martes, julio 08, 2008

Tijeras

De él no volví a saber nada en mucho tiempo, cuando preguntaba nadie recordaba quien era y en sus misivas, la dirección nunca apareció clara. Nunca me ocupé mucho por tratar de re encontrarlo, imaginaba que vivía detrás de cada ventana cerrada en invierno o a la sombra de cualquier porche en verano. Prefería imaginarlo sedentario y pensante en cualquier paisaje que mi memoria ya no detectara como mío, prefería verlo tangencial a mi realidad, a una distancia tan corta entre ambos que sería imposible volver a salvar.

Nos conocimos cuando yo ya era vieja en el arte de amar y rechazar, él apenas un niño que fisgoneaba bajo los vestidos que colgaban del cuarto de costura de mamá. Iba allí a hacer caricaturas con la tiza lila de marcar la ropa, mientras yo me probaba uno tras otro, ropajes que siempre me quedaron demasiado largos. Nos conocimos de casualidad y de la misma forma nos olvidamos.
Es mentira, tal vez yo lo olvidé demasiado pronto. El primer beso había sido un tropezón de dientes y lenguas tartamudeantes, bajo telas de colores, en un campamento gitano de 2x2 dentro de mi propia casa. Yo ya era vieja para entonces, lo repito, tenía 15 y sentía que podía matar de amor a cualquiera, él a sus doce apenas si podía decir mi nombre sin sonrojarse como una cereza.

Eran los tiempos de la música ochentera que jamás pasó de moda y de las pulseras iridiscentes en las manos con las que me dibujó triste y sin colores en su primer retrato a lápiz. Los dos éramos imágenes grises entonces, igual que ahora. El tiempo pasó y no lo volví a ver, si fui su primer amor o él el mío, aun lo ignoro. En mi noche de casada entre la embriaguez del champagne y el dolor de sentirme propiedad de alguien, grité su nombre como el que pide auxilio, esperando que mi voz atravezara un continente y un océano que nunca serían mi casa. No sé por que lo hice, a lo mejor él me recordaba la libertad de mi primera infancia, el saber que yo era única para alguien. La gris protagonista que lucía vestidos de color en sus primeras historietas de amor.

A veces cuando regresaba de visita, pasaba por la casa que fue mía y de mi madre e imaginaba que él aun estaba ahí, oculto en la cesta de telas coloridas esperando a jalar mi mano en la oscuridad que dejaban los días de invierno, para arroparme con su silencio que lo decía todo.
De amor nunca hablamos, pero tal vez yo ya lo amaba, mi adolescencia discurría entre los libros, él y mi madre cosiendo. Junto a él hacía realidad mis primeros experimentos de deseo y dolor. Mojaba mis labios en su piel y lo mordía con pasión como había visto en las telenovelas sin ningún remordimiento de lo que pudiera pasar por su mente luego. Para mi él era un niño que nacía hombre de mí y para mí.

A diario asistía absorta al espectáculo de verlo crecer para mí, sus huesos flacos, sus carnes pálidas, su mirada de huérfano eterno. De verlo convertirse en hombre a los 15 cuando yo ya bordeaba los 18. ¿Qué clase de maestraen el sexo era yo? Me asustaba acontecer a mi transformación de vieja maestra a aprendiz asustada en el mismo cuarto pequeño de nuestro primer beso y de su primera vez.

Ël se había vuelto fuerte demasiado pronto, al empezar cada sesión cortaba mis vestidos a la mitad con la enorme tijera de mi madre y mi espalda quedaba a la intemperie para sus besos en la violencia amordazada de otra tarde de amor. Nadie supo nunca que tan unidos estábamos, creo que ni yo misma. Las cosas sucedieron en secreto y sin palabras bonitas, sus labios se volvieron ásperos y sus manos largas. Seguíamos creciendo, pero tal vez, el creció mas que yo. Un día yo lo comencé a desear antes que él llegara a casa, y supe entonces que ya no podría desear a nadie más y fue cuando pasó todo. Los viajes, el alejamiento. El nunca mas y el para siempre. El amor lejos de su violencia y de sus tijeras, jamás volvió a ser el mismo.

