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sábado, octubre 10, 2009

4. De Hormigas y de Mantis

- A mí no me molestaría quedarme, es un lugar hermoso después de todo.

Vilma que sujetaba el espejo con la mano izquierda enfocó a la cara de Olivia al terminar de decir esto. El sol caía débilmente sobre los cabellos de Vilma rojos como un chorro de sangre sobre la mano casi transparente de Olivia. Era una hermosa primavera para contemplar Cuenca de lejos, pensó. Sobre el césped las dos mujeres dieron una larga mirada a la ciudad cortada por el mar llena de techos de de calamina y alguna que otra iglesia.

- Siempre sentiré que no pertenesco allí, refutó Olivia con esa voz bajita como de quien agoniza que ponía cada vez que las palabras se le iban estancando en la garganta.

- Si no perteneces allí, entonces a ninguna parte flaca.

Olivia paró un momento de hacer la trenza a su amiga. Su cabello perfumado le causaba la misma alergia que todas las cosas artificiales que pasaran por su nariz.
En los últimos años se había vuelto alérgica a la plata, al látex, a la ropa de encaje, a las frutas con ácido, a los pescados rosados, a las fresas y al chocolate. De vez en cuando a algun perfume y muy frecuentemente a las frases educativas de su amiga.

Odiaba hablar con esa gente que creía tener la razón siempre sobre todo. ¿Qué sabía Vilma de pertenecer o no pertenecer a algún lugar? ¿De caminar por la calle y sentir que la gente a pesar de conocerte ya no te saluda? O de ir al mercado y tener que hacer las compras rápido para que no te interroguen ¿Olivia ya te casaste? De tener que hacer las cosas ocultas para que la gente no hable, no se entere de que es lo que la hace feliz realmente, esos pequeños vicios. Grandes culpas para tapar.

Ella no pertenecía allí por una razón simple. No le interesaba peretenecer a un lugar como ese. Pequeño, dañino, asfixiante.

- Tal vez haciéndote de una familia como dice tu madre, verías que este lugar es el mejor del mundo para críar hijos. No imagino ver a mis hijos creciendo en un lugar lleno de gente como Bogotá. Pobre tu hermana lo que debió sufrir allí criando a Leandro.

Olivia volvió a desatar la trenza francesa que se perdía entre sus dedos nudosos. Bogotá hubiera sido un buen lugar para escapar pensó, si solo hubiera tenido el valor de hacerlo cuando debía. Hace 5 años Cuenca aún reunía alguna esperanza para ella, el amor de Daniel era una de las razones para haberse quedado, pero en realidad había sido su miedo. El miedo a Inés Sánchez, a su madre, a lo que le hubiera dicho si se iba. Ya tenía 2 hijas lejos, otra afuera, dando caña, no lo iba a permitir. ¿A dónde se iban las mujeres Sánchez? ¿Qué es lo que buscaban afuera que Cuenca no pod{ia darles?

El olor a naranjos venía fuerte desde las huertas vecinas. A diferencia del olor frutado del cabello de Vilma, este olor era natural y salvaje, se introducía por las fosas nasales, se impregnaba en la piel, era ese olor a pueblo que no podía despegar de sus ropas. Daniel se lo había comentado.

-Me gustas con ese olor a tierra, a hierba... a selva. Tu eres Cuenca, toda tu, le había dicho mientras metía la mano bajo su vestido y la follaba contra la puerta de la oficina en su primera semana de trabajo.

-Has sabido algo de ella?
-De quién?
-Pues de tu hermana tontita, ¿De quién estamos hablando?

- Pensé que de mí, murmuró Olivia, dando un tirón al mechón izquierdo que se le deslizó por la mano enorme. Vilma dio un gritito de dolor.

Liliana siempre había sido la estrella de la familia, alguien de quien comentar, su esposo, su casa, su hijo. Ya no lucía como ellas, como nadie de Cuenca. Ni vestidos ni cabello natural, eso es ser provincia, le había dicho riendo.

-No sé, hace tiempo que no sabemos nada de ella.
-Nunca has pensado en irte a su casa? Con ese marido millonario que se consiguió, fácil que te consigue un trabajo.

Olivia pensó en su cuñado sin proponérselo. Que ganas de tirárselo, caray. No era guapo ni agradable, pero ese aire de petulancia lo volvían tan apetecible. Un snob para dominar en la cama, sonrió con malicia.

