Al ver la nueva casa enclavada en aquel parque donde trinaban los pájaros le pareció que le hablaban desde dentro de un sueño. Es tu nueva casa, te estaba esperando. El estilo de cornisas inglesas, el pórtico blanco y la carísima puerta de nogal negro con llamador dorado ya habían sentir que valía todos los ceros bancarios que le llevaría pagar esa hipoteca. Llamarla casa era mucho decir, era un departamento grande dentro de un edificio para ricos, de esos pequeños que no superan los cuatro pisos, sin elevador privado porque a la gente bien le gusta subir escaleras de mármol. Afuera criadas con perfectos uniformes blancos paseaban perros de pelajes brillantes y niños que no hacían ruido. Solo el trino de pájaros acompañaba la magia de esa visión de su futuro.
Cuántos años había esperado por un lugar así, jardín perfecto, estacionamiento privado. Veredas limpias sin cacas de perro en las orillas. Silencio. Se había mudado de tantas casas de niño y hacia tantos lugares feos de perfil desordenado con ladrillos colorados saliendo por los cantos, en donde hubo que acomodar como sea sus pocas pertenencias para que por un momento ese cubículo de paredes estrechas y olores fétidos pueda llamarse hogar, que ya ni recordaba lo mucho que había esperado vivir en una casa que no tuviera colores chirriantes en las paredes, ni cables panzudos tapando el panorama de las ventanas sin limpiar.
Uno de los motivos para salir de toda aquella precariedad había sido Norma, su primera novia. La que vivía en el barrio de los parques sin rejas, a donde tenía que llegar tomando dos micros y luego caminar derecho por una fila llena de palmeras altas y desangeladas. Se habían gustado por las canciones en inglés y porque el tocaba a la guitarra, la música siempre le había traído suerte a su familia. No tocaba muy bien pero eso no importaba, practicaban juntos, aprendían letras nuevas juntos y de vez en cuando para dejar de masticar en inglés palabras que no entendían del todo, hablaban de algún librito que ella hubiera leído. Norma veía poca televisión, decía que sus padres la habían prohibido en casa porque hacía daño a la memoria, por eso nunca sabía las bromas actuales ni sobre las series o personajes de los que todo el mundo hablaba. El veía poca televisión porque nunca estaba en casa, leía en los largos trayectos en micro para no quedarse dormido. Había inventado mil maneras para evitar ese cubo sin ventanas que era su casa y solo volver cuando estuviera bien entrada la noche. En el día el colegio, en la tarde el fútbol o el inglés que empezó a pagárselo el padrino con la esperanza de que algún día emigrara y se fuera a trabajar con el, pero que luego tuvo que pagárselo solo, haciendo trabajitos escolares o dando clases de matemáticas. Eso no sabía Norma, para ella él solo era el rebelde que los jueves llevaba la guitarra a clases de inglés y que la acompañaba a su casa hablando de los sueños, de fantasmas o de cantantes que ya habían muerto.
El la acompañaba hasta su casa porque allí practicaban las canciones en un cuarto de música que tenía ella en donde había un piano que jamás tocó; al inicio ella lo había invitado para que viera ese piano porque el le había inventado que tocaba de oído cualquier cosa que le pusieran delante, pero al llegar apenas si hablaron de eso, hablaron hasta que no hubo mas temas en el mundo para hablar y sin embargo al siguiente jueves, como dos adolescentes hicieron el mismo camino y tuvieron mas cosas que decirse.
La casa de Norma era limpia y de pisos que siempre olían a cera. La puerta pesada y brillante, sus muebles mullidos y cómodos. A diferencia de las casas en donde el se había mudado una y otra vez que costaban de una sola pieza central y una o dos habitaciones de dormir para todos, en la casa de Norma existía una habitación para cada cosa que se les ocurriera hacer en la vida, una para recibir a las visitas, una para comer, otra para ver televisión ( que jamás veían ) una para cocinar y otra incluso para oír musica que era a donde Norma lo llevaba siempre, allí habían discos hasta el techo y un tornamesa que ninguno de los dos sabía bien como encender sin hacer chirriar. Reían entonces, con el miedo de estar entrando a un mundo secreto que sabían que podían echar a perder. Norma hablaba y reía siempre, con ella no le daba miedo hablar de varias cosas, aunque se guardaba las de casa, esa miserias con las que inconscientemente sabía que la mente de Norma jamás podía lidiar en esa casa de esquinas y márgenes pulcros y perfectos.
En el cuarto de música casi se habían besado y ahí los había descubierto la sirvienta, desde entonces ya no había podido entrar a su casa, pero la acompañaba hasta los parques vecinos, no es necesario le decía ella, pero ese trinar de pájaros le daba la calma que en los barrios que el frecuentaba ni siquiera existía. Nunca habían llegado a ser enamorados. Algunas veces en sus sueños de adulto, en las noches donde el sueño era más pesado, por los reveses del día, volvía a ese momento de las caminatas bajo los almendros y a querer rozar su mano blanca con la suya callosa. Norma no lo miraba pero aceptaba su cortejar, risueña, con esa sonrisa cándida de las clases de inglés a los once años. Luego se besaban y ya no había preguntas, solo ese ardor que emanaba desde el centro del cuerpo, esas ganas de que Norma lo invitara de nuevo al cuarto de música y sobre el piso encerado terminaran con menos civilidad lo que tan mansamente habían comenzado.