El día que volví a saber de él vinieron a mi mente, hilos, telas y colores estridentes flotando en el aire mientras se entregaba a mí. Su mano sobre mi mano, la tijera que cortaba toda materia que se opusiera a su deseo, su fuerza para doblegarme a él, para demostrarme que había crecido. Por eso no me llamó la atención que fuera él el mismo personaje del que ahora hablaba todo el mundo.
El asesino de las tijeras lo llamaban entonces, para retratar de modo gráfico su afición por cortar la piel de sus víctimas después de hacer el amor. 12 mujeres en 6 años. Todas con piel recortada, sin mayor muestra de remordimiento de su parte. Volvió a mi mente el rechinar de su tijera entre mis vestidos. ¿Y si un día te cortara la piel para saber si llevas dentro un corazón? Me dijo una vez. Tu jamás harías algo así- le dije, con frialdad. Y lo seguí besando hasta clavar mi lengua en su ombligo.

Vi su retrato en las portadas de todos los diarios de la isla y aunque no decían su nombre real, supe que era él. Vino a mi mente la lluvia cayendo vertical en un retrato a lápiz que nunca llegó a terminar y su voz que emanaba diáfana en el primer te quiero que me dijeron en serio. Tal vez debí responderle que las mujeres no tenemos corazón, pensé mientras me arropaba en el cesto de ropa vieja, intentando buscar en la oscuridad mohosa de esa casa su mano desnuda y su silencio que siempre me lo dijo todo.

miércoles, julio 02, 2008

Pablito, una inversión a futuro

Se preguntaba si había llegado el momento de detenerse y de ser feliz con lo que tenía. Vigiló la ventana un momento más y se tendió boca arriba bajo el techo avainillado de la habitación. Había pasado mucho tiempo entre el primer intento, la primera ilusión con algo, a medida que pasaban los años, el deseo se había apagado un poco y mes a mes se había tratado de convencer de que si las cosas no salían como las planeaba, eso no lo tiraría para abajo; sin embargo era cada vez más difícil. Es cierto, el deseo había perdido su brillo, la ilusión era una palabra que no combinaba con los colores de su ánimo, la esperanza ya ni sabía lo que significaba, pero cada vez que le tocaba perder, la sensación de náusea y el dolor del rechazo conservaban su sabor intacto sazonando cada hueso roto. Era casi imposible acostumbrarse al fracaso, mes a mes, una estación tras otra, el dolor de caer al piso volvía a dolerle como antes. Que delicioso hubiera sido entonces quedarse panza arriba contando las resquebrajaduras del techo como en ese preciso instante, que delicioso el quedarse dormido a mitad del camino.

Repasaba cada uno de sus momentos de pérdida y se daba cuenta que habían sido inútiles todos los intentos por romper la esferita segura donde dormitaban sus sueños. Si en los primeros años de su juventud se consideraba un pez demasiado grande para una pecera con tan poco agua, ahora con un par de kilos y canas mas encima podía vislumbrar que por muy corto que fuera su espacio, ya no había mar que quisiera aceptarlo.
No sabía bien cuando había empezado todo ese juego, había destruido 2 matrimonios, rechazado amable y luego salvajemente la idea de que lo convirtieran en padre. Se había negado rotundamente a construir casitas pequeñas en un país que no sentía suyo y en ese viaje alocado por sacar a toda su familia de la pobreza ahora se había quedado solo.
¿Cómo lo iban a invitar a comer si miraba con asco cada potaje que le sirvieran? ¿Cómo presentarle a alguien si con su sarcasmo citadino espantaba a cualquier chica de familia? ¿Cómo ofrecerle un sueldo mínimo si él no había estudiado para eso? Era difícil tenerlo como familia, yo se lo dije a mamá desde que estábamos en el colegio, esos sueños de grandeza no lo van a llevar a ninguna parte. Pero que bah! Mi madre seguía invirtiendo en él cada ahorro que tuviera, para un nuevo curso de idiomas, para que supiera de música, de vinos, de computadoras; mientras que aquí nosotros jugábamos pichanga en las vacaciones, comiendo huevo frito en el almuerzo y pan con camote para el desayuno. Creo que a las finales mi vieja fue la culpable de que Pablito como lo llama todavía, sea un infeliz de mierda, que se moja los pantalones con la idea de morir de viejo en el Perú, sin haber visto nada de lo que estudiaba en sus libros de historia.

