sábado, julio 22, 2006

" (1) Georgette"

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- “Esta habitación huele a cangrejos”- dijo la mujer cuando entraron a la nueva casa


- ¿Qué dices, Georgette? Tu ni siquiera sabes a que huele un cangrejo

- Que no haya visto uno de cerca no significa que no sepa a lo que huelen- respondió ella con su terquedad infantil habitual.

En efecto Georgette jamás había salido de su pueblito en las montañas y era imposible que siquiera conociera el olor del mar. Pero así era ella, cuando decía que sabía algo, nadie podía sacarle de la cabeza que estuviera en lo correcto. Lo mismo sucedió la vez que fueron a esquiar, invitados por los amigos de Fernando; y, Georgette se ufanaba de saber andar perfectamente en la nieve, aunque hubiera resbalado ya tres veces desde la salida del cafetín local. Esa Georgette era imposible, nadie comprendía como un hombre del carácter de Fernando Olvera pudiera soportar todas las excentricidades que se decían de su mujer.

Georgette mucho menor que él, en edad y tamaño, caminaba con ojos ávidos y grandes que se pegaban en los escaparates, mientras Fernando en cambio, arrastraba los pies por las avenidas transitadas, sin detenerse en los rostros que pasaban por la calle, absorto en un mar de melancolía heredada por sus antepasados y que él ahora rescataba del olvido, en lagunas pequeñas que saltaba sin éxito, cada vez que caminaba junto a la ágil Georgette. Ella por su parte, con unos ojos grises que por temporadas tomaban el color de las hojas según la emoción del momento; iba caminando con un paso ligero como de niña traviesa, investigándolo todo, anotando con su registro visual cada detalle que pudiera hacer falta a Fernando en sus historias futuras. Y es que la dupla Fernando-Georgette no era solo algo que se restringía a compartir una cama juntos, eran los poemas a dos manos y las historias que Fernando escribía magistralmente mientras a Georgette solo le salía en palabras normales delante de sus pocos amigos.

Un día le preguntaron a Georgette:
- ¿cuánto te demoras e leer a tu marido, siempre sabes de cerca cada detalle de sus historias.
- La verdad jamás lo he leído- y agregó sin asomo de vergüenza, mientras se llevaba la cucharilla de pye de limón a la boca- sus historias tienen la virtud de dejarme dormida

Ese era el tipo de sentencias que lanzaba Georgette al aire si importarle que pudieran pensar de ella o de su relación con el escritor Olvera. Fernando, entonces solo sonreía sin mostrar los dientes como le era habitual, bajo esas enormes ojeras de insomne pertinaz y le acariciaba la mano, como si ese solo acto pudiera calmar a ese huracán que llevaba Georgette dentro de la garganta, agitando murmuraciones a su paso.

La primera vez que Fernando vio a la señorita Georgette, fue en el patio de piedra que comunicaba la universidad con las habitaciones de estudiantes. La diminuta Georgette saltaba con su faldita escocesa, tratando inútilmente de alcanzar un gato atrapado en el árbol cercano. Fernando la vio saltando con el cabello marrón al viento y se imaginó que solo era una niña que se había colado en los patios de la universidad para ocupar el baño de mujeres, a esa hora del viernes en que los vigilantes olvidaban cerrar los portones de la Universidad a extraños.
El aun joven escritor Olvera se detuvo junto a ella, a mirar como el animalito maullaba sin consuelo por bajar del alto nogal de la universidad.

Mejor déjalo allí a lo mejor quiere libertarse- dijo Fernando con la voz bajita que ponía cada vez que se dirigía a una mujer, incluso si esta era una niña que no sobrepasaba el metro y medio de altura.

Georgette se volvió indignada a ver al dueño de esas palabras y sus ojos verdes tomaron el color de las aceitunas de olivo.

¿cómo puedes saber tu el significado de la palabra “libertad” para un gato?

Fernando se quedó pasmado. ¿ que podía responder ante eso? El no era veterinario y tampoco gran conocedor de animales, la frase le había salido de la boca., solo para tranquilizar a esa niña que ahora con las cejas arqueadas demostraba ser una mujer de edad media, mas bien una hermosa mujer de edad media y ojos color de oliva.

La joven dio un salto mas y luego se volvió a hablarle con un acento que era casi una orden
no te quedes ahí parado como un bobo ¿no piensas ayudarme?

El viento soplaba frío anunciando la lluvia y ya se podía sentir ese extraño silencio que precede a las grandes tormentas, cuando todo el mundo se oculta de la naturaleza y la lluvia queda dueña y señora del mundo, ululando entre gotas grises su canto taciturno.

Fernando sintió esa humedad en el dorso de las manos descubiertas y obedeció de inmediato a la mujer diminuta que hacia de sus pedidos órdenes directas. Vestido con el traje azul marino con el que lo retratarían en las portadas de todos sus libros futuros, Fernando trepó al árbol para liberar al gato, que no quería ser liberado y que le terminó arañando las manos en el intento por salvarlo. Después de muchos jaloneos por parte de Fernando y maullidos desesperados por parte del gato, por fin pudo liberarlo de su prisión de ramas y hojas verdes. La lluvia empezó a caer sin piedad sobre ellos cuando el gato estuvo por fin entre sus manos.

Los ojos de Georgette se iluminaron como dos farolas verdes y su sonrisa de dientes perlados asombró al aun joven poeta.

