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martes, septiembre 03, 2024

Selene hija de la Luna

Era el 2001 un año que parecía nuevo y prometedor para todos nosotros. Los amigos que recuerdo de aquella época lucían caras lisas y frescas carentes de arrugas, con cabelleras completas, sin ninguna cana asomando a las sienes o a la barba. Eramos muy jovenes pero ni siquiera advertimos cuanto. Yo también lo era, hace veinte años mis piernas eran fuertes y mis carnes firmes, pero yo no me preocupaba mucho por ello, había preocupaciones inmediatas como exámenes que pasar, entrevistas de trabajo o novios nuevos a la vuelta de la esquina. La capital se mostraba prometedora y luminosa, aun a pesar de su bruma constante junto  a la costa y su cielo gris de nueve meses al año. De mi primer verano aquí apenas si recuerdo a mucha gente con la que compartí fiestas o inquietudes, a algunos los volví a ver  por cuestiones de trabajo o estudios y a otros, aun a pesar de la abundancia de las redes y los medios de búsqueda jamás pude volver a encontrarlos. Una de esas personas se llamaba Selene, no Selena como solía corregirnos siempre, ni Celina, sino Selene con S, como la luna sabes? Soy la hija de la luna. Lo había dicho la primera vez que se presentó y no entendí la relación. Hablaba rápido y claro, con un acento que no podía detectar si era del norte o del sur, hablaba de varias cosas a la vez y luego se callaba con ojos extrañados como esperando que su interlocutor le diera una respuesta igual de extensa o enrevesada acerca de cualquier cosa. 

La primera vez que la vi desayunaba a solas en la mesa del comedor común que teníamos en el primer piso. Era una casa pensión para señoritas en un barrio caro, en donde los pisos de arriba no eran de concreto y los marcos de las ventanas eran de madera. A pesar de ello, de esa precariedad de la que ahora me doy cuenta, el ambiente era acogedor y tibio con pisos de imitación madera y decoración frugal estilo sueco que invitaba a permanecer allí por mucho tiempo aunque el cielo afuera pintara gris o casi negro al llegar el invierno. Las habitaciones eran blancas y algunas como las de Selene y la mía, más baratas compartían un diminuto baño en donde había que se ser extremadamente ordenada para no tener altercados posteriores por frascos de champú o ropa interior perdida. Eso me había pasado con la anterior inquilina, pero se había marchado pronto. El dueño decía que era mala pagadora y que esta vez intentaría con alguien mas responsable y con menos los financieros. Fue en esas que había aparecido Selene en la pequeña quinta de tres plantas. Desayunaba tranquila dando la espalda al kitchenette  color verde menta cuando entré a saludar, con la espalda recta y el mentón apoyado en la mano derecha llena de abalorios, ojeaba distraída un gran libro de Feng Shui con ilustraciones coloridas que estaba dispuesto sobre la  larga mesa de madera del comedor común.  


Hola! Cómo te va? Me saludó como si me conociera de toda la vida. En esa ciudad en donde todo el mundo se guardaba sus distancias era raro hallar alguien que de buenas a primeras te tratara con familiaridad. Al instante me dijo que era la nueva inquilina, que compartiríamos baño y que su contrato era por un año así que no tenía por qué preocuparme. No sé a que se refería con eso, pero asentí con una sonrisa. Durante los veinte minutos siguientes mientras yo acomodaba el plato compuesto por atún, papas y brócoli que almorzaría ese día me habló de ella, de sus planes de ser diseñadora o modista y de que le gustaba ese comedor con gruesas columnas porque el feng shui decía que siempre debía apoyar su espalda a una, aunque jamás debía darle la espalda a una puerta, eso jamás. Señalaba esta ultima frase como si el no hacerlo significara alguna maldición futura, así que le prometí que intentaría comer la próxima vez mirando hacia la puerta, lo dije con la boca llena de un bocado de brócoli, pero ella ni siquiera sintió mi pequeña burla.

Los meses que siguieron a su llegada fueron meses de exámenes y pruebas, me las pasaba estudiando y poniendo post it de todo color en las blancas paredes para recordar conceptos que me ayudarían luego en los exámenes. Estudiaba sentada en el piso o en la cama durante todo el día y en la tarde salía a correr hasta el malecón, antes de las clases nocturnas que duraban hasta las once de la noche. Fue allí que me la encontré otro día, aunque de lejos no la reconocí de inmediato, el largo collar que rodeaba su cuello y su alto moño negro no podían corresponder a otra persona. Caminaba lento y distraídamente mirando al mar y al camino pedestre alternadamente. Llevaba sandalias de cuero marrón y pulseras color bronce en ambas manos, su ropa a pesar de que era siempre  de colores sobrios y sin adornos, la solía acompañar de esos collares y pulseras que tintineaban sobre su cuerpo cuando subía las escaleras y abría la puerta de su habitación bien entrada la noche, al regresar de su turno como azafata. Me lo había dicho así de forma elegante, soy azafata, como quien te dice que se va en un vuelo todas las mañanas  a Dubai y no quien atiende mesas azafate en mano en la pastelería del barrio de moda. Así era ella, su forma de decir las cosas. Si me hubiera dicho que recogía basura en las calles o mataba gente por dinero la hubiera mirado con los mismos ojos de admiración y envidia. No llevaba maquillaje alguno, pero el moño alto y los pendientes largos le daban cierta elegancia de cisne a su cuello moreno que no sabría explicar, pero incluso mudándose mucho después de que yo lo hice a ese barrio de gente pudiente, ella siempre aparentaba pertenecer allí más que cualquiera de nosotros. No era guapa, pero su actitud de diosa bien podría haberse considerado de una rara belleza.


Hola! Me dijo y levantó la mano, cuando yo estaba ya muy cerca de ella. Sospechaba que no me había divisado trotando, que tenía algún problema de vista o de distracción patológica que no le permitía ver a las personas a menos que estuvieran a un metro de su cuerpo. No sabía que corrías hasta aquí, agregó. Mi cuerpo algo rollizo a diferencia del largo y grácil de ella, quizá no lo aparentaba pero poco a poco había ido ganando en fuerza y ampliando mi rango de trote cada vez mas y ahora me permitía llegar hasta esa parte del malecón casi sin cansarme. Hacía pausas para caminar y volver a correr, no me apresuraba por tener una carrera continua, ni por seguirle el ritmo a los otros. Las primeras semanas de mi mudanza a la ciudad capital había comido un sandwich con mayonesa en un grifo, que terminó en una diarrea fulminante con deshidratación al día siguiente, sin embargo una semana después, había venido lo mas duro, la debilidad progresiva en las piernas, los muslos, la dificultad para subir escaleras, luego para la marcha y en un momento hasta para respirar profundo. Temí lo peor y consulté a un médico, pero afortunadamente al cabo de quince días todo aminoró y no necesité avisar a mi familia ni nada. Había estado muy asustado, eran mis primeros momentos de fragilidad sola, pero lo había podido resolver sin recurrir a los otros, como toda mi infancia. El hecho de poder levantarme de la cama y echar a andar y luego correr era ya casi un milagro para mí, así se lo conté a ella. 