-...A lo mejor y te hace actriz, después de todo fea no eres,


Vilma volvió a enfocar con el espejo a Olivia que tenía sus grandes ojos marrones puestos en la llanura. Allá abajo la ciudad parecía pequeña e inofensiva, un hormiguero, compararía Olivia, un hormiguero bien organizado pero demasiado pequeño para alguien que no se sentía una hormiga dispuesta a trabajar para vivir y vivir para trabajar.

"Después de todo"- ¿Qué frase era esa? A Olivia se le borró la sonrisa al pensar que Leonardo no era de los tipos a los que les gusta las mujeres con olor a tierra. Un dolor extraño le acababa de dar directo en el pecho.

Vilma volvió a enfocarse el rostro, sus mejillas estaban coloradas aun con ese sol débil. A diferencia de la palidez triste que rodeaba a todas las Sánchez, Vilma Nogales tenía ese color vivaz de las fresas recién cortadas. Sus cachetes, sus cabellos, ese día incluso su ropa. Se miró a si misma satisfecha. Que hermosa era. Con Olivia en ese espejo, su belleza parecía brotar fresca y naturalmente.

Olivia también parecía notarlo. Ajustó la trenza a su nuca hebra por hebra antes de ahacer el lazo final.

-Ser fea no sería el problema, Vilma, en un mundo como el de Leonardo y mi hermana, el problema es ser diferente, ahí es donde no encajo.
Hace frío ¿Nos vamos?

Vilma asintió con la cabeza. Al incorporarse Olivia,su altura de pino y sus largas piernas pálidas bajo el vestido de flores verdes que ondeaba lentamente, dominaron el paisaje. Vilma pareció tan pequeña y compacta a su lado entonces.

-Te refieres a tu afán por los hombres?- fue una pregunta que se le quedó goteando en los labios.

Olivia ya estaba muy lejos caminando con las manos juntas a ese hoyo sobrepoblado que era Cuenca. Sus pasos largos y decisivos parecían los de alguien que se iba a devorar lo que encontrara a su paso.

A lo mejor su amiga tenía mas de Mantis Religiosa que de hormiga, pensó Vilma cuando corrió a su alcance con la trenza peliroja golpeandole la espalda en la bajada a Cuenca.

domingo, octubre 04, 2009

3. Liliana Sánchez, la actriz.

Al despertar ese viernes, Liliana Sánchez aun con los ojos cerrados buscó a tientas a Leonardo para contarle que nuevamente había soñado con el mar; pero esta vez no como siempre navegando o ahogándose en él, esa noche Liliana había soñado que lo veía desde un departamento nuevo a solo una calle de distancia, un mar brioso azul hasta el horizonte, con ese olor penetrante que ella recordaba de su natal Cuenca, iluminado por los rayos de sol. Un mar precioso y extenso.
Su mano buscó en vano a Leonardo a su lado, bajo las sábanas revueltas apenas su pijama impregnado de olor a cigarrillos quedaba como testigo de que su esposo aun pasaba las noches con ella. Se tapó la cara y quiso llorar un poco, como un ejercicio matinal diario que le ayudaba a soportar el resto del día, pero no pudo. Tal vez ya estaba seca, pensó.


Se puso la bata de felpa y abrió las cortinas con una mano delgada y llena de venas multicolores, así la había descrito él la primera vez, cuando aun estaban enamorados. Una mariposa de venas multicolores. Eran entonces tiempos mejores, Liliana había sido su musa en tres de sus primeras películas, las mas mediocres, cabría decir, pero también las más honestas, agregaba Liliana como queriendo defender aquellos personajes taciturnos que ponía Leo en sus primeros films. Abrió la ventana esperando ilusamente ver el mar azul de sus recientes sueños sin Valium, pero en cambio solo vio a Bogotá extenderse lluviosa y triste como cada Julio desde que se mudaran juntos, llena de edificios grises hasta el horizonte.

No cabía duda que les había ido bien en la vida, un departamento hermoso, un hijo inteligente y un contrato por 10 años para hacer las películas que él quisiera, eran cosas de las que Leo se ufanaba sin parar. Ah sí, también una mujer guapa, solía agregar cuando se acordaba. Pero era obvio que ella no era la envidia en los círculos en donde se movía su exitoso esposo. Liliana era apenas una sombra de lo que pudo ser. Una actriz sin futuro, alguien que no se había esforzado lo suficiente. Era el murmullo que parecía levantarse de las reuniones en donde estuviera.