- Plutarco!- exclamó ella intentando acercarlo a su pecho
- Que raro nombre para tu gato- agregó Fernando que ahora luchaba por no sentir el ardor de la lluvia resbalando por las recientes heridas hechas por el huraño felino ojiverde

¿Qué te hace pensar que este minino es mi gato?- dijo Georgette abriendo unos ojos que ahora eran del mismo color brillante de las hojas mojadas por la lluvia

Fernando la miró entre sorprendido y molesto. Acababa de ensuciar su traje impecable por trepar a un árbol de la universidad aun a sabiendas que uno de los rígidos profesores del campus lo estuvieran viendo, por salvar a un gato que lo había arañado con placer felino y que ahora resultaba que ni siquiera era propiedad de la joven de los ojos verdes.

- Lo acabas de llamar por su nombre, me pediste que lo bajara, estás feliz de tenerlo ¿no son razones suficientes- la voz de Fernando tenia una rabia contenida contra la lluvia y el clima frío, contra el gato con complejo de pájaro y mas que todo por la chica de enormes ojos verdes que variaban de tonalidad según el estado de ánimo.

- Si estoy feliz de tenerlo, si te pedí que lo bajaras, pero no es mío y no creo que se llame así- y lanzando una mirada de ternura al animalito agregó con descaro- aunque Plutarco es un lindo nombre para un gato.
Mientras, Fernando mantenía al gato asido de su mano arañada que ahora sangraba bajo el aguacero que se había desatado en unos pocos segundos. Georgette tenia los cabellos cortos cayéndole por encima de las orejas y lo miraba con una mirada ingenua que daba igual ternura que deseos de golpearla.

El gato era ahora una bellota mojada colgando de la mano sangrante de Fernando y maullaba lastimeramente, cambiando la actitud beligerante del inicio, por un maullido y una mirada mas suave, igual que la que lucía ahora Georgette delante suyo.

- bien si no es tuyo, ni es mío, ni es de nadie cerca, dejémoslo libre y punto!- exclamó Fernando al borde de la rabia
- ¿y eso según tu es liberarlo? ¿dejándolo muerto de hambre y frío a la intemperie?- la fina voz de Georgette se perdía en la lluvia y con el viento golpeando las ramas de los árboles- los gatos necesitan abrigo para sentirse libres. ¡Como se nota que solo eres un poeta!

Esta ultima frase sacó de sus casillas a Fernando, que se enorgullecía por ser el único de su familia que no había tenido que seguir una profesión lucrativa en ese país de pobres. Si él pudiera haber hecho cambiar el color de sus ojos según la emoción, como podía la diminuta Georgette, de seguro estos hubieran sido de color rojo vivo con llamaradas infernales. Fernando, sin embargo, acudió a la poca paciencia que le habían enseñado en las clases de filosofía y respiró hondo, su traje estaba empapado y el agua le corría por el rostro y por la barbilla. Georgette estaba tan empapada como él y se le veía inofensiva bajo la chompa de lana verde, aun mas indefensa que el gato que Fernando tenia hace rato entre manos. Tal vez fuera ese afán de querer proteger a alguien que se veía como un pompón de lana húmeda, o que el gato ya le empezaba a dar lástima, que Fernando cogió al felino y lo puso entre sus ropas para darle calor, olvidando las pulgas que pudiera pasarle un felino de tan baja estirpe.

- ¡Vámonos de aquí!- gritó él- hoy habrá tormenta.

Georgette cogió su bolso del piso y comenzó a correr al lado de Fernando que solo alargaba el paso encorvando el tronco para proteger a “Plutarco” el minino rescatado.

Si por esa época alguien hubiera visto al luego destacadísimo Fernando Olvera corriendo por los patios de la universidad rumbo al dormitorio de las señoritas, empapado, arañado y con un gato bajo el saco, no lo hubieran creído, mas aun si al lado de ese personaje enjuto, corría una niña con falda escocesa y chompa empapada, dando brincos detrás suyo, igual que una colegiala. Tal vez hubieran pensado que era otro de esos locos que no tiene donde dormir y se guarece en las habitaciones desocupadas de los estudiantes de postgrado, aunque a lo mejor tampoco se hubieran equivocado.

De esa primera vez ya hacían 5 años y Georgette seguía siendo la misma testaruda de siempre, desafiando al clima, rescatando gatos, dando la contra al mundo, como una abanderada de todo lo que no fuera poesía y si una realidad de la que ella se sentía responsable de cambiar a cada momento. Fernando la secundaba en sus causas perdidas solo con una sonrisa que no mostraba los dientes y entonces la gente entendía que la pequeña mujer capaz de dominar al irascible poeta Olvera, acaso tuviera el poder, también, de dominar al clima, a la política y a las causas perdidas.

- Aquí huele a cangrejo- había mencionado Georgette apenas llegaron al nuevo departamento ubicado a las afueras de Paris.
- Imposible Georgette, ya te lo dije, el mar está lejísimos de aquí como para que puedas oler algún tipo de marisco.

- Pues yo lo huelo y ya sabes lo que significa eso, no, Olvera?- dijo ella mostrando sus ojos de laurel, que se iluminaban por el sol de la tarde.

- si Georgette, ya se lo que significa- respondió Fernando arrastrando las palabras.

A lo largo de esos 5 años había aprendido a no contradecir a Georgette y a sus presentimientos sobre el clima, la gente, o cualquier cosa extra sensorial que él no pudiera entender, por esa condición de “poeta” que lo volvía un minusválido ante los ojos de la activa y loca Georgette.

