero no hay nada. La edad le ha dado la experiencia para ahogar rabias y penas por igual en ese pozo oscuro que es la inconsciencia. ¡Que vago parece todo ahora! la irrealidad se apodera de ella, el viaje a casa podría tardar horas, la vereda es kilométrica y ella se siente tan, tan cansada, que podría dejarse caer en cualquier parte, pues su cuerpo ha dejado de pertenecerle, es apenas un disfraz doloroso que no le calza bien.
Está a punto de desvanecerse, de hacerse nada. Ella y la melancolía son una sola esencia ahora. Nada importa, podría dejarse morir. ¿a quién le importaría? El universo es una llanura amplia de gente que camina en la búsqueda de la muerte. Los ve caminar en grupos, sin que ellos la vean. Desarropados, carentes de toda emoción, grises como ella. Su aspecto es gris y oscuro como el de todos los otros, de pronto y sin darse cuenta sus dedos tropiezan con una colorida bolsa de gomitas que brilla dentro de su abrigo con una luz infantil. ¿puede ese pequeño objeto devolverle un rasgo de placer a la vida?
Observa la pequeña bolsa los colores, en ese mundo gris en el que se mueve ahora ¿qué podría ser mas extraño que una bolsa de caramelos? Se los mete todos de un golpe en la boca, como si fueran la medicina que le va a devolver el gusto a la realidad, pero no pasa nada. Su lengua a dejado de sentir sabores, texturas. Se acaba de dar cuenta: Ya es adulta y está muriendo.
Se dirige flotando hacia el ascensor sin saludar a nadie, siente tanta agonía que teme por la apariencia de su rostro derretido de rímel y labial, envejecido por la falta de fé. Entra con los ojos cerrados pero una vez dentro se observa repetida en todos los espejos, su cara sigue siendo la misma y el cabello desacomodado rodea la cara de una persona menor, que tal vez podría ser su hija o su nieta. Ni siquiera lleva maquillaje.
Abre la boca, grande como para buscar el alma que ha perdido. Solo las iridiscentes gomitas brillan sobre su lengua oscura. No puede dejar de mirarlas, tiene pequeños osos descuartizados diluyéndose en colores neón entre los dientes. Por un momento su destino siniestro ha desaparecido.
Que frágiles somos todos, piensa. Que frágil es también la dulzura.
La puerta del ascensor se abre y ahí está ella, repleta de realidad ahora, con la llave en la mano buscando su propia casa. Su castillo como lo llama, la albergará por unas horas de la persecución del mundo. Diez pisos abajo oscura y sin piedad la calle, la observa paciente esperando con su tristeza volver a devorarla.
Ella iba queriendo llorar, pero ni una sóla lágrima asomó a sus ojos. Hace mucho que no lloraba.
Debe ser la vejez- pensó- debe ser que de viejos ya hemos desaguado tanto las penas que ni las lágrimas vienen en nuestro socorro. Porque llorar era la única forma de zafarse que tenía de aquello que la hostigaba tanto, a veces el sexo o la escritura, pero los dos últimos habíanse vuelto placeres tan elaborados y de tantos requisitos, que prefería pagar al cash con un par de lágrimas el precio de su melancolía.
Era una tarde triste que duda cabe. De pronto se dio cuenta que había pasado ya muchas tardes como esa en su vida, tardes en el total desamparo, mirando sin mirar a las personas, viviendo sin vivir en este mundo, flotando en medio de la gente envuelta en esa pena gris y húmeda que borroneaba todo huella de lo tangible.
Podía recordarse a si misma yendo por varias calles similares, en varios sitios similares, vagando sin rumbo casi a punto de pedir auxilio. Nunca hablaba, ¿para que hablar? El drama se vivía mejor por dentro; sin murmurar siquiera, sin explicarle a nadie las razones de su dolor mas profundo, de su lucha interna para salir a flote, de sus millones de elucubraciones sobre que le deparaba el futuro o si es que había algún futuro.
Hay veces que deseo encontrar a mi madre en una esquina cualquiera. Es decir cruzarme con ella como un transeúnte mas y al reconocerla tirarme en sus brazos y pedirle que me despierte de esta pesadilla, pues ya no puedo mas con estos largos silencios en que me hago la fuerte. Pedirle como si fuera niña que me solucione de un soplo los problemas o que halle a alguien que lo haga, porque a veces no puedo. No puede.
Ella es quien no puede.
La calle se va volviendo de plastilina y miles de brillos van desdibujando las cosas hasta perderla dentro de sí. De pronto ella se siente una mancha oscura en el paisaje colorido, un punto ciego de enorme vacío, su corazón es la extraña puerta a una dimensión sin límites de gente esperando en silencio. Fantasmas callados que apenas levantan la mirada a su paso. Está en el umbral de la melancolía.
El viaje a casa se va haciendo largo y fatigoso, clama por una lágrima que la despierte, pero no hay nada. La edad le ha dado la experiencia para ahogar rabias y penas por igual en ese pozo oscuro que es la inconsciencia. ¡Que vago parece todo ahora! la irrealidad se apodera de ella, el viaje a casa podría tardar horas, la vereda es kilométrica y ella se siente tan, tan cansada, que podría dejarse caer en cualquier parte, pues su cuerpo ha dejado de pertenecerle, es apenas un disfraz doloroso que no le calza bien.
Está a punto de desvanecerse, de hacerse nada. Ella y la melancolía son una sola esencia ahora. Nada importa, podría dejarse morir. ¿a quién le importaría? El universo es una llanura amplia de gente que camina en la búsqueda de la muerte. Los ve caminar en grupos, sin que ellos la vean. Desarropados, carentes de toda emoción, grises como ella. Su aspecto es gris y oscuro como el de todos los otros, de pronto y sin darse cuenta sus dedos tropiezan con una colorida bolsa de gomitas que brilla dentro de su abrigo con una luz infantil. ¿puede ese pequeño objeto devolverle un rasgo de placer a la vida?
Observa la pequeña bolsa los colores, en ese mundo gris en el que se mueve ahora ¿qué podría ser mas extraño que una bolsa de caramelos? Se los mete todos de un golpe en la boca, como si fueran la medicina que le va a devolver el gusto a la realidad, pero no pasa nada. Su lengua a dejado de sentir sabores, texturas. Se acaba de dar cuenta: Ya es adulta y está muriendo.
Se dirige flotando hacia el ascensor sin saludar a nadie, siente tanta agonía que teme por la apariencia de su rostro derretido de rímel y labial, envejecido por la falta de fé. Entra con los ojos cerrados pero una vez dentro se observa repetida en todos los espejos, su cara sigue siendo la misma y el cabello desacomodado rodea la cara de una persona menor, que tal vez podría ser su hija o su nieta. Ni siquiera lleva maquillaje.
Abre la boca, grande como para buscar el alma que ha perdido. Solo las iridiscentes gomitas brillan sobre su lengua oscura. No puede dejar de mirarlas, tiene pequeños osos descuartizados diluyéndose en colores neón entre los dientes. Por un momento su destino siniestro ha desaparecido.
Que frágiles somos todos, piensa. Que frágil es también la dulzura.
La puerta del ascensor se abre y ahí está ella, repleta de realidad ahora, con la llave en la mano buscando su propia casa. Su castillo como lo llama, la albergará por unas horas de la persecución del mundo. Diez pisos abajo oscura y sin piedad la calle, la observa paciente esperando con su tristeza volver a devorarla.
lunes, julio 05, 2010
domingo, julio 04, 2010
A los Vanos Amigos
No les pido que me entiendan, ni que asientan con la cabeza si les digo que he soñado. No les pido la conmiseración de sus ojos cuando hablo de vivir sola. Ni solicito su permiso para creer en el amor. Solo les escribo cartas que jamás enviaré, para que al acabar estos cafés con ustedes que tanto daño me hacen, me perdone un poco tener el amigos tan poco amigos, que les deba ocultar siempre quien realmente soy.
No escribo hoy porque me duela un hueso, o un órgano en especial, tampoco por una pena desmedida, porque quiera que se lleven un poco mío a la cama y lo saboreen de a pocos como una oración. Yo no escribo para ustedes, mis vanos amigos, pero he aprendido a escribir para aquellos los que nunca me ven.
Tuve a alguien que decía solo palabras de aliento y a alguien más que insistía en llevarme a la cama al terminarme de leer. Otro tonto prometiendo amor y alguien más insultándome vía e mail. El tiempo va pasando y escribo para los personajes de los que jamás contaré en las reuniones de trabajo, de los que jamás podré ufanarme como amigos, porque en la vida real jamás lo fueron. Mi ejército de fantasmas personales se apila en la puerta del armario que me hace huir de casa.
Yo no escribo para ustedes, pero a veces tal vez sí.
Tuve una amiga cuyas lágrimas se cuajaban como gotas de miel alrededor de sus ojos claros y un amigo al que no llegué a abrazar. Tuve una playa en donde jamás caía la noche y un camino de curvas veloces que me alejaba del hogar. Tuve esas cosas que si te explicara porque son importantes en mi vida te echarías a reír, como esta noche en la que me preguntas porque me gusta tanto Millás y yo no sé que carajo contestarte, pues yo no entendería ni tus ansias de vida coheliana ni tus letras de Lady Gagá.
Yo nací vieja, no porque me gustara, sino porque no supe aprender a jugar y fui llevando en serio todas las cosas de las que te mofabas mientras crecías. Yo me tomé tan en serio el amor, que lo sufrí como en tus novelas rosa, mientras amordazaba mis deseos sexuales con la mantilla de otra latitud.
Yo no me fui haciendo cínica porque quisiera, me lo enseñaste tu. Mientras crecía las mentiras de mi generación me enseñaron a callar las cosas de las que podía estar orgullosa y a gritar en do- re- mi aquellas que necesitara ocultar. ¿Por qué cuando fuimos mas sinceros que cantando bajo la voz de otros?
Un buen día mi color cambió y algo en mi voz también, pero creo que no se dieron cuenta ni mi familia ni nadie alrededor, simplemente ocurrió. Y la ciudad y mis vanos amigos adoptaron el color gris de lo que ya se cuela por el drenaje sin pena ni gloria. Quisiera decirles que sigo siendo la esclava, pero me resulta mas corto el hacerles creer que yo también busco la libertad y quejarme de la polución, del fin del mundo, de lo bajo que son los sueldos y de la falta de amor.
Me resulta mas corto colarme en su mundo y luego partir al mío, mientras cierro los ojos, mientras me hablan, mientras suena la música y hacen ruido sorbiendo el café. Porque cuando eso pasa, cuando me aparto, no es por snob, es solo asi que cierro la cremallera de aquel mundo suyo que no me gusta compartir, que me hace morir segundo a segundo a falta de fé.
No les pido que me entiendan, ni que me regalen chocolates, yo no escribo para la gente que dejó de darme explicaciones y evadió mis millones de por qués.
No escribo hoy porque me duela un hueso, o un órgano en especial, tampoco por una pena desmedida, porque quiera que se lleven un poco mío a la cama y lo saboreen de a pocos como una oración. Yo no escribo para ustedes, mis vanos amigos, pero he aprendido a escribir para aquellos los que nunca me ven.
Tuve a alguien que decía solo palabras de aliento y a alguien más que insistía en llevarme a la cama al terminarme de leer. Otro tonto prometiendo amor y alguien más insultándome vía e mail. El tiempo va pasando y escribo para los personajes de los que jamás contaré en las reuniones de trabajo, de los que jamás podré ufanarme como amigos, porque en la vida real jamás lo fueron. Mi ejército de fantasmas personales se apila en la puerta del armario que me hace huir de casa.
Yo no escribo para ustedes, pero a veces tal vez sí.
Tuve una amiga cuyas lágrimas se cuajaban como gotas de miel alrededor de sus ojos claros y un amigo al que no llegué a abrazar. Tuve una playa en donde jamás caía la noche y un camino de curvas veloces que me alejaba del hogar. Tuve esas cosas que si te explicara porque son importantes en mi vida te echarías a reír, como esta noche en la que me preguntas porque me gusta tanto Millás y yo no sé que carajo contestarte, pues yo no entendería ni tus ansias de vida coheliana ni tus letras de Lady Gagá.