Hace 10 años en cambio las cosas eran otras, Leonardo no era más que un perdedor de gafas gruesas y cabellos grasos, mientras que ella era la chica delgada del instituto, una joven promesa de cabellos marrones hasta la cintura, moviéndose grácilmente en un mundo de melancólicos actores con vestimenta alocada.

Como todas las hermanas Sánchez Liliana había acogido a Leonardo, un hombre comun y corriente, esperando transformar a ese feo cachorro en un mastín fiel con quien pasar el resto de la vida. Los sueños de Leo la llenaban de ternura, la forma en que la comenzó a filmar para esas películas sin presupuesto, las cosas que escribía sobre ella en esos guiones que aun eran a lápiz y con borrones. Por un momento de su vida, Liliana imaginó que Leo de verdad la amaría por siempre, que con él si valía la pena hacer el intento, porque él nunca la dejaría.

Nadie entendió entonces, su decisión de rechazar a algunos de los chicos guapos del instituto por esa promesa de director que no salía del capullo.
¿A dónde vas Liliana?
Era la pregunta que le hicieron sus amigas.
Con él muy lejos… a cualquier parte, había contestado.
Confiaba ciegamente en que él sería un Almodóvar, alguien que haría cosas diferentes, contando historias diferentes. En esos tiempos, no contaba con el dinero, con los presupuestos, con que la vida no es como la sueñas a los 20. Sino un escenario lleno de trampas en las que caes dócilmente, por miedo a seguir corriendo. Al llegar a Bogotá- lo mas lejos que llegaron, las cosas cambiaron. Salía mas a cuenta hablar de guerrillas, sexo y violencia, cosas que los gringos aprecian más. El terrorismo era un tema que daba dinero, incluso en las películas.


Liliana había dejado de ser la actriz principal de Leonardo hace mucho tiempo, de sus films y de su vida. Cuando revisaba a escondidas su computador, solo veía las fotos de chicas mas jóvenes que ella, con miradas mas vivaces y con menos barriga. En el fondo agradecía que todas tuvieran algo de ella, cabellos marrones, mirada profunda, cejas oscuras, piel transparente. Tal vez muy en el fondo, él aun la quería, se concedió.

Se tomó los cabellos que ahora lucían cortos y teñidos, el rostro ovalado, con ojeras violáceas. ¡Dios, cuanto había cambiado!No había forma de volver atrás
¿O si?
Podía escaparse a España, allí vivía su hermana, empezar todo de nuevo, 34 años no era una edad para echarlo todo por la borda. Podía volver a actuar, acaso para películas independientes. ¿no eran en esos films donde las actrices no eran guapas, sólo buscaban a mujeres reales? ¿Qué rostro más real que el de ella? Era lo que quedaba del día. Y sobre actuar, vamos! Había actuado en un papel que no era el suyo toda la vida. Nadie mas entrenada que ella para fingir cosas que no era.

Su corazón palpitó de pronto como una paloma que agita sus alas dentro del pecho, fuerte incontenible, quitándole el aire de la garganta. Tal vez era su momento, el sueño, podía ser una señal, de que no temía mas ahogarse, que podía ver el mar de lejos, sin inmutarse.
Pensó en Leo, ¿la extrañaría? Tal vez si, a ella a la joven de Cuenca de largos cabellos que apoyaba sus proyectos mas ilusos; pero a Liliana, la esposa, no. Eso lo tenía claro, se había vuelto un estorbo. Apenas era un trasto mas de la utilería que era su vida. La madre de su hijo, nada mas que eso, alguien sin nombre propio. La esposa de, la hija de , la madre de. ¿A quién le importaba Liliana Sánchez?¿a quién le importaba en que se había convertido? Sólo ella podía zafarse de esa mierda de vida en la que estaba envuelta. Solo ella.