- ¿Va a tomar el piso, monsieur?- agregó el hombre moreno que de francés, acaso solo si tuviera el acento.

- No, mi mujer y yo quisiéramos ver mas habitaciones antes de decidirnos.

Georgette seguía pareándose por el pequeño apartamento donde el sol atardecía en colores fosforescentes, abrazándose de un bolso grande tejido a crochet con flores rosadas.
Fernando cogió su maletín café del suelo, agradeció al casero y salió de allí con esa expresión de vencido que cobraba su rostro, cada vez que Georgette argumentaba sus presentimientos extra sensoriales, para convencerlo de algo económicamente ilógico.

Desde que vivían juntos, a pesar del dinero que le pagaban por sus publicaciones y poemarios, este nunca era suficiente. Georgette siempre lo terminaba destinando para alguna obra benéfica de dudosa reputación, sin saber si este dinero llegaba realmente a los huérfanos que le mostraban en las fotos, a los supuestos enfermos de cáncer a quienes rapaban la cabeza el día previo a que ella los visitara, a los albergues de animales sin dueño que bautizaban con su nombre o a los ancianos con los que ella lloraba con lagrimas de menta y a los que daba dinero doble, pues decía “que le recordaban a los abuelos que jamás conoció”.

Vivir con Georgette le había costado mas dinero que casarse con cualquier mujer de su nivel social, pero sabía que ese dinero ni siquiera se quedaba con ella, los billetes desfilaban por sus manos rumbo a otros con menos escrúpulos, dejándolos pobres a ambos, a veces sin tener siquiera para el desayuno del día; pero con esa expresión satisfecha en la cara sonriente de la caritativa Georgette , que volvía a Fernando el hombre mas feliz de la tierra. Su mirada de ojos verdes que creen en la libertad, en la igualdad de los seres humanos, en la democracia y en todas esas cosas que el no entendería “ porque era un poeta”.
Fernando tenia de nuevo esa expresión descorazonada en la cara, era el 5to departamento que rechazaban ese día y pronto anochecería en una ciudad cara como Paris que no tiene compasión con los extranjeros, así sean éstos poetas o defensores de causas perdidas.
Afuera Paris respiraba su olor a poesía y pasteles dulces, ajena a las supersticiones marinas de la joven Georgette
- Olvera, ¿estás molesto?
- No, Georgette, no estoy molesto- dijo Fernando mientras caminaban por las veredas enlucidas.
- A Plutarco tampoco le ha gustado…- agregó- y una cabecita pequeña de orejas peludas, asomó del bolso de crochet de Georgette con unos ojos verdes soñolientos que pedían conmiserarse de su ama.
Cada vez que ambos se ponían así a Fernando le resultaba imposible no sonreír y sentirse nuevamente enamorado de Georgette como la primera vez que se cruzaron con Plutarco.
- Lo sé…a mi tampoco me gustaba esa casa para que viviéramos- mintió con ternura Fernando- ni para Plutarco- agregó al ver que los ojos de Georgette se ponían color de oliva por haber olvidado al gato.
- ¿Podemos ir a comer algo? nos morimos de hambre, amor.
- Está bien ¿Qué te apetece comer en Paris? ¿Crepes?- agregó algo cansado, el también se moría de hambre
- La verdad…, Plutarco y yo queremos…una sopa de cangrejo…

Fernando Olvera sintió que la sangre le fluía al rostro de nuevo, hasta querer estrangular a Georgette a plena calle con la cola del mismo Plutarco, pero al ver sus ojos verdes acompañando esa petición inocente y su cabello golpeando a su mentón y sus labios rosados, suavizó de nuevo la expresión de su rostro y se entregó a besarla largamente, bajo un Paris que anochecía.



viernes, julio 21, 2006

Charlas de Zodiaco y cafe

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Te voy a contar una historia; y no es de las que cuento siempre, sino de las que cuento los viernes, con el cuerpo mas relajado y con ganas de hablar con una pequeña taza de café de por medio y que te sientes a escuchar esos largos monólogos que a veces me hacen pensar que nací para hablar desde la soledad de mi orilla sin compartírsela a mas nadie.

Pero vamos, no es que esté melancólica, es solo que hoy es viernes y tu sabes lo que significan esos días. Son para mí, igual que los días 5 y los 25 o las noches de luna llena. Yo estoy llena de simbolismos que podrían parecerte algo irracionales, algo así como cargar un talismán en el cuello para la buena suerte o ver señales en donde nadie las ve. Peor, algo así como creer en los horóscopos. Y yo te digo que soy sagitario y nosotros somos bastante incrédulos en esas cosas
(Ves que sonríes a pesar de esa broma antigua?)
Bueno te decía, que yo soy sagitario y me llamó la atención ese dibujito con el que se nos designa. Tal vez un día me atreva a preguntar el por qué de la figura, del arquero con el cuerpo de caballo.
De niña me agradaba pensar que a pesar de la bestialidad de su figura, el sagitario siempre apuntaba su flecha al cielo, a un punto que solamente él veía, contrario a los otros, con ojos fijos en su aspecto de hombre/caballo.


En fin, yo tengo mil y una explicaciones para las cosas mas simples. Tanto que te admirarías, de saber como he construido historias y explicaciones para cada figura rara que se cruza en mi camino. Antes, incluso veía imágenes mitológicas en los azulejos del baño y podía verlas moviéndose frente a mis ojos, animadas solo por mi imaginación de los 8 años. Bueno, si eso me ocurriera ahora, mínimo la llamo presbicia, cuando no, locura y me voy por una medicación que me haga pasar la resaca de andar viendo figuras móviles en el piso del baño.