Es la cosa mas rara que me han contado jamás me dijo, con la mano en la boca. Es que ahora existen tantos pesticidas. -Tantos virus, interrumpí yo. -Tantos pesticidas, siguió ella, el hombre está acabando con el mundo, sabías? Estamos acabando con él con todo lo que hacemos, a veces se me quita el sueño de noche y pienso, que podemos hacer nosotros? Yo por ejemplo que puedo hacer? Y eso me perturba, no puedo volver a dormir. Es un tormento que llevo siempre conmigo…


La escuché un buen rato sin decir palabra, no sabía que a alguien pudiera atormentarle como cambiar el mundo de noche. Sonaba a exageración y dramatismo inútil, pero no podía burlarme, era mi única amiga allí y compartíamos el baño. No podía ser todo lo mala leche que me nacía ser con mis comentarios crueles. A mi por ejemplo solo me atormentaba tener que volver a casa con mis padres o si el nuevo chico con el que estaba saliendo, tenía novia o no. Acabábamos de dormir hace dos noches juntos y me había dejado su pesado reloj de marca cara puesto en la mano como símbolo de que nos veríamos de nuevo este fin de semana. No dejaba de pesar en eso. Lima era una ciudad tan prometedora en ese momento, que brillaba por todos los rincones. El sol empezó a ponerse poco a poco y la gente detuvo la marcha igual que nosotras para admirar el espectáculo de las seis, a veces hasta los niños se callaban un poco. 

Bonito reloj, comentó cuando me vio frotándolo mientras mirábamos el atardecer sentadas en el malecón ya descansando de la caminata. Es por lo de la otra noche, no?,   Y agregó  Los oí gritar muy a gusto toda la madrugada. No hubo espacio para que le dijera algo en contra o me ofendiera. Apenas si le sonreí avergonzada. ¿Es que sabes? Yo a esas horas estoy despierta, se me quita el sueño pensando, nunca he pensando tanto como desde que llegué a esta pensión, han de ser las vigas.

-Las vigas? -dije yo. Si, las vigas de madera en el techo de la casa, no te haz fijado? No se puede dormir bien bajo una casa con vigas ni en una habitación con espejos, eso nunca porque sirven de portales para los malos espíritus. Recuérdalo, siempre.


Y a veces después de veinte años recuerdo esas charlas inocentes de Selene la hija de la luna, profetizando que no duerma en habitaciones con vigas de madera ni  espejos y reparo en la soledad de mi habitación de hotel rodeada por mi reflejo repetido en todos los espejos  y a veces en una imagen caleidoscópica de mi misma desde el techo y me digo, cuantos malos espíritus se han colado en mi vida desde entonces, quitándome el sueño. Veinte años no es nada pero parece todo. Qusiera abrir la puerta del baño y escuchar sus pulseras mientras se desviste, la intimidad de otra persona compartiendo mi mismo espacio. ¿Es eso raro? 


Soy azafata- había dicho Selene. Y yo pensé que se subía a muchos aviones, que vivía en ellos. Me reí para mis adentros  de mi inocencia de hace veinte años y me dispuse a tomar otro vuelo que me llevaría hacia ninguna otra parte.

miércoles, agosto 28, 2024

La casa nueva

Al ver la nueva casa enclavada en aquel parque donde trinaban los pájaros le pareció que le hablaban desde dentro de un sueño. Es tu nueva casa, te estaba esperando. El estilo de cornisas inglesas, el pórtico blanco y la carísima puerta de nogal negro con llamador dorado ya habían sentir que valía todos los ceros bancarios que le llevaría pagar esa hipoteca. Llamarla casa era mucho decir, era un departamento grande dentro de un edificio para ricos, de esos pequeños que no superan los cuatro pisos, sin elevador privado porque a la gente bien le gusta subir escaleras de mármol. Afuera criadas con perfectos uniformes blancos paseaban perros de pelajes brillantes y niños que no hacían ruido. Solo el trino de pájaros acompañaba la magia de esa visión de su futuro.


Cuántos años había esperado por un lugar así, jardín perfecto, estacionamiento privado. Veredas limpias sin cacas de perro en las orillas. Silencio. Se había mudado de tantas casas de niño y hacia tantos lugares feos de perfil desordenado  con ladrillos colorados saliendo por los cantos, en donde hubo que acomodar como sea sus pocas pertenencias para que por un momento ese cubículo de paredes estrechas y olores  fétidos pueda llamarse hogar, que ya ni recordaba lo mucho que había esperado vivir en una casa que no tuviera colores chirriantes en las paredes, ni cables panzudos tapando el panorama de las ventanas sin limpiar.


Uno de los motivos para salir de toda aquella precariedad había sido Norma, su primera novia. La que vivía en el barrio de los parques sin rejas, a donde tenía que llegar tomando dos micros y luego caminar derecho por una fila llena de palmeras altas y desangeladas. Se habían gustado por las canciones en inglés y porque el tocaba a la guitarra, la música siempre le había traído suerte a su familia. No tocaba muy bien pero eso no importaba, practicaban juntos, aprendían letras nuevas juntos y de vez en cuando para dejar de masticar en inglés palabras que no entendían del todo, hablaban de algún librito que ella hubiera leído. Norma veía poca televisión, decía que sus padres la habían prohibido en casa porque hacía daño a la memoria, por eso nunca sabía las bromas actuales ni sobre las series o personajes de los que todo el mundo hablaba. El veía poca televisión porque nunca estaba en casa, leía en los largos trayectos en micro para no quedarse dormido. Había inventado mil maneras para evitar ese cubo sin ventanas que era su casa y solo volver cuando estuviera bien entrada la noche. En el día el colegio, en la tarde el fútbol o el inglés que empezó a pagárselo el padrino con la esperanza de que algún día emigrara y se fuera a trabajar con el, pero que luego tuvo que pagárselo solo, haciendo trabajitos escolares o dando clases de matemáticas. Eso no sabía Norma, para ella él solo era el rebelde que los jueves llevaba la guitarra a clases de inglés y que la acompañaba a su casa hablando de los sueños, de fantasmas o de cantantes que ya habían muerto.

El la acompañaba hasta su casa porque allí practicaban las canciones en un cuarto de música que tenía ella en donde había un piano que jamás tocó; al inicio ella lo había invitado para que viera ese piano porque el le había inventado que tocaba de oído cualquier cosa que le pusieran delante, pero al llegar apenas si hablaron de eso, hablaron hasta que no hubo mas temas en el mundo para hablar y sin embargo al siguiente jueves, como dos adolescentes hicieron el mismo camino y tuvieron mas cosas que decirse.

