La primera cita sería
en la verdulería, justo en la sección de las frutas. Recordaría luego el olor a
piña cayena, duraznos maduros y manzanas chilenas, mientras lo esperaba. La
idea de encontrarse por primera vez en el supermercado había sido suya; era un lugar iluminado y seguro, donde estarían
rodeados por mucha gente. De darse el caso podría huir o excusarse sin salir
lastimada. Más allá de esa lógica de paranoia y protección la razón era mucho más
casera: Era por los olores; en un futuro si algún sentimiento traicionaba su lógica
usual de autoprotección, apenas si podría
evocar su recuerdo si estaba disipado su aroma entre las mil fragancias de las
frutas importadas de aquel exclusivo supermercado.
Llegó temprano,
contando los minutos, los pasos peatonales, las señales de los semáforos. El
pacto era simple, ninguna palabra de contacto previo, no saludos ni gestos
vanos, irían directo a la acción de lo
que les naciera hacer en ese momento. Un abrazo, un beso, un empujón si fuera
necesario. Más que una cita a ciegas, su encuentro iba acompañado del pacto explicito
de ignorar cualquier convencionalismo que los encasillara más adelante como las
personas aburridas que echan a perder una relación por la duda inicial.
“La acción es carácter” le habían enseñado en la escuela. ¡Vaya forma de aplicarlo! pensó con
cierta melancolía, al recordarse colegiala, con sueños de amores perfectos y
relaciones ideales.
El encuentro fue rápido,
contacto visual adecuado, tacto breve, olores tenues entre sus escasos centímetros
de separación. Demasiado ruido alrededor como para fijarse en vibraciones
nerviosas en el tono de la voz. Luego vendrían el abrazo, el beso, la caricia
inesperada. Ese despliegue de ternuras guardadas para todo el mundo, saliendo de
pronto a flote en intensas bocanadas, inoportunas bocanadas de realidad ante un
encuentro de por si ficticio.
¡Cuán extrañas eran
las relaciones entre dos extraños! Ahora lo sabía, pero antes no. Antes todo acto tenía un significado
a futuro; la sonrisa, el movimiento, el roce casual entre ambas manos. Tenían significado
las luces que volvían los cuerpos oscuros o transparentes a su paso. La palabra
precisa y el silencio elegido a tiempo. Las pausas entre las frases, las tontas
anécdotas. Había existido un antes, ella lo sabía. Pero no sabía cuándo o cómo,
pues ese antes era usualmente difuso.
Volvía a su memoria solo cuando debía poner en su lugar a la ilusión y dar paso
a la conciencia, al contar de los pasos, de los minutos, de las luces, a la medida exacta de cuando había
que soñar o despertar para volver a casa.
Pero el pacto
incluye un lugar donde llegar, un fluir de actos continuo hasta satisfacer
cualquier curiosidad a futuro. El pacto incluye la naturaleza de ambos, mezclada
sin medidas ni proporciones. No irrumpirán los límites de lo sabido o temido;
la sociedad y su molesto susurro inquisidor se quedarán puertas afuera. Tapadas
las ventanas, amordazado el golpe de los cuerpos, y las voces, deberá surgir en ese tibio espacio, el sonido
verdadero de lo sentido y deseado. Sin miedos, sin dudas, sin tensiones.
Luego vendrá el
futuro, a destrozar entre sus patas veloces lo que haya quedado sin proteger.
Cualquier
sentimiento indiscreto fuera de esas cuatro paredes, cualquier palabra demás,
el mínimo gesto que delate fragilidad
deben ser guardados ahora. Cuerpos
vulnerables a ser repuestos y sucedidos por otros cuerpos, deberán protegerse
de cualquier sentimiento fatuo que corroa su superficie de cinismo exitoso. Es momento de vestirse y blindarse con una lógica
que resiste cualquier cuestionamiento a futuro. Hay que protegerse de que
cualquier olor nuevo permanezca más tiempo del debido, de que el sonido de una
palabra mal dicha arroje una onda expansiva que destruya la breve ilusión de un
encuentro casual.
Su caminata de
retorno ha sido lenta, de nuevo contar las luces, los pasos peatonales, los
faroles que aun están encendidos. Abrigada de aquella abominable lucidez camina
sin prisa por el centro de la calle. Ya no la esperan la duda de si habrá o no
beso, de si ocurrirá o no un abrazo en la primera cita. El encuentro ha sido
perfecto y el pacto adecuadamente respetado. El viento cubre de gotitas
azuladas su rostro cansado a contraviento contra aquel amanecer brumoso, mientras
van tomando direcciones opuestas.
Al final del día se
han evitado la fatiga de hacer lo que todo el mundo hace. Han ido contra la
corriente, y evadido la duda y la angustia de esperar una sorpresa que a su edad
es probable que no llegue más. Al invitado que jamás llega. Cada cosa ha estado en su lugar sin objeciones, ni
sentimientos colándose. Cerebrales y
rudos, caminarán seguros en medio de una ciudad que espía tras las persianas
cerradas que en su pacto perfecto sean
atropellados como todos los demás, por ese bribón traidor que suele ser el corazón.
4 comentarios:
Algo que no te he dicho acerca de tus historias, va por esa poesía que encuentras en el sigilo. Tus personajes viven de gestos, acciones y detenimientos. Habría menos belleza si hablasen. Chaplin podría aparecer en un gesto de ternura.
Sigilo y no simple silencio porque después de todo en algún lugar de nuestra mente, sabemos que en tus historias podríamos algún día vernos de nuevo.
Querido Jol:
Gracias por tomarte el tiempo de comentar mi cuento tan rapidamente(Es la primera vez que te agradezco en seis annos, creo) sin embargo...Admito que esperaba tu dardo venenoso, por la conjugacion de los tiempos y cambiar abruptamente el tono de quien relata... entre otras cosas; tu comentario en cambio ha sido halagador e inespecifico, como de quien dice cosas amables sin mucho detenimiento en el detalle.
Sera eso o estamos envejeciendo?
Besos.
No sé si envejecer sea conservar más que abandonar. Pero echo de menos tu flickr, tu cabello cayendo enredándose.
Ese comentario me ha hundido!
Me pregunto si la gente de mi blog en aquel tiempo entraba por lo que leia o por lo que veia.
Hay personas que se quedan para siempre y otras que se dejan ir, depende que es lo que se desea tener.
Buen feriado JOL
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