Pero volviendo a lo de los signos, te voy a contar una historia y puede que te suene tonta, así que acércate un poco mas que te la cuento en voz baja. De niña yo pensaba, o me hicieron creer que me casaría con un Aries. ¡Imagínate! A una niña que le digan eso, mínimo se la pasa preguntando si hay algún Aries conocido en el círculo familiar, sin saber exactamente lo que significaba eso de ser o no "Aries". Luego me enteré que era un cordero, bueno un cordero con unos enormes cuernos curvos.
Ahora que lo pienso, siempre relacioné a los de signo Aries con los hombres cornudos y jamás entendí como se podían relacionar en el zodiaco a mansos corderos cornudos con humanos mitad caballo…claro, aun no sabia nada sobre zoofilia y esas mezclas aberrantes en mi destino me dejaban algo nerviosa.

Hace algunos meses, después de cruzarme con todos los animales representados en el zodiaco y otros varios que merecen el apelativo de animales per se, conocí a varios ”Aries” y claro, no pasó nada. Pensé si como buena sagitario ¿tendría que haberme limado un poco los cascos? o ¿Afinar mi arco no al cielo, sino mas abajo?...Bueno no tan abajo, que luego dejo sin descendencia a mi futuro marido…pero eso me puso a pensar en los simbolismos y como algo tan simple puede terminar en hacerse una manía nada graciosa. Y ahí vemos a gente que está consultando adivinadores, gitanos, hierberos y bolas mágicas. Que sale a la calle con talismanes y consultando la hora del día para hacer tal o cual cosa. Yo por suerte, no estoy en ese extremo. Uno, porque detesto a las gitanas- aunque me vista a veces igual de estrafalaria- dos, porque desconfío de quienes usen la hierba para golpearse el cuerpo e invocar espíritus en vez de fumársela y tres, porque no creo que existan bolas mágicas para ver el mas allá, si con el contacto con las bolas del mas acá ya he tenido mas que suficiente.

Pero, como te decía, lo mío va mas por el camino de los simbolismos, mas a leer a la gente a través de los gestos, o entender mas a través de los silencios y de las líneas cortas de lo que escriben, lo que siente en verdad la gente. Eso que desean decirme. Pero claro, eso también puede ser una superstición, porque imagínate, a ese paso mi exponente masculino ideal sería un mimo, un tipo mudo o alguien que sepa escribir telegramas.
No, no exagero, es que cuando uno empieza a creer en los simbolismos se los termina por creer todos y ya me ves a mi viendo en las líneas de mis manos una soledad sempiterna, en donde jamás el amor y al fortuna van juntos y la línea de la vida acaba por perderse en un manchón de tinta azul con la que escribo mis cartas.

Hay gente que a los simbolismos llama buena vibra y eso también me confunde un poco, porque es como calificar el aspecto de la gente en torno a vibradores. Y claro, si una amiga me dice “ese tipo tiene buena vibra”, yo solo me puedo imaginar a un tipo con la personalidad tembleque o con la anatomía masculina de un taladro gigante.

Mi hermana es de esas personas que consultan los sueños, creen en lectura de cartas y horóscopos varios y no es una ignorante, pero cree tanto en eso, que se puede gastar pequeñas fortunas para saber que le pasará mas adelante o que le depara el futuro; y yo no entiendo, porque se podría ahorrar mucho dinero consultándome a mi, que veo en su futuro una deuda bancaria y una camisa de fuerza si sigue confiando en esas adivinas de mala muerte.

Mira no más, yo aqui contigo hablando de tanta buena vibra, vibradores y otras cosas capaces de llevarte a ver el mas alla, pero el ojo derecho me ha empezado a vibrar y ya no puedo seguir contándote nada.
Llevo una semana con ese tic, que ha ido aumentando de intensidad, hasta ser realmente molesto. A veces pienso que es el síndrome de ojo vago y que me titila el ojo derecho solo por la angustia de no poder leer a la velocidad que lee el ojo izquierdo.
¿Ves que comienzo a explicarme simbólicamente todo? Debería explicarte la conexión nerviosa, las causas, las consecuencias,la posible cura, pero solo se me ocurre pensar en la historia del ojo vago que leí en ese libro que me agrada tanto. Porque ahora que leo mas, me ha dado porque el ojo vibre un poco en su párpado inferior y me haga ver todo tembleque y con cierto lagrimeo.
Así que voy al espejo a verme si no estaré con esos tics que tienen los villanos de las películas y nada. El ojo ante el espejo se queda quieto. Luego voy y le pregunto a alguien si nota ese temblorcito en mi ojo y me responde que no, que son mis neuras.
Y yo me digo, que neuras ni que vainas! si este ojo me está temblando hace un par de días, como si hubiera utilizado un taladro de esos de carretera.
Si fuera supersticiosa diría que uno de los bloggers me hizo Mal de Ojo, pero como soy mas científica prefiero creer en las neuras, las paranoias, las hipocondrías propias de la gente que no trabaja y se la pasa leyendo, escribiendo y hablando bajo dossis extra de cafeína.
Y tu que dices, me lees el destino en el fondo del café?