Alistó brevemente sus cosas, tenía que hacerlo mientras todavía tuviera fuerzas de huir, la rutina era un opio que la adormitaba cada mañana y la hacía esclava de esa vida fantasmagórica e idiota. Puso la música a alto volumen, algo de los Guns no le vendría mal. Metió en un bolso todo el maquillaje que tenía, una muda de ropa, algo de dinero. Ni siquiera sabía cómo llegaría al aeropuerto sin llamar a nadie para que la lleve. Tal vez él llegaría antes, la obligaría a volver a casa, la convencería, como todas las veces anteriores. Pero esta vez sería diferente, ella se iría sola y no le avisaría a nadie. Ni siquiera dejaría una nota como las veces anteriores. Ya no esperaba que él fuera tras ella.
Después de todo, sin llevar el hijo a cuestas, ella perdía todo valor para él, sollozó limpiándose los mocos con la maga del pijama. Tan poco valor reunía su vida ahora.

Una gorra en la cabeza, una mochila, el pasaporte, era lo único que tenía. Lo único que le hacía falta para huir de una vida que ya no era suya. Debía intentarlo, antes que le volviera el miedo de nuevo, el miedo que la obligaba a quedarse en una película con un final que ya conocía.

Cerró la puerta tras de sí y se prometió que esta vez no cedería a los encantos del pasado.

jueves, octubre 23, 2008

Cap 2. Marina Sánchez

Marina Sánchez creyó morir de vergüenza cuando el hombre a su lado se paró a abrir la ventana en la fría noche de Madrid a causa de esa marea viciada que acababa de emerger de dentro de ella.

Su olor submarino de pronto había inundado el ambiente de la pequeña habitación tornándolo pesado y asfixiante. Acababan de terminar el sexo y el hombre parado junto a la ventana encendió el cigarrillo que se inflamó como un cometa candente en la oscuridad de terciopelo y se fue deshaciendo en pequeñas fumarolas blancas.

- Ya deberías curarte eso, mujer, a lo mejor es algo serio- le dijo molesto.

Marina asintió con la cabeza, dócil y avergonzada. Era la primera vez en varios meses que volvían a hacerlo y apenas dado el orgasmo, todo ese olor penetrante de peces muertos volvía a aflorar de ella dejando su sexualidad libertina al descubierto.

No era una infección, pensó Marina. Si la infidelidad fuera una peste ya habría acabado con ella hace mucho. Incluso desde la primera vez hace tres años en que él partió a su primer viaje a Tarragona. Esa tarde la casa había quedado muy sola y taciturna. Su alma a la intemperie solo podía añorar nostálgicamente un cuerpo tibio que tapara todo ese vacío que sentía entonces y que le recordaba a su lejana Cuenca, durmiendo en la verdolaga de su olvido.

De modo que cuando llegó la oportunidad a su puerta no la supo desaprovechar y se entregó sin miramientos al hombre marroquí que le arreglaría las cortinas. Pensó que solo sería una vez, uno de esos polvos de los que las mujeres se acuerdan entre risas cuando están ebrias, y sin embargo no. Ella acababa de probar una miel vedada, que le recordaba su juventud salvaje en la lejana Cuenca.

Ella, la mayor de las hermanas Sánchez había emigrado a España a los inicios de los ochenta, en que Europa aun no estaba con la fiebre de deportar ilegales y en la que aun la gente del tercer mundo era bienvenida como mano de obra barata. Allí había conocido a Chucho o al Ingeniero Jesús Alvitez como a él le encantaba aparecer en las tarjetas de presentación y su vida se había tornado apacible con sexo, que de lujurioso en sus tres primeros años había pasado a ser rutinario y doméstico en la segunda mitad de la relación.

Al salir de su ciudad no se había planeado aquella vida aburrida de ama de casa y mujer de alguien. En realidad ella había salido de Cuenca para no acrecentar el escándalo que en adelante sería el modo de vida de todas las hermanas Sánchez. Ese modo de vida que tanto espantaba al espíritu pueblerino y pacato de la ciudad natal. Ella quería vivir cosas nuevas, fuertes, terrenales. Ese tipo de aventuras que cuentan en las novelas de hombres. Subiendo a barcos, conquistando territorios.

Marina Sánchez se había soñado a sí misma como heroína también, esa clase de mujeres que hacen cosas grandes como sacrificar la vida por alguien, o curar enfermos de lepra o consolar a ejércitos enteros con sus canciones. Pero nada, ella a lo máximo que había llegado en ese sueño ingenuo, era sacrificar la secundaria por curar al enfermo de sexo del profesor de matemática. ¡Y vaya que le había salvado! Su sexualidad emergió entonces salvaje para devorar al mundo. Con apenas catorce años, supo reconocer en la cara de complacencia del maestro que algo bueno había hecho, que algo bueno tenía, para tornar de caras taciturnas a caras de satisfacción a los hombres que ella tocaba.

