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martes, octubre 01, 2024

Madrugada

Y ante el sol de la mañana se deshacen en niebla  los sueños tejidos con la desesperación de enamorados, en mitad de la noche, con esa ansiedad que hace tejer mil palabras, frases que riman, promesas que desarman al corazón mas duro.
Con el primer sol de la mañana se derriten como alas de Ícaro las alas de ilusión que con tanta paciencia tejí de la noche a la madrugada, hechas con retazos de canciones, con la palabra mas honesta y descarnada, esos hilos con que he tejido de a pocos cada argumento que apoye mi confesión mas sincera. 
Desnudar el alma que en la noche era fácil, se ha vuelto una tarea imposible con la luz del primer sol de la mañana. No hay fuerza que apoye mis ideas, ahora se levantan altos muros y sombras de miedo e inseguridad a cada paso, es mejor borrar todo, evitar todo contacto, evitar hacer el ridículo, aquel mismo ridículo que horas antes en medio de la madrugada parecía la misión mas digna y heroica para salvar un corazón que se desangra.
Ahora con la luz del día nada de eso tiene el valor que tenía anoche en medio de las sábanas en llamas, las palabras y los actos prometidos a futuro han perdido su significado. Palidecen de miedo las mas osadas promesas, ¿Quién ha oído la voz que ha clamado por una oportunidad anoche? ¿Quién ha secado los ojos? ¿Quién ha calmado el sollozo y la esperanza que surge en medio de todo este desespero? Solo la noche y su silencioso paso puede dar el valor suficiente, para arrastrarse hasta el auricular y llenarlo en palabras de amor, en preguntas que no deben hacerse dos ni tres veces, en juramentos que no deben ser escuchados mas fuertes que solo un susurro. 
Viene el día. Ha venido el día y se lo ha llevado todo. Ante ese sol esplendoroso se han evaporado mis mas grandes ansias de decir la verdad mas pura, la que no debe oírse, la que me haría un día esclava de palabras y mas palabras. Guardo silencio. Es el sol alto el que ahora se burla de mi osadía por confesarlo todo, por entregarme toda.
Ya llegará otra noche, en que quiera hablar de amor, en que quiera poner sobre la mesa todo, sin guardarme nada y ser libre, por fin libre. 
Ya vendrá para mí otra madrugada.

lunes, septiembre 23, 2024

Mensaje en visto

Lo he dejado como esperaría dejar en esta butaca el dolor que me atenaza la pierna o como desearía dejar en casa todos los miedos que me han impedido irme antes. Lo he dejado, pero no es que no lo hubiera dejado ya antes, el me ha dejado también, me ha dejado de escribir, de llamar, de parecer agradable, se ha vuelto una piedra y yo no puedo con eso. He intentado, ya sabes, lo intento siempre ir tras el, hacer escaramuzas para decirle que lo siento, para hacer que el diga que lo siente, pero es inútil. Un día nos cruzamos por casualidad y su voz era la de un robot, sus respuestas a mis dudas las que daría un chat de inteligencia artificial, ninguna palabra extra. Puntos al final de cada frase, podía sentir un reloj que me avisaba que lo dejara en paz. Hubo una noche después de eso, una noche en la que todos habían bebido y yo también un poco, aun no me dolía la pierna, pero ese día empezaría. Ni siquiera había llegado a casa cuando decidí escribirle, ni siquiera terminé de sonreír en aquella reunión cuando tomé el taxi y quise desesperadamente una comunicación con el. Quería decirle que las veces que mas lo extraño son aquellas en que estoy feliz de nuevo, como esa noche, las veces en que vuelvo a reír y parece que el mundo fuera blandito y dulce como un bollo de canela. Así quería escribírselo, pero hubiera sido demasiado cursi. Puse Te amo, luego lo borré. Puse: Nunca dejaré de amarte y lo borré de nuevo. En el taxi con las luces de la ciudad a la medianoche volviendose verdes y amarillas en los márgenes, yo solo podía pensar largos discursos sobre qué decirle, cuánto me hacia falta volver a hablarle, comunicarle incluso mi rutina mas tonta. Preguntarle si el estaba haciendo lo de siempre o ya estaba en una cita, ya habría conocido a alguien, ya estaba enamorándose de alguien nuevo. Esa idea me parecia insoportable. Miré el móvil. Podía ponerle cualquier cosa, luego culparía al alcohol, a la desinhibición de algún sábado, luego siempre podría borrar el mensaje y esperar a que el me contestara: ¿Qué haz borrado? Cómo antes, cuando nos importábamos e iniciábamos conversaciones de la nada.

La ciudad es mas mia cuando está a oscuras y la gente se oculta en sus casas o en los antros donde se divierten, las calles lucen vacías y me dan ganas de salir corriendo o tomar la bicicleta, recorrer toda la ciudad, como si fuera un territorio nuevo en donde tejer nuevos sueños. Me siento feliz y cuando soy feliz lo extraño, vuelvo a tomar el móvil, eso es lo que debería ponerle. Que puedo llevar esta vida como si nada, pero me resulta insoportable la idea de ser feliz y que el no esté compartiendo esa felicidad conmigo. Y a veces necesito tan poco para serlo, solo una película nueva, una canción vieja de la que jamás había entendido la letra y ahora cobra significado, cocinar  en mi día libre y que sepa bien. Es ahí cuando quisiera llamarlo, o escribirle, como la primera vez que hablamos un Lunes, yo desde la cocina, friendo por primera vez un pescado  sin idea de cómo hacerlo y el en algún descanso del trabajo. Cruzamos algunas frases y ahora puede parecer falso pero yo ya sabia que era él. Siempre lo supe, hay cosas que se saben. Es como un pálpito, un recuerdo que llama a tu puerta quedamente, que te llama desde otra realidad mucho mas concreta. Mi encuentro con él era inevitable, solo quedaba rendirse y disfrutarlo.

El carro avanza, podría avanzar toda la noche, yo no pertenezco a ese lugar, al lugar de casas grandes donde han hecho la fiesta. Yo pertenezco a mi islita pequeña, por eso me alegro cuando veo las primeras palmeras en la avenida. Pienso que de por si ya vivimos tan lejos, cuantas veces tendría el que recorrer ese mismo trayecto por llegar a mi casa, a mitad de la noche, cuando con anhelo le diga, te quiero, te quiero.

Pero no hay caso, lo he eliminado, contacto cero, mas nada. Otra vez. Porque es la única forma de acabar con esta continua búsqueda de no saber en donde está, en quien piensa o qué piensa. Si aun piensa, en mi, en nosotros, en alguna noche de todas las que anhelábamos tener cuando volviéramos a vernos. Aun te amo, escribo eso, luego lo borro. Eso suena desesperado y suplicante. Se que me dejaría en visto, que no comparte los sentimientos que yo le compartí esa noche cuando se iba hacia el aeropuerto. Yo pude ser un eco a sus te amos, a sus promesas de volver, porque lo sentía cierto, era solo el recordar brillante de otra escena en una realidad ya vivida, esa en la que ambos funcionamos juntos. No me costaba nada decir te amo, se lo había dicho con los ojos en nuestro primer café, en nuestro primer beso, en cualquier cosa que hiciéramos pero yo aun no lo sabía, mi cuerpo si. Todo había sido natural con el, no tenia que verbalizar esas palabras de amor si sabía que todas eran ciertas y recíprocas. Subo en el elevador y aun no decido que poner, deseo tender un puente es hoy, esta noche, pero me sale un tímido: Yo me enamoré. Lo borro media hora después, lo sustituyo por un Yo me enamoré de ti, claro de quién mas, pero hay que especificarlo. Los hombres son tontos, podría creer que me he enamorado de alguien mas (como si eso fuera posible ) que me he fijado en alguien mas, que las veces que sonrío en las fotos, o que no le hablo es porque pienso en alguien que no fuera el ( como si eso pudiera ser posible!) Por eso lo he eliminado, no puedo seguir arrastrándome en estos sentimientos que no conducen a nada. En frases que son contestadas con dos aspas azules y un gran silencio. Un silencio que dura horas, días, acaso semanas y me confirma que todos mis miedos habían sido ciertos, que yo amé mas, que si le daba la oportunidad el me dejaría por cualquier bobada, que el jamás cruzaría un puente que yo intentara lanzarle.