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****El óleo superior es de Robles.

jueves, julio 20, 2006

Para mi

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El viento acaricia hoy lentamente el alma de los sueños, de las cosas pasadas, de los ojos muertos. Acaricia hoy lentamente, esa orilla de invierno, en donde alguna vez estuve de pie, en silencio, invadida por extrañas nostalgias, por amores idos y manos abiertas en espera de un beso.

Mi destino en líneas dispares, eso veo. Mis manos con líneas que no se unen jamás. Hoy es una tarde de invierno, lejana y vacía. Soy un alga mas abandonada en una orilla del mundo. Como me hubiera agradado quedarme mas tiempo en el mar, saber de que están hechos los corales y quien vive en los abismos submarinos, pero es hora de volver a casa y contarte otras cosas. Otras cientos de cosas que pasaron mientras tu no estabas.

Aloha.
***Cristina Mirando el Mar/Oleo

miércoles, julio 19, 2006

Mi vida como un Gato

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No se cuando empezó mi afición por los gatos. Pero se que así como hay personas que tienen un amigo imaginario, yo tengo una mascota imaginaria y resulta ser un gato.
Es algo que suena a locura, pero en mi casa jamás tuvimos mascota propia y tal vez allí nazca mi historia de amigos felinos y novios maulladores.
De niña había dos perras en casa a las que mi abuela cuidaba más que a sus nietos. Incluso mandaba a pedir comida china o pollo frito para que las muy engreídas coman. Algo que me despertaba tremendos celos. Cuando mi abuela murió, también desaparecieron las perras, como parte del mismo hechizo. Entonces a nadie más se le ocurrió tener mascotas en casa.

Mi padre decía que los animales sufrían mucho dentro de una casa, que los perros necesitan correr y que el no sería parte de esa maldad de tener a un perro encerrado solo para entretener a los mocosos. Por esa época a mi no me agradaba la idea de que una mascota viniera a malograr mi paraíso de hija casi única.

Cuando mi hermana comenzó con su manía de protectora de animales empezaron a pasar por casa perros y gatos de diversas razas y tamaños; loros, palomas torcazas, ardillas, hámster, conejos albinos y alguna que otra tortuga por casa. Ella era una de esas hippies que salvaban animales o que recibían mascotas de regalo y que los abandonaba en la casona paterna para que “alguien más” se hiciera cargo. Cada uno de esos animalitos tuvo su historia particular. De la pareja de loros uno se escapó y el otro se murió de pura tristeza. De la pareja de palomas torcazas, tuvieron la precaución de amarrar de la patita en el patio trasero, con tan mala suerte que una de ella casi sufre de demencia al ver como un feroz gato devoraba la cabeza de su compañera. Los hámster padecieron igual, algunos morían en su carrera a la libertad y otros a manos de los gatos del vecindario. Tal vez el único animal que sobrevivió a todas las historias tristes de la casa zoológico fue nuestra tortuga “la Flecha” que andaba siempre hambrienta buscando tomates y dedos para morder.
Al ver cuanto sufría deambulando su andar melancólico por el patio de cemento, mis padres decidieron llevarla a la casa huerta a que la alimente el cuidante de allí. Todo iba bien, al parecer se adaptó al clima costero, a pasear sobre el pasto alimentándose de los frutos que caían de los árboles y a beber agua de la canaleta de la huerta o pelear con las gallinas del cuidante por un poco de comida elaborada, hasta que un día que nadie recuerda La Flecha desapareció. Probablemente se escapó entre los montones de hoja seca de la buganvilla espinosa de la pared trasera. Tal vez solo fugó a toda velocidad de esa selva artificial que era la casa huerta.

Llegada a la universidad, la soledad y la falta de novio me hacían tejer historias fantasiosas. Fue el día que nacieron Los Ñau, una historia de gatos que hablaban y se encargaban de proteger a los humanos que aun me da cierta vergüenza terminar de escribir. Cada vez que veía un gato en mi camino sentía que era la señal de que todo estaría bien y había un felino animado para protegerme. En mi historia los gatos comunes eran los descendientes cuadrúpedos y sin voz de los antiguos Ñau, encargados de proteger a los seres humanos.
Pasado el tiempo conseguí novio, pero mis imaginarios amigos seguían poblando mis momentos de soledad o alegría. Un día sin darme cuenta solté uno de mis consabidos “miau” después de ver una película romántica. Mi novio quiso saber el origen de mis maullidos como expresión de felicidad y le tuve que contar entre rubores la causa de que hubiera practicado tanto el maullido que ahora confundía a cualquier gato que se enorgulleciera de tenor en algún techo vecino.
Contrario a lo que yo pensaba, mi novio ni se inmutó y mas bien me siguió la historia y así fuimos cómplices en crear los otros personajes de la historia de gatos que yo apenas estaba tejiendo y vestirlos imaginariamente de sus capas al estilo Jedi y construyéndoles las personalidades para la futura historia, que sería parte de un cuento para niños.


Cuando terminé la historia de amor con mi novio, escribí un largo cuento sobre El gato Maguil y su novia la gatita Marianne, que calmó mucha de la depresión post ruptura. El cuento largo quedó ahí, se supone que era también un cuento para niños, pero el final era algo triste y quedó en el cajón del olvido, junto a las caricaturas de gatos con trajes de superhéroe o con capas de mago que yo hacía en mis ratos de ocio de la universidad.

Terminé con mi novio y la manía de maullar me continuó, pero ahora trataba de cuidarme más para que la gente no se asustara. Solo maullaba cerca de amigos muy cercanos a quienes no les diera miedo mi manía felina. O junto a los que luego fueron mis novios, incluido el Innombrable, con el que tenia largas discusiones telefónicas acerca de la mascota que tendríamos en casa, ya que el deseaba el perro labrador negro y yo quería un gatito siamés de ojos azules y patitas oscuras.