Yo nací vieja, no porque me gustara, sino porque no supe aprender a jugar y fui llevando en serio todas las cosas de las que te mofabas mientras crecías. Yo me tomé tan en serio el amor, que lo sufrí como en tus novelas rosa, mientras amordazaba mis deseos sexuales con la mantilla de otra latitud.
Yo no me fui haciendo cínica porque quisiera, me lo enseñaste tu. Mientras crecía las mentiras de mi generación me enseñaron a callar las cosas de las que podía estar orgullosa y a gritar en do- re- mi aquellas que necesitara ocultar. ¿Por qué cuando fuimos mas sinceros que cantando bajo la voz de otros?
Un buen día mi color cambió y algo en mi voz también, pero creo que no se dieron cuenta ni mi familia ni nadie alrededor, simplemente ocurrió. Y la ciudad y mis vanos amigos adoptaron el color gris de lo que ya se cuela por el drenaje sin pena ni gloria. Quisiera decirles que sigo siendo la esclava, pero me resulta mas corto el hacerles creer que yo también busco la libertad y quejarme de la polución, del fin del mundo, de lo bajo que son los sueldos y de la falta de amor.
Me resulta mas corto colarme en su mundo y luego partir al mío, mientras cierro los ojos, mientras me hablan, mientras suena la música y hacen ruido sorbiendo el café. Porque cuando eso pasa, cuando me aparto, no es por snob, es solo asi que cierro la cremallera de aquel mundo suyo que no me gusta compartir, que me hace morir segundo a segundo a falta de fé.
No les pido que me entiendan, ni que me regalen chocolates, yo no escribo para la gente que dejó de darme explicaciones y evadió mis millones de por qués.
A los Vanos Amigos
No les pido que me entiendan, ni que asientan con la cabeza si les digo que he soñado. No les pido la conmiseración de sus ojos cuando hablo de vivir sola. Ni solicito su permiso para creer en el amor. Solo les escribo cartas que jamás enviaré, para que al acabar estos cafés con ustedes que tanto daño me hacen, me perdone un poco tener el amigos tan poco amigos, que les deba ocultar siempre quien realmente soy.
No escribo hoy porque me duela un hueso, o un órgano en especial, tampoco por una pena desmedida, porque quiera que se lleven un poco mío a la cama y lo saboreen de a pocos como una oración. Yo no escribo para ustedes, mis vanos amigos, pero he aprendido a escribir para aquellos los que nunca me ven.
Tuve a alguien que decía solo palabras de aliento y a alguien más que insistía en llevarme a la cama al terminarme de leer. Otro tonto prometiendo amor y alguien más insultándome vía e mail. El tiempo va pasando y escribo para los personajes de los que jamás contaré en las reuniones de trabajo, de los que jamás podré ufanarme como amigos, porque en la vida real jamás lo fueron. Mi ejército de fantasmas personales se apila en la puerta del armario que me hace huir de casa.
Yo no escribo para ustedes, pero a veces tal vez sí.
Tuve una amiga cuyas lágrimas se cuajaban como gotas de miel alrededor de sus ojos claros y un amigo al que no llegué a abrazar. Tuve una playa en donde jamás caía la noche y un camino de curvas veloces que me alejaba del hogar. Tuve esas cosas que si te explicara porque son importantes en mi vida te echarías a reír, como esta noche en la que me preguntas porque me gusta tanto Millás y yo no sé que carajo contestarte, pues yo no entendería ni tus ansias de vida coheliana ni tus letras de Lady Gagá.
Yo nací vieja, no porque me gustara, sino porque no supe aprender a jugar y fui llevando en serio todas las cosas de las que te mofabas mientras crecías. Yo me tomé tan en serio el amor, que lo sufrí como en tus novelas rosa, mientras amordazaba mis deseos sexuales con la mantilla de otra latitud.
Yo no me fui haciendo cínica porque quisiera, me lo enseñaste tu. Mientras crecía las mentiras de mi generación me enseñaron a callar las cosas de las que podía estar orgullosa y a gritar en do- re- mi aquellas que necesitara ocultar. ¿Por qué cuando fuimos mas sinceros que cantando bajo la voz de otros?
Un buen día mi color cambió y algo en mi voz también, pero creo que no se dieron cuenta ni mi familia ni nadie alrededor, simplemente ocurrió. Y la ciudad y mis vanos amigos adoptaron el color gris de lo que ya se cuela por el drenaje sin pena ni gloria. Quisiera decirles que sigo siendo la esclava, pero me resulta mas corto el hacerles creer que yo también busco la libertad y quejarme de la polución, del fin del mundo, de lo bajo que son los sueldos y de la falta de amor.
Me resulta mas corto colarme en su mundo y luego partir al mío, mientras cierro los ojos, mientras me hablan, mientras suena la música y hacen ruido sorbiendo el café. Porque cuando eso pasa, cuando me aparto, no es por snob, es solo asi que cierro la cremallera de aquel mundo suyo que no me gusta compartir, que me hace morir segundo a segundo a falta de fé.
No les pido que me entiendan, ni que me regalen chocolates, yo no escribo para la gente que dejó de darme explicaciones y evadió mis millones de por qués.
No escribo hoy porque me duela un hueso, o un órgano en especial, tampoco por una pena desmedida, porque quiera que se lleven un poco mío a la cama y lo saboreen de a pocos como una oración. Yo no escribo para ustedes, mis vanos amigos, pero he aprendido a escribir para aquellos los que nunca me ven.
Tuve a alguien que decía solo palabras de aliento y a alguien más que insistía en llevarme a la cama al terminarme de leer. Otro tonto prometiendo amor y alguien más insultándome vía e mail. El tiempo va pasando y escribo para los personajes de los que jamás contaré en las reuniones de trabajo, de los que jamás podré ufanarme como amigos, porque en la vida real jamás lo fueron. Mi ejército de fantasmas personales se apila en la puerta del armario que me hace huir de casa.
Yo no escribo para ustedes, pero a veces tal vez sí.
Tuve una amiga cuyas lágrimas se cuajaban como gotas de miel alrededor de sus ojos claros y un amigo al que no llegué a abrazar. Tuve una playa en donde jamás caía la noche y un camino de curvas veloces que me alejaba del hogar. Tuve esas cosas que si te explicara porque son importantes en mi vida te echarías a reír, como esta noche en la que me preguntas porque me gusta tanto Millás y yo no sé que carajo contestarte, pues yo no entendería ni tus ansias de vida coheliana ni tus letras de Lady Gagá.
Yo nací vieja, no porque me gustara, sino porque no supe aprender a jugar y fui llevando en serio todas las cosas de las que te mofabas mientras crecías. Yo me tomé tan en serio el amor, que lo sufrí como en tus novelas rosa, mientras amordazaba mis deseos sexuales con la mantilla de otra latitud.
Yo no me fui haciendo cínica porque quisiera, me lo enseñaste tu. Mientras crecía las mentiras de mi generación me enseñaron a callar las cosas de las que podía estar orgullosa y a gritar en do- re- mi aquellas que necesitara ocultar. ¿Por qué cuando fuimos mas sinceros que cantando bajo la voz de otros?
Un buen día mi color cambió y algo en mi voz también, pero creo que no se dieron cuenta ni mi familia ni nadie alrededor, simplemente ocurrió. Y la ciudad y mis vanos amigos adoptaron el color gris de lo que ya se cuela por el drenaje sin pena ni gloria. Quisiera decirles que sigo siendo la esclava, pero me resulta mas corto el hacerles creer que yo también busco la libertad y quejarme de la polución, del fin del mundo, de lo bajo que son los sueldos y de la falta de amor.
Me resulta mas corto colarme en su mundo y luego partir al mío, mientras cierro los ojos, mientras me hablan, mientras suena la música y hacen ruido sorbiendo el café. Porque cuando eso pasa, cuando me aparto, no es por snob, es solo asi que cierro la cremallera de aquel mundo suyo que no me gusta compartir, que me hace morir segundo a segundo a falta de fé.
No les pido que me entiendan, ni que me regalen chocolates, yo no escribo para la gente que dejó de darme explicaciones y evadió mis millones de por qués.
jueves, julio 01, 2010
Empezando Julio
Estaba esperando una excusa pra volver a escribir, pero no apareción ninguna. O peor aún, tenía demasiadas y cualquier cosa que escribiera iba a sonar tan patético en mi cabeza, que sonaría en mil ecos de : TE LO DIJE
Y es que me lo he repetido ya muchas veces: No vale la pena soñar, peor en este mundo donde todo es pagado lo único que resulta placentero y gratis es elucubrar cosas a las espaldas del mundo. Porque vamos, se me echó a perder un proyecto que no le conté a nadie, pero igual, que desolador es perder incluso si nadie nos mira. Perder y sentirse perdido y no saber a donde apuntar luego, caerte y al levantar la cabeza sentirte tan mareado que sería mas agradable seguir en el piso.
Me han preguntado esta semana si seguía escribiendo. He dicho que no. Porque a veces siento que ya no puedo ni leerme, porque leerme es oirme y ser conciente de las cosas que me pasan y a vecs solo quisiera, como todos, olvidar que existo. Atiborrarme de cosas del hospital, de fiestas con los amigos, de conversaciones con mi familia, para no tener que escucharme. Para olvidar las cosas que segundo a segundo marcan el paso de lo que viene y lo que viene ya no me gusta.
De pronto comienzo a ver las cosas como adulto, todo en su real y miserable dimensión y no me agrada. Que lindo es mi nuevo departamento, mas me asfixio de solo pensarq ue viviré ahí por lo menos una década completa. Que genial es que puedan contratarme indeterminadamente en el hospital, pero que desolador suena eso de indeterminado. Que ideal que por fin pueda compartir mis horas libres con alguien que se preocupa por mi y que...ay! que digo...Todo parece estar en una posición forzada a aparentar equilibrio, parezco guardar la respiración en ese segundo eterno antes que la casa de naipes se desbarate.
Aguardo catatónica, a punto de la desesperación, porque desearía que haya algo que de sentido a todas las cosas que obtengo y que de brillo a todas las cosas que quiero. Pero no hay. Siento que acumulo hojas, millones de hojas escritas, que no engranan en ninguna parte, que no tienen numeración para conectarlas. Siento tantas cosas insanas, que es mejor nos eguir escribiendo.
Hoy quería decir, que me gustaría volver a tener la ilusión de que me amen o de estar enamorada, pero eso a los 30 años suena tan ridículo e inútil que como espectador me pregunto, si algo no se estará pudriendo bajo esa vida suculenta que nos prometieron cuando chicos, si acaso no hay algo mal en todo esto, porque por mas que avance, por mas que corra, que salte, que trepe...siempre seré infeliz por no saber volar o por no haberme atrevido a ello.
Me apena seguir escribiendo sobre lo mismo, peor tal vez deberías leerlo para que no sea tan pesado cargar con esto sola. Solo quería expectorar de mí tanta apatía, tanto desgano, yo que sé, sólo quería hablarte hoy día en que ni siquiera la muerte ofrece esperanzas de serenidad.
Y es que me lo he repetido ya muchas veces: No vale la pena soñar, peor en este mundo donde todo es pagado lo único que resulta placentero y gratis es elucubrar cosas a las espaldas del mundo. Porque vamos, se me echó a perder un proyecto que no le conté a nadie, pero igual, que desolador es perder incluso si nadie nos mira. Perder y sentirse perdido y no saber a donde apuntar luego, caerte y al levantar la cabeza sentirte tan mareado que sería mas agradable seguir en el piso.
Me han preguntado esta semana si seguía escribiendo. He dicho que no. Porque a veces siento que ya no puedo ni leerme, porque leerme es oirme y ser conciente de las cosas que me pasan y a vecs solo quisiera, como todos, olvidar que existo. Atiborrarme de cosas del hospital, de fiestas con los amigos, de conversaciones con mi familia, para no tener que escucharme. Para olvidar las cosas que segundo a segundo marcan el paso de lo que viene y lo que viene ya no me gusta.