La casa de Norma era limpia y de pisos que siempre olían a cera. La puerta pesada y brillante, sus muebles mullidos y cómodos. A diferencia de las casas en donde el se había mudado una y otra vez que costaban de una sola pieza central y una o dos habitaciones de dormir para todos,  en la casa de Norma existía una habitación para cada cosa que se les ocurriera hacer en la vida, una para recibir a las visitas, una para comer, otra para ver televisión ( que jamás veían ) una para cocinar y otra incluso para oír musica que era a donde Norma lo llevaba siempre, allí habían discos hasta el techo y un tornamesa que ninguno de los dos sabía bien como encender sin hacer chirriar. Reían entonces, con el miedo de estar entrando a un mundo secreto que sabían que podían echar a perder. Norma hablaba y reía siempre, con ella no le daba miedo hablar de varias cosas, aunque se guardaba las de casa, esa miserias con las que inconscientemente sabía que la mente de Norma jamás podía lidiar en esa casa de esquinas y márgenes pulcros y perfectos.

En el cuarto de música casi se habían besado y ahí los había descubierto la sirvienta, desde entonces ya no había podido entrar a su casa, pero la acompañaba hasta los parques vecinos, no es necesario le decía ella, pero ese trinar de pájaros le daba la calma que en los barrios que el frecuentaba ni siquiera existía. Nunca habían llegado a ser enamorados.  Algunas veces en sus sueños de adulto, en las noches donde el sueño era más pesado, por los reveses del día, volvía a ese momento de las caminatas bajo los almendros y a querer rozar su mano blanca con la suya callosa. Norma no lo miraba pero aceptaba su cortejar, risueña, con esa sonrisa cándida de las clases de inglés a los once años. Luego se besaban y ya no había preguntas, solo ese ardor que emanaba desde el centro del cuerpo, esas ganas de que Norma lo invitara de nuevo al cuarto de música y sobre el piso encerado terminaran con menos civilidad lo que tan mansamente habían comenzado. 


A medida que fue creciendo habían existido muchas mas Normas, otras que vivían mas cerca a casa. Otras con las que no habló tanto o no tuvo que hablar tanto antes de poder tocarles un seno o llevarlas a su cama. Camas sin sábanas que olían a frazadas guardadas y a ropa interior deslizándose fuera. Había cambiado de casa de nuevo, pegar posters en las paredes para que no se vean los huecos o las manchas de manos de grasa de otros inquilinos. Reemplazar clavos en la pared para colgar las ropas usadas y evitar plancharlas a menudo. Compró dos camisas nuevas, porque lo de profesor de matemática lo había cambiado por profesor de inglés con clases a domicilio para chicos de escuela secundaria. Iba pulcro, corte militar, sin colonia, sin reloj que le pudieran robar. Florecían las conversaciones sobre cómo hacer dinero fácil con sus amigos, sobre cómo ganar dinero rápido. Novias bonitas que parecían una fuente inagotable de deudas y caprichos varios, que lo vieron como una billetera andante por dos o tres meses, que era lo que le duraba despertar y darse cuenta que no se podía seguir hablando de nada con ellas. Unas mas ambiciosas que otras, sin ambición alguna por cambiar de vida, de barrio, de conversación vacua. Hablaban de hijos, de tener familia algún día. ¿Qué sería de Norma la primera chiquilla con la que había pasado las tardes viajando en micro por la ciudad. Ella también estaría desmantelando la economía de alguien con caprichos de niña rica? A ella también después de un par de meses cogiendo le vendrían esas ganas imperiosas de hablar de hijos y de futuro juntos como el orden natural de las cosas?


La última casa a la que se mudó ya no fue con la familia, ni en un barrio marginal, sino un sencillo cuarto de un barrio moderno a donde solo llevó un cajón de libros y una mochila de ropa. Entre tantas mudanzas ya había aprendido que era adecuado llevar y no llevar cada vez que se iba. La nueva habitación era limpia, de paredes color gris y baño compartido. En la noche las paredes dejaban oír los gemidos y peleas de todos los otros, pero al menos tenía una cama propia. Una cama con un cobertor propio, que importante era eso. En el piso de abajo había una cocina que compartían varios, no fue difícil mantenerla aseada, pero rehuyó cualquier contacto con los otros inquilinos además de un seco buenas noches. Seguía manteniendo su costumbre de usar el hogar solo como casa habitación y llegar a la medianoche, para salir antes de las 6 am. Los domingos, perderse a caminar por algún parque o bajar a la playa a ver el ritmo de las mareas y seguir con mirada tonta el equilibrio de los surfistas. Se mudó de allí cuando los ratones se apoderaron de su habitación y sus cosas, había aguantado el ruido de uno o quizá dos por las noches, pero la vez que mientras hacia el amor con la novia de turno, saltaron tres entre la ropa y las cajas de galletas y bolsas de papas fritas que guardaba como tesoros. Supo que no podía seguir ignorándolos. Los gritos desaforados de ella, la linterna prendida en búsqueda de los invasores, todo ese caos de ropa cayendo y zapatos volando, el ruido del papel tapiz que se rompía, le evocó un poco a casa. Parecía siempre correr de allí pero incluso en ese barrio bonito la miseria de su infancia de alguna u otra forma lo alcanzaba.


Ahora años después de privaciones y sacrificios que solo conocían su estómago y la planta de sus zapatos, estaba allí frente a esa casa perfecta, con su futuro departamento de medio balcón y cochera privada mirándolo justo a los ojos. Tres habitaciones. Vista al parque, portero eléctrico. Sin áreas comunes, que eso es para la gente pobre. Se preguntó con qué llenaría esas tres habitaciones, si ese departamento no sería la delicia de las chicas con las que había andado en su edad temprana, siempre a la búsqueda de formar una familia o hijos bonitos. Quisiera tener uno con tus ojos, le había dicho alguna. Y el se había preguntado ¿qué ojos? Que le podían importar sus ojos, si ellas no sabía lo que miraban, ni lo que habían visto. Mas allá de la flaquísima Norma nadie más le había vuelto a preguntar nunca qué quería o qué sentía, ni en inglés ni en ningún otro idioma. El quería una casa blanca como la suya, que no se moviera nunca, le había contestado  una vez y Norma se había echado a reír como se ríen las niñas sin preocupaciones de ninguna especie, mientras caía el sol de las cinco de la tarde en ese autobús que los llevaba a su casa.

martes, agosto 27, 2024

Día de limpieza

La habitación seguía teniendo el olor pesado y mohoso de los primeros tiempos. Una fetidez húmeda que por mas que se abocara con escobas y cubos de limpieza jamás podía erradicar del todo. Estaba en sus ropas, en sus zapatos y en sus sábanas. Quizá la notaran cuando venían de afuera, notaran ese olor dulzón de soledad que despedían su cuerpo y sus ropas cuando se acercaba a saludar y decir su nombre. 

