domingo, mayo 06, 2007

Sempiterna

Antes que terminara el verano volví a casa. Fue el día que mi padre se dio cuenta que yo estaba envejeciendo. Mientras retozábamos en la arena, sin sombrilla, acostados sobre mantas de colores, tomó mi pie que descansaba sobre su pecho insolado y entresueños oí que le decía a mi hermana: Parece que esta niña hubiera vivido cien años, sus plantas tienen las líneas de una persona muy, muy vieja…

Yo desperté y mientras flexionaba el pie para darme cuenta que el viejo tenia razón y que mis plantas tenían tantas nervaduras como cualquiera que ya hubiera caminado el mundo 100 veces de ida y de regreso; sentí una enorme soledad al darme cuenta que toda la gente que amaba solo me había acompañado ese largo camino a trechos. Ahora comprendía que incluso mi familia, solo sabia rasgos de mí, de mi personalidad más buena y accesible, el resto de personas, tal vez no sabría nunca nada de mi o de quien en verdad era.

Solo tengo 27 años y en efecto a veces me siento como una pequeña anciana arrugada en un pellejo demasiado grande. Las arrugas de mi vejez no salen a la luz tan fácilmente, como cuando amo o cuando odio. Las arrugas de mi ser, no son evidentes sino hasta el momento en que abandono la piel de lobo y quiero mostrar mi rostro mas limpio de inocente cordero. Es entonces que es evidente para el que duerme debajo mío, que ya no soy la niña de ayer, sino solo una anciana con miles de recuerdos que no logra contártelos por suficiente a tiempo. A veces mi soledad parece eterna, que la hubiera cargado por cientos de años, que mis odios pesaran más de lo que podría soportar una persona común y corriente, que aun no he reconciliado todas mis partes y por eso vivo en continua introspección, en continua rebeldía contra mi misma.

Creo que mi padre me conoce mas que nadie; esa tarde en la playa vi sus ojos aclarados por una repentina sabiduría, que solo dan los años vividos. Sentí que sabia todo lo que me había pasado, que podía oler ese vaho a melancolía de cuando finjo que solo duermo, para no contestar preguntas, ni hablar con nadie, ni dar demasiados datos de mi estadía en este mundo sin señales de retorno, ni semáforos en luz roja que indiquen cuando al fin detenerse. Sentí que no podía ocultarle nada de lo que embargaba mi ser de dolor o de alegría, que frente a sus ojos, yo ya había envejecido mucho antes que mi rostro o mi piel dieran señales de ello al resto de personas que me rodeaba. Mas allá de mi apariencia frágil de persona inmadura, mis pies habían comenzado a delatar, el proceso de envejecimiento que ya había iniciado en mis surcos cerebrales, en los pliegues de mi iris, en lo tortuoso de mis arterias o en la rugosidad casi invisible de mis uñas. Los ojos de mi padre sobre mi, eran ahora un microscopio que detectaba la velocidad a la que mis células morían, mi cabello caía, mi sangre se reprocesaba. Mas allá de cualquier proceso físico, sentí que en ese atardecer de Marzo, mi viejo acababa de ver a mi alma oculta como un viejo gnomo, en el intrincado laberinto de mi ser.

No siempre fui vieja. Durante el amor he vuelto a nacer muchas veces y me he sentido frágil y temblorosa como una hoja que resiste en la rama otoñal, mi grito se ha apagado en mi garganta a punto de dar un enorme sollozo de dolor ante el retorno a mi misma. Mis ojos se han cerrado bajo un cielo ilimitado de color amarillo.
Al llegar al orgasmo un moco transparente y diáfano ha salido de mí, como el líquido amniótico propio de una persona que nace de nuevo. Que se ha vuelto a parir en el momento en que se deja llevar y se entrega completamente.
Luego, pasado el orgasmos, a cada minuto que recupero la conciencia y cae mi alma desde el techo, en grumos de nostalgia, dolor y ternura, comprendo que mi alma envejece. Que a cada segundo después de mi más reciente nacimiento, vuelvo a envejecer a la velocidad alucinante de los cuerpos celestes que son expulsados de regreso a la tierra. Que son devueltos al amargo dolor de la vida.