Luego vendrían muchos más, el entrenador de vóley, el juez de turno e incluso un cura. No podía evitarlo, a Marina le encantaban los viejos. No por ese morbo de ser la víctima de un decrépito que ya podría ser su padre o abuelo, no, no no. Sino por esa satisfacción de sentir que hacía algo bueno con esos indefensos viejos de pichas flojas. Algo como dar un poco de amor a gente herida y enferma…pero del alma.

Esas cosas de su pasado no las sabía Chucho, o a lo mejor lo intuía. Su mujer era diestra en el arte de amar a pesar de su juventud. Pocas cosas en la cama le resultaban sorpresas y al inicio se había dejado llevar por sus deseos más que como buena alumna, como una cómplice culpable de los mismos vicios sexuales.

Ella se había entregado a él dispuesta a regenerarse, sabía que lo del sexo sin amor no era un buen vicio, que entregarse por la mera bondad de hacerlo al primer viejo de cara afable que le enseñara algo que antes no sabía, era una costumbre desoladora que finalmente en un rincón oscuro de su conciencia pueblerina, aun, la hacía sentir culpable y avergonzada.

A Marina le gustaba aprender, es cierto, cualquiera que fungiera de maestro podía ser suficientemente excitante para ella. Pero eso no era todo, tal vez fuera el sentimiento protector de esos viejos apolillados, carcomidos por la melancolía de lo que fueron lo que le generaba esa empatía, que finalmente terminaba en un revolcón prohibido. Era ese sentimiento paternal que Chucho había prodigado en ella sin pedir mucho a cambio lo que la había ilusionado. He ahí que su relación llevara 6 años sin rupturas.

Pero había venido esto. Otra vez el bullir de su pecho por la emoción de entregarse a alguien nuevo, completamente diferente, un cuerpo de textura y sabor desconocidos. Esa sensación que Marina había experimentado de más chica y que ahora rumbo a los treintaymuchos se volvía un deseo irrefrenable, que debía ejecutar cuanto antes.

Su olor interior había cambiado sin embargo. Podía ocultarle toda la gente que pasó entre sus piernas desde que dejó de ser ninfa, podía olvidar sus rostros y nombres en la memoria, para que no quedara ni un rastro de aquellos a los que casi amó. Su cuerpo no tenía huella de ninguno de ellos. Al no parir jamás, sus músculos no habían perdido aun la tonicidad y el vigor de abrazar su miembro al entrar en ella. Su entrada, por así decirlo, seguía siendo joven y lozana. Y sin embargo…

Ahí estaba ese olor delator, que no se debía ni a infecciones ni a enfermedades raras. Ya se lo habían dicho muchos médicos. “ es el cambio natural del Ph…” Y qué carajo significaba eso? “Que a medida que una mujer envejece también cambian la composición de sus jugos…y de sus olores… por así decirlo..” le había explicado la doctora carita de rata que la había visto la última vez.

¿Y ahora? ¿Qué se hacía? Marina sentía que todos aquellos hombres, esos ejércitos de hombres maduros y desarrapados que ella había acogido en su ser, estaban pasando la factura. Su esperma inútil y viejo probablemente había crecido dentro de ella como una especie de hongo prehistórico que de pronto la volvía sucia y fétida.

-Así le pagaban - pensó con enojo y tristeza.

Podía seguir siendo aun joven y vital por fuera, sus carnes seguían firmes y enérgicas encima de su osamenta siempre grande como la de todas las hermanas Sánchez, pero ese olor…Ese olor de mar adentro, de muelle olvidado, de embarcadero a lo desconocido, aun seguí aflorando de ella cada vez que terminaba el sexo. Un día Chucho lo descubriría, estaba segura. Descubriría, todo lo mala y sucia que era ella y la echaría de su lado tal y como lo había hecho su madre y toda su familia.

-Porque la gente no entendía, pensó Marina doblándose sobre sí misma como un feto gigante, no entendía que a veces una tiene tanto amor para dar que necesita echarlo de sí, tirarlo afuera y mejor si lo recibe algún desamparado. Alguna víctima como ella del olvido de los otros.

