http://fajperu.blogspot.com/2006/10/cantar-de-juan-el-caminante-la-espada.html
La lluvia ha comenzado a caer sobre la isla, con gotas de plomo fundido volviendo el mar negro y espantoso alrededor. Parece que la tempestad no acabara nunca, pero a lo lejos se ve la figura de la princesa saliendo entre los vientos que agitan todas las banderas, que azotan todas las ventanas que despegan del piso todas las alfombras.
La isla está ahora bajo el gran huracán y los soldados salen volando hasta golpear los muros de la ciudad en caos. Los curas rezan y los brujos inventan pócimas contra el maleficio que parece haber llegado a la ciudad, pero antes que las oraciones lleguen al cielo, sus calderos son vaciados, sus muñecos de vudú destruidos, las sotanas de los curas desgarradas, el viento se lleva todo. Vuelan curas desnudos por los aires, dando gritos de terror con los crucifijos en la mano. Nadie sabe que pasa, hasta que aparece ella.
La menor de las princesas en el umbral del castillo, con los cabellos volando en medio del descalabro de una ciudad que parece presenciar su día final. Todo se agita alrededor, la tierra parece temblar, solo ella y Juan, El Caminante se quedan quietos en medio de la tormenta. Ambos se miran desde la profundidad de los sueños, como viejos conocidos que se han reencontrado y entonces se siente la calma.
Una inmensa calma entre ambos, como si nada alrededor estuviera destruyéndose, como si la isla no estuviera a puertas de un combate, como si el castillo no estuviera siendo ya levantado por los aires por la fuerza de los vientos, como si la gran ola gris no estuviera sobre ellos a punto de engullirlos.
Ambos se ven y una gran calma suena en sus oídos. Es el silencio de los que ya se conocen, un silencio cómplice de miles de años antes y miles de años después aguardando en una soledad de orillas diferentes del mundo. Ella se acerca con los velos de su largo vestido volando y desgarrándose en cámara lenta y no puede decir nada.
Juan, El Caminante está inmóvil pero al sentir su cercanía, levanta su mano intentando tocarle la mejilla izquierda. Su espada se desprende de su vaina y sale volando arrastrada por el viento huracanado.
Antes de siquiera tocarse ambos se regalan con ese silencio que lo dice todo. Es entonces que un relámpago ilumina el cielo de un rosa eléctrico y por primera vez en dos siglos pueden verse el rostro claramente sin ninguna celosía ni ningún yelmo que los separe.
Es entonces que la espada que ha volado da una vuelta en el cielo y se dirige velozmente de vuelta a la mano de su amo. La mano de Juan, El Caminante que ahora toca el débil corazón de una princesa que se siente hallada y que ignora cuan cerca está de su propia muerte.
Por: Laura Hammer La Ingenua Ingeniosa http://laurasmog.blogspot.com/
De Paranoia, Soledad, Amor y otras cosas que perfuman a la mujer hasta hacerla apetecible, abominable y unica....por suerte.
lunes, octubre 22, 2012
sábado, octubre 13, 2012
He vuelto a la
casa de los lápices, es a mitad de la madrugada que me despierto de puntillas
para comprobar si no estoy soñando, no, el duerme a mi lado tranquilo,
ignorando mi ansiedad de trasnochada. Cuanto ha pasado de esto? No lo sé.
Parecen años y años, cuando recuerdo esa madrugada, me culpo por haberme
escapado de puntillas al salón a leer a solas. Por no haberlo abrazado mas o
besado mas o simplemente despertado. Pero no, no es mi estilo hacer saber cuánto
lo necesito, así que me aguanto y leo hasta que los ojos se vuelven duros y el
frio me deja helados los muslos, la nariz y los hombros.
En la casa de los
lápices reina el silencio absoluto cuando vuelvo a su lado tiritando, para
acurrucarme en mi orilla de la cama y es entonces que noto su leve movimiento,
su calor perfumado envolviéndome, su
mano buscando mi contorno y su letargo sobre mi piel antes de volver a quedarse
dormido. A veces, cuando quiero lastimarme recuerdo esos episodios cortísimos
en donde no nos unía el deseo, sino alguna extraña ternura, que era aun más dulce
que cualquiera de sus besos previos.
Eres muy joven
para ya no creer en el amor, me dijo al conocerme. Y era cierto, yo era muy
joven para haber perdido toda esperanza, pero tal vez lo era más para sentir
tantísimo deseo, hacia él, hacia todo lo que representaba. Había huido de el
tantas veces, con tantas estrategias, burlándome de sus intentos de
acercamiento, de sus teorías sobre mi o sobre nosotros, que cuando por fin
sucedió no pude más que arrepentirme de todo aquel inútil tiempo perdido, en
otras personas, en otras parejas, en otros intentos de relaciones.
Sabia el cuanto
lo deseaba? Supongo que ahora ya lo sabe, pero lo seguiré callando ante él y
ante todos, para no bajar la guardia. He borrado de su casa mis dibujos a
carbón y me he ido antes de la hora pactada. No he dejado más mensajes, más
rastros, mas señales que me muero por verlo. Ya no importa.
Hay algo que perdura más que el amor, la lealtad, el cariño, algo que yo aprecio más, que incluso es más puro y más digno y es el deseo. Pocas personas pueden transmitirlo, demostrarlo, atizarlo...
Hay algo que perdura más que el amor, la lealtad, el cariño, algo que yo aprecio más, que incluso es más puro y más digno y es el deseo. Pocas personas pueden transmitirlo, demostrarlo, atizarlo...
Tu deseo es
inmortal, me dice.
Y el problema...mi problema, es que solo él ha sabido y sabrá como encenderlo todas las veces que vengan.
Y el problema...mi problema, es que solo él ha sabido y sabrá como encenderlo todas las veces que vengan.
viernes, septiembre 21, 2012
El Hombre Finito 3: Laura, el Vasco y los 3 huevos
Apenas enterados
de la noticia, mis padres por insistencia de la familia me enviaron por ayuda psiquiátrica.
De todas maneras, no todos los días se le avisa que Se va a morir uno,
dijeron, Allá seguro que te ayudan y te
dan una forma de enfrentarlo de forma lógica.
¡Claro! ¿Como si
fuera cosa de pedir instrucciones no?: “¿Doctor que hago si me revienta la
bomba en la cabeza? Ah pues protéjase bien los huevos que ahora tenemos vivos a
muchos descerebrados, pero lo del trasplante de huevos sigue saliéndonos muy
caro”.
Fue al salir de
esa clínica que curaba desmoralizaciones varias que conocí al Vasco. El iba por
una terapia que le ayudara a bajar de peso y esperaba su turno en el jardín exterior comiéndose
una hamburguesa doble que había sacado de su gordo maletín, en el momento que yo
me senté a su lado.
-¿Pero qué cara
es esa?- me dijo- Parece que te hubieran dicho que te ibas a morir.
-Como que es
cierto, porque la verdad es que me estoy muriendo. Hasta me han dado la fecha,
que es entre hoy y el día de mi velorio- le solté yo bien habituado a lograr
lastima con pequeñas dosis de humor negro. El Vasco me echo una larga mirada,
mientras daba un sorbo a una lata de coca-cola que sacó del mismo maletín del
que sacara la hamburguesa.
-Pues tienes muy
buena pinta para ser un casi muerto- dijo al fin- Lo que es yo, mira, a mí
nadie me ha dicho que día exacto me voy a morir, pero cada vez que alguien me
ve comer así- y se agarró la panza con cariño- dice que no me debe quedar poco.
Y la verdad tampoco mentirían, llevo a cuestas una diabetes galopante, el
colesterol ultra malo tapando todas mis cañerías cerebrales y para más inri mi cardiólogo
me acaba de decir que he desarrollado un soplo que no me lo cura ni Dios sino
bajo por lo menos 30 kilos de peso…Así que como la ves ¿Ahora quien esta mas
muerto, chico?
Le sonreí sin
ganas con vergüenza por mi actitud estúpida de suicida sin vocación; eran
tiempos en que yo andaba deprimido y furioso contra el mundo. Odiaba a mi
familia, a mis amigos, a mis ex novias que me habían negado algún polvete por dárselas
de importantes. A todo aquel que me había negado algo en este mundo, incluyendo
doctores, banqueros y burócratas. No quería causar lástima a nadie y a la vez
me jodía que no les condoliera saber que alguien tan joven y con gran futuro- ¿No
es eso lo que te dicen en la escuela? “Sois dueños de un gran futuro…” laquetepario…-
tenia ahora los días contados.
Me jodía todo, lo
admito, hasta el día en que conocí al Vasco.
Él media 1, 75 m
y pesaba 140 kg. con la textura y el color del pan recién amasado, de ojos
verdes y mansos, poseedor de un aroma de bebe gigante y de un apetito pantagruélico.
Él me haría entender entre otras cosas, que a diferencia suya que llevaba el
amargo sino de su destino puesto encima bajo la forma de generosos filetes de
pura gordura, yo tenía la ventaja de que nadie tenía que darse por enterado si
estaba o no muriéndome si es que yo les resultaba
simpático por fuera y tenía siempre una sonrisa para regalarles; de esa forma tan simple ellos jamás se enterarían
de mi miedo y rencor y yo mismo quizá lo terminaría olvidando.
-O en otras palabras compañero, me dijo “Acá la procesión
se lleva por dentro “y haciendo una pausa agrego tocándose los mofletes “el problema es que en mi caso, yo ya no tenía
más espacio” y se rió con esa carcajada suya que hacia vibrar la banca, la
coca-cola y todas las cosas alrededor
suyo, incluso a un alma tan resentida como era la mía en ese momento.
Desde aquella visita al psicólogo han pasado 8 larguísimos años
y mi vida se ha vuelto desde que conocí a Laura una especie de carnaval
prolongado, donde no olvido jamás ser el
hombre simpático y alegre que me propuse ser. No debo preocuparme si ella me
ama o no me ama, si se quedará el tiempo suficiente conmigo o si tendremos un
par de hijos bonitos o ninguno en absoluto. Ella no tiene un plan fijo de que nos
pasará luego, no me comenta que hará mañana, o si espera un mañana. Tiene tan poca
curiosidad por mi trabajo o mis sueños, que he terminado por creer que es ella
quien me quiere a mí como el último espectador de su vida y no al revés. A
veces he pensado que es ella la que lleva la fijación por desaparecer y no yo, y que por eso me confiesa desesperadamente
cosas que jamás le he preguntado, para luego cerrarse en un silencio acorazado que
ni durante las horas del amor o con las caricias más dulces logro romper.
Después de casi
un año juntos, conozco palmo a palmo cada centímetro de su anatomía, desde su
cuello sin lunares hasta la punta de sus
pies tatuados con flores pequeñísimas a las que pone nombres diferentes,
diciendo que son en honor a hermanas que ha imaginado tener en otras vidas.
Conozco sus cabellos que son casi una masa viva que me envuelve cuando hacemos
el amor, la mancha café con leche junto a su ombligo que ella tapa avergonzada
pues dice que por ahí la ha lamido una vez el diablo. Y sus mil olores, uno diferente
para cada área de su cuerpo.
Pero de su vida
nada. En un año, apenas si se un par de cosas de su vida intima; todas las
historias que me cuenta son sobre un pasado difuso, sin fechas fijas en donde ha
amado a hombres de extrañas cualidades que no se si en verdad existen, y en donde no podría definir si ella, los ha
amado siendo solo una niña, como adolescente o ya como una mujer adulta.
He llegado a
contarle una docena de amantes diferentes entre nombres extranjeros y apodos,
tantos que algunas veces he considerado
que su pasado en el amor podría extenderse a un regimiento entero de hombres a
los que ha atraído con sus maneras raras de bailar y de aceptar el primer
contacto sexual, dócil y suave como si fuera una resignada víctima, cuando en
realidad es ella la única cazadora.
Tengo pesadillas
con Laura entregándose a hombres dueños de los atributos más raros haciendo
cola por ella, bajo el escenario donde
mi mujer se distrae bailando tatuada de flores amarillas de la cabeza a los
pies.