Las veces que me he tocado aun sin deseo, han sido para perder la conciencia de mí y de mi entorno. Para lograr el abandono, la redención, el perdón a mi misma. Para poder nacer de nuevo, aunque eso me cueste huellas cada vez más profundas en un alma acartonada de poemas, de amores y de dudas.

Soy un papel viejo, una mujer anciana, una planta de pie con tantas nervaduras como podría tener una flor prehistórica y extraña, que se ha comido carnívora y mala a los seres que ha amado a su paso por el mundo. Los ha tragado y digerido como hombres sucios, simples terrenales, a seres que habitan en recuerdos perfectos, prístinos e inalcanzables. Una flor de colores salvajes que no muere nunca, nutrida por la esperaza lejana de volver al jardín prohibido de las cosas sin mancha.
Estoy tan vieja. Soy yo hace tanto tiempo, que ya ni me acuerdo. En el despegue de la tierra al cielo y del cielo a mi misma, me he perdido de tantas cosas humanas y he vivido solo aquellas experiencias, que me parecieron sobrenaturales, que un día abrí los ojos y me di cuenta que el resto del camino a pesar de tanto amor vertido sobre tanta gente, tendría que acabarlo sola.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Alucina que también siento lo mismo, aunque no ultimamente. Pero en fin, si vas a caminar quizás me encuentres cuando quieras. No todo es perfecto y hasta el alma se cansa del cuerpo y la uña de la mugre

Marea dijo...

...la condena de la soledad...
...me lo vaz a decir a mí...
al menos las arrugas te salen en los pies y no en la cara, ja, ja, bueno de algo tiene que reirse uno. Un abrazote, tu post genial como siempre.

Edem dijo...

No eres vieja, preciosa... solo demuestra que has madurado. El problema, es que eso cansa.
Cansa mucho. Y cuando miras atras, te das cuenta del camino realizado, y te quedas asombrado.
Yo por lo menos, trato de verlo, y tambien, me suelo preguntar sobre el.
A veces, me pregunto a mi mismo, a mi niño interior, si estaria satisfecho con el hombre que soy ahora. Si hubiera esperado algo mas.
Y tambien, me pregunto por mi futuro, por las batallas en las que tendre que luchar, sin saber si en este mundo de acertijos, podre ganarlas o no.

Pero tu... tu eres la fuerza personalizada, tu eres un avatar de la voluntad. Lo se, porque yo no tengo tanta, y por eso suelo admirar a los que la tienen.
Asi que, en ese ciclo de la vida, en el que renaces y mueres, en el que rejuveneces y envejeces, piensatelo...

Y otra cosa... no estas sola, en estos caminos de la vida.
Curioso, porque estaba pensando en una cancion para ti.
El cantante es malo, pero te gustará. Creo que en parte, es como te sientes en esos momentos.
Se llama "Todo fue como un sueño".

http://www.youtube.com/watch?v=uoweUdDln5U

Ya sabes donde estoy, preciosa.
Un saludo de Enrique

El Doc dijo...

Te siento, Laura, como aquella poesía de Botero:

LO UNICO
QUE NO DEBI
HACER NUNCA:
FUE CRECER
TANTO.


No sé si eso es malo, querida Ingenua. Las arrugas pueden denotar también experiencias... claro, no siempre las experiencias se adquieren de la mejor manera, y eso también deja huella. Como alguien me dijo: "El buen juicio proviene de la experiencia, y la experiencia proviene... ¡de haber tenido mal juicio!". Sin embargo, todos los años, toda la madurez que tienes ahora, que te sirva para tu siguiente paso en esta tierra.

Como dices... te sientes una vieja en un cuerpo de 27... entonces usa toda la sabiduría que te dan los "años" para este tiempo nuevo que te toca vivir, ¡y sácale el jugo!

Puedes ser madura, experimentada, hasta con muchos años tras la espalda. Sin embargo, mientras no pierdas la fe, la esperanza y las ganas de hacer algo más, seguirás siendo joven, aunque tengas noventa años.

Un beso y hasta la próxima.

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