viernes, septiembre 21, 2012

El Hombre Finito 3: Laura, el Vasco y los 3 huevos


Apenas enterados de la noticia, mis padres por insistencia de la familia me enviaron por ayuda psiquiátrica. De todas maneras, no todos los días se le avisa que Se va a morir uno, dijeron,  Allá seguro que te ayudan y te dan una forma de enfrentarlo de forma lógica.
¡Claro! ¿Como si fuera cosa de pedir instrucciones no?: “¿Doctor que hago si me revienta la bomba en la cabeza? Ah pues protéjase bien los huevos que ahora tenemos vivos a muchos descerebrados, pero lo del trasplante de huevos sigue saliéndonos muy caro”.

Fue al salir de esa clínica que curaba desmoralizaciones varias que conocí al Vasco. El iba por una terapia que le ayudara a bajar de peso y  esperaba su turno en el jardín exterior comiéndose una hamburguesa doble que había sacado de su gordo maletín, en el momento que yo  me senté a su lado.
-¿Pero qué cara es esa?- me dijo- Parece que te hubieran dicho que te ibas a morir.
-Como que es cierto, porque la verdad es que me estoy muriendo. Hasta me han dado la fecha, que es entre hoy y el día de mi velorio- le solté yo bien habituado a lograr lastima con pequeñas dosis de humor negro. El Vasco me echo una larga mirada, mientras daba un sorbo a una lata de coca-cola que sacó del mismo maletín del que sacara la hamburguesa.

-Pues tienes muy buena pinta para ser un casi muerto- dijo al fin- Lo que es yo, mira, a mí nadie me ha dicho que día exacto me voy a morir, pero cada vez que alguien me ve comer así- y se agarró la panza con cariño- dice que no me debe quedar poco. Y la verdad tampoco mentirían, llevo a cuestas una diabetes galopante, el colesterol ultra malo tapando todas mis cañerías cerebrales y para más inri mi cardiólogo me acaba de decir que he desarrollado un soplo que no me lo cura ni Dios sino bajo por lo menos 30 kilos de peso…Así que como la ves ¿Ahora quien esta mas muerto, chico?
Le sonreí sin ganas con vergüenza por mi actitud estúpida de suicida sin vocación; eran tiempos en que yo andaba deprimido y furioso contra el mundo. Odiaba a mi familia, a mis amigos, a mis ex novias que me habían negado algún polvete por dárselas de importantes. A todo aquel que me había negado algo en este mundo, incluyendo doctores, banqueros y burócratas. No quería causar lástima a nadie y a la vez me jodía que no les condoliera saber que alguien tan joven y con gran futuro- ¿No es eso lo que te dicen en la escuela? “Sois dueños de un gran futuro…” laquetepario…- tenia ahora los días contados.  
Me jodía todo, lo admito, hasta el día en que conocí al Vasco.

Él media 1, 75 m y pesaba 140 kg. con la textura y el color del pan recién amasado, de ojos verdes y mansos, poseedor de un aroma de bebe gigante y de un apetito pantagruélico. Él me haría entender entre otras cosas, que a diferencia suya que llevaba el amargo sino de su destino puesto encima bajo la forma de generosos filetes de pura gordura, yo tenía la ventaja de que nadie tenía que darse por enterado si estaba o no muriéndome si  es que yo les resultaba simpático por fuera y tenía siempre una sonrisa para regalarles;  de esa forma tan simple ellos jamás se enterarían de mi miedo y rencor y yo mismo quizá lo terminaría olvidando.
-O en otras palabras compañero, me dijo  “Acá la procesión se lleva por dentro “y haciendo una pausa agrego tocándose los mofletes “el problema es que en mi caso, yo ya no tenía más espacio” y se rió con esa carcajada suya que hacia vibrar la banca, la coca-cola  y todas las cosas alrededor suyo, incluso a un alma tan resentida como era la mía en ese momento.


Desde aquella  visita al psicólogo han pasado 8 larguísimos años y mi vida se ha vuelto desde que conocí a Laura una especie de carnaval prolongado,  donde no olvido jamás ser el hombre simpático y alegre que me propuse ser. No debo preocuparme si ella me ama o no me ama, si se quedará el tiempo suficiente conmigo o si tendremos un par de hijos bonitos o ninguno en absoluto. Ella no tiene un plan fijo de que nos pasará luego, no me comenta que hará mañana, o si espera un mañana. Tiene tan poca curiosidad por mi trabajo o mis sueños, que he terminado por creer que es ella quien me quiere a mí como el último espectador de su vida y no al revés. A veces he pensado que es ella la que lleva la fijación por desaparecer y no yo,  y que por eso me confiesa desesperadamente cosas que jamás le he preguntado, para luego cerrarse en un silencio acorazado que ni durante las horas del amor o con las caricias más dulces logro romper.

Después de casi un año juntos, conozco palmo a palmo cada centímetro de su anatomía, desde su cuello sin lunares  hasta la punta de sus pies tatuados con flores pequeñísimas a las que pone nombres diferentes, diciendo que son en honor a hermanas que ha imaginado tener en otras vidas. Conozco sus cabellos que son casi una masa viva que me envuelve cuando hacemos el amor, la mancha café con leche junto a su ombligo que ella tapa avergonzada pues dice que por ahí la ha lamido una vez el diablo. Y sus mil olores, uno diferente para cada área de su cuerpo.
Pero de su vida nada. En un año, apenas si se un par de cosas de su vida intima; todas las historias que me cuenta son sobre un pasado difuso, sin fechas fijas en donde ha amado a hombres de extrañas cualidades  que no se si en verdad existen,  y en donde no podría definir si ella, los ha amado siendo solo una niña, como adolescente o ya como una mujer adulta.
He llegado a contarle una docena de amantes diferentes entre nombres extranjeros y apodos, tantos que  algunas veces he considerado que su pasado en el amor podría extenderse a un regimiento entero de hombres a los que ha atraído con sus maneras raras de bailar y de aceptar el primer contacto sexual, dócil y suave como si fuera una resignada víctima, cuando en realidad es ella la única cazadora.

Tengo pesadillas con Laura entregándose a hombres dueños de los atributos más raros haciendo cola por ella,  bajo el escenario donde mi mujer se distrae bailando tatuada de flores amarillas de la cabeza a los pies.
Yo estoy en esa multitud de hombres que esperan desnudos por ella, hombres blancos casi transparentes con enormes orejas de rosados espóndilos; hombres de un moreno aceituno que llevan cada ojo con iris de un color diferente;  enanos taciturnos de vergas monstruosas o  larguísimos gigantes de bocas mustias que en lugar de cabello llevan plumas donde anidan las aves canoras. Yo estoy relegado,  desnudo y pálido tapándome con torpes manos los tres huevos que me he puesto para poder conquistarla, con miedo mortal a que alguien descubra la farsa, que me diga que eso que llevo allá abajo no es un testículo mas sino “solo un tumorcito” una huevada sin importancia. Entonces  es que lo siento, siento a mi aneurisma que ha bajado en feroz  galope desde mi cabeza hasta el escroto y que pulsa  ahora iracundo como una bomba de tiempo a punto de matarme.
La colección de tullidos que esperan por ella murmuran enardecidos y el clamor se vuelve generalizado cuando Laura voltea hacia mí y abre los ojos, que no son de virgen ni son misericordiosos y violenta -como es ella cuando descubre que deseo causarle lastima en busca de un mimo- me toma el pobre tumor en su palma derecha que luce ahora enorme y lleva marcadas cientos de líneas en un arcoíris eléctrico con el destino de todos los hombres que se ha cogido y plaf! de un tajo que me lo arranca para siempre.
El dolor es infinito, me revuelco en el suelo ante la burla de todos esos fenómenos, la cola de hombres que esperan que Laura les regale una noche de baile se arremolina sobre mi dejándome asfixiado, casi muerto de vergüenza. Grito que son unos idiotas, que voy a morir, que quiero morir, que ya verán cómo me muero, les amenazo desde mi dolor mojado en la viscosidad de mi propio miedo, pero en mi agonía solo siento la voz suave de Laura diciéndome que me calle, que sigo vivo. Terriblemente vivo…Sus ojos antes llameantes, ahora tienen solo una lástima infinita hacia mí, un hombre ordinario.

Veo desde el suelo sus talones alejarse, tatuados con las florecitas amarillas de las que he aprendido el nombre para un día recitárselos a mitad del sexo y que sepa que si la escucho, que la escucho toda, que la escucho siempre. Pero se va y el dolor se queda, enorme, terebrante, insoportable dentro de mí.
Despierto así de mi pesadilla, sudando frio con ese enorme peso en la cabeza, con esa angustia de asfixia y de dolorosa palpitación dentro de mi cerebro y detrás de mis ojos. La jaqueca me deja inmóvil en la cama, sintiendo con más intensidad  que nunca el mapa de fragancias que Laura ha dejado en mi cama antes de irse por la madrugada. Es en ese momento que me vuelve aquel miedo inconfesable que me ataca desde que empezaron los episodios de dolor a hacerse más frecuentes.