Yo estoy en esa
multitud de hombres que esperan desnudos por ella, hombres blancos casi
transparentes con enormes orejas de rosados espóndilos; hombres de un moreno
aceituno que llevan cada ojo con iris de un color diferente; enanos taciturnos de vergas monstruosas o larguísimos gigantes de bocas mustias que en
lugar de cabello llevan plumas donde anidan las aves canoras. Yo estoy relegado,
desnudo y pálido tapándome con torpes
manos los tres huevos que me he puesto para poder conquistarla, con miedo
mortal a que alguien descubra la farsa, que me diga que eso que llevo allá
abajo no es un testículo mas sino “solo
un tumorcito” una huevada sin
importancia. Entonces es que lo siento,
siento a mi aneurisma que ha bajado en feroz galope desde mi cabeza hasta el escroto y que
pulsa ahora iracundo como una bomba de
tiempo a punto de matarme.
La colección de
tullidos que esperan por ella murmuran enardecidos y el clamor se vuelve generalizado
cuando Laura voltea hacia mí y abre los ojos, que no son de virgen ni son
misericordiosos y violenta -como es ella cuando descubre que deseo causarle
lastima en busca de un mimo- me toma el pobre tumor en su palma derecha que
luce ahora enorme y lleva marcadas cientos de líneas en un arcoíris eléctrico con
el destino de todos los hombres que se ha cogido y plaf! de un tajo que me lo arranca
para siempre.
El dolor es
infinito, me revuelco en el suelo ante la burla de todos esos fenómenos, la
cola de hombres que esperan que Laura les regale una noche de baile se
arremolina sobre mi dejándome asfixiado, casi muerto de vergüenza. Grito que
son unos idiotas, que voy a morir, que quiero morir, que ya verán cómo me muero,
les amenazo desde mi dolor mojado en la viscosidad de mi propio miedo, pero en
mi agonía solo siento la voz suave de Laura diciéndome que me calle, que sigo vivo.
Terriblemente vivo…Sus ojos antes llameantes, ahora tienen solo una lástima
infinita hacia mí, un hombre ordinario.
Veo desde el
suelo sus talones alejarse, tatuados con las florecitas amarillas de las que he
aprendido el nombre para un día recitárselos a mitad del sexo y que sepa que si
la escucho, que la escucho toda, que la escucho siempre. Pero se va y el dolor
se queda, enorme, terebrante, insoportable dentro de mí.
Despierto así de
mi pesadilla, sudando frio con ese enorme peso en la cabeza, con esa angustia
de asfixia y de dolorosa palpitación dentro de mi cerebro y detrás de mis ojos.
La jaqueca me deja inmóvil en la cama, sintiendo con más intensidad que nunca el mapa de fragancias que Laura ha dejado
en mi cama antes de irse por la madrugada. Es en ese momento que me vuelve aquel
miedo inconfesable que me ataca desde que empezaron los episodios de dolor a
hacerse más frecuentes.
Se hace presente
no el miedo a sentir, sino a querer desaparecer, a tomar ya el valor de acabar
con ese dolor con mis manos y para siempre. Es miedo y odio a la vez por mi
destino triste sobre el que no me atrevo a tener poder. Solo el olor de ella
sobre las sabanas lo detiene, me da la pobre ilusión de que quizá valga la pena
vivir un día más, solo hasta averiguar por que ella sigue conmigo a pesar de
saberme ordinario como cualquiera, por que se ha tatuado flores en los pies,
por que busca siempre hombres de atributos raros, que la dejaran o a los que
dejara si se enamoran.
A veces siento
que el Vasco tuvo razón en todas sus predicciones desde la mañana en que nos
conocimos al salir de la clínica.
-Tú
dices que temes morir, pero todavía no temes lo suficiente, ya verás cómo se siente
el miedo el día que te enamores, me dijo. Y ese hijueputa no se equivocaba.
jueves, septiembre 13, 2012
El Hombre Finito 2: Laura
Me agrada la
amistad que surge entre la gente ebria, ese ánimo achispado de la gente que
lleva alcohol en las venas, esa repentina amabilidad que les surge en los
rostros, esas ganas de abrazarte y sonreírte como si fuera acaso, el festejo del último día del año. Usualmente
la gente no brinda esa confianza, no me invita un cigarrillo, ni comparte una
historia sino está entre copas. La gente desde que era niño siempre me ha visto
de forma huraña y con mirada desconfiada, con una actitud hostil que me ha
hecho sentirme incómodo con mi propio aspecto e inseguro de cada gesto que llevo
a cabo. Pero con el alcohol la gente se vuelve distinta, la gente se relaja, se
abre al mundo y es feliz; es en ese
momento que yo soy feliz con ellos.
Desde que me
diagnosticaron de mi bomba cerebral, comencé a frecuentar cada vez más los
bares y mucho más aquellos que contaban con salones de baile. Descubrí que la
gente dada a bailar es más permeable a compartir experiencias con otras
personas que aquellas que se sientan a beber y hablar de si mismos y yo no
quería hablar de mi mismo, ni de mis penas. No tenia tiempo de quejarme de mi
vida, ni de estar triste, yo quería vivir todo lo que pudiera.
De aquellos
sitios para bailar, descubrí que los mejores eran las discotecas para
extranjeros. Los extranjeros tienen el doble de felicidad que el resto porque
tienen esa felicidad de turista, del que solo está de paso y cualquier
experiencia, incluso siendo ésta mala, la atesorarán para siempre. La gente que
rodea a los turistas también está el doble de feliz haciendo cosas locas de las
cuales mas nadie tendrá registro. Para todos en aquellos bares es nuestro
último día en la ciudad y por lo tanto, nuestro último recuerdo perfecto.
Mi horario es el
de después de medianoche, cuando las bandas ya están tocando las canciones más
movidas y los tipos se han quitado las chaquetas y se saludan entre sí tragos
en mano, las mujeres ya han tomado varias copas luciendo mejillas coloradas y
tops descubiertos y la gente va entrando en grupos hasta llenar los locales de
una mezcla de diversos perfumes y cigarrillos.
Desde lo del
aneurisma, suelo apreciar con mucha mayor intensidad los olores, y hay una hora en que la gente aún permanece
prolija con la fragancia y el shampoo del día emanando de ellos y sus bocas exhalan solo risas diáfanas de
menta. Hay una hora perfecta en donde todo es solo alegría y las mandíbulas están
laxas con sonrisas de gestos coquetos. Yo disfruto esa hora, esa es mi hora de
observación del universo. Porque para mí el universo no está compuesto de
estrellas ni de cometas, ni de árboles gigantes, para mí el universo son todas
esas personas vibrando allá afuera, que desconocen que su tiempo está por
acabarse quizá esta misma noche y que son poseedoras de una eternidad
inconmensurable y perfecta, ya sea porque están enamoradas, porque crearán una
familia, porque serán padres o abuelos y perduraran así físicamente a través de
otros.
Lo sé, parezco un
loco observando a la gente, pero cerveza en mano voy agitándome yo también,
camino entre ellos, haciendo grupos, bailando, riendo, besando y no me resulta
difícil ligar y amar. Pasar varias noches con mujeres diferentes, de colores y
lenguajes diferentes que siempre terminan preguntando entre risas lo mismo
¿eres italiano Manolo? ¿Estás de viaje?
¿Cuánto tiempo te quedas en la ciudad? Y en la cama revuelta yo rio con la
resaca a cuestas de cervezas invitadas, sin saber cómo contestar que para mí
este viaje solo dura una noche, por eso es eterno, como mi amor por ellas. Y
esa frase les encanta. Vibran con esa frase, sin entenderla del todo, por eso
seguimos tirando y amando y riendo. Bendito sea el alcohol y la fiesta!
Esa ha sido mi
vida hasta ahora, cualquier día de la semana, según me provoque. Hay semanas
que no voy, no me importa, me encierro a leer un libro a hacer planes locos con
el Comandante, pero usualmente al llegar la medianoche mi cuerpo extraña el
calor y la empatía de otros cuerpos agitándose conmigo, vibrando conmigo como
si la vida fuera eterna por una noche.
En una de esas
noche eternas en un bar para turistas conocí
a Laura, que no era ni blanca ni negra, ni alta, ni baja. Probablemente solo
alguien de la ciudad, otra chica buscando su amor de turista. Una cara
indiferente enmarcada por una cabellera larga y negra. Unos ojos, bueno, los ojos…Laura llevaba los
ojos cerrados el día que la conocí y los labios carnosos cantaban a trozos una
canción en ingles.
Ella también se
agitaba como yo en la multitud con un baile salvaje que no llevaba pareja
conocida. Subida sobre el escenario ya desocupado por la banda, contorneaba su
cuerpo moreno metido en un top diminuto y unos jeans desteñidos, bajo las luces azules y verdes como si fuera
la estrella de un show unipersonal.
Me quedé
mirándola como me quedo mirando todo lo que me resulta extraño y bello en esta
ciudad, vi como se movía sensual y salvaje, abstraída de todos y me acerqué
hipnotizado empujando entre la gente hasta poder subir y moverme con ella. No
me apartó, pero tampoco quiso mirarme; bailamos cerca casi tocándonos,
respirando yo su aliento de chicle de canela y ella el de mis cigarrillos sin
filtro; bailamos pegados cuerpo a cuerpo, transpirando y jadeando, pero ella
con los ojos cerrados dueña de esa orgullosa soledad que solo conocería meses más
tarde, no me dio ni media sonrisa cuando al fin le dije “hola”.
Su hostilidad me
recordó entonces la misma de los vecinos de mi infancia que no me invitaban a
jugar a la pelota, las de las crías fru fru que jamás me prestaban los
cuadernos. Ese engreimiento al que había estado yo expuesto toda la vida, como
si me lo mereciera o mi rostro estuviera marcado para ser rechazado. Me jodió
su indiferencia de reina de la fiesta y
no sé porqué, ni cómo, pero comencé a tocarla; todo el cuerpo, su rostro, sus cabellos
esponjosos, su ropa ajustada, la piel de su vientre expuesto, sus pechos grandes
y sus caderas perfumadas, como si fuera mía. Y ella se dejó hacer, dócil y
humana. A mi ritmo, moviéndose sin decir una palabra.
Fue la primera
vez que Laura abrió los ojos para mí y me sonrió. Entonces nos vimos. O eso
pensé yo. Porque con Laura nunca se sabe.
Desde aquella vez
ha pasado ya más de un año. Hacemos el amor cada vez que podemos o que ella
quiere, que es casi lo mismo. Parece que fuera a ella a quien la muerte le
pisara los talones, por eso nos entendemos, aunque ella no sepa que me estoy
muriendo. La vez que se lo intente decir me miró con gesto raro.
-¿Por qué todos
los hombres inventan historias para dar lastima?- me dijo. Intente decirle que
no era para darle lastima, pero me interrumpió con una historia de un ex suyo
que tenía un soplo al corazón y se había infartado en su cama, de otro que tuvo
un derrame cerebral por exceso de Viagra de otro y otro y otro, en la siguiente
hora me había contado las historias más extrañas de los tipos más bizarros con
los que había estado. En ese momento creo que agradecí internamente que al
menos lo mío fuera tener un aneurisma, porque a esta chica solo la hubiera
podido conquistar teniendo tres huevos. Ya no hable' mas del tema.
Al quedarse callada
le observé el hecho que todos sus novios hayan sido extranjeros.
-¡Ay Marchessi! –
Exclamó haciendo un puchero que solo hacia cuando se admitía ser honesta- ¿Tú
crees que un hombre que no sea alguien que esta solo de paso por esta ciudad
podría llegar a amarme?
Quise refutarle
algo, pero era inútil, yo Manolo Marchessi también estaba de paso y ella lo sabía
bien como yo aunque no quisiera admitirlo: uno de estos días me marcharía, por
eso valía la pena amarla, todo lo que pudiera, intensamente, cada noche, hasta
que se acabara.
lunes, septiembre 10, 2012
Charlas de Cafe: Daltonismo y otras confusiones
Hoy hablare de mi
y cesaré de escribirte historias ¿Después de todo que es un blog sino una bitácora
publica?
Como te contaba
durante el café de esta tarde, he llegado a la conclusión de que para las
relaciones padezco una suerte de daltonismo que me impide diferenciar con
seguridad unos sentimientos de otros. No sé cuando cruzar o no la línea, o debo preguntar muchas veces si estoy tomando
el camino correcto. Varias veces ante el semáforo del amor – concuerdas conmigo
que suena huachafo este término- he cruzado demasiado a prisa y me han
atropellado o simplemente he vacilado tanto que nunca he llegado a conocer que
hay en la otra acera.