Hace un año fui por este mismo dolor en la pierna derecha a hablar con la terapeuta, pensando que no era orgánico, que era algo mas psicopático, porque aumentaba cuando pensaba en las cosas que había hecho mal, a los lugares que ya no podría ir. Sentada en el sofá de la psicóloga, prefería pensar que estaba somatizando mis dolores a saber que se me estaba partiendo una vertebra poco a poco en mi loca carrera por entrenar el cuerpo perfecto. Me dolía casi tanto como ahora, despertaba y me dormía con ese dolor, habían dicho que solo duraría seis meses pero cada día era un suplicio que me tiraba para abajo y cuando venía el dolor, venían todos los sentimientos malos, los de culpa, los de duda, como si ese dolor yo me lo estuviera infringiendo por algo y me lo mereciera. ¿Están tan lejos las piernas del corazón? Ella me dijo que la cadera se bloqueaba cuando no queríamos soltar algo, algo nos retenía y no nos dejaba seguir hacia adelante y yo pensaba en todo lo que no quería dejar, incluso las cajas vacías de los zapatos altos que pareciera ya jamas usaría. 

El dolor ha vuelto y vuelve con el, al pensar en qué quizá perdí el tiempo esperando que el volvería por mi, por eso lo he eliminado, odiaría que el me viera en estos episodios de dolor, que me viera cuando soy frágil, cuando todo control se me escapa de las manos. Por eso quise dejarlo la primera vez, esas semanas del dolor de cabeza. No lo extraño cuando estoy así, cuando me duele algo solo quisiera apartar a todos a mi alrededor, que no vean en qué personaje quejica me estoy convirtiendo.

Pero en el fondo tampoco es eso, lo he eliminado porque ya no sé donde mas buscarlo y aceptar que el no me buscará a mi. Que por mas que revise el movil mil veces nunca habrá una respuesta para mi declaración mas enamorada a mitad de la noche. Se que ya no habrán mas canciones, aunque en todas tenga que pensar un poco en el, canciones nuevas, canciones viejas, pienso en que desearía poder compartirlas con el nuevamente, pero incluso eso, debo admitir que ya no pasará. No quiero tener que preguntarme si ama a alguien mas, que tan pronto toda su atención se volcará en otra persona, que tan pronto habrá dejado de importarle todo lo que queríamos para nosotros. Ni siquiera puedo imaginarlo. Que no lo sepa. Que no sepa cuánto lo extraño en los momentos en que estoy feliz y en los que estoy triste, que no haya sentido ninguna vez lo que yo, que era inevitable enamorarse, que solo nos volvimos a encontrar, que al verlo vi claramente cómo mi búsqueda de ese no se qué había por fin cesado.


Lo he eliminado y con eso, todo lo patético que puede resultar enamorarse de quien no sabe el valor que a mi edad tiene volver a creer en la fantasía y querer apostarlo todo. El todo por el todo, eso era. 

jueves, septiembre 05, 2024

La Chica del Tren

A veces cuando remuevo el café sin darme cuenta murmuro su nombre. No es una actitud consciente sabes, como muchos de los que andamos por aquí suelo hablar solo y a nadie le compete decirme si eso está bien o mal, me dejan ser. Es lo bueno de aquí, todos tenemos nuestros propios problemas. De vez en cuando me oculto tras una lectura, pero paso en la misma línea varios minutos antes de arrancar de mis pensamientos y saber que es lo que la persona al otro lado del texto intenta decirme. Mis ojos tropiezan una y otra vez por encima de las letras sin poder unir su significado y que esto despierte cierta empatía en mi. Parece a diario como si algo se hubiera quedado congelado aquí dentro, mirando hacia afuera desde una actitud catatónica que quiere nuevamente entender el mundo y no sabe de que cabo agarrarse.

Suelo pedir café negro sin azúcar pero por la tarde soy mas cauteloso y pido un latte al que le pongo medio sobre de alguna sustancia edulcorante, extraño el sabor a canela, pero por aquí no se consigue fácilmente, creo que la mayoría ha olvidado esos pequeños placeres. Me lo sirven en un vaso de cartón  y me voy al rincón mas apartado donde solo pueda haber un asiento. No son infrecuentes los lugares así por aquí, a la mayoría desde lo ocurrido le agrada estar a solas mirando la línea que hace el horizonte cuando caen los astros. Las mesas son pequeñas y de butacas únicas  con un respaldar oval con asiento bajo que oculta parte de tu cabeza del resto y te hace flexionar las piernas al sentarte, cuando me siento allí siento que ingreso a un pequeño huevo y que nadie vendrá a interrumpir mis pensamientos desde fuera. El latte lo hacen con una mezcla de grasas que debe imitar la leche, pero que ya no recuerdo si en verdad lo hace. Sale espumoso de la máquina y recibo el vaso de cartón caliente entre las palmas anticipando la dicha de poder disfrutarlo a solas. El caer de la tarde es la mejor hora del día, siento que el mundo se pondrá en calma, que ese murmullo de voces que tiene la gente por aquí se apagará y me dejará oír la noche romperse en dos para parir estrellas de color metal. Es en ese momento que vuelvo a evocar su nombre, saboreo su nombre letra por letra como si fuera un dulce, le da materialidad a su presencia que ya no vive en ninguna parte cerca de este lugar de exilio. A veces como un niño siento nostalgia de no haberme quedado con algo de ella, un rizo de cabello, un botón de su camisa, la hoja de papel en que escribió su nombre la primera vez. Pero es inútil, no hay nada que pueda tocar aquí que tenga su textura o tan solo un poco de su olor. Bebo café y la recuerdo, sorprendida por mis costumbres rústicas o por pedir el café dulce. Algún gesto suyo que en ese momento me haya parecido irritante e increíblemente tonto y que viene hacia mi ahora en cascadas de recuerdos al caer la noche.


Los días son largos aquí, me cambio el uniforme de hacer tareas diarias a la bata de dormir como los dos únicos gestos que varían de circunstancia el día. He cogido la costumbre de tender la cama sin que quede una sola arruga  en la litera y bañarme antes que despierten todos, para poder hacerlo sin prisa. Luego me pongo las zapatillas de goma y desayuno algo rápido, de pie. Durante todo el día me muevo para aquí y allá haciendo las labores que están indicadas en mi tablero de tareas, odio cada una de ellas, pero las hago con disciplina. Si las hago todas pronto, mas pronto descansaré y podré tomar el primer café del día, que es al que tenemos derecho,  justo cuando el lugar está menos concurrido. La gente aquí no te hace muchas preguntas, no se interesan por tu nombre a lo sumo cuál es tu lugar de origen o cuanto tiempo llevas aquí. Algunos no saben muy bien que contestar, te dicen de donde los evacuaron pero no llevan registro de los días ni de las noches. Es difícil notarlo, porque los primeros días pasas en aislamiento varios días o semanas con una luz constante en donde pierdes rápidamente la noción del tiempo. Allí es donde te hacen las pruebas de sangre, los escáneres y todo tipo de tests psicológicos para saber si no matarás a nadie apenas ingreses. Después de ello deciden, que clase de tareas tendrás en la colonia, si serás un obrero la mayor parte del día  o si puedes tomar decisiones y hacerte de cargos de responsabilidad útiles para el personal de planta como cuidar viveros o puertas de entrada y salida. Yo empecé como obrero, fui “ascendido" según vieron que mi estado de ánimo y de salud mejoraba hasta hacerme cargo de los viveros de plantas para los primeros pabellones, que son los del personal de planta de esta sección. Esos viveros no son como los nuestros, allí además de hortalizas también cultivan plantas decorativas y algunas flores raras, como para que no olvidemos los colores y fragancias del todo, o eso pensaba yo. Luego me explicaron que algunas de esas plantas servían para hacer venenos y antídotos y por eso solo las cultivaban la gente de los primeros pabellones que son los que tienen los cargos de responsabilidad mas alta y a los que rara vez les vemos la cara. Son los crean todo lo que sintetiza y produce aquí o eso nos han dicho.


El ambiente allí no es tan silencioso al terminar el día como los de los pabellones inferiores, la gente de planta parece que tiene mas razones para disfrutar el día y con frecuencia se escuchan risas y hasta gritos desde sus áreas de descanso, yo tuve que ver muchas cosas extrañas, pero el silencio y la discreción es parte del trabajo allí. En esa área los exámenes eran mas frecuentes para los que hacíamos tareas básicas y debía pasar tanto pruebas físicas como mentales una vez por semana. Como la luz apenas si la apagaban unas horas allí para imitar la noche la gente que laboraba en los pabellones superiores sufría mas frecuentemente trastornos del sueño y brotes de agresividad, que ponían en riesgo toda la unidad, por eso debían testarnos con mas frecuencia que en los pabellones de colina abajo.