Se hace presente no el miedo a sentir, sino a querer desaparecer, a tomar ya el valor de acabar con ese dolor con mis manos y para siempre. Es miedo y odio a la vez por mi destino triste sobre el que no me atrevo a tener poder. Solo el olor de ella sobre las sabanas lo detiene, me da la pobre ilusión de que quizá valga la pena vivir un día más, solo hasta averiguar por que ella sigue conmigo a pesar de saberme ordinario como cualquiera, por que se ha tatuado flores en los pies, por que busca siempre hombres de atributos raros, que la dejaran o a los que dejara si se enamoran.
A veces siento que el Vasco tuvo razón en todas sus predicciones desde la mañana en que nos conocimos al salir de la clínica.
-Tú dices que temes morir, pero todavía no temes lo suficiente, ya verás cómo se siente el miedo el día que te enamores, me dijo.  Y ese hijueputa no se equivocaba.

jueves, septiembre 13, 2012

El Hombre Finito 2: Laura


Me agrada la amistad que surge entre la gente ebria, ese ánimo achispado de la gente que lleva alcohol en las venas, esa repentina amabilidad que les surge en los rostros, esas ganas de abrazarte y sonreírte como si fuera acaso,  el festejo del último día del año. Usualmente la gente no brinda esa confianza, no me invita un cigarrillo, ni comparte una historia sino está entre copas. La gente desde que era niño siempre me ha visto de forma huraña y con mirada desconfiada, con una actitud hostil que me ha hecho sentirme incómodo con mi propio aspecto e inseguro de cada gesto que llevo a cabo. Pero con el alcohol la gente se vuelve distinta, la gente se relaja, se abre al mundo y es feliz;  es en ese momento que yo soy feliz con ellos.

Desde que me diagnosticaron de mi bomba cerebral, comencé a frecuentar cada vez más los bares y mucho más aquellos que contaban con salones de baile. Descubrí que la gente dada a bailar es más permeable a compartir experiencias con otras personas que aquellas que se sientan a beber y hablar de si mismos y yo no quería hablar de mi mismo, ni de mis penas. No tenia tiempo de quejarme de mi vida, ni de estar triste, yo quería vivir todo lo que pudiera.
De aquellos sitios para bailar, descubrí que los mejores eran las discotecas para extranjeros. Los extranjeros tienen el doble de felicidad que el resto porque tienen esa felicidad de turista, del que solo está de paso y cualquier experiencia, incluso siendo ésta mala, la atesorarán para siempre. La gente que rodea a los turistas también está el doble de feliz haciendo cosas locas de las cuales mas nadie tendrá registro. Para todos en aquellos bares es nuestro último día en la ciudad y por lo tanto, nuestro último recuerdo perfecto.
Mi horario es el de después de medianoche, cuando las bandas ya están tocando las canciones más movidas y los tipos se han quitado las chaquetas y se saludan entre sí tragos en mano, las mujeres ya han tomado varias copas luciendo mejillas coloradas y tops descubiertos y la gente va entrando en grupos hasta llenar los locales de una mezcla de diversos perfumes y cigarrillos. 

Desde lo del aneurisma, suelo apreciar con mucha mayor intensidad los olores,  y hay una hora en que la gente aún permanece prolija con la fragancia y el shampoo del día emanando de ellos y  sus bocas exhalan solo risas diáfanas de menta. Hay una hora perfecta en donde todo es solo alegría y las mandíbulas están laxas con sonrisas de gestos coquetos. Yo disfruto esa hora, esa es mi hora de observación del universo. Porque para mí el universo no está compuesto de estrellas ni de cometas, ni de árboles gigantes, para mí el universo son todas esas personas vibrando allá afuera, que desconocen que su tiempo está por acabarse quizá esta misma noche y que son poseedoras de una eternidad inconmensurable y perfecta, ya sea porque están enamoradas, porque crearán una familia, porque serán padres o abuelos y perduraran así físicamente a través de otros.
Lo sé, parezco un loco observando a la gente, pero cerveza en mano voy agitándome yo también, camino entre ellos, haciendo grupos, bailando, riendo, besando y no me resulta difícil ligar y amar. Pasar varias noches con mujeres diferentes, de colores y lenguajes diferentes que siempre terminan preguntando entre risas lo mismo ¿eres italiano Manolo?  ¿Estás de viaje? ¿Cuánto tiempo te quedas en la ciudad? Y en la cama revuelta yo rio con la resaca a cuestas de cervezas invitadas, sin saber cómo contestar que para mí este viaje solo dura una noche, por eso es eterno, como mi amor por ellas. Y esa frase les encanta. Vibran con esa frase, sin entenderla del todo, por eso seguimos tirando y amando y riendo. Bendito sea el alcohol y la fiesta!
Esa ha sido mi vida hasta ahora, cualquier día de la semana, según me provoque. Hay semanas que no voy, no me importa, me encierro a leer un libro a hacer planes locos con el Comandante, pero usualmente al llegar la medianoche mi cuerpo extraña el calor y la empatía de otros cuerpos agitándose conmigo, vibrando conmigo como si la vida fuera eterna por una noche.
En una de esas noche eternas en un  bar para turistas conocí a Laura, que no era ni blanca ni negra, ni alta, ni baja. Probablemente solo alguien de la ciudad, otra chica buscando su amor de turista. Una cara indiferente enmarcada por una cabellera larga y negra.  Unos ojos, bueno, los ojos…Laura llevaba los ojos cerrados el día que la conocí y los labios carnosos cantaban a trozos una canción en ingles.
Ella también se agitaba como yo en la multitud con un baile salvaje que no llevaba pareja conocida. Subida sobre el escenario ya desocupado por la banda, contorneaba su cuerpo moreno metido en un top diminuto y unos jeans desteñidos,  bajo las luces azules y verdes como si fuera la estrella de un show unipersonal.
Me quedé mirándola como me quedo mirando todo lo que me resulta extraño y bello en esta ciudad, vi como se movía sensual y salvaje, abstraída de todos y me acerqué hipnotizado empujando entre la gente hasta poder subir y moverme con ella. No me apartó, pero tampoco quiso mirarme; bailamos cerca casi tocándonos, respirando yo su aliento de chicle de canela y ella el de mis cigarrillos sin filtro; bailamos pegados cuerpo a cuerpo, transpirando y jadeando, pero ella con los ojos cerrados dueña de esa orgullosa soledad que solo conocería meses más tarde, no me dio ni media sonrisa cuando al fin le dije “hola”.
Su hostilidad me recordó entonces la misma de los vecinos de mi infancia que no me invitaban a jugar a la pelota, las de las crías fru fru que jamás me prestaban los cuadernos. Ese engreimiento al que había estado yo expuesto toda la vida, como si me lo mereciera o mi rostro estuviera marcado para ser rechazado. Me jodió su indiferencia  de reina de la fiesta y no sé porqué, ni cómo, pero comencé a tocarla;  todo el cuerpo, su rostro, sus cabellos esponjosos, su ropa ajustada, la piel de su vientre expuesto, sus pechos grandes y sus caderas perfumadas, como si fuera mía. Y ella se dejó hacer, dócil y humana. A mi ritmo, moviéndose sin decir una palabra.
Fue la primera vez que Laura abrió los ojos para mí y me sonrió. Entonces nos vimos. O eso pensé yo. Porque con Laura nunca se sabe.
Desde aquella vez ha pasado ya más de un año. Hacemos el amor cada vez que podemos o que ella quiere, que es casi lo mismo. Parece que fuera a ella a quien la muerte le pisara los talones, por eso nos entendemos, aunque ella no sepa que me estoy muriendo. La vez que se lo intente decir me miró con gesto raro.
-¿Por qué todos los hombres inventan historias para dar lastima?- me dijo. Intente decirle que no era para darle lastima, pero me interrumpió con una historia de un ex suyo que tenía un soplo al corazón y se había infartado en su cama, de otro que tuvo un derrame cerebral por exceso de Viagra de otro y otro y otro, en la siguiente hora me había contado las historias más extrañas de los tipos más bizarros con los que había estado. En ese momento creo que agradecí internamente que al menos lo mío fuera tener un aneurisma, porque a esta chica solo la hubiera podido conquistar teniendo tres huevos.   Ya no hable' mas del tema.

 Al quedarse callada le observé el hecho que todos sus novios hayan sido extranjeros.

-¡Ay Marchessi! – Exclamó haciendo un puchero que solo hacia cuando se admitía ser honesta- ¿Tú crees que un hombre que no sea alguien que esta solo de paso por esta ciudad podría llegar a amarme?

Quise refutarle algo, pero era inútil, yo Manolo Marchessi también estaba de paso y ella lo sabía bien como yo aunque no quisiera admitirlo: uno de estos días me marcharía, por eso valía la pena amarla, todo lo que pudiera, intensamente, cada noche, hasta que se acabara. 

lunes, septiembre 10, 2012

Charlas de Cafe: Daltonismo y otras confusiones


Hoy hablare de mi y cesaré de escribirte historias ¿Después de todo que es un blog sino una bitácora publica?
Como te contaba durante el café de esta tarde, he llegado a la conclusión de que para las relaciones padezco una suerte de daltonismo que me impide diferenciar con seguridad unos sentimientos de otros. No sé cuando cruzar o no la línea,  o debo preguntar muchas veces si estoy tomando el camino correcto. Varias veces ante el semáforo del amor – concuerdas conmigo que suena huachafo este término- he cruzado demasiado a prisa y me han atropellado o simplemente he vacilado tanto que nunca he llegado a conocer que hay en la otra acera.
No todas las mujeres son como yo- al menos eso espero, lo mío se ha adquirido a fuerza de intentar una y otra vez cruzar la misma calle o varias calles distintas. Es más, en este pueblo lleno de océanos y costas de idiomas diferentes, he caminado tantos caminos buscando el por qué de las cosas, que he debido cruzar pistas, veredas y puentes como buena testaruda, soñadora, idealista, como prefieras llamarme,  y  claro, en varias ocasiones me he caído, me han atropellado o simplemente he pasado de largo sin ver quien estaba a mi lado para ayudarme a cruzar.

Hubo un tiempo que como las jóvenes de mi edad, podía saber cuándo una relación iba en serio o no. Pero ¡vamos! ¿Cuántas relaciones reúne la gente de mi edad antes de casarse o hacer un hijo? ¿Cuántas relaciones o parejas llevan escondidas en el armario? ¿Bajo la cama? ¿Cuántas de mis amigas han ajustado las piernas meses enteros hasta hallar el amor perfecto que les quite la culpa de entregarse a un hombre sin el amor suficiente? Y cuando han comprobado que no, no era el príncipe encantado han cerrado los ojos y han seguido tirando en la fe de que la función hace al órgano…Estúpidas…!Se han enamorado del amor y ahora se inventan personas que no existen dentro de cuerpos a los que no aman!

