viernes, septiembre 21, 2012

El Hombre Finito 3: Laura, el Vasco y los 3 huevos


Apenas enterados de la noticia, mis padres por insistencia de la familia me enviaron por ayuda psiquiátrica. De todas maneras, no todos los días se le avisa que Se va a morir uno, dijeron,  Allá seguro que te ayudan y te dan una forma de enfrentarlo de forma lógica.
¡Claro! ¿Como si fuera cosa de pedir instrucciones no?: “¿Doctor que hago si me revienta la bomba en la cabeza? Ah pues protéjase bien los huevos que ahora tenemos vivos a muchos descerebrados, pero lo del trasplante de huevos sigue saliéndonos muy caro”.

Fue al salir de esa clínica que curaba desmoralizaciones varias que conocí al Vasco. El iba por una terapia que le ayudara a bajar de peso y  esperaba su turno en el jardín exterior comiéndose una hamburguesa doble que había sacado de su gordo maletín, en el momento que yo  me senté a su lado.
-¿Pero qué cara es esa?- me dijo- Parece que te hubieran dicho que te ibas a morir.
-Como que es cierto, porque la verdad es que me estoy muriendo. Hasta me han dado la fecha, que es entre hoy y el día de mi velorio- le solté yo bien habituado a lograr lastima con pequeñas dosis de humor negro. El Vasco me echo una larga mirada, mientras daba un sorbo a una lata de coca-cola que sacó del mismo maletín del que sacara la hamburguesa.

-Pues tienes muy buena pinta para ser un casi muerto- dijo al fin- Lo que es yo, mira, a mí nadie me ha dicho que día exacto me voy a morir, pero cada vez que alguien me ve comer así- y se agarró la panza con cariño- dice que no me debe quedar poco. Y la verdad tampoco mentirían, llevo a cuestas una diabetes galopante, el colesterol ultra malo tapando todas mis cañerías cerebrales y para más inri mi cardiólogo me acaba de decir que he desarrollado un soplo que no me lo cura ni Dios sino bajo por lo menos 30 kilos de peso…Así que como la ves ¿Ahora quien esta mas muerto, chico?
Le sonreí sin ganas con vergüenza por mi actitud estúpida de suicida sin vocación; eran tiempos en que yo andaba deprimido y furioso contra el mundo. Odiaba a mi familia, a mis amigos, a mis ex novias que me habían negado algún polvete por dárselas de importantes. A todo aquel que me había negado algo en este mundo, incluyendo doctores, banqueros y burócratas. No quería causar lástima a nadie y a la vez me jodía que no les condoliera saber que alguien tan joven y con gran futuro- ¿No es eso lo que te dicen en la escuela? “Sois dueños de un gran futuro…” laquetepario…- tenia ahora los días contados.  
Me jodía todo, lo admito, hasta el día en que conocí al Vasco.

Él media 1, 75 m y pesaba 140 kg. con la textura y el color del pan recién amasado, de ojos verdes y mansos, poseedor de un aroma de bebe gigante y de un apetito pantagruélico. Él me haría entender entre otras cosas, que a diferencia suya que llevaba el amargo sino de su destino puesto encima bajo la forma de generosos filetes de pura gordura, yo tenía la ventaja de que nadie tenía que darse por enterado si estaba o no muriéndome si  es que yo les resultaba simpático por fuera y tenía siempre una sonrisa para regalarles;  de esa forma tan simple ellos jamás se enterarían de mi miedo y rencor y yo mismo quizá lo terminaría olvidando.
-O en otras palabras compañero, me dijo  “Acá la procesión se lleva por dentro “y haciendo una pausa agrego tocándose los mofletes “el problema es que en mi caso, yo ya no tenía más espacio” y se rió con esa carcajada suya que hacia vibrar la banca, la coca-cola  y todas las cosas alrededor suyo, incluso a un alma tan resentida como era la mía en ese momento.


Desde aquella  visita al psicólogo han pasado 8 larguísimos años y mi vida se ha vuelto desde que conocí a Laura una especie de carnaval prolongado,  donde no olvido jamás ser el hombre simpático y alegre que me propuse ser. No debo preocuparme si ella me ama o no me ama, si se quedará el tiempo suficiente conmigo o si tendremos un par de hijos bonitos o ninguno en absoluto. Ella no tiene un plan fijo de que nos pasará luego, no me comenta que hará mañana, o si espera un mañana. Tiene tan poca curiosidad por mi trabajo o mis sueños, que he terminado por creer que es ella quien me quiere a mí como el último espectador de su vida y no al revés. A veces he pensado que es ella la que lleva la fijación por desaparecer y no yo,  y que por eso me confiesa desesperadamente cosas que jamás le he preguntado, para luego cerrarse en un silencio acorazado que ni durante las horas del amor o con las caricias más dulces logro romper.

Después de casi un año juntos, conozco palmo a palmo cada centímetro de su anatomía, desde su cuello sin lunares  hasta la punta de sus pies tatuados con flores pequeñísimas a las que pone nombres diferentes, diciendo que son en honor a hermanas que ha imaginado tener en otras vidas. Conozco sus cabellos que son casi una masa viva que me envuelve cuando hacemos el amor, la mancha café con leche junto a su ombligo que ella tapa avergonzada pues dice que por ahí la ha lamido una vez el diablo. Y sus mil olores, uno diferente para cada área de su cuerpo.
Pero de su vida nada. En un año, apenas si se un par de cosas de su vida intima; todas las historias que me cuenta son sobre un pasado difuso, sin fechas fijas en donde ha amado a hombres de extrañas cualidades  que no se si en verdad existen,  y en donde no podría definir si ella, los ha amado siendo solo una niña, como adolescente o ya como una mujer adulta.
He llegado a contarle una docena de amantes diferentes entre nombres extranjeros y apodos, tantos que  algunas veces he considerado que su pasado en el amor podría extenderse a un regimiento entero de hombres a los que ha atraído con sus maneras raras de bailar y de aceptar el primer contacto sexual, dócil y suave como si fuera una resignada víctima, cuando en realidad es ella la única cazadora.