De pronto comienzo a ver las cosas como adulto, todo en su real y miserable dimensión y no me agrada. Que lindo es mi nuevo departamento, mas me asfixio de solo pensarq ue viviré ahí por lo menos una década completa. Que genial es que puedan contratarme indeterminadamente en el hospital, pero que desolador suena eso de indeterminado. Que ideal que por fin pueda compartir mis horas libres con alguien que se preocupa por mi y que...ay! que digo...Todo parece estar en una posición forzada a aparentar equilibrio, parezco guardar la respiración en ese segundo eterno antes que la casa de naipes se desbarate.
Aguardo catatónica, a punto de la desesperación, porque desearía que haya algo que de sentido a todas las cosas que obtengo y que de brillo a todas las cosas que quiero. Pero no hay. Siento que acumulo hojas, millones de hojas escritas, que no engranan en ninguna parte, que no tienen numeración para conectarlas. Siento tantas cosas insanas, que es mejor nos eguir escribiendo.
Hoy quería decir, que me gustaría volver a tener la ilusión de que me amen o de estar enamorada, pero eso a los 30 años suena tan ridículo e inútil que como espectador me pregunto, si algo no se estará pudriendo bajo esa vida suculenta que nos prometieron cuando chicos, si acaso no hay algo mal en todo esto, porque por mas que avance, por mas que corra, que salte, que trepe...siempre seré infeliz por no saber volar o por no haberme atrevido a ello.
Me apena seguir escribiendo sobre lo mismo, peor tal vez deberías leerlo para que no sea tan pesado cargar con esto sola. Solo quería expectorar de mí tanta apatía, tanto desgano, yo que sé, sólo quería hablarte hoy día en que ni siquiera la muerte ofrece esperanzas de serenidad.
martes, junio 01, 2010
Debe ser que de un tiempo a esta parte dejé de escribir con música. Que comencé a oirme y de esa forma escribir serenamente, a ningún ritmo excepto mi pulso pausado de a diario.
Y debo decir que es un poco más fácil así, el entregarme, decir lo que siento, aun si no utilizo la primera persona para explicarme, aun si pretendo poner la lejanía de la indiferencia en lo que escribo. Me resulta mas fácil de esa forma silenciosa el ser honesta, una tarea difícil en una persona que como varias vive del engaño, se regodea en el cinismo de la risa fácil y del comentario fútil.
Pero tal vez extrañaba estar flotando en este estado en el que disvarío, suspendida en la canción de otros, en las líneas que otros escribieron para mí, incluso antes de que yo naciera. Debe ser que extrañaba estas ausencias mientras escribo, las ausencias de cuando sólo sigo la música sin pensar en que digo, ni sentir lo que pienso.
Las palabras nacen como verdes brotes que antes del primer invierno morirán...se me ocurrió esa frase y no pude continuarla, tal vez porque esta noche sólo hubiera preferido hablar, oir música y tomar bebidas de colores para sentir que la espalda deja de estar tensa y que los hombros son un nudo. Me hubiera abandonado a cualquier pregunta tuya, porque a veces es un placer explicarse, intentar explicarse, salir del capullo a ver si alguien te reconoce en el estreno del primer vuelo.
Ya sé, esto no es interesante. Pero que vida lo es? La vida se esfuma antes de llegar a disfrutar su verdadero sabor. Así que no deberías juzgarme si al inicio de este invierno me siento frente a la ventana sin cortinas y mirando la ciudad que guiña un ojo de cíclope luminoso, lanzo a tu universo un puñado de palabras que aunque hoy no tengan sentido el color de mi voz darían vida.
Una buena noche, yo intentaré estar lista mañana.
Y debo decir que es un poco más fácil así, el entregarme, decir lo que siento, aun si no utilizo la primera persona para explicarme, aun si pretendo poner la lejanía de la indiferencia en lo que escribo. Me resulta mas fácil de esa forma silenciosa el ser honesta, una tarea difícil en una persona que como varias vive del engaño, se regodea en el cinismo de la risa fácil y del comentario fútil.
Pero tal vez extrañaba estar flotando en este estado en el que disvarío, suspendida en la canción de otros, en las líneas que otros escribieron para mí, incluso antes de que yo naciera. Debe ser que extrañaba estas ausencias mientras escribo, las ausencias de cuando sólo sigo la música sin pensar en que digo, ni sentir lo que pienso.
Las palabras nacen como verdes brotes que antes del primer invierno morirán...se me ocurrió esa frase y no pude continuarla, tal vez porque esta noche sólo hubiera preferido hablar, oir música y tomar bebidas de colores para sentir que la espalda deja de estar tensa y que los hombros son un nudo. Me hubiera abandonado a cualquier pregunta tuya, porque a veces es un placer explicarse, intentar explicarse, salir del capullo a ver si alguien te reconoce en el estreno del primer vuelo.
Ya sé, esto no es interesante. Pero que vida lo es? La vida se esfuma antes de llegar a disfrutar su verdadero sabor. Así que no deberías juzgarme si al inicio de este invierno me siento frente a la ventana sin cortinas y mirando la ciudad que guiña un ojo de cíclope luminoso, lanzo a tu universo un puñado de palabras que aunque hoy no tengan sentido el color de mi voz darían vida.
Una buena noche, yo intentaré estar lista mañana.
sábado, mayo 29, 2010
Un sábado cualquiera.
Es sábado y no he salido. No que todos los sábados salga, pero desde que tengo uso de razón he sabido sentirme miserable cuando las cosas no marchan según los estándares de tiempo. Para explicarme mejor, tenía en la mente que cosas ocurrirían en cada etapa de mi vida. Por ejemplo a qué edad daría mi primer beso, cuando iría a un concierto, la fecha en qué terminaría la universidad y el tiempo en que me casaría. No eran tiempos exactos, pero me servían de referencia para controlar el desmadre de una vida tan desordenada.
Era obvio por ejemplo que llegado el verano, yo esperara estar todos los días fuera de casa y empezado marzo la tristeza de ir al colegio. También eran obvios mis sentimientos de miseria que llegada a la universidad muchos sábados en lugar de estar afuera celebrando como cualquier chica veinteañera, tuviera que pasarla estudiando porque se venía un examen pronto.
Mis tiempos ni mis plazos nunca funcionaron. No fue a los 15 que di mi primer beso, ni fue el matrimonio el paso siguiente a terminar la facultad. La vida en lugar de ser un relato de hechos ordenados se transformó en una pila de eventos impensables, en donde los sentimientos de miseria dieron paso a una ansiedad desmesurada, por no saber jamás que pasaría conmigo luego.
El único hilo conductor que quedó de todo esto y al cual me aferro con poca fé, debo decir, fueron los estudios. Sabía que después de acabada medicina, seguiría la residencia, la maestría, el trabajo soñado y algún doctorado. Había algo de continuidad segura en todo eso y sin embargo, caminaba por cada uno de estos peldaños con la alegría que tiene un sentenciado a muerte.
Nunca me han gustado las alturas y debo decir, que siento pánico de subir o bajar cerros, pues no confío mucho en mi capacidad de freno. A veces, imagino mi vida como la ascensión de una montaña en la que cada vez el sendero se hace mas estrecho y arriesgado, no me queda más que seguir yendo hacia arriba aunque la pared rocosa se quede con los restos de mis uñas por tanto aferrarme a no caer al vacío.
Es una visión siniestra la mía, lo sé. Y haría las delicias de un buen psicoanalista, pero por ahora solo tengo de hábito la escritura y el espacio libre de los sábados para dedicarme a estos pequeños encierros.
Era obvio por ejemplo que llegado el verano, yo esperara estar todos los días fuera de casa y empezado marzo la tristeza de ir al colegio. También eran obvios mis sentimientos de miseria que llegada a la universidad muchos sábados en lugar de estar afuera celebrando como cualquier chica veinteañera, tuviera que pasarla estudiando porque se venía un examen pronto.
Mis tiempos ni mis plazos nunca funcionaron. No fue a los 15 que di mi primer beso, ni fue el matrimonio el paso siguiente a terminar la facultad. La vida en lugar de ser un relato de hechos ordenados se transformó en una pila de eventos impensables, en donde los sentimientos de miseria dieron paso a una ansiedad desmesurada, por no saber jamás que pasaría conmigo luego.
El único hilo conductor que quedó de todo esto y al cual me aferro con poca fé, debo decir, fueron los estudios. Sabía que después de acabada medicina, seguiría la residencia, la maestría, el trabajo soñado y algún doctorado. Había algo de continuidad segura en todo eso y sin embargo, caminaba por cada uno de estos peldaños con la alegría que tiene un sentenciado a muerte.
Nunca me han gustado las alturas y debo decir, que siento pánico de subir o bajar cerros, pues no confío mucho en mi capacidad de freno. A veces, imagino mi vida como la ascensión de una montaña en la que cada vez el sendero se hace mas estrecho y arriesgado, no me queda más que seguir yendo hacia arriba aunque la pared rocosa se quede con los restos de mis uñas por tanto aferrarme a no caer al vacío.
Es una visión siniestra la mía, lo sé. Y haría las delicias de un buen psicoanalista, pero por ahora solo tengo de hábito la escritura y el espacio libre de los sábados para dedicarme a estos pequeños encierros.
viernes, mayo 28, 2010
Me gusto... me gusto, me gusto!
Quitada la primera capa totalmente superficial, materia absurda de piel, musculatura y órganos varios, acababa de descubrir que me gustaba.
Ese representaba un serio problema, porque si como mujer me gustaba y había empezado a amarme un poco más ¿Cómo rayos iba a esperar que un hombre lo hiciera mejor que yo?
¿Por qué necesitaría un hombre ahora?
Entonces comencé a notar las ventajas que tenía el físico en las relaciones. Esa envoltura de colores y texturas variables, hacía que me volviera tan dependiente de la opinión de los otros, que probablemente ignoraría mi sabor verdadero por siempre, se me haría necesario siempre alguien diciéndome al oído "que bien te ves " "hoy me gustas mas que ayer".
El físico comenzaba a ser una variable cuantiosa desde el punto de vista de la dependencia y de las relaciones. Era un anzuelo con el que me terminaba ahorcando, apenas lanzado.
Hoy descubrí que me gusto. Descubrí también que tenía finalmente todos los requisitos para quedarme sola.
Quitada la primera capa totalmente superficial, materia absurda de piel, musculatura y órganos varios, acababa de descubrir que me gustaba.
Ese representaba un serio problema, porque si como mujer me gustaba y había empezado a amarme un poco más ¿Cómo rayos iba a esperar que un hombre lo hiciera mejor que yo?
¿Por qué necesitaría un hombre ahora?
Entonces comencé a notar las ventajas que tenía el físico en las relaciones. Esa envoltura de colores y texturas variables, hacía que me volviera tan dependiente de la opinión de los otros, que probablemente ignoraría mi sabor verdadero por siempre, se me haría necesario siempre alguien diciéndome al oído "que bien te ves " "hoy me gustas mas que ayer".
El físico comenzaba a ser una variable cuantiosa desde el punto de vista de la dependencia y de las relaciones. Era un anzuelo con el que me terminaba ahorcando, apenas lanzado.
Hoy descubrí que me gusto. Descubrí también que tenía finalmente todos los requisitos para quedarme sola.
viernes, mayo 21, 2010
El desayuno de la Srta. Y
Meses después de conocer a CF mis gustos cambiaron. Ahora disfrutaba enormemente del jamón con huevos revueltos y el café negro, del jugo de melón helado y del pan caliente por la mañana. Incluso cambié aquellos caprichos culinarios a la hora del desayuno, en lugar del tradicional ponche de huevo y canela que coronaba anualmente todos mis cumpleaños. Yo pedía que todos en mi familia comieran huevos revueltos y todos disfrutaran del jugo de melón que tanto me recordaba a CF, a mi antigua vida, a mi fantástica vida de vacaciones eternas.
