viernes, noviembre 14, 2008

Espejismos de retorno a casa

Lima tiene un clima raro. A veces en medio de la vorágine de movilizarme de un lugar a otro, la termino confundiendo con otra ciudad. Cualquier otra, a veces totalmente surrealista con su neblina eterna y su cielo color panzeburro; es entonces que comienzo a ver con extrañeza las ventanas de los pisos superiores, las cornisas gastadas, los balcones en herrumbre albergando fantasmas de otra gente.

Pasa que miro y de pronto la ciudad es simplemente otra. A veces, una ciudad inexistente, que sirve de escenario a mis pequeños dramas personales, un escenario gris por supuesto, con la única finalidad de que brillen un poco las historias que me ocurren. Lima, una ciudad que debería tener aroma de fruta pero que usualmente no huele más que a la descomposición de todas sus glorias muertas.

Hoy por ejemplo al volver a media tarde con ese sol que no es ni fu ni fa, con ese airecito que ya dejó de ser frío, con esas nubes que se despedazan con timidez en las puntas de los edificios, en esas calles medio vacías con gente que camina adormitada después del almuerzo, pensé no que estaba en Lima, sino en la ciudad de mi infancia, mi pequeña ciudad.

No recordé ningún hecho en particular, ninguna anécdota que pudiera ser contada, simplemente se me vino fuerte, como una bofetada ese clima que inundaba las tardes de una primavera que empezaba, allá en los días en que Setiembre era un mes de flores y el verano siempre comenzaba en Diciembre. Esos tiempos en que nadie hablaba de calentamiento global y que se sabía de siempre que el año 2000 sería el fin del mundo. De mi mundo.

Eran los tiempos en que las estaciones estaban bien marcadas, así como las fechas de aniversario o las fiestas de cumpleaños. Todo tenía un lugar en el horario de mi vida, todo tenía un tiempo. Los campos comenzaban a quemarse en marzo para el inicio de la siembra y ese ambiente de humo cargado y tierra removida, generaba entonces aquel dolor intenso en la boca del estómago, esa angustia por volver a clases, ese tormento de ser separada de la familia de nuevo. Por volver al colegio, ese circo romano en miniatura donde siempre se lucha a solas.

A veces pienso que toda mi vida ha sido marcada por eventos de separación que tolero muy poco. Eventos de separación que tardaré en digerir años, meses o toda la vida. No creo pues, que sea solo azar, el hecho de nacer jalada por las patas dos semanas después de la fecha esperada. No creo que sea azar que toda la vida he deseado volver al lugar seguro y tibio donde la oscuridad me albergaba como una semilla que jamás quiso ser fruto.


Vuelvo atrás en mis pensamientos y me hallo de nuevo en mi ciudad de calles pequeñas, que para ese momento consistía en mi universo extenso de peligros en cada esquina. Vuelvo a la puerta de mi casa, a esa reja detrás de la cual veía pasar a los niños rumbo al colegio, haciendo muecas para sacarme la lengua al mirarme.
Horas de horas, tratando de digerir la idea de no ser aceptada, pensando en que debe haber algo en mí que al resto no le agrade ¿mi físico? ¿mi miedo? ¿es que acaso podían oler ellos mi miedo de salir de casa entonces?

¿Puede una niña de 5 años sentir eso? ¿Sentir que no es aceptada?¿Que mas allá de las puertas de casa hay un extenso mundo en donde la gente no le profesará más que insultos y burlas? Un mundo al que deberá adaptarse como si no importara.

¿Puede ser tan sensible un niño? ¿o ya era vieja entonces? Como ahora, como hoy que siento que he pasado por las pieles de muchas mujeres, sin darme cuenta y que he vivido muchas vidas bajo un mismo cuerpo que conserva la misma expresión ingenua de entonces, pero que por dentro alberga historias que da miedo incluso contarse a si misma.

Lima, a veces se llena de un clima raro, una brisa que no es más que el aliento marino de muchas eras antes de nosotros, de muchos peces prehistóricos, de mucha tierra que antes fue océano y hoy solo es desierto ante los ojos. Un desierto que promete espejismos, ficciones, esperanzas de hallar un algo que no existe y que sin embargo impulsa a seguir adelante, ingenuamente adelante.

2 comentarios:

Jol dijo...

Martillera.

¿Así de manera ingenua es lo último como un título señala a alguien que es ingeniosa?

Lima, en clisé, la horrible tiene su encanto y en él estamos constreñidos a sentir una y más emociones. Lima tiene ese río Rímac maloliente, sus calzadas viejas, putrefactas, carbonizadas e improvisadas. Nuestra ciudad se humedece tanto que nuestra ropa no seca a veces y nosotros nos enfermamos de bronquios varias veces. Acaso por algo nacimos aquí. No se sabrá ello a ciencia a cierta hasta que estemos en un punto lejano de nuestra vida y podamos responder de manera enérgica. Mientras tanto, Lima, como otra ciudad no muy esplendorosa y con una historia que nos cuentan en los colegios y canta borracho uno que otro viejo, está para ser ineludiblemente aceptada.

Si no fuera así, tirarse al Rímac para morir con irrisión no tendría mucho de ingenuo. Hace tiempo que el nivel de las aguas parece el de un arroyo de 'pichi'.

Un saludo. ¿Y cuándo vas a dignarte a conversar?

rafael dijo...

Se necesitan muchas vidas para escribir como tu lo haces...

Otoño en Lima

Es lo primero que escribo luego de una larga temporada. No era mi intención hacerlo, pero el café y este cielo nublado son malos consejeros....