Al inicio, ellos  pensaron que yo era hábil, alguien dijo que mi test de inteligencia correspondía para otro tipo de labores algo mas complejas dentro la colonia  pero intuí que eso allí no me iba a traer nada bueno, aun seguía con la cabeza llena de imágenes de ella y se me encogió el corazón de solo pensar que pudieran seguir moviéndome de áreas sin poder llegar jamás a vernos de nuevo, fue entonces que fingí idiotez y comencé a tener poco a poco descuidos hasta que me devolvieron al área de obreros y de tareas simples. Eso mantiene el día mas ocupado con tareas mas pesadas de orden físico, pero no me obliga a pasar controles de exámenes semanales. A veces en los controles de los pabellones superiores debía ocultar mi agresividad innata, mis ganas de salir gritando, mis deseos incontrolables de querer mandar a la porra a todos y darme un tiro en la sien en plena sala de examinadores, pero me controlaba. Lo había aprendido desde chico viviendo con mi padre alcohólico, no había mejor disciplina que guardar tu propia rabia dentro hasta ovillarla como un hilo de cobre apretado  de odio hasta que sirviera de conducción solo en el momento que decidieras y hacerlo explotar todo. No en peleas pequeñas, ni en berrinches de escuela,  por los que pudieran expulsarme de clase ni llamar al viejo a la dirección del colegio. Si te van a pillar por hacer alguna maldad  que no sean cosas de niñato -me había dicho el viejo la primera y ultima vez que lo llamaron de la escuela, me lo dijo frío y de un bofetón en la cara. Yo aprendí a callar mi rabia, mis impulsos, a golpear sacos de semillas hasta sangrar los puños pero jamás a nadie conocido en la cara, yo me estaba preparando para algo grande que lo quemara todo, que destruyera por fin todo y me alejara de esa casa y todos sus recuerdos dolorosos. Esa era mi vida entonces, una burbuja pequeña y de odio inútil en medio de toda esta ebullición  real de demencia que se cocinaba para todos ya tan cerca. 


Cuando ocurrió todo ninguno de nosotros nos dimos cuenta, parecía una de esas cosas que les pasa a otra gente, en otros mundos. Esas cosas que a nosotros no nos alcanzarían jamas, nosotros estábamos como chuchos hambrientos peleándonos en la calle por el hueso mas jugoso, mientras otros allá arriba ya decidían nuestro destino. A veces cuando tomo café y lo remuevo así tratando de ver al fondo, reflexiono si me hubiera podido dar cuenta antes lo que se venía, si alguien me lo hubiera dicho y habríamos hecho todos las cosas diferentes, pero creo que tampoco le hubiera creído. Estaba demasiado metido en mi vida y en las cosas inmediatas para salvar el día; veo el café y lo único que puedo pensar no es en el mundo que perdimos todos, en esa vida que ya no volverá a ser jamás la misma, con un día y una noche definidos y el sol redondo saliendo en la raya del horizonte en donde ahora solo se levantan astros artificiales a lo lejos, detrás de la gran pantalla que nos protege de esa atmósfera insana, señalándonos que es hora de volver a las literas o levantarse a las duchas.  No pienso en eso, porque no hay un inicio ni un final en esa idea, tal como de niño me llenaba de pánico pensar quien habría creado el universo o si existía un Dios omnipresente ahora me daba pánico pensar en qué momento y cómo lo habíamos destruido todo y que jamás nada de lo que conocimos volvería a ser como antes, ni siquiera este café que bebo y que ya no sé si lo es en realidad. No pienso en eso, en quien pienso es en ella, mi motivo de desesperanza y dolor, la pienso de forma pertinaz como un corte íntimo y profundo que me hago a diario  apenas despierto y no detengo hasta que sangre y me devuelva el sentido de humanidad que he perdido en este lugar extraño. Pienso en ella y trato de recordar su nombre sílaba por sílaba, las pocas conversaciones que cruzamos en el tren de evacuación hasta aquí, su mirada de miedo o su media sonrisa al atravesar todos aquellos campos humeantes, el cielo gris ennegrecido, las colinas antes verdes hoy congeladas como picos amenazantes en donde nunca mas crecería nada y su horror al ver que el mar antes azul también retrocedía hasta desaparecer en un lecho fangoso de oscuridad y piedras. No mires mas por la ventana, le dije y pegué mi frente a la suya como si fuéramos amigos. Tenía miedo pero allí de pie junto a ella, había un cierto calor en mi pecho que me instaba a abrazarla como parte de mi mismo para cubrir mi propio miedo.

Son pocas cosas reales a las que tengo que aferrarme. La mayoría de mis recuerdos son grises y solitarios. La vida es más injusta cuando pienso en todo el tiempo que tuvimos para encontrarnos antes y habernos hablado, amado, odiado, al menos conocido un poco  antes que todo esto sea solo caos y desolación pero que nunca, ni en el instante mas remoto, se haya dado.  Vivíamos tan cerca pero jamás nos vimos, que eran unas calles, pueblos, lagos. Ahora esa distancia significa nada. Solo orbitabamos en planos diferentes hasta chocarnos en el momento preciso, el mas vulnerable quizá. Solos en aquel tren de pasajeros asustados, ese breve momento antes que nos separen en grupos, su cara alejándose entre la multitud. Nos volveremos a ver, dijo. ¿Cuándo? ¿Dónde? A veces remuevo el negro café y quisiera estrellar mi grito contra toda esta gente gris que ha perdido toda esperanza, quisiera indagar por su nombre con desespero, preguntar si la han visto alguna vez, en estos años desde que llegamos aquí. A la mujer de los ojos marrón y el cabello oscuro, si como cualquiera me dirán. No, como ella sola, les diría yo. Alejarme corriendo por la colina hasta los pabellones superiores y preguntarles a los de planta si pasó las pruebas de salud o la dejaron fuera a que perezca como los otros. Me dan ganas de lanzar una carrera loca contra el domo que nos protege y golpearlo con puños sangrantes hasta que los gases entren, hacer estallar todo en mil pedazos, como de chico quise hacer explotar mi casa o la escuela, no hay razón alguna para llevar esta vida artificial, para este amargo gusto de vivir sin vivir y pasar del día a la noche sin saber mas de ella, sin saber que música le gustaba o si habríamos ido al cine alguna vez. Si habría querido tener hijos conmigo… Es en ese momento que me detengo y me doy cuenta que no hay futuro posible. Que no hay vida después de esta, ya no existe la vida que tuvieron nuestros padres o los suyos antes que ellos. Aquí no hay césped natural ni puestas de sol. No hay casas propias, ni pórticos ni mascotas. Nada es propio, ni los instrumentos, ni las plantas, que para observarlas debo irme a un vivero y oler una col o un tomate con la admiración y el gusto de quien contempla un ramo de rosas. 

A veces pienso que ojalá no haya pasado los exámenes, su rostro se habría entristecido con esta vida gris y monótona de gente anónima, igual que al ver el océano alejándose. ¿De qué habríamos hablado sino de mi depresión y su tristeza? Hubo un momento para los dos y fue hace mucho, en ese tren, en esos días, semanas de evacuación hacia los domos, me cuesta recordar cuando. Mi cabello ha encanecido pronto y pronto también seré desechable y fertilizante para los viveros, eso es lo que toca. No había ningún fin glorioso o memorable en la vida excepto haberme enamorado de una chica en un tren a la que jamás vi de nuevo.  A veces cuando remuevo el café ya no sé distinguir si debería ser de día o de noche, pero murmuro su nombre. Siempre, su nombre.

miércoles, agosto 28, 2024

La casa nueva

Al ver la nueva casa enclavada en aquel parque donde trinaban los pájaros le pareció que le hablaban desde dentro de un sueño. Es tu nueva casa, te estaba esperando. El estilo de cornisas inglesas, el pórtico blanco y la carísima puerta de nogal negro con llamador dorado ya habían sentir que valía todos los ceros bancarios que le llevaría pagar esa hipoteca. Llamarla casa era mucho decir, era un departamento grande dentro de un edificio para ricos, de esos pequeños que no superan los cuatro pisos, sin elevador privado porque a la gente bien le gusta subir escaleras de mármol. Afuera criadas con perfectos uniformes blancos paseaban perros de pelajes brillantes y niños que no hacían ruido. Solo el trino de pájaros acompañaba la magia de esa visión de su futuro.


Cuántos años había esperado por un lugar así, jardín perfecto, estacionamiento privado. Veredas limpias sin cacas de perro en las orillas. Silencio. Se había mudado de tantas casas de niño y hacia tantos lugares feos de perfil desordenado  con ladrillos colorados saliendo por los cantos, en donde hubo que acomodar como sea sus pocas pertenencias para que por un momento ese cubículo de paredes estrechas y olores  fétidos pueda llamarse hogar, que ya ni recordaba lo mucho que había esperado vivir en una casa que no tuviera colores chirriantes en las paredes, ni cables panzudos tapando el panorama de las ventanas sin limpiar.