A veces he llegado a elegir a mis amigos segun sun capacidad o no de soportar a un gato. Algunos de verdad los odian y no ha faltado el que me diga que los gatos son mascotas dañinas que "utilizan" a los humanos como juguete y no viceversa. Esa vez yo me rei, es cierto la personalidad gatuna es así, juegan contigo, te acompañan, haces que te encariñes y a la menor muestra de aburrimiento ellos son los que te dejan y no lo contrario. Me encantan los gatos, sus grandes ojos claros, su boca pequeña, su narizita rosada, su agilidad y la ternura de su ronroneo cuando duermen en tus piernas, como si no fueran capaces de usar esas mismas garritas filudas para herirte mas tarde.


Jamás tuve un gato real, todos los que tuve fueron imaginarios. A veces pienso que jamás podré tener un gato como mascota, porque no podé dedicarle el tiempo suficiente, pero ya he pasado mi amor por los gatos a las personas que conozco, incluido mi sobrino de 9 años, que cada que puede lleva un gatito chusco a casa para alimentar y desparasitar por unos meses, que luego desaparece por arte de magia igual que nuestra tortuga.

En vacaciones fui a la casa huerta. Todo estaba diferente, el guayabo había desaparecido y las flores silvestres lo llenaban todo como un jardín salvaje. La palmera había crecido y la canaleta central estaba semidestruida. Cuando me acerqué a la buganvilla de la pared trasera un ruido de hojas secas me hizo asustar al pensar que podía ser una rata. Grande fue mi sorpresa cuando vi a La Flecha aparecer con su caparazón enorme debajo de las flores moradas. En 10 años había crecido casi el triple de cuando la vimos por primera vez, ahora parecía un reptil prehistórico, aunque sus ojos conservaban la tristeza de no haber podido compartir la vida con un compañero. Una mirada acusadora que me llenó de culpa.

A veces pienso que con mis gatos imaginarios ocurrirá lo mismo. Que aparecerán un día en el patio maullando y diciéndome que todo está bien. Que estuvieron en el vecindario cada vez que regresaba a casa abatida y con ganas de llorar. Que estuvieron en las vitrinas haciendome hola con la garrita izquierda cuando pasaba de la mano de un nuevo amor, o que me hacian guiños en la noche cuando no podia dormir pensando que sería de mi.
Mientras tanto, solo puedo escribir cuentos relacionados con gatos como el último sobre el pequeño Plutarco, para mostrárselos a mis amigos más cercanos, esperando que esta vez nadie se burle. Que ésta vez alguien maulle conmigo y me haga sentir que no estoy sola en esto de saltar de techo en techo en busca de una canastita tibia y una bola de estambre. Porque todos tenemos nuestras manías y la mía ha sido vivir como un gato.

Miau.

martes, julio 18, 2006

Fantasías y Besos de Moza

-Desea un beso señorita?

La propuesta del vendedor me deja estática. Luego comprendo que se trata de ese bombón de chocolate delgado cubriendo un interior níveo de merengue sobra una galleta de vainilla.
Esa golosina que se vende con el nombre de Beso de Moza. Acepto el chocolate y me voy caminando a casa. Son tan efímeros los pequeños placeres.

Pongo el beso en la boca y siento como si me hubiera puesto un chupón gigante, decido no romper su delgada envoltura de chocolate, solo lamerla, como si de verdad fuera un beso.
Me llena de sensualidad saborear ese bombón, comienzo a pensar en el origen de su nombre. Casi como besar unos labios de chocolate y una lengua dulce y pura. Eso debe significar lo de Beso de Moza.

Y sigo caminando calle abajo con el día nublado y no me da ganas de volver al departamento, recuerdo el otro en el que vivía de alquiler, en el último piso del edificio, con su azotea propia. Recuerdo esa otra vida que tenía, cuando aun era estudiante y yo también era una moza.
Era un bonito departamento de piso de madera con ventanas por todo lado y un patiecito central para tomar el sol. Lo más chistoso era el enorme ventanal en la pared del baño, era interesante sentarse allí y sentir el sol en la espalda, era casi como estar a la intemperie. Es el primer baño donde no me he sentido prisionera.

Y luego la azotea y su jardín oculto. El propietario del departamento tenia allí sus toneles con tierra traída de no se que valle, en donde sembraba árboles de manzano. Subir a la azotea era internarse en un jardín de árboles frutales y flores varias. Mi única obligación aparte de estudiar era regar el jardín y cuidar los manzanos. A mi me encantaba hacerlo.
Me gustaba pasar horas junto a la azotea viendo los autos pasar pequeños abajo y de vez en cuando soltar chorritos de agua sobre las personas que pasaban.

Pero lo que mas me agradaba de esa casa no era el jardín, era su ducha. Arriba había una habitación de madera construida para la sirvienta inexistente y una ducha con puerta de vidrio. A mi me agradaba bañarme allí, al inicio lo hice porque me agradaba sentir el sol del atardecer sobre mi, pero luego fue por un placer mas íntimo. Yo me bañaba con la puerta abierta.

La azotea era compartida y con un pequeño muro que dividía la mía de los otros inquilinos. Un muro suficientemente alto para que nadie pase, pero también de una altura suficiente como para espiar por allí. Obviamente no había ningún vecino cerca y por eso me permitía esos placeres. Al inicio con vergüenza y timidez. Luego con una antelación y placer contenidos.

