viernes, diciembre 12, 2008

Nos odiábamos tanto. Ella y yo éramos diferentes en tantas cosas que los viajes rumbo a casa resultaban interminables, espacios gigantescos de silencios incómodos, de charlas que no llevaban a nada, yo asintiendo ovinamente a sus conceptos sobre la felicidad y ella hablando de sí misma como si yo tuviera algún lejano interés en sus manías de niña perfecta.

En esos momentos bien me habrían hecho un par de audífonos, un cigarrillo, o una pistola cargada. Pero ni modo, debíamos irnos juntas cada noche, ella por miedo a conducir sola, yo por miedo a tomar un taxi en ese barrio de mierda en donde ambas trabajábamos. Terminaba con los pies molidos después de casi 15 horas de jornada de caminatas, subidas y bajadas en ese hospital infectado hasta en sus más mínimos rincones de la ya temible TBC.

Pero ni hablar de quejarme delante de ella, ni hablar de querer irme más temprano, de que me daba horror infectarme de algún germen multiresistente, o de que a veces quería darme a golpes con uno que otro familiar maleducado. Eso jamás! Yo estaba frente a la chica perfecta que amaba trabajar 25 horas al día y luego irse al gym a correr 2 horas enteras. Ese tipo de mujer que come sano, que jamás habla malas palabras y de la que sus amigos siempre dicen cosas como: Es linda, o no hay otra como ella.

Cómo quejarme si su concepto de felicidad era trabajar eternamente sin tener nunca una vida propia? Si me había comentado en el primer viaje juntas que su máximo ideal era quedarse a trabajar en Perú y poder cuidar a sus padres y enterrar a sus abuelos como agradecimientos a todo lo que habían hecho siempre por ella…un discurso tan azucarado y de buenos sentimientos, que en el acto me vinieron las náuseas al darme cuenta que nadie podía ser tan tonto como para creerse semejante hipocresía.

Sin embargo, ella sí. Lo peor de todo es que no solo era buena, sino que se lo creía tan fehacientemente, que alrededor suyo todos terminábamos siendo más que personajes grises e infelices, cuyo único regocijo era el placer mundano de volver temprano a casa a tener un poco de sexo o comer alguna comida caliente.

No sé en qué momento la antipatía resultó mutua, como es que resultaba en frases y órdenes tan cortantes, que no dejaban espacio a réplica. Cuando fue que me di cuenta que a diferencia del resto ella jamás se reía de mis bromas, de mis ironías sobre la gente, de mi humor malsano. Que prefería callarse o si contaba yo algo, cambiar abruptamente de tema, como si yo no existiera.


Ya me había pasado antes, con mi anterior jefa. Por eso la reconocí en el acto, esa poca tolerancia para el doble sentido, para el sarcasmo acerca de la vida y la muerte, era una tara usual en los médicos con los que me había cruzado. Un excesivo respeto a la forma, olvidando con frecuencia que el fondo de sobrevivir el día a día en este trabajo, era irónicamente no tomarse la vida tan en serio. Pero vamos, que iba a entender ella de mi humor más negro? Mis frases sonaban a insulto, así que tendía a callarme, de la forma que lo hacen las mujeres educadas como ella: Con un fino desprecio al no decir absolutamente nada.

Yo la veía ir de aquí para allá entre el hospital, el gimnasio y las dietas, tan perturbadoramente perfecta, que me preguntaba, en qué momento tenía un poco de gozo carnal y humano?
Sabía por su propia boca que novios había tenido pocos y siempre de los mas feítos, porque y de inmediato tenía que decirlo: A ella le importaba siempre más la inteligencia que el físico…Esa frase, que era un buen intento de cojudiómetro, ya la había oído mil veces antes en la mayoría de doctoras guapas del hospital y siempre tenía para mí el mismo trasfondo de mujeres inseguras temiendo querer a un hombre guapo que las coroné de cuernos.

Eran los tiempos que yo andaba con guapitos de ese estilo, una buena estampa al lado, como quien luce una cartera cara o un par de zapatos raros.
Cada noche una sesión de sexo energético sin cargos de conciencia sobre falta de
amor o asuntos similares.
Ella me miraba con cierto encono cada vez que yo comentaba que tenía que salir temprano a verme con el marinovio. Una mezcla de envidia y mala leche aguijonaban entonces sus ganas de joderme la vida, inventando cualquier excusa para que nos quedáramos mas tiempo en el hospital.
Yo asumía que era envidia y me reía con tristeza para mis adentros. En los últimos años yo había pasado por una mala racha de amores que incluían perdedores y hombres de poco corazón, así que mi supuesta vida ventajosa en relación a la suya, perdía rápidamente el brillo cuando me veía cenando sola, porque ese día al marinovio de turno no le dio la gana de verme o porque simplemente yo había optado por liberarme un día de pagar la cuenta.

En realidad no se cual de las dos era menos feliz. Tal vez era una envidia mutua o frustraciones que casi iban parejas y en el silencio del viaje en auto casi estallaban a gritos en nuestros oídos, volviendo insoportables nuestros retornos a casa. Ella cantándome a diario su vida perfecta y vacía, yo callándome esas cosas que hacía a escondidas de todos y que mantenían lubricadas ciertas áreas de mi vida.

