miércoles, octubre 18, 2017

Un cafe el Martes

No sé que tanto bien haga hablar de las cosas que ya pasaron, pero aquí vamos.

Yo estaba en el mismo café en que hablamos la primera vez acerca de ser pareja, en la misma esquina en que casi me atropella un auto algunos meses después cuando paseaba en bicicleta. Conocía esa avenida, la heladería cercana, el olor de la noche cuando todos vuelven a su casa y pasan por allí solo para tomarse el café tranquilos detrás de los amplios ventanales.  El estacionó el auto confiado y al pasar ante la otra cafetería que también estaba colmada de recuerdos para mi, me di cuenta que esa charla para contarle sobre lo que había pasado conmigo estos últimos años iba a durar un par de horas más de lo que pensaba.

No nos veíamos desde el internado, él ya llevaba arrugas encima y la calvicie incipiente se había llevado de a pocos la cabellera rubia que todas las chicas admiraban en nuestros años de preparación. Ambos habíamos envejecido, el estaba casado y con hijos, yo le contaría hoy  sobre mi compromiso roto, que era un chisme viejo que ya no me provocaba lágrimas. No podía hablar ni con odio ni con  amor sobre mi ex novio porque todas las emociones se habían quedado en un recuerdo difuso en donde lo único que lamentaba es no poder haberle dado a mis padres un bebe con quien jugar a ser abuelos.

Mi querido amigo me oía ahora comprendiéndolo todo, cuánto tiempo había pasado ya! Era fácil contarle las cosas puesto que él conocía de mí, no solo a la sonriente doctora que le recibía los pacientes graves en la clínica, sino a la chica de lentes y cabello alborotado de los años universitarios, la que no llevaba maquillaje y ocultaba su migraña para no parecer la débil del grupo. También sabia de mi primer novio, así que era fácil bromear sobre mi alergia a los compromisos o intentar ponerse  serio y alentarme diciendo que no pierda la esperanza.

En qué? Sólo él sabría…Era relajante poder decirle todo, sin intereses de por medio. Hace menos de un año había estado en la cafetería de al lado con un vestido larguísimo hablando  en una primera cita con un hombre enorme que apenas conocía, intentando hacerle ver quien era yo después de mi compromiso roto, tratando de hacerle ver que aun tenía alguna capacidad de enamorarme. En la pared de al lado para mi seguía latiendo el inicio de una historia mal acabada, pero de eso no le contaría. Ahora era mejor hablar de los días de la universidad, del trabajo, del ex novio y de mi padre.
Mi padre que es un dolor constante al que no le puedo hacer frente, porque a diario siento que lo he perdido. Que ha dejado de ser para mi el hombre fuerte y alegre en quien me apoyaba. El ejemplo de aventurero y de la persona justa que quería ser yo cuando fuera grande. A quién poder contarle que me sentía mal al no tenerlo cerca y me sentía aún peor cuando venía a verme? No debería ser yo, la hija médica que comprendería mejor que nadie su dolencia?  La hija que podía explicar con lujo de detalles la razón de las secuelas de la enfermedad pero que no podía aceptar enfrente su rápido deterioro o su insoportable envejecimiento?
Todo este tiempo he tratado reaccionar de forma lúcida, pero casi siempre es frustrante hablar con él y saber que ya no es el mismo. Y que yo no logro ser la misma con él.  Me resultan odiosos sus gestos infantiles y su torpeza, su proclividad a la victimización, su pérdida de la memoria reciente, en él que era para mi una enciclopedia andante.
Ya no soy la hija buena a quien él siempre extraña, me siento como la hija mala que lo ha abandonado y que cuando al fin lo ve no sabe como demostrar su cariño, aún peor, la que se niega a verlo tal cual como es ahora. Que por momentos desearía ya no verlo mas y así mantener el recuerdo intacto de su lucidez y su lozanía. Que reacciona con hostilidad, que a veces le demuestra tontamente su rabia.