Ahora con el trapo de limpieza en mano , la pañoleta de colores en el cabello desordenado y los guantes de hule amarillo, se ponía a la labor de limpiar las grasosas huellas dactilares que habían quedado en ese espejo grande. Cuantas imágenes suyas había tragado en silencio ese espejo. Le resultaba insolente tenerlo aun allí como mudo testigo de las conquistas amorosas y de las conversaciones incómodas que se hubieran dado en ese pequeño espacio.


Me amas?- había preguntado el muchacho al terminar la batalla amorosa y ella en toda su torpe honestidad le había respondido mirando al techo que “ Podría llegar a amarlo” Lo siguiente había sido un silencio incómodo en medio de sábanas rasposas que olían a detergente barato.  El le había dado la espalda que le recordó el espinazo de un perro abandonado y  ella se durmió sin culpas. Ya habían pasado muchos años de ese episodio pero seguía haciéndole gracia. En su cabeza acababa de decirle un halago, la promesa de un futuro brillante, apenas se conocían pero el tenía el potencial para ser amado por ella. ¿Qué mas podía desear, si era apena su segunda noche juntos? Tardaron dos citas mas en romper del todo. Recordaba sus manos golpeando el timón del auto cuando ella dudó en hacia donde ir.  Su voz de rabia contenida. Su escasa paciencia.

A menudo se preguntaba que instaba a los hombres adultos a hacer esas preguntas de niños en medio del amor. Que los instaba a hacer berrinches violentos cuando querían terminar algo.


Ella había amado, profundamente en sus primeros años. Le habían roto el corazón en trocitos que no podía ni siquiera recolectar con las manos. Sabía un poco de que se trataba el amor, las largas distancias, los intrincados sacrificios, el día a día difícil y las promesas rotas. La enfermedad y el azar poniendo a prueba los mas apasionados juramentos de estar juntos para siempre. El miedo por si mismo. El miedo que paraliza y hace que alejes a todos de tu lado incluso al ser amado. En el amor estaban los días soleados de los primeros encuentros pero también las tres estaciones enteras de nubes y lluvia que llevaban el que dos personas se conocieran y finalmente se aceptaran. ¿Qué sabía de todo eso aquel imberbe muchacho? Tan ingenuo al inicio, tan irascible luego. Recordaba esos hechos ahora como si fueran vividos por otra persona, fregaba con insistencia los pisos, revisaba las repisas y los bordes de las ventanas, su insistencia en lo impecable, rayaba una vez a la semana en lo obsesivo. Limpiaba la casa y en cada pequeño rincón hallaba el recuerdo de alguien, una frase salpicada de amarga ironía. Amores que no habían acabado bien. Épocas enteras sin asomo de amor, ni siquiera de amor propio.

Si las paredes pudieran hablar y gemir sus penas con ella.

Sus labios se habían sellado para decir un breve te amo, se lo habían dicho en otros idiomas y pensó entonces que carecía de valor. No en todos los idiomas el amor vale lo que para ella valía. A veces solo lo decían en lugar de decir te quiero, o me gustas, o por poner en relieve una emoción fuerte en medio del sexo. El amor tal como ella podría admitírtelo saliendo de su boca cumplía otro tipo de expectativas, esa frase solo era fruto del conocimiento profundo de la persona que deseaba. Ella ya había madurado, o eso se decía. 


Por eso le resultó extraño que con con solo un par de citas, solo unas semanas de conversaciones y risas el le preguntara abiertamente si en algún momento de aquel verano ella lo había llegado a amar y ella sin dudas, sin ningún miedo, le hubiera contestado que si. Que lo amó y que lo amaba. 

Al terminar de decir la frase sabía que se estaba disparando a los pies, que esas cosas no se dicen, que ya somos adultos, para decir niñadas, pero no podía perder nada. Dignidad dicen que se pierde, ella no lo sintió así, si esa frase le quemaba en el pecho desde la primera vez que hablaron, lo había constatado la en el primer beso y habría jurado que era verdad las pocas veces que hicieron el amor. Allí estaban esas huellas en el espejo, las sábanas manchadas, los cuadros movidos de lugar. Esa casa entera se había llenado de el apenas había rozado su vida, tal como su cuerpo y cada uno de sus poros. Ya no tenía quince ni veinte, pero estaba actuando con la misma ingenuidad de aquel chico que buscaba te amos en medio de una relación fugaz de verano.


Habría que limpiar ahora toda la casa, hervir la ropa de dormir como si allí hubiera pernoctado un enfermo, alguien que te puede contagiar con su sola presencia toda esa locura de sentimientos y obsesiones. Habría que limpiar a fondo las ventanas para volver a ver el mundo de afuera y fijarse si era de noche o de día o si ya cambiaron las estaciones en el mundo después de su partida. Y habría que cambiar todas las flores marchitas, los cacharros sin lavar, las miles de tazas de tés calmantes que tomó  para calmar los nervios cuando supo que el no había sentido lo mismo. Que como los adultos dicen, los viejos dicen, había sido solo una equivocación. Ella quizá había sido solo un error de cálculo.


Se abocó a limpiar, a limpiar a fondo, dándose cuenta que jamás terminaría. Y vio la cama y pensó en prenderla como pira de sacrificio y en aquel sillón que le gustaba tanto y que ya tendría manchas de el y de ella, un sillón que nadie aceptaría ni de regalo, porque probablemente estaría hechizado, como lo estuvo ella. Por unas breves semanas, en que decir Te amo, pareció la cosa mas cierta y natural del mundo. 


lunes, agosto 26, 2024

El Chico Dorado

No te equivoques, yo en algún momento también me imagino con hijos. No ahora, pero ser padre de alguien no es una idea que me desilusione. Su voz le venía desde el recuerdo cada vez que atravesaba ese bosque de eucaliptos de camino a casa, a menudo había relacionado ese camino con él de alguna forma en que su mente no hallaba la lógica. Por momentos quizá hasta se lo imaginó saliendo a pasear con el perro sin reconocerla ni saludarla, envuelta en aquel abrigo pardo barato que usaba para los días de viento en otoño. 

Habían hablado tanto, durante un tiempo habían jugado a ser amigos confidentes y luego en un rápido cambio del destino a probar lo de ser amantes. No les había ido nada mal, pero sucedió pocas veces, fueron mas noches las que se pasaron hablando, de libros o de cualquier cosa de la infancia que el quisiera mostrarle para que le hiciera un diagnostico rápido, un nanay sin palabras, como los niños que intentan ávidamente mostrar heridas superadas a su nuevo adulto de confianza. Nunca hablaron de temas que pudieran ponerlos en lados opuestos de opinión, quizá porque eran demasiado conscientes que sus orígenes distaban mucho de ser los mismos.