Tengo pesadillas con Laura entregándose a hombres dueños de los atributos más raros haciendo cola por ella,  bajo el escenario donde mi mujer se distrae bailando tatuada de flores amarillas de la cabeza a los pies.
Yo estoy en esa multitud de hombres que esperan desnudos por ella, hombres blancos casi transparentes con enormes orejas de rosados espóndilos; hombres de un moreno aceituno que llevan cada ojo con iris de un color diferente;  enanos taciturnos de vergas monstruosas o  larguísimos gigantes de bocas mustias que en lugar de cabello llevan plumas donde anidan las aves canoras. Yo estoy relegado,  desnudo y pálido tapándome con torpes manos los tres huevos que me he puesto para poder conquistarla, con miedo mortal a que alguien descubra la farsa, que me diga que eso que llevo allá abajo no es un testículo mas sino “solo un tumorcito” una huevada sin importancia. Entonces  es que lo siento, siento a mi aneurisma que ha bajado en feroz  galope desde mi cabeza hasta el escroto y que pulsa  ahora iracundo como una bomba de tiempo a punto de matarme.
La colección de tullidos que esperan por ella murmuran enardecidos y el clamor se vuelve generalizado cuando Laura voltea hacia mí y abre los ojos, que no son de virgen ni son misericordiosos y violenta -como es ella cuando descubre que deseo causarle lastima en busca de un mimo- me toma el pobre tumor en su palma derecha que luce ahora enorme y lleva marcadas cientos de líneas en un arcoíris eléctrico con el destino de todos los hombres que se ha cogido y plaf! de un tajo que me lo arranca para siempre.
El dolor es infinito, me revuelco en el suelo ante la burla de todos esos fenómenos, la cola de hombres que esperan que Laura les regale una noche de baile se arremolina sobre mi dejándome asfixiado, casi muerto de vergüenza. Grito que son unos idiotas, que voy a morir, que quiero morir, que ya verán cómo me muero, les amenazo desde mi dolor mojado en la viscosidad de mi propio miedo, pero en mi agonía solo siento la voz suave de Laura diciéndome que me calle, que sigo vivo. Terriblemente vivo…Sus ojos antes llameantes, ahora tienen solo una lástima infinita hacia mí, un hombre ordinario.

Veo desde el suelo sus talones alejarse, tatuados con las florecitas amarillas de las que he aprendido el nombre para un día recitárselos a mitad del sexo y que sepa que si la escucho, que la escucho toda, que la escucho siempre. Pero se va y el dolor se queda, enorme, terebrante, insoportable dentro de mí.
Despierto así de mi pesadilla, sudando frio con ese enorme peso en la cabeza, con esa angustia de asfixia y de dolorosa palpitación dentro de mi cerebro y detrás de mis ojos. La jaqueca me deja inmóvil en la cama, sintiendo con más intensidad  que nunca el mapa de fragancias que Laura ha dejado en mi cama antes de irse por la madrugada. Es en ese momento que me vuelve aquel miedo inconfesable que me ataca desde que empezaron los episodios de dolor a hacerse más frecuentes.

Se hace presente no el miedo a sentir, sino a querer desaparecer, a tomar ya el valor de acabar con ese dolor con mis manos y para siempre. Es miedo y odio a la vez por mi destino triste sobre el que no me atrevo a tener poder. Solo el olor de ella sobre las sabanas lo detiene, me da la pobre ilusión de que quizá valga la pena vivir un día más, solo hasta averiguar por que ella sigue conmigo a pesar de saberme ordinario como cualquiera, por que se ha tatuado flores en los pies, por que busca siempre hombres de atributos raros, que la dejaran o a los que dejara si se enamoran.
A veces siento que el Vasco tuvo razón en todas sus predicciones desde la mañana en que nos conocimos al salir de la clínica.
-Tú dices que temes morir, pero todavía no temes lo suficiente, ya verás cómo se siente el miedo el día que te enamores, me dijo.  Y ese hijueputa no se equivocaba.

jueves, septiembre 13, 2012

El Hombre Finito 2: Laura


Me agrada la amistad que surge entre la gente ebria, ese ánimo achispado de la gente que lleva alcohol en las venas, esa repentina amabilidad que les surge en los rostros, esas ganas de abrazarte y sonreírte como si fuera acaso,  el festejo del último día del año. Usualmente la gente no brinda esa confianza, no me invita un cigarrillo, ni comparte una historia sino está entre copas. La gente desde que era niño siempre me ha visto de forma huraña y con mirada desconfiada, con una actitud hostil que me ha hecho sentirme incómodo con mi propio aspecto e inseguro de cada gesto que llevo a cabo. Pero con el alcohol la gente se vuelve distinta, la gente se relaja, se abre al mundo y es feliz;  es en ese momento que yo soy feliz con ellos.

