Me agrada la
amistad que surge entre la gente ebria, ese ánimo achispado de la gente que
lleva alcohol en las venas, esa repentina amabilidad que les surge en los
rostros, esas ganas de abrazarte y sonreírte como si fuera acaso, el festejo del último día del año. Usualmente
la gente no brinda esa confianza, no me invita un cigarrillo, ni comparte una
historia sino está entre copas. La gente desde que era niño siempre me ha visto
de forma huraña y con mirada desconfiada, con una actitud hostil que me ha
hecho sentirme incómodo con mi propio aspecto e inseguro de cada gesto que llevo
a cabo. Pero con el alcohol la gente se vuelve distinta, la gente se relaja, se
abre al mundo y es feliz; es en ese
momento que yo soy feliz con ellos.
Desde que me
diagnosticaron de mi bomba cerebral, comencé a frecuentar cada vez más los
bares y mucho más aquellos que contaban con salones de baile. Descubrí que la
gente dada a bailar es más permeable a compartir experiencias con otras
personas que aquellas que se sientan a beber y hablar de si mismos y yo no
quería hablar de mi mismo, ni de mis penas. No tenia tiempo de quejarme de mi
vida, ni de estar triste, yo quería vivir todo lo que pudiera.
De aquellos
sitios para bailar, descubrí que los mejores eran las discotecas para
extranjeros. Los extranjeros tienen el doble de felicidad que el resto porque
tienen esa felicidad de turista, del que solo está de paso y cualquier
experiencia, incluso siendo ésta mala, la atesorarán para siempre. La gente que
rodea a los turistas también está el doble de feliz haciendo cosas locas de las
cuales mas nadie tendrá registro. Para todos en aquellos bares es nuestro
último día en la ciudad y por lo tanto, nuestro último recuerdo perfecto.
Mi horario es el
de después de medianoche, cuando las bandas ya están tocando las canciones más
movidas y los tipos se han quitado las chaquetas y se saludan entre sí tragos
en mano, las mujeres ya han tomado varias copas luciendo mejillas coloradas y
tops descubiertos y la gente va entrando en grupos hasta llenar los locales de
una mezcla de diversos perfumes y cigarrillos.
Desde lo del
aneurisma, suelo apreciar con mucha mayor intensidad los olores, y hay una hora en que la gente aún permanece
prolija con la fragancia y el shampoo del día emanando de ellos y sus bocas exhalan solo risas diáfanas de
menta. Hay una hora perfecta en donde todo es solo alegría y las mandíbulas están
laxas con sonrisas de gestos coquetos. Yo disfruto esa hora, esa es mi hora de
observación del universo. Porque para mí el universo no está compuesto de
estrellas ni de cometas, ni de árboles gigantes, para mí el universo son todas
esas personas vibrando allá afuera, que desconocen que su tiempo está por
acabarse quizá esta misma noche y que son poseedoras de una eternidad
inconmensurable y perfecta, ya sea porque están enamoradas, porque crearán una
familia, porque serán padres o abuelos y perduraran así físicamente a través de
otros.
Lo sé, parezco un
loco observando a la gente, pero cerveza en mano voy agitándome yo también,
camino entre ellos, haciendo grupos, bailando, riendo, besando y no me resulta
difícil ligar y amar. Pasar varias noches con mujeres diferentes, de colores y
lenguajes diferentes que siempre terminan preguntando entre risas lo mismo
¿eres italiano Manolo? ¿Estás de viaje?
¿Cuánto tiempo te quedas en la ciudad? Y en la cama revuelta yo rio con la
resaca a cuestas de cervezas invitadas, sin saber cómo contestar que para mí
este viaje solo dura una noche, por eso es eterno, como mi amor por ellas. Y
esa frase les encanta. Vibran con esa frase, sin entenderla del todo, por eso
seguimos tirando y amando y riendo. Bendito sea el alcohol y la fiesta!
Esa ha sido mi
vida hasta ahora, cualquier día de la semana, según me provoque. Hay semanas
que no voy, no me importa, me encierro a leer un libro a hacer planes locos con
el Comandante, pero usualmente al llegar la medianoche mi cuerpo extraña el
calor y la empatía de otros cuerpos agitándose conmigo, vibrando conmigo como
si la vida fuera eterna por una noche.
En una de esas
noche eternas en un bar para turistas conocí
a Laura, que no era ni blanca ni negra, ni alta, ni baja. Probablemente solo
alguien de la ciudad, otra chica buscando su amor de turista. Una cara
indiferente enmarcada por una cabellera larga y negra. Unos ojos, bueno, los ojos…Laura llevaba los
ojos cerrados el día que la conocí y los labios carnosos cantaban a trozos una
canción en ingles.