A medida que caminaba ahora pateando las hojas secas y contemplando aquellos troncos descascarados, vio cuan imposible había resultado esa amistad y sin embargo cuan estrecha se había hecho. Entonces ella no exigió nada. Porque no merecía nada, así lo veía. El tipo le mostraba las fotos de la infancia junto a la cancha de tenis y la piscina, los rizos rubios, la primera clase de nado. Nunca le pidió nada sobre ella, nunca indagó mas de lo que ella quisiera contarle, tampoco preguntó sobre sus padres o hermanos. Ella podría seguir siendo una perfecta anónima y eso les daba derecho a contarse todo, quizá tampoco buscaba verla a excepción de la primera foto en que aparecía envuelta desde los hombros en en un pareo colorido sentada en aquella playa, no hubo necesidad de mostrarle mas. Eres un espíritu libre, quizá le hubiera comentado. De esa amistad no había esperado nada, porque era el tiempo en que no esperaba mucho de la gente.


Un café, una salida por la ciudad. El tipo había escudriñado su cocina con grandes ojos verdes la primera vez que entró a su departamento con la curiosidad de aquel que ignora como viven realmente los pobres. Como se lava el frasco de café para que dure para el ultimo desayuno o como se cuenta la fruta para que dure hasta el viernes. Caminaba ahora por allí en medio de ese bosque que separaba las casas de clase media de las grandes mansiones y se preguntaba si el aun seguiría viviendo en una de esas. Los zapatos de piel, la ropa cómoda como si hubiera sido diseñada para ser usada para personas con su figura y altura. Esa comodidad de vivir en su pellejo como si el mundo fuera solo un juego de piezas que podía acomodar a su antojo. ¿De qué sufría esa gente? ¿De falta de amor? Su timidez era legendaria y por eso tal vez era más cómodo hablar de libros en común y anécdotas intimas con él.  Sin embargo por mucho que le contara sobre si mismo o de sus años de infancia, jamás se sintió unida a el en forma alguna. Sabía de su sensibilidad, de sus muchos miedos, de alguna que otra inseguridad que gatilló en el pasado conductas que ahora exhibía tan orondo frente a ella, pero no. Jamás sentiría que en algún universo lejano su infancia y la suya se pudieran haber juntado. Ella guardaba su distancia. A pesar del sexo, le bromeaba el. Si a pesar del sexo.



A veces cuando se debió enfrentar a otros hombres después de ese encuentro físico se veía a si misma pidiendo tan poco. Había estado con aquel que tenía el derecho de rechazar si quería. Ese que había sido criado en el mundo mágico en donde el dinero jamás falta. El tipo con el apellido que ponía nombre a las calles mas bonitas de la ciudad. Todos los demás hombres eran copias burdas y opacas en un mundo demasiado ancho y ajeno. ¿Qué podía temer con toda esa gente gris, mas que un poco de olvido? Sus nombres también eran olvidables, como el suyo mismo entre los miles de anónimos de una planilla de pago. Sus opiniones eran cegadas por la venganza de los conflictos domésticos, quien le hizo a quien qué, quien opinó tal cosa de que otra cosa. Todo era vano. Lo que pasaba en la televisión y los medios eran el norte de cada día. Ellos como ella, vivían en el margen de ese mundo que decidía las cosas, como se vestiría la gente al día siguiente o cuanto subiría el dólar. ¿De qué podían discutir todos ellos son su vida ordinaria, excepto de una vulgar sobrevivencia? De hacer escaramuzas de éxito o suprema vanalidad para llegar al parnaso, a ese circo que era la vida pública, en la que tu nombre cobra una fugaz importancia entre la página de policiales y la de escándalos diarios.


Fue allí que encontró su nombre la siguiente vez que supo de el. No esperaba que aquel hombre de miles de anécdotas de infancia y maneras resueltas para exigirle directo algo que en verdad deseara, se hubiera casado con la actriz porno del momento. Su chico de cabellos dorados ¿No era el anonimato su mayor poder y su lejanía de la prensa su mayor conquista? Ahora su nombre estaba en las primeras planas de diarios con titulares coloridos. Promocionaban una página porno y la curiosidad la había llevado a comprobar que si, que era él. Sin ocultar ni el cuerpo ni la cara. Pero ¡qué ridículo estaba haciendo! ¿Acaso no era esa actividad chabacana lo opuesto a todas sus creencias?¿ Al mas profundo de sus miedos y restricciones morales? Quizá lo estuviera haciendo por una venganza a sus padres, por una burla a la sociedad pacata que en el fondo tanto detestaba. Eran las antípodas del hombre que ella había conocido. Un hombre enamorado. 


Vamos se decía airada ella, ¡pero si conmigo jamás se había tomado ni un café en público! Es que tampoco se lo había pedido, pareció susurrarle de inmediato alguien desde el fondo de su cabeza. Así como no había pedido nada a nadie en los años que siguieron, porque no lo merecía o no lo quería, lapidándose con frases del tipo, cuesta mucho esfuerzo, mejor para otra vida, para un mejor momento. Que difícil sería todo.


Cuando el nuevo hombre le había hablado de tener hijos y dejarla preñada ella había huido despavorida ¿cómo iba a explicarle en medio del café con leche y las magdalenas que no tenía ningún deseo de tenerlos? Que tendría que hacer mucha terapia para eso y que eso llevaría años, años de vida que no quería perderse. Por eso había recordado aquella charla con el, en medio de esas noches en que insomnes se la pasaron contándose todo tipo de secretos e inseguridades. El hasta entonces tan liberal y abierto en el sexo ( vaya que había sido coherente en su vida ) siempre la había apoyado, pero llegado al tema de los hijos, había reaccionado así. -A mi lo de tener niños no me desilusiona- le había soltado, y en ese momento ella se había dado cuenta que hablaba apenas con un chico seis años menor que ella, que por mucho matrimonio y divorcio que cargara estaba en la flor de su existencia, de los sueños familiares, de querer reproducirse  a pesar de todos los traumas de infancia esa misma infancia de canchas de tenis para otro niño como el, con melena dorada y futuro  promisorio. Su realidad en cambio era otra, ella bordeando los cuarenta, con ese trabajo odiado y tercamente abrazado, su vida de asalariada que llega al mes marcando cifras en rojo, su visión gris de futuro incierto. ¿A qué hijo, relación o futuro podía aspirar ella? Llevaba siglos viendo todo el panorama negro hasta que alguien como el chico dorado llegó a su paradero y comenzaron a fumar hierba juntos.  Era eso. Y ahora cuando pasaba por el bosque de eucaliptos, recordaba aquellas conversaciones en que fueron cómplices, los libros de Camus, las fotos de arquitectura barroca y las ciudades que aun no conocía, que nunca conocería, naciendo de su boca como la promesa de lo que existe mas allá de las murallas de esa pobreza que le había atenazado tantos años la garganta. Se había acercado un poquito a algo, pero no había pedido nada. Porque no merecía nada, ni el café tomado en público como se decía ahora con una sonrisa triste.


