lunes, agosto 26, 2024

El Chico Dorado

No te equivoques, yo en algún momento también me imagino con hijos. No ahora, pero ser padre de alguien no es una idea que me desilusione. Su voz le venía desde el recuerdo cada vez que atravesaba ese bosque de eucaliptos de camino a casa, a menudo había relacionado ese camino con él de alguna forma en que su mente no hallaba la lógica. Por momentos quizá hasta se lo imaginó saliendo a pasear con el perro sin reconocerla ni saludarla, envuelta en aquel abrigo pardo barato que usaba para los días de viento en otoño. 

Habían hablado tanto, durante un tiempo habían jugado a ser amigos confidentes y luego en un rápido cambio del destino a probar lo de ser amantes. No les había ido nada mal, pero sucedió pocas veces, fueron mas noches las que se pasaron hablando, de libros o de cualquier cosa de la infancia que el quisiera mostrarle para que le hiciera un diagnostico rápido, un nanay sin palabras, como los niños que intentan ávidamente mostrar heridas superadas a su nuevo adulto de confianza. Nunca hablaron de temas que pudieran ponerlos en lados opuestos de opinión, quizá porque eran demasiado conscientes que sus orígenes distaban mucho de ser los mismos.

A medida que caminaba ahora pateando las hojas secas y contemplando aquellos troncos descascarados, vio cuan imposible había resultado esa amistad y sin embargo cuan estrecha se había hecho. Entonces ella no exigió nada. Porque no merecía nada, así lo veía. El tipo le mostraba las fotos de la infancia junto a la cancha de tenis y la piscina, los rizos rubios, la primera clase de nado. Nunca le pidió nada sobre ella, nunca indagó mas de lo que ella quisiera contarle, tampoco preguntó sobre sus padres o hermanos. Ella podría seguir siendo una perfecta anónima y eso les daba derecho a contarse todo, quizá tampoco buscaba verla a excepción de la primera foto en que aparecía envuelta desde los hombros en en un pareo colorido sentada en aquella playa, no hubo necesidad de mostrarle mas. Eres un espíritu libre, quizá le hubiera comentado. De esa amistad no había esperado nada, porque era el tiempo en que no esperaba mucho de la gente.


Un café, una salida por la ciudad. El tipo había escudriñado su cocina con grandes ojos verdes la primera vez que entró a su departamento con la curiosidad de aquel que ignora como viven realmente los pobres. Como se lava el frasco de café para que dure para el ultimo desayuno o como se cuenta la fruta para que dure hasta el viernes. Caminaba ahora por allí en medio de ese bosque que separaba las casas de clase media de las grandes mansiones y se preguntaba si el aun seguiría viviendo en una de esas. Los zapatos de piel, la ropa cómoda como si hubiera sido diseñada para ser usada para personas con su figura y altura. Esa comodidad de vivir en su pellejo como si el mundo fuera solo un juego de piezas que podía acomodar a su antojo. ¿De qué sufría esa gente? ¿De falta de amor? Su timidez era legendaria y por eso tal vez era más cómodo hablar de libros en común y anécdotas intimas con él.  Sin embargo por mucho que le contara sobre si mismo o de sus años de infancia, jamás se sintió unida a el en forma alguna. Sabía de su sensibilidad, de sus muchos miedos, de alguna que otra inseguridad que gatilló en el pasado conductas que ahora exhibía tan orondo frente a ella, pero no. Jamás sentiría que en algún universo lejano su infancia y la suya se pudieran haber juntado. Ella guardaba su distancia. A pesar del sexo, le bromeaba el. Si a pesar del sexo.



A veces cuando se debió enfrentar a otros hombres después de ese encuentro físico se veía a si misma pidiendo tan poco. Había estado con aquel que tenía el derecho de rechazar si quería. Ese que había sido criado en el mundo mágico en donde el dinero jamás falta. El tipo con el apellido que ponía nombre a las calles mas bonitas de la ciudad. Todos los demás hombres eran copias burdas y opacas en un mundo demasiado ancho y ajeno. ¿Qué podía temer con toda esa gente gris, mas que un poco de olvido? Sus nombres también eran olvidables, como el suyo mismo entre los miles de anónimos de una planilla de pago. Sus opiniones eran cegadas por la venganza de los conflictos domésticos, quien le hizo a quien qué, quien opinó tal cosa de que otra cosa. Todo era vano. Lo que pasaba en la televisión y los medios eran el norte de cada día. Ellos como ella, vivían en el margen de ese mundo que decidía las cosas, como se vestiría la gente al día siguiente o cuanto subiría el dólar. ¿De qué podían discutir todos ellos son su vida ordinaria, excepto de una vulgar sobrevivencia? De hacer escaramuzas de éxito o suprema vanalidad para llegar al parnaso, a ese circo que era la vida pública, en la que tu nombre cobra una fugaz importancia entre la página de policiales y la de escándalos diarios.