Desde que me diagnosticaron de mi bomba cerebral, comencé a frecuentar cada vez más los bares y mucho más aquellos que contaban con salones de baile. Descubrí que la gente dada a bailar es más permeable a compartir experiencias con otras personas que aquellas que se sientan a beber y hablar de si mismos y yo no quería hablar de mi mismo, ni de mis penas. No tenia tiempo de quejarme de mi vida, ni de estar triste, yo quería vivir todo lo que pudiera.
De aquellos sitios para bailar, descubrí que los mejores eran las discotecas para extranjeros. Los extranjeros tienen el doble de felicidad que el resto porque tienen esa felicidad de turista, del que solo está de paso y cualquier experiencia, incluso siendo ésta mala, la atesorarán para siempre. La gente que rodea a los turistas también está el doble de feliz haciendo cosas locas de las cuales mas nadie tendrá registro. Para todos en aquellos bares es nuestro último día en la ciudad y por lo tanto, nuestro último recuerdo perfecto.
Mi horario es el de después de medianoche, cuando las bandas ya están tocando las canciones más movidas y los tipos se han quitado las chaquetas y se saludan entre sí tragos en mano, las mujeres ya han tomado varias copas luciendo mejillas coloradas y tops descubiertos y la gente va entrando en grupos hasta llenar los locales de una mezcla de diversos perfumes y cigarrillos. 

Desde lo del aneurisma, suelo apreciar con mucha mayor intensidad los olores,  y hay una hora en que la gente aún permanece prolija con la fragancia y el shampoo del día emanando de ellos y  sus bocas exhalan solo risas diáfanas de menta. Hay una hora perfecta en donde todo es solo alegría y las mandíbulas están laxas con sonrisas de gestos coquetos. Yo disfruto esa hora, esa es mi hora de observación del universo. Porque para mí el universo no está compuesto de estrellas ni de cometas, ni de árboles gigantes, para mí el universo son todas esas personas vibrando allá afuera, que desconocen que su tiempo está por acabarse quizá esta misma noche y que son poseedoras de una eternidad inconmensurable y perfecta, ya sea porque están enamoradas, porque crearán una familia, porque serán padres o abuelos y perduraran así físicamente a través de otros.
Lo sé, parezco un loco observando a la gente, pero cerveza en mano voy agitándome yo también, camino entre ellos, haciendo grupos, bailando, riendo, besando y no me resulta difícil ligar y amar. Pasar varias noches con mujeres diferentes, de colores y lenguajes diferentes que siempre terminan preguntando entre risas lo mismo ¿eres italiano Manolo?  ¿Estás de viaje? ¿Cuánto tiempo te quedas en la ciudad? Y en la cama revuelta yo rio con la resaca a cuestas de cervezas invitadas, sin saber cómo contestar que para mí este viaje solo dura una noche, por eso es eterno, como mi amor por ellas. Y esa frase les encanta. Vibran con esa frase, sin entenderla del todo, por eso seguimos tirando y amando y riendo. Bendito sea el alcohol y la fiesta!
Esa ha sido mi vida hasta ahora, cualquier día de la semana, según me provoque. Hay semanas que no voy, no me importa, me encierro a leer un libro a hacer planes locos con el Comandante, pero usualmente al llegar la medianoche mi cuerpo extraña el calor y la empatía de otros cuerpos agitándose conmigo, vibrando conmigo como si la vida fuera eterna por una noche.
En una de esas noche eternas en un  bar para turistas conocí a Laura, que no era ni blanca ni negra, ni alta, ni baja. Probablemente solo alguien de la ciudad, otra chica buscando su amor de turista. Una cara indiferente enmarcada por una cabellera larga y negra.  Unos ojos, bueno, los ojos…Laura llevaba los ojos cerrados el día que la conocí y los labios carnosos cantaban a trozos una canción en ingles.
Ella también se agitaba como yo en la multitud con un baile salvaje que no llevaba pareja conocida. Subida sobre el escenario ya desocupado por la banda, contorneaba su cuerpo moreno metido en un top diminuto y unos jeans desteñidos,  bajo las luces azules y verdes como si fuera la estrella de un show unipersonal.
Me quedé mirándola como me quedo mirando todo lo que me resulta extraño y bello en esta ciudad, vi como se movía sensual y salvaje, abstraída de todos y me acerqué hipnotizado empujando entre la gente hasta poder subir y moverme con ella. No me apartó, pero tampoco quiso mirarme; bailamos cerca casi tocándonos, respirando yo su aliento de chicle de canela y ella el de mis cigarrillos sin filtro; bailamos pegados cuerpo a cuerpo, transpirando y jadeando, pero ella con los ojos cerrados dueña de esa orgullosa soledad que solo conocería meses más tarde, no me dio ni media sonrisa cuando al fin le dije “hola”.
Su hostilidad me recordó entonces la misma de los vecinos de mi infancia que no me invitaban a jugar a la pelota, las de las crías fru fru que jamás me prestaban los cuadernos. Ese engreimiento al que había estado yo expuesto toda la vida, como si me lo mereciera o mi rostro estuviera marcado para ser rechazado. Me jodió su indiferencia  de reina de la fiesta y no sé porqué, ni cómo, pero comencé a tocarla;  todo el cuerpo, su rostro, sus cabellos esponjosos, su ropa ajustada, la piel de su vientre expuesto, sus pechos grandes y sus caderas perfumadas, como si fuera mía. Y ella se dejó hacer, dócil y humana. A mi ritmo, moviéndose sin decir una palabra.
Fue la primera vez que Laura abrió los ojos para mí y me sonrió. Entonces nos vimos. O eso pensé yo. Porque con Laura nunca se sabe.
Desde aquella vez ha pasado ya más de un año. Hacemos el amor cada vez que podemos o que ella quiere, que es casi lo mismo. Parece que fuera a ella a quien la muerte le pisara los talones, por eso nos entendemos, aunque ella no sepa que me estoy muriendo. La vez que se lo intente decir me miró con gesto raro.
-¿Por qué todos los hombres inventan historias para dar lastima?- me dijo. Intente decirle que no era para darle lastima, pero me interrumpió con una historia de un ex suyo que tenía un soplo al corazón y se había infartado en su cama, de otro que tuvo un derrame cerebral por exceso de Viagra de otro y otro y otro, en la siguiente hora me había contado las historias más extrañas de los tipos más bizarros con los que había estado. En ese momento creo que agradecí internamente que al menos lo mío fuera tener un aneurisma, porque a esta chica solo la hubiera podido conquistar teniendo tres huevos.   Ya no hable' mas del tema.

