

Año a año, hemos ido cambiando los animalitos de barro, por otros de cerámica o madera, según el sitio visitado. De casitas y muñecos de nieve, de arbolitos y esferas brillantes, de balsas de tótora, de miniaturas de madera; lo único que no ha cambiado son los actores principales de la gran puesta en escena. María y José siguen siendo los que heredamos de las abuelas, aunque ya sus ropas estés desgastadas e igual de raídas que en el misterio original.
De hecho mi familia no es muy católica, pero en Navidad, algun espíritu extraño nos invade a todos y tratamos de dar el máximo realismo a todo lo que signifique nacimiento del Niño Jesús. Recuerdo que los nacimientos hechos por las abuelas eran enormes y ocupaban toda la pared, de tantas graditas y escalones que se se les hacían; luego no sé que pasó, pero el nacimiento se redujo a unos pocos animales despintados y algunos pastores decapitados. Todo el perímetro era llenado entonces por los juguetes de mis hermanos y míos, en la vieja creencia de que el Niño Jesús viene a jugar con los juguetes que le dejan los niños buenos.
Jamás creímos mucho en Santa Claus, yo siempre supe que mis regalos nos los compraban mis padres, por eso Diciembre era el mes en que mi familia me parecía la mas linda de todas. No podía creer que mis padres fueran tan buenos como para dar tantos regalos sin motivo específico, algún milagro tenía que haber de por medio para convertirlos en albaceas de tanto regalo infantil. Mi mamá decía que era el Niño el que enviaba esas cositas…pero yo sabía que el Niño Jesús con sus pequeñas manitas de cerámica, no podría llevar a la peloncita, o a mi rasca playa nuevo hasta el fondo del ropero, donde los ocultaban desde inicios de Diciembre.
Papa Noel me era indiferente, así como la nieve en la decoración navideña. Para mí, el buen Chucho había nacido en el desierto, lleno de calor y palmeras al lado de algún pozo de piedra, en donde años mas tarde pasaría Ben Hur.
Por eso no me cuajaba la idea de que en los nacimientos de mis amigas hubieran pinos altos adornados de nieve y trineos por doquier, cuando todo el mundo sabía que en Jerusalén andaban calatos y cubiertos solo por sábanas de colores. Tampoco me cuajaba la idea de que la Virgen María estuviera bien sentadita esperando a que nazca el niño…Así no nacían los niños.
Se suponía que quien debía estar acostada era ella hasta el 24 por la noche abrumada por los dolores del parto, para recién poner al niño Jesús sobre el pesebre a la media noche.
Mi árbol distaba mucho de ser un árbol de copa perfecto y adornos espectaculares. Cada año, mi papá nos llevaba a buscar algún pino que creciera sin dueño ( En el campo todos los árboles tienen dueño y cortar uno sin autorización asegura un lío que puede durar generaciones) y que tuviera un color verde tan lozano, que diera gusto tener en casa todo Diciembre.
Lo que mas recuerdo de la navidad de aquellos años de infancia, es ese olor a madera y ramas de pino agónico hasta que llegaba Reyes. Por eso, que cuando ya comenzó a sobrar el dinero de nuevo, producto de menos regalos infantiles y mas decoración navideña, lo único que no cambiamos fue la tradición de cortar arbolitos pequeños, que parecían pinos y ponerlos junto al nacimiento, adornados con esferas y campanitas brillantes.
Al casarse mis hermanas, yo quedé como heredera de la decoración y arreglos para el nacimiento. La escenografía de cartón y papel de colores, el cielo chisporroteado de estrellas brillantes con la silueta de los reyes en el horizonte, las colinas con musgo, las fuentes de agua para patos y cisnes. Fui recolectando de nuevo animalitos de cerámica y juguetes olvidados. Esta vez se unían a la fanfarria de tacitas de té del tiempo de la bisabuela, los soldaditos y aviones de los tiempos de mi hermano y los recientes robots y carros a control remoto de mis sobrinos. La familia había cambiado y también nuestro nacimiento.
El año pasado mi hermana volvió, fue la Navidad mas grande y llena de gente y regalos que hemos pasado nunca. Los arreglos brillaban por toda la casa y la ilusión de los niños se hacía sentir en cada rincón. Esa ilusión por Papa Noel, ese gusto por el panetón, que mis sobrinos chilenos desconocían. Esa cocina llena de gente riendo y preparando ensaladas y postres. Para mi, Navidad siempre fue eso. Estar en familia, compartir, hacer cosas juntos todo el mes de Diciembre hasta culminar comiendo la cena navideña preparada por todos; por un día en la vida CREER simplemente que todo estaba bien en el mundo y que solo abunda amor y paz en los corazones de la gente que amamos.
Iba a escribir este post contando sobre la lata que me dieron los ociosos de mis sobrinos este año para armar el pesebre, sobre la nostalgia por no tener a mi hermana en casa, por la bronca que me da que este año mi pesebre no sea perfecto pues se me quemaron las lucesitas…pero ahora que lo pienso, escribí este post, pensando en lo que me hacía feliz el mes de Diciembre y poder contagiar un poquito de ese espíritu a la gente que de vez en cuando pasa por mi casa.
Todo mi cariño para todos ustedes y una Feliz Navidad.