No todas las
mujeres son como yo- al menos eso espero, lo mío se ha adquirido a fuerza de
intentar una y otra vez cruzar la misma calle o varias calles distintas. Es más,
en este pueblo lleno de océanos y costas de idiomas diferentes, he caminado
tantos caminos buscando el por qué de las cosas, que he debido cruzar pistas,
veredas y puentes como buena testaruda, soñadora, idealista, como prefieras
llamarme, y claro, en varias ocasiones me he caído, me han
atropellado o simplemente he pasado de largo sin ver quien estaba a mi lado
para ayudarme a cruzar.
Hubo un tiempo
que como las jóvenes de mi edad, podía saber cuándo una relación iba en serio o
no. Pero ¡vamos! ¿Cuántas relaciones reúne la gente de mi edad antes de casarse
o hacer un hijo? ¿Cuántas relaciones o parejas llevan escondidas en el armario?
¿Bajo la cama? ¿Cuántas de mis amigas han ajustado las piernas meses enteros
hasta hallar el amor perfecto que les quite la culpa de entregarse a un hombre
sin el amor suficiente? Y cuando han comprobado que no, no era el príncipe encantado
han cerrado los ojos y han seguido tirando en la fe de que la función hace al órgano…Estúpidas…!Se
han enamorado del amor y ahora se inventan personas que no existen dentro de
cuerpos a los que no aman!
En el camino me he vuelto una cínica dices, y yo te respondo que quizá sea yo la ultima romántica.
Me entrego en la intimidad creyendo absolutamente que un día el
complemento perfecto para mí se me entregara por entero como yo a él; pero mientras tanto, nada de rezos y esperas inútiles.
Necesito acción…Hay que cruzar caminos, subir y bajar puentes, vencer las luces
del semáforo, aunque no sepamos con seguridad que color llevan. Así que yo soy
otra suerte de estúpida, la que piensa que su cuerpo y su sexo son
independientes de las pulsiones de su corazón o de su cabeza hiperactiva. Que podrá
actuar con la claridad de un hombre terminado el sexo, aun teniendo millones de
receptores químicos modificando su ciclo mensual, demostrándole que no, que las
mujeres vivimos ciertas vainas con un poco mas de presión social y química que
nuestros compañeros XY.
Como en la política,
en el amor existe la gente romántica teórica y existe la gente práctica llena
de acciones suicidas. Supongo que yo soy de la última especie. No de los que
esperan, sino de los que hacen camino al andar. No solo de los que creen sino de
los que se tiran del techo esperando que le salgan alas en la caída. En el amor
debo ser tan ingenuo como los que defienden las causas perdidas.
¿No es la búsqueda
del amor una causa perdida?
Debo aceptar sin
embargo, que no puedo diferenciar con certeza los sentimientos. Me termino
enamorando platónicamente de los amigos que admiro. Y ese es un sentimiento
perfecto e intangible, que de llegar a consumarse solo me sume en la desazón de
comprobar la realidad de que no será correspondido ni en la misma medida ni en
igual intensidad.
Una vez dije: Estoy
enamorada de mi porque ¿quién podría amarme mejor que yo? Pasa lo mismo
con los sentimientos sobre personas idealizadas, incluso queriéndote de la
forma en que ellos honestamente te quieren, nunca ese cariño es suficiente. Han
tenido que pasar meses para aceptarlo de forma consciente.
Si, estaba
equivocada, mis sentimientos han sido los sublimados de niña idiota que espera
en la perfección de lo intangible algo de la eternidad que no puede conseguir
en el día a día.
¿Acaso no
perduras más en el recuerdo de la persona que amas? ¿Acaso no es eso lo que
buscamos todos? Un testigo de nuestra humanidad, de la peor y de la mejor versión
de nosotros. Alguien que acepte lo que somos y que a través de su recuerdo, no desaparezcamos
del todo al momento en que nos toque desparecer…
En esa quimera
rara que es el amor y que mi corazón daltónico no puede reconocer a tiempo, es
un buen bastón el aferrarse a cosas más materiales como el sexo o la amistad a
secas.
Puedo saber cuándo
empieza y cuando termina el sexo, pues su consumación quita la ansiedad de
preguntarse si gustas o no, si te quieren o no. Se borran los puntos ciegos o
las predicciones a futuro.
Pero como toda solución
de emergencia, esta suele ser un problema en sí mismo. No hay peor veneno que
la propia medicina. ¿Acaso en el sexo no interviene el deseo? ¿Y no es el deseo
una pulsión inherente, instintiva que no responde a órdenes lógicas? ¿Acaso no
termina el deseo confundiéndose con sentimientos más nobles y altruistas como
el amor?
Yo solía
confundirme demasiadas veces. Ahora en lugar de mezclar pócimas, de amistad,
deseo, sexo, sentimientos…trato de no mezclar nada, pues mi fórmula siempre será
incorrecta.
Me declaro
incapaz de iniciar nada y con ceguera
electiva para las relaciones.
Me resulta
agradable tener amigos, o hallar por el contrario alguien que terminado el sexo
conmigo, espere casi con el mismo ardor que yo a que se repita. Me gustan los
hombres que pueden desearme, no con un deseo ficticio por un personaje, sino
desearme con ojos y manos, física y primitivamente. Puedo saber que es cada una de esas
sensaciones: Amistad o Sexo y si se dan en personas distintas disfrutarlas plenamente…pero
¿mezclarlas en una sola?
¿Confundir todo
de nuevo? ¿Y morir atropellada por una confusión de colores y sensaciones que
no puedo manejar? No, ya no. Me aterra saber que soy analfabeta en ese tipo de
lecturas… Seguiré caminando cada vía sin mapa de respaldo, cruzando los semáforos
sin saber qué color marquen. Un día tal vez cruce a tiempo hasta la otra
calzada ¿Quién sabe? La verdad no es algo que pueda esperar con fe.
domingo, septiembre 09, 2012
El Hombre Finito (1)
¿Qué harías si te
dijeran que estas a punto de morir? ¿Que no te quedan más que unos días, con
suerte unas semanas antes que todo acabe? ¿Pensarías en terminar tus días trabajando?
¿Seguir haciendo lo que hacías, manteniendo esa indiferencia inútil con la
persona que amabas? ¿Dejarías que el odio consuma todos tus actos? ¿Cambiarías violentamente
el mundo que te rodea?
Soy Manolo
Marchessi y sé que voy a morir desde que tenía 20 años o quizá antes. Me
diagnosticaron de una bomba en la cabeza que los médicos llamaron aneurisma
inoperable y desde ese entonces supe que mi vida no sería como la del
resto de mis amigos. Quise dejar la universidad y dedicarme a escribir o a
vivir de fiesta fugándome con alguna gente rara…en realidad quise dejar muchas
cosas, pero ya que nunca dejaron en claro la hora ni el día de mi muerte y el
dinero empezaba a escasear debí volver a la rutina de la gente común hasta que
la bomba reventara. Aunque nadie sabía cómo ni cuándo sería.
Simplemente me
dijeron que era probable que uno de esos dolores terebrantes que me atacaban
cuando “empezaba a sentir demasiado” se prolongara un día hasta cegarme la
vida. Podía ser ahora o en una década, era imposible saberlo. Por tanto, no podía
dejar de hacer nada de lo usualmente establecido. Ni siquiera mudarme.
Recuerdo que mis
padres se asustaron mucho cuando les dieron las noticia, hubo llanto y durante
algunos meses el luto invadió la casa y a los familiares más cercanos, quienes se acercaban a visitarme y darme
sentidos abrazos o delicados recuerdos. Incluso algunos vecinos ocupaban la
casa a la hora del café para contar historias sobre embrujos y milagros
parecidos. Todo iba sucediendo muy rápido y yo sentía que me iban velando en
vida y de cuerpo presente.
Pasaron así
semanas y luego meses, en que los vecinos dejaron de venir, la familia dejó de
llamar cada día para preguntar como seguía y mis propios padres y hermanos al pasar del tiempo
y al ver que no moría, terminaron también por olvidar el asunto.
El único que no olvidó
fui yo, que sigo esperando que un día, no sé cómo ni cuándo desaparezca de este
mundo sin haber hecho todo lo que debo.
No soy católico,
ni profeso ninguna religión conocida. Mucho menos gusto de las doctrinas de la
naturaleza y la tierra o de las energías reverberantes, como un día me
quisieron instar alguna tribu de fanáticos.
Por tanto, no creo en que haya oportunidad para mí en otra vida, o que regrese
en otro cuerpo para hacer mejor las cosas que ahora. Como dice mi amigo Mark
Buetikofer, el único suizo del que me da orgullo ser amigo, habrá que vivir lo mejor que se pueda para intentar
irse de este mundo con honor.
Me pregunto ¿Dónde
estará el honor? El honor de cada
persona, me refiero. Para Mark está en buscar el origen de las cosas como buen
historiador. El origen de las razas, de las migraciones y el porqué de la
humanidad. Yo no sé en dónde está mi honor. O que debía buscar en el mundo para
recuperarlo.
Desde que tengo
uso de razón había sentido miedo de vivir. El miedo cesó cuando aquél medico de
bata blanca me dijo que mis días estaban contados y que nadie podía hacer nada
al respecto. Es duro oir eso cuando tienes veinte, estaba terminando mi
adolescencia, ni siquiera sabía que era el amor, no estaba seguro de si la
carrera elegida era para mí. No había vivido nada de nada y me decían que me
estaba muriendo, si, que ya en ese momento había empezando a morirme frente a
sus ojos.
No buscamos otros
médicos, no obligué a mis padres a buscar otras opciones más allá de esa
primera clínica, suficiente habían gastado ya. Mi madre no se arrancó los pelos
esperando un milagro, vivimos la noticia con la resignación de lo inevitable. Solo
acababan de decirles que su hijo menor moriría. Un día, algún día y que esto sería
inevitable. Supongo que en ese momento mis padres también vivieron la noticia
con honor y se luto silente de los meses que siguieron, lleno de abrazos
tiernos, no fue sino una demostración de que estaban preparados para los
arrebatos de un destino que nunca les había sido demasiado alegre.
No los obligué a
buscar a otros médicos, santeros ni chamanes, no porque no temiera a la muerte,
sino porque me había cansado de temer a estar vivo. Todo el tiempo, desde que había
sido niño no había hecho más que tiritar bajo las sábanas pensando el momento
en que mis ancianos padres morirían y me dejarían solo al acecho de otras gentes
que no me amarían lo suficiente ni podrían cuidar de mi. Había llegado a la
adolescencia pensando que les sucedería algo a ellos, a la familia, a la gente
a la que amaba. Que en algún momento, me quedaría solo e inerme en un gran
mundo de sombras. Porque era el niño chico, el menor, el rabo de una familia
corta.
Era la primera
vez que me daba cuenta de la extraña posibilidad de que yo podía partir primero
y con ello, a mis escasos veinte años todo un abanico de posibilidades
extraordinarias. ¿Había gente que me extrañaría? ¿Dejaría una huella en el
mundo? ¿Realmente desaparecería para siempre si moría?
¿Cuánto es para
siempre?
Otro miedo más
sutil se comenzó a apoderar de mí, meses
después de recibida la noticia: ¿Dolía la muerte? ¿Había algo más allá? ¿Debía
esperar que ese otro mas allá sea mejor o que yo fuera mejor en el mas allá que
en el mas acá?
Todo ese miedo cesó
al conocer a los amigos que conocí en el camino. Si cada vida es una sola, yo
agradezco que en este corto paso por la vida el haberlos conocido y con eso,
haber rozado un poquito de su sabiduría para poder apreciar la belleza y la alegría
de vivir, incluso hasta el último y mísero minuto que me quede aquí antes de
calzar el pijama de pino, como dice el Comandante.
De mis amigos,
les hablaré mas adelante. De lo que quiero hablarles- aun es larga la noche- es
de ese momento en que comprendí que no valía la pena vivir con miedos,
postergando las decisiones para otra vida en que me salieran mejor las cosas,
donde hubiera no solo una sino varias oportunidades de equivocarse.
Yo, solo tengo
una vida y es esta. No puedo darme el lujo de guardarme un abrazo, un te
quiero o una confesión de verdad.
Para mí no hay, ni ha habido jamás tiempo. No hay tiempo de esperar a
que decidan volver a hablarme, que den el primer paso en una discusión tonta,
de volver a trabajar tras una ruma de papeles ni hacer mas planos de casas en
las que no viviré. Soy un nómade y un loco.