 Al quedarse callada le observé el hecho que todos sus novios hayan sido extranjeros.

-¡Ay Marchessi! – Exclamó haciendo un puchero que solo hacia cuando se admitía ser honesta- ¿Tú crees que un hombre que no sea alguien que esta solo de paso por esta ciudad podría llegar a amarme?

Quise refutarle algo, pero era inútil, yo Manolo Marchessi también estaba de paso y ella lo sabía bien como yo aunque no quisiera admitirlo: uno de estos días me marcharía, por eso valía la pena amarla, todo lo que pudiera, intensamente, cada noche, hasta que se acabara. 

lunes, septiembre 10, 2012

Charlas de Cafe: Daltonismo y otras confusiones


Hoy hablare de mi y cesaré de escribirte historias ¿Después de todo que es un blog sino una bitácora publica?
Como te contaba durante el café de esta tarde, he llegado a la conclusión de que para las relaciones padezco una suerte de daltonismo que me impide diferenciar con seguridad unos sentimientos de otros. No sé cuando cruzar o no la línea,  o debo preguntar muchas veces si estoy tomando el camino correcto. Varias veces ante el semáforo del amor – concuerdas conmigo que suena huachafo este término- he cruzado demasiado a prisa y me han atropellado o simplemente he vacilado tanto que nunca he llegado a conocer que hay en la otra acera.
No todas las mujeres son como yo- al menos eso espero, lo mío se ha adquirido a fuerza de intentar una y otra vez cruzar la misma calle o varias calles distintas. Es más, en este pueblo lleno de océanos y costas de idiomas diferentes, he caminado tantos caminos buscando el por qué de las cosas, que he debido cruzar pistas, veredas y puentes como buena testaruda, soñadora, idealista, como prefieras llamarme,  y  claro, en varias ocasiones me he caído, me han atropellado o simplemente he pasado de largo sin ver quien estaba a mi lado para ayudarme a cruzar.

Hubo un tiempo que como las jóvenes de mi edad, podía saber cuándo una relación iba en serio o no. Pero ¡vamos! ¿Cuántas relaciones reúne la gente de mi edad antes de casarse o hacer un hijo? ¿Cuántas relaciones o parejas llevan escondidas en el armario? ¿Bajo la cama? ¿Cuántas de mis amigas han ajustado las piernas meses enteros hasta hallar el amor perfecto que les quite la culpa de entregarse a un hombre sin el amor suficiente? Y cuando han comprobado que no, no era el príncipe encantado han cerrado los ojos y han seguido tirando en la fe de que la función hace al órgano…Estúpidas…!Se han enamorado del amor y ahora se inventan personas que no existen dentro de cuerpos a los que no aman!

 En el camino me he vuelto una cínica dices,  y yo te respondo que quizá sea yo la ultima romántica. Me entrego en la intimidad creyendo absolutamente que un día el complemento perfecto para mí se me entregara por entero como yo a él;  pero mientras tanto, nada de rezos y esperas inútiles. Necesito acción…Hay que cruzar caminos, subir y bajar puentes, vencer las luces del semáforo, aunque no sepamos con seguridad que color llevan. Así que yo soy otra suerte de estúpida, la que piensa que su cuerpo y su sexo son independientes de las pulsiones de su corazón o de su cabeza hiperactiva. Que podrá actuar con la claridad de un hombre terminado el sexo, aun teniendo millones de receptores químicos modificando su ciclo mensual, demostrándole que no, que las mujeres vivimos ciertas vainas con un poco mas de presión social y química que nuestros compañeros XY.
Como en la política, en el amor existe la gente romántica teórica y existe la gente práctica llena de acciones suicidas. Supongo que yo soy de la última especie. No de los que esperan, sino de los que hacen camino al andar. No solo de los que creen sino de los que se tiran del techo esperando que le salgan alas en la caída. En el amor debo ser tan ingenuo como los que defienden las causas perdidas.
¿No es la búsqueda del amor una causa perdida?
Debo aceptar sin embargo, que no puedo diferenciar con certeza los sentimientos. Me termino enamorando platónicamente de los amigos que admiro. Y ese es un sentimiento perfecto e intangible, que de llegar a consumarse solo me sume en la desazón de comprobar la realidad de que no será correspondido ni en la misma medida ni en igual intensidad.
Una vez dije: Estoy enamorada de mi porque ¿quién podría amarme mejor que yo? Pasa lo mismo con los sentimientos sobre personas idealizadas, incluso queriéndote de la forma en que ellos honestamente te quieren, nunca ese cariño es suficiente. Han tenido que pasar meses para aceptarlo de forma consciente.
Si, estaba equivocada, mis sentimientos han sido los sublimados de niña idiota que espera en la perfección de lo intangible algo de la eternidad que no puede conseguir en el día a día.
¿Acaso no perduras más en el recuerdo de la persona que amas? ¿Acaso no es eso lo que buscamos todos? Un testigo de nuestra humanidad, de la peor y de la mejor versión de nosotros. Alguien que acepte lo que somos y que a través de su recuerdo, no desaparezcamos del todo al momento en que nos toque desparecer…
En esa quimera rara que es el amor y que mi corazón daltónico no puede reconocer a tiempo, es un buen bastón el aferrarse a cosas más materiales como el sexo o la amistad a secas.
Puedo saber cuándo empieza y cuando termina el sexo, pues su consumación quita la ansiedad de preguntarse si gustas o no, si te quieren o no. Se borran los puntos ciegos o las predicciones a futuro.
Pero como toda solución de emergencia, esta suele ser un problema en sí mismo. No hay peor veneno que la propia medicina. ¿Acaso en el sexo no interviene el deseo? ¿Y no es el deseo una pulsión inherente, instintiva que no responde a órdenes lógicas? ¿Acaso no termina el deseo confundiéndose con sentimientos más nobles y altruistas como el amor?