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http://yanohaymasruido.blogspot.com/2008/10/1-olivia-y-el-hombre-pequeo.html

lunes, octubre 20, 2008

8 Semanas sin SeXo

- El sexo siempre lo arruina todo- se dijo, mientras terminaba de masturbarse en el medio sueño.
Era la primera vez en 2 meses que lograba tener un orgasmo pensando en su cara y en lugar de sentir alivio, se dio cuenta que eso sólo significaba el principio del fin.

Habían sido dos meses maravillosos, qué duda cabe, esperando con ansia su llamada antes de acostarse o que se conectara al empezar el día. Las largas charlas alrededor del café humeante o las caminatas sin prisa hasta la puerta de su casa. Todo genial como siempre; pero claro había venido ese demonio del sexo a entrometerse entre ambos para arruinarlo todo.

Se subió las bragas tironeando por debajo de las frazadas aun tibias después del fantasmal orgasmo y recordó la primera salida juntos. Había sido genial esa sensación de no sentir nada. Ni ansiedad, ni algarabía, ni anhelo por un futuro, simplemente serenidad, por conocer a alguien que no buscara en ella nada.

Claro, las siguientes citas habían sido diferentes. Conversaciones más íntimas, roces de piel, silencios a mitad de alguna frase. Miradas cómplices. Su recuerdo se posó de pronto en esas manos que como gráciles palomas levantaban vuelo mientras él hablaba. Pensó que adoraba sus manos. Cómo danzaban con cada palabra o cambio de tono en su voz. Sin duda eran la mejor parte de su cuerpo, pensó. Claro, eso hasta la noche que lo conoció desnudo...

Era perfectamente simétrico. En la luminosidad naranja del cuarto de hotel, su cuerpo resplandecía bañado de un extraño fuego. Su mirada se posaría de los hombros al torso desnudo, del abdomen a la cara, de las piernas a las posaderas, a la cara de nuevo. De esa noche atesoraría el recuerdo de su rostro, sereno y sin gestos de dominio.
- Como la de un niño travieso- pensó con ironía, mientras limpiaba lentamente los rastros ligososos y tibios de su reciente orgasmo.

Habían pasado semanas sin poder masturbarse, en la abstinencia absoluta de fantasías prohibidas o pensamientos desbocados. Durante esas ocho semanas, había logrado convertirse de niña modosita en mujer fatal en la cama, para gozo de su reciente pareja. Ahora en su vida, las noches eran bulliciosas y los días cansados como tenía que ser.

Amanecía con sueño, queriendo seguir soñandocon ese ser de las manos aladas y el rostro sereno. Frotaba su entrepierna con el ávido más morbo de rememorar sus hazañas de cama con él, los días que no lograban dormir juntos.O tenían que estar un par de días separados. ¡Pero nada! Imposible evocar un deseo que no fuera, el de la ternura más pura y el de la serenidad más absoluta si pensaba en él.

Por más que su mano acechara el limbo de sus partes más tibias no había forma de continuar la fantasía. Sólo pensamientos azucarados y cursis florecían en su mente.
-En una mentecata se estaba convirtiendo, carajo!. El estado cojúdico mas parecido a la felicidad acababa de invadir su vida solitaria.

Pasadas las 8 semanas obligadas de sudor, calambres y látex. Todo había comenzado a enfriarse dentro suyo. No era que no hubieran aun muchos terrenos que explorar juntos (Los grilletes, los látigos o las fantasías de amos y mucamas o de profesores y tontas colegialas aun no los habían probado) Era simplemente que algo en ella se había marchitado de tanto no ser regado.

Su cariño inicial, su ilusión de que sintieran lo mismo que ella, esa tibieza en el pecho, esa alegría incontenible de querer abrazar y besar al primer contacto, se estaban mermando por la falta de reprocidad usual que tiene el macho cuando comienza su labor de apareo. Allí había alguién que no estaba preparado para corresponderle con beneficios que no fueran grandes chorros de ADN o mordiscos en la nuca.

Ni un solo cariño, ni un beso tierno, ni un poco de ese plástico “te quiero” que envidiaba tanto al oir los susurros ajenos. Esas ocho semanas habían pasado a ser en su vida, de cópula y pocas palabras. Inicialmente un evento provechoso, en su alicaído vientre exento de mieles que no fueran conseguidas apunte de su tesón imaginativo y de sus dedos solícitos. Pero finalmente, ese evento provechoso había caído en la usual rutina del macho Cromagnon queriendo expandir la especie.