He acabado una profesión
y una maestría y todo el tiempo he pensado:
No es la gran cosa, puedo dejarlos en cualquier momento, puedo renunciar e irme
de viaje, porque son cosas que en
realidad no importan para mi futuro inmediato. Porque mi único futuro
inmediato es ser feliz y aun no encuentro la formula de cómo serlo, excepto moviéndome
de un lugar para otro hallando personas como a Mark o al Vasco o al mejor de
todos el Comandante, que han dado un poco mas de sentido a esta de por si
triste existencia.
He dicho en cada
uno de los trabajos que he empezado: No duraré aquí el tiempo suficiente, renunciaré
o moriré, lo que pase antes…pero nunca ocurre. Soy de esas personas, que quizá por
mi raza, podemos soportar intensos dolores por largos periodos, esperando un
dolor aun más fuerte. Yo sigo esperando. Porque en realidad ya no tengo miedo
de vivir, pero no sé en qué momento preciso he empezado a hacerlo.
Mi nombre es Manolo
Marchessi y si gustan, en las próximas paginas pasare a contarles un poco de mi
vida, que yo la siento larga, larguísima y sin embargo solo me ha tomado 32 años
llevarla a cabo. ¡Treinta y dos años! ¡Qué digo! El doctor que me diagnosticó
se hubiera muerto si le decía que viví casi una década más desde que acudí a su
consulta quejándome de aquellos terribles dolores de cabeza y esos sueños
hiperreales.
A veces siento
que he vivido más vidas de las que cuenta la cronología desde mi nacimiento. He
vivido una a una vidas anidadas en sueños cada vez más intensos, que al llegar
el día he intentado llevarlos a cabo de la forma que sea, viajando a países en
donde no creí posible y conociendo a gente que mi sencilla vida de ingeniero jamás
me lo hubiera permitido. Sé que esta parte de mi vida, la onírica, es algo que
el Comandante jamás entenderá como cierta y por eso suelo callarla, para no
despertar su mirada entre piadosa y divertida. Sé que piensa que es parte de mi
exquisita sensibilidad para todo- sabores, olores y sonidos-una sensibilidad
derivada probablemente de las inervaciones de mi aneurisma cerebral que me ha
terminado por convertir en un receptor de sensaciones y recuerdos. Esa masa pulsátil
con su sonido de muerte haciendo tic tac en mi cabeza le ha dado todo el
sentido de vida ausente hasta ese momento a mi pobre existencia.
*Extracto de Cinco Cuentos sobre la Muerte.
jueves, septiembre 06, 2012
Un amor para Maria Fe
María Fe, tiene un perfil raro que no llega a ser del todo feo y sin embargo da a su cara un aire levemente varonil. Sus cejas espesas y su mirada dura contribuyen a ese aspecto serio que siempre adopta en clase. Se sienta derecha en la primera fila de la maestría de negocios internacionales y cruza las manos sobre el pupitre como solicitando la aclaración justa de algo. No soy yo quien se la dará, yo apenas tengo las preguntas y rara vez entiendo las respuestas que me dan, pero su mirada en silencio me ordena que deba saberlas o al menos investigarlas.
Cruza la pierna envuelta en una panty encarnada y la botita de cuero que apenas le llega al tobillo brilla aun más ante las luces de la clase. El profesor entra y comienza a hablar sin tregua mientras María Fe suaviza repentinamente esa actitud guerrera y nubla de rosado los ojos, ante el anciano que bromea durante la clase de economía. Se vuelve risueña, coqueta y tonta, ante un viejo que podría ser su padre. Es lo que no entiendo. Ella es dura, seria y siempre a la defensiva con todos nosotros, pero a él le regala sólo sonrisas dulces y gestos suaves.
A la mitad de la clase todos salimos a fumarnos un cigarrillo, mientras ella, aplicada e impecable con su falda corta y el cabello atado a un lado, le hace preguntas que el maestro se apura en contestar con risas de viejo encantador. Su mirada opaca y glaucomatosa recorre el cuerpo aun joven y sensual de María Fe, la invita probablemente a un café después de clases, la invita a leer libros que ya nadie más lee y una de esas tardes de viernes en que nadie ha invitado a salir a María Fe, la invita al teatro y luego a tirársela en el silencio arropado por el olor de cedro y eucalipto de un departamento inmenso.
Ella gime alto, como repentinamente liberada hacia una pasión desbocada, que sólo aquel hombre cincuentón puede ofrecerle sin juzgarla luego. Se abandona a su caricia firme y a su cuerpo fofo, a la palabra precisa, que ordena y enternece. A la mano que alisa su cabello como cariñoso padre y que luego tapará su boca para causarle entre espasmos lujuriosos más de aquel dolor delicioso que a ella le gusta tanto. Él le ofrecerá ir a un hotel nuevo de exquisitos lujos, un escape hacia una isla desconocida, una cena a la luz de las velas junto a su nutrida biblioteca. Le ofrecerá algo parecido a un amor puro, o mejor dicho pura compañía. Y retozarán sin casi tocarse varias noches seguidas, como padre e hija o como antiguos amantes.
María Fe ha frecuentado a varios viejos desde chica, los ha admirado, seguido e idolatrado. Viejos sabios y seguros; sólo ellos saben cuando se le antoja ser niña y cuando se le antoja ser vieja. Le ofrecen esa ternura silente y esa promesa segura de segunda cita.
Porque para un viejo toda segunda cita con una mujer más bella y más joven, ya es de por si un milagro.
Y ella se entrega, porque los ofrecimientos de cariño insípido y amistad a medias no le agradan. Le gusta más cuando un hombre se sienta frente a ella y le dice frases perfectas como que Toda su atención está solo puesta en ella, como que solo le importa pasar una noche más, aunque sea solo una noche más con ella.
No le agradamos ninguno de nosotros, con el ritual repetido de una cita tras otra, de ofrecimientos torpes y cursilerías baratas; de preguntas mil veces ensayadas llenas de un interés pasajero que solo disfraza el deseo de sexo. No le gustamos nunca, pobres pescadores de sueños cubiertos por esa inseguridad reprimida de cuando ella nos mira firme y parece que quisiera tener ya, rápidamente todas las respuestas.
Su mirada ansiosa de ojos que doblegan, una mirada que solo los viejos pueden sostenerle el tiempo suficiente como para saber, que detrás de esas negras pupilas, la verdadera María Fe solo aflora una vez que se la ve por entero emerger desnuda desde esa piel color avellana. Salir desde piel adentro, allá donde vive ella, siempre sola, siempre esperando que la sorprenda un amor inesperado.
Cruza la pierna envuelta en una panty encarnada y la botita de cuero que apenas le llega al tobillo brilla aun más ante las luces de la clase. El profesor entra y comienza a hablar sin tregua mientras María Fe suaviza repentinamente esa actitud guerrera y nubla de rosado los ojos, ante el anciano que bromea durante la clase de economía. Se vuelve risueña, coqueta y tonta, ante un viejo que podría ser su padre. Es lo que no entiendo. Ella es dura, seria y siempre a la defensiva con todos nosotros, pero a él le regala sólo sonrisas dulces y gestos suaves.
A la mitad de la clase todos salimos a fumarnos un cigarrillo, mientras ella, aplicada e impecable con su falda corta y el cabello atado a un lado, le hace preguntas que el maestro se apura en contestar con risas de viejo encantador. Su mirada opaca y glaucomatosa recorre el cuerpo aun joven y sensual de María Fe, la invita probablemente a un café después de clases, la invita a leer libros que ya nadie más lee y una de esas tardes de viernes en que nadie ha invitado a salir a María Fe, la invita al teatro y luego a tirársela en el silencio arropado por el olor de cedro y eucalipto de un departamento inmenso.
Ella gime alto, como repentinamente liberada hacia una pasión desbocada, que sólo aquel hombre cincuentón puede ofrecerle sin juzgarla luego. Se abandona a su caricia firme y a su cuerpo fofo, a la palabra precisa, que ordena y enternece. A la mano que alisa su cabello como cariñoso padre y que luego tapará su boca para causarle entre espasmos lujuriosos más de aquel dolor delicioso que a ella le gusta tanto. Él le ofrecerá ir a un hotel nuevo de exquisitos lujos, un escape hacia una isla desconocida, una cena a la luz de las velas junto a su nutrida biblioteca. Le ofrecerá algo parecido a un amor puro, o mejor dicho pura compañía. Y retozarán sin casi tocarse varias noches seguidas, como padre e hija o como antiguos amantes.
María Fe ha frecuentado a varios viejos desde chica, los ha admirado, seguido e idolatrado. Viejos sabios y seguros; sólo ellos saben cuando se le antoja ser niña y cuando se le antoja ser vieja. Le ofrecen esa ternura silente y esa promesa segura de segunda cita.
Porque para un viejo toda segunda cita con una mujer más bella y más joven, ya es de por si un milagro.
Y ella se entrega, porque los ofrecimientos de cariño insípido y amistad a medias no le agradan. Le gusta más cuando un hombre se sienta frente a ella y le dice frases perfectas como que Toda su atención está solo puesta en ella, como que solo le importa pasar una noche más, aunque sea solo una noche más con ella.
No le agradamos ninguno de nosotros, con el ritual repetido de una cita tras otra, de ofrecimientos torpes y cursilerías baratas; de preguntas mil veces ensayadas llenas de un interés pasajero que solo disfraza el deseo de sexo. No le gustamos nunca, pobres pescadores de sueños cubiertos por esa inseguridad reprimida de cuando ella nos mira firme y parece que quisiera tener ya, rápidamente todas las respuestas.
Su mirada ansiosa de ojos que doblegan, una mirada que solo los viejos pueden sostenerle el tiempo suficiente como para saber, que detrás de esas negras pupilas, la verdadera María Fe solo aflora una vez que se la ve por entero emerger desnuda desde esa piel color avellana. Salir desde piel adentro, allá donde vive ella, siempre sola, siempre esperando que la sorprenda un amor inesperado.
martes, septiembre 04, 2012
Un lápiz y un amor
Recuerdo que se había vuelto mi lugar favorito, así no hiciéramos nada, su habitación seguía siendo el lugar más cómodo para pensar, en toda la tierra: Sus estantes repletos de libros y revistas, los frascos de perfume a medio cerrar en los estantes, los colores opalescentes a través de las botellas de vino o whisky eternamente cerradas. Sus discos de todos los tipos alineados uno tras otro, las peliculas de culto. El piso impecable…
Recuerdo su piso impecable cuando la luz de la tarde formaba lagunas doradas en el piso recién encerado. Y me recuerdo a mí descansando vestida sobre su cama, ojerosa, con los brazos colgando fuera y la cabeza de cabellos revueltos, imaginando que su cama era un barco, una especie de barca mágica que podía hacerme navegar por ese universo raro donde él habitaba, sin naufragar en dudas ni preguntas de ninguna especie.
Yo solo acompañaba su trabajo en silencio, cuidando no interrumpirlo. Era para él una especie de muñeca de trapo que acompañaba sus tardes de creación dominicales. Mi cuerpo siempre llegaba fatigado, semanas duras de trabajo luchando a los dientes con otras personas, con otros hombres, con gente que no entendía nada y yo, siempre fingiendo ser más fuerte, mas dura, mas cínica, para que así no doliera cuando las cosas no funcionaban. Decía todas mis quejas ante él y me quedaba dormida. Yo, su hermanita menor, su mejor amiga- ¡cuanto quería serlo!- la gatita loca, como le gustaba llamarme.
Y recuerdo una tarde que entre sus muchas cosas raras, de otros países y tiendas lejanas hallé un lápiz de hermoso carbón blando y comencé a dibujar para quedarme callada. Porque en ese tiempo como ha vuelto a ser ahora, dibujar era mi única forma de callar pensamientos y ausentarme del todo. La única forma en que era posible bloquear a todo lo que pensara y relajar así mis hombros, mis brazos cansados de reanimar gente que no conocía.
Yo, era más yo cuando dibujaba y quería que él lo supiera. Que él me conociera y me amara como yo quería, como yo pensaba que él podía.
La música flotaba tenue y melancólica cuando halló la hoja llena de dibujos sobre su mesa de trabajo, me sonrió tiernamente y se dispuso a arrugarla, sin pena. Me sentí mas afectada de lo que podía ocultarle
¿La tirarás?- pregunté- ¿Acaso no te gusta?. Me acarició el rostro con su mano tibia. “Me gusta, si, pero tenemos que arreglar todo antes de irnos y esto ya no sirve o si?”.