Yo solía confundirme demasiadas veces. Ahora en lugar de mezclar pócimas, de amistad, deseo, sexo, sentimientos…trato de no mezclar nada, pues mi fórmula siempre será incorrecta.
Me declaro incapaz  de iniciar nada y con ceguera electiva para las relaciones.
Me resulta agradable tener amigos, o hallar por el contrario alguien que terminado el sexo conmigo, espere casi con el mismo ardor que yo a que se repita. Me gustan los hombres que pueden desearme, no con un deseo ficticio por un personaje, sino desearme con ojos y manos, física y primitivamente.  Puedo saber que es cada una de esas sensaciones: Amistad o Sexo y si se dan en personas distintas disfrutarlas plenamente…pero ¿mezclarlas en una sola?

¿Confundir todo de nuevo? ¿Y morir atropellada por una confusión de colores y sensaciones que no puedo manejar? No, ya no. Me aterra saber que soy analfabeta en ese tipo de lecturas… Seguiré caminando cada vía sin mapa de respaldo, cruzando los semáforos sin saber qué color marquen. Un día tal vez cruce a tiempo hasta la otra calzada ¿Quién sabe? La verdad no es algo que pueda esperar con fe.


domingo, septiembre 09, 2012

El Hombre Finito (1)


¿Qué harías si te dijeran que estas a punto de morir? ¿Que no te quedan más que unos días, con suerte unas semanas antes que todo acabe? ¿Pensarías en terminar tus días trabajando? ¿Seguir haciendo lo que hacías, manteniendo esa indiferencia inútil con la persona que amabas? ¿Dejarías que el odio consuma todos tus actos? ¿Cambiarías violentamente el mundo que te rodea?

Soy Manolo Marchessi y sé que voy a morir desde que tenía 20 años o quizá antes. Me diagnosticaron de una bomba en la cabeza que los médicos llamaron aneurisma inoperable y desde ese entonces supe que mi vida no sería como la del resto de mis amigos. Quise dejar la universidad y dedicarme a escribir o a vivir de fiesta fugándome con alguna gente rara…en realidad quise dejar muchas cosas, pero ya que nunca dejaron en claro la hora ni el día de mi muerte y el dinero empezaba a escasear debí volver a la rutina de la gente común hasta que la bomba reventara. Aunque nadie sabía cómo ni cuándo sería.
Simplemente me dijeron que era probable que uno de esos dolores terebrantes que me atacaban cuando “empezaba a sentir demasiado” se prolongara un día hasta cegarme la vida. Podía ser ahora o en una década, era imposible saberlo. Por tanto, no podía dejar de hacer nada de lo usualmente establecido. Ni siquiera mudarme.

Recuerdo que mis padres se asustaron mucho cuando les dieron las noticia, hubo llanto y durante algunos meses el luto invadió la casa y a los familiares más cercanos,  quienes se acercaban a visitarme y darme sentidos abrazos o delicados recuerdos. Incluso algunos vecinos ocupaban la casa a la hora del café para contar historias sobre embrujos y milagros parecidos. Todo iba sucediendo muy rápido y yo sentía que me iban velando en vida y de cuerpo presente.
Pasaron así semanas y luego meses, en que los vecinos dejaron de venir, la familia dejó de llamar cada día para preguntar como seguía y  mis  propios padres y hermanos al pasar del tiempo y al ver que no moría, terminaron también por olvidar el asunto.
El único que no olvidó fui yo, que sigo esperando que un día, no sé cómo ni cuándo desaparezca de este mundo sin haber hecho todo lo que debo.
No soy católico, ni profeso ninguna religión conocida. Mucho menos gusto de las doctrinas de la naturaleza y la tierra o de las energías reverberantes, como un día me quisieron instar  alguna tribu de fanáticos. Por tanto, no creo en que haya oportunidad para mí en otra vida, o que regrese en otro cuerpo para hacer mejor las cosas que ahora. Como dice mi amigo Mark Buetikofer, el único suizo del que me da orgullo ser amigo, habrá que vivir lo mejor que se pueda para intentar irse de este mundo con honor.

Me pregunto ¿Dónde estará el honor?  El honor de cada persona, me refiero. Para Mark está en buscar el origen de las cosas como buen historiador. El origen de las razas, de las migraciones y el porqué de la humanidad. Yo no sé en dónde está mi honor. O que debía buscar en el mundo para recuperarlo.
Desde que tengo uso de razón había sentido miedo de vivir. El miedo cesó cuando aquél medico de bata blanca me dijo que mis días estaban contados y que nadie podía hacer nada al respecto. Es duro oir eso cuando tienes veinte, estaba terminando mi adolescencia, ni siquiera sabía que era el amor, no estaba seguro de si la carrera elegida era para mí. No había vivido nada de nada y me decían que me estaba muriendo, si, que ya en ese momento había empezando a morirme frente a sus ojos.

