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jueves, septiembre 05, 2024

La Chica del Tren

A veces cuando remuevo el café sin darme cuenta murmuro su nombre. No es una actitud consciente sabes, como muchos de los que andamos por aquí suelo hablar solo y a nadie le compete decirme si eso está bien o mal, me dejan ser. Es lo bueno de aquí, todos tenemos nuestros propios problemas. De vez en cuando me oculto tras una lectura, pero paso en la misma línea varios minutos antes de arrancar de mis pensamientos y saber que es lo que la persona al otro lado del texto intenta decirme. Mis ojos tropiezan una y otra vez por encima de las letras sin poder unir su significado y que esto despierte cierta empatía en mi. Parece a diario como si algo se hubiera quedado congelado aquí dentro, mirando hacia afuera desde una actitud catatónica que quiere nuevamente entender el mundo y no sabe de que cabo agarrarse.

Suelo pedir café negro sin azúcar pero por la tarde soy mas cauteloso y pido un latte al que le pongo medio sobre de alguna sustancia edulcorante, extraño el sabor a canela, pero por aquí no se consigue fácilmente, creo que la mayoría ha olvidado esos pequeños placeres. Me lo sirven en un vaso de cartón  y me voy al rincón mas apartado donde solo pueda haber un asiento. No son infrecuentes los lugares así por aquí, a la mayoría desde lo ocurrido le agrada estar a solas mirando la línea que hace el horizonte cuando caen los astros. Las mesas son pequeñas y de butacas únicas  con un respaldar oval con asiento bajo que oculta parte de tu cabeza del resto y te hace flexionar las piernas al sentarte, cuando me siento allí siento que ingreso a un pequeño huevo y que nadie vendrá a interrumpir mis pensamientos desde fuera. El latte lo hacen con una mezcla de grasas que debe imitar la leche, pero que ya no recuerdo si en verdad lo hace. Sale espumoso de la máquina y recibo el vaso de cartón caliente entre las palmas anticipando la dicha de poder disfrutarlo a solas. El caer de la tarde es la mejor hora del día, siento que el mundo se pondrá en calma, que ese murmullo de voces que tiene la gente por aquí se apagará y me dejará oír la noche romperse en dos para parir estrellas de color metal. Es en ese momento que vuelvo a evocar su nombre, saboreo su nombre letra por letra como si fuera un dulce, le da materialidad a su presencia que ya no vive en ninguna parte cerca de este lugar de exilio. A veces como un niño siento nostalgia de no haberme quedado con algo de ella, un rizo de cabello, un botón de su camisa, la hoja de papel en que escribió su nombre la primera vez. Pero es inútil, no hay nada que pueda tocar aquí que tenga su textura o tan solo un poco de su olor. Bebo café y la recuerdo, sorprendida por mis costumbres rústicas o por pedir el café dulce. Algún gesto suyo que en ese momento me haya parecido irritante e increíblemente tonto y que viene hacia mi ahora en cascadas de recuerdos al caer la noche.


Los días son largos aquí, me cambio el uniforme de hacer tareas diarias a la bata de dormir como los dos únicos gestos que varían de circunstancia el día. He cogido la costumbre de tender la cama sin que quede una sola arruga  en la litera y bañarme antes que despierten todos, para poder hacerlo sin prisa. Luego me pongo las zapatillas de goma y desayuno algo rápido, de pie. Durante todo el día me muevo para aquí y allá haciendo las labores que están indicadas en mi tablero de tareas, odio cada una de ellas, pero las hago con disciplina. Si las hago todas pronto, mas pronto descansaré y podré tomar el primer café del día, que es al que tenemos derecho,  justo cuando el lugar está menos concurrido. La gente aquí no te hace muchas preguntas, no se interesan por tu nombre a lo sumo cuál es tu lugar de origen o cuanto tiempo llevas aquí. Algunos no saben muy bien que contestar, te dicen de donde los evacuaron pero no llevan registro de los días ni de las noches. Es difícil notarlo, porque los primeros días pasas en aislamiento varios días o semanas con una luz constante en donde pierdes rápidamente la noción del tiempo. Allí es donde te hacen las pruebas de sangre, los escáneres y todo tipo de tests psicológicos para saber si no matarás a nadie apenas ingreses. Después de ello deciden, que clase de tareas tendrás en la colonia, si serás un obrero la mayor parte del día  o si puedes tomar decisiones y hacerte de cargos de responsabilidad útiles para el personal de planta como cuidar viveros o puertas de entrada y salida. Yo empecé como obrero, fui “ascendido" según vieron que mi estado de ánimo y de salud mejoraba hasta hacerme cargo de los viveros de plantas para los primeros pabellones, que son los del personal de planta de esta sección. Esos viveros no son como los nuestros, allí además de hortalizas también cultivan plantas decorativas y algunas flores raras, como para que no olvidemos los colores y fragancias del todo, o eso pensaba yo. Luego me explicaron que algunas de esas plantas servían para hacer venenos y antídotos y por eso solo las cultivaban la gente de los primeros pabellones que son los que tienen los cargos de responsabilidad mas alta y a los que rara vez les vemos la cara. Son los crean todo lo que sintetiza y produce aquí o eso nos han dicho.


