Y de pronto las
palabras comienzan a caer del techo, como desprendidas estrellas de una noche
que ha oscurecido demasiado pronto, caen aquí y allá, han inundado mi vaso de
agua, mi café recién servido, salpicando de negro aroma los papeles en donde
garabateo, sin ideas, sin ningún rumbo sobre lo que me depara la vida esta
mente que vuelve de la lucidez al sueño como en una espiral incontenible de
sentimientos, de ideas y ansiedades.
Caen las
palabras, son un torbellino de tinta platinada, invisible que solo ven los
locos, los alucinados, los que creemos. Y se aplastan en mi sillón, en la
pantalla de la teve, en los libros que ya no leo. Han caído mil palabras hasta
inundar ese espacio en donde te pienso y no te encuentro, persona sin rostro,
ni cuerpo; compañero de noches en vela y de amargas verdades. Tapan tu
presencia melancólica, tu recuerdo y la añoranza por esa materialización que no
llega. Son palabras, esas que no salvan, ni amortiguan el dolor de una caída.
Apenas estrellas sin luz en una noche vacía.
Han caído todas
ellas y no he sabido ordenarlas, juego a formar ideas, mientras el sueño me
alcanza, inexplicable fatiga, curando todo a su paso, logrando que se apague también
este espacio surreal que surge cuando las cosas fallan.