 En el camino me he vuelto una cínica dices,  y yo te respondo que quizá sea yo la ultima romántica. Me entrego en la intimidad creyendo absolutamente que un día el complemento perfecto para mí se me entregara por entero como yo a él;  pero mientras tanto, nada de rezos y esperas inútiles. Necesito acción…Hay que cruzar caminos, subir y bajar puentes, vencer las luces del semáforo, aunque no sepamos con seguridad que color llevan. Así que yo soy otra suerte de estúpida, la que piensa que su cuerpo y su sexo son independientes de las pulsiones de su corazón o de su cabeza hiperactiva. Que podrá actuar con la claridad de un hombre terminado el sexo, aun teniendo millones de receptores químicos modificando su ciclo mensual, demostrándole que no, que las mujeres vivimos ciertas vainas con un poco mas de presión social y química que nuestros compañeros XY.
Como en la política, en el amor existe la gente romántica teórica y existe la gente práctica llena de acciones suicidas. Supongo que yo soy de la última especie. No de los que esperan, sino de los que hacen camino al andar. No solo de los que creen sino de los que se tiran del techo esperando que le salgan alas en la caída. En el amor debo ser tan ingenuo como los que defienden las causas perdidas.
¿No es la búsqueda del amor una causa perdida?
Debo aceptar sin embargo, que no puedo diferenciar con certeza los sentimientos. Me termino enamorando platónicamente de los amigos que admiro. Y ese es un sentimiento perfecto e intangible, que de llegar a consumarse solo me sume en la desazón de comprobar la realidad de que no será correspondido ni en la misma medida ni en igual intensidad.
Una vez dije: Estoy enamorada de mi porque ¿quién podría amarme mejor que yo? Pasa lo mismo con los sentimientos sobre personas idealizadas, incluso queriéndote de la forma en que ellos honestamente te quieren, nunca ese cariño es suficiente. Han tenido que pasar meses para aceptarlo de forma consciente.
Si, estaba equivocada, mis sentimientos han sido los sublimados de niña idiota que espera en la perfección de lo intangible algo de la eternidad que no puede conseguir en el día a día.
¿Acaso no perduras más en el recuerdo de la persona que amas? ¿Acaso no es eso lo que buscamos todos? Un testigo de nuestra humanidad, de la peor y de la mejor versión de nosotros. Alguien que acepte lo que somos y que a través de su recuerdo, no desaparezcamos del todo al momento en que nos toque desparecer…
En esa quimera rara que es el amor y que mi corazón daltónico no puede reconocer a tiempo, es un buen bastón el aferrarse a cosas más materiales como el sexo o la amistad a secas.
Puedo saber cuándo empieza y cuando termina el sexo, pues su consumación quita la ansiedad de preguntarse si gustas o no, si te quieren o no. Se borran los puntos ciegos o las predicciones a futuro.
Pero como toda solución de emergencia, esta suele ser un problema en sí mismo. No hay peor veneno que la propia medicina. ¿Acaso en el sexo no interviene el deseo? ¿Y no es el deseo una pulsión inherente, instintiva que no responde a órdenes lógicas? ¿Acaso no termina el deseo confundiéndose con sentimientos más nobles y altruistas como el amor?

Yo solía confundirme demasiadas veces. Ahora en lugar de mezclar pócimas, de amistad, deseo, sexo, sentimientos…trato de no mezclar nada, pues mi fórmula siempre será incorrecta.
Me declaro incapaz  de iniciar nada y con ceguera electiva para las relaciones.
Me resulta agradable tener amigos, o hallar por el contrario alguien que terminado el sexo conmigo, espere casi con el mismo ardor que yo a que se repita. Me gustan los hombres que pueden desearme, no con un deseo ficticio por un personaje, sino desearme con ojos y manos, física y primitivamente.  Puedo saber que es cada una de esas sensaciones: Amistad o Sexo y si se dan en personas distintas disfrutarlas plenamente…pero ¿mezclarlas en una sola?

¿Confundir todo de nuevo? ¿Y morir atropellada por una confusión de colores y sensaciones que no puedo manejar? No, ya no. Me aterra saber que soy analfabeta en ese tipo de lecturas… Seguiré caminando cada vía sin mapa de respaldo, cruzando los semáforos sin saber qué color marquen. Un día tal vez cruce a tiempo hasta la otra calzada ¿Quién sabe? La verdad no es algo que pueda esperar con fe.


domingo, septiembre 09, 2012

El Hombre Finito (1)


¿Qué harías si te dijeran que estas a punto de morir? ¿Que no te quedan más que unos días, con suerte unas semanas antes que todo acabe? ¿Pensarías en terminar tus días trabajando? ¿Seguir haciendo lo que hacías, manteniendo esa indiferencia inútil con la persona que amabas? ¿Dejarías que el odio consuma todos tus actos? ¿Cambiarías violentamente el mundo que te rodea?

Soy Manolo Marchessi y sé que voy a morir desde que tenía 20 años o quizá antes. Me diagnosticaron de una bomba en la cabeza que los médicos llamaron aneurisma inoperable y desde ese entonces supe que mi vida no sería como la del resto de mis amigos. Quise dejar la universidad y dedicarme a escribir o a vivir de fiesta fugándome con alguna gente rara…en realidad quise dejar muchas cosas, pero ya que nunca dejaron en claro la hora ni el día de mi muerte y el dinero empezaba a escasear debí volver a la rutina de la gente común hasta que la bomba reventara. Aunque nadie sabía cómo ni cuándo sería.
Simplemente me dijeron que era probable que uno de esos dolores terebrantes que me atacaban cuando “empezaba a sentir demasiado” se prolongara un día hasta cegarme la vida. Podía ser ahora o en una década, era imposible saberlo. Por tanto, no podía dejar de hacer nada de lo usualmente establecido. Ni siquiera mudarme.

Recuerdo que mis padres se asustaron mucho cuando les dieron las noticia, hubo llanto y durante algunos meses el luto invadió la casa y a los familiares más cercanos,  quienes se acercaban a visitarme y darme sentidos abrazos o delicados recuerdos. Incluso algunos vecinos ocupaban la casa a la hora del café para contar historias sobre embrujos y milagros parecidos. Todo iba sucediendo muy rápido y yo sentía que me iban velando en vida y de cuerpo presente.
Pasaron así semanas y luego meses, en que los vecinos dejaron de venir, la familia dejó de llamar cada día para preguntar como seguía y  mis  propios padres y hermanos al pasar del tiempo y al ver que no moría, terminaron también por olvidar el asunto.
El único que no olvidó fui yo, que sigo esperando que un día, no sé cómo ni cuándo desaparezca de este mundo sin haber hecho todo lo que debo.
No soy católico, ni profeso ninguna religión conocida. Mucho menos gusto de las doctrinas de la naturaleza y la tierra o de las energías reverberantes, como un día me quisieron instar  alguna tribu de fanáticos. Por tanto, no creo en que haya oportunidad para mí en otra vida, o que regrese en otro cuerpo para hacer mejor las cosas que ahora. Como dice mi amigo Mark Buetikofer, el único suizo del que me da orgullo ser amigo, habrá que vivir lo mejor que se pueda para intentar irse de este mundo con honor.

Me pregunto ¿Dónde estará el honor?  El honor de cada persona, me refiero. Para Mark está en buscar el origen de las cosas como buen historiador. El origen de las razas, de las migraciones y el porqué de la humanidad. Yo no sé en dónde está mi honor. O que debía buscar en el mundo para recuperarlo.
Desde que tengo uso de razón había sentido miedo de vivir. El miedo cesó cuando aquél medico de bata blanca me dijo que mis días estaban contados y que nadie podía hacer nada al respecto. Es duro oir eso cuando tienes veinte, estaba terminando mi adolescencia, ni siquiera sabía que era el amor, no estaba seguro de si la carrera elegida era para mí. No había vivido nada de nada y me decían que me estaba muriendo, si, que ya en ese momento había empezando a morirme frente a sus ojos.

No buscamos otros médicos, no obligué a mis padres a buscar otras opciones más allá de esa primera clínica, suficiente habían gastado ya. Mi madre no se arrancó los pelos esperando un milagro, vivimos la noticia con la resignación de lo inevitable. Solo acababan de decirles que su hijo menor moriría. Un día, algún día y que esto sería inevitable. Supongo que en ese momento mis padres también vivieron la noticia con honor y se luto silente de los meses que siguieron, lleno de abrazos tiernos, no fue sino una demostración de que estaban preparados para los arrebatos de un destino que nunca les había sido demasiado alegre.

