sábado, octubre 07, 2006

3. En la Cárcel

El día que mi primo Abelardo contó la historia de que defendía asesinos y que incluso comía con ellos, me sentí tan asustada como curiosa. Abelardo es un tipo obeso, que en su tiempo fue delgado y tímido. Su apariencia frágil de lentes y voz tartamudeante, lo volvieron el blanco de muchas de las burlas de sus amigos. Una vez incluso, algún alumno mayor que él, le sacó la verga en la cara para que se la tocara, delante de los otros chicos de la escuela. Esto lo cuenta Abelardo en el mismo ritmo indiferente de relator de la corte, con que puede contar que su madre se está muriendo o que el tratado de Libre Comercio no afectará a la agricultura. A veces parece que lo hiciera a propósito, que adoptara ese tono de tarado solo para ver moverse incómodos en las sillas a sus ocasionales oyentes. Él cuenta las historias y sigue comiendo o aderezando su plato de ensaladas y menjunjes varios. Sobra decir que mi viejo lo detesta.

Abelardo viene a visitarnos de vez en cuando, por los juicios que defiende en la ciudad. Es probablemente el único de los parientes de mi padre al que mi madre no aborrece. Le da lástima el muchacho, dice, mientras le separa comida caliente por si regresa tarde. A mi padre no le agrada tener en la familia a alguien que defienda asesinos y la escoria de la sociedad que debería ser despeñada porque no tiene solución. Dice que Abelardo no tiene escrúpulos, que no tiene moral alguna. Que quien a hierro vive a hierro muere y a él lo van a matar sus propios defendidos.

Yo no sé cuando Abelardo comenzó a cambiar. Dicen que de niño era delgaducho y lerdo, luego se hizo obeso y a mitad de camino entre ambas fases se volvió físico culturista. Tenía un cuerpo tan bien cuidado que incluso ganaba premios por su buena forma. Ya más seguro de si mismo, se hizo abogado y después de tardarse una década para salir de la universidad, con esposa e hijo incluidos, desapareció del mapa familiar con el resentimiento que tienen aquellos que son marginados por ser los torpes de la familia.

Decían que Abelardo no tenía de que vivir, que no conseguía puesto en ninguna parte. Que si no se volvía taxista, que se olvidara de seguir viviendo en el Perú, pues para su mala suerte, él no tenía ningún contacto en el exterior para irse a Europa o a Gringolandia como hicieron los otros jóvenes de esa época. Abelardo se tuvo que quedar aquí soportando las burlas de todos los demás primos y tíos que lo trataban como el retrasado de la familia paterna, tan creídos por sus títulos universitarios y maestrías en el extranjero.

Pasó el tiempo y solo volvimos a saber de él, el día que se hizo rico. Si, rico. Porque para una familia de clase media como la suya, en que a nadie le sobra plata para ayudar al prójimo, él era un rico de pies a cabeza, con todos esos celulares caros, la ropa huachafamente “de marca” y ese derroche de alcohol y propinas en las fiestas y bautizos. Se hizo de una casa enorme y de una amante bonita. De pronto se comenzó a correr la voz de que Abelardo era llamado Alí Baba, por andar rodeado siempre de los 40 ladrones. Al parecer