¿O si?
Quizá fue el momento mas claro para admitir que nuestra amistad jamás derivaría en algo mas profundo que eso. Podíamos protegernos, salir, reír, compartir cosas. Compartirle yo, todos mis sentimientos, incluso los más vergonzantes, pero todo eso era perecible. No había una empatia real que pudiera mantenernos juntos, si alguna vez quisiéramos juntarnos. Me sentí viuda antes de haberme casado, quise reclamar la cama de colcha azul para mi, los cuadros a blanco y negro en la pared; de los cientos de libros por lo menos exigirle un par de docenas que el hubiera leído ya sin darles la importancia debida. Quedarme con sus películas y sus discos, con un poco de su ternura natural al arrullarme mientras me quedaba dormida. Quise reclamarle que no me parecía el hecho que no me quisiera. Que no intentara jamás un beso si me veía llegar linda, que no llamara nunca después de vernos. Quise, en fin, quedarme con el dibujo y meterme a mi cama para soñar de nuevo, que las cosas en el mundo eran como yo quería que fuesen.
Pasaron muchos años, antes de que pudiera volver a dibujar en público o para otro hombre. Estaba ebria aquella noche y en el estante del baño perfectamente decorado, lo único que desentonaba, era esa cantidad obscena de lapiceros y lápices regados en cada rincón a modo de colorido popurrit de tintas de colores.
Si, era la casa de un loco- pensé- De un obsesivo de los útiles escolares, de un niño que no había crecido del todo. Sentada aun en la taza de ese baño gris, me incorporé hacia la blanca repisa y cogiendo un lápiz azul cualquiera empecé a delinear un rostro, un cabello, unos ojos. Él, me esperaba seguramente ansioso del otro lado de la puerta, a medio vestir, esperando inútilmente a que termináramos lo que habíamos empezado; pero en medio de los vapores del vino, yo no atinaba a levantarme, sólo dibujaba para limpiar mi cabeza de aquellas vainas raras que te atacan cuando no estás ya segura de nadie.
Al llegar la mañana pensé en borrarlo con la mano al descubrir la pulcritud y hermosura de esa casa, pisada por primera vez por mí y apenas observada la noche anterior. Me cautivó la historia fascinante del personaje que ahora sentado frente a mí, me contaba el porqué de la existencia de tantos lápices y lapiceros en casa, el porqué de tener tijeras de todos los tamaños regadas por todos lados.El porqué de todo en su vida, como si yo hubiera preguntado.
Había pensado en borrar mi dibujo y no dejarle ninguna huella, pero preferí no moverme y quedarme allí hasta que acabara aquella historia loca. Lo adoré, como si conociera por fin al personaje jamás descrito en ninguno de sus libros. Adoré su forma sencilla de confesarme que estaba loco. “Como yo misma”- me dije en silencio. Y quise que no empezara a despuntar la mañana, quise, canjear un poco del silencio de besos de la noche anterior, por un día entero oyendo más de sus historias. Su voz profunda, despeñándose de su boca y grabándose para siempre en mi memoria. Pero debía irme, sin promesas de segundos encuentros, ni exigencias de relaciones eternas. Debía irme, porque si, aunque ya no quisiera.
Ya tumbada de sueño en el asiento trasero del taxi rumbo al largo camino hacia el aeropuerto, la ciudad se delineaba borrosa y gris, con un día que no se atrevía a ser día; aun la gente dormida en sus casas y yo volviendo a quién sabe donde, en busca de un sueño que no volvería quien sabe por qué. Revisé el móvil, mas que por necesidad apremiante por una rutina de gente sola y ahí estaba, su ultimo mensaje: “Gracias por el arte mural, me gusta mucho. Me gustas tu, así, tan loca”
Le creí entonces, porque deseaba creerle. Porque deseaba sentir que era cierto lo sentido y lo pensado. Me hubiera gustado decirle, que dibujaba en las pausas del amor para no sentirme culpable. Que pintaría toda su casa a lápiz de ser posible. Que me hubiera gustado quedarme allí para siempre averiguando más sobre sus historias de infancia, sobre su vida entera…pero no dije nada. Callé, como callamos los orgullosos, a los que nos da miedo volver a abrir el corazón a nadie. Callé para que no se me notara, que en contra de su opinión más ingenua, yo no estaba loca… que solo había empezado a enamorarme de la fantasía que lo rodeaba.
Recuerdo su piso impecable cuando la luz de la tarde formaba lagunas doradas en el piso recién encerado. Y me recuerdo a mí descansando vestida sobre su cama, ojerosa, con los brazos colgando fuera y la cabeza de cabellos revueltos, imaginando que su cama era un barco, una especie de barca mágica que podía hacerme navegar por ese universo raro donde él habitaba, sin naufragar en dudas ni preguntas de ninguna especie.
Yo solo acompañaba su trabajo en silencio, cuidando no interrumpirlo. Era para él una especie de muñeca de trapo que acompañaba sus tardes de creación dominicales. Mi cuerpo siempre llegaba fatigado, semanas duras de trabajo luchando a los dientes con otras personas, con otros hombres, con gente que no entendía nada y yo, siempre fingiendo ser más fuerte, mas dura, mas cínica, para que así no doliera cuando las cosas no funcionaban. Decía todas mis quejas ante él y me quedaba dormida. Yo, su hermanita menor, su mejor amiga- ¡cuanto quería serlo!- la gatita loca, como le gustaba llamarme.
Y recuerdo una tarde que entre sus muchas cosas raras, de otros países y tiendas lejanas hallé un lápiz de hermoso carbón blando y comencé a dibujar para quedarme callada. Porque en ese tiempo como ha vuelto a ser ahora, dibujar era mi única forma de callar pensamientos y ausentarme del todo. La única forma en que era posible bloquear a todo lo que pensara y relajar así mis hombros, mis brazos cansados de reanimar gente que no conocía.
Yo, era más yo cuando dibujaba y quería que él lo supiera. Que él me conociera y me amara como yo quería, como yo pensaba que él podía.
La música flotaba tenue y melancólica cuando halló la hoja llena de dibujos sobre su mesa de trabajo, me sonrió tiernamente y se dispuso a arrugarla, sin pena. Me sentí mas afectada de lo que podía ocultarle
¿La tirarás?- pregunté- ¿Acaso no te gusta?. Me acarició el rostro con su mano tibia. “Me gusta, si, pero tenemos que arreglar todo antes de irnos y esto ya no sirve o si?”.
¿O si?
Quizá fue el momento mas claro para admitir que nuestra amistad jamás derivaría en algo mas profundo que eso. Podíamos protegernos, salir, reír, compartir cosas. Compartirle yo, todos mis sentimientos, incluso los más vergonzantes, pero todo eso era perecible. No había una empatia real que pudiera mantenernos juntos, si alguna vez quisiéramos juntarnos. Me sentí viuda antes de haberme casado, quise reclamar la cama de colcha azul para mi, los cuadros a blanco y negro en la pared; de los cientos de libros por lo menos exigirle un par de docenas que el hubiera leído ya sin darles la importancia debida. Quedarme con sus películas y sus discos, con un poco de su ternura natural al arrullarme mientras me quedaba dormida. Quise reclamarle que no me parecía el hecho que no me quisiera. Que no intentara jamás un beso si me veía llegar linda, que no llamara nunca después de vernos. Quise, en fin, quedarme con el dibujo y meterme a mi cama para soñar de nuevo, que las cosas en el mundo eran como yo quería que fuesen.
Pasaron muchos años, antes de que pudiera volver a dibujar en público o para otro hombre. Estaba ebria aquella noche y en el estante del baño perfectamente decorado, lo único que desentonaba, era esa cantidad obscena de lapiceros y lápices regados en cada rincón a modo de colorido popurrit de tintas de colores.
Si, era la casa de un loco- pensé- De un obsesivo de los útiles escolares, de un niño que no había crecido del todo. Sentada aun en la taza de ese baño gris, me incorporé hacia la blanca repisa y cogiendo un lápiz azul cualquiera empecé a delinear un rostro, un cabello, unos ojos. Él, me esperaba seguramente ansioso del otro lado de la puerta, a medio vestir, esperando inútilmente a que termináramos lo que habíamos empezado; pero en medio de los vapores del vino, yo no atinaba a levantarme, sólo dibujaba para limpiar mi cabeza de aquellas vainas raras que te atacan cuando no estás ya segura de nadie.
Al llegar la mañana pensé en borrarlo con la mano al descubrir la pulcritud y hermosura de esa casa, pisada por primera vez por mí y apenas observada la noche anterior. Me cautivó la historia fascinante del personaje que ahora sentado frente a mí, me contaba el porqué de la existencia de tantos lápices y lapiceros en casa, el porqué de tener tijeras de todos los tamaños regadas por todos lados.El porqué de todo en su vida, como si yo hubiera preguntado.
Había pensado en borrar mi dibujo y no dejarle ninguna huella, pero preferí no moverme y quedarme allí hasta que acabara aquella historia loca. Lo adoré, como si conociera por fin al personaje jamás descrito en ninguno de sus libros. Adoré su forma sencilla de confesarme que estaba loco. “Como yo misma”- me dije en silencio. Y quise que no empezara a despuntar la mañana, quise, canjear un poco del silencio de besos de la noche anterior, por un día entero oyendo más de sus historias. Su voz profunda, despeñándose de su boca y grabándose para siempre en mi memoria. Pero debía irme, sin promesas de segundos encuentros, ni exigencias de relaciones eternas. Debía irme, porque si, aunque ya no quisiera.
Ya tumbada de sueño en el asiento trasero del taxi rumbo al largo camino hacia el aeropuerto, la ciudad se delineaba borrosa y gris, con un día que no se atrevía a ser día; aun la gente dormida en sus casas y yo volviendo a quién sabe donde, en busca de un sueño que no volvería quien sabe por qué. Revisé el móvil, mas que por necesidad apremiante por una rutina de gente sola y ahí estaba, su ultimo mensaje: “Gracias por el arte mural, me gusta mucho. Me gustas tu, así, tan loca”
Le creí entonces, porque deseaba creerle. Porque deseaba sentir que era cierto lo sentido y lo pensado. Me hubiera gustado decirle, que dibujaba en las pausas del amor para no sentirme culpable. Que pintaría toda su casa a lápiz de ser posible. Que me hubiera gustado quedarme allí para siempre averiguando más sobre sus historias de infancia, sobre su vida entera…pero no dije nada. Callé, como callamos los orgullosos, a los que nos da miedo volver a abrir el corazón a nadie. Callé para que no se me notara, que en contra de su opinión más ingenua, yo no estaba loca… que solo había empezado a enamorarme de la fantasía que lo rodeaba.
viernes, agosto 31, 2012
JUNIO
La puerta esta
junta y yo finjo dormir, oculta entre mil mantas, almohadas pequeñas y extrañas
fragancias; allí estoy acostada respirando quedito, pero no duermo, en realidad
lo espero. Es el año 2007 y me he acostumbrado a que a mitad de la noche, un
cuerpo helado busque abrigo con el mío. Sigiloso como un gato, dulce cuando
calla y brutal cuando pide que lo ame de piel para adentro.
El amor no se
pide- me digo. Nace, tiene que nacer. Pero nuestro amor ha nacido casi muerto,
con fallas múltiples; a lo mejor y nos une la esperanza de recomponerlo en el
camino. Nos une la soledad, le he dicho, pero quién sabe si ha oído. A mitad de
la madrugada el llega cansado y yo espero cansada también que su figura borrosa
se amolde a la mía. Con suaves movimientos que estremecen la piel más tibia.
Junio ha llegado
con miserias varias a llenar de frio esa ciudad. Junio es su nombre también y
dormimos juntos, sin citas previas. Como dos personajes ocultos en un cuarto
del tamaño de una caja de zapatos, con olor a moho de mitad de invierno. Me gusta. Hay
algo transgresor en esa relación inhumana, nunca coincidimos de día, solo a
mitad de la madrugada. El me pregunta cómo me fue en mi guardia y yo evito
preguntar como le fue en el diario, si es que esta pasando algo nuevo en el pais me enterare manana.
El sexo surge sin contratiempos, sofocado por el silencio de la madrugada. Todos duermen, nosotros apenas estamos listos para estar suficientemente despiertos.
El sexo surge sin contratiempos, sofocado por el silencio de la madrugada. Todos duermen, nosotros apenas estamos listos para estar suficientemente despiertos.