Ella también se
agitaba como yo en la multitud con un baile salvaje que no llevaba pareja
conocida. Subida sobre el escenario ya desocupado por la banda, contorneaba su
cuerpo moreno metido en un top diminuto y unos jeans desteñidos, bajo las luces azules y verdes como si fuera
la estrella de un show unipersonal.
Me quedé
mirándola como me quedo mirando todo lo que me resulta extraño y bello en esta
ciudad, vi como se movía sensual y salvaje, abstraída de todos y me acerqué
hipnotizado empujando entre la gente hasta poder subir y moverme con ella. No
me apartó, pero tampoco quiso mirarme; bailamos cerca casi tocándonos,
respirando yo su aliento de chicle de canela y ella el de mis cigarrillos sin
filtro; bailamos pegados cuerpo a cuerpo, transpirando y jadeando, pero ella
con los ojos cerrados dueña de esa orgullosa soledad que solo conocería meses más
tarde, no me dio ni media sonrisa cuando al fin le dije “hola”.
Su hostilidad me
recordó entonces la misma de los vecinos de mi infancia que no me invitaban a
jugar a la pelota, las de las crías fru fru que jamás me prestaban los
cuadernos. Ese engreimiento al que había estado yo expuesto toda la vida, como
si me lo mereciera o mi rostro estuviera marcado para ser rechazado. Me jodió
su indiferencia de reina de la fiesta y
no sé porqué, ni cómo, pero comencé a tocarla; todo el cuerpo, su rostro, sus cabellos
esponjosos, su ropa ajustada, la piel de su vientre expuesto, sus pechos grandes
y sus caderas perfumadas, como si fuera mía. Y ella se dejó hacer, dócil y
humana. A mi ritmo, moviéndose sin decir una palabra.
Fue la primera
vez que Laura abrió los ojos para mí y me sonrió. Entonces nos vimos. O eso
pensé yo. Porque con Laura nunca se sabe.
Desde aquella vez
ha pasado ya más de un año. Hacemos el amor cada vez que podemos o que ella
quiere, que es casi lo mismo. Parece que fuera a ella a quien la muerte le
pisara los talones, por eso nos entendemos, aunque ella no sepa que me estoy
muriendo. La vez que se lo intente decir me miró con gesto raro.
-¿Por qué todos
los hombres inventan historias para dar lastima?- me dijo. Intente decirle que
no era para darle lastima, pero me interrumpió con una historia de un ex suyo
que tenía un soplo al corazón y se había infartado en su cama, de otro que tuvo
un derrame cerebral por exceso de Viagra de otro y otro y otro, en la siguiente
hora me había contado las historias más extrañas de los tipos más bizarros con
los que había estado. En ese momento creo que agradecí internamente que al
menos lo mío fuera tener un aneurisma, porque a esta chica solo la hubiera
podido conquistar teniendo tres huevos. Ya no hable' mas del tema.
Al quedarse callada
le observé el hecho que todos sus novios hayan sido extranjeros.
-¡Ay Marchessi! –
Exclamó haciendo un puchero que solo hacia cuando se admitía ser honesta- ¿Tú
crees que un hombre que no sea alguien que esta solo de paso por esta ciudad
podría llegar a amarme?
Quise refutarle
algo, pero era inútil, yo Manolo Marchessi también estaba de paso y ella lo sabía
bien como yo aunque no quisiera admitirlo: uno de estos días me marcharía, por
eso valía la pena amarla, todo lo que pudiera, intensamente, cada noche, hasta
que se acabara.
3 comentarios:
laura Hummer hace tiempo no te leía,,, solo leía el lado b de tu bipolaridad y casi logras confundirme,,, tu dsm iv F45.2,,,crece,,puede una gota de alcohol nocturna despertar a tu miss hyde and dra jekill?
escribes fantastico
Estaba meditabunda cuando recibí este mensaje. Me has hecho reír, así que casi logré enganarte, dices ?
Somos tantas personas a,la vez pero no dejamos de ser nosotros mismos. Tal vez mis alteregos han crecido conmigo desde el 2005 tal vez sea que viste sólo a umo de ellos y pensasye que el resto había muerto, mi querido amigo.
Un abrazo, recuerdo una frase ahora ...que el arte de querer es eso un arte delicado y de mucha paciencia...hay que esperar tener amigos que compattan ese arte .
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