Fue allí que encontró su nombre la siguiente vez que supo de el. No esperaba que aquel hombre de miles de anécdotas de infancia y maneras resueltas para exigirle directo algo que en verdad deseara, se hubiera casado con la actriz porno del momento. Su chico de cabellos dorados ¿No era el anonimato su mayor poder y su lejanía de la prensa su mayor conquista? Ahora su nombre estaba en las primeras planas de diarios con titulares coloridos. Promocionaban una página porno y la curiosidad la había llevado a comprobar que si, que era él. Sin ocultar ni el cuerpo ni la cara. Pero ¡qué ridículo estaba haciendo! ¿Acaso no era esa actividad chabacana lo opuesto a todas sus creencias?¿ Al mas profundo de sus miedos y restricciones morales? Quizá lo estuviera haciendo por una venganza a sus padres, por una burla a la sociedad pacata que en el fondo tanto detestaba. Eran las antípodas del hombre que ella había conocido. Un hombre enamorado. 


Vamos se decía airada ella, ¡pero si conmigo jamás se había tomado ni un café en público! Es que tampoco se lo había pedido, pareció susurrarle de inmediato alguien desde el fondo de su cabeza. Así como no había pedido nada a nadie en los años que siguieron, porque no lo merecía o no lo quería, lapidándose con frases del tipo, cuesta mucho esfuerzo, mejor para otra vida, para un mejor momento. Que difícil sería todo.


Cuando el nuevo hombre le había hablado de tener hijos y dejarla preñada ella había huido despavorida ¿cómo iba a explicarle en medio del café con leche y las magdalenas que no tenía ningún deseo de tenerlos? Que tendría que hacer mucha terapia para eso y que eso llevaría años, años de vida que no quería perderse. Por eso había recordado aquella charla con el, en medio de esas noches en que insomnes se la pasaron contándose todo tipo de secretos e inseguridades. El hasta entonces tan liberal y abierto en el sexo ( vaya que había sido coherente en su vida ) siempre la había apoyado, pero llegado al tema de los hijos, había reaccionado así. -A mi lo de tener niños no me desilusiona- le había soltado, y en ese momento ella se había dado cuenta que hablaba apenas con un chico seis años menor que ella, que por mucho matrimonio y divorcio que cargara estaba en la flor de su existencia, de los sueños familiares, de querer reproducirse  a pesar de todos los traumas de infancia esa misma infancia de canchas de tenis para otro niño como el, con melena dorada y futuro  promisorio. Su realidad en cambio era otra, ella bordeando los cuarenta, con ese trabajo odiado y tercamente abrazado, su vida de asalariada que llega al mes marcando cifras en rojo, su visión gris de futuro incierto. ¿A qué hijo, relación o futuro podía aspirar ella? Llevaba siglos viendo todo el panorama negro hasta que alguien como el chico dorado llegó a su paradero y comenzaron a fumar hierba juntos.  Era eso. Y ahora cuando pasaba por el bosque de eucaliptos, recordaba aquellas conversaciones en que fueron cómplices, los libros de Camus, las fotos de arquitectura barroca y las ciudades que aun no conocía, que nunca conocería, naciendo de su boca como la promesa de lo que existe mas allá de las murallas de esa pobreza que le había atenazado tantos años la garganta. Se había acercado un poquito a algo, pero no había pedido nada. Porque no merecía nada, ni el café tomado en público como se decía ahora con una sonrisa triste.


Podía quejarse toda la vida de los hombres que habían llegado después pero la verdad es que nunca tuvieron oportunidad, ella jamás les dio nada. No se abrió como con el, porque ellos no eran anónimos, ni amigos.  Ser un proyecto de cita les daba ese extraño peso del que carecían las charlas frescas y honestas con el chico dorado e imposible. Pasadas dos o tres citas sabía que esos hombres comunes y corrientes, la juzgarían y la clasificarían entre las no deseables por sus ideas demasiado ilusorias sobre la vida o por no tener un plan definido para el éxito. 

Ella caminaba con ese abrigo pardo como si fuera el capullo de hibernación de donde nadie jamás la sacaría. ¿Para que abrirse a los otros, perder el anonimato, arrojarse a la entrega del amor apasionado? Eran pocos los casos de amor, de pasión en que la gente dejaba la repisa segura de sus planes y ambiciones para lanzarse a la conquista de aquel abismo que puede significar la existencia errática de otra persona. Sus miedos, sus contradicciones, su rabia. Así como ella no deseaba arrojarse a la locura angustiosa de la maternidad, había parejas que no deseaban arrojarse a ese mar turbulento que podía ser el conocimiento continuo de otra persona.  Solo una cita, dos, para qué mas. Y ella tampoco pedía demasiado ¿Que podía ofrecerles? Ambicionaba ese tipo de amor utópico que era la amistad envuelta en llamas, quizá el chico dorado y la  actriz porno lo hubieran encontrado, sin hablar de Camus, sin hablar de nada intelectual ni elaborado. Así era la química del amor, quizá no debía culparse por pedir o exigir nada a nadie. 

El objeto amado se nos entrega sin ser solicitado. Esa frase resonó en su cabeza como las hojas de otoño bajo sus pies al seguir su camino, docenas de eucaliptos perdían la piel ese otoño, ella también sintió que perdía algo de ella. Quizá la inocencia de haber vivido esperando que le den algo que deseaba mucho pero de lo que jamás se creyó merecer suficiente.

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