Hay una mínima
esperanza de que esa relación resulte, nos aferramos con unas y dientes, a las
sabanas, a las almohadas húmedas, a toda esa esponjosa ficción que hemos creado
desde que nos conocimos. El me lee y yo a él, mientras poco a poco nos vamos perdiendo. Los
dos como seres humanos reales a la luz del día apenas si nos reconoceríamos,
pero mientras escribimos, vamos al mismo paso, sintiendonos, conociendonos...Perdiendonos.
Hoy he puesto esa
música que sonaba cuando nos despedimos, no el 2007 sino dos años más tarde. Y
me he puesto de pie en mi balcón altísimo, al que imagino como la proa de un
barco, a ver la ciudad, las luces que titilan hasta desaparecer en la boca
negra del mar. Hoy lo he recordado a mí pesar, porque las historias vuelven
siempre durante la madrugada, reverberan las culpas y las razones a esa hora en
donde como en un pasado no muy lejano, también nació muerta la esperanza.
La mala hora
Me preguntas si el insomnio es una enfermedad.
Quiza es un vicio, me quedo pensando.
Quiza es que la hora en la que los astros ascienden hasta hacerse inalcanzables sea la mejor para escribir. No porque la ciudad calle, sino porque hay una hora pasada la cual, se desvanenecen todas las esperanzas y mueren las oportunidades de ser buscada o encontrada. Quedan libres entonces, los pensamientos mas profanos, crueles dictadores de dedos agiles y verborrea honesta.
Hay una hora a mitad de la madrugada, en que cualquier persona puede ser sincera, puede volverse poeta o pitonisa de los hechos mas escabrosos. Me agrada esa hora como tambien me aniquila, es la hora en que se abandona toda esperanza y ya hemos hablado bastante de la esperanza, verdad?
Me preguntas si tengo terapeuta y como se llama?
Mi terapeuta es negro y solo se recibe en pequenas dosis, va metido en una tacita pequena invadiendo con su fragancia cualquier melancolia reciente. Es el que me hace hablar a gusto cuando lo que deberia hacer es callar mil veces. Mi terapeuta, lo sabes ahora es el cafe de la manana, el de media tarde, el que no busca compania para ser bebido.
Escribo sin corrector de textos hoy y es como correr sin sujetador, tremendamente liberador como inadecuado. Me hace falta algo mas de cafe, un poco de abrigo, una compannia que no moleste el curso de mis pensamientos y una ilusion. Recien ha empezado la madrugada y las historias confluyen a mi paso como un cardumen de sutiles pensamientos.
Quiza es un vicio, me quedo pensando.
Quiza es que la hora en la que los astros ascienden hasta hacerse inalcanzables sea la mejor para escribir. No porque la ciudad calle, sino porque hay una hora pasada la cual, se desvanenecen todas las esperanzas y mueren las oportunidades de ser buscada o encontrada. Quedan libres entonces, los pensamientos mas profanos, crueles dictadores de dedos agiles y verborrea honesta.
Hay una hora a mitad de la madrugada, en que cualquier persona puede ser sincera, puede volverse poeta o pitonisa de los hechos mas escabrosos. Me agrada esa hora como tambien me aniquila, es la hora en que se abandona toda esperanza y ya hemos hablado bastante de la esperanza, verdad?
Me preguntas si tengo terapeuta y como se llama?
Mi terapeuta es negro y solo se recibe en pequenas dosis, va metido en una tacita pequena invadiendo con su fragancia cualquier melancolia reciente. Es el que me hace hablar a gusto cuando lo que deberia hacer es callar mil veces. Mi terapeuta, lo sabes ahora es el cafe de la manana, el de media tarde, el que no busca compania para ser bebido.
Escribo sin corrector de textos hoy y es como correr sin sujetador, tremendamente liberador como inadecuado. Me hace falta algo mas de cafe, un poco de abrigo, una compannia que no moleste el curso de mis pensamientos y una ilusion. Recien ha empezado la madrugada y las historias confluyen a mi paso como un cardumen de sutiles pensamientos.
jueves, agosto 30, 2012
EL PACTO
La primera cita sería
en la verdulería, justo en la sección de las frutas. Recordaría luego el olor a
piña cayena, duraznos maduros y manzanas chilenas, mientras lo esperaba. La
idea de encontrarse por primera vez en el supermercado había sido suya; era un lugar iluminado y seguro, donde estarían
rodeados por mucha gente. De darse el caso podría huir o excusarse sin salir
lastimada. Más allá de esa lógica de paranoia y protección la razón era mucho más
casera: Era por los olores; en un futuro si algún sentimiento traicionaba su lógica
usual de autoprotección, apenas si podría
evocar su recuerdo si estaba disipado su aroma entre las mil fragancias de las
frutas importadas de aquel exclusivo supermercado.
Llegó temprano,
contando los minutos, los pasos peatonales, las señales de los semáforos. El
pacto era simple, ninguna palabra de contacto previo, no saludos ni gestos
vanos, irían directo a la acción de lo
que les naciera hacer en ese momento. Un abrazo, un beso, un empujón si fuera
necesario. Más que una cita a ciegas, su encuentro iba acompañado del pacto explicito
de ignorar cualquier convencionalismo que los encasillara más adelante como las
personas aburridas que echan a perder una relación por la duda inicial.
“La acción es carácter” le habían enseñado en la escuela. ¡Vaya forma de aplicarlo! pensó con
cierta melancolía, al recordarse colegiala, con sueños de amores perfectos y
relaciones ideales.
El encuentro fue rápido,
contacto visual adecuado, tacto breve, olores tenues entre sus escasos centímetros
de separación. Demasiado ruido alrededor como para fijarse en vibraciones
nerviosas en el tono de la voz. Luego vendrían el abrazo, el beso, la caricia
inesperada. Ese despliegue de ternuras guardadas para todo el mundo, saliendo de
pronto a flote en intensas bocanadas, inoportunas bocanadas de realidad ante un
encuentro de por si ficticio.
¡Cuán extrañas eran
las relaciones entre dos extraños! Ahora lo sabía, pero antes no. Antes todo acto tenía un significado
a futuro; la sonrisa, el movimiento, el roce casual entre ambas manos. Tenían significado
las luces que volvían los cuerpos oscuros o transparentes a su paso. La palabra
precisa y el silencio elegido a tiempo. Las pausas entre las frases, las tontas
anécdotas. Había existido un antes, ella lo sabía. Pero no sabía cuándo o cómo,
pues ese antes era usualmente difuso.
Volvía a su memoria solo cuando debía poner en su lugar a la ilusión y dar paso
a la conciencia, al contar de los pasos, de los minutos, de las luces, a la medida exacta de cuando había
que soñar o despertar para volver a casa.
Pero el pacto
incluye un lugar donde llegar, un fluir de actos continuo hasta satisfacer
cualquier curiosidad a futuro. El pacto incluye la naturaleza de ambos, mezclada
sin medidas ni proporciones. No irrumpirán los límites de lo sabido o temido;
la sociedad y su molesto susurro inquisidor se quedarán puertas afuera. Tapadas
las ventanas, amordazado el golpe de los cuerpos, y las voces, deberá surgir en ese tibio espacio, el sonido
verdadero de lo sentido y deseado. Sin miedos, sin dudas, sin tensiones.
Luego vendrá el
futuro, a destrozar entre sus patas veloces lo que haya quedado sin proteger.
Cualquier
sentimiento indiscreto fuera de esas cuatro paredes, cualquier palabra demás,
el mínimo gesto que delate fragilidad
deben ser guardados ahora. Cuerpos
vulnerables a ser repuestos y sucedidos por otros cuerpos, deberán protegerse
de cualquier sentimiento fatuo que corroa su superficie de cinismo exitoso. Es momento de vestirse y blindarse con una lógica
que resiste cualquier cuestionamiento a futuro. Hay que protegerse de que
cualquier olor nuevo permanezca más tiempo del debido, de que el sonido de una
palabra mal dicha arroje una onda expansiva que destruya la breve ilusión de un
encuentro casual.
Su caminata de
retorno ha sido lenta, de nuevo contar las luces, los pasos peatonales, los
faroles que aun están encendidos. Abrigada de aquella abominable lucidez camina
sin prisa por el centro de la calle. Ya no la esperan la duda de si habrá o no
beso, de si ocurrirá o no un abrazo en la primera cita. El encuentro ha sido
perfecto y el pacto adecuadamente respetado. El viento cubre de gotitas
azuladas su rostro cansado a contraviento contra aquel amanecer brumoso, mientras
van tomando direcciones opuestas.
Al final del día se
han evitado la fatiga de hacer lo que todo el mundo hace. Han ido contra la
corriente, y evadido la duda y la angustia de esperar una sorpresa que a su edad
es probable que no llegue más. Al invitado que jamás llega. Cada cosa ha estado en su lugar sin objeciones, ni
sentimientos colándose. Cerebrales y
rudos, caminarán seguros en medio de una ciudad que espía tras las persianas
cerradas que en su pacto perfecto sean
atropellados como todos los demás, por ese bribón traidor que suele ser el corazón.
lunes, agosto 27, 2012
Las estaciones
Mi vida había
sido marcada de cierta forma por las estaciones, así como por las fechas
importantes. La publicidad influyó en mi crecimiento, de tal forma que cuando
llegaba Setiembre, yo realmente esperaba ver nacer la primavera. Las temporadas
lluviosas me recordaban que debía escapar a un lugar cálido en donde
vacacionar, incluso de mentira, incluso si ese año no había trabajado nada. Y
llegado Febrero me preguntaba si de verdad el amor debía festejarse en público.
Rompí antes de
cada catorce de Febrero, intencionalmente o no. Había pasado la secundaria con
la presión social de que debía conseguir un novio y me había opuesto
radicalmente a tener relaciones con cualquiera a quien no amara lo suficiente…
pero vamos eran los noventas, ha pasado un siglo de eso y me sigo preguntando
¿qué saben las niñas del amor a los 15, a los 25…a los 30?
Con el tiempo, me
di cuenta que me había pasado la vida sintiéndome mal por no hacer las cosas
que debía hacer en el momento en que debía hacerlas. No salir de juerga un fin
de semana por quedarme estudiando. No festejar fiestas patrias en casa, con la
familia. No estar en una serenata el día de la ciudad. No postular a las
maestrías que todos hacían, ni comprarme el auto en el momento que todos se lo
compraron.
¡Vamos! Realmente
¿A quién le importaba si yo lo hacía o no? Pero en mi calendario mental se
quedaban como tristes pendientes, deudas conmigo misma. Reproches por no hacer
lo que todo el mundo hacia. Ahí va la
que no está en el rebano, sentía que me decían, ahí va la que caga las
cosas siempre.
No tuve la fiesta
de quince años ni los amigos populares que todos tenían. Tampoco pasé un verano
en pareja, ni me regalaron joyitas de fantasía por el aniversario. Con mi
cartel de anti cursilería me fui perdiendo todos los clichés en que cayeron los
otros en su recorrido al amor. Y las fechas y los eventos que dan sentido a
otras vidas.
Creo que me fui
perdiendo de mi propia cronología … Porque ¿Como debía marcarla yo, entonces? ¿Cómo
debía hacer para marcar mis propias estaciones? A veces en broma, mido el
tiempo según la persona que me haya acompañado en ese periodo, más que por lo
académico o laboral que me haya sucedido…Y he tenido años muy malos,
pésimos…Años que debían ser borrados del mapa y otros buenos, claro…Un
equinoccio…
“Siete años de
vacas flacas” he tenido, según mi
hermana, Siete años de mierdas varias que se terminarían Oh! Casualidad! Este
2012…y claro, yo sigo esperando. Que la vida mejore, que la soledad no sea un
lugar tan frio, que entablar relaciones con alguien no deje esa sensación
desoladora luego…En fin, que alguien engorde a la vaca de mi corral antes que
llegue la hambruna por hallar gente como yo con la que no me sienta rara,
incomoda, en un papel demasiado soso;
una hambruna voraz que me ha acompañado ya casi una década.
¿Alguna vez has
sentido frio en un día muy caluroso? Yo sí, yo siento una increíble miseria a
medida que más me rodeo de gente, un indescifrable apetito a medida que más me
ofrecen comida chatarra. Me consumo yo misma, como un órgano descompuesto que
busca auto eliminarse, auto digerirse…A veces siento que necesito rabiosamente
algo y no sé lo que es. El equilibrio dices,
claro! ya habíamos discutido sobre eso, el maldito punto de equilibrio
que busca la humanidad entera como un Santo Grial; mas yo sé que mi vida de hecho, no se ha
manejado por las fechas ni estaciones de los otros; que mi centro de gravedad
nunca ha sido lo que ha podido dar equilibrio a las demás personas. Yo siempre
he estado al margen, excéntrica.