La verdad es que sí, el hecho de resignarme me llena de pavor, sería dejar de intentarlo todo y sería darles la razón al admitir que todos estos años, tanto estudio no sirvió de nada. Que no hay ninguna diferencia entre yo y el resto de la familia, ni siquiera mi tozudez para seguir intentando. Años y años de inversión de los viejos en su “pequeña empresa” como me llamaba mamá. Ahora que lo pienso, dejo de llamarme así con mi primer matrimonio. Creo que fue la primera cagada que hice. Pensé que casándome con una mujer de grandes metas como yo, las cosas mejorarían, pero así como yo soñaba con salir de mi barrio de peleas callejeras, ella soñaba salir de su barrio pituco de media mampara y entre su ambición y la mía, creo que ella por ser mujer terminó ganando y se largó con el primero que pasó. Nunca admití ante nadie que ella me dejó primero, la verdad es que yo la dejé marcharse, no me convenía enamorarme si quería irme fuera y sólo Dios sabe que me estaba enamorando de la manera más estúpida, por un momento hasta pensé en quedarme aquí a vivir el futuro perfecto de la casa con jardín y el perro delante.

Para ese momento mi vieja ya había tirado la toalla creo, Pablito no traía un sol a la casa y el gasto en su ropa y la nueva carrera que había elegido ya nos tenía hasta el cuello. Todos pensamos que se había vuelto cabro, cuando comenzó a salir con esos de la escuela de arte, por eso que nos alegramos con su segundo matrimonio. La segunda mujer tenía 2 hijos, un carro y una casa con cochera, parecía que la había hecho linda, hasta que el huevón del Pablo le pidió que empeñen la casa para irse a vivir fuera.

¿Fuera?- me dijo y me echó de su vida. Ella quería establecerse y tener un padre para sus hijos que no fuera vicioso ni pegalón, y a mí de padrastro no me iba mal, al fin y al cabo yo no quería hijos ni nada que me atara a este país de mierda, pero cuando me dijo que en ese plan yo estaba solo, que ella no invertiría ni un centavo en esa quimera, caí en la cuenta que en verdad estaba solo, más solo que nunca en esto. Fue entonces que olvidé la idea de tener familia, casa, lo único que me movía era irme de aquí a algún lugar donde cualquier mínimo talento mío, fuera pagado como se debía.

Aceptémoslo, mi hermano estaba loco. Comenzó con lo de las pinturas, luego casi nos convence a todos de dedicarnos a exportar huacos y cuando ya había comenzado a hacer plata, nos comenzó a ver por encima del hombro. ¿Despreciar a su propia familia, a mi viejita? A mí me jodió todo eso, dejé de huaquear y convencí al resto del barrio que nos pagaba muy poco, así que en un santiamén su negocito con los gringos se le fue al piso. Ahora hasta me arrepiento, cuando lo veo viviendo solo como un perro; pero ¿qué hubiera sido de nosotros si este huevón se hacía de plata? Era capaz de echarnos a la policía, así de poco nos quiere. Es que mi hermano de tanto soñar con cosas para él, ya perdió los escrúpulos.Yo se lo he dicho a mi madre, pero ella no me cree. Para ella siempre será Pablito el que nos sacaría de pobres.

A mi jamás me gustó estar de mesías de nadie, no podría sacarlos de pobres si ellos no querían, si no estudiaban, si no se relacionaban, ahora ya tengo un poco de plata, salí del barrio misio en el que nací, al menos me moví dos manzanas y siento que no he hecho nada, han pasado 10 años y apenas si mi nombre se conoce entre los círculos de pintura de Lima. A veces me pregunto si vale la pena seguir soñando, tal vez en otro sitio hubiera sido más fácil, pero a mi edad cada embajada que toco me pide nexos fuertes con una patria que me aborrece. No tengo esposa, casa, hijos ni un perro al que mentar como familia, mi capital se ha esfumado entre vender huacos pintados e invertir en citas caras con gringos más hambrientos que yo. A veces me dan ganas de no seguir intentándolo, era más fácil de chico, cuando mamá me acariciaba el cabello y con toda la fe del mundo decía que yo era “Su Pablito, una inversión para el futuro”. Alzo los ojos, el futuro es este pero yo no puedo aceptarlo. En el techo hay 8 resquebrajaduras, y en mi ventana muchas casas igual de feas que la mía, solo que yo ya no puedo volver. Debería seguir intentándolo, debería, debería...al fin y al cabo no queda mas que tirar para adelante, no?

24 horas de mundo real

La pregunta para el ensayo en francés se refería a ¿Qué acontecimiento había cambiado mi vida. En la practica oral había ensayado la típica ...