No los obligué a buscar a otros médicos, santeros ni chamanes, no porque no temiera a la muerte, sino porque me había cansado de temer a estar vivo. Todo el tiempo, desde que había sido niño no había hecho más que tiritar bajo las sábanas pensando el momento en que mis ancianos padres morirían y me dejarían solo al acecho de otras gentes que no me amarían lo suficiente ni podrían cuidar de mi. Había llegado a la adolescencia pensando que les sucedería algo a ellos, a la familia, a la gente a la que amaba. Que en algún momento, me quedaría solo e inerme en un gran mundo de sombras. Porque era el niño chico, el menor, el rabo de una familia corta.
Era la primera vez que me daba cuenta de la extraña posibilidad de que yo podía partir primero y con ello, a mis escasos veinte años todo un abanico de posibilidades extraordinarias. ¿Había gente que me extrañaría? ¿Dejaría una huella en el mundo? ¿Realmente desaparecería para siempre si moría?
¿Cuánto es para siempre?
Otro miedo más sutil  se comenzó a apoderar de mí, meses después de recibida la noticia: ¿Dolía la muerte? ¿Había algo más allá? ¿Debía esperar que ese otro mas allá sea mejor o que yo fuera mejor en el mas allá que en el mas acá?
Todo ese miedo cesó al conocer a los amigos que conocí en el camino. Si cada vida es una sola, yo agradezco que en este corto paso por la vida el haberlos conocido y con eso, haber rozado un poquito de su sabiduría para poder apreciar la belleza y la alegría de vivir, incluso hasta el último y mísero minuto que me quede aquí antes de calzar el pijama de pino, como dice el Comandante.
De mis amigos, les hablaré mas adelante. De lo que quiero hablarles- aun es larga la noche- es de ese momento en que comprendí que no valía la pena vivir con miedos, postergando las decisiones para otra vida en que me salieran mejor las cosas, donde hubiera no solo una sino varias oportunidades de equivocarse.
Yo, solo tengo una vida y es esta. No puedo darme el lujo de guardarme un abrazo, un te quiero o una confesión de verdad.  Para mí no hay, ni ha habido jamás tiempo. No hay tiempo de esperar a que decidan volver a hablarme, que den el primer paso en una discusión tonta, de volver a trabajar tras una ruma de papeles ni hacer mas planos de casas en las que no viviré. Soy un nómade y un loco.
He acabado una profesión y una maestría y todo el tiempo he pensado: No es la gran cosa, puedo dejarlos en cualquier momento, puedo renunciar e irme de viaje,  porque son cosas que en realidad no importan para mi futuro inmediato. Porque mi único futuro inmediato es ser feliz y aun no encuentro la formula de cómo serlo, excepto moviéndome de un lugar para otro hallando personas como a Mark o al Vasco o al mejor de todos el Comandante, que han dado un poco mas de sentido a esta de por si triste existencia.
He dicho en cada uno de los trabajos que he empezado: No duraré aquí el tiempo suficiente, renunciaré o moriré, lo que pase antes…pero nunca ocurre. Soy de esas personas, que quizá por mi raza, podemos soportar intensos dolores por largos periodos, esperando un dolor aun más fuerte. Yo sigo esperando. Porque en realidad ya no tengo miedo de vivir, pero no sé en qué momento preciso he empezado a hacerlo.

Mi nombre es Manolo Marchessi y si gustan, en las próximas paginas pasare a contarles un poco de mi vida, que yo la siento larga, larguísima y sin embargo solo me ha tomado 32 años llevarla a cabo. ¡Treinta y dos años! ¡Qué digo! El doctor que me diagnosticó se hubiera muerto si le decía que viví casi una década más desde que acudí a su consulta quejándome de aquellos terribles dolores de cabeza y esos sueños hiperreales.

A veces siento que he vivido más vidas de las que cuenta la cronología desde mi nacimiento. He vivido una a una vidas anidadas en sueños cada vez más intensos, que al llegar el día he intentado llevarlos a cabo de la forma que sea, viajando a países en donde no creí posible y conociendo a gente que mi sencilla vida de ingeniero jamás me lo hubiera permitido. Sé que esta parte de mi vida, la onírica, es algo que el Comandante jamás entenderá como cierta y por eso suelo callarla, para no despertar su mirada entre piadosa y divertida. Sé que piensa que es parte de mi exquisita sensibilidad para todo- sabores, olores y sonidos-una sensibilidad derivada probablemente de las inervaciones de mi aneurisma cerebral que me ha terminado por convertir en un receptor de sensaciones y recuerdos. Esa masa pulsátil con su sonido de muerte haciendo tic tac en mi cabeza le ha dado todo el sentido de vida ausente hasta ese momento a mi pobre existencia.

*Extracto de Cinco Cuentos sobre la Muerte.

jueves, septiembre 06, 2012

Un amor para Maria Fe

María Fe, tiene un perfil raro que no llega a ser del todo feo y sin embargo da a su cara un aire levemente varonil. Sus cejas espesas y su mirada dura contribuyen a ese aspecto serio que siempre adopta en clase. Se sienta derecha en la primera fila de la maestría de negocios internacionales y cruza las manos sobre el pupitre como solicitando la aclaración justa de algo. No soy yo quien se la dará, yo apenas tengo las preguntas y rara vez entiendo las respuestas que me dan, pero su mirada en silencio me ordena que deba saberlas o al menos investigarlas.


Cruza la pierna envuelta en una panty encarnada y la botita de cuero que apenas le llega al tobillo brilla aun más ante las luces de la clase. El profesor entra y comienza a hablar sin tregua mientras María Fe suaviza repentinamente esa actitud guerrera y nubla de rosado los ojos, ante el anciano que bromea durante la clase de economía. Se vuelve risueña, coqueta y tonta, ante un viejo que podría ser su padre. Es lo que no entiendo. Ella es dura, seria y siempre a la defensiva con todos nosotros, pero a él le regala sólo sonrisas dulces y gestos suaves.

A la mitad de la clase todos salimos a fumarnos un cigarrillo, mientras ella, aplicada e impecable con su falda corta y el cabello atado a un lado, le hace preguntas que el maestro se apura en contestar con risas de viejo encantador. Su mirada opaca y glaucomatosa recorre el cuerpo aun joven y sensual de María Fe, la invita probablemente a un café después de clases, la invita a leer libros que ya nadie más lee y una de esas tardes de viernes en que nadie ha invitado a salir a María Fe, la invita al teatro y luego a tirársela en el silencio arropado por el olor de cedro y eucalipto de un departamento inmenso.

Ella gime alto, como repentinamente liberada hacia una pasión desbocada, que sólo aquel hombre cincuentón puede ofrecerle sin juzgarla luego. Se abandona a su caricia firme y a su cuerpo fofo, a la palabra precisa, que ordena y enternece. A la mano que alisa su cabello como cariñoso padre y que luego tapará su boca para causarle entre espasmos lujuriosos más de aquel dolor delicioso que a ella le gusta tanto. Él le ofrecerá ir a un hotel nuevo de exquisitos lujos, un escape hacia una isla desconocida, una cena a la luz de las velas junto a su nutrida biblioteca. Le ofrecerá algo parecido a un amor puro, o mejor dicho pura compañía. Y retozarán sin casi tocarse varias noches seguidas, como padre e hija o como antiguos amantes.

María Fe ha frecuentado a varios viejos desde chica, los ha admirado, seguido e idolatrado. Viejos sabios y seguros; sólo ellos saben cuando se le antoja ser niña y cuando se le antoja ser vieja. Le ofrecen esa ternura silente y esa promesa segura de segunda cita.

Porque para un viejo toda segunda cita con una mujer más bella y más joven, ya es de por si un milagro.

Y ella se entrega, porque los ofrecimientos de cariño insípido y amistad a medias no le agradan. Le gusta más cuando un hombre se sienta frente a ella y le dice frases perfectas como que Toda su atención está solo puesta en ella, como que solo le importa pasar una noche más, aunque sea solo una noche más con ella.

No le agradamos ninguno de nosotros, con el ritual repetido de una cita tras otra, de ofrecimientos torpes y cursilerías baratas; de preguntas mil veces ensayadas llenas de un interés pasajero que solo disfraza el deseo de sexo. No le gustamos nunca, pobres pescadores de sueños cubiertos por esa inseguridad reprimida de cuando ella nos mira firme y parece que quisiera tener ya, rápidamente todas las respuestas.

Su mirada ansiosa de ojos que doblegan, una mirada que solo los viejos pueden sostenerle el tiempo suficiente como para saber, que detrás de esas negras pupilas, la verdadera María Fe solo aflora una vez que se la ve por entero emerger desnuda desde esa piel color avellana. Salir desde piel adentro, allá donde vive ella, siempre sola, siempre esperando que la sorprenda un amor inesperado.

martes, septiembre 04, 2012

Un lápiz y un amor

Recuerdo que se había vuelto mi lugar favorito, así no hiciéramos nada, su habitación seguía siendo el lugar más cómodo para pensar, en toda la tierra: Sus estantes repletos de libros y revistas, los frascos de perfume a medio cerrar en los estantes, los colores opalescentes a través de las botellas de vino o whisky eternamente cerradas. Sus discos de todos los tipos alineados uno tras otro, las peliculas de culto. El piso impecable…


Recuerdo su piso impecable cuando la luz de la tarde formaba lagunas doradas en el piso recién encerado. Y me recuerdo a mí descansando vestida sobre su cama, ojerosa, con los brazos colgando fuera y la cabeza de cabellos revueltos, imaginando que su cama era un barco, una especie de barca mágica que podía hacerme navegar por ese universo raro donde él habitaba, sin naufragar en dudas ni preguntas de ninguna especie.



Yo solo acompañaba su trabajo en silencio, cuidando no interrumpirlo. Era para él una especie de muñeca de trapo que acompañaba sus tardes de creación dominicales. Mi cuerpo siempre llegaba fatigado, semanas duras de trabajo luchando a los dientes con otras personas, con otros hombres, con gente que no entendía nada y yo, siempre fingiendo ser más fuerte, mas dura, mas cínica, para que así no doliera cuando las cosas no funcionaban. Decía todas mis quejas ante él y me quedaba dormida. Yo, su hermanita menor, su mejor amiga- ¡cuanto quería serlo!- la gatita loca, como le gustaba llamarme.



Y recuerdo una tarde que entre sus muchas cosas raras, de otros países y tiendas lejanas hallé un lápiz de hermoso carbón blando y comencé a dibujar para quedarme callada. Porque en ese tiempo como ha vuelto a ser ahora, dibujar era mi única forma de callar pensamientos y ausentarme del todo. La única forma en que era posible bloquear a todo lo que pensara y relajar así mis hombros, mis brazos cansados de reanimar gente que no conocía.

Yo, era más yo cuando dibujaba y quería que él lo supiera. Que él me conociera y me amara como yo quería, como yo pensaba que él podía.



