Me preguntaba…Y
es que todo problema inicia siempre con una pregunta, ¿si es que algún día
volveríamos a vernos?
No era una
pregunta cualquiera, no. Era una de esas pesadas puertas frente a las que uno
pasa a diario antes de irse al trabajo y teme abrir, porque la respuesta no se
limita a un sí o a un no, sino a ese “quizá” al que temía tanto. Porque, ¿Acaso
no había sido siempre la presencia de ese quizá, de ese tal vez de esa
probabilidad lo que había tornado los días un poco más difíciles de digerir que
de costumbre?
La esperanza, si,
la esperanza, de que al ser contestada
la pregunta, estuvieran con ella todas las respuestas y piezas faltantes en el
rompecabezas y que con eso la vida se hiciera un poco más simple.
Ese, simple
“algún día” era todo un paisaje de posibilidades, de tiempo, de situaciones, a
las que usualmente, yo cerraba los ojos pronto. ¿Cuánto de mi había aun en el y
cuanto de el yo tenía aun por todo el cuerpo? Las cosas que habíamos hecho, los
trazos mentales de ida y vuelta, las grandes espirales. Todo eso llevaba
también su sello. ¿A dónde me dirigía entonces? ¿A qué lejano lugar tenía que
volver a autoexiliarme para no plantearme siempre y cada vez por día: ¿Algún
día Ese hombre y yo volveríamos a vernos?