Yo soy la persona que no invitarías a tu
fiesta, es más, creo ser yo a la persona, que jamás asistiría a una. Soy la que
ha querido moldearse, entrar a la estación a tiempo, seguir la tendencia,
desaparecer con el cardumen y no ha podido…siempre hay un fleco que salta a la
vista, algo que me hace agachar la cabeza
¿Quién eres tu-
me dicen- Tu o tu alterego? ¿ Tú o la que escribe? ¿Tú o tu espejo? A veces no
tengo una puta idea de cómo explicarles, de que mi día no amanece hasta que
todos están completamente dormidos. De que mis estaciones son diferentes, de
que mi cronología está hecha a golpes de suerte y mala suerte.
viernes, agosto 24, 2012
La Culpa
El punto es que no es mi naturaleza de misantropía eterna la que ha salido a flote. No. Esta vez la culpa no la tengo yo ¿Qué culpa tendría yo de que me cruce con colegas hablando sandeces? ¿Qué culpa tengo yo de que a modo de conquista un tío me diga te quiero tirar? ¿Qué culpa tengo yo?
Y claro, esta semana deberemos trabajar nuevamente el tema de la culpa. La única manera de tener silente a una persona, a una sociedad o a un grupo específico de gente, ha sido siempre la culpa. Y en este párrafo me acuerdo de las mil veces que hemos hablado de esto con Rafa. Obviamente él lo sabe sazonar mejor y despotricar contra el capitalismo y la religión; pero yo no sé. Yo la única culpa que hallo continuamente es la mía. Una culpa que no es factible de traslado, una culpa agravada al ver la ineficiencia de los demás. Pero vamos! ¿Quién quiero ser yo? La salvadora de algo? Me he cruzado con héroes, soñadores y locos, con gente dispuesta a cambiar el mundo y yo… Yo aquí, mi única meta salvar a a 2 ó 3 pacientes, a cien más, a quién sabe cuántos más. Y sin embargo eso no me vuelve dichosa, es solo el trabajo que de no hacerlo yo, nadie más hará.
Y recuerdo la voz zumbante de ¿Quién te crees que eres? Oída hace mil años y cifrada mil veces en un cuento llamado la Niña Lorena. Recuerdo esa frase, ese escupitajo que te cae en la cara al demostrarte que Tu, tu sola, no podrás cambiar nada. Y si, llevo 30 años tratando de ingresar en mi cabeza la idea de que soy otro ser inútil, un parásito social…pero no puedo. Algo bulle en mi interior y si no puedo marchar contra nada, al menos me fajo a pelear contra la muerte. Como si se pudiera! Como si yo pudiera hacer algo que no sea inútil y frívolo, carente de toda pasión…apenas si soy un obrero que no levanta la cabeza, me han quitado toda la dignidad, la pasión pro ser algo más. Me han inundado de culpa, si eso es de lo que hablo.
La culpa que nace cuando en esta sociedad pacata una mujer dice que no quiere casarse. Que ya pasa los 30 y que no le nace la ternura pro tener un hijo solo para no terminar los días sola. Cuando gasta más en ropa interior y en zapatos que nunca usará que en cualquier cuota para mejorar la vida de los otros. Culpa, por no creerme ese cuento estúpido del amor a primera vista, de que solo tendrá sexo a la tercera cita y luego fingirá que nunca antes lo había hecho. Cuando le dice a un hombre: Invierte estúpido, esta relación no te saldrá gratis. Culpa, culpa, por las calorías, por los libros no leídos, por las fuerzas que gasto en quejarme sin hacer nada. Por las pastillas, por no estar con la salud intacta cuando debo estarlo, por ser frágil, por no ser un hombre…Por ser mujer, por ser solo una mujer que sueña.
Y claro, esta semana deberemos trabajar nuevamente el tema de la culpa. La única manera de tener silente a una persona, a una sociedad o a un grupo específico de gente, ha sido siempre la culpa. Y en este párrafo me acuerdo de las mil veces que hemos hablado de esto con Rafa. Obviamente él lo sabe sazonar mejor y despotricar contra el capitalismo y la religión; pero yo no sé. Yo la única culpa que hallo continuamente es la mía. Una culpa que no es factible de traslado, una culpa agravada al ver la ineficiencia de los demás. Pero vamos! ¿Quién quiero ser yo? La salvadora de algo? Me he cruzado con héroes, soñadores y locos, con gente dispuesta a cambiar el mundo y yo… Yo aquí, mi única meta salvar a a 2 ó 3 pacientes, a cien más, a quién sabe cuántos más. Y sin embargo eso no me vuelve dichosa, es solo el trabajo que de no hacerlo yo, nadie más hará.
Y recuerdo la voz zumbante de ¿Quién te crees que eres? Oída hace mil años y cifrada mil veces en un cuento llamado la Niña Lorena. Recuerdo esa frase, ese escupitajo que te cae en la cara al demostrarte que Tu, tu sola, no podrás cambiar nada. Y si, llevo 30 años tratando de ingresar en mi cabeza la idea de que soy otro ser inútil, un parásito social…pero no puedo. Algo bulle en mi interior y si no puedo marchar contra nada, al menos me fajo a pelear contra la muerte. Como si se pudiera! Como si yo pudiera hacer algo que no sea inútil y frívolo, carente de toda pasión…apenas si soy un obrero que no levanta la cabeza, me han quitado toda la dignidad, la pasión pro ser algo más. Me han inundado de culpa, si eso es de lo que hablo.
La culpa que nace cuando en esta sociedad pacata una mujer dice que no quiere casarse. Que ya pasa los 30 y que no le nace la ternura pro tener un hijo solo para no terminar los días sola. Cuando gasta más en ropa interior y en zapatos que nunca usará que en cualquier cuota para mejorar la vida de los otros. Culpa, por no creerme ese cuento estúpido del amor a primera vista, de que solo tendrá sexo a la tercera cita y luego fingirá que nunca antes lo había hecho. Cuando le dice a un hombre: Invierte estúpido, esta relación no te saldrá gratis. Culpa, culpa, por las calorías, por los libros no leídos, por las fuerzas que gasto en quejarme sin hacer nada. Por las pastillas, por no estar con la salud intacta cuando debo estarlo, por ser frágil, por no ser un hombre…Por ser mujer, por ser solo una mujer que sueña.
miércoles, agosto 22, 2012
REGRESO AL BLOG
Hoy...estos días, quisiera ser solo Laura Hammer, mi alterego-yo misma. La Hammer, como algunos prefieren llamarme, dotandome asì de una dureza de la que en verdad carezco.
Quisiera desaparecer un poco. No ocultarme, mas bien mostrarme. Mostrar un poco de lo que siento día a día, hoy... Quizá éstos meses el personaje no ha sido Laura Hammer, sino yo. Ideas, actitudes, bùsquedas.
Quizá el personaje sea mas duro que mi alterego, quizá LH solo precise descansar del día a día, refugiándose en su viejo blog de absurdas melancolías. Quizá deba elaborar un cuento, un poema, transcribir una anécdota que haya dado vuelta muchos años dentro de mi cabeza...Quizá...
Pero no es eso, tal vez es solo que al pasar página a página lo que he vivido y he escrito, haya comenzado a extrañar rabiosamente a los amigos que perdí, incluso a mis detractores, o a los fans. A esa gente por la que yo escribía y em animaba a dar uno y otro y otro...tal vez fue el tiempo en que mas permeable estuve, en el que mas desee comunicarme, tener contacto...Estirè la mano para pedir ayuda, algo que no hago más.
Me prefiero así, vulnerable. Incluso oculta por un nombre falso, un alterego, una leyenda cibernauta de lo que debería ser. Me prefiero así, humana, melancólica, reflexiva. Prefiero que me lean a que me vean...Una cita, un encuentro, un intento de hacer el amor. Un regalo que no me gusta recibir. Tratar a los humanos imperfectos que somos y portarme como tal, equivocarme, seducir; equivocarme, provocar; voilver a probar, maltratar, ironizar...hacerme la fuerte, la dura, estar continuamente en esa actitud de "Todo lo que haces es insuficiente, aburrido, falto de sorpresa, yo jamás me enamoraré de ti"
Y correr, correr, correr...Nada ha cambiado desde el 2005...La naturaleza no cambia. Apenas me he engañado dicièndome en què problemas no debo meterme, indicándome a quien no ilusionar/enamorar, con quien no intentarlo siquiera...Solo he acelerado el proceso de las relaciones, aumentado la efectividad de los encuentros. Ahora solo doy una cita, tal vez dos...No me interesa ir mas allá...Tan aburrida me he vuelto, tan dura o tan miedosa...quien sabe?
Hoy quisiera ser Laura Hammer mas que nunca y recuperar a mis amigos virtuales, los que estaban para decir una palabra amable cuando me iba mal, incluso falsa...No importa, porque hubo un tiempo en que yo deseaba fervientemente VOLVER A CREER.
martes, agosto 14, 2012
Cortos: La pregunta
Me preguntaba…Y
es que todo problema inicia siempre con una pregunta, ¿si es que algún día
volveríamos a vernos?
No era una
pregunta cualquiera, no. Era una de esas pesadas puertas frente a las que uno
pasa a diario antes de irse al trabajo y teme abrir, porque la respuesta no se
limita a un sí o a un no, sino a ese “quizá” al que temía tanto. Porque, ¿Acaso
no había sido siempre la presencia de ese quizá, de ese tal vez de esa
probabilidad lo que había tornado los días un poco más difíciles de digerir que
de costumbre?
La esperanza, si,
la esperanza, de que al ser contestada
la pregunta, estuvieran con ella todas las respuestas y piezas faltantes en el
rompecabezas y que con eso la vida se hiciera un poco más simple.
Ese, simple
“algún día” era todo un paisaje de posibilidades, de tiempo, de situaciones, a
las que usualmente, yo cerraba los ojos pronto. ¿Cuánto de mi había aun en el y
cuanto de el yo tenía aun por todo el cuerpo? Las cosas que habíamos hecho, los
trazos mentales de ida y vuelta, las grandes espirales. Todo eso llevaba
también su sello. ¿A dónde me dirigía entonces? ¿A qué lejano lugar tenía que
volver a autoexiliarme para no plantearme siempre y cada vez por día: ¿Algún
día Ese hombre y yo volveríamos a vernos?
Cortos: La chica que volaba
“No me da miedo
el volar, me da miedo el lanzarme al vacio”- me dijo. Era una confesión
bastante seria la que me hacía en ese momento. Yo asentí con la cabeza y me quedé
callada, solidarizándome con su miedo. En ese momento de silencio, yo sentí
miedo también. Pude sentir su vértigo, la boca seca, su nuca erizada, su
espalda cubierta por sudor frio. Por un momento cedí a la gravedad de su miedo
y abandoné esa valentía que te da la ignorancia, dejándome sentir tan frágil como ella.
Encaramada en esa
rama, su cuerpo delgado y pálido parecía el de un ave que acaba de nacer. Los
faldones de su blusa blanca, se levantaron por el viento y ella los bajo
rápidamente dejando un rastro húmedo en su ropa impecable. Yo la contemplé sin decir nada, la verdad yo
también tenía miedo. Tuve miedo y duda desde que partimos. Me aferraba al viejo
árbol como si de él dependiera mi vida. Odiaba estar ahí, el dolor, el viento
helado, su fragilidad y mi torpeza para trepar.
-Bajemos ya- intenté
decir…intenté confesar que yo también tenía miedo, pero no pude. Ella se lanzó
cabeza abajo hasta hallar el rio azul que parecía cielo y yo me quede allí sin
atreverme a gritar ni mover un músculo. Por un instante eterno vi su cuerpo
flotar en el aire, como un pájaro que intenta su primer vuelo, toda ella
tornarse una pluma. La vi flotar, caer, gritar agitando los brazos…por unos
segundos, antes de empapar mi uniforme escolar con tibia orina, yo también pude
creer que ella era la chica que volaba.
lunes, julio 30, 2012
Cortos: No te cepilles los dientes
“No te cepilles
los dientes aun”- me dijo. Era claro, que aun no habíamos terminado. Con esa
media sonrisa, de caramelo envenenado me guió de la mano hasta el final del salón.