Uno de los motivos para salir de toda aquella precariedad había sido Norma, su primera novia. La que vivía en el barrio de los parques sin rejas, a donde tenía que llegar tomando dos micros y luego caminar derecho por una fila llena de palmeras altas y desangeladas. Se habían gustado por las canciones en inglés y porque el tocaba a la guitarra, la música siempre le había traído suerte a su familia. No tocaba muy bien pero eso no importaba, practicaban juntos, aprendían letras nuevas juntos y de vez en cuando para dejar de masticar en inglés palabras que no entendían del todo, hablaban de algún librito que ella hubiera leído. Norma veía poca televisión, decía que sus padres la habían prohibido en casa porque hacía daño a la memoria, por eso nunca sabía las bromas actuales ni sobre las series o personajes de los que todo el mundo hablaba. El veía poca televisión porque nunca estaba en casa, leía en los largos trayectos en micro para no quedarse dormido. Había inventado mil maneras para evitar ese cubo sin ventanas que era su casa y solo volver cuando estuviera bien entrada la noche. En el día el colegio, en la tarde el fútbol o el inglés que empezó a pagárselo el padrino con la esperanza de que algún día emigrara y se fuera a trabajar con el, pero que luego tuvo que pagárselo solo, haciendo trabajitos escolares o dando clases de matemáticas. Eso no sabía Norma, para ella él solo era el rebelde que los jueves llevaba la guitarra a clases de inglés y que la acompañaba a su casa hablando de los sueños, de fantasmas o de cantantes que ya habían muerto.

El la acompañaba hasta su casa porque allí practicaban las canciones en un cuarto de música que tenía ella en donde había un piano que jamás tocó; al inicio ella lo había invitado para que viera ese piano porque el le había inventado que tocaba de oído cualquier cosa que le pusieran delante, pero al llegar apenas si hablaron de eso, hablaron hasta que no hubo mas temas en el mundo para hablar y sin embargo al siguiente jueves, como dos adolescentes hicieron el mismo camino y tuvieron mas cosas que decirse.

La casa de Norma era limpia y de pisos que siempre olían a cera. La puerta pesada y brillante, sus muebles mullidos y cómodos. A diferencia de las casas en donde el se había mudado una y otra vez que costaban de una sola pieza central y una o dos habitaciones de dormir para todos,  en la casa de Norma existía una habitación para cada cosa que se les ocurriera hacer en la vida, una para recibir a las visitas, una para comer, otra para ver televisión ( que jamás veían ) una para cocinar y otra incluso para oír musica que era a donde Norma lo llevaba siempre, allí habían discos hasta el techo y un tornamesa que ninguno de los dos sabía bien como encender sin hacer chirriar. Reían entonces, con el miedo de estar entrando a un mundo secreto que sabían que podían echar a perder. Norma hablaba y reía siempre, con ella no le daba miedo hablar de varias cosas, aunque se guardaba las de casa, esa miserias con las que inconscientemente sabía que la mente de Norma jamás podía lidiar en esa casa de esquinas y márgenes pulcros y perfectos.

En el cuarto de música casi se habían besado y ahí los había descubierto la sirvienta, desde entonces ya no había podido entrar a su casa, pero la acompañaba hasta los parques vecinos, no es necesario le decía ella, pero ese trinar de pájaros le daba la calma que en los barrios que el frecuentaba ni siquiera existía. Nunca habían llegado a ser enamorados.  Algunas veces en sus sueños de adulto, en las noches donde el sueño era más pesado, por los reveses del día, volvía a ese momento de las caminatas bajo los almendros y a querer rozar su mano blanca con la suya callosa. Norma no lo miraba pero aceptaba su cortejar, risueña, con esa sonrisa cándida de las clases de inglés a los once años. Luego se besaban y ya no había preguntas, solo ese ardor que emanaba desde el centro del cuerpo, esas ganas de que Norma lo invitara de nuevo al cuarto de música y sobre el piso encerado terminaran con menos civilidad lo que tan mansamente habían comenzado. 


A medida que fue creciendo habían existido muchas mas Normas, otras que vivían mas cerca a casa. Otras con las que no habló tanto o no tuvo que hablar tanto antes de poder tocarles un seno o llevarlas a su cama. Camas sin sábanas que olían a frazadas guardadas y a ropa interior deslizándose fuera. Había cambiado de casa de nuevo, pegar posters en las paredes para que no se vean los huecos o las manchas de manos de grasa de otros inquilinos. Reemplazar clavos en la pared para colgar las ropas usadas y evitar plancharlas a menudo. Compró dos camisas nuevas, porque lo de profesor de matemática lo había cambiado por profesor de inglés con clases a domicilio para chicos de escuela secundaria. Iba pulcro, corte militar, sin colonia, sin reloj que le pudieran robar. Florecían las conversaciones sobre cómo hacer dinero fácil con sus amigos, sobre cómo ganar dinero rápido. Novias bonitas que parecían una fuente inagotable de deudas y caprichos varios, que lo vieron como una billetera andante por dos o tres meses, que era lo que le duraba despertar y darse cuenta que no se podía seguir hablando de nada con ellas. Unas mas ambiciosas que otras, sin ambición alguna por cambiar de vida, de barrio, de conversación vacua. Hablaban de hijos, de tener familia algún día. ¿Qué sería de Norma la primera chiquilla con la que había pasado las tardes viajando en micro por la ciudad. Ella también estaría desmantelando la economía de alguien con caprichos de niña rica? A ella también después de un par de meses cogiendo le vendrían esas ganas imperiosas de hablar de hijos y de futuro juntos como el orden natural de las cosas?


La última casa a la que se mudó ya no fue con la familia, ni en un barrio marginal, sino un sencillo cuarto de un barrio moderno a donde solo llevó un cajón de libros y una mochila de ropa. Entre tantas mudanzas ya había aprendido que era adecuado llevar y no llevar cada vez que se iba. La nueva habitación era limpia, de paredes color gris y baño compartido. En la noche las paredes dejaban oír los gemidos y peleas de todos los otros, pero al menos tenía una cama propia. Una cama con un cobertor propio, que importante era eso. En el piso de abajo había una cocina que compartían varios, no fue difícil mantenerla aseada, pero rehuyó cualquier contacto con los otros inquilinos además de un seco buenas noches. Seguía manteniendo su costumbre de usar el hogar solo como casa habitación y llegar a la medianoche, para salir antes de las 6 am. Los domingos, perderse a caminar por algún parque o bajar a la playa a ver el ritmo de las mareas y seguir con mirada tonta el equilibrio de los surfistas. Se mudó de allí cuando los ratones se apoderaron de su habitación y sus cosas, había aguantado el ruido de uno o quizá dos por las noches, pero la vez que mientras hacia el amor con la novia de turno, saltaron tres entre la ropa y las cajas de galletas y bolsas de papas fritas que guardaba como tesoros. Supo que no podía seguir ignorándolos. Los gritos desaforados de ella, la linterna prendida en búsqueda de los invasores, todo ese caos de ropa cayendo y zapatos volando, el ruido del papel tapiz que se rompía, le evocó un poco a casa. Parecía siempre correr de allí pero incluso en ese barrio bonito la miseria de su infancia de alguna u otra forma lo alcanzaba.


Ahora años después de privaciones y sacrificios que solo conocían su estómago y la planta de sus zapatos, estaba allí frente a esa casa perfecta, con su futuro departamento de medio balcón y cochera privada mirándolo justo a los ojos. Tres habitaciones. Vista al parque, portero eléctrico. Sin áreas comunes, que eso es para la gente pobre. Se preguntó con qué llenaría esas tres habitaciones, si ese departamento no sería la delicia de las chicas con las que había andado en su edad temprana, siempre a la búsqueda de formar una familia o hijos bonitos. Quisiera tener uno con tus ojos, le había dicho alguna. Y el se había preguntado ¿qué ojos? Que le podían importar sus ojos, si ellas no sabía lo que miraban, ni lo que habían visto. Mas allá de la flaquísima Norma nadie más le había vuelto a preguntar nunca qué quería o qué sentía, ni en inglés ni en ningún otro idioma. El quería una casa blanca como la suya, que no se moviera nunca, le había contestado  una vez y Norma se había echado a reír como se ríen las niñas sin preocupaciones de ninguna especie, mientras caía el sol de las cinco de la tarde en ese autobús que los llevaba a su casa.

lunes, agosto 26, 2024

El Chico Dorado

No te equivoques, yo en algún momento también me imagino con hijos. No ahora, pero ser padre de alguien no es una idea que me desilusione. Su voz le venía desde el recuerdo cada vez que atravesaba ese bosque de eucaliptos de camino a casa, a menudo había relacionado ese camino con él de alguna forma en que su mente no hallaba la lógica. Por momentos quizá hasta se lo imaginó saliendo a pasear con el perro sin reconocerla ni saludarla, envuelta en aquel abrigo pardo barato que usaba para los días de viento en otoño. 