La música flotaba tenue y melancólica cuando halló la hoja llena de dibujos sobre su mesa de trabajo, me sonrió tiernamente y se dispuso a arrugarla, sin pena. Me sentí mas afectada de lo que podía ocultarle

¿La tirarás?- pregunté- ¿Acaso no te gusta?. Me acarició el rostro con su mano tibia. “Me gusta, si, pero tenemos que arreglar todo antes de irnos y esto ya no sirve o si?”.



¿O si?



Quizá fue el momento mas claro para admitir que nuestra amistad jamás derivaría en algo mas profundo que eso. Podíamos protegernos, salir, reír, compartir cosas. Compartirle yo, todos mis sentimientos, incluso los más vergonzantes, pero todo eso era perecible. No había una empatia real que pudiera mantenernos juntos, si alguna vez quisiéramos juntarnos. Me sentí viuda antes de haberme casado, quise reclamar la cama de colcha azul para mi, los cuadros a blanco y negro en la pared; de los cientos de libros por lo menos exigirle un par de docenas que el hubiera leído ya sin darles la importancia debida. Quedarme con sus películas y sus discos, con un poco de su ternura natural al arrullarme mientras me quedaba dormida. Quise reclamarle que no me parecía el hecho que no me quisiera. Que no intentara jamás un beso si me veía llegar linda, que no llamara nunca después de vernos. Quise, en fin, quedarme con el dibujo y meterme a mi cama para soñar de nuevo, que las cosas en el mundo eran como yo quería que fuesen.



Pasaron muchos años, antes de que pudiera volver a dibujar en público o para otro hombre. Estaba ebria aquella noche y en el estante del baño perfectamente decorado, lo único que desentonaba, era esa cantidad obscena de lapiceros y lápices regados en cada rincón a modo de colorido popurrit de tintas de colores.

Si, era la casa de un loco- pensé- De un obsesivo de los útiles escolares, de un niño que no había crecido del todo. Sentada aun en la taza de ese baño gris, me incorporé hacia la blanca repisa y cogiendo un lápiz azul cualquiera empecé a delinear un rostro, un cabello, unos ojos. Él,  me esperaba seguramente ansioso del otro lado de la puerta, a medio vestir, esperando inútilmente a que termináramos lo que habíamos empezado; pero en medio de los vapores del vino, yo no atinaba a levantarme, sólo dibujaba para limpiar mi cabeza de aquellas vainas raras que te atacan cuando no estás ya segura de nadie.



Al llegar la mañana pensé en borrarlo con la mano al descubrir la pulcritud y hermosura de esa casa, pisada por primera vez por mí y apenas observada la noche anterior. Me cautivó la historia fascinante del personaje que ahora sentado frente a mí, me contaba el porqué de la existencia de tantos lápices y lapiceros en casa, el porqué de tener tijeras de todos los tamaños regadas por todos lados.El porqué de todo en su vida, como si yo hubiera preguntado.

Había pensado en borrar mi dibujo y no dejarle ninguna huella, pero preferí no moverme y quedarme allí hasta que acabara aquella historia loca. Lo adoré, como si conociera por fin al personaje jamás descrito en ninguno de sus libros. Adoré su forma sencilla de confesarme que estaba loco. “Como yo misma”- me dije en silencio. Y quise que no empezara a despuntar la mañana, quise, canjear un poco del silencio de besos de la noche anterior, por un día entero oyendo más de sus historias. Su voz profunda, despeñándose de su boca y grabándose para siempre en mi memoria. Pero debía irme, sin promesas de segundos encuentros, ni exigencias de relaciones eternas. Debía irme, porque si, aunque ya no quisiera.



Ya tumbada de sueño en el asiento trasero del taxi rumbo al largo camino hacia el aeropuerto, la ciudad se delineaba borrosa y gris, con un día que no se atrevía a ser día; aun la gente dormida en sus casas y yo volviendo a quién sabe donde, en busca de un sueño que no volvería quien sabe por qué. Revisé el móvil, mas que por necesidad apremiante por una rutina de gente sola y ahí estaba, su ultimo mensaje: “Gracias por el arte mural, me gusta mucho. Me gustas tu, así, tan loca”

Le creí entonces, porque deseaba creerle. Porque deseaba sentir que era cierto lo sentido y lo pensado. Me hubiera gustado decirle, que dibujaba en las pausas del amor para no sentirme culpable. Que pintaría toda su casa a lápiz de ser posible. Que me hubiera gustado quedarme allí para siempre averiguando más sobre sus historias de infancia, sobre su vida entera…pero no dije nada. Callé, como callamos los orgullosos, a los que nos da miedo volver a abrir el corazón a nadie. Callé para que no se me notara, que en contra de su opinión más ingenua, yo no estaba loca… que solo había empezado a enamorarme de la fantasía que lo rodeaba.



viernes, agosto 31, 2012

JUNIO


La puerta esta junta y yo finjo dormir, oculta entre mil mantas, almohadas pequeñas y extrañas fragancias; allí estoy acostada respirando quedito, pero no duermo, en realidad lo espero. Es el año 2007 y me he acostumbrado a que a mitad de la noche, un cuerpo helado busque abrigo con el mío. Sigiloso como un gato, dulce cuando calla y brutal cuando pide que lo ame de piel para adentro.

El amor no se pide- me digo. Nace, tiene que nacer. Pero nuestro amor ha nacido casi muerto, con fallas múltiples; a lo mejor y nos une la esperanza de recomponerlo en el camino. Nos une la soledad, le he dicho, pero quién sabe si ha oído. A mitad de la madrugada el llega cansado y yo espero cansada también que su figura borrosa se amolde a la mía. Con suaves movimientos que estremecen la piel más tibia.

Junio ha llegado con miserias varias a llenar de frio esa ciudad. Junio es su nombre también y dormimos juntos, sin citas previas. Como dos personajes ocultos en un cuarto del tamaño de una caja de zapatos, con olor a moho de mitad de invierno. Me gusta. Hay algo transgresor en esa relación inhumana, nunca coincidimos de día, solo a mitad de la madrugada. El me pregunta cómo me fue en mi guardia y yo evito preguntar como le fue en el diario, si es que esta pasando algo nuevo en el pais me enterare manana.

El sexo surge sin contratiempos, sofocado por el silencio de la madrugada. Todos duermen, nosotros apenas estamos listos para estar suficientemente despiertos.

Hay una mínima esperanza de que esa relación resulte, nos aferramos con unas y dientes, a las sabanas, a las almohadas húmedas, a toda esa esponjosa ficción que hemos creado desde que nos conocimos. El me lee y yo a él, mientras poco a poco nos vamos perdiendo. Los dos como seres humanos reales a la luz del día apenas si nos reconoceríamos, pero mientras escribimos, vamos al mismo paso, sintiendonos, conociendonos...Perdiendonos.

Hoy he puesto esa música que sonaba cuando nos despedimos, no el 2007 sino dos años más tarde. Y me he puesto de pie en mi balcón altísimo, al que imagino como la proa de un barco, a ver la ciudad, las luces que titilan hasta desaparecer en la boca negra del mar. Hoy lo he recordado a mí pesar, porque las historias vuelven siempre durante la madrugada, reverberan las culpas y las razones a esa hora en donde como en un pasado no muy lejano, también nació muerta la esperanza.

La mala hora

Me preguntas si el insomnio es una enfermedad.
Quiza es un vicio, me quedo pensando.
Quiza es que la hora en la que los astros ascienden hasta hacerse  inalcanzables  sea la mejor para escribir. No porque la ciudad calle, sino porque hay una hora pasada la cual, se desvanenecen todas las esperanzas y mueren las oportunidades de ser buscada o encontrada. Quedan libres entonces, los pensamientos mas profanos, crueles dictadores de dedos agiles y verborrea honesta.

Hay una hora a mitad de la madrugada, en que cualquier persona puede ser sincera, puede volverse poeta o pitonisa de los hechos mas escabrosos. Me agrada esa hora como tambien me aniquila, es la hora en que se abandona toda esperanza y ya hemos hablado bastante de la esperanza, verdad?

Me preguntas si tengo terapeuta y como se llama?
Mi terapeuta es negro y solo se recibe en pequenas dosis, va metido en una tacita pequena invadiendo con su fragancia cualquier melancolia reciente. Es el que me hace hablar a gusto cuando lo que deberia hacer es callar mil veces. Mi terapeuta, lo sabes ahora es el cafe de la manana, el de media tarde, el que no busca compania para ser bebido.

Escribo sin corrector de textos hoy y es como correr sin sujetador, tremendamente liberador como inadecuado. Me hace falta algo mas de cafe, un poco de abrigo, una compannia que no moleste el curso de mis pensamientos y una ilusion. Recien ha empezado la madrugada y las historias confluyen a mi paso como un cardumen de sutiles pensamientos.

jueves, agosto 30, 2012

EL PACTO



La primera cita sería en la verdulería, justo en la sección de las frutas. Recordaría luego el olor a piña cayena, duraznos maduros y manzanas chilenas, mientras lo esperaba. La idea de encontrarse por primera vez en el supermercado había sido suya;  era un lugar iluminado y seguro, donde estarían rodeados por mucha gente. De darse el caso podría huir o excusarse sin salir lastimada. Más allá de esa lógica de paranoia y protección la razón era mucho más casera: Era por los olores; en un futuro si algún sentimiento traicionaba su lógica usual de autoprotección,  apenas si podría evocar su recuerdo si estaba disipado su aroma entre las mil fragancias de las frutas importadas de aquel exclusivo supermercado.

Llegó temprano, contando los minutos, los pasos peatonales, las señales de los semáforos. El pacto era simple, ninguna palabra de contacto previo, no saludos ni gestos vanos,  irían directo a la acción de lo que les naciera hacer en ese momento. Un abrazo, un beso, un empujón si fuera necesario. Más que una cita a ciegas, su encuentro iba acompañado del pacto explicito de ignorar cualquier convencionalismo que los encasillara más adelante como las personas aburridas que echan a perder una relación por la duda inicial.