Allí descansaban dos parejas más, apoyadas contra una pintura de un bosque
oscuro, hablando en un francés que de
inicio se me hizo ininteligible. El se unió a la conversación con la copa de
champagne en la mano, se acercó a la mujer y le susurró al oído como si fueran
viejos conocidos, mientras me tenia aún
tomada por la cintura y su mano bajaba suave por el contorno de mi cadera. El humo
de los cigarrillos inundaba el ambiente, como también la adrenalina. No sabía
si reírme o echarme a correr. ¿Qué estábamos haciendo?
¿Qué estaba
haciendo él?
Tifon
No es que todas
las veces el suelo haya estado mojado, ni que todas las veces hayamos caído, es
solo ese afán que teníamos por entonces de salir a caminar cuando el cielo se ponía
negro y alguien por ahí vislumbraba tormenta.
Y es que como nos
gustaban las tormentas! Con sus vientos azotando las ventanas y las puertas!
Con la playa que iba quedando vacía y
las palmeras desencajadas al lado del camino, en un largo desfile de damas
despeinadas tratando de mantener la postura. El barco abandonado en el centro
de los manglares, el olor a lluvia, eso recuerdo.
Y no todos mis
recuerdos son verdad, como tampoco todas tus cartas fueron mentiras. Las largas
cartas al empezar noviembre, el mes de los tifones y mi ansiedad por esconderme
en el lugar más apartado de la casa y leer una a una esas dulces mentiras: Volveré
el mes próximo o el siguiente y el siguiente y así, se iba pasando la vida,
pedaleando la bicicleta cuando la lluvia
caía, cuando la gente mayor decía que no saliéramos. Así se iba pasando, se
sigue pasando la vida.
Y me pregunto
ahora, si mis recuerdos son muy tristes. Si fue mejor para ti que para mí la vida? Si en esos meses que yo pasaba
limpiando el agua de mi cubierta, tu extendías en cambio tu vela lejos, en un
lugar en donde de verdad daba fin el arco iris.
No siento que
toda mi juventud haya sido lluviosa, que me haya pasado la vida chapoteando de
un extremo a otro de la playa buscando el lugar exacto por donde encallaría tu
barco. Han habido veranos y gaviotas y; de vez en cuando un amor pasajero que me ha
hecho olvidar que es lo que esperaba, pero siempre, siempre, mas allá de todo
sol tibio al amanecer, de toda risa perfecta, de la música ruidosa, del
bronceado que ahora sé que envidiabas y adorabas, mas allá de todo eso, para mi
tu recuerdo va unido a una época en que llovía y el cielo era color malva antes
de las tormentas. Porque tu nombre era el de un tifón, todo tú lo fuiste. Tal
vez toda yo.
martes, julio 24, 2012
Julio 24
Si miro para atrás
no podria reconocer el momento exacto en que me he perdido. A mí. A la palabra
exacta para describirme; tal vez es
porque hay muchas- me dice alguien. Sin embargo en la juventud, hay un momento
en que si se puede describir cada objeto o cada persona, con una sola palabra. Es
la simpleza de la honestidad infantil: Padres= amor; profesor= respeto; escuela=aburrido; libros=sueños;
enamorado=pasión…
De pronto una
empieza a crecer y los límites entre esas palabras se van disolviendo. ¿Amor, pasión, respeto, enamoramiento? Quién
sabe realmente lo que es…Una persona pasa a desconocerse y a lentamente
diluirse en palabras y conceptos que no son suyos, que son de alguien más, de
muchas personas más que inventaron las palabras y los conceptos antes que
nosotros, como si fueran leyes en los que debiéramos necesariamente encajar.
El pasado parece
entonces más sereno, tranquilo y feliz, pero…!que agradable es descubrir la
complejidad de las personas ahora! de los eventos, de la imposibilidad de que
exista solo blanco y negro y sin embargo, también ¡que zozobra! Que inseguridad el no
poder limitarse a un sí o a un no como toda respuesta y reparar en que la vida generalmente responde a
nuestras más dramáticas preguntas, con solo un quizá.
Últimamente lo
que escribo no lleva titulo, solo una fecha que intenta ubicarle dentro de la cronología
de mis neuras y mis pasiones…pero ¡que digo! Si últimamente más que pasión lo
que he vivido es una incertidumbre, un sueño prolongado, un letargo aburrido y soso. He querido
despertar, aferrándome de las más raras personas, personas dormidas también. A
veces me hago a la idea de que hemos sido todos nosotros una pandilla de zombis
arrastrándose por despertar, sin saber en qué pesadilla estamos. Cada quien con
su infierno personal; buenos consejeros,
estupendos amigos, pero inútiles protagonistas dentro de nuestra propia
existencia. Un ciego guiando a otro ciego por un campo de espinas. Eso hemos
sido.
Me preguntan
varias veces ¿por que escribo con desencanto? Pero vamos, ¿ que es desencanto? Si soy la felicidad andante, llevo una bomba
dentro de la cabeza que no se qué día explotará y librará al mundo de mi, así
que mientras no me duele, sonrío y soy feliz y claro…viajo…y bailo y amo….Ay el amor!
Ya no recuerdo
que es eso, porque cada vez que he pretendido soñar me han despertado a
empellones, así que cuando quiero recordar que es el amor, vuelvo a cuando tenía
24 y vivía la pasión, el amor y la ternura como un solo amasijo sin límites, en
donde podía morir o matar, creyendo que era cierto…Lo demás, lo que ha venido
luego, no podría clasificar en intensidad…aunque no ha sido malo.
¿Qué es malo
realmente? He vivido muchas vidas distintas y me siento vieja antes de tiempo
aunque mi rostro diga lo contrario…a menudo sonrío cuando ya bien rebasados mis
treinta, la gente siga pensando que promedio los 25… ¿Es eso una coquetería? ¿Me
lo dicen solo los hombres? No, por supuesto que no. Mi actitud es de alguien
joven, una niña engreída, una soñadora. Quizá
sea que mi rostro se ha quedado con esa
edad, aunque mis ojos digan otra cosa. ¡Oh! ¿que dirían mis ojos, si alguien pudiera
realmente leerlos?…Que estoy perdida en el tiempo, si. Que toda yo soy un sueño
que desaparece cuando alguien pretende acercarse.
miércoles, julio 11, 2012
La mala idea
Y de pronto las
palabras comienzan a caer del techo, como desprendidas estrellas de una noche
que ha oscurecido demasiado pronto, caen aquí y allá, han inundado mi vaso de
agua, mi café recién servido, salpicando de negro aroma los papeles en donde
garabateo, sin ideas, sin ningún rumbo sobre lo que me depara la vida esta
mente que vuelve de la lucidez al sueño como en una espiral incontenible de
sentimientos, de ideas y ansiedades.
Caen las
palabras, son un torbellino de tinta platinada, invisible que solo ven los
locos, los alucinados, los que creemos. Y se aplastan en mi sillón, en la
pantalla de la teve, en los libros que ya no leo. Han caído mil palabras hasta
inundar ese espacio en donde te pienso y no te encuentro, persona sin rostro,
ni cuerpo; compañero de noches en vela y de amargas verdades. Tapan tu
presencia melancólica, tu recuerdo y la añoranza por esa materialización que no
llega. Son palabras, esas que no salvan, ni amortiguan el dolor de una caída.
Apenas estrellas sin luz en una noche vacía.
Han caído todas
ellas y no he sabido ordenarlas, juego a formar ideas, mientras el sueño me
alcanza, inexplicable fatiga, curando todo a su paso, logrando que se apague también
este espacio surreal que surge cuando las cosas fallan.
sábado, junio 02, 2012
Post # 6 : La Lista
Hace algún tiempo
llegó a Lima un amigo que había conocido en Sao Paulo, el hombre era uno de
esos ciudadanos del mundo que han vivido en cada país por 2 años. Su última
residencia, por ejemplo había sido en Japón y demás está decir que yo
disfrutaba mucho con sus anécdotas y apreciaciones del mundo, así las dijera en ese
idioma gringo salpicado de dinero y finanzas.
Esa tarde se lo presentaría
a una amiga a ver si ligaban y ella me dejaba en paz preguntándome sobre
hombres solteros en mi entorno. Ella se
acercaba a los treinta y seguía sola, en
su trabajo como médico había dejado de conocer gente interesante, según decía. Luego
de su cita, le pregunté a ella que tal le había parecido.
- - Hmmm,
un poco tonto- dudó. Imagínate que no tenía idea de quién era Vargas Llosa y me
llevó a una librería a buscar libros de un tal Hernando de Soto
- - Ya…pero
no todos tienen porque conocer a Vargas Llosa, después de todo el es economista
no precisamente un gran lector…-Trataba de ser cauta, puesto que yo sabía que
mi amiga tampoco sabía quién era Hernando de Soto ni mucho menos era gran
lectora de MVLL.
-Pero ¡Es el premio Nobel!- exclamó ella, atacada por un ataque súbito de
nacionalismo. Aunque no hubiera leído ningún libro suyo y; de él como muchos peruanos de a pie, solo conociera
la adaptación al cine de sus novelas mas
picantes.
- - No sabía
que te gustaran tanto sus libros- sonreí yo. Era irónico como podía exigirle a
alguien, conocimientos de los que ella carecía y sacrificar asi un posible
affaire.
- - Da
igual…Es peruano y es un Nobel, en cambio ese de Soto, a ver ¿Qué ha ganado
para conocerlo?
- - …..
Esta mañana mientras
buscaba mi bloc de apuntes de viajes, cayó sobre mi cabeza un libro que me había
gustado mucho en su momento, era de JJMillas. A muchos de mis amigos no les
gustaba como escribía o no entendían su humor, yo también había juzgado a
muchos de ellos como idiota por no leer más que lo usual de libros de autoayuda
o novelitas best seller. No solo había juzgado, me había negado a una segunda
cita, cuando no, a una primera. Y me había
ido quedando sola, no como mi amiga, que afortunadamente halló a alguien que también
desconocía de todo y defendía el nombre del Perú con más agallas que héroe de
guerra.
Yo simplemente me
había quedado sola, con muchos libros sí. Y con un millón de anécdotas y porque
no, con un montón de primeras y segundas citas. Había tenido algunos novios y
por no jugar a la soltera desesperada que pide teléfonos y reuniones de excusa,
me había dejado sacar del mercado hasta que me volvieran a dar ganas de
equivocarme con un hombre.
Mi error era no
querer conformarme o eso me decía; después
de todo si en el amor aplicaba lo mismo que en las compras: “Si no te gusta en
la vitrina, jamás te gustara en casa” yo ya había tenido algunas compras con
talla equivocada en mi vida y no quería seguir de shopping.
A la noche
siguiente salimos los tres a tomarnos unas copas; ya achispados todos, él
me comenzó a coquetear a mí, igual como había
intentado sin éxito en Sao Paulo. Mientras mi amiga en silencio, disimulaba con los tragos su total ignorancia
sobre los temas de los que ambos reíamos. Hablábamos
del mundo, de los sitios que nos faltaba visitar, libros que leer, vida que
vivir. El subrayaba la idea de que
personas como nosotros no pertenecíamos
a ningún país en especial, sino a todos.
-“Podríamos estar
sentados en un bar de cualquier sitio del mundo y nadie sabría exactamente de qué
lugar somos. Ayer fue Sao Paulo, hoy
Lima, mañana… New York, o Madrid ¿Dónde nos encontraremos mañana, menina?”- Brindó ebrio
y feliz.
A continuación, sacó una lista, típico gringo había hecho su
lista de balance al terminar el año y sus planes para el siguiente. El tercer
punto en la lista era conseguir una mujer para establecerse, pero no cualquier
mujer. Dos puntos seguidos, agregaba, una mujer inteligente, bonita, sexy y con flexibilidad laboral.
-¿Difícil, no?-
Dijo, mirándome a los ojos tratando de ser galante. Después de los 35 años un hombre se
vuelve exigente para buscar pareja.
-Coincido
totalmente con tu lista- le dije sonriendo- es más, pondría en la mía los mismos
requisitos y agregaría (cogí un lapicero
para escribírselo) :
“Un hombre que no haga listas”
Entonces lancé una carcajada y me levanté para ir al baño.
Esa noche, mi amiga y el hicieron el amor como lunáticos,
antes de no verse nunca más.
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