No buscamos otros médicos, no obligué a mis padres a buscar otras opciones más allá de esa primera clínica, suficiente habían gastado ya. Mi madre no se arrancó los pelos esperando un milagro, vivimos la noticia con la resignación de lo inevitable. Solo acababan de decirles que su hijo menor moriría. Un día, algún día y que esto sería inevitable. Supongo que en ese momento mis padres también vivieron la noticia con honor y se luto silente de los meses que siguieron, lleno de abrazos tiernos, no fue sino una demostración de que estaban preparados para los arrebatos de un destino que nunca les había sido demasiado alegre.

No los obligué a buscar a otros médicos, santeros ni chamanes, no porque no temiera a la muerte, sino porque me había cansado de temer a estar vivo. Todo el tiempo, desde que había sido niño no había hecho más que tiritar bajo las sábanas pensando el momento en que mis ancianos padres morirían y me dejarían solo al acecho de otras gentes que no me amarían lo suficiente ni podrían cuidar de mi. Había llegado a la adolescencia pensando que les sucedería algo a ellos, a la familia, a la gente a la que amaba. Que en algún momento, me quedaría solo e inerme en un gran mundo de sombras. Porque era el niño chico, el menor, el rabo de una familia corta.
Era la primera vez que me daba cuenta de la extraña posibilidad de que yo podía partir primero y con ello, a mis escasos veinte años todo un abanico de posibilidades extraordinarias. ¿Había gente que me extrañaría? ¿Dejaría una huella en el mundo? ¿Realmente desaparecería para siempre si moría?
¿Cuánto es para siempre?
Otro miedo más sutil  se comenzó a apoderar de mí, meses después de recibida la noticia: ¿Dolía la muerte? ¿Había algo más allá? ¿Debía esperar que ese otro mas allá sea mejor o que yo fuera mejor en el mas allá que en el mas acá?
Todo ese miedo cesó al conocer a los amigos que conocí en el camino. Si cada vida es una sola, yo agradezco que en este corto paso por la vida el haberlos conocido y con eso, haber rozado un poquito de su sabiduría para poder apreciar la belleza y la alegría de vivir, incluso hasta el último y mísero minuto que me quede aquí antes de calzar el pijama de pino, como dice el Comandante.
De mis amigos, les hablaré mas adelante. De lo que quiero hablarles- aun es larga la noche- es de ese momento en que comprendí que no valía la pena vivir con miedos, postergando las decisiones para otra vida en que me salieran mejor las cosas, donde hubiera no solo una sino varias oportunidades de equivocarse.
Yo, solo tengo una vida y es esta. No puedo darme el lujo de guardarme un abrazo, un te quiero o una confesión de verdad.  Para mí no hay, ni ha habido jamás tiempo. No hay tiempo de esperar a que decidan volver a hablarme, que den el primer paso en una discusión tonta, de volver a trabajar tras una ruma de papeles ni hacer mas planos de casas en las que no viviré. Soy un nómade y un loco.
He acabado una profesión y una maestría y todo el tiempo he pensado: No es la gran cosa, puedo dejarlos en cualquier momento, puedo renunciar e irme de viaje,  porque son cosas que en realidad no importan para mi futuro inmediato. Porque mi único futuro inmediato es ser feliz y aun no encuentro la formula de cómo serlo, excepto moviéndome de un lugar para otro hallando personas como a Mark o al Vasco o al mejor de todos el Comandante, que han dado un poco mas de sentido a esta de por si triste existencia.
He dicho en cada uno de los trabajos que he empezado: No duraré aquí el tiempo suficiente, renunciaré o moriré, lo que pase antes…pero nunca ocurre. Soy de esas personas, que quizá por mi raza, podemos soportar intensos dolores por largos periodos, esperando un dolor aun más fuerte. Yo sigo esperando. Porque en realidad ya no tengo miedo de vivir, pero no sé en qué momento preciso he empezado a hacerlo.

Mi nombre es Manolo Marchessi y si gustan, en las próximas paginas pasare a contarles un poco de mi vida, que yo la siento larga, larguísima y sin embargo solo me ha tomado 32 años llevarla a cabo. ¡Treinta y dos años! ¡Qué digo! El doctor que me diagnosticó se hubiera muerto si le decía que viví casi una década más desde que acudí a su consulta quejándome de aquellos terribles dolores de cabeza y esos sueños hiperreales.

A veces siento que he vivido más vidas de las que cuenta la cronología desde mi nacimiento. He vivido una a una vidas anidadas en sueños cada vez más intensos, que al llegar el día he intentado llevarlos a cabo de la forma que sea, viajando a países en donde no creí posible y conociendo a gente que mi sencilla vida de ingeniero jamás me lo hubiera permitido. Sé que esta parte de mi vida, la onírica, es algo que el Comandante jamás entenderá como cierta y por eso suelo callarla, para no despertar su mirada entre piadosa y divertida. Sé que piensa que es parte de mi exquisita sensibilidad para todo- sabores, olores y sonidos-una sensibilidad derivada probablemente de las inervaciones de mi aneurisma cerebral que me ha terminado por convertir en un receptor de sensaciones y recuerdos. Esa masa pulsátil con su sonido de muerte haciendo tic tac en mi cabeza le ha dado todo el sentido de vida ausente hasta ese momento a mi pobre existencia.