Porque la vida se dividió para mi entonces, como pre CF y post CF. Una suerte de crecimiento interior, de madurez emocional, de desastre épico había comenzado a forjarse a raíz de mi reciente estreno de músculo cardiaco. Por fin el amor servía y sabía lo que era. Había un órgano que palpitaba en el pecho ferozmente, había alguna utilidad para estar viva y eso me llevaba a caminar a dos palmos del piso, flotando entre el recuerdo y el anhelo.
La era pre CF no había sido mala, pero yo me identificaba más con los desayunos repletos de colesterol a su lado, que con mis magros panes con aceitunas verdes y té dulce de las 7 am. Me agradaban mas esos opulentos desayunos de media mañana antes que cerraran la cafetería del hotel, porque claro en ese tiempo pasábamos los días en hoteles de lujo a los que yo solo volvería a entrar como participante de algún congreso médico. Me agradaba más disfrutar de las mañanas que de las tardes, porque no hay nada más fantástico que una mañana para ti sola, para disfrutar como despunta el día, para lavarte el cabello sin prisas, para salir de compras, para engreírte. Para pasarla al lado de la persona que amas.
El resto de la vida durante esa época sólo era realidad y la realidad no me gustaba. Por eso tan trágica la era post CF. No sólo era darse cuenta que lo nuestro había perdido su oportunidad. Era que mi vida se había borrado de plano. Durante los meses ¿años? De amar a CF mi vida “real” era vivida de una forma extraña y crepuscular, de la cual no era plenamente consciente. Tal como el que se va a arrojar a una piscina, apenas si toma conciencia del trampolín bajo sus pies, absorto como está en lo azul y profundo de las aguas enfrente suyo, yo no me tomaba el trabajo de repasar mi realidad, mi circunstancia, mi tiempo al lado de los míos. Vivía continuamente en ese hilo de fantasía que me hacía volver a su lado, estar a su lado, respirar a su lado. No importaba trabajo, familia, futuro. Con él yo era y punto.
Mi tiempo no era tiempo, esa es una palabra que sólo aparecía cuando estábamos de nuevo juntos. Sólo entonces para mí corría el tiempo verdadero, como si hasta ese momento yo hubiera estado fragmentada en varias personas que no era: La hija, la alumna, la profesional, la mocosa. El mundo antes era un caos en donde no discernía comienzo ni fin, el porqué de las cosas, el ritmo que llevaba el mundo. Sólo cuando volvíamos a vernos, tenía la conciencia de que todo estaba bien. Yo era real, él era real. Aunque todo, claro, por momentos haya adoptado sólo los colores de la fantasía.
Hace poco les comenté a mis padres, algo que casi los lleva a revolcarse de la risa. “Quiero comprar una parcela” dije, “un campo donde podamos ir a tomar desayuno”. Debió resultarles rara y de lo más cómica esta confesión viniendo de una hija, que apenas si gusta de las labores de campo, que apenas si baja del auto cuando la llevan a la revisión de los terrenos, que apenas si sabe distinguir la época de cosecha de la siembra. Yo quería una parcela y no como es natural en la cabeza de mis padres, para cultivarla y hacerla producir, yo solo quería un pedazo de tierra en donde poner una mesa al aire libre y desayunar el café de la mañana bajo algún árbol perfumado. Así de irreal es mi idea de la vida. Y eso obvio, les causaba mucha gracia.
En casa alguna vez lo habíamos hecho bajo las parras del patio, pero no era lo mismo, a mi me apasionaba el deseo de desayunar mirando hacia campos infinitos, imaginaba mi vejez, el fin de mis días, no sólo el diario deber de ir a trabajar como un obrero al hospital cada mañana.
Por primera vez, mi deseo no era morir frente al mar, sino en mitad del campo.
Y hablo de morir, porque había comprendido de repente que tal vez muriera sola y que no quería terminar mis días desayunando en un departamento, en una casa, o en un hotel; sino en algo más natural y más cercano al yo desmitificado de la era post CF.
Porque yo también me había transformado. En el crecimiento que experimenté posterior al rompimiento del amor, había comenzado a gustar de cosas menos citadinas y elaboradas. La ciudad era un campo salvaje donde ya no me sentía a gusto, sino más bien una víctima de absurdas ambiciones, una esclava del consumismo y el vil dinero. Hubiera preferido volver a algo más natural, aunque los campos cultivados propiedad de la familia tampoco eran una opción real en mi cabeza. No planeaba volver a eso que jamás había sentido mío, que para mí era tan bizarro como bajar del auto toda yo perfumada para ver a la pionada trabajando.
La vida de la era post CF ya no había tenido nunca más sabrosos desayunos, ni jugos en la bañera, tampoco los helados en la cama a mitad de la madrugada. La vida después de él me había sumado en la miseria de la mujer común que para comer algo tiene que servírselo ella misma. Ganárselo ella misma, conseguirlo ella misma.
El amor de la era post CF no fue amor, fue experimentar toda la dolorosa realidad a la que me había negado a mis 23. Que los hombres tenían problemas, que no eran la fuente de protección y seguridad que yo buscaba, sino más bien huecos profundos de dudas, de confusiones, víctimas de su circunstancia, de sus debilidades y vicios.
Aunque intentaba dar el rol de mujer, apenas si tenía que fingir el de madre o el de amiga íntima escuchando sus más míseras confesiones en la intimidad del amor. El sexo ya no era un acto liberador, sino más bien una farsa. Parte de una rutina establecida, como la de un actor, o un mimo. Algo necesario mas no placentero, más parecido al pan con aceitunas y al té dulce.
Los desayunos se habían acabado y mis gustos volvieron a cambiar. Tomar café parada y a la corrida. Desayunos fríos de cereal y yogurt; agua o alguna fruta que encontrara en la nevera eran los compañeros tristes de una jornada que empezaba gris a las 6 de la mañana.
Sueño con tener una parcela, de límites floridos como las he visto saliendo de Santiago. Esas que recuerdo en una nebulosa como si hubiera vivido esa experiencia más en la infancia que en la edad adulta. De pronto y sin proponérmelo he empezado a hacer los planes para mi vejez, una vejez que no me parece mala si va acompañada, de algunos libros y unas películas. Una vejez que imagino viviéndola sola.
A veces la hora del desayuno puede definir todo un día, una jornada, incluso una vida. Supongo que para esa época me estarán prohibidos esos riesgos de salud como los huevos revueltos y el jamón, mi corazón no podría resistirlos. Y hablo de mi corazón ese compañero pulsátil y cansado que ha caminado en pos del amor tantas veces sin lograr volver a rozarlo. ¿Cuánto más cambiarán mis gustos en ese ínterin? ¿Cuántas mañanas más tendré que vivir antes de despertar para el último día?
Porque la vida se dividió para mi entonces, como pre CF y post CF. Una suerte de crecimiento interior, de madurez emocional, de desastre épico había comenzado a forjarse a raíz de mi reciente estreno de músculo cardiaco. Por fin el amor servía y sabía lo que era. Había un órgano que palpitaba en el pecho ferozmente, había alguna utilidad para estar viva y eso me llevaba a caminar a dos palmos del piso, flotando entre el recuerdo y el anhelo.
La era pre CF no había sido mala, pero yo me identificaba más con los desayunos repletos de colesterol a su lado, que con mis magros panes con aceitunas verdes y té dulce de las 7 am. Me agradaban mas esos opulentos desayunos de media mañana antes que cerraran la cafetería del hotel, porque claro en ese tiempo pasábamos los días en hoteles de lujo a los que yo solo volvería a entrar como participante de algún congreso médico. Me agradaba más disfrutar de las mañanas que de las tardes, porque no hay nada más fantástico que una mañana para ti sola, para disfrutar como despunta el día, para lavarte el cabello sin prisas, para salir de compras, para engreírte. Para pasarla al lado de la persona que amas.
El resto de la vida durante esa época sólo era realidad y la realidad no me gustaba. Por eso tan trágica la era post CF. No sólo era darse cuenta que lo nuestro había perdido su oportunidad. Era que mi vida se había borrado de plano. Durante los meses ¿años? De amar a CF mi vida “real” era vivida de una forma extraña y crepuscular, de la cual no era plenamente consciente. Tal como el que se va a arrojar a una piscina, apenas si toma conciencia del trampolín bajo sus pies, absorto como está en lo azul y profundo de las aguas enfrente suyo, yo no me tomaba el trabajo de repasar mi realidad, mi circunstancia, mi tiempo al lado de los míos. Vivía continuamente en ese hilo de fantasía que me hacía volver a su lado, estar a su lado, respirar a su lado. No importaba trabajo, familia, futuro. Con él yo era y punto.
Mi tiempo no era tiempo, esa es una palabra que sólo aparecía cuando estábamos de nuevo juntos. Sólo entonces para mí corría el tiempo verdadero, como si hasta ese momento yo hubiera estado fragmentada en varias personas que no era: La hija, la alumna, la profesional, la mocosa. El mundo antes era un caos en donde no discernía comienzo ni fin, el porqué de las cosas, el ritmo que llevaba el mundo. Sólo cuando volvíamos a vernos, tenía la conciencia de que todo estaba bien. Yo era real, él era real. Aunque todo, claro, por momentos haya adoptado sólo los colores de la fantasía.
Hace poco les comenté a mis padres, algo que casi los lleva a revolcarse de la risa. “Quiero comprar una parcela” dije, “un campo donde podamos ir a tomar desayuno”. Debió resultarles rara y de lo más cómica esta confesión viniendo de una hija, que apenas si gusta de las labores de campo, que apenas si baja del auto cuando la llevan a la revisión de los terrenos, que apenas si sabe distinguir la época de cosecha de la siembra. Yo quería una parcela y no como es natural en la cabeza de mis padres, para cultivarla y hacerla producir, yo solo quería un pedazo de tierra en donde poner una mesa al aire libre y desayunar el café de la mañana bajo algún árbol perfumado. Así de irreal es mi idea de la vida. Y eso obvio, les causaba mucha gracia.
En casa alguna vez lo habíamos hecho bajo las parras del patio, pero no era lo mismo, a mi me apasionaba el deseo de desayunar mirando hacia campos infinitos, imaginaba mi vejez, el fin de mis días, no sólo el diario deber de ir a trabajar como un obrero al hospital cada mañana.
Por primera vez, mi deseo no era morir frente al mar, sino en mitad del campo.
Y hablo de morir, porque había comprendido de repente que tal vez muriera sola y que no quería terminar mis días desayunando en un departamento, en una casa, o en un hotel; sino en algo más natural y más cercano al yo desmitificado de la era post CF.
Porque yo también me había transformado. En el crecimiento que experimenté posterior al rompimiento del amor, había comenzado a gustar de cosas menos citadinas y elaboradas. La ciudad era un campo salvaje donde ya no me sentía a gusto, sino más bien una víctima de absurdas ambiciones, una esclava del consumismo y el vil dinero. Hubiera preferido volver a algo más natural, aunque los campos cultivados propiedad de la familia tampoco eran una opción real en mi cabeza. No planeaba volver a eso que jamás había sentido mío, que para mí era tan bizarro como bajar del auto toda yo perfumada para ver a la pionada trabajando.
La vida de la era post CF ya no había tenido nunca más sabrosos desayunos, ni jugos en la bañera, tampoco los helados en la cama a mitad de la madrugada. La vida después de él me había sumado en la miseria de la mujer común que para comer algo tiene que servírselo ella misma. Ganárselo ella misma, conseguirlo ella misma.
El amor de la era post CF no fue amor, fue experimentar toda la dolorosa realidad a la que me había negado a mis 23. Que los hombres tenían problemas, que no eran la fuente de protección y seguridad que yo buscaba, sino más bien huecos profundos de dudas, de confusiones, víctimas de su circunstancia, de sus debilidades y vicios.
Aunque intentaba dar el rol de mujer, apenas si tenía que fingir el de madre o el de amiga íntima escuchando sus más míseras confesiones en la intimidad del amor. El sexo ya no era un acto liberador, sino más bien una farsa. Parte de una rutina establecida, como la de un actor, o un mimo. Algo necesario mas no placentero, más parecido al pan con aceitunas y al té dulce.
