Hoy volveré a
escribir, pues he dormido todo el día. Miento, tal vez haya dormido toda mi
vida. Un sueño tras otro he repetido, camino a su casa y de vuelta a la mía…
Pero que tonta me he vuelto, apenas vuelvo y
ya deseo hablar de él.
De él que habrá dejado
en mí una huella imborrable al despuntar esa mañana, nuestra última mañana
juntos- ahora sé que lo fue.
Nunca llegue a
despedirme como debía, quizá porque temía volver. Temía que como siempre me
flaqueara el orgullo y en una noche cualquiera, le llamara, le escribiera, me
acercara y suplicara con tintes de voz cínica que solo quiere sexo: Amor, quiero pasar una noche contigo.
Y puede ser que él
dijera que sí, que aceptara el reto, que respondiera a mi enredo de quiero pero no quiero, con una
respuesta corta al estilo: Ven, que te
espero. A su estilo, ven rápido que
me duermo, a mi estilo: Ven rápido o
me muero…
Porque entonces -y
este entonces no es tan lejano- cada frase suya era traducida por mi según mis
caprichos más urgentes y tejida así con hilos de amor y deseo; cada silencio,
cada pausa entre frases era para mí un retazo de poesía inconclusa que yo sabía
llenar con mi ansiedad por él.
Yo urdí con su
cuerpo, con su cara, con su casa, un universo entero de cosas imaginarias en
las que yo me arrulle hasta sentirme de nuevo chiquita, dócil, entregada y de
esa forma sentirme cómoda.
Eso era él para mí,
lo confortable del amor imposible, fácil de torcer, de amoldar a mi realidad
virtual en donde todo podía ser perfecto,
precisamente porque jamás ocurriría…Y si ocurría alguna vez, ser feliz
por lo corto que seria.
Es tan corto el amor, al fin y al cabo…
Y ahora estoy aquí
como si nada hubiera pasado, con los huesos intactos y la piel tersa sobre mis pómulos
canela, con esta nueva realidad mojando mi boca, metiéndose en el fondo de mi
paladar, haciendo brotar palabras nuevas, como nuevas sensaciones nacidas después
de él solo para demostrarme que la vida sigue y el amor se transforma de
persona a persona.
Nuevas
sensaciones que debo volver a clasificar, a renombrar, a mezclar y comparar con
otras y meterlas así en cajitas de colores, en el enorme estante que guarda los
amores que no han sido, ni serán, pero que buenos eran mientras los inventábamos…
Yo lo quise, debo
aceptarlo. No sé de qué forma se puede querer lo que no se puede asir con las
dos manos, ni con el pensamiento, ni siquiera con la carne. Pero yo lo quise.
Ay la carne! Mi vehículo hacia él, mi cuerpo
el camino para que ingrese en mí y me posea toda. Cada vez más, con los ojos
cerrados, entrando de memoria, en la que sabía, era su casa. Ese camino
placentero y doloroso, de cogernos, de descubrirlo humano, de descubrirme
humana robando para nosotros un pedazo de eternidad. Era tan poco el tiempo que
estuvimos juntos, mas fue el tiempo de desearnos que el de tocarnos. Fue tan
corto todo, que da miedo saber que haya sido real toda esa entrega.
Ha terminado ese
viaje, puedo hablar de eso sin que me acongoje volver a hallarlo, ni me
despierte el deseo de buscarlo, de llamarle, de escribirle o seducirle. Ha
terminado y mi corazón como tierra nueva ha vuelto a ser arada para un nuevo
amor, un nuevo hombre, otra ilusión que albergue con otros sabores y
sensaciones lo poco que yo viví con él.
No sé si él me
amaba, eso es casi imposible, tratar de pensarlo, es un esfuerzo inútil. No era
para mí ni yo para él y así fue desde un inicio, no sé si saberlo encendió
mucho más el deseo. Debo reconocer que no he deseado a nadie con la fuerza
testaruda y animal con la que yo desee tenerlo solo para mi. Libré una lucha
larga conmigo misma para aceptar ese deseo y finalmente, ese deseo como tantos
otros, acabó.
Si, acabado está,
como mis dibujos a lápiz sobre su casa o mis fotos de desnudez a media luz. Como esas escasas veces en que a mitad del
amor, febril y despiadada le confesé al oído: Yo te quiero, te quiero…
1 comentario:
... saludos Martillo ... despues de mucho tiempo ...
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