“La acción es carácter” le habían enseñado en la escuela. ¡Vaya forma de aplicarlo! pensó con cierta melancolía, al recordarse colegiala, con sueños de amores perfectos y relaciones ideales.

El encuentro fue rápido, contacto visual adecuado, tacto breve, olores tenues entre sus escasos centímetros de separación. Demasiado ruido alrededor como para fijarse en vibraciones nerviosas en el tono de la voz. Luego vendrían el abrazo, el beso, la caricia inesperada. Ese despliegue de ternuras guardadas para todo el mundo, saliendo de pronto a flote en intensas bocanadas, inoportunas bocanadas de realidad ante un encuentro de por si ficticio.

¡Cuán extrañas eran las relaciones entre dos extraños! Ahora lo sabía, pero  antes no. Antes todo acto tenía un significado a futuro; la sonrisa, el movimiento, el roce casual entre ambas manos. Tenían significado las luces que volvían los cuerpos oscuros o transparentes a su paso. La palabra precisa y el silencio elegido a tiempo. Las pausas entre las frases, las tontas anécdotas. Había existido un antes, ella lo sabía. Pero no sabía cuándo o cómo, pues ese antes era usualmente difuso. Volvía a su memoria solo cuando debía poner en su lugar a la ilusión y dar paso a la conciencia, al contar de los pasos, de los minutos,  de las luces, a la medida exacta de cuando había que soñar o despertar para volver a casa.

La caminata de ida había tenido un silencio de agradable  complicidad. Los faroles tiñendo de ámbar la indiscreta llovizna que hizo que su cuerpo se acercara torpemente al suyo buscando abrigo. La respuesta de un brazo sobre sus hombros, su aliento de cigarrillos  y menta. Ahora allí, están ellos dos caminando con el sonido de los automóviles, la brisa del mar soplando en contra helando sus rostros y narices, cuajando en los ojos la cristalina idea de que no deben llegar a ninguna parte.
Pero el pacto incluye un lugar donde llegar, un fluir de actos continuo hasta satisfacer cualquier curiosidad a futuro. El pacto incluye la naturaleza de ambos, mezclada sin medidas ni proporciones. No irrumpirán los límites de lo sabido o temido; la sociedad y su molesto susurro inquisidor se quedarán puertas afuera. Tapadas las ventanas, amordazado el golpe de los cuerpos, y las voces,  deberá surgir en ese tibio espacio, el sonido verdadero de lo sentido y deseado. Sin miedos, sin dudas, sin tensiones.

Luego vendrá el futuro, a destrozar entre sus patas veloces lo que haya quedado sin proteger.
Cualquier sentimiento indiscreto fuera de esas cuatro paredes, cualquier palabra demás, el mínimo gesto que delate  fragilidad deben ser guardados ahora.  Cuerpos vulnerables a ser repuestos y sucedidos por otros cuerpos, deberán protegerse de cualquier sentimiento fatuo que corroa su superficie de cinismo exitoso.  Es momento de vestirse y blindarse con una lógica que resiste cualquier cuestionamiento a futuro. Hay que protegerse de que cualquier olor nuevo permanezca más tiempo del debido, de que el sonido de una palabra mal dicha arroje una onda expansiva que destruya la breve ilusión de un encuentro casual.

Su caminata de retorno ha sido lenta, de nuevo contar las luces, los pasos peatonales, los faroles que aun están encendidos. Abrigada de aquella abominable lucidez camina sin prisa por el centro de la calle. Ya no la esperan la duda de si habrá o no beso, de si ocurrirá o no un abrazo en la primera cita. El encuentro ha sido perfecto y el pacto adecuadamente respetado. El viento cubre de gotitas azuladas su rostro cansado a contraviento contra aquel amanecer brumoso, mientras van tomando direcciones opuestas.

Al final del día se han evitado la fatiga de hacer lo que todo el mundo hace. Han ido contra la corriente, y evadido la duda y la angustia de esperar una sorpresa que a su edad es probable que no llegue más. Al invitado que jamás llega. Cada cosa  ha estado en su lugar sin objeciones, ni sentimientos colándose.  Cerebrales y rudos, caminarán seguros en medio de una ciudad que espía tras las persianas cerradas  que en su pacto perfecto sean atropellados como todos los demás, por ese  bribón traidor que suele ser el corazón. 

lunes, agosto 27, 2012

Las estaciones


Mi vida había sido marcada de cierta forma por las estaciones, así como por las fechas importantes. La publicidad influyó en mi crecimiento, de tal forma que cuando llegaba Setiembre, yo realmente esperaba ver nacer la primavera. Las temporadas lluviosas me recordaban que debía escapar a un lugar cálido en donde vacacionar, incluso de mentira, incluso si ese año no había trabajado nada. Y llegado Febrero me preguntaba si de verdad el amor debía festejarse  en público.

Rompí antes de cada catorce de Febrero, intencionalmente o no. Había pasado la secundaria con la presión social de que debía conseguir un novio y me había opuesto radicalmente a tener relaciones con cualquiera a quien no amara lo suficiente… pero vamos eran los noventas, ha pasado un siglo de eso y me sigo preguntando ¿qué saben las niñas del amor a los 15, a los 25…a los 30?

Con el tiempo, me di cuenta que me había pasado la vida sintiéndome mal por no hacer las cosas que debía hacer en el momento en que debía hacerlas. No salir de juerga un fin de semana por quedarme estudiando. No festejar fiestas patrias en casa, con la familia. No estar en una serenata el día de la ciudad. No postular a las maestrías que todos hacían, ni comprarme el auto en el momento que todos se lo compraron.

¡Vamos! Realmente ¿A quién le importaba si yo lo hacía o no? Pero en mi calendario mental se quedaban como tristes pendientes, deudas conmigo misma. Reproches por no hacer lo que todo el mundo hacia. Ahí va la  que no está en el rebano, sentía que me decían, ahí va la que caga las cosas siempre.
No tuve la fiesta de quince años ni los amigos populares que todos tenían. Tampoco pasé un verano en pareja, ni me regalaron joyitas de fantasía por el aniversario. Con mi cartel de anti cursilería me fui perdiendo todos los clichés en que cayeron los otros en su recorrido al amor. Y las fechas y los eventos que dan sentido a otras vidas.

Creo que me fui perdiendo de mi propia cronología … Porque ¿Como debía marcarla yo, entonces? ¿Cómo debía hacer para marcar mis propias estaciones? A veces en broma, mido el tiempo según la persona que me haya acompañado en ese periodo, más que por lo académico o laboral que me haya sucedido…Y he tenido años muy malos, pésimos…Años que debían ser borrados del mapa y otros buenos, claro…Un equinoccio…

“Siete años de vacas flacas”  he tenido, según mi hermana, Siete años de mierdas varias que se terminarían Oh! Casualidad! Este 2012…y claro, yo sigo esperando. Que la vida mejore, que la soledad no sea un lugar tan frio, que entablar relaciones con alguien no deje esa sensación desoladora luego…En fin, que alguien engorde a la vaca de mi corral antes que llegue la hambruna por hallar gente como yo con la que no me sienta rara, incomoda, en un papel demasiado soso;  una hambruna voraz que me ha acompañado ya casi una década.
¿Alguna vez has sentido frio en un día muy caluroso? Yo sí, yo siento una increíble miseria a medida que más me rodeo de gente, un indescifrable apetito a medida que más me ofrecen comida chatarra. Me consumo yo misma, como un órgano descompuesto que busca auto eliminarse, auto digerirse…A veces siento que necesito rabiosamente algo y no sé lo que es. El equilibrio dices,  claro! ya habíamos discutido sobre eso, el maldito punto de equilibrio que busca la humanidad entera como un Santo Grial;  mas yo sé que mi vida de hecho, no se ha manejado por las fechas ni estaciones de los otros; que mi centro de gravedad nunca ha sido lo que ha podido dar equilibrio a las demás personas. Yo siempre he estado al margen, excéntrica. 

Yo soy la persona que no invitarías a tu fiesta, es más, creo ser yo a la persona, que jamás asistiría a una. Soy la que ha querido moldearse, entrar a la estación a tiempo, seguir la tendencia, desaparecer con el cardumen y no ha podido…siempre hay un fleco que salta a la vista, algo que me hace agachar la cabeza

¿Quién eres tu- me dicen- Tu o tu alterego? ¿ Tú o la que escribe? ¿Tú o tu espejo? A veces no tengo una puta idea de cómo explicarles, de que mi día no amanece hasta que todos están completamente dormidos. De que mis estaciones son diferentes, de que mi cronología está hecha a golpes de suerte y mala suerte.

viernes, agosto 24, 2012

La Culpa

El punto es que no es mi naturaleza de misantropía eterna la que ha salido a flote. No. Esta vez la culpa no la tengo yo ¿Qué culpa tendría yo de que me cruce con colegas hablando sandeces? ¿Qué culpa tengo yo de que a modo de conquista un tío me diga te quiero tirar? ¿Qué culpa tengo yo?


Y claro, esta semana deberemos trabajar nuevamente el tema de la culpa. La única manera de tener silente a una persona, a una sociedad o a un grupo específico de gente, ha sido siempre la culpa. Y en este párrafo me acuerdo de las mil veces que hemos hablado de esto con Rafa. Obviamente él lo sabe sazonar mejor y despotricar contra el capitalismo y la religión; pero yo no sé. Yo la única culpa que hallo continuamente es la mía. Una culpa que no es factible de traslado, una culpa agravada al ver la ineficiencia de los demás. Pero vamos! ¿Quién quiero ser yo? La salvadora de algo? Me he cruzado con héroes, soñadores y locos, con gente dispuesta a cambiar el mundo y yo… Yo aquí, mi única meta salvar a a 2 ó 3 pacientes, a cien más, a quién sabe cuántos más. Y sin embargo eso no me vuelve dichosa, es solo el trabajo que de no hacerlo yo, nadie más hará.