Podía quejarse toda la vida de los hombres que habían llegado después pero la verdad es que nunca tuvieron oportunidad, ella jamás les dio nada. No se abrió como con el, porque ellos no eran anónimos, ni amigos.  Ser un proyecto de cita les daba ese extraño peso del que carecían las charlas frescas y honestas con el chico dorado e imposible. Pasadas dos o tres citas sabía que esos hombres comunes y corrientes, la juzgarían y la clasificarían entre las no deseables por sus ideas demasiado ilusorias sobre la vida o por no tener un plan definido para el éxito. 

Ella caminaba con ese abrigo pardo como si fuera el capullo de hibernación de donde nadie jamás la sacaría. ¿Para que abrirse a los otros, perder el anonimato, arrojarse a la entrega del amor apasionado? Eran pocos los casos de amor, de pasión en que la gente dejaba la repisa segura de sus planes y ambiciones para lanzarse a la conquista de aquel abismo que puede significar la existencia errática de otra persona. Sus miedos, sus contradicciones, su rabia. Así como ella no deseaba arrojarse a la locura angustiosa de la maternidad, había parejas que no deseaban arrojarse a ese mar turbulento que podía ser el conocimiento continuo de otra persona.  Solo una cita, dos, para qué mas. Y ella tampoco pedía demasiado ¿Que podía ofrecerles? Ambicionaba ese tipo de amor utópico que era la amistad envuelta en llamas, quizá el chico dorado y la  actriz porno lo hubieran encontrado, sin hablar de Camus, sin hablar de nada intelectual ni elaborado. Así era la química del amor, quizá no debía culparse por pedir o exigir nada a nadie. 

El objeto amado se nos entrega sin ser solicitado. Esa frase resonó en su cabeza como las hojas de otoño bajo sus pies al seguir su camino, docenas de eucaliptos perdían la piel ese otoño, ella también sintió que perdía algo de ella. Quizá la inocencia de haber vivido esperando que le den algo que deseaba mucho pero de lo que jamás se creyó merecer suficiente.

sábado, agosto 24, 2024

El año del Dragón

Al abrir los ojos se preguntó como ese objeto brillante se había quedado colgando allí desde la navidad, poco a poco fue recuperando la visión de las formas y proporciones de los muebles alrededor y reconoció la textura de la alfombra bajo su cabeza, pero era ese objeto dorado el que seguía captando toda su atención. Había estado allí todo el tiempo que ellos habían salido juntos, como una especie de muérdago que sella el beso de dos enamorados, pero ni siquiera lo había notado. Ahora con la cabeza entre las nubes trataba de recordar cuánto rato había perdido el conocimiento esta vez. Tendría que consultar a un doctor. Otra vez y otra vez pasar por los resonadores y los exámenes que no le dirían nada mas allá de que era idiopático. Probablemente algún trastorno en sus electrolitos, que debía hacer pausas mas seguidas, en fin. No valía la pena gastar el dinero de su seguro en un diagnóstico que tampoco sería seguro.

Permaneció allí tirada en medio del salón, ya podía sentir las piernas y los brazos, pero no le apetecía pararse y ser alguien funcional de nuevo. Contó del uno al diez al revés y al derecho se dijo su nombre como lo recordaba del documento de identidad y su edad que por momentos prefería olvidar. Todo estaba correcto. En el silencio de la habitación solo el tictac del reloj seguía incansable su curso.  El ruido de la calle afuera eran cantos de pájaros y coches transitando a lo lejos. Ella se sintió muy lejos de todo aquello también. Cuantos meses habrían pasado desde la navidad, que deseos habría pedido que se cumplieran. El año nuevo, las fiestas y los bailes. Había empezado como un año prometedor y sin embargo ya no lo resultaba tanto.

Su mandíbula tronó al descontracturarse, el año no había empezado para ella en Enero sino mucho después al conocerlo en esa fiesta a la que inicialmente no iría. Verlo fue de inmediato la sensación que volvía a encontrarse con un viejo conocido. La charla fue fluida y lenta, después de todo era la primera vez en dos meses que ella se levantaba de la cama, le costaba tomar el aire para reírse o mantener el ritmo de la conversación. Por momentos incluso sentía una leve opresión en el pecho, como si todo fuera demasiado lento con él. Había cierta prisa en su interior por empezar una vida juntos, esa historia que aparecía y desaparecía en su cabeza como lo hace un sueño inconcluso entre los vapores del vino. No le encontraba otra explicación que su soledad o la química de su cuerpo atiborrado de fármacos para vencer el dolor. Sin embargo al volver a verlo en la segunda cita la sensación de certeza había sido la misma. El mundo corría en cámara lenta, había una historia enorme esperándolos. ¿Por qué no la empezaban ahora? Ya mismo. Se apresuró a pedirle un abrazo que terminó en beso y así las cosas habían terminado sucediendo, originalmente de conversaciones y temas abstractos a temas totalmente físicos y carnales. Los dolores habían desparecido, cualquier debilidad o sensación de falta de aire por la convalecencia previa era rápidamente superada. Al conocerlo el le había dado ese soplo de vida que ignoraba que le faltaba. De pronto sus pasos ya tenían una dirección y sus músculos de nuevo fuerza. Cómo revitalizaba ese amor, no lo podía llamar de otra manera.

Ahora en ese marasmo que la inundaba allí tirada sobre la alfombra gris, solo podía seguir el movimiento de aquel objeto brillante como la novedad de su madriguera silenciosa. Había dejado de oír música, cualquier tipo e música y dejado de practicar con el oboe. Todo sonido armónico le recordaría un poco a el y le resultaba irrespetuoso a ese duelo autoimpuesto. ¿Qué significaban las estructuras musicales sin el en ellas? Todas las canciones habían perdido su significado y el color de las flores también se había marchitado un poco. A su partida el invierno se había dejado sentir con mas dureza que antes y no tuvo motivos para volver a salir de casa a excepción de las necesidades mas indispensables como la búsqueda de comida o ir a la lavandería. Fue en una de esas idas en que al comentar del mal clima  la señora Cheng le habló del mal humor del Dragón. La lavandería estaba llena de inciensos y ofrendas, al ver sus ojos curiosos sobre ellos la dama había hablado: Estamos en el año del dragón y alguien le ha pisado uno de los ojos. Ella le sonrió sin entender nada, así débil como se sentía; pero la pequeña anciana prosiguió. Te ves enferma le dijo, cara verde, manos secas. Ese es el dragón, si no eres fuerte este año, enfermar duramente.

No podía creer cuanto se le notaba el malestar, a menudo la gente intentaba no hacer comentarios de su apariencia o su salud. Había bajado casi 8 kilos y las ropas que antes le apretaban en las caderas parecían holgadas túnicas para otra persona. Está lloviendo mucho, comentó, como para cambiar de tema y justificar que no saliera de la lavandería rápidamente como lo hacía siempre. Todo eso es Dragón enojado. Lluvia del jueves fue la peor, ahí empezó enojo. 