Llegaba de la universidad temprano y subía a bañarme allí. A veces a medio día, esa fantasía de ser observada, esa fantasía de exponerse. ¿Quien sabe? A lo mejor era solo que siempre me agradaron los lugares abiertos. Salía sin ropa y me sentaba en la silla de madera a tomar el sol. Era agradable sentir los rayos de sol acariciando cada rincón del cuerpo, entibiando los muslos y el vientre. Cerrar los ojos y abandonarse a ese pequeño placer de tomar el sol sin ropa.

El viento movía las hojas de los árboles de manzano y yo cerraba los ojos sintiéndome tan feliz, allí desnuda, explorándome por primera vez en la azotea desierta, imaginando cientos de ojos y fantasías varias con vecinos enamorados de mi cuerpo aun no tocado por nadie. Lavando el jabón que se escurría lentamente desde los hombors hasta el ombligo, pantorrillas y tobillos.

De vez en cuando pasaba algún helicóptero y yo no abría los ojos, me preguntaba si desde esa altura alguien puede advertir a una moza desnuda en una azotea repleta de árboles de manzano. Yo apenas tenia 20 años y fantaseaba con besos robados y vecinos voyeuristas.

Dejé de hacerlo el día en que regaba las plantas y vi al nuevo vecino revisar la azotea con el contratista. Me llenó de temor que alguien haya tenido la llave del departamento de al lado y me hubiera acompañado en mis baños de sol, todos esos meses en que andaba enamorada de mi misma, tocándome sin tregua.

Me llenó de temor el saberlo, pero también de excitación el solo imaginar que las fantasías habían podido ser ciertas.

Ahora con mi beso de Moza en la mano, caminaba hacia mi casa, sin querer llegar allí con el invierno brumoso en las ventanas. Extraño las tardes soledas y los baños de jabón en la ducha de servicio. Extraño ese jardín oculto de cuando aun era una virgen soñadora.
Me preguntó que será de ese apartamento, que serán de los manzanos, del vecino imaginario de mis fantasías de chica. Entonces saboreo una vez mas el bombón de chocolate que tengo en la mano y decido darle un mordisco que rompa su delicada corteza café.

-Señorita, ¿desea un beso?- retumba aun en mi cabeza

Yo me imagino sin ropa en la azotea soleada, secando mi cuerpo mojado al atardecer, los cabellos sobre los hombros, los muslos juntos ocultando una timidez que tambien quiere ser desterrada con la ropa, imagino el sabor del chocolate suave entrando como un chupón dulce en mi boca y respondo que Si.

Si señor, yo si deseo ese beso.

lunes, julio 17, 2006

Cuando los angelitos se van

Siempre quise ser como ella, tener esos 10 cm. más de talla y esos ojos bonitos o su boca pequeña. Las fotografías en las que siempre sale fotogénica, su ropa, las cosas que ha vivido. Su familia, lo que ha logrado. Yo siempre quise ser como ella, pienso cuando la veo entrar sonriente a casa.

Ella está contenta, ya le quitaron un peso de encima dice. A mi me agria el desayuno saberlo. Preferiría no haberme enterado nunca, pensar que hace solo unas semanas levanté el teléfono y ella estaba llorando desconsolada

-“estoy embarazada- dijo- ayúdame”

Yo me quedé fría, me imaginé todas las consecuencias de eso en su vida. De hecho le volvería la depresión, incluso la reactivación de sus otros males sicosomáticos. Lo único que le pude decir es que se calmara que lo que tenia en el vientre era un angelito creciendo, que tenía que ser fuerte, etc. de cosas que ya ni recuerdo. Ella se calmó un poco, me dijo “esta bien “y luego cortó.

Ella no buscaba mi ayuda como consejera. Imposible que una cría de 26 años le de consejos a alguien 10 años mayor que ha vivido todo lo que ella. Probablemente solo buscaba la salida médica “al problema”, pero yo no podía dársela. Ni aunque admitiera que todas sus razones eran lógicas y comprensibles. No podía admitir eso, en estos años había cambiado, no era la misma niñita de secundaria que cuando sus amigas le decían que estaban embarazadas se asustaba y pensaba “debe existir alguna solución”.
La medicina me había cambiado la visión del nacer y el morir. ¿Cómo explicárselo?

Cuando volví a hablar de eso con ella y me dijo a boca de jarro lo que pretendía hacer, no le hablé de eso. Solo argumenté que ella no lo resistiría. “Te conozco – le dije- no podrás vivir con ese sentimiento de culpa en la cabeza, te volverá la depresión, no es justo para ti, ni para tus otros niños”. Ella volvió a callar, yo me sentía mal por no poder ayudarla.
“solo dime el nombre de algún medicamento” esta vez había perdido la paciencia.
Yo me abstuve, tal vez por miedo. Tal vez porque conociéndola como la conozco, algún día le cambiaría el semblante y me culparía por lo mismo que ella quería hacer ahora. Ella es así, siempre necesita aprobación, siempre busca culpables. Eso hace que sea imposible ayudarla.

Cuando llamó para decir que le habían aplicado dos inyecciones que no sabia como se llamaban y que aun así “no se regularizaba” a mi me entró una especie de náusea.
“¿Qué hago? Ayúdame. Aquí esto es un delito”
Yo solo pedí que se calmara, mientras ese AQUÍ seguía dando vueltas por mi cabeza, rebotando contra las paredes de la conciencia y la ética. Aquí también es delito, solo que aquí, la gente que hace eso solo está unas semanas en prisión y luego la sueltan para seguir matando niños en algún hueco de la ciudad.

