Después de mucho
tiempo cariño, he podido terminar de leer un libro entero. Quizá lo dudes, pero
los anteriores me ha costado mucho trabajo llevarlos a término, como si no
fueran emocionantes, como si no me importaran realmente, como si fuera un
trabajo que debía de hacer. Pensé, como seguramente lo piensas tu en este
momento, que se trataba de una etapa, que después de todo, a todos nos pasa.
Como cuando después de un intenso romance y una dramática ruptura, te quedas a
solas un tiempo sin ganas de probar nada de nadie. Inapetente de toda emoción intensa
que pueda detener el proceso de auto reconstrucción.
Mi etapa se ha
extendido quizá demasiado. O eso me ha parecido.
Este último
tiempo sin vernos leía novelas cortas, alguno que otro poema, las editoriales
de las revistas que me interesaban, pero más nada, me seguía sintiendo igual, indefensa, inútil para
terminar un texto, sencillamente incapacitada para escribir por lo menos una
carta.
Poner puntos y
comas, pensar como seguiría un pensamiento de otro, si lograría concatenarlos
todos como piezas necesarias de un todo. ¿Es ese peso que tienen las palabras,
sabes? Ese peso del que te hablaba, como si cada palabra tuviera su propia
textura al salir de la boca y esas texturas llenaran desiertos, levantaran
muros, construyeran ciudades. ¿Qué ideas esconden entonces las palabras? ¿Alguna
palabra muestra realmente una idea?
Por fin alguien
lo entiende, por fin un personaje vive inmerso en el peso de las palabras y sus
significados y puedo identificarme con él, con esa búsqueda de significados.
Del verdadero significado de estar vivo.
He terminado y
como siempre me embarga esa sensibilidad oleosa, esa especie de fragilidad infantil
de sentirte descubierto por otro y de querer ser descubierto por otro. En
momentos como este, yo solía salir y dar un largo paseo hasta que volviera a
sintonizar conmigo misma. Como si una enorme fiebre me embargara y necesitara
urgentemente de una brisa que me devuelva a mi estado original. Nunca supe si
ese estado era bueno o malo, lo único que sabía es que la “fiebre” debía acabar,
no podías estar en ese estado ansioso de búsqueda de respuestas
permanentemente, sin perder la razón. Después de leer un libro que me gustara
yo me solía sentir poseída por la historia contada, por sus voces, por los
paisajes y aromas descritos, por esos pensamientos íntimos en cada uno de los
personajes. Cada personaje saliendo de la misma persona, delineado y construido
a su antojo. Como si el escritor hubiera querido matar a todos sus demonios contándonos
una historia.
Ese largo paseo debía
ser en silencio, pero a veces la ciudad aturdía y también las personas. Las
interrupciones de las personas, sus llamadas, sus preguntas que parecían vanas
todas, ante lo que yo estaba viviendo en ese momento. Su ruido incesante
alrededor.
Hace poco fui al
teatro sola, nunca lo había hecho. Me senté en la primera fila y me sentí igual
de poseída que al terminar un buen libro, había tanta energía en ellos, demasiadas
sensaciones, demasiada información para mi sensibilidad, desacostumbrada a
estar desarmada o tras la coraza del que debe dar la cara ante la adversidad. Ese
continuo disfraz que cargo en el trabajo, mi epidermis contra el mundo.
Salí embriagada
de sensaciones diversas, tuve que caminar varias cuadras en la aún fría noche limeña,
hasta decidirme a coger un taxi, pues las botas me mataban.
Sé que lo que te
acabo de contar parece carente de todo interés, pero todo tiene una razón y no
es el comunicador el que da las respuestas. Cada quien tiene una pregunta
intima para responderse…quizá el resto de la vida.
Yo te cuento que
he terminado un libro, que he ido al teatro, que camino sola, que uso botas incómodas.
Nada de eso es importante, al final de la noche cuando tu y yo nos quedamos
solos, ausentes de comprensión en un mundo lleno de extraños, separados por
tiempos y distancias y excusas miles, es al final de la noche en ese silencio
intimo en que podemos tener el valor de gritarnos a la cara esas preguntas que
ninguno de nosotros quiere formularse durante el día por temor a no hallar jamás
una respuesta satisfactoria, o por el miedo a iniciar una búsqueda que no
terminara nunca.
Saberlo me
reconforta, pues tu duda también es mi duda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario