Soy medico porque quería saber el por qué del ser humano, o sea supongo que en el fondo debí estudiar filosofía. Pero soy muy activa, mucho que hacer con las manos, pensé que había mucho por hacer, "mucho en que ayudar". Por eso decidí ser médico. Dije, "mientras lo voy descubriendo, iré ayudando a alguien y no solo escribiendo. No suena mal"
Decidí ser intensivista, porque quería silencio para leer y la UCI me pareció un buen lugar para hacerlo. Los pacientes estaban intubados. Parecía que no tendría que hablar con nadie nunca más. Me equivoqué. Me equivoqué en todo. Nunca he hablado mas que siendo medico intensivista. Te demoras mucho dando noticias malas o explicando porqué alguien se está muriendo o se va a morir, porqué como familia deben de aceptarlo o no aceptarlo y dejarnos hacer todo lo posible. Te tardas mucho hablando con otros médicos tratando de convencerlos en hacer todo lo posible o porqué finalmente dejen de hacer tanto daño haciendo todo lo posible. Tu ética y tus circunstancias personales se ven envueltos en batallas épicas de las que nadie sabe, ni comprende excepto otros locos como tu, pero con los que no quieres hablar en voz alta. ¿De qué podría hablar seriamente con ellos? ¿De La muerte ? ¿De la vida ? ¿De lo que nos pasa día a día? Me refiero a hablar sin ironía, sin cinismo, ni haciendo bromas sobre la muerte ni comparaciones dantescas de lo que podría haberse o no hecho con un paciente.
Somos gente rara los que trabajamos en Uci, pero no por eso me quedaré aquí mucho tiempo. Es decir, me ha dado buenas historias, una forma de mirar el mundo particular, que no me habría dado otra forma de trabajo. Recuérdenlo, yo en el fondo quería filosofar sobre de dónde viene el ser humano o el por qué de sus acciones. Así que estar en el umbral de la muerte era el trabajo mas obvio, tomar decisiones difíciles, decir discursos elaborados, tener un mínimo de sensibilidad, ensayar la empatía, saber deshacerse de ella cuando hiciera falta. Volverse una especie de sociópata normalizado y saber volver a casa después de haber dado malas noticias y sonreír como si nada, reír, bailar, comer. Total, es la vida de otros, hay que festejar lo que se tiene. Saber cambiar página y seguir respirando, sino nos volveríamos todos bien locos.
Hay una extrema sensibilidad de la gente en salud, muy publicitada, con la que riño a veces, esa que usan los otros para atraer a la gente a su seno y decir soy mas bueno que los demás, soy mejor que los demás por saber hacer lo que tu no quieres hacer. Yo ya no lidio con eso. Yo por el contrario detesto a la gente que pudiendo hacer lo correcto decide conscientemente no hacerlo y dice, ah pero tu puedes hacerlo mejor hazlo tu, húndete tu, llora tu. Exponte tu. Por eso es que no voy a estar eternamente en este trabajo, a pesar que otros digan que los dignifica y los vuelve mejores personas. Yo ya era una buena persona antes de este trabajo, antes de ser médico, antes de dar malas noticias, antes de saber como revivir gente. Era una buena persona mirando la playa sin pensar en nada, sin saber como nadar lanzándome al mar lleno de olas encrespadas, creyendo que merecía vivir. Era una buena persona cuando decidí nacer a pesar que no estaba planeado que naciera. Y soy una buena persona cuando decido no traer hijos a un mundo acabado por la indignidad y la desdicha.
Hace poco vi la entrevista a un actor alemán a quien le preguntaban ¿como lidias con la desesperanza del futuro ? y el respondía simplemente: Es que no tengo ninguna. Y fue tan esclarecedor para mi. No hay ninguna esperanza. Con lo visto antes y lo visto ahora, incluso viviendo con toda la nobleza de la que seas posible no encuentro que como humanidad merezcamos un atisbo de esperanza y ser consciente de eso calma un poco la rabia que he sentido estos años contra el mundo, por no intentar cambiar en nada su curso autodestructivo como humanidad. Por cada persona que he visto en sus horas mas oscuras decidiendo por otras personas mas frágiles basados desde su egoísmo, desde su mas absoluta miseria moral, esperando algo mas grande que ellos, a veces una recompensa económica, a veces una recompensa en otro mundo. Y yo allí con ese nudo en la garganta como una piedra de mármol subiendo y bajando sin poder hacer nada, porque no está en mi poder cambiar las cosas. Libre albedrío es lo que veo y ese es un dolor inmenso que no sabía explicar, una melancolía que me hacía culpar a los otros y a mi misma por observar su debilidad ante todo. Me he mirado durante años en esos espejos deformados, buscando gente que haga las cosas diferentes y sea valiente al fin, como esos héroes de las novelas antiguas, que se venza a si mismo y cambie el mundo. Vino una epidemia, vino algo que pareció el fin de los tiempos, pero nada cambió... El mundo se envileció más y yo con ellos. Triste observadora de pantallas, intentando lavar mi culpa con un oficio que me dignificara como a mis compañeros dicen que los enaltece la profesión médica. Es apenas un disfraz. Un guardapolvo blanco, como el de un niño inocente en su primer día de escuela, pensando que el mundo es un lugar diferente porque sus padres le dijeron que si se portaba bien así sería.
Una promesa rota. Eso es el mundo.
Y está bien. Está bien perder toda esperanza. Eso calma la rabia de pensar que las cosas sería diferentes alguna vez. Permite quebrar espejos y caminar tranquila, ensayando otras líneas, para empezar otras cosas, otros actos, hasta que el telón finalmente baje.
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