Ahora se hallaba allí, hecha una estúpida con las pantis mojadas, la cama revuelta, los músculos saliendo de la tensión habitual de ese orgasmo que tienen las mujeres que se masturban, tan prístino como salvaje. Un rito ancestral que las dejaba tan relajadas como llenas de esa sabiduría del mundo y las malditas relaciones humanas.

Acababa de masturbarse pensando en su torso, sus brazos, sus nalgas firmes. Ni rastro del recuerdo de su voz, o sus manos gráciles en medio de su corazón. Mucho menos de esa ilusión inicial que le entibiaba el pecho esperando un “te quiero” que incluso cursi, podía haber intentado creérselo.

Él acababa de ser reciclado como muchos amantes antes de él, al mítico mundo de sus fantasías, guardado en las tinieblas del polvo fácil. Del que una no teme despedir para siempre, sin reproche, ni culpa; se acababa de convertir simplemente en el nuevo protagonista anónimo de sus pensamientos mas carnales. Una suerte de Don Juan sin nombre al que pronto, como era de esperar, olvidaría.

sábado, octubre 18, 2008

1. Olivia y el Hombre Pequeño

Olivia Sánchez se acercó a la persiana de color y la separó con sus dedos largos y huesudos. Afuera, la calle normalmente bulliciosa por el ruido de los autos y de las putas nocturnas, apenas si despertaba con destellos de luz azulina que llegaban hasta la cama revuelta.

La luz de la madrugada empezó a filtrarse en la pobre habitación, obligando a los ojos de Olivia a acostumbrarse a la reciente claridad. Sus ojos se habían vuelto grandes y saltados de tanto esforzar la vista buscando ver el detalle de las cosas. Sus párpados eran de un violeta casi transparente, que le daban el aspecto de siempre estar triste y cansada.
Durante años el Dr. Salinas le había recomendado gafas para su problema de visión, pero ella se negaba diciendo que si aun podía ver las cosas que le interesaba ver con sus ojos verdaderos, entonces era suficiente visión para ella.

El hombre que dormía a su lado se desperezó buscando a tientas el cuerpo tibio de Olivia Sánchez, que ahora desnudo y más transparente que nunca, se iluminaba de cientos de rayos azules filtrados por la vieja persiana. El hombre, levantó un poco la cabeza y la vio así, como una cebra azulina a contraluz y volvió a quedarse dormido, sin llamarla al lecho. Parecía estar ya acostumbrado a las manías de Olivia después de terminar el sexo. A esa costumbre de quedarse de pie junto a la ventana, viendo las colinas de Cuenca apareciendo bajo un techo de nubes blancas.
Olivia podía pasarse largas horas ante la ventana oteando la larga carretera negra que desaparecía serpenteante entre las colinas con rumbo a la capital. Marzo había empezado con su frío habitual de finales de verano y ahora todo el vapor capturado en el pequeño cuarto, producto de esa larga batalla de cuerpos desnudos, se condensaba en gruesas gotas que chorreaban por la ventana empañada. El mismo aliento de Olivia acercándose al vidrio, impedía ver nada más que sus propios dedos delgados acercándose a limpiarlo una y otra vez para poder seguir viendo la vieja carretera.

El invierno había llegado pronto, pensó Olivia. En general no esperaba ese tipo de frío hasta muy entrado Mayo, pero ahora podía sentir la humedad en los huesos, corroyéndolos y haciéndolos cada vez más débiles y frágiles. Los largos huesos de Olivia Sánchez sentían el frío con más intensidad que cualquier otro habitante de Cuenca y la obligaban a cubrirse con un vestido tras otro, incluso en pleno verano.Su cuerpo largo de proporciones enormes, funcionaba como un termostato para cada oleada de frío que se acercara a Cuenca. Un frío que la resquebrajaba por dentro como una pared ya demasiado húmeda y vieja.