*Extracto de Cinco Cuentos sobre la Muerte.

jueves, septiembre 06, 2012

Un amor para Maria Fe

María Fe, tiene un perfil raro que no llega a ser del todo feo y sin embargo da a su cara un aire levemente varonil. Sus cejas espesas y su mirada dura contribuyen a ese aspecto serio que siempre adopta en clase. Se sienta derecha en la primera fila de la maestría de negocios internacionales y cruza las manos sobre el pupitre como solicitando la aclaración justa de algo. No soy yo quien se la dará, yo apenas tengo las preguntas y rara vez entiendo las respuestas que me dan, pero su mirada en silencio me ordena que deba saberlas o al menos investigarlas.


Cruza la pierna envuelta en una panty encarnada y la botita de cuero que apenas le llega al tobillo brilla aun más ante las luces de la clase. El profesor entra y comienza a hablar sin tregua mientras María Fe suaviza repentinamente esa actitud guerrera y nubla de rosado los ojos, ante el anciano que bromea durante la clase de economía. Se vuelve risueña, coqueta y tonta, ante un viejo que podría ser su padre. Es lo que no entiendo. Ella es dura, seria y siempre a la defensiva con todos nosotros, pero a él le regala sólo sonrisas dulces y gestos suaves.

A la mitad de la clase todos salimos a fumarnos un cigarrillo, mientras ella, aplicada e impecable con su falda corta y el cabello atado a un lado, le hace preguntas que el maestro se apura en contestar con risas de viejo encantador. Su mirada opaca y glaucomatosa recorre el cuerpo aun joven y sensual de María Fe, la invita probablemente a un café después de clases, la invita a leer libros que ya nadie más lee y una de esas tardes de viernes en que nadie ha invitado a salir a María Fe, la invita al teatro y luego a tirársela en el silencio arropado por el olor de cedro y eucalipto de un departamento inmenso.

Ella gime alto, como repentinamente liberada hacia una pasión desbocada, que sólo aquel hombre cincuentón puede ofrecerle sin juzgarla luego. Se abandona a su caricia firme y a su cuerpo fofo, a la palabra precisa, que ordena y enternece. A la mano que alisa su cabello como cariñoso padre y que luego tapará su boca para causarle entre espasmos lujuriosos más de aquel dolor delicioso que a ella le gusta tanto. Él le ofrecerá ir a un hotel nuevo de exquisitos lujos, un escape hacia una isla desconocida, una cena a la luz de las velas junto a su nutrida biblioteca. Le ofrecerá algo parecido a un amor puro, o mejor dicho pura compañía. Y retozarán sin casi tocarse varias noches seguidas, como padre e hija o como antiguos amantes.

María Fe ha frecuentado a varios viejos desde chica, los ha admirado, seguido e idolatrado. Viejos sabios y seguros; sólo ellos saben cuando se le antoja ser niña y cuando se le antoja ser vieja. Le ofrecen esa ternura silente y esa promesa segura de segunda cita.

Porque para un viejo toda segunda cita con una mujer más bella y más joven, ya es de por si un milagro.

Y ella se entrega, porque los ofrecimientos de cariño insípido y amistad a medias no le agradan. Le gusta más cuando un hombre se sienta frente a ella y le dice frases perfectas como que Toda su atención está solo puesta en ella, como que solo le importa pasar una noche más, aunque sea solo una noche más con ella.

No le agradamos ninguno de nosotros, con el ritual repetido de una cita tras otra, de ofrecimientos torpes y cursilerías baratas; de preguntas mil veces ensayadas llenas de un interés pasajero que solo disfraza el deseo de sexo. No le gustamos nunca, pobres pescadores de sueños cubiertos por esa inseguridad reprimida de cuando ella nos mira firme y parece que quisiera tener ya, rápidamente todas las respuestas.

Su mirada ansiosa de ojos que doblegan, una mirada que solo los viejos pueden sostenerle el tiempo suficiente como para saber, que detrás de esas negras pupilas, la verdadera María Fe solo aflora una vez que se la ve por entero emerger desnuda desde esa piel color avellana. Salir desde piel adentro, allá donde vive ella, siempre sola, siempre esperando que la sorprenda un amor inesperado.

martes, septiembre 04, 2012

Un lápiz y un amor

Recuerdo que se había vuelto mi lugar favorito, así no hiciéramos nada, su habitación seguía siendo el lugar más cómodo para pensar, en toda la tierra: Sus estantes repletos de libros y revistas, los frascos de perfume a medio cerrar en los estantes, los colores opalescentes a través de las botellas de vino o whisky eternamente cerradas. Sus discos de todos los tipos alineados uno tras otro, las peliculas de culto. El piso impecable…


Recuerdo su piso impecable cuando la luz de la tarde formaba lagunas doradas en el piso recién encerado. Y me recuerdo a mí descansando vestida sobre su cama, ojerosa, con los brazos colgando fuera y la cabeza de cabellos revueltos, imaginando que su cama era un barco, una especie de barca mágica que podía hacerme navegar por ese universo raro donde él habitaba, sin naufragar en dudas ni preguntas de ninguna especie.



Yo solo acompañaba su trabajo en silencio, cuidando no interrumpirlo. Era para él una especie de muñeca de trapo que acompañaba sus tardes de creación dominicales. Mi cuerpo siempre llegaba fatigado, semanas duras de trabajo luchando a los dientes con otras personas, con otros hombres, con gente que no entendía nada y yo, siempre fingiendo ser más fuerte, mas dura, mas cínica, para que así no doliera cuando las cosas no funcionaban. Decía todas mis quejas ante él y me quedaba dormida. Yo, su hermanita menor, su mejor amiga- ¡cuanto quería serlo!- la gatita loca, como le gustaba llamarme.