El ambiente allí no es tan silencioso al terminar el día como los de los pabellones inferiores, la gente de planta parece que tiene mas razones para disfrutar el día y con frecuencia se escuchan risas y hasta gritos desde sus áreas de descanso, yo tuve que ver muchas cosas extrañas, pero el silencio y la discreción es parte del trabajo allí. En esa área los exámenes eran mas frecuentes para los que hacíamos tareas básicas y debía pasar tanto pruebas físicas como mentales una vez por semana. Como la luz apenas si la apagaban unas horas allí para imitar la noche la gente que laboraba en los pabellones superiores sufría mas frecuentemente trastornos del sueño y brotes de agresividad, que ponían en riesgo toda la unidad, por eso debían testarnos con mas frecuencia que en los pabellones de colina abajo.

Al inicio, ellos  pensaron que yo era hábil, alguien dijo que mi test de inteligencia correspondía para otro tipo de labores algo mas complejas dentro la colonia  pero intuí que eso allí no me iba a traer nada bueno, aun seguía con la cabeza llena de imágenes de ella y se me encogió el corazón de solo pensar que pudieran seguir moviéndome de áreas sin poder llegar jamás a vernos de nuevo, fue entonces que fingí idiotez y comencé a tener poco a poco descuidos hasta que me devolvieron al área de obreros y de tareas simples. Eso mantiene el día mas ocupado con tareas mas pesadas de orden físico, pero no me obliga a pasar controles de exámenes semanales. A veces en los controles de los pabellones superiores debía ocultar mi agresividad innata, mis ganas de salir gritando, mis deseos incontrolables de querer mandar a la porra a todos y darme un tiro en la sien en plena sala de examinadores, pero me controlaba. Lo había aprendido desde chico viviendo con mi padre alcohólico, no había mejor disciplina que guardar tu propia rabia dentro hasta ovillarla como un hilo de cobre apretado  de odio hasta que sirviera de conducción solo en el momento que decidieras y hacerlo explotar todo. No en peleas pequeñas, ni en berrinches de escuela,  por los que pudieran expulsarme de clase ni llamar al viejo a la dirección del colegio. Si te van a pillar por hacer alguna maldad  que no sean cosas de niñato -me había dicho el viejo la primera y ultima vez que lo llamaron de la escuela, me lo dijo frío y de un bofetón en la cara. Yo aprendí a callar mi rabia, mis impulsos, a golpear sacos de semillas hasta sangrar los puños pero jamás a nadie conocido en la cara, yo me estaba preparando para algo grande que lo quemara todo, que destruyera por fin todo y me alejara de esa casa y todos sus recuerdos dolorosos. Esa era mi vida entonces, una burbuja pequeña y de odio inútil en medio de toda esta ebullición  real de demencia que se cocinaba para todos ya tan cerca. 