Habían hablado tanto, durante un tiempo habían jugado a ser amigos confidentes y luego en un rápido cambio del destino a probar lo de ser amantes. No les había ido nada mal, pero sucedió pocas veces, fueron mas noches las que se pasaron hablando, de libros o de cualquier cosa de la infancia que el quisiera mostrarle para que le hiciera un diagnostico rápido, un nanay sin palabras, como los niños que intentan ávidamente mostrar heridas superadas a su nuevo adulto de confianza. Nunca hablaron de temas que pudieran ponerlos en lados opuestos de opinión, quizá porque eran demasiado conscientes que sus orígenes distaban mucho de ser los mismos.

A medida que caminaba ahora pateando las hojas secas y contemplando aquellos troncos descascarados, vio cuan imposible había resultado esa amistad y sin embargo cuan estrecha se había hecho. Entonces ella no exigió nada. Porque no merecía nada, así lo veía. El tipo le mostraba las fotos de la infancia junto a la cancha de tenis y la piscina, los rizos rubios, la primera clase de nado. Nunca le pidió nada sobre ella, nunca indagó mas de lo que ella quisiera contarle, tampoco preguntó sobre sus padres o hermanos. Ella podría seguir siendo una perfecta anónima y eso les daba derecho a contarse todo, quizá tampoco buscaba verla a excepción de la primera foto en que aparecía envuelta desde los hombros en en un pareo colorido sentada en aquella playa, no hubo necesidad de mostrarle mas. Eres un espíritu libre, quizá le hubiera comentado. De esa amistad no había esperado nada, porque era el tiempo en que no esperaba mucho de la gente.


Un café, una salida por la ciudad. El tipo había escudriñado su cocina con grandes ojos verdes la primera vez que entró a su departamento con la curiosidad de aquel que ignora como viven realmente los pobres. Como se lava el frasco de café para que dure para el ultimo desayuno o como se cuenta la fruta para que dure hasta el viernes. Caminaba ahora por allí en medio de ese bosque que separaba las casas de clase media de las grandes mansiones y se preguntaba si el aun seguiría viviendo en una de esas. Los zapatos de piel, la ropa cómoda como si hubiera sido diseñada para ser usada para personas con su figura y altura. Esa comodidad de vivir en su pellejo como si el mundo fuera solo un juego de piezas que podía acomodar a su antojo. ¿De qué sufría esa gente? ¿De falta de amor? Su timidez era legendaria y por eso tal vez era más cómodo hablar de libros en común y anécdotas intimas con él.  Sin embargo por mucho que le contara sobre si mismo o de sus años de infancia, jamás se sintió unida a el en forma alguna. Sabía de su sensibilidad, de sus muchos miedos, de alguna que otra inseguridad que gatilló en el pasado conductas que ahora exhibía tan orondo frente a ella, pero no. Jamás sentiría que en algún universo lejano su infancia y la suya se pudieran haber juntado. Ella guardaba su distancia. A pesar del sexo, le bromeaba el. Si a pesar del sexo.



A veces cuando se debió enfrentar a otros hombres después de ese encuentro físico se veía a si misma pidiendo tan poco. Había estado con aquel que tenía el derecho de rechazar si quería. Ese que había sido criado en el mundo mágico en donde el dinero jamás falta. El tipo con el apellido que ponía nombre a las calles mas bonitas de la ciudad. Todos los demás hombres eran copias burdas y opacas en un mundo demasiado ancho y ajeno. ¿Qué podía temer con toda esa gente gris, mas que un poco de olvido? Sus nombres también eran olvidables, como el suyo mismo entre los miles de anónimos de una planilla de pago. Sus opiniones eran cegadas por la venganza de los conflictos domésticos, quien le hizo a quien qué, quien opinó tal cosa de que otra cosa. Todo era vano. Lo que pasaba en la televisión y los medios eran el norte de cada día. Ellos como ella, vivían en el margen de ese mundo que decidía las cosas, como se vestiría la gente al día siguiente o cuanto subiría el dólar. ¿De qué podían discutir todos ellos son su vida ordinaria, excepto de una vulgar sobrevivencia? De hacer escaramuzas de éxito o suprema vanalidad para llegar al parnaso, a ese circo que era la vida pública, en la que tu nombre cobra una fugaz importancia entre la página de policiales y la de escándalos diarios.


Fue allí que encontró su nombre la siguiente vez que supo de el. No esperaba que aquel hombre de miles de anécdotas de infancia y maneras resueltas para exigirle directo algo que en verdad deseara, se hubiera casado con la actriz porno del momento. Su chico de cabellos dorados ¿No era el anonimato su mayor poder y su lejanía de la prensa su mayor conquista? Ahora su nombre estaba en las primeras planas de diarios con titulares coloridos. Promocionaban una página porno y la curiosidad la había llevado a comprobar que si, que era él. Sin ocultar ni el cuerpo ni la cara. Pero ¡qué ridículo estaba haciendo! ¿Acaso no era esa actividad chabacana lo opuesto a todas sus creencias?¿ Al mas profundo de sus miedos y restricciones morales? Quizá lo estuviera haciendo por una venganza a sus padres, por una burla a la sociedad pacata que en el fondo tanto detestaba. Eran las antípodas del hombre que ella había conocido. Un hombre enamorado. 


Vamos se decía airada ella, ¡pero si conmigo jamás se había tomado ni un café en público! Es que tampoco se lo había pedido, pareció susurrarle de inmediato alguien desde el fondo de su cabeza. Así como no había pedido nada a nadie en los años que siguieron, porque no lo merecía o no lo quería, lapidándose con frases del tipo, cuesta mucho esfuerzo, mejor para otra vida, para un mejor momento. Que difícil sería todo.


Cuando el nuevo hombre le había hablado de tener hijos y dejarla preñada ella había huido despavorida ¿cómo iba a explicarle en medio del café con leche y las magdalenas que no tenía ningún deseo de tenerlos? Que tendría que hacer mucha terapia para eso y que eso llevaría años, años de vida que no quería perderse. Por eso había recordado aquella charla con el, en medio de esas noches en que insomnes se la pasaron contándose todo tipo de secretos e inseguridades. El hasta entonces tan liberal y abierto en el sexo ( vaya que había sido coherente en su vida ) siempre la había apoyado, pero llegado al tema de los hijos, había reaccionado así. -A mi lo de tener niños no me desilusiona- le había soltado, y en ese momento ella se había dado cuenta que hablaba apenas con un chico seis años menor que ella, que por mucho matrimonio y divorcio que cargara estaba en la flor de su existencia, de los sueños familiares, de querer reproducirse  a pesar de todos los traumas de infancia esa misma infancia de canchas de tenis para otro niño como el, con melena dorada y futuro  promisorio. Su realidad en cambio era otra, ella bordeando los cuarenta, con ese trabajo odiado y tercamente abrazado, su vida de asalariada que llega al mes marcando cifras en rojo, su visión gris de futuro incierto. ¿A qué hijo, relación o futuro podía aspirar ella? Llevaba siglos viendo todo el panorama negro hasta que alguien como el chico dorado llegó a su paradero y comenzaron a fumar hierba juntos.  Era eso. Y ahora cuando pasaba por el bosque de eucaliptos, recordaba aquellas conversaciones en que fueron cómplices, los libros de Camus, las fotos de arquitectura barroca y las ciudades que aun no conocía, que nunca conocería, naciendo de su boca como la promesa de lo que existe mas allá de las murallas de esa pobreza que le había atenazado tantos años la garganta. Se había acercado un poquito a algo, pero no había pedido nada. Porque no merecía nada, ni el café tomado en público como se decía ahora con una sonrisa triste.


Podía quejarse toda la vida de los hombres que habían llegado después pero la verdad es que nunca tuvieron oportunidad, ella jamás les dio nada. No se abrió como con el, porque ellos no eran anónimos, ni amigos.  Ser un proyecto de cita les daba ese extraño peso del que carecían las charlas frescas y honestas con el chico dorado e imposible. Pasadas dos o tres citas sabía que esos hombres comunes y corrientes, la juzgarían y la clasificarían entre las no deseables por sus ideas demasiado ilusorias sobre la vida o por no tener un plan definido para el éxito. 

Ella caminaba con ese abrigo pardo como si fuera el capullo de hibernación de donde nadie jamás la sacaría. ¿Para que abrirse a los otros, perder el anonimato, arrojarse a la entrega del amor apasionado? Eran pocos los casos de amor, de pasión en que la gente dejaba la repisa segura de sus planes y ambiciones para lanzarse a la conquista de aquel abismo que puede significar la existencia errática de otra persona. Sus miedos, sus contradicciones, su rabia. Así como ella no deseaba arrojarse a la locura angustiosa de la maternidad, había parejas que no deseaban arrojarse a ese mar turbulento que podía ser el conocimiento continuo de otra persona.  Solo una cita, dos, para qué mas. Y ella tampoco pedía demasiado ¿Que podía ofrecerles? Ambicionaba ese tipo de amor utópico que era la amistad envuelta en llamas, quizá el chico dorado y la  actriz porno lo hubieran encontrado, sin hablar de Camus, sin hablar de nada intelectual ni elaborado. Así era la química del amor, quizá no debía culparse por pedir o exigir nada a nadie. 