Ella recordaba ese jueves, la lluvia se había dado como un aguacero implacable que la ciudad no conocía. No eran habituales lluvias tan tardías pero una vez empezó no paró. Fue al día siguiente que el le dijo que no volvería. Había sido una conversación telefónica calmada con otros fines, en donde habían reído y compartido, pero de pronto el humor había cambiado los ánimos se encresparon y las palabras fueron hirientes. El había decidido de pronto que era inútil volver a esa ciudad y ella le había dado la razón. No había nada aquí para el. Una ciudad gris en medio de un desierto, solo eso. Al colgar el teléfono, sintió el pesar de no haberle insistido o confesado que lo amaba. No como aman en las películas y que dura dos horas, sino con ese amor macizo que ella podía sentir cada vez que sus ojos se cruzaron. Hubiera querido devolver esa llamada y decir lo siento, por cosas que no sentía, solo por dar sentido y cuerda a esa historia que había empezado a un ritmo lento y que no se ajustaba a los acontecimientos que ella recordaba de alguna otra vida de algún otro tiempo en su cabeza. Si hubiera podido explicarle, quizá tampoco entendería. Era el peso de una profecía, algo mas grande que ambos. Pero acababa de pisar en el ojo al dragón y la historia comenzaba a desacomodarse, tal como los goznes de la puerta o las columnas de l edificio donde vivía. Un ligero temblor  esa noche había hecho que una grieta en la que antes no reparara cruzara toda la pared de la cocina.

Al día siguiente empezó la lluvia y no paró desde entonces, la ciudad no estaba preparada para tanta agua. Ella miraba desde la ventana, pensando como le gustaría contarle, que junto a ella toda la ciudad lloraba que ya jamás regresaría. La casa se puso en silencio. No más musica. Guardó el tornamos, guardó el oboe. El reloj de la cocina mantuvo ese tictac incansable. Se había parado justo a las 5:20 y ella no quiso cambiarle la batería. Marcaría para siempre la hora del deceso. La hora del fin de ese sueño.

Ahora echada allí en medio del salón vacío en donde el ya jamás mezclaría sus libros con los suyos, ni sus discos con los pocos de ella. Pensaba que había sido hermoso soñar con el amor; durante meses había olvidado su propia debilidad y torpeza  y se había deslizado lentamente por el lomo del dragón alado. Sus brazos se habían aferrado fuertemente a su cuerpo confiada en la dirección que el daba, quizá hubiera volado con el en sueños de libertad y heroísmo en la conquista de ciudades con banderas amarillas y azules, sobrevolando estepas o bosques. No importaba. A veces recordaba un sueño dentro de otro sueño y no terminaba de despertar realmente. Quizá no había logrado vivir con el a la rapidez que exigía esa epifanía. Por eso ahora llovía, llovería, hasta que el mundo se acomodara de nuevo en toda su vulgar y rutinaria armonía. Había pisado sin querer el ojo de un dragón en medio de sus desvaríos de amor y el mundo entero pagaría su descuido.

lunes, julio 05, 2021

El Hombre Finito 4: Laura se fue. El Comandante me adoctrina

https://yanohaymasruido.blogspot.com/2012/09/el-hombre-finito-3-laura-el-vasco-y-los.html 




Laura desapareció sin dejar rastro una mañana de Junio en que el calor del verano ya estaba en todas partes. Mi cubículo/habitación quedo entonces vacío y con el hedor a humedad y moho fluyendo desde todos los rincones. Aunque busque no halle ningún rastro de su ropa o de algún objeto personal conocido al cual aferrarme. Hasta esa mañana no me di cuenta que ademas del sexo ella y yo no habíamos compartido casi nada intimo o sustancial en los tres años que habíamos pasado juntos, mas allá de historias de ex amantes y deseos de libertad y viajes por el mundo, disueltos en historias azucaradas que podían ser suyas o robadas de alguien mas. El día que desapareció yo ya no la amaba o quizá ya no la amaba como antes, por eso no corrí a la puerta a buscarla ni llame a nadie a preguntar su paradero. Había temido que se fuera tantas veces que cuando lo hizo me sentí repentinamente cansado y viejo. Me senté en la cama a oír como el reloj hacia con sus agujas un eco metálico en la habitación vacía, mientras una cucaracha cruzo el cuarto sin ningún pudor, al saber que tampoco iría por ella. Mi cuerpo lo sentía pesado con un núcleo de concreto que debía estar imantado al mismo centro de la tierra y se extendía hacia afuera con extremidades ampulosas difíciles de levantar del piso. Era yo un organismo inerte y sin fuerzas abandonado en aquella habitación de paredes con filtraciones de agua, en donde el sonido de los ratones rasgaba desde adentro.  Cuanta miseria pensé, al irse Laura la magia de ese palacio inventado se había marchado con ella y solo quedaban migajas de la vida miserable que tenia por delante. Me pregunte si así era la muerte. Si esa sensación de abandono y de sentirse absurdo dentro de una realidad a la que ya somos ajenos, seria la misma que me ocurriría el día que muriera, si me costaria tanto levantarme del piso y solo me abandonaría a que apaleen tierra sobre mi rostro, hasta enceguecerme.  Eso, a decir verdad, ya no importaba tanto. O importaba muchísimo. Porque una vez terminado el amor importan con más materialidad aquellas cosas que jamás se dijeron, esas deudas de valor y esos silencios se cargan con un peso intrinseco ligado al propio dolor, tornándose también mas tarde en un dolor físico. Todo lo reprimido empieza a brotar  entonces, con millones de porqués. No había llegado a confesarle mi miedo a vivir ni mi miedo a morir. Ella se había ido sin saber quien era yo, quien era ese amasijo de miedos y pesares y yo desconocería para siempre todo de ella. No había hecho las preguntas correctas, quizá no había prestado la suficiente atención. Habíamos sido dos seres ficticios viviendo una mentira. Era una situación triste esa, más allá del abandono. El saber que habíamos perdido la oportunidad de conocernos de una manera real y humana.


-“Es que la historia del amor es la historia de las grandes conversaciones”- había dicho el Comandante una de las madrugadas que vigilábamos la casa de Haniel Suarez. Eran madrugadas largas en que hacíamos de vigias desde su terraza, a veces bebiendo café o fumando. Madrugadas largas en que lo conocí mas a fondo, mientras me enseñaba como limpiar un arma, o como ubicarse sin brújula en el mar solo por el rastro de las estrellas. Teníamos casi la misma edad, el me llevaba ocho o diez años apenas pero su apariencia era la de un viejo corsario con heridas de batallas de otro tiempo. El estaba lleno de cosas interesantes para enseñar y yo estaba ávido por aprender todo, pero hasta ese momento el tema del amor no había salido a flote. 