Los desayunos se habían acabado y mis gustos volvieron a cambiar. Tomar café parada y a la corrida. Desayunos fríos de cereal y yogurt; agua o alguna fruta que encontrara en la nevera eran los compañeros tristes de una jornada que empezaba gris a las 6 de la mañana.
Sueño con tener una parcela, de límites floridos como las he visto saliendo de Santiago. Esas que recuerdo en una nebulosa como si hubiera vivido esa experiencia más en la infancia que en la edad adulta. De pronto y sin proponérmelo he empezado a hacer los planes para mi vejez, una vejez que no me parece mala si va acompañada, de algunos libros y unas películas. Una vejez que imagino viviéndola sola.
A veces la hora del desayuno puede definir todo un día, una jornada, incluso una vida. Supongo que para esa época me estarán prohibidos esos riesgos de salud como los huevos revueltos y el jamón, mi corazón no podría resistirlos. Y hablo de mi corazón ese compañero pulsátil y cansado que ha caminado en pos del amor tantas veces sin lograr volver a rozarlo. ¿Cuánto más cambiarán mis gustos en ese ínterin? ¿Cuántas mañanas más tendré que vivir antes de despertar para el último día?
martes, mayo 18, 2010
Absurdo Tratado sobre el Amor y otras quimeras
Escribiré aquí para no cometer la falta de delicadeza de escribirle de nuevo. No es porque aquí me sienta menos juzgada o más escuchada, pero necesitaba dejarlo por escrito. Esta será una carta larga así que te pido por favor que tomes asiento.
Escribí sobre la pasión hace unos minutos y aunque me gustaría decirte que mi estado ansioso actual es porque me siento toda yo una mujer apasionada, es tal vez algo más intenso e incierto lo que me mueve a escribir hoy. Escribir para una sola persona, que pérdida de tiempo dirás. ¿Acaso no todos deseamos escribir para un público maravillado que nos acepte?¿ Esa pretensión de plasmar nuestras vidas en pequeños cuentos, en embriones novelescos, no es acaso lo que mueve a la mayoría de locos que nos creemos escritores? No daré falso aspecto de humildad, pues desde que tengo uso de razón he escrito y me siento escritora aun sin haber publicado nada.
Estaba pensando pues, en esa pretensión de querer ser leídos, que alguien atestigüe así un pedazo de nuestra existencia, o toda porqué no? Esa ambición de tener a alguien de testigo para aceptarte u opinar o simplemente verte, ver esas ideas que copiosas chorrean por cascadas eternas y ríos revueltos dentro de tu cráneo...Esas ideas a veces pasajeras, imposibles, esos pensamientos que parecen que reunieran toda la verdad del universo y al minuto siguiente se mostraran ante ti como una mentira más, una mentira que se viste de palabras y embrujos.
¡Cuán difícil es ser visto! No como nos ven todos, sino visto, sin el disfraz usual que mostramos a diario, que nos mostramos a nosotros mismos. ¿No es esa carencia de testigos, la que nos mueve en al búsqueda del amor? O más bien ¿es la búsqueda de este el fiel reflejo de todo escritor?
Me siento una víctima continua de la pasión, del romanticismo, de esas sensaciones cursis que hacen que las mujeres nos arrojemos a los brazos más extraños en la búsqueda de un amor que arrebate y enloquezca. Casi lo he conseguido. Bueno, por lo menos en los cuentos. He amado mas que nadie, pues he experimentado en la vida de muchos de mis personajes las historias tortuosas de los amores que no son o que no llegan a darse. Una mirada extraviada, un roce de manos, una coincidencia de horarios, con personas que jamás volveré a ver, han sido los detonantes de tremendos historias que confundo en la línea insana de la realidad y del sueño.
Me da miedo sentir que no he sido leal al amor. Fiel he sido, más no leal.
¿No es leal ir detrás de la persona amada sin importar nada de nada? ¿la circunstancia, la lógica, la cordura? Yo a pesar de haber volado por las nubes, he mantenido sujetos ambos pies a la tierra y eso me ha perdido. Mi historia es la de muchas personas y aunque no la haya contado antes, supongo que se vislumbra. Esa historia de un amor roto a la mitad, que se deja ir sin esfuerzo pensando que volverá a ti si es verdadero.
Pero el amor como toda energía solo vuelve transformado en otra cosa, distinta del recuerdo que atesorabas, a veces solo como una sensación mas frágil, mas tibia, incluso mas parecida al calor familiar que a la pasión verdadera. A la pasión inicial que te hace cruzar ríos y subir montañas, un nuevo sentimiento que en su mediocridad de ambiciones de futuro te hace mal, te destruye.
Ya no te reconoces como la chica de ayer, ni como la mujer que pudiste ser, sino solo como un fantasma, un recuerdo, sin forma ni coyunturas, un espectro de ti mismo, de lo que deseabas ser, con ese alguien del que deseabas ser.
Hablaba de que te vean y también de mostrarse, esa sensación de comodidad que sientes con la persona elegida. Esa emoción de sentirse encontrado, a salvo. Reunirte en la paz de su abrazo como cuando se vuelve a casa. Sin necesidad de cambiarse de atuendo, ni arreglarse el pelo, ni fingir sonrisas o maquillaje perfecto. Esto es, simplemente acogido.
Sin embargo esa sensación es engañosa y ladina a la vez, ¿cuántas parejas no han parecido ser la elegida en el camino del amor? A veces, la simple coincidencia de gustos es suficiente factor como para sentirte cómoda ¿Pero cuánto dura esa comodidad? Recuerdo de un joven con el que gusté mucho, jamás tan cómoda como cuando oía su música y sin embargo al apagarse el sonido de las letras que ambos compartíamos, no había nada para decirnos, nada real. Nada que convenciera mi ego ni el suyo. Eramos dos extraños que gustaban de las mismas cosas, nada más.
¿Qué es el amor entonces?
Y esta noche no pretendo explicarme tremenda interrogante, sino más bien, calmar mi ansiedad hablando un poco alrededor de esa quimera. Mostrándome un poco para no caer en la más completa locura. En ese arrebato de pasión que me haga tomar el teléfono o el teclado y tratar de comunicarme como por una estación espacial con aquella única persona que me hace bien. Que me hace sentir que el océano oscuro en el que me muevo a menudo se transforma en un mar en calma, pacífico y esmaltado de colores brillantes.
¡Qué miedo sentir eso de nuevo!
¡que miedo declinar a la fantasía de los enamorados, contemplarse al borde del abismo antes de desplegar las alas o estrellarse por completo en las rocas! ¿Cuántas veces no he estado ya en la misma situación? Que terror el querer entregarme, que terror. Prefiero seguir escribiendo.
Durante estos últimos años, esa pasión ha sido calmada por llamadas espaciadas, por misivas cortas, por largas lagunas de olvido. Así es mejor, pienso yo. Así me siento a salvo y no cometo una locura. Dar el primer paso en esa loca danza, en donde no sabes si llevarás o no el compás, es algo que me sobrecoge por completo. He dado largas a este sentimiento, como a un libro que temes leer por miedo al tiempo que te quite hacerlo, “el tiempo real” ese tiempo tangible, de horarios y obligaciones que nos escalaviza a menudo.
He dilatado lo más que he podido este momento, adornando con mil peros de lógica y buena cordura lo inútil de esta fantasía, abandonándola a mi olvido como tantas otras. Como el hecho de volver a escribir o volver a viajar o volver a enamorarme. Porque, vamos ¿quién no ha visto la señal del destino en el frenesí de una coincidencia?
Y hoy, precisamente hoy no sé si será la soledad o un montón de excusas que iré inventando en el camino para disculparme el arrebato, esta sensación sobrecogedora me ha apuntado de pronto como un misil que me ha encendido por completo, que no me deja comer, dormir, ni pensar cuerdamente. Que me hace saltar los muros de lo ya planeado, de mi mundo real con Lima gris y música triste, para atravesar llanuras opulentas de luz y fantasía.
Es cruel sentirse así y no poder compartirlo. Más bien, querer compartirlo y sentirse ridícula, extraña, fuera de sitio. Me siento como si tuviera 15 años, ya se lo he dicho y no quiero volver a decirlo. Así que me aclararé aquí la incertidumbre, asi como me he aclarado todas las veces, ésta es mi plaza de toros, mi campo de batalla, aquí extiendo mis pensamientos, que explotarían a mi paso como minas antipersonales, destruyéndome, llevándome por los aires, si es que cometiera los arrebatos de la pasión. De esa pasión desmedida, que no reconozco como la falta de sexo, de amor o caricias, que al fin y al cabo podría inventármelas todas con alguna persona pasajera para sentirme viva por un instante.
Pero ese no creo que sea el problema.
El problema es la soledad eterna de una persona que vaga por el mundo, sintiéndose extraviada, frágil, incomprendida. Una persona que para coincidir con los otros ha debido vestirse siempre de un traje diferente, diciendo en voz alta argumentos y líneas en las que no cree en absoluto, pero que un día y sin proponérselo al caer el telón, en esa soledad que queda cuando el público se ha ido, siente que es vista, sin maquillaje, sin ropas extravagantes, ni un discurso a mano, nada más que ella agazapada tras escena, sin un nombre que la identifique y aun así
HA SIDO VISTA .
¡Qué sensación febril, e increíble! esa droga de ser contemplada, así salvaje sin que le hagan ascos ni le pidan nada que no puede ser. Sin la mueca de desprecio que en su mente infantil ha imaginado que sucedería. No puede llamar amor a esa sensación, ni pasión, no puede rotularla simplemente, porque la acaba de llevar por los aires, porque no conoce que es ese sentimiento que ahora la hará sentirse miserable cada vez que finja ser quien no es, cada vez que salga de casa y diga cosas para encajar con el resto.
Esa sola mirada, luminosa mirada, la ha cogido como la luz del reflector que esperaba, le ha hecho olvidar el libreto que continuaba en esa vida gris que ha elegido a regañadientes. Todo se ha trastocado, de pronto la ciudad es opulenta y vistosa, de pronto las cosas mas pequeñas importan y cada coincidencia tiene un motivo, es un paso que abre paso al destino.
Su destino.
Qué cursi me he puesto, intentando explicarlo. Ese reflector sobre mi se ha encendido en varias ocasiones después de la primera vez, solo entonces he sentido que soy real, humana y que aun asi no me importa no ser perfecta. He resistido la oscuridad de los intermedios, las sombras, las dudas. En esa noche que sigue a la luz cegadora, he vestido los ropajes mas tétricos intentando parecerme a mi entorno. He podido seguir viendo así hasta hoy, pero esta ansiedad de la espera, esta ansiedad que he llamado pasión porque ya no sé cómo llamarla, esta noche ha acabado conmigo y me ha hecho volver a escribir, vencer el miedo de volver a hacerlo, de salir a la plaza y decir, estoy aquí, soy yo, es esto lo que pienso.
Aunque ese discurso se haya vuelto tan absurdo como los que me antecedieron. Tan inútil, tan inútil...
Escribí sobre la pasión hace unos minutos y aunque me gustaría decirte que mi estado ansioso actual es porque me siento toda yo una mujer apasionada, es tal vez algo más intenso e incierto lo que me mueve a escribir hoy. Escribir para una sola persona, que pérdida de tiempo dirás. ¿Acaso no todos deseamos escribir para un público maravillado que nos acepte?¿ Esa pretensión de plasmar nuestras vidas en pequeños cuentos, en embriones novelescos, no es acaso lo que mueve a la mayoría de locos que nos creemos escritores? No daré falso aspecto de humildad, pues desde que tengo uso de razón he escrito y me siento escritora aun sin haber publicado nada.
Estaba pensando pues, en esa pretensión de querer ser leídos, que alguien atestigüe así un pedazo de nuestra existencia, o toda porqué no? Esa ambición de tener a alguien de testigo para aceptarte u opinar o simplemente verte, ver esas ideas que copiosas chorrean por cascadas eternas y ríos revueltos dentro de tu cráneo...Esas ideas a veces pasajeras, imposibles, esos pensamientos que parecen que reunieran toda la verdad del universo y al minuto siguiente se mostraran ante ti como una mentira más, una mentira que se viste de palabras y embrujos.