El objeto amado se nos entrega sin ser solicitado. Esa frase resonó en su cabeza como las hojas de otoño bajo sus pies al seguir su camino, docenas de eucaliptos perdían la piel ese otoño, ella también sintió que perdía algo de ella. Quizá la inocencia de haber vivido esperando que le den algo que deseaba mucho pero de lo que jamás se creyó merecer suficiente.

sábado, agosto 24, 2024

El año del Dragón

Al abrir los ojos se preguntó como ese objeto brillante se había quedado colgando allí desde la navidad, poco a poco fue recuperando la visión de las formas y proporciones de los muebles alrededor y reconoció la textura de la alfombra bajo su cabeza, pero era ese objeto dorado el que seguía captando toda su atención. Había estado allí todo el tiempo que ellos habían salido juntos, como una especie de muérdago que sella el beso de dos enamorados, pero ni siquiera lo había notado. Ahora con la cabeza entre las nubes trataba de recordar cuánto rato había perdido el conocimiento esta vez. Tendría que consultar a un doctor. Otra vez y otra vez pasar por los resonadores y los exámenes que no le dirían nada mas allá de que era idiopático. Probablemente algún trastorno en sus electrolitos, que debía hacer pausas mas seguidas, en fin. No valía la pena gastar el dinero de su seguro en un diagnóstico que tampoco sería seguro.

Permaneció allí tirada en medio del salón, ya podía sentir las piernas y los brazos, pero no le apetecía pararse y ser alguien funcional de nuevo. Contó del uno al diez al revés y al derecho se dijo su nombre como lo recordaba del documento de identidad y su edad que por momentos prefería olvidar. Todo estaba correcto. En el silencio de la habitación solo el tictac del reloj seguía incansable su curso.  El ruido de la calle afuera eran cantos de pájaros y coches transitando a lo lejos. Ella se sintió muy lejos de todo aquello también. Cuantos meses habrían pasado desde la navidad, que deseos habría pedido que se cumplieran. El año nuevo, las fiestas y los bailes. Había empezado como un año prometedor y sin embargo ya no lo resultaba tanto.

Su mandíbula tronó al descontracturarse, el año no había empezado para ella en Enero sino mucho después al conocerlo en esa fiesta a la que inicialmente no iría. Verlo fue de inmediato la sensación que volvía a encontrarse con un viejo conocido. La charla fue fluida y lenta, después de todo era la primera vez en dos meses que ella se levantaba de la cama, le costaba tomar el aire para reírse o mantener el ritmo de la conversación. Por momentos incluso sentía una leve opresión en el pecho, como si todo fuera demasiado lento con él. Había cierta prisa en su interior por empezar una vida juntos, esa historia que aparecía y desaparecía en su cabeza como lo hace un sueño inconcluso entre los vapores del vino. No le encontraba otra explicación que su soledad o la química de su cuerpo atiborrado de fármacos para vencer el dolor. Sin embargo al volver a verlo en la segunda cita la sensación de certeza había sido la misma. El mundo corría en cámara lenta, había una historia enorme esperándolos. ¿Por qué no la empezaban ahora? Ya mismo. Se apresuró a pedirle un abrazo que terminó en beso y así las cosas habían terminado sucediendo, originalmente de conversaciones y temas abstractos a temas totalmente físicos y carnales. Los dolores habían desparecido, cualquier debilidad o sensación de falta de aire por la convalecencia previa era rápidamente superada. Al conocerlo el le había dado ese soplo de vida que ignoraba que le faltaba. De pronto sus pasos ya tenían una dirección y sus músculos de nuevo fuerza. Cómo revitalizaba ese amor, no lo podía llamar de otra manera.

Ahora en ese marasmo que la inundaba allí tirada sobre la alfombra gris, solo podía seguir el movimiento de aquel objeto brillante como la novedad de su madriguera silenciosa. Había dejado de oír música, cualquier tipo e música y dejado de practicar con el oboe. Todo sonido armónico le recordaría un poco a el y le resultaba irrespetuoso a ese duelo autoimpuesto. ¿Qué significaban las estructuras musicales sin el en ellas? Todas las canciones habían perdido su significado y el color de las flores también se había marchitado un poco. A su partida el invierno se había dejado sentir con mas dureza que antes y no tuvo motivos para volver a salir de casa a excepción de las necesidades mas indispensables como la búsqueda de comida o ir a la lavandería. Fue en una de esas idas en que al comentar del mal clima  la señora Cheng le habló del mal humor del Dragón. La lavandería estaba llena de inciensos y ofrendas, al ver sus ojos curiosos sobre ellos la dama había hablado: Estamos en el año del dragón y alguien le ha pisado uno de los ojos. Ella le sonrió sin entender nada, así débil como se sentía; pero la pequeña anciana prosiguió. Te ves enferma le dijo, cara verde, manos secas. Ese es el dragón, si no eres fuerte este año, enfermar duramente.

No podía creer cuanto se le notaba el malestar, a menudo la gente intentaba no hacer comentarios de su apariencia o su salud. Había bajado casi 8 kilos y las ropas que antes le apretaban en las caderas parecían holgadas túnicas para otra persona. Está lloviendo mucho, comentó, como para cambiar de tema y justificar que no saliera de la lavandería rápidamente como lo hacía siempre. Todo eso es Dragón enojado. Lluvia del jueves fue la peor, ahí empezó enojo. 


Ella recordaba ese jueves, la lluvia se había dado como un aguacero implacable que la ciudad no conocía. No eran habituales lluvias tan tardías pero una vez empezó no paró. Fue al día siguiente que el le dijo que no volvería. Había sido una conversación telefónica calmada con otros fines, en donde habían reído y compartido, pero de pronto el humor había cambiado los ánimos se encresparon y las palabras fueron hirientes. El había decidido de pronto que era inútil volver a esa ciudad y ella le había dado la razón. No había nada aquí para el. Una ciudad gris en medio de un desierto, solo eso. Al colgar el teléfono, sintió el pesar de no haberle insistido o confesado que lo amaba. No como aman en las películas y que dura dos horas, sino con ese amor macizo que ella podía sentir cada vez que sus ojos se cruzaron. Hubiera querido devolver esa llamada y decir lo siento, por cosas que no sentía, solo por dar sentido y cuerda a esa historia que había empezado a un ritmo lento y que no se ajustaba a los acontecimientos que ella recordaba de alguna otra vida de algún otro tiempo en su cabeza. Si hubiera podido explicarle, quizá tampoco entendería. Era el peso de una profecía, algo mas grande que ambos. Pero acababa de pisar en el ojo al dragón y la historia comenzaba a desacomodarse, tal como los goznes de la puerta o las columnas de l edificio donde vivía. Un ligero temblor  esa noche había hecho que una grieta en la que antes no reparara cruzara toda la pared de la cocina.

Al día siguiente empezó la lluvia y no paró desde entonces, la ciudad no estaba preparada para tanta agua. Ella miraba desde la ventana, pensando como le gustaría contarle, que junto a ella toda la ciudad lloraba que ya jamás regresaría. La casa se puso en silencio. No más musica. Guardó el tornamos, guardó el oboe. El reloj de la cocina mantuvo ese tictac incansable. Se había parado justo a las 5:20 y ella no quiso cambiarle la batería. Marcaría para siempre la hora del deceso. La hora del fin de ese sueño.

Ahora echada allí en medio del salón vacío en donde el ya jamás mezclaría sus libros con los suyos, ni sus discos con los pocos de ella. Pensaba que había sido hermoso soñar con el amor; durante meses había olvidado su propia debilidad y torpeza  y se había deslizado lentamente por el lomo del dragón alado. Sus brazos se habían aferrado fuertemente a su cuerpo confiada en la dirección que el daba, quizá hubiera volado con el en sueños de libertad y heroísmo en la conquista de ciudades con banderas amarillas y azules, sobrevolando estepas o bosques. No importaba. A veces recordaba un sueño dentro de otro sueño y no terminaba de despertar realmente. Quizá no había logrado vivir con el a la rapidez que exigía esa epifanía. Por eso ahora llovía, llovería, hasta que el mundo se acomodara de nuevo en toda su vulgar y rutinaria armonía. Había pisado sin querer el ojo de un dragón en medio de sus desvaríos de amor y el mundo entero pagaría su descuido.

domingo, febrero 13, 2022

Lima, el amor y otras frutas podridas

 Junio decía que mi habilidad para estar en relaciones amorosas en donde buscaba curar al hombre tenia algo que ver con el hecho que yo fuera médico . “ Siempre buscas sanar al tipo que este a tu lado”  Junio, se miraba a si mismo como alguien roto en ese tiempo. Supongo que como muchos de los  que conocí luego, el ya andaba en esa edad a mitad de camino entre la depresión y la ausencia.