Cuando ocurrió todo ninguno de nosotros nos dimos cuenta, parecía una de esas cosas que les pasa a otra gente, en otros mundos. Esas cosas que a nosotros no nos alcanzarían jamas, nosotros estábamos como chuchos hambrientos peleándonos en la calle por el hueso mas jugoso, mientras otros allá arriba ya decidían nuestro destino. A veces cuando tomo café y lo remuevo así tratando de ver al fondo, reflexiono si me hubiera podido dar cuenta antes lo que se venía, si alguien me lo hubiera dicho y habríamos hecho todos las cosas diferentes, pero creo que tampoco le hubiera creído. Estaba demasiado metido en mi vida y en las cosas inmediatas para salvar el día; veo el café y lo único que puedo pensar no es en el mundo que perdimos todos, en esa vida que ya no volverá a ser jamás la misma, con un día y una noche definidos y el sol redondo saliendo en la raya del horizonte en donde ahora solo se levantan astros artificiales a lo lejos, detrás de la gran pantalla que nos protege de esa atmósfera insana, señalándonos que es hora de volver a las literas o levantarse a las duchas.  No pienso en eso, porque no hay un inicio ni un final en esa idea, tal como de niño me llenaba de pánico pensar quien habría creado el universo o si existía un Dios omnipresente ahora me daba pánico pensar en qué momento y cómo lo habíamos destruido todo y que jamás nada de lo que conocimos volvería a ser como antes, ni siquiera este café que bebo y que ya no sé si lo es en realidad. No pienso en eso, en quien pienso es en ella, mi motivo de desesperanza y dolor, la pienso de forma pertinaz como un corte íntimo y profundo que me hago a diario  apenas despierto y no detengo hasta que sangre y me devuelva el sentido de humanidad que he perdido en este lugar extraño. Pienso en ella y trato de recordar su nombre sílaba por sílaba, las pocas conversaciones que cruzamos en el tren de evacuación hasta aquí, su mirada de miedo o su media sonrisa al atravesar todos aquellos campos humeantes, el cielo gris ennegrecido, las colinas antes verdes hoy congeladas como picos amenazantes en donde nunca mas crecería nada y su horror al ver que el mar antes azul también retrocedía hasta desaparecer en un lecho fangoso de oscuridad y piedras. No mires mas por la ventana, le dije y pegué mi frente a la suya como si fuéramos amigos. Tenía miedo pero allí de pie junto a ella, había un cierto calor en mi pecho que me instaba a abrazarla como parte de mi mismo para cubrir mi propio miedo.

Son pocas cosas reales a las que tengo que aferrarme. La mayoría de mis recuerdos son grises y solitarios. La vida es más injusta cuando pienso en todo el tiempo que tuvimos para encontrarnos antes y habernos hablado, amado, odiado, al menos conocido un poco  antes que todo esto sea solo caos y desolación pero que nunca, ni en el instante mas remoto, se haya dado.  Vivíamos tan cerca pero jamás nos vimos, que eran unas calles, pueblos, lagos. Ahora esa distancia significa nada. Solo orbitabamos en planos diferentes hasta chocarnos en el momento preciso, el mas vulnerable quizá. Solos en aquel tren de pasajeros asustados, ese breve momento antes que nos separen en grupos, su cara alejándose entre la multitud. Nos volveremos a ver, dijo. ¿Cuándo? ¿Dónde? A veces remuevo el negro café y quisiera estrellar mi grito contra toda esta gente gris que ha perdido toda esperanza, quisiera indagar por su nombre con desespero, preguntar si la han visto alguna vez, en estos años desde que llegamos aquí. A la mujer de los ojos marrón y el cabello oscuro, si como cualquiera me dirán. No, como ella sola, les diría yo. Alejarme corriendo por la colina hasta los pabellones superiores y preguntarles a los de planta si pasó las pruebas de salud o la dejaron fuera a que perezca como los otros. Me dan ganas de lanzar una carrera loca contra el domo que nos protege y golpearlo con puños sangrantes hasta que los gases entren, hacer estallar todo en mil pedazos, como de chico quise hacer explotar mi casa o la escuela, no hay razón alguna para llevar esta vida artificial, para este amargo gusto de vivir sin vivir y pasar del día a la noche sin saber mas de ella, sin saber que música le gustaba o si habríamos ido al cine alguna vez. Si habría querido tener hijos conmigo… Es en ese momento que me detengo y me doy cuenta que no hay futuro posible. Que no hay vida después de esta, ya no existe la vida que tuvieron nuestros padres o los suyos antes que ellos. Aquí no hay césped natural ni puestas de sol. No hay casas propias, ni pórticos ni mascotas. Nada es propio, ni los instrumentos, ni las plantas, que para observarlas debo irme a un vivero y oler una col o un tomate con la admiración y el gusto de quien contempla un ramo de rosas. 

A veces pienso que ojalá no haya pasado los exámenes, su rostro se habría entristecido con esta vida gris y monótona de gente anónima, igual que al ver el océano alejándose. ¿De qué habríamos hablado sino de mi depresión y su tristeza? Hubo un momento para los dos y fue hace mucho, en ese tren, en esos días, semanas de evacuación hacia los domos, me cuesta recordar cuando. Mi cabello ha encanecido pronto y pronto también seré desechable y fertilizante para los viveros, eso es lo que toca. No había ningún fin glorioso o memorable en la vida excepto haberme enamorado de una chica en un tren a la que jamás vi de nuevo.  A veces cuando remuevo el café ya no sé distinguir si debería ser de día o de noche, pero murmuro su nombre. Siempre, su nombre.

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...