Y recuerdo una tarde que entre sus muchas cosas raras, de otros países y tiendas lejanas hallé un lápiz de hermoso carbón blando y comencé a dibujar para quedarme callada. Porque en ese tiempo como ha vuelto a ser ahora, dibujar era mi única forma de callar pensamientos y ausentarme del todo. La única forma en que era posible bloquear a todo lo que pensara y relajar así mis hombros, mis brazos cansados de reanimar gente que no conocía.

Yo, era más yo cuando dibujaba y quería que él lo supiera. Que él me conociera y me amara como yo quería, como yo pensaba que él podía.



La música flotaba tenue y melancólica cuando halló la hoja llena de dibujos sobre su mesa de trabajo, me sonrió tiernamente y se dispuso a arrugarla, sin pena. Me sentí mas afectada de lo que podía ocultarle

¿La tirarás?- pregunté- ¿Acaso no te gusta?. Me acarició el rostro con su mano tibia. “Me gusta, si, pero tenemos que arreglar todo antes de irnos y esto ya no sirve o si?”.



¿O si?



Quizá fue el momento mas claro para admitir que nuestra amistad jamás derivaría en algo mas profundo que eso. Podíamos protegernos, salir, reír, compartir cosas. Compartirle yo, todos mis sentimientos, incluso los más vergonzantes, pero todo eso era perecible. No había una empatia real que pudiera mantenernos juntos, si alguna vez quisiéramos juntarnos. Me sentí viuda antes de haberme casado, quise reclamar la cama de colcha azul para mi, los cuadros a blanco y negro en la pared; de los cientos de libros por lo menos exigirle un par de docenas que el hubiera leído ya sin darles la importancia debida. Quedarme con sus películas y sus discos, con un poco de su ternura natural al arrullarme mientras me quedaba dormida. Quise reclamarle que no me parecía el hecho que no me quisiera. Que no intentara jamás un beso si me veía llegar linda, que no llamara nunca después de vernos. Quise, en fin, quedarme con el dibujo y meterme a mi cama para soñar de nuevo, que las cosas en el mundo eran como yo quería que fuesen.



Pasaron muchos años, antes de que pudiera volver a dibujar en público o para otro hombre. Estaba ebria aquella noche y en el estante del baño perfectamente decorado, lo único que desentonaba, era esa cantidad obscena de lapiceros y lápices regados en cada rincón a modo de colorido popurrit de tintas de colores.

Si, era la casa de un loco- pensé- De un obsesivo de los útiles escolares, de un niño que no había crecido del todo. Sentada aun en la taza de ese baño gris, me incorporé hacia la blanca repisa y cogiendo un lápiz azul cualquiera empecé a delinear un rostro, un cabello, unos ojos. Él,  me esperaba seguramente ansioso del otro lado de la puerta, a medio vestir, esperando inútilmente a que termináramos lo que habíamos empezado; pero en medio de los vapores del vino, yo no atinaba a levantarme, sólo dibujaba para limpiar mi cabeza de aquellas vainas raras que te atacan cuando no estás ya segura de nadie.



Al llegar la mañana pensé en borrarlo con la mano al descubrir la pulcritud y hermosura de esa casa, pisada por primera vez por mí y apenas observada la noche anterior. Me cautivó la historia fascinante del personaje que ahora sentado frente a mí, me contaba el porqué de la existencia de tantos lápices y lapiceros en casa, el porqué de tener tijeras de todos los tamaños regadas por todos lados.El porqué de todo en su vida, como si yo hubiera preguntado.

Había pensado en borrar mi dibujo y no dejarle ninguna huella, pero preferí no moverme y quedarme allí hasta que acabara aquella historia loca. Lo adoré, como si conociera por fin al personaje jamás descrito en ninguno de sus libros. Adoré su forma sencilla de confesarme que estaba loco. “Como yo misma”- me dije en silencio. Y quise que no empezara a despuntar la mañana, quise, canjear un poco del silencio de besos de la noche anterior, por un día entero oyendo más de sus historias. Su voz profunda, despeñándose de su boca y grabándose para siempre en mi memoria. Pero debía irme, sin promesas de segundos encuentros, ni exigencias de relaciones eternas. Debía irme, porque si, aunque ya no quisiera.



Ya tumbada de sueño en el asiento trasero del taxi rumbo al largo camino hacia el aeropuerto, la ciudad se delineaba borrosa y gris, con un día que no se atrevía a ser día; aun la gente dormida en sus casas y yo volviendo a quién sabe donde, en busca de un sueño que no volvería quien sabe por qué. Revisé el móvil, mas que por necesidad apremiante por una rutina de gente sola y ahí estaba, su ultimo mensaje: “Gracias por el arte mural, me gusta mucho. Me gustas tu, así, tan loca”

Le creí entonces, porque deseaba creerle. Porque deseaba sentir que era cierto lo sentido y lo pensado. Me hubiera gustado decirle, que dibujaba en las pausas del amor para no sentirme culpable. Que pintaría toda su casa a lápiz de ser posible. Que me hubiera gustado quedarme allí para siempre averiguando más sobre sus historias de infancia, sobre su vida entera…pero no dije nada. Callé, como callamos los orgullosos, a los que nos da miedo volver a abrir el corazón a nadie. Callé para que no se me notara, que en contra de su opinión más ingenua, yo no estaba loca… que solo había empezado a enamorarme de la fantasía que lo rodeaba.



24 horas de mundo real

La pregunta para el ensayo en francés se refería a ¿Qué acontecimiento había cambiado mi vida. En la practica oral había ensayado la típica ...