-No creí que fuera un romántico Comandante. Hasta de asesino le he visto pinta pero de romancero, nunca- le dije encendiéndole cigarro mientras le guiñaba un ojo por el humo.

El se rio de buena gana con una risa enfisematosa que hizo eco en los vacíos de la noche. Para vivir haciendo esto de querer cambiar al mundo, hay que ser un poco romántico, no crees Marchessi?


Estábamos embarcados en ese proyecto desde hacia varios meses, apenas lo conocí y supo de mi condición de muerto andante, hizo de todo para que me uniera a su causa y como yo no tenia nada que perder me fui con el. Empezó explicándome porque era necesario cambiar el mundo y a cuales responsables había que dedicarnos a eliminar en ese proceso, tunantes, escoria de la sociedad que debía ser apartada silenciosamente sin levantar barullo, políticos de medio pelo y recaderos de otros políticos aun mas oscuros. Nosotros seriamos los encargados de ir rompiendo los hilos intermedios, los puentes que se podían tender entre una y otra mafia. Y vaya que las había! Según lo que me explicaba las corrientes subterráneas eran tales, que existía una mafia desde el sector de la construcción hasta el de los panaderos. Así es como se movía el dinero y así es como se realizaban o no las obras. Yo ignoraba todo eso, porque nunca me había importado saber como era el mecanismo detrás de todas las cosas, de donde me veía el dinero que ganaba en los trabajos eventuales, o como es que incluso trabajando todos los días de mi vida, mi situación de pobre y obrero del sistema jamás cambiaria. El comandante me lo comenzó a explicar de a pocos y como si fuera un niño idiota. Tenia mucha paciencia. Me dio los libros, las armas, la teoría. Me hizo razonar y contradecirme una y otra vez en busca de la verdad. Le puso un objetivo a mi vida que hasta ese momento no había tenido otro que no fuera revolcarme por sexo, mientras esperaba la muerte. 

Éramos vigilantes de ese submundo y estábamos atentos al mas pequeño cambio dando avisos a los ejecutores del plan general cuando era necesario, pero también- y eso me lo había remarcado con mirada de acero mientras limpiabamos las armas- podíamos  en cualquier momento, pasar a ser la parte ejecutiva y claro, yo era su hombre clave. El arma secreta si todo eso fallaba. El chico que tenia la bomba en la cabeza y no temía morir.

-Mira Marchessi lo que a ti te ha faltado en la vida es amar a una mujer de a de veras, me dijo cuando me mude a su casa, que no era sino una buhardilla repleta de libros hasta el techo. Porque Mal de amores los tiene cualquiera que se arreche con el sentimiento. Pero el día que amas te dan ganas de vivir no de morirse. Y tu no haz dejado de morirte ni con ella ni sin ella.


Lo decía mientras me cargaba con la cara ensangrentada y la nariz rota de los golpes que me habían dado en la discoteca por andármela dando besos borracho a la chica de uno de los gorilas de allí. Esas peleas después de Laura habían sido frecuentes. Yo solo me iba a beber y hasta que no me sacaban a golpes la fiesta no terminaba. Fue de una de esas golpizas que me había rescatado el Comandante apartando a todos con su bastón de roble y me había llevado a rastras a su casa para curarme las heridas de la cara y un poco las del alma. Me vendo el brazo roto y la cabeza, me dio de comer, me ofreció su piso y sus libros y por sobre todo, permitió que no me quedara en silencio mientras el hablaba. Me iba sacando pequeñas cosas de mi infancia en las que no había reparado, sutiles traumas de personas y tiempos que habían sido hábilmente enterrados. Le hable de Laura no una sino quinientas mil veces, pero el no se conmovía con el tema. Decia que lo mío con Laura no era una causa sino mas bien una consecuencia de todo lo que me había pasado antes, de todas mis carencias y también las de ella y hasta que no solucionara eso, vendrían mil Lauras mas y de todos los colores.

-Pero a ella no la conozco así que ya está, que se vaya a freír espárragos que  al único que podemos curar por lo pronto, es a ti que estás aquí y hay tiempo,  decia.


Curar de que o para que? Me preguntaba a solas en medio del insomnio acompasado por sus ronquidos a mitad de la noche. Acaso no sabia que me iba a morir igual? Que no había nada que curar ni mas sentido que dar, porque ya estaba escrito como un papel oscuro lo que me deparaba el destino? Habían sido tres años en que Laura y yo habíamos compartido el piso, la cama y las desventuras. Sentía que conocía su cuerpo palmo a palmo pero la verdad  es que los seres humanos nunca nos terminábamos de conocer del todo. ¿Quien era ella? ¿A donde iba? ¿Que buscaba de mi? El comandante me repetía que no había sido amor sino arrechura, pero cuando yo pensaba una y otra vez en su melena despeinada o en sus pies tatuados no era el deseo lo que se movía en mi sino mas bien un sentimiento esponjoso que me reblandecía por dentro. Era difícil explicárselo, si lo que un hombre debe sentir por una mujer no sea acaso algo mas encaminado a la dureza y a lo falico,  sin embargo pensar en sus labios o en sus ojos al abrirse por la mañana me generaban más sentimientos tiernos que de deseo. Mirar a Laura le daba a mi corazón la textura de una galleta y ella se tornaba en el tazón de leche tibia en donde quería desmoronarme para siempre.


-Son tonterías de niñato, me dijo el Comandante. Eso no es amor. El amor ya te lo dije es la historia de las grandes conversaciones 

-Entonces usted y yo de tanto hablar vamos a acabar enamorándonos-solté yo con sorna .

-No digas estupideces, Manolo. No me haz hablado de una sola frase de valor que te haya dejado ella, una sola charla que haya sido memorable como para quedar exhaustos hablando ¿Es que nunca te haz topado con una mujer con la que te importe mas pasarte la noche hablando que pensar en como te toca el pito?

-Pues …-cavile unos instantes pensando en las manos y en la boca de Laura- Pues creo que siempre me ha ganado el deseo.

El comandante se movió cansado y rengueante por la habitación hasta llegar a un libro gordo forrado en cuero rojo, mugroso y desgastado por las orillas.


-Léelo, quizá te cambie la vida como a mi - y me soltó el libro sobre la mesa, mientras encendía el mechero que ilumino por un breve instante su cara llena de cicatrices. 

Al abrirlo, una mezcla de aroma de neftalina y lavanda ascendió hasta mi nariz. La dedicatoria iba firmada con una letra azul firme y decidida. 


Que lo que hablamos hoy no se quede en sueños.

Tuya por siempre. Clara H.


Esa noche el Comandante me hablo por primera vez de Clara Hernández alias Lola. Su mujer, su amante, el motivo que lo había hecho creer que el mundo podía cambiarse. Esa noche me dormí pensando si existía en el mundo una Clara para mi y si tendría el tiempo de encontrarla.


………….


Viene de: El Hombre Finito

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...