¡Cuán difícil es ser visto! No como nos ven todos, sino visto, sin el disfraz usual que mostramos a diario, que nos mostramos a nosotros mismos. ¿No es esa carencia de testigos, la que nos mueve en al búsqueda del amor? O más bien ¿es la búsqueda de este el fiel reflejo de todo escritor?
Me siento una víctima continua de la pasión, del romanticismo, de esas sensaciones cursis que hacen que las mujeres nos arrojemos a los brazos más extraños en la búsqueda de un amor que arrebate y enloquezca. Casi lo he conseguido. Bueno, por lo menos en los cuentos. He amado mas que nadie, pues he experimentado en la vida de muchos de mis personajes las historias tortuosas de los amores que no son o que no llegan a darse. Una mirada extraviada, un roce de manos, una coincidencia de horarios, con personas que jamás volveré a ver, han sido los detonantes de tremendos historias que confundo en la línea insana de la realidad y del sueño.
Me da miedo sentir que no he sido leal al amor. Fiel he sido, más no leal.
¿No es leal ir detrás de la persona amada sin importar nada de nada? ¿la circunstancia, la lógica, la cordura? Yo a pesar de haber volado por las nubes, he mantenido sujetos ambos pies a la tierra y eso me ha perdido. Mi historia es la de muchas personas y aunque no la haya contado antes, supongo que se vislumbra. Esa historia de un amor roto a la mitad, que se deja ir sin esfuerzo pensando que volverá a ti si es verdadero.
Pero el amor como toda energía solo vuelve transformado en otra cosa, distinta del recuerdo que atesorabas, a veces solo como una sensación mas frágil, mas tibia, incluso mas parecida al calor familiar que a la pasión verdadera. A la pasión inicial que te hace cruzar ríos y subir montañas, un nuevo sentimiento que en su mediocridad de ambiciones de futuro te hace mal, te destruye.
Ya no te reconoces como la chica de ayer, ni como la mujer que pudiste ser, sino solo como un fantasma, un recuerdo, sin forma ni coyunturas, un espectro de ti mismo, de lo que deseabas ser, con ese alguien del que deseabas ser.
Hablaba de que te vean y también de mostrarse, esa sensación de comodidad que sientes con la persona elegida. Esa emoción de sentirse encontrado, a salvo. Reunirte en la paz de su abrazo como cuando se vuelve a casa. Sin necesidad de cambiarse de atuendo, ni arreglarse el pelo, ni fingir sonrisas o maquillaje perfecto. Esto es, simplemente acogido.
Sin embargo esa sensación es engañosa y ladina a la vez, ¿cuántas parejas no han parecido ser la elegida en el camino del amor? A veces, la simple coincidencia de gustos es suficiente factor como para sentirte cómoda ¿Pero cuánto dura esa comodidad? Recuerdo de un joven con el que gusté mucho, jamás tan cómoda como cuando oía su música y sin embargo al apagarse el sonido de las letras que ambos compartíamos, no había nada para decirnos, nada real. Nada que convenciera mi ego ni el suyo. Eramos dos extraños que gustaban de las mismas cosas, nada más.
¿Qué es el amor entonces?
Y esta noche no pretendo explicarme tremenda interrogante, sino más bien, calmar mi ansiedad hablando un poco alrededor de esa quimera. Mostrándome un poco para no caer en la más completa locura. En ese arrebato de pasión que me haga tomar el teléfono o el teclado y tratar de comunicarme como por una estación espacial con aquella única persona que me hace bien. Que me hace sentir que el océano oscuro en el que me muevo a menudo se transforma en un mar en calma, pacífico y esmaltado de colores brillantes.
¡Qué miedo sentir eso de nuevo!
¡que miedo declinar a la fantasía de los enamorados, contemplarse al borde del abismo antes de desplegar las alas o estrellarse por completo en las rocas! ¿Cuántas veces no he estado ya en la misma situación? Que terror el querer entregarme, que terror. Prefiero seguir escribiendo.
Durante estos últimos años, esa pasión ha sido calmada por llamadas espaciadas, por misivas cortas, por largas lagunas de olvido. Así es mejor, pienso yo. Así me siento a salvo y no cometo una locura. Dar el primer paso en esa loca danza, en donde no sabes si llevarás o no el compás, es algo que me sobrecoge por completo. He dado largas a este sentimiento, como a un libro que temes leer por miedo al tiempo que te quite hacerlo, “el tiempo real” ese tiempo tangible, de horarios y obligaciones que nos escalaviza a menudo.
He dilatado lo más que he podido este momento, adornando con mil peros de lógica y buena cordura lo inútil de esta fantasía, abandonándola a mi olvido como tantas otras. Como el hecho de volver a escribir o volver a viajar o volver a enamorarme. Porque, vamos ¿quién no ha visto la señal del destino en el frenesí de una coincidencia?
Y hoy, precisamente hoy no sé si será la soledad o un montón de excusas que iré inventando en el camino para disculparme el arrebato, esta sensación sobrecogedora me ha apuntado de pronto como un misil que me ha encendido por completo, que no me deja comer, dormir, ni pensar cuerdamente. Que me hace saltar los muros de lo ya planeado, de mi mundo real con Lima gris y música triste, para atravesar llanuras opulentas de luz y fantasía.
Es cruel sentirse así y no poder compartirlo. Más bien, querer compartirlo y sentirse ridícula, extraña, fuera de sitio. Me siento como si tuviera 15 años, ya se lo he dicho y no quiero volver a decirlo. Así que me aclararé aquí la incertidumbre, asi como me he aclarado todas las veces, ésta es mi plaza de toros, mi campo de batalla, aquí extiendo mis pensamientos, que explotarían a mi paso como minas antipersonales, destruyéndome, llevándome por los aires, si es que cometiera los arrebatos de la pasión. De esa pasión desmedida, que no reconozco como la falta de sexo, de amor o caricias, que al fin y al cabo podría inventármelas todas con alguna persona pasajera para sentirme viva por un instante.
Pero ese no creo que sea el problema.
El problema es la soledad eterna de una persona que vaga por el mundo, sintiéndose extraviada, frágil, incomprendida. Una persona que para coincidir con los otros ha debido vestirse siempre de un traje diferente, diciendo en voz alta argumentos y líneas en las que no cree en absoluto, pero que un día y sin proponérselo al caer el telón, en esa soledad que queda cuando el público se ha ido, siente que es vista, sin maquillaje, sin ropas extravagantes, ni un discurso a mano, nada más que ella agazapada tras escena, sin un nombre que la identifique y aun así
HA SIDO VISTA .
¡Qué sensación febril, e increíble! esa droga de ser contemplada, así salvaje sin que le hagan ascos ni le pidan nada que no puede ser. Sin la mueca de desprecio que en su mente infantil ha imaginado que sucedería. No puede llamar amor a esa sensación, ni pasión, no puede rotularla simplemente, porque la acaba de llevar por los aires, porque no conoce que es ese sentimiento que ahora la hará sentirse miserable cada vez que finja ser quien no es, cada vez que salga de casa y diga cosas para encajar con el resto.
Esa sola mirada, luminosa mirada, la ha cogido como la luz del reflector que esperaba, le ha hecho olvidar el libreto que continuaba en esa vida gris que ha elegido a regañadientes. Todo se ha trastocado, de pronto la ciudad es opulenta y vistosa, de pronto las cosas mas pequeñas importan y cada coincidencia tiene un motivo, es un paso que abre paso al destino.
Su destino.
Qué cursi me he puesto, intentando explicarlo. Ese reflector sobre mi se ha encendido en varias ocasiones después de la primera vez, solo entonces he sentido que soy real, humana y que aun asi no me importa no ser perfecta. He resistido la oscuridad de los intermedios, las sombras, las dudas. En esa noche que sigue a la luz cegadora, he vestido los ropajes mas tétricos intentando parecerme a mi entorno. He podido seguir viendo así hasta hoy, pero esta ansiedad de la espera, esta ansiedad que he llamado pasión porque ya no sé cómo llamarla, esta noche ha acabado conmigo y me ha hecho volver a escribir, vencer el miedo de volver a hacerlo, de salir a la plaza y decir, estoy aquí, soy yo, es esto lo que pienso.
Aunque ese discurso se haya vuelto tan absurdo como los que me antecedieron. Tan inútil, tan inútil...
La pasión
Crece como una sombra la pasión, crece subrepticia, ajada entre los pliegues de la duda intentando liberarse. La pasión me devora, me vuelve ansiosa, irascible, en un desespero tal por llegar a su fin como a su comienzo. La pasión me absorbe, me conmueve, me desaparece.
Me ha hecho caminar entre nubes hoy, asi como morir de a pocos, la vida hecha jirones, la presión del tiempo, del espacio, todos son obstáculos que desaparecen a su paso.
La pasión me transforma, me hace frágil como un lirio que se marchita sobre su propio tallo delgado
No he hecho otra cosa que esperarla, a ella a la pasión, he dormido poco y he soñado mucho. He caminado pensando en ese embrujo que me hace que vuelva una y otra vez a tocar con la punta de los dedos los personajes íntimos y ocultos de los que estoy hecha.
Eso hace la pasión, que me difumine en sombras y luces, como la línea tenue que separa el atardecer o el nuevo día. Una línea invisible de tiempo en la que demoro en saber si es vida lo que esta ante mi o es el umbral de la muerte, simple y pura agonía.
Ese silencio del amanecer, ese grito del ocaso, eso es la pasión, algo que me sorprende y me atrapa, ese estado de confusión molesto y agradable a la vez, un vahido de gozo, una droga. Algo que te empuja a caminar entre la gente o que te tumba en la cama a acariciarte toda.
Que sería de la pasión sin un objetivo, apenas ansiedad, una sensación vana y vacía, un estado de miedo que paraliza y destruye. Pero la pasión, siempre sabe como un misil hacia que va dirigida, ese algo que hace que tu mundo se desplome, que la parafernalia usual, las caretas, el circo que montas a diario se desbarate y de paso a un solo estado salvaje y natural, algo sediento que te consume y sublima. Eso es la pasión.
Ay de la pasión escribes, ay de la pasión respondo!
Me ha hecho caminar entre nubes hoy, asi como morir de a pocos, la vida hecha jirones, la presión del tiempo, del espacio, todos son obstáculos que desaparecen a su paso.
La pasión me transforma, me hace frágil como un lirio que se marchita sobre su propio tallo delgado
No he hecho otra cosa que esperarla, a ella a la pasión, he dormido poco y he soñado mucho. He caminado pensando en ese embrujo que me hace que vuelva una y otra vez a tocar con la punta de los dedos los personajes íntimos y ocultos de los que estoy hecha.
Eso hace la pasión, que me difumine en sombras y luces, como la línea tenue que separa el atardecer o el nuevo día. Una línea invisible de tiempo en la que demoro en saber si es vida lo que esta ante mi o es el umbral de la muerte, simple y pura agonía.
Ese silencio del amanecer, ese grito del ocaso, eso es la pasión, algo que me sorprende y me atrapa, ese estado de confusión molesto y agradable a la vez, un vahido de gozo, una droga. Algo que te empuja a caminar entre la gente o que te tumba en la cama a acariciarte toda.
Que sería de la pasión sin un objetivo, apenas ansiedad, una sensación vana y vacía, un estado de miedo que paraliza y destruye. Pero la pasión, siempre sabe como un misil hacia que va dirigida, ese algo que hace que tu mundo se desplome, que la parafernalia usual, las caretas, el circo que montas a diario se desbarate y de paso a un solo estado salvaje y natural, algo sediento que te consume y sublima. Eso es la pasión.
Ay de la pasión escribes, ay de la pasión respondo!
domingo, mayo 09, 2010
El beso
Y entonces se dio cuenta que siempre decidía lógicamente... pero en su contra.
Decidir con lógica no era cosa fácil, había que pegarse a lo derecho, a lo justo, a lo correcto.