Lima era una ciudad sucia y gris que Junio me mostraba solo en las noches en que podíamos coincidir para algún encuentro casual. Yo había venido voluntariamente a Lima buscando el brillo de las grandes ciudades y la cercanía a un aeropuerto, los primeros meses habían sido bellos meses de verano, viviendo en Miraflores y corriendo junto al mar que en esos meses adoptaba un fantasioso color a esmeralda, pero a medida que la vida se iba cristalizando en lo que vendría a ser los años siguientes, iba descubriendo poco a poco a esa Lima sucia y de cara magullada de la que Junio escribía permanentemente con cierta sátira y encanto oscuro.


Eran los tiempos de juventud en que yo me sentía atraída solo por los tipos que escribían, no importaba si bonito, pero que escribían y que me llevaban a otro plano con eso. Porqué no decirlo, también, tipos que me hacían creer que amaban lo que yo escribía.  Yo había pasado de ser alguien detrás de las letras a un personaje a veces dulce y otras veces fiero a quien ellos deseaban proteger, o de alguna manera tener aunque sea por un rato. Yo era Laura, el personaje y estaba buscando apasionadamente ser leída y comprendida. Junio lo sabia y tenia esa ventaja por encima de mis otros lectores y futuros amantes.


Yo por mi parte les mostraba mi alegría de juguete roto, mis colores vivos de a quien no le importa nada decir lo que piensa, una sensualidad agazapada de mis días de adolescente queriendo parecer salvaje a destiempo. Ya tenia 25 años, debía ser madura entonces pero mostraba toda una faz de cinismo que solo yo me creía. Para los hombres mayores con quienes yo quería estar era apenas una niña sin experiencia de vida. ¿ Qué sabe de la vida alguien que se la ha pasado detrás de un guardapolvo blanco y unos lentes toda el tiempo estudiando ? Toda la adolescencia leyendo aventuras de grandes héroes que conquistaban continentes salvajes o que abandonaban cómodas vidas en busca de  historias de amor que jamás eran mías. 


Acababa de llegar a Lima la ciudad gris y se veía tanto que me habían roto el corazón hace poco y que buscaba en esas aventuras sentimentales con los otros la  promesa de un amor seguro que me devolviera a la idea de una raíz y de una casa, donde quiera que fuera.


La ciudad era horrible, lo recuerdo.  A medida que te acercabas a su centro sentías el desorden, el ruido y el caos. En el dia jamás salía el sol, estabas perdido y preguntando la hora todo el tiempo como en una sala de espera al infierno.  Lima tenia nombre de fruta pero  olía mal,   A veces a incienso mezclado con humedad, podredumbre y olvido.  Toda la estética feliz que me había imaginado propia de una gran ciudad llena de luces se perdía en los ropajes grises que vestía la gente que se movía rumbo al trabajo. Presentía que su ropa hablaba en un lenguaje que no podían transmitir sus caras, esa absoluta indiferencia por algún grado de belleza o esmero en conseguirla. ¡Qué snob me había vuelto después de los viajes de ese año sabático! Lima no era Buenos Aires ni Nueva York, Lima solo era Lima, húmeda y sin sol con su arquitectura colonial y su olor asfixiante a desván sin abrir, inmóvil con cara de digna amargura tratando de subsistir en medio de bocinazos y gritos de loco calado. Lima no tenia nada para mi, excepto un aeropuerto gigante esperando a que me fuera.


La verdad es que también sentía miedo, miedo de volverme como todos, de desaparecer entre la masa de gente que reía o maldecía mientras comía de pie. Indiferente a la fealdad de Lima. De vestir como obrero, no importaba la marca cara que fuera, vestir como obrero  y trabajar para alguien, dependiendo de los horarios de alguien y que ese alguien eligiera por mi las temporadas de mi vida. Como cuando podía o no irme de vacaciones, cuando tenia tiempo para tener una pareja o cuando podía comprarme lo que yo quisiera y si ese gasto era útil o no para la vida que debía llevar un obrero. La vida adulta había empezado para mi  en Lima y no antes. Porque era aquí en donde yo empezaba a pagar las cuentas de la luz y el agua, de saber cuanto valor tenia todo y el valor de esas cosas ordinarias, incluida la comida que me llevaba a la boca, acaso era el valor de mi propia vida y mi propio tiempo en este mundo.


El invierno llegó a mi en Junio como muchos inviernos mas de allí en adelante, para darme la noticia que esa vida de mierda seria para siempre mi vida. Trabajar todo el dia, no ver el sol jamás, pasármela en pasillos de hospital y por la noche  morir de soledad en mi cama y luego de esa  cama de húmedas sabanas apestosas, moverme a la clínica  privada, a ensayar mi amabilidad fingida para evitar enfrentamientos con la gente que sufriría mas que yo, como si solo eso fuera la vida. Marcar horarios, tener jefes odiosos y compañeros pasajeros. ¿Seguía pensando en curar a la gente? No sé si apenas lo lograba, mi sonrisa se había ido apagando y en su lugar había aparecido una nueva, una sonrisa de gente adulta que se reía de los chistes inútiles y de la vida diaria como si hubiera perdido la conciencia que el tiempo se me escapaba entre los dedos. Esa era la vida adulta, no había mas que eso. Intentar curar de sus miedos a mi pareja de turno, sin embargo, era algo que me ennoblecía y me quitaba el  peso de obrero asalariado de los hombros. Nadie me pagaría nada por eso, quería salvar al otro en un acto de genuina dedicación. Aunque fuera solo un hombre entre un millón, yo me dedicaría a curarlo el resto de la vida. Así de ingenua era.


Si, Junio pueda ser que no se hubiera equivocado al juzgarme en torno a mis relaciones, porque yo siempre andaba queriendo reparar las heridas de los otros, limpiando lágrimas de rostros ajenos como si fueran las mías, intentando acercarme a su dolor como si fuera el mío. Mi defecto era esa excesiva empatía por el malestar de los otros. Quería preguntar  a mi pareja ¿Qué sientes ? ¿ Qué piensas ? Como si eso fuera una anamnesis del caso clínico que yo tenía que resolver. Pero lo extraño es que pocos  de esos hombres preguntaban sinceramente por mi.  Por como yo me sentía en todo esto de llevar un trabajo sin dormir y una relación amorosa, asumían que era difícil lo que hacía , asumían que tenia que ser fuerte para ser médico,  valiente para trabajar en el área que trabajaba,  que podría aceptar bien una ruptura si se daba. No parecía ser de las mujeres que sueñen con criar un hijo. Yo era funcional. Se me veía muy profesional y lógica como para sobrellevar esos tropiezos del mal de amor. Porque eso es lo que hacia yo, componer cosas, componerme. No había tiempo para estar llorando, había que componerse sobre la marcha y seguir trabajando, seguir cumpliendo horarios, plazos límites de trabajo, había que mantener el rostro sereno para darle noticias malas a los demás y que no se descompongan ellos delante tuyo. Los hombres rompían la relación y se iban a por una cerveza, yo rompía y debía volver a mi unidad a reanimar gente  muerta o a dar las malas noticias a familias que habían perdido a alguien. Yo siempre debía seguir siendo la fuerte. Ese parecía ser el papel que habían decidido para mí.


Pero Lima no iba a ser ninguna cárcel de barrotes mohosos en mi vida, había un mar inmenso y un aeropuerto, me iría cada vez que quisiera, porque no me ataba el dinero ni la lealtad a nadie. ¿Un matrimonio?  ¿Una casa? ¡ Que bienes tan pobres me ofrecían en comparación a mis sueños!  Que indigno ofrecerme una hipoteca juntos y estrías en la panza por engendrar a críos que apenas vería. Yo había sacrificado mis sueños por seguir una carrera formal que salvaría vidas ¿por que debía también sacrificar mi vida por una relación que lo fuera? 


Tenia empatía con esos hombres rotos pero no la suficiente como para abandonar mi vida. Había visto dar puñetazos en la pared a Junio cuando le dije que amaba a otro y  también había aguantado sin llorar rompiéndome por dentro el dia que me dijeron que no se podían enamorar de mi. Amé y amé con gran pasión a las personas que pasaron por mi vida, pensando en cada uno de esos momentos si alguna de esas personas  a las que amaba tendría el valor de sacarme de esta vida. Tendría el valor que yo no había tenido de soltar las amarras y acercarme un poco a esa orilla que solo podía vislumbrar a veces en la niebla. Dejarlo todo y empezar de cero en otra parte, en donde valiera la pena arriesgarse por ser feliz. ¿Acaso no lo mereces cuando decides amar a alguien?