-“Te sientes decepcionada”- me dijo, “por eso tu rabia”. El había pasado lo mismo que yo hace 20 años con su padre, por eso lo entendía.
Pero yo aun no, aun no me daba cuenta cuan decepcionante había sido perder el mismo año a los dos hombres que me importaban: El que prometió amor eterno y que iba a ser mi esposo y por otro lado, al que siempre había sido el modelo a quien seguir en todo: Mi padre.

No sabía que fuera así, pensé que mi pena solo se reducía al tener que haber decidido por no casarme ni tener la familia propia que esperaban todos, que esa era mi única causa de decepción. Pero mi  pena era aun mas honda al sentir que mi  padre, mi apoyo moral y físico estaba desgastándose  frente a mí a raíz de la enfermedad y que el tiempo era inexorable en sus plazos. Yo podría estar trabajando duro a diario salvando vidas de gente que ni conocía y no podía  en cambio, hacer nada por detener el lento avance de la decrepitud en mi padre. No podía hacer nada por ninguna persona importante en  mi vida! No podría llegar a tiempo nunca! y aun llegando a tiempo, quizá ni contaría con el equipo necesario para hacer realmente algo importante. Llegaría de compañía y como tal sería rechazada, no importaba el esfuerzo que hiciese por llegar, nunca sería suficiente si no lo hacía en el momento que los demás lo necesitaran.

Traté de no parecer sensiblera ni cursi mientras se lo contaba, ambos trabajamos en dos de las ramas mas duras de la medicina, ambos hemos visto morir gente a montones. A nosotros no nos quedan los discursos suavecitos, en nuestro hablar se suele ser concreto y  directo, pero por fin con él  como con ninguna pareja, podía desnudar esas dudas y esos miedos, esa frustración de hacer todo por todos excepto por la gente realmente importante. Nadie estaba en nuestros zapatos, se podían  acercar con consejos, pero nadie estaba realmente en ese momento de sentirse el malo de la película.
He perdido muchos novios en el interín de volverme médico  y a mi familia la pierdo por acciones estúpidas y palabras mal dichas. Trato de estar ahí pero nunca llego y al final del día me toca ver las fotografías de la gente que pudo conservar a las personas que amaba a su alrededor y quizá de no fallarles. Gente con familias y mascotas, almuerzos y días de campo. Cosas  y sueños que se esfuman al desaparecer mis padres.

El me dice, despierta! Todos fallamos! Todos nos equivocamos! Cada día es una moneda al aire, deberías saberlo!  Tu ya sabes como es el juego de la vida y la muerte. Pero no lo sé, me niego a aceptar que me pasara a mí!  Que pasaré  por el duelo que veo a diario en los pasillos de la clínica y hospitales: Perder a un ser amado, no llegar a decirle a tiempo, no poder hacerle sentir que daríamos la vida por la suya con tal de no sentir ese dolor hondo, punzante y desgarrador de la pérdida.

He querido contarle más, pero quizá hubiera sido mejor hace un año, cuando me hallaba perdida y con poca fe. Así hubiera esperado en calma y me hubiera refugiado en la amistad en lugar  de haber tropezado con personas que se aprovecharon en su momento de mis ganas de amar intensamente y olvidar con eso, mi propia fragilidad  

Quería tanto pero tanto amar y cuidar de alguien! Repetir en mi vida extra hospitalaria lo que hacía en mi trabajo diario; curar, cuidar, sentir que alguien necesita de mí y  aliviarle el dolor que fuera, poder lograrlo…! Alguna vez poder lograr realmente para lo que tanto estudié, quería aliviar con mi sola presencia, darlo todo por el todo! Entregarme. Y ha salido todo tan mal. Me siento a la ventana a ver la ciudad y solo veo mi reflejo con cara ojerosa y cansada esperando eso que no llegó, que quizá no llegue nunca. Un dolor profundo surca como un negro aletazo la habitación silenciosa mientras  me lo confieso.

El me dice, Vamos! Anímate, todo estará bien y por un momento parece la promesa del universo entero. Una certeza de quien ya ha pasado antes por lo mismo. Le sonrío infantilmente entre los restos de torta de chocolate.


Quizá solo sea momento de calmarnos y aprender despacio lo que vivimos a mucha prisa.

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