Nos odiábamos tanto que el esfuerzo de no demostrarlo de una forma tan cruda a diario, era un esfuerzo agotador de largo aliento. Cada noche, quería salir corriendo del hospital y pagar incluso el doble al taxista para no tener que irme con ella y aguantar esos viajes silenciosos salpicados de frases frías; pero cada noche como siempre, educadamente ella me invitaba a llevarme en su auto y yo educadamente asentía.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Hmmmm ya era tiempo de que volvieses a lapidar lúcidamente algún tipo de relación humana. Quedó muy bueno.
Los otros, tus relatos más berrinchosos, no le hacen justicia a tu pluma aunque -dirás que eso es lo que te importa- le sirvan a tu alma y a tu cabecita migrañosa.

Laura Martillo dijo...

ja

El Sr. Anónimo vuelve a la carga...

ArT dijo...

"En realidad no se cual de las dos era menos feliz"
JAJAJAAJAJAJAJJAJAJA

Que energia ! que fuerza !

Lorena eres genial (a veces).


ArT tu infiel seguidor

Laura Martillo dijo...

ja!

Lorena...

De dónde sacas esas cosas?

Nam dijo...

A veces me he topado con uno que otro personaje con rasgos como los que describes...
Aunque la gran mayoria posee en cierto grado algo de buen humor... mientras mas acido, mejor.
Saludos.

Laura Martillo dijo...

Saludos Doc
y yo pensé que estaba muerto...

Anónimo dijo...

Laura,

Qué gusto saber que vuelves a la escritura. A pesar de todo y contra todo, como tu personaje. Yo como siempre, con bastante trabajo, pero ahora me daré un tiempo para leerte apenas publiques un nuevo post.

Un abrazo con estalactitas de hielo (empezo el invierno con furia en mi barrio...)

JM

Laura Martillo dijo...

Acaso es miq uerido amigo J-M, quien escribe?

Si es así, espero Enero sea un mes propicio para hablar de todo un poco, compartir un café y mucha de la melancolía a la que mis charlas te tiene acostumbrado. Comprenderás que es Diciembre y no llegan todos los regalos que deberían de llegar...ya sabes a lo que me refiero.

Un fuerte, for´tísimo abrazo.

Anónimo dijo...

Eh oui, soy yo, el mismo J-M nordico, que escribe sin acentos por la flojera de no configurar su portatil al teclado en castellano. Como dices, habra tiempo para tertulia, ojala que mi dentista me deje la posibilidad de hablar un poco, por lo demas, cuento los dias. Hoy esto parecia un circo, gente haciendo el Holliday on Ice sin publico, imaginate, caminar trecientos cincuenta metros de tu casa a la entrada del metro, y todo el camino completamente congelado, me acordé del dia en que nacieron los funcionarios a cargo del mantenimiento de los servicios publicos. Rabieta existencial la mia, estamos tan mal que solo a eso llegamos, no hay la posibilidad de tratar de un tema serio, que casi todo empieza y se termina hablando de la temperatura.

Un abrazo y hasta pronto mi querida Laura,

J-M

Laura Martillo dijo...

Es verdad, a veces una termina rodeada de gente con la que solo puede comentar sobre el clima, el trabajo o asuntos similares...Dónde quedan las demás cosas? Siempre hay algo más de que hablar, al menos contigo lo sé, supongo que no en vano se habla dos horas diarias por teléfono sin cansarse.
Amigo mío, espero que tengas igual de paciencia esta vez, aunque los personajes de mi historia personal hayan cambiado, los dramas de amor y desamor siguen siendo los mismos para mí, aunque no sé...tal vez esté madurando y aprendiendo a darme valor antes que entregarme a soñar como una tonta de nuevo...pero que rico es entregarse, no?

Un abrazo, desde Lima y derritiéndose su corazón de adoquín.

L.H.

PELO-PON-ESO dijo...

hola Laura, regresando a leerte un rato,
si es incomodísimo estar junto a personas que te generan anticuerpo, a mi me pasa, y a veces solapadamente también me escapo antes jejeje.

Un beso, y seguiré visitando tu casita.

Laura Martillo dijo...

Hola Joan,
tiempo sin verte, es incomodísimo es cierto, pero el post se refiere en específico a esa incomodidad con nostros mismos, que nos generan determinadas personas, haciendo de cierto modo, mas palpable nuestra infelicidad.

Un saludo.

Edem dijo...

Es la historia de la humanidad hoy en dia Laura... el verdadero problema es la incomunicación. La gente está cada vez mas alejada, se ha perdido el hablar.

Y en las ciudades es donde se da. Ya sabes, el trajin de la vida, el querer hacerlo todo rapido y yá... eso repercute en nosotros. Irónicamente, acabas pasando de la gente, para cumplir el trabajo, para seguir en tu camino, y al mismo tiempo, es la epoca en la que mas soledades puedes ver.

Un sabio dijo... "si solo puedes hablar del tiempo con una persona, es que o bien lo has dicho todo, o bien no hay nada mas de que hablar con ella". Bueno, muy drastico, pero casi cierto.

No te enfades ahora, por contestar, Laura... es que el tema me llega personalmente.

Un cariñoso saludo de Edem.

Laura Martillo dijo...

Hoy no me podría molestar nada, querido Edem...y no creo q el post pueda tocarte de una manera especial porq fue escrito en otro ánimo y eso ya lo expliqué, aunque claro, la sensibilidad es diferente para cada quien.

Un abrazo.

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