Palabras todas que no tenían ningún sinónimo con felicidad.
El cielo le pareció mas gris que lo usual, el día mas frío. Se estaba despidiendo como varias veces antes.
No porque quisiera irse, sino porque era lo correcto.
El beso fue corto y sin saliva.
Seco por el miedo y la ansiedad. La lengua de el se movió aspera dentro de su boca, mientras el auto a punto de partir gritaba por su nombre.
El guardia los separó mascullando que era una falta de respeto.
Ella, no se atrevió a responderle, así de atontada estaba... Después de todo era hora de irse.
Cogió las cosas con prisa y se dispuso a partir, pidiendo perdón y diciendo gracias.
!Qué difíciles ambas palabras! las repetía a menudo y jamás tranquilizaban su conciencia.
Ya en el andén sintió su brazo rápido abrazando la cintura y un nuevo beso, mas calmado, mas húmedo, un beso que parecía no tener fin y que parecía tener digerido un Adiós y un para siempre la dejó quieta en el sitio. Parecía un beso eterno a pesar de ser el primero en sus vidas. El anterior sólo había sido un entrenamiento, una formalidad para despedirse.
Lo siento, murmuró ella.
Es el destino, musitó él. Odio el destino agregó luego con una media sonrisa.
El cielo parecía mas gris que nunca, se caía a pedazos como un espejo roto. Ella pensó que bajo ese paisaje incluso los besos mas inocentes se volvían inadecuados y las decisiones se volvían duras y sin vuelta atrás. Decisiones con lógica que acababan con ella.
Sintió la necesidad de bajar del carro en marcha, de tirarse por la ventana, de volver a él corriendo para saber a que sabía el final de ese beso, pero se dio cuenta que esas cosas dramáticas solo las hacían las mujeres de las novelas , aquellas locas histriónicas...Esas necias.
Se acomodó en su asiento y se prometió que eso no la afectaría, sin embargo esa sería otra promesa rota.
Decidir con lógica no era cosa fácil, había que pegarse a lo derecho, a lo justo, a lo correcto.
Palabras todas que no tenían ningún sinónimo con felicidad.
El cielo le pareció mas gris que lo usual, el día mas frío. Se estaba despidiendo como varias veces antes.
No porque quisiera irse, sino porque era lo correcto.
El beso fue corto y sin saliva.
Seco por el miedo y la ansiedad. La lengua de el se movió aspera dentro de su boca, mientras el auto a punto de partir gritaba por su nombre.
El guardia los separó mascullando que era una falta de respeto.
Ella, no se atrevió a responderle, así de atontada estaba... Después de todo era hora de irse.
Cogió las cosas con prisa y se dispuso a partir, pidiendo perdón y diciendo gracias.
!Qué difíciles ambas palabras! las repetía a menudo y jamás tranquilizaban su conciencia.
Ya en el andén sintió su brazo rápido abrazando la cintura y un nuevo beso, mas calmado, mas húmedo, un beso que parecía no tener fin y que parecía tener digerido un Adiós y un para siempre la dejó quieta en el sitio. Parecía un beso eterno a pesar de ser el primero en sus vidas. El anterior sólo había sido un entrenamiento, una formalidad para despedirse.
Lo siento, murmuró ella.
Es el destino, musitó él. Odio el destino agregó luego con una media sonrisa.
El cielo parecía mas gris que nunca, se caía a pedazos como un espejo roto. Ella pensó que bajo ese paisaje incluso los besos mas inocentes se volvían inadecuados y las decisiones se volvían duras y sin vuelta atrás. Decisiones con lógica que acababan con ella.
Sintió la necesidad de bajar del carro en marcha, de tirarse por la ventana, de volver a él corriendo para saber a que sabía el final de ese beso, pero se dio cuenta que esas cosas dramáticas solo las hacían las mujeres de las novelas , aquellas locas histriónicas...Esas necias.
Se acomodó en su asiento y se prometió que eso no la afectaría, sin embargo esa sería otra promesa rota.
martes, mayo 04, 2010
Para el Lector:
Pienso que con el pasar del tiempo me olvidarás como yo a ti. Nuestra relación no ha sido fácil, mucho ruido y pocas nueces, mucho escrito y poca acción. No sé cómo me descubriste ni yo como llegue a ti, pero mira ya van pasando cinco años y yo a escondidas y con un nombre diferente te voy contado lo que pasa en mi vida.
No he perdido la esperanza en regalarte un libro, uno mío, con mi nombre. Tal vez tu tampoco, pero cada vez es menos el ahínco que nace en mí, y cada vez menos tu constancia para mis escritos. Me admira la lealtad de los que aun siguen, aunque me pregunto cuánto de morbo debe haber en un hombre para seguir frecuentando el diario electrónico de una mujer de treinta.
Yo he crecido, aunque más en medidas que en cordura. Antes, cuando me conociste hacía muchas locuras y cosas de persona depresiva. Escribí mucho más de lo que hice, aunque no olvido que somos lo que pensamos y si es así yo he sido no sólo mezquina, sino también lasciva y suicida.
Suicida en un sentido más amplio del que conoces. Suicida en los pequeños actos amorales que van acabando con uno, con la personalidad antigua que da paso a otras, unas más frágiles u otras más fuertes, hasta que el Yo termina imponiéndose sobre el alter ego, el súper yo y toda esa ensalada rusa de pronombres que utilizan los psiquiatras para explicarnos que somos un hombre y una bestia bajo la misma cubierta en una lucha sempiterna de victorias a medias.
Yo he matado varias veces las personalidades más débiles que surgieran entonces, a la depresiva, a la cínica, o a la voyerista. Como todo aprendiz de asesino, he tenido que asestar varios golpes inútiles antes del martillazo final, pero creo que lo he conseguido. No necesité irme a la India para hallar la espiritualidad de mi personaje. Pero al menos descubrí a la persona que existía detrás de todas ellas.
Te hablé muchas veces de los hombres que amé, pero debo admitirlo, no amé casi a ninguno. De eso me di cuenta hace poco, cuando terminé por aceptar que elegí conscientemente a las parejas que sabía no serían jamás para un futuro. Me gustó ser la víctima, pues como todas las mujeres adoro el drama y la incertidumbre de un final feliz y una buena venganza hasta el último capítulo. Pero también me terminó por aburrir eso y comencé a escribirte cuentos. No sé cuales te gustaron más, aunque yo los amé todos.
Me hubiera gustado que los ames también, pues soy muy buena para mentir mientras digo la verdad a gritos. Soy buena escribiendo historias, jamás tan real como cuando te las cuento. Hoy te escribo en primera persona, no porque te extrañe, sino porque hace mucho tiempo no hablábamos. Tú y yo, sobre estas cosas. Sé que me he estado escabullendo del tema, pero la verdad pensé que no volvería a escribirte, he intentado ser profesional, ¿sabes? Dejar de escribir, de contar mis cosas; pero no puedo. No puedo sola, amo esto, escribirte, dejar un testimonio de que soy y estoy.
Tal vez es parte de mi ego o de mi alter ego o qué sé yo. No estoy en un país para psicoanalistas, estoy en un lugar en donde un blog es el mejor terreno para matar a los demonios internos y yo lo hago aquí a veces, como una diversión sin culpas. Como la única manera de definirme cuando estoy confusa, como hoy por ejemplo. Como siempre.
No he perdido la esperanza en regalarte un libro, uno mío, con mi nombre. Tal vez tu tampoco, pero cada vez es menos el ahínco que nace en mí, y cada vez menos tu constancia para mis escritos. Me admira la lealtad de los que aun siguen, aunque me pregunto cuánto de morbo debe haber en un hombre para seguir frecuentando el diario electrónico de una mujer de treinta.
Yo he crecido, aunque más en medidas que en cordura. Antes, cuando me conociste hacía muchas locuras y cosas de persona depresiva. Escribí mucho más de lo que hice, aunque no olvido que somos lo que pensamos y si es así yo he sido no sólo mezquina, sino también lasciva y suicida.
Suicida en un sentido más amplio del que conoces. Suicida en los pequeños actos amorales que van acabando con uno, con la personalidad antigua que da paso a otras, unas más frágiles u otras más fuertes, hasta que el Yo termina imponiéndose sobre el alter ego, el súper yo y toda esa ensalada rusa de pronombres que utilizan los psiquiatras para explicarnos que somos un hombre y una bestia bajo la misma cubierta en una lucha sempiterna de victorias a medias.
Yo he matado varias veces las personalidades más débiles que surgieran entonces, a la depresiva, a la cínica, o a la voyerista. Como todo aprendiz de asesino, he tenido que asestar varios golpes inútiles antes del martillazo final, pero creo que lo he conseguido. No necesité irme a la India para hallar la espiritualidad de mi personaje. Pero al menos descubrí a la persona que existía detrás de todas ellas.
Te hablé muchas veces de los hombres que amé, pero debo admitirlo, no amé casi a ninguno. De eso me di cuenta hace poco, cuando terminé por aceptar que elegí conscientemente a las parejas que sabía no serían jamás para un futuro. Me gustó ser la víctima, pues como todas las mujeres adoro el drama y la incertidumbre de un final feliz y una buena venganza hasta el último capítulo. Pero también me terminó por aburrir eso y comencé a escribirte cuentos. No sé cuales te gustaron más, aunque yo los amé todos.
Me hubiera gustado que los ames también, pues soy muy buena para mentir mientras digo la verdad a gritos. Soy buena escribiendo historias, jamás tan real como cuando te las cuento. Hoy te escribo en primera persona, no porque te extrañe, sino porque hace mucho tiempo no hablábamos. Tú y yo, sobre estas cosas. Sé que me he estado escabullendo del tema, pero la verdad pensé que no volvería a escribirte, he intentado ser profesional, ¿sabes? Dejar de escribir, de contar mis cosas; pero no puedo. No puedo sola, amo esto, escribirte, dejar un testimonio de que soy y estoy.
Tal vez es parte de mi ego o de mi alter ego o qué sé yo. No estoy en un país para psicoanalistas, estoy en un lugar en donde un blog es el mejor terreno para matar a los demonios internos y yo lo hago aquí a veces, como una diversión sin culpas. Como la única manera de definirme cuando estoy confusa, como hoy por ejemplo. Como siempre.
El Cigarrillo
Últimamente he estado fumando. No a solas, sino en reuniones y las reuniones se han dado a menudo. No he fumado, si es que te lo preguntas, por tomar una postura interesante o fingir quien no soy. He fumado como lo hacía desde la universidad cuando me sentía inexplicablemente sola caminando bajo una lluvia tenue.
Me pasa como a muchos, que suelo sentirme sola en las reuniones, abandonada allí como un náufrago a la deriva, sin muchas opciones de salvamento. No es que no ría, hable o haga bromas, sino, que jamás como en las reuniones de mucha gente, suelo ser consciente de lo muy diferente que soy yo de la personalidad que muestro a diario.
La última de todas fue especialmente insoportable, había licor como para intoxicarnos por un buen tiempo y habían ido más personas de lo habitual. La música era desconsolablemente metálica y mi estómago llevaba ya un buen tiempo con ganas de botar fuera de sí, la comida grasosa que habían comprado para la ocasión. Como es habitual en las reuniones del trabajo todos hablaban de medicina y de las anécdotas del hospital, muchas de las cuales ya me conocía. Yo intervenía a veces pero sin mucho ánimo. Bebía del vino con algo de asco y lo único que hacía mas tolerable mi desespero era la esperanza de que algo pasara, de que cambiaran la música, de que alguien llegara. Nada de esto ocurría obviamente y me aferraba al cigarro con el ahínco de los presidiarios.
Recuerdo que salía con un fumador pesado. Al irse él de casa tenía que vaciar los más improvisados ceniceros llenos de colillas de cigarro que terminaban apestando la pieza entera. Jamás fumé delante suyo, pues en Lima rara vez llovía y si me sentía sola habían placeres menos tóxicos para prodigarme abrigo. Una de esas veces recuerdo haber probado de su cigarrillo y eliminado el humo luego, mientras sentía la paz que daba ese calorcillo alquitranado dentro del pecho.