A medida que fue creciendo habían existido muchas mas Normas, otras que vivían mas cerca a casa. Otras con las que no habló tanto o no tuvo que hablar tanto antes de poder tocarles un seno o llevarlas a su cama. Camas sin sábanas que olían a frazadas guardadas y a ropa interior deslizándose fuera. Había cambiado de casa de nuevo, pegar posters en las paredes para que no se vean los huecos o las manchas de manos de grasa de otros inquilinos. Reemplazar clavos en la pared para colgar las ropas usadas y evitar plancharlas a menudo. Compró dos camisas nuevas, porque lo de profesor de matemática lo había cambiado por profesor de inglés con clases a domicilio para chicos de escuela secundaria. Iba pulcro, corte militar, sin colonia, sin reloj que le pudieran robar. Florecían las conversaciones sobre cómo hacer dinero fácil con sus amigos, sobre cómo ganar dinero rápido. Novias bonitas que parecían una fuente inagotable de deudas y caprichos varios, que lo vieron como una billetera andante por dos o tres meses, que era lo que le duraba despertar y darse cuenta que no se podía seguir hablando de nada con ellas. Unas mas ambiciosas que otras, sin ambición alguna por cambiar de vida, de barrio, de conversación vacua. Hablaban de hijos, de tener familia algún día. ¿Qué sería de Norma la primera chiquilla con la que había pasado las tardes viajando en micro por la ciudad. Ella también estaría desmantelando la economía de alguien con caprichos de niña rica? A ella también después de un par de meses cogiendo le vendrían esas ganas imperiosas de hablar de hijos y de futuro juntos como el orden natural de las cosas?
La última casa a la que se mudó ya no fue con la familia, ni en un barrio marginal, sino un sencillo cuarto de un barrio moderno a donde solo llevó un cajón de libros y una mochila de ropa. Entre tantas mudanzas ya había aprendido que era adecuado llevar y no llevar cada vez que se iba. La nueva habitación era limpia, de paredes color gris y baño compartido. En la noche las paredes dejaban oír los gemidos y peleas de todos los otros, pero al menos tenía una cama propia. Una cama con un cobertor propio, que importante era eso. En el piso de abajo había una cocina que compartían varios, no fue difícil mantenerla aseada, pero rehuyó cualquier contacto con los otros inquilinos además de un seco buenas noches. Seguía manteniendo su costumbre de usar el hogar solo como casa habitación y llegar a la medianoche, para salir antes de las 6 am. Los domingos, perderse a caminar por algún parque o bajar a la playa a ver el ritmo de las mareas y seguir con mirada tonta el equilibrio de los surfistas. Se mudó de allí cuando los ratones se apoderaron de su habitación y sus cosas, había aguantado el ruido de uno o quizá dos por las noches, pero la vez que mientras hacia el amor con la novia de turno, saltaron tres entre la ropa y las cajas de galletas y bolsas de papas fritas que guardaba como tesoros. Supo que no podía seguir ignorándolos. Los gritos desaforados de ella, la linterna prendida en búsqueda de los invasores, todo ese caos de ropa cayendo y zapatos volando, el ruido del papel tapiz que se rompía, le evocó un poco a casa. Parecía siempre correr de allí pero incluso en ese barrio bonito la miseria de su infancia de alguna u otra forma lo alcanzaba.
Ahora años después de privaciones y sacrificios que solo conocían su estómago y la planta de sus zapatos, estaba allí frente a esa casa perfecta, con su futuro departamento de medio balcón y cochera privada mirándolo justo a los ojos. Tres habitaciones. Vista al parque, portero eléctrico. Sin áreas comunes, que eso es para la gente pobre. Se preguntó con qué llenaría esas tres habitaciones, si ese departamento no sería la delicia de las chicas con las que había andado en su edad temprana, siempre a la búsqueda de formar una familia o hijos bonitos. Quisiera tener uno con tus ojos, le había dicho alguna. Y el se había preguntado ¿qué ojos? Que le podían importar sus ojos, si ellas no sabía lo que miraban, ni lo que habían visto. Mas allá de la flaquísima Norma nadie más le había vuelto a preguntar nunca qué quería o qué sentía, ni en inglés ni en ningún otro idioma. El quería una casa blanca como la suya, que no se moviera nunca, le había contestado una vez y Norma se había echado a reír como se ríen las niñas sin preocupaciones de ninguna especie, mientras caía el sol de las cinco de la tarde en ese autobús que los llevaba a su casa.
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