Los hombres de mi vida me decían: Te admiro, eres valiente, haces un trabajo excelente, pero me dejaban allí, en la orilla en donde todo era negro, oscuro y mohoso. Una pandemia. Gente muriendo, incertidumbre, pasillos de hospital, miedo. ¡Sálvalos, sálvalos a todos! Decían, pero quédate allí, ya no hay espacio para ti entre nosotros.


miércoles, febrero 02, 2022

Lunes de doble amor


Miraflores era una cuna de sueños vacíos esa noche de Lunes, en un invierno que era húmedo y pegajoso como todos los días desde que me mudara a esta ciudad. No tendriamos ninguna cita esa  noche,  Tengo reunión con los jefes, me habia dicho W. Y yo había entendido. Sin embargo caminaba arreglada por alli enfundada en un abrigo oscuro y unas botas de tacón alto, buscando el lugar de moda para terminar cenando sola. Los Lunes que era mi dia libre solía sentir la ciudad mas grande y solitaria, fue cuando mire el móvil y vi el mensaje de Da. Habían pensando semanas desde nuestra cita frustrada, si no fuera por eso jamás  hubiera coincidido con W. Estas libre para un café? Le habia  puesto yo al terminar de cenar,  sabiendo que esta vez tampoco nos veríamos. El milagro fue que la celeridad de enviarme su ubicación. Estaba a pocas cuadras de allí. “Será un placer tomar un café contigo”


Da tiene los cabellos y la barba negra, ojos de muñeca repletos de grandes pestañas y una voz acogedora de un español casi perfecto que camufla bien su francés nativo y una vida de viajero por Mexico. Lo veo y pienso que me sigue gustando a pesar de ser todo lo opuesto a W. Pero esa noche me siento segura con el, se que mi cuerpo ya ama la figura clara y los cabellos rubios de W. No hay nadie mas guapo que W en todo Tinder y aplicaciones varias. Estoy protegida de los encantos del buen Da, de sus historias graciosas, de las canciones que me muestra desde su computador abierto. Yo soy toda una doctora con ropa seria y una cartera carísima que acomodo en la silla contigua. El me cuenta de sus tiempos de okupa, de las canciones de protesta y de los países que ha conocido. Yo lo veo desde mi posición privilegiada con cierta ternura, represento todo lo convencional de lo que huye siempre. El abrigo se abre y cruzo la pierna confiada, bajo el vestido corto con las plantys oscuras. Se que a Da no le gusto, no cumplo los requisitos de ser joven, fresca y de mente abierta para las relaciones , el frío en Lima se va intensificando con la noche y el aroma tenue de Da flota en el aire recordándome la única vez que hicimos el amor hace semanas. El tipo del café nos echa de su terraza, porque según dice es demasiado tarde. Las miradas se han vuelto largas y el cabello ha sido desatado de su lugar habitual. Es mejor que me vaya, hueles demasiado bien Da. Te haz vuelto un francesito convencional de chaqueta seria y bufanda aunque no lo quieras aceptar. 


Me voy, le digo. El me detiene con suavidad, sigue siendo mas alto que yo a pesar de los tacones.

-Antes vamos por el cafe que haz venido a buscar. 


Yo lo sigo con cierta duda, de frio los pies entumecidos en las botas puntudas, pero no digo nada . No quería el cafe, quería alguien que aplaque esta soledad de Lunes, pienso. Así que echamos a caminar y la conversación fluye entre sus historias y las mías, el me supera ampliamente en su narración de lugares y personas. Siento que yo he vivido tan poco y que hay tan pocos cafes en Lima que parece que la gente te obligara a cenar sin hambre o a ir a un  hotel antes que a tener conversaciones interesantes.


Terminamos en una banca de la calle Diagonal congelándonos en esa humedad de Lunes, viendo como la gente hace cola por un poco de comida rapida. Nosotros no queremos comer, deseamos seguir hablando y hablamos como si no fuera Lunes y mas de las 11 de la noche. Como si su departamento no estuviera cerca y no fuéramos dos heterosexuales libres amantes del buen sexo. ¿Qué nos detiene? No serán la falta de ganas del uno por el otro. Al esperar el  café  de pie  en la cola, nos hemos dado un beso tierno y largo y he pensado si debería explicarle a W. Mañana que significa ese beso y  quien es Da y porque vale doble mi lealtad al resistirme a besarlo mas, porque  vale  mas el sacrificio de no permanecer mas tiempo pegada a su cuerpo cálido. 


Da tiene cara de intelectual con espejuelos que se empañan con el café  y el cuerpo tatuado de una planta espinosa que va desde la mano hasta el pie contrario, es geek, toca el saxofon, ha viajado desde chico y cree fervorosamente en el poliamor  Yo diría que he fantaseado con alguien como el desde que era niña. Y ahora esta alli tan fácil y al alcance de mi mano que disfruto resistirme a coquetearle con el descaro que quisiera.



La banca es fría, la noche es triste, su cabeza se apoya en mi hombro como lo haría un niño con sueño. Ha sido un Lunes de locos, me dice.  Ven aquí, le suelto yo y dejo que se acueste con naturalidad en mi regazo. Ahora somos dos adultos en una esquina  acurrucucados como niños enamorados. Hay una intimidad que surge entre nosotros y no llega a ser sexual ni romántica, me acerco a repetirle las palabras que no entiende  mientras reímos y alejo mis cabellos para que no le cubran los ojos. Adoro eso que haces, dice. ¿El que ? Eso de cuando te acercas y susurras la palabra correcta, porque  tus pechos ahogan mi cara y el perfume de tu cabello se queda conmigo. No es intencional, me disculpo entre risas. Lo se, pero es hermoso. Y su  barba negrísima  brilla con las luces mortecinas de la medianoche. Sus ojos de muñeca se cierran y esperan que me acerque de nuevo. Lo hago, mis senos palpitan muy cerca de sus mejillas. Comienza a llover bajito y suave como llueve en las madrugadas en Lima y yo acaricio su cabeza pensando que podría hacer eso siempre que el me lo pidiera. 


Entonces pienso que a eso debe referirse el  cuando habla que no puede ser monógamo porque el amor es imposible que sea solo para una persona. Porque esa noche yo tambien entiendo que es querer profundamente y a la vez a dos personas que son tan distintas una de otra. Esa noche quisiera decirle que acepto su propuesta del poliamor de la otra noche, que podría compartirlo con niñitas descocadas si me ofrece conversaciones como las de hoy. Quisiera decirle que ya me estoy enamorando del lejano W. Pero que no abandonaría por nada del mundo esas charlas bajo la lluvia con el o su calor en mi regazo. ¿Que nos detiene para hacer el amor esa noche? Demasiados motivos y ninguno. La lealtad, quizá. No imagino hacerle eso a W. Ni a nadie por muchos Da sensuales que existan en el mundo. Y es tan delicioso, frenar el deseo. Besarse y dejarlo ahi.  Esa noche creo en el poliamor, sin embargo no es hasta la siguiente vez que veo a W. Que me doy cuenta que es un disparate querer decirle lo de Da ¿Como amar a alguien que te da tan poco de si? Que te deja ir hasta que le vuelvas a resultar interesante por una u otra cosa del momento. ¿Soy una experiencia de viaje, una anécdota de salon, alguien que debe reinventarse para merecer siempre la atención del otro? ¿Acaso no soy única incluso en mis ratos malos y tristes?  W. Esta abriendo el corazón conmigo y puedo sentirlo, quien soy yo para preferir a mi vecino Da solo por la comodidad de una pasión geograficamente mas cercana?


Con W. Conoceré los siguientes meses la pasión, la entrega, la risa. Es una relación exclusiva en donde no hay necesidad de mostrarse extraordinarios todo el tiempo. Amo a W. En su regularidad y en sus defectos. No necesito ser interesante siempre, solo necesito ser yo y W. siempre pregunta algo mas de mi. “No me canso de saber de ti”, suele decirme y eso es tan hermoso! He dejado de ser un parque de diversiones para alguien, ahora soy la tierra extensa abriéndose delante de el. 

Los siguientes meses son hermosos. Existieron tantas dudas del presente y el futuro pero jamás dude que el amor de W. Fuera cierto. Lo dimos todo y eso está bien para mi.


Nadie que no te necesite te merece realmente. 


Maricona

Ella gritó “maricona” pedaleando su hermosa bicicleta rosa a toda prisa muy delante mio. Yo no podía seguirla. No podía pedalear a toda velo...