Él me lo quitó de la mano y me pidió que ya no lo hiciera, me explicó que era claro que yo al igual que muchas mujeres no sabía cómo fumar y él detestaba la imagen de un cigarrillo echado a perder. Aunque con cierto dolor dejé el cigarrillo y le di la razón pues su apreciación aunque sonara machista tenía mucho de lógica. No había peor cosa que atestiguar el mal uso de nuestras pasiones y hobbies más íntimos. A él no le gustaba que yo fumara ni a mí que él escribiera, aunque nunca surgió la oportunidad correcta para decírselo.
A uno de mis amigos le gusta ver a las mujeres fumar creo que le excita, debe tener un morbo especial para él que una chica coja el cigarro que él le ofrece. A medida que lo conozco he descubierto que le excitan precisamente las cosas que más rechaza. Lleva a diario un doble discurso sobre la libertad femenina, que a veces me lleva a odiarlo y otras a tenerle lástima. Le gusta ver pechos y a las mujeres desnudas, sin embargo deja entrever que todas las mujeres que les guste mostrar “el material” es porque son bien putas. Le agrada la idea de hacer trampa, pero rechaza la idea de que su novia sea una tramposa. Le parece bien que haya nudismo en las playas de Miami, pero lapidaría a cualquier conocida compatriota que hiciera lo mismo.
Mientras acepto uno de sus cigarros, yo me burlo de él diciéndole que tiene toda la psicología de una tapada limeña. Me pregunto si yo también la tengo, al fin y al cabo a mí no me gusta fumar y decido hacerlo, no por ese vicio que tienen los verdaderos fumadores, sino porque en reuniones como esa en la que todo el mundo parece llevar un disfraz diferente, yo puedo protegerme estando a solas con el humo de mi amigo imaginario.
Me pasa como a muchos, que suelo sentirme sola en las reuniones, abandonada allí como un náufrago a la deriva, sin muchas opciones de salvamento. No es que no ría, hable o haga bromas, sino, que jamás como en las reuniones de mucha gente, suelo ser consciente de lo muy diferente que soy yo de la personalidad que muestro a diario.
La última de todas fue especialmente insoportable, había licor como para intoxicarnos por un buen tiempo y habían ido más personas de lo habitual. La música era desconsolablemente metálica y mi estómago llevaba ya un buen tiempo con ganas de botar fuera de sí, la comida grasosa que habían comprado para la ocasión. Como es habitual en las reuniones del trabajo todos hablaban de medicina y de las anécdotas del hospital, muchas de las cuales ya me conocía. Yo intervenía a veces pero sin mucho ánimo. Bebía del vino con algo de asco y lo único que hacía mas tolerable mi desespero era la esperanza de que algo pasara, de que cambiaran la música, de que alguien llegara. Nada de esto ocurría obviamente y me aferraba al cigarro con el ahínco de los presidiarios.
Recuerdo que salía con un fumador pesado. Al irse él de casa tenía que vaciar los más improvisados ceniceros llenos de colillas de cigarro que terminaban apestando la pieza entera. Jamás fumé delante suyo, pues en Lima rara vez llovía y si me sentía sola habían placeres menos tóxicos para prodigarme abrigo. Una de esas veces recuerdo haber probado de su cigarrillo y eliminado el humo luego, mientras sentía la paz que daba ese calorcillo alquitranado dentro del pecho.
Él me lo quitó de la mano y me pidió que ya no lo hiciera, me explicó que era claro que yo al igual que muchas mujeres no sabía cómo fumar y él detestaba la imagen de un cigarrillo echado a perder. Aunque con cierto dolor dejé el cigarrillo y le di la razón pues su apreciación aunque sonara machista tenía mucho de lógica. No había peor cosa que atestiguar el mal uso de nuestras pasiones y hobbies más íntimos. A él no le gustaba que yo fumara ni a mí que él escribiera, aunque nunca surgió la oportunidad correcta para decírselo.
A uno de mis amigos le gusta ver a las mujeres fumar creo que le excita, debe tener un morbo especial para él que una chica coja el cigarro que él le ofrece. A medida que lo conozco he descubierto que le excitan precisamente las cosas que más rechaza. Lleva a diario un doble discurso sobre la libertad femenina, que a veces me lleva a odiarlo y otras a tenerle lástima. Le gusta ver pechos y a las mujeres desnudas, sin embargo deja entrever que todas las mujeres que les guste mostrar “el material” es porque son bien putas. Le agrada la idea de hacer trampa, pero rechaza la idea de que su novia sea una tramposa. Le parece bien que haya nudismo en las playas de Miami, pero lapidaría a cualquier conocida compatriota que hiciera lo mismo.
Mientras acepto uno de sus cigarros, yo me burlo de él diciéndole que tiene toda la psicología de una tapada limeña. Me pregunto si yo también la tengo, al fin y al cabo a mí no me gusta fumar y decido hacerlo, no por ese vicio que tienen los verdaderos fumadores, sino porque en reuniones como esa en la que todo el mundo parece llevar un disfraz diferente, yo puedo protegerme estando a solas con el humo de mi amigo imaginario.
martes, abril 20, 2010
2 Soles
Me gusta U2 y ver películas.
No soy nada diferente de cualquier joven de mi edad y sin embargo a menudo me siento vieja.
He renegado varias veces de mi profesión porque de niña alguien me dijo que podía ser lo que yo quisiera cuando grande y me lo creí; así que empecé a creer que podía hacer mas cosas que simplemente seguir protocolos y hacer lo que otros ya hacían bien. Pensé que podía crear cosas, muchas cosas.
Crear simplemente.
Hoy escribí dos cartas y en la primera me agradé, escribí como enajenada y no podía despedirme, mas que un informe sobre mi vida, esa primera carta parecía un resumen de todo un panorama actual de mi generación, de la incertidumbre de ser, amar, estar.
¿Acaso no parece todo la misma cosa?
La segunda carta fue fruto de ese opio que es escribir con varios deditos y el chasquido contra las teclas en la soledad de la habitación. No creo haber enfocado bien esa segunda carta, parecía de alguien quien se conforma y que dice "Ok, creo que no seremos nada mas que amigos".
Aunque en realidad yo quería decir algo totalmente diferente, algo como " Es mucho mejor que seamos amigos, la amistad es un bien mas preciado para mi, no tan voluble y doloroso como el amor, algo con mas compromiso, con mas certeza de perdurabilidad".
Luego de esa segunda carta salí a evaluar pacientes y agradecí que la gaseosa tuviera tanta cafeína como para mantenerme lúcida a mitad de la madrugada. Luego quise volver a comunicarme. Estar aquí es como meterme en una estación espacial, como estar en medio de la nada y meterme a una cabina hermética a la espera que alguien de señal de vida a mi solo saludo.
Una vez que estuve aquí lo primero que ví fue la primera línea de las actualizaciones de los blogs que tengo enlazados, era un menú algo bizarro, incluso con las ganas de volver a escribir de hoy, no quisiera volver a tener que leer. Me he enamorado muchas veces de gente que escribe bien o que me gustaba como pensaba, me he enamorado de un solo vestido y la gente ya desnuda no me ha gustado luego. Será porque es cierto y la fórmula perfecta para las relaciones no sea nada mas que coincidir en gustos y no en nada más profundo.
Por tanto yo he tenido relaciones en donde coincidía en gustos o de música o de lugares o de películas, pero nunca en nada más. Y en la vida la gente se harta de este tipo de relaciones y comienza a buscar compañeros, sabes? Y compañero es aquel que piensa diferente pero te puede convencer suficientemente bien de que camines a su lado y en toda su imperfección tapa eficazmente y a la perfección esas ausencias y esa falta de felicidad que nos invade a diario.
Algo como esa última frase fue la que coloqué en el segundo mail, así que no sé como la habrá tomado la persona a la que iba dirigida, pero ya no importa, porque a estas alturas de mi vida, creo que ya no me importa mucho si me creen o no. Buena chica o mala gente, he asumido que en ser parte del montón está el poder ser especial. Mi lugar en la masa está a salvo, mientras de mi individualidad sea conciente nadie mas que yo. Ya no mas caretas, poses, fingimientos, cinismo. Ya no mas. Trato de caminar derecho por un camino que serpentea y así voy feliz.
Aunque la música de hoy no sea la ideal, te escribo. Tal vez porque quiera hacerlo, tal vez porque no tenga sueño o tal vez sólo tal vez, porque en mi planeta de una flor y dos soles en un solo atardecer, la princesita que se soñaba perfecta, aprendió a caminar sin mirar atrás.
Siempre es una sorpresa lo que está enfrente de los ojos, verdad?
No soy nada diferente de cualquier joven de mi edad y sin embargo a menudo me siento vieja.
He renegado varias veces de mi profesión porque de niña alguien me dijo que podía ser lo que yo quisiera cuando grande y me lo creí; así que empecé a creer que podía hacer mas cosas que simplemente seguir protocolos y hacer lo que otros ya hacían bien. Pensé que podía crear cosas, muchas cosas.
Crear simplemente.
Hoy escribí dos cartas y en la primera me agradé, escribí como enajenada y no podía despedirme, mas que un informe sobre mi vida, esa primera carta parecía un resumen de todo un panorama actual de mi generación, de la incertidumbre de ser, amar, estar.
¿Acaso no parece todo la misma cosa?
La segunda carta fue fruto de ese opio que es escribir con varios deditos y el chasquido contra las teclas en la soledad de la habitación. No creo haber enfocado bien esa segunda carta, parecía de alguien quien se conforma y que dice "Ok, creo que no seremos nada mas que amigos".
Aunque en realidad yo quería decir algo totalmente diferente, algo como " Es mucho mejor que seamos amigos, la amistad es un bien mas preciado para mi, no tan voluble y doloroso como el amor, algo con mas compromiso, con mas certeza de perdurabilidad".
Luego de esa segunda carta salí a evaluar pacientes y agradecí que la gaseosa tuviera tanta cafeína como para mantenerme lúcida a mitad de la madrugada. Luego quise volver a comunicarme. Estar aquí es como meterme en una estación espacial, como estar en medio de la nada y meterme a una cabina hermética a la espera que alguien de señal de vida a mi solo saludo.
Una vez que estuve aquí lo primero que ví fue la primera línea de las actualizaciones de los blogs que tengo enlazados, era un menú algo bizarro, incluso con las ganas de volver a escribir de hoy, no quisiera volver a tener que leer. Me he enamorado muchas veces de gente que escribe bien o que me gustaba como pensaba, me he enamorado de un solo vestido y la gente ya desnuda no me ha gustado luego. Será porque es cierto y la fórmula perfecta para las relaciones no sea nada mas que coincidir en gustos y no en nada más profundo.
Por tanto yo he tenido relaciones en donde coincidía en gustos o de música o de lugares o de películas, pero nunca en nada más. Y en la vida la gente se harta de este tipo de relaciones y comienza a buscar compañeros, sabes? Y compañero es aquel que piensa diferente pero te puede convencer suficientemente bien de que camines a su lado y en toda su imperfección tapa eficazmente y a la perfección esas ausencias y esa falta de felicidad que nos invade a diario.
Algo como esa última frase fue la que coloqué en el segundo mail, así que no sé como la habrá tomado la persona a la que iba dirigida, pero ya no importa, porque a estas alturas de mi vida, creo que ya no me importa mucho si me creen o no. Buena chica o mala gente, he asumido que en ser parte del montón está el poder ser especial. Mi lugar en la masa está a salvo, mientras de mi individualidad sea conciente nadie mas que yo. Ya no mas caretas, poses, fingimientos, cinismo. Ya no mas. Trato de caminar derecho por un camino que serpentea y así voy feliz.
Aunque la música de hoy no sea la ideal, te escribo. Tal vez porque quiera hacerlo, tal vez porque no tenga sueño o tal vez sólo tal vez, porque en mi planeta de una flor y dos soles en un solo atardecer, la princesita que se soñaba perfecta, aprendió a caminar sin mirar atrás.
Siempre es una sorpresa lo que está enfrente de los ojos, verdad?
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