Un fuerte pedo del hombre dormido hizo que Olivia volteara a mirarlo; se veía tan pequeño y frágil como cualquiera que hubiera conocido. Después del sexo los hombres parecían empequeñecer tanto a su lado, que Olivia no sabia a la fecha, si le provocan mas lástima o asco, el verlos así de frágiles, desnudos y con el sexo a la intemperie.
El sexo de Simón era pequeño y flácido ahora. Había perdido tono, después de la larga noche buscando hacerlo de todas las formas. Entre los pelos hirsutos de Simón asomaba esa pequeña prominencia carnosa que ahora, ya no tenía valor alguno. Olivia desvió la mirada, le costaba trabajo creer que se acostara con él; durante el amor apenas si su sexo crecía al tamaño de una perilla de puerta, pero de alguna manera, eso la excitaba.Podía pensar en su sexo como una perilla brillante, redonda y lustrosa, justo para su mano. Una mano enorme y huesuda que no tenia miramientos en tocarlo una y otra vez hasta sentirlo palpitar dentro de ella, lleno de vida, de un calor sobrehumano, que la hacia sentirse extraviada en una felicidad pueril y creciente.

Cada picha que tocara tenía el mismo efecto en ella, una manija de puerta que deseaba tocar y acariciar con curiosidad de adolescente. Una manija de puerta que instaba a cruzar el umbral y a saber que más había detrás de ella.Simón solo era una puerta más. Ahora había cruzado el umbral y toda curiosidad se había agotado, detrás de la puerta rígida que había sido Simón para ella, podía vislumbrar cada reacción que sucedería en él luego.
El sexo era la mejor manera de conocer a un hombre y casi podía decir que conocía a Simón como si lo hubiera parido.
Olivia bajó la mirada y sonrió para sus adentros al pensar que cada vez que lo hacían, el pequeño tamaño de Simón, hacia parecer como si de verdad lo estuviera pariendo.

Los hombres se achican cuando lo hacen- le había comentado su hermana; y es que era cierto. Todas las mujeres Sánchez, altas y huesudas por generaciones, habían experimentado la misma sensación de estar pariendo hombres cada vez que tenían sexo. Los hombres empequeñecían tanto, intentando de empujar su verga hacia adentro, que todo su cuerpo se iba en ese esfuerzo; las mujeres Sánchez podían sentir todo el cuerpo del hombre metiéndose por debajo de ellas, su pubis, sus piernas húmedas, su tronco sudado; por un momento la sensación de tenerlos completamente adentro era tan fuerte, que el sentimiento maternal y no el orgasmo las hacia gritar cubiertas por una felicidad pura y sin mancha.

Con Simón pasaba lo mismo, Simón empequeñecía cada vez que tenían sexo, Olivia larga y alta por naturaleza crecía un poco mas cuando estaba en la cama, sus largas piernas cubrían la espalda de Simón hasta envolverlo entre ellas, sus manos enormes se perdían en su cabeza hirsuta, su largo tórax era el lecho tibio para Simón que hundía la cara en dos pechos demasiado blandos y tiernos, para toda esa figura huesuda y dura en que se convertía Olivia Sánchez cuando lo hacían.

No cabía duda, Simón empequeñecía, no podía evitarlo. Ya le había pasado con otros hombres antes que con él, hombres de mediana estatura, altos, gordos y hasta obesos. Olivia los buscaba cada vez mas grandes, esperando no sentir ese sentimiento de tener que abrazar a un huérfano, de tener que parir a un hombre en lugar de sentirlo adentro; esa fragilidad en esos cuerpos mojados de sudor, que gemían y empujaban intentando hacerla sentir un orgasmo, pero que solo lograban hacerla sentir muy grande y sola, con una geografía demasiado extensa de montañas y valles, una geografía desolada y hueca, a la que nadie lograba cubrir suficiente.

En ese momento Olivia sentía frío, frío que no alcanzaba a ser cubierto por nadie, un frío que le calaba los huesos, era mas que solo el invierno en Cuenca, era mas que la humedad del mar cercano. Era ese frío posterior al sexo, esas ganas de enrollarse en si misma, para así sentir un abrazo verdadero, era ver esas vergas pequeñas colgando inútiles de los amantes dormidos, como los pomos de puertas abiertas; y poder vislumbrar el otro lado de los hombres ese lado frágil, oscuro, húmedo, ese lado tenebroso de enormes miedos, en donde los hombres naufragaban en dudas, en inseguridades e incertidumbre, ese espacio en donde los hombres se sabían simplemente pequeños y humanos y en donde ella se quedaba sola y sin la protección de nadie.

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...