Cuando habló de utilizar esos medicamentos que hacen expulsar fetos muertos a las vacas, me asusté. Me parecía increíble que ella, la misma mujer que había rechazado usar la T de cobre o DIU como método anticonceptivo porque era microabortivo, ahora estuviera pensando en acabar con la vida creciente dentro suyo desde hace un par de semanas.

En ese momento solo se me ocurría culpar a la Iglesia, a eso que dicen que "cuidarse con métodos naturales o del ritmo es suficiente" sin saber cual es la realidad. Yo también buscaba culpables, porque no sabía que hacer para ayudarla. Verla desecha llorando, sin saber que haría ahora, sin dinero.
“Mi esposo se arrepintió, quiere tener al niño”.
Definitivamente era una maniobra manipuladora. El mismo había estado de acuerdo y la había convencido y ahora se arrepentía. Ahora la juzgaba, ahora peleaba. Cuando ya nos e podia hacer mucho.
“El doctor me ha dicho que no necesito cirugía, solo son medicamentos, porque solo son células” claro, es lo que dicen todos, para calmar a las mujeres y que lleven a cabo su cometido sin contratiempos. Para que paguen y se vayan contentas sin acusaciones tardías.

Es cierto, aun no está formado, pero yo se que hay vida dentro de esas cientos de células que han ido creciendo este par de semanas. Yo lo se, ella lo sabe. Todo era tan sórdido e incomprensible y yo debo callar para mantenerla calmada, para que no se deprima, yo debo poner cara de que no la juzgo, porque para eso estamos los amigos “para sujetar la mano”

Hoy ella está sonriendo, “aquí” le arreglaron el problema. Toda su cara compungida ha cambiado de ayer a hoy. Ahora solo habla del consultorio de ese doctor del cual no sabe ni el nombre. De su departamento lujoso, de su living con tres alfombras y sus copas de cristal. De la pintura con marcos dorados que llena las paredes del recibidor. Ahora solo habla de eso, como si no hubiera hecho nada.

“la carrera del futuro es la ginecología”- dice muy suelta de huesos. Te harías millonaria- me dice. Me ha cobrado S/.150 por 6 pastillas ¿no es formidable?
Yo le pido que se calle. Me quedo pensando que tan poco cuesta deshacerse de una vida, el costo de un blue jean, de un par de zapatos. Eso vale que ella vuelva a estar contenta y que vuelva a su casa como si nada, a ser la madre perfecta. Me pregunto ¿cuanto vale que “la reparación del daño” sea instrumentada? y hasta que edad gestacional ese “doctor” es capaz de reparar el daño?

Cada uno de eso cuadros en su pared y su departamento con vista maravillosa, han sido construido con miles de ojitos que no vieron la luz, miles de cuerpitos de angelitos a quienes se les arrancó las alas antes de tiempo. Pienso en eso y me asqueo, no puedo terminar de comer el pan que se me queda en la garganta. Cada cimiento de esta ciudad está sobre la vida de inocentes que no pidieron venir al mundo.

“Necesito el nombre de esas pastillas- agrega- si las llevo allá me hago millonaria ¿sabes cuantas mujeres están desesperadas por no perder a su marido, a su trabajo, a su vida? Y yo tengo la solución aqui, son solo un par de pastillas, si lo hubiera sabido antes!"
Entonces estallo y le grito todo lo que tengo atracado en la garganta junto a la miga del pan y el café. He soportado demasiado, solo para que no se deprima, para que no se sienta culpable, para que todo esté normal. La miro, yo siempre quise ser como ella y ahora estoy aquí gritándole mi indignación sin que ella se inmute.
“Hace meses no querías usar una T de cobre y me juzgabas por aconsejarla a mis pacientes porque decía que era micro abortiva y ahora quieres conseguir pastillas? hablas de una vida como si solo fuera cuestión de dinero y decisión, no te das cuenta? ¿Es que acaso no piensas?

Ella se queda en el medio de la sala con una cara de burla ante mi reacción de niña tonta.

Ahora yo estoy deprimida y ella está contenta. Pienso en ese temor oculto que yo tengo de jamás convertirme en madre y ella en cambio tan fértil, tan linda y eso no le importa nada.
Prefiere “acabar con el problema” y seguir viviendo como si no pasara nada.

No me hace caso, se va murmurando al baño “tengo que hablar con Shila, ella me va a conseguir ese frasquito”
Shila es su prima farmacéutica, seguro se lo va a conseguir. A ese frasquito de pastillas hexagonales que pueden solucionar embarazos no deseados. Seguro va a seguir actuando como a ella le da la gana. ¿Quien carajo le hace caso a una mocosa de 26 años, que siendo médico no trabaja en lo que de verdad da plata?
Ella se burla de mis prejuicios tontos, de mi ética que no ayuda a vivir a nadie. Ella ahora está contenta y yo me quedo aquí, deprimida, impotente. Asqueada.

Un angelito acaba de volar al cielo, sin saber de que color es el mundo real. Y yo no he podido hacer nada. Porque "aquí" no se puede hacer absolutamente nada.


24 horas de mundo real

La pregunta para el ensayo en francés se refería a ¿Qué acontecimiento había cambiado mi vida. En la practica oral había ensayado la típica ...