viernes, abril 16, 2010

Fue esa tarde que decidí que no volvería a escribirte. En realidad, decidí que no volvería a escribirle a nadie. Cada minuto que había pasado frente al computador lo sentí inútil y sin objeto alguno que no fuera regocijarme con mi propia voz. Había perdido mucho tiempo escribiéndote, escribiéndome, mientras la vida palpitaba allá afuera.


Brasil estaba lleno de atardeceres coloridos, de calles mojadas, de gente hablando rápido y cantando. Las paredes estaban llenas de poesía sentida y la playa inundada por el espíritu del carnaval vecino. Había tanta vida allá afuera y yo estaba tan libre, con los ojos tan abiertos, con tantas ganas de conocer y conocerme.

No pensé que volvería a saber de ti, de este blog, de nada. A diario escribía millones de líneas narrando cada experiencia nueva, pero luego dejó de importar lo que yo contara, lo que yo quisiera guardar para el futuro como un recuerdo gráfico, sólo tenía el presente y para eso me dedicaría.

Planeaba contarte lo que aprendí, todo lo que aprendí de mí. Planeaba muchísimas cosas, pero el tiempo me ganó y heme aquí informándote que no estoy muerta, que no me fui, que estuve pensando en ti todo el tiempo, solo que aprendí a vivir.

24 horas de mundo real

La pregunta para el ensayo en francés se refería a ¿Qué acontecimiento había cambiado mi vida. En la practica oral había ensayado la típica ...