jueves, agosto 30, 2012

EL PACTO



La primera cita sería en la verdulería, justo en la sección de las frutas. Recordaría luego el olor a piña cayena, duraznos maduros y manzanas chilenas, mientras lo esperaba. La idea de encontrarse por primera vez en el supermercado había sido suya;  era un lugar iluminado y seguro, donde estarían rodeados por mucha gente. De darse el caso podría huir o excusarse sin salir lastimada. Más allá de esa lógica de paranoia y protección la razón era mucho más casera: Era por los olores; en un futuro si algún sentimiento traicionaba su lógica usual de autoprotección,  apenas si podría evocar su recuerdo si estaba disipado su aroma entre las mil fragancias de las frutas importadas de aquel exclusivo supermercado.

Llegó temprano, contando los minutos, los pasos peatonales, las señales de los semáforos. El pacto era simple, ninguna palabra de contacto previo, no saludos ni gestos vanos,  irían directo a la acción de lo que les naciera hacer en ese momento. Un abrazo, un beso, un empujón si fuera necesario. Más que una cita a ciegas, su encuentro iba acompañado del pacto explicito de ignorar cualquier convencionalismo que los encasillara más adelante como las personas aburridas que echan a perder una relación por la duda inicial.

“La acción es carácter” le habían enseñado en la escuela. ¡Vaya forma de aplicarlo! pensó con cierta melancolía, al recordarse colegiala, con sueños de amores perfectos y relaciones ideales.

El encuentro fue rápido, contacto visual adecuado, tacto breve, olores tenues entre sus escasos centímetros de separación. Demasiado ruido alrededor como para fijarse en vibraciones nerviosas en el tono de la voz. Luego vendrían el abrazo, el beso, la caricia inesperada. Ese despliegue de ternuras guardadas para todo el mundo, saliendo de pronto a flote en intensas bocanadas, inoportunas bocanadas de realidad ante un encuentro de por si ficticio.

¡Cuán extrañas eran las relaciones entre dos extraños! Ahora lo sabía, pero  antes no. Antes todo acto tenía un significado a futuro; la sonrisa, el movimiento, el roce casual entre ambas manos. Tenían significado las luces que volvían los cuerpos oscuros o transparentes a su paso. La palabra precisa y el silencio elegido a tiempo. Las pausas entre las frases, las tontas anécdotas. Había existido un antes, ella lo sabía. Pero no sabía cuándo o cómo, pues ese antes era usualmente difuso. Volvía a su memoria solo cuando debía poner en su lugar a la ilusión y dar paso a la conciencia, al contar de los pasos, de los minutos,  de las luces, a la medida exacta de cuando había que soñar o despertar para volver a casa.

La caminata de ida había tenido un silencio de agradable  complicidad. Los faroles tiñendo de ámbar la indiscreta llovizna que hizo que su cuerpo se acercara torpemente al suyo buscando abrigo. La respuesta de un brazo sobre sus hombros, su aliento de cigarrillos  y menta. Ahora allí, están ellos dos caminando con el sonido de los automóviles, la brisa del mar soplando en contra helando sus rostros y narices, cuajando en los ojos la cristalina idea de que no deben llegar a ninguna parte.
Pero el pacto incluye un lugar donde llegar, un fluir de actos continuo hasta satisfacer cualquier curiosidad a futuro. El pacto incluye la naturaleza de ambos, mezclada sin medidas ni proporciones. No irrumpirán los límites de lo sabido o temido; la sociedad y su molesto susurro inquisidor se quedarán puertas afuera. Tapadas las ventanas, amordazado el golpe de los cuerpos, y las voces,  deberá surgir en ese tibio espacio, el sonido verdadero de lo sentido y deseado. Sin miedos, sin dudas, sin tensiones.

Luego vendrá el futuro, a destrozar entre sus patas veloces lo que haya quedado sin proteger.
Cualquier sentimiento indiscreto fuera de esas cuatro paredes, cualquier palabra demás, el mínimo gesto que delate  fragilidad deben ser guardados ahora.  Cuerpos vulnerables a ser repuestos y sucedidos por otros cuerpos, deberán protegerse de cualquier sentimiento fatuo que corroa su superficie de cinismo exitoso.  Es momento de vestirse y blindarse con una lógica que resiste cualquier cuestionamiento a futuro. Hay que protegerse de que cualquier olor nuevo permanezca más tiempo del debido, de que el sonido de una palabra mal dicha arroje una onda expansiva que destruya la breve ilusión de un encuentro casual.

Su caminata de retorno ha sido lenta, de nuevo contar las luces, los pasos peatonales, los faroles que aun están encendidos. Abrigada de aquella abominable lucidez camina sin prisa por el centro de la calle. Ya no la esperan la duda de si habrá o no beso, de si ocurrirá o no un abrazo en la primera cita. El encuentro ha sido perfecto y el pacto adecuadamente respetado. El viento cubre de gotitas azuladas su rostro cansado a contraviento contra aquel amanecer brumoso, mientras van tomando direcciones opuestas.

Al final del día se han evitado la fatiga de hacer lo que todo el mundo hace. Han ido contra la corriente, y evadido la duda y la angustia de esperar una sorpresa que a su edad es probable que no llegue más. Al invitado que jamás llega. Cada cosa  ha estado en su lugar sin objeciones, ni sentimientos colándose.  Cerebrales y rudos, caminarán seguros en medio de una ciudad que espía tras las persianas cerradas  que en su pacto perfecto sean atropellados como todos los demás, por ese  bribón traidor que suele ser el corazón. 

4 comentarios:

Jol dijo...

Algo que no te he dicho acerca de tus historias, va por esa poesía que encuentras en el sigilo. Tus personajes viven de gestos, acciones y detenimientos. Habría menos belleza si hablasen. Chaplin podría aparecer en un gesto de ternura.

Sigilo y no simple silencio porque después de todo en algún lugar de nuestra mente, sabemos que en tus historias podríamos algún día vernos de nuevo.

Laura Martillo dijo...

Querido Jol:
Gracias por tomarte el tiempo de comentar mi cuento tan rapidamente(Es la primera vez que te agradezco en seis annos, creo) sin embargo...Admito que esperaba tu dardo venenoso, por la conjugacion de los tiempos y cambiar abruptamente el tono de quien relata... entre otras cosas; tu comentario en cambio ha sido halagador e inespecifico, como de quien dice cosas amables sin mucho detenimiento en el detalle.
Sera eso o estamos envejeciendo?


Besos.

Jol dijo...

No sé si envejecer sea conservar más que abandonar. Pero echo de menos tu flickr, tu cabello cayendo enredándose.

Laura Martillo dijo...

Ese comentario me ha hundido!
Me pregunto si la gente de mi blog en aquel tiempo entraba por lo que leia o por lo que veia.
Hay personas que se quedan para siempre y otras que se dejan ir, depende que es lo que se desea tener.

Buen feriado JOL

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