Y recuerdo la voz zumbante de ¿Quién te crees que eres? Oída hace mil años y cifrada mil veces en un cuento llamado la Niña Lorena. Recuerdo esa frase, ese escupitajo que te cae en la cara al demostrarte que Tu, tu sola, no podrás cambiar nada. Y si, llevo 30 años tratando de ingresar en mi cabeza la idea de que soy otro ser inútil, un parásito social…pero no puedo. Algo bulle en mi interior y si no puedo marchar contra nada, al menos me fajo a pelear contra la muerte. Como si se pudiera! Como si yo pudiera hacer algo que no sea inútil y frívolo, carente de toda pasión…apenas si soy un obrero que no levanta la cabeza, me han quitado toda la dignidad, la pasión pro ser algo más. Me han inundado de culpa, si eso es de lo que hablo.

La culpa que nace cuando en esta sociedad pacata una mujer dice que no quiere casarse. Que ya pasa los 30 y que no le nace la ternura pro tener un hijo solo para no terminar los días sola. Cuando gasta más en ropa interior y en zapatos que nunca usará que en cualquier cuota para mejorar la vida de los otros. Culpa, por no creerme ese cuento estúpido del amor a primera vista, de que solo tendrá sexo a la tercera cita y luego fingirá que nunca antes lo había hecho. Cuando le dice a un hombre: Invierte estúpido, esta relación no te saldrá gratis. Culpa, culpa, por las calorías, por los libros no leídos, por las fuerzas que gasto en quejarme sin hacer nada. Por las pastillas, por no estar con la salud intacta cuando debo estarlo, por ser frágil, por no ser un hombre…Por ser mujer, por ser solo una mujer que sueña.

miércoles, agosto 22, 2012

@la_martillo

Me hice de un twitter...pero no tengo amigos, ni sé de que puede servirme...

REGRESO AL BLOG


Hoy...estos días, quisiera ser solo Laura Hammer, mi alterego-yo misma. La Hammer, como algunos prefieren llamarme, dotandome asì de una dureza de la que en verdad carezco.

Quisiera desaparecer un poco. No ocultarme, mas bien mostrarme. Mostrar un poco de lo que siento día a día, hoy... Quizá éstos meses el personaje no ha sido Laura Hammer, sino yo. Ideas, actitudes,  bùsquedas.
Quizá el personaje sea mas duro que mi alterego, quizá LH solo precise descansar del día a día, refugiándose en su viejo blog de absurdas melancolías. Quizá deba elaborar un cuento, un poema, transcribir una anécdota que haya dado vuelta muchos años dentro de mi cabeza...Quizá...

Pero no es eso, tal vez es solo que al pasar página a página lo que he vivido y he escrito, haya comenzado a extrañar rabiosamente a los amigos que perdí,  incluso a mis detractores, o a los fans. A esa gente por la que yo escribía y em animaba a dar uno y otro y otro...tal vez fue el tiempo en que mas permeable estuve, en el que mas desee comunicarme, tener contacto...Estirè la mano para pedir ayuda, algo que no hago más.

Me prefiero así, vulnerable. Incluso oculta por un nombre falso, un alterego, una leyenda cibernauta de lo que debería ser. Me prefiero así, humana, melancólica, reflexiva. Prefiero que me lean a que me vean...Una cita, un encuentro, un intento de hacer el amor. Un regalo que no me gusta recibir. Tratar a los humanos imperfectos que somos y portarme como tal, equivocarme, seducir; equivocarme, provocar; voilver a probar, maltratar, ironizar...hacerme la fuerte, la dura, estar continuamente en esa actitud de "Todo lo que haces es insuficiente, aburrido, falto de sorpresa, yo jamás me enamoraré de ti"

Y correr, correr, correr...Nada ha cambiado desde el 2005...La naturaleza no cambia. Apenas me he engañado dicièndome en què problemas no debo meterme, indicándome a quien no ilusionar/enamorar, con quien no intentarlo siquiera...Solo he acelerado el proceso de las relaciones, aumentado la efectividad de los encuentros. Ahora solo doy una cita, tal vez dos...No me interesa ir mas allá...Tan aburrida me he vuelto, tan dura o tan miedosa...quien sabe?

Hoy quisiera ser Laura Hammer mas que nunca y recuperar a mis amigos virtuales, los que estaban para decir una palabra amable cuando me iba mal, incluso falsa...No importa, porque hubo un tiempo en que yo deseaba fervientemente VOLVER A CREER.

martes, agosto 14, 2012

Cortos: La pregunta


Me preguntaba…Y es que todo problema inicia siempre con una pregunta, ¿si es que algún día volveríamos a vernos?
No era una pregunta cualquiera, no. Era una de esas pesadas puertas frente a las que uno pasa a diario antes de irse al trabajo y teme abrir, porque la respuesta no se limita a un sí o a un no, sino a ese “quizá” al que temía tanto. Porque, ¿Acaso no había sido siempre la presencia de ese quizá, de ese tal vez de esa probabilidad lo que había tornado los días un poco más difíciles de digerir que de costumbre?
La esperanza, si, la esperanza,  de que al ser contestada la pregunta, estuvieran con ella todas las respuestas y piezas faltantes en el rompecabezas y que con eso la vida se hiciera un poco más simple.
Ese, simple “algún día” era todo un paisaje de posibilidades, de tiempo, de situaciones, a las que usualmente, yo cerraba los ojos pronto. ¿Cuánto de mi había aun en el y cuanto de el yo tenía aun por todo el cuerpo? Las cosas que habíamos hecho, los trazos mentales de ida y vuelta, las grandes espirales. Todo eso llevaba también su sello. ¿A dónde me dirigía entonces? ¿A qué lejano lugar tenía que volver a autoexiliarme para no plantearme siempre y cada vez por día: ¿Algún día Ese hombre y yo volveríamos a vernos?

Cortos: La chica que volaba


“No me da miedo el volar, me da miedo el lanzarme al vacio”- me dijo. Era una confesión bastante seria la que me hacía en ese momento. Yo asentí con la cabeza y me quedé callada, solidarizándome con su miedo. En ese momento de silencio, yo sentí miedo también. Pude sentir su vértigo, la boca seca, su nuca erizada, su espalda cubierta por sudor frio. Por un momento cedí a la gravedad de su miedo y abandoné esa valentía que te da la ignorancia, dejándome sentir  tan frágil como ella.

Encaramada en esa rama, su cuerpo delgado y pálido parecía el de un ave que acaba de nacer. Los faldones de su blusa blanca, se levantaron por el viento y ella los bajo rápidamente dejando un rastro húmedo en su ropa impecable.  Yo la contemplé sin decir nada, la verdad yo también tenía miedo. Tuve miedo y duda desde que partimos. Me aferraba al viejo árbol como si de él dependiera mi vida. Odiaba estar ahí, el dolor, el viento helado, su fragilidad y mi torpeza para trepar.

-Bajemos ya- intenté decir…intenté confesar que yo también tenía miedo, pero no pude. Ella se lanzó cabeza abajo hasta hallar el rio azul que parecía cielo y yo me quede allí sin atreverme a gritar ni mover un músculo. Por un instante eterno vi su cuerpo flotar en el aire, como un pájaro que intenta su primer vuelo, toda ella tornarse una pluma. La vi flotar, caer, gritar agitando los brazos…por unos segundos, antes de empapar mi uniforme escolar con tibia orina, yo también pude creer que ella era la chica que volaba. 

lunes, julio 30, 2012

Cortos: No te cepilles los dientes



“No te cepilles los dientes aun”- me dijo. Era claro, que aun no habíamos terminado. Con esa media sonrisa, de caramelo envenenado me guió de la mano hasta el final del salón. Allí descansaban dos parejas más, apoyadas contra una pintura de un bosque oscuro,  hablando en un francés que de inicio se me hizo ininteligible. El se unió a la conversación con la copa de champagne en la mano, se acercó a la mujer y le susurró al oído como si fueran viejos conocidos, mientras me tenia  aún tomada por la cintura y su mano bajaba suave por el contorno de mi cadera. El humo de los cigarrillos inundaba el ambiente, como también la adrenalina. No sabía si reírme o echarme a correr. ¿Qué estábamos haciendo?  
¿Qué estaba haciendo él?

Tifon


No es que todas las veces el suelo haya estado mojado, ni que todas las veces hayamos caído, es solo ese afán que teníamos por entonces de salir a caminar cuando el cielo se ponía negro y alguien por ahí vislumbraba tormenta.
Y es que como nos gustaban las tormentas! Con sus vientos azotando las ventanas y las puertas! Con  la playa que iba quedando vacía y las palmeras desencajadas al lado del camino, en un largo desfile de damas despeinadas tratando de mantener la postura. El barco abandonado en el centro de los manglares, el olor a lluvia, eso recuerdo.

Y no todos mis recuerdos son verdad, como tampoco todas tus cartas fueron mentiras. Las largas cartas al empezar noviembre, el mes de los tifones y mi ansiedad por esconderme en el lugar más apartado de la casa y leer una a una esas dulces mentiras: Volveré el mes próximo o el siguiente y el siguiente y así, se iba pasando la vida, pedaleando la bicicleta cuando la  lluvia caía, cuando la gente mayor decía que no saliéramos. Así se iba pasando, se sigue pasando la vida.
Y me pregunto ahora, si mis recuerdos son muy tristes.  Si fue mejor para ti que para mí la vida? Si en esos meses que yo pasaba limpiando el agua de mi cubierta, tu extendías en cambio tu vela lejos, en un lugar en donde de verdad daba fin el arco iris.
No siento que toda mi juventud haya sido lluviosa, que me haya pasado la vida chapoteando de un extremo a otro de la playa buscando el lugar exacto por donde encallaría tu barco. Han habido veranos y gaviotas y;  de vez en cuando un amor pasajero que me ha hecho olvidar que es lo que esperaba, pero siempre, siempre, mas allá de todo sol tibio al amanecer, de toda risa perfecta, de la música ruidosa, del bronceado que ahora sé que envidiabas y adorabas, mas allá de todo eso, para mi tu recuerdo va unido a una época en que llovía y el cielo era color malva antes de las tormentas. Porque tu nombre era el de un tifón, todo tú lo fuiste. Tal vez toda yo. 

martes, julio 24, 2012

Julio 24


Si miro para atrás no podria reconocer el momento exacto en que me he perdido. A mí. A la palabra exacta para describirme;  tal vez es porque hay muchas- me dice alguien. Sin embargo en la juventud, hay un momento en que si se puede describir cada objeto o cada persona, con una sola palabra. Es la simpleza de la honestidad infantil: Padres= amor;  profesor= respeto; escuela=aburrido; libros=sueños; enamorado=pasión…
De pronto una empieza a crecer y los límites entre esas palabras se van disolviendo.  ¿Amor, pasión, respeto, enamoramiento? Quién sabe realmente lo que es…Una persona pasa a desconocerse y a lentamente diluirse en palabras y conceptos que no son suyos, que son de alguien más, de muchas personas más que inventaron las palabras y los conceptos antes que nosotros, como si fueran leyes en los que debiéramos necesariamente encajar.

El pasado parece entonces más sereno, tranquilo y feliz, pero…!que agradable es descubrir la complejidad de las personas ahora! de los eventos, de la imposibilidad de que exista solo blanco y negro y sin embargo,  también ¡que zozobra! Que inseguridad el no poder limitarse a un sí o a un no como toda respuesta  y  reparar en que la vida generalmente responde a nuestras más dramáticas preguntas, con solo  un quizá.
Últimamente lo que escribo no lleva titulo, solo una fecha que intenta ubicarle dentro de la cronología de mis neuras y mis pasiones…pero ¡que digo! Si últimamente más que pasión lo que he vivido es una incertidumbre, un sueño prolongado,  un letargo aburrido y soso. He querido despertar, aferrándome de las más raras personas, personas dormidas también. A veces me hago a la idea de que hemos sido todos nosotros una pandilla de zombis arrastrándose por despertar, sin saber en qué pesadilla estamos. Cada quien con su infierno personal;  buenos consejeros, estupendos amigos, pero inútiles protagonistas dentro de nuestra propia existencia. Un ciego guiando a otro ciego por un campo de espinas. Eso hemos sido.

Me preguntan varias veces ¿por que escribo con desencanto? Pero vamos, ¿ que es desencanto?  Si soy la felicidad andante, llevo una bomba dentro de la cabeza que no se qué día explotará y librará al mundo de mi, así que mientras no me duele, sonrío y soy feliz y claro…viajo…y bailo y  amo….Ay el amor!
Ya no recuerdo que es eso, porque cada vez que he pretendido soñar me han despertado a empellones, así que cuando quiero recordar que es el amor, vuelvo a cuando tenía 24 y vivía la pasión, el amor y la ternura como un solo amasijo sin límites, en donde podía morir o matar, creyendo que era cierto…Lo demás, lo que ha venido luego, no podría clasificar en intensidad…aunque no ha sido malo. 
¿Qué es malo realmente? He vivido muchas vidas distintas y me siento vieja antes de tiempo aunque mi rostro diga lo contrario…a menudo sonrío cuando ya bien rebasados mis treinta, la gente siga pensando que promedio los 25… ¿Es eso una coquetería? ¿Me lo dicen solo los hombres? No, por supuesto que no. Mi actitud es de alguien joven, una niña engreída, una soñadora.  Quizá sea  que mi rostro se ha quedado con esa edad, aunque mis ojos digan otra cosa. ¡Oh! ¿que dirían mis ojos, si alguien pudiera realmente leerlos?…Que estoy perdida en el tiempo, si. Que toda yo soy un sueño que desaparece cuando alguien pretende acercarse.

miércoles, julio 11, 2012

La mala idea


Y de pronto las palabras comienzan a caer del techo, como desprendidas estrellas de una noche que ha oscurecido demasiado pronto, caen aquí y allá, han inundado mi vaso de agua, mi café recién servido, salpicando de negro aroma los papeles en donde garabateo, sin ideas, sin ningún rumbo sobre lo que me depara la vida esta mente que vuelve de la lucidez al sueño como en una espiral incontenible de sentimientos, de ideas y ansiedades.
Caen las palabras, son un torbellino de tinta platinada, invisible que solo ven los locos, los alucinados, los que creemos. Y se aplastan en mi sillón, en la pantalla de la teve, en los libros que ya no leo. Han caído mil palabras hasta inundar ese espacio en donde te pienso y no te encuentro, persona sin rostro, ni cuerpo; compañero de noches en vela y de amargas verdades. Tapan tu presencia melancólica, tu recuerdo y la añoranza por esa materialización que no llega. Son palabras, esas que no salvan, ni amortiguan el dolor de una caída. Apenas estrellas sin luz en una noche vacía.
Han caído todas ellas y no he sabido ordenarlas, juego a formar ideas, mientras el sueño me alcanza, inexplicable fatiga, curando todo a su paso, logrando que se apague también este espacio surreal que surge cuando las cosas fallan.

sábado, junio 02, 2012

Post # 6 : La Lista



Hace algún tiempo llegó a Lima un amigo que había conocido en Sao Paulo, el hombre era uno de esos ciudadanos del mundo que han vivido en cada país por 2 años. Su última residencia, por ejemplo había sido en Japón y demás está decir que yo disfrutaba mucho con sus anécdotas y  apreciaciones del mundo, así las dijera en ese idioma gringo salpicado de dinero y finanzas.

Esa tarde se lo presentaría a una amiga a ver si ligaban y ella me dejaba en paz preguntándome sobre hombres solteros en mi entorno.  Ella se acercaba a los treinta y seguía sola,  en su trabajo como médico había dejado de conocer gente interesante, según decía. Luego de su cita, le pregunté a ella que tal le había parecido.
-       -   Hmmm, un poco tonto- dudó. Imagínate que no tenía idea de quién era Vargas Llosa y me llevó a una librería a buscar libros de un tal Hernando de Soto
-         - Ya…pero no todos tienen porque conocer a Vargas Llosa, después de todo el es economista no precisamente un gran lector…-Trataba de ser cauta, puesto que yo sabía que mi amiga tampoco sabía quién era Hernando de Soto ni mucho menos era gran lectora de MVLL.

-Pero ¡Es el premio Nobel!- exclamó ella, atacada por un ataque súbito de nacionalismo. Aunque no hubiera leído ningún libro suyo y;  de él como muchos peruanos de a pie, solo conociera  la adaptación al cine de sus novelas mas picantes.

-         - No sabía que te gustaran tanto sus libros- sonreí yo. Era irónico como podía exigirle a alguien, conocimientos de los que ella carecía y sacrificar asi un posible affaire.
-          - Da igual…Es peruano y es un Nobel, en cambio ese de Soto, a ver ¿Qué ha ganado para conocerlo?
-         - …..

Esta mañana mientras buscaba mi bloc de apuntes de viajes, cayó sobre mi cabeza un libro que me había gustado mucho en su momento, era de JJMillas. A muchos de mis amigos no les gustaba como escribía o no entendían su humor, yo también había juzgado a muchos de ellos como idiota por no leer más que lo usual de libros de autoayuda o novelitas best seller. No solo había juzgado, me había negado a una segunda cita, cuando no, a una primera.  Y me había ido quedando sola, no como mi amiga, que afortunadamente halló a alguien que también desconocía de todo y defendía el nombre del Perú con más agallas que héroe de guerra.
Yo simplemente me había quedado sola, con muchos libros sí. Y con un millón de anécdotas y porque no, con un montón de primeras y segundas citas. Había tenido algunos novios y por no jugar a la soltera desesperada que pide teléfonos y reuniones de excusa, me había dejado sacar del mercado hasta que me volvieran a dar ganas de equivocarme con un hombre.
Mi error era no querer conformarme o eso me decía;  después de todo si en el amor aplicaba lo mismo que en las compras: “Si no te gusta en la vitrina, jamás te gustara en casa” yo ya había tenido algunas compras con talla equivocada en mi vida y no quería seguir de shopping.

A la noche siguiente salimos los tres a tomarnos unas copas; ya achispados  todos,  él me comenzó a coquetear a mí,  igual como había intentado sin éxito en Sao Paulo. Mientras mi amiga en silencio,  disimulaba con los tragos su total ignorancia sobre los temas de los que ambos reíamos.   Hablábamos del mundo, de los sitios que nos faltaba visitar, libros que leer, vida que vivir. El subrayaba  la idea de que personas como nosotros no pertenecíamos  a ningún país en especial, sino a todos.

-“Podríamos estar sentados en un bar de cualquier sitio del mundo y nadie sabría exactamente de qué lugar somos.  Ayer fue Sao Paulo, hoy Lima, mañana… New York,  o Madrid  ¿Dónde nos encontraremos mañana, menina?”-  Brindó  ebrio y feliz.

A continuación,  sacó una lista, típico gringo había hecho su lista de balance al terminar el año y sus planes para el siguiente. El tercer punto en la lista era conseguir una mujer para establecerse, pero no cualquier mujer. Dos puntos seguidos, agregaba, una mujer inteligente, bonita, sexy  y con flexibilidad laboral.

-¿Difícil, no?- Dijo, mirándome a los ojos tratando de ser  galante. Después de los 35 años un hombre se vuelve exigente para buscar pareja.
-Coincido totalmente con tu lista- le dije sonriendo- es más, pondría en la mía los mismos requisitos  y agregaría (cogí un lapicero para escribírselo) :

 “Un hombre que no haga listas”

Entonces lancé  una carcajada y me levanté para ir al baño.
Esa noche,  mi amiga y el hicieron el amor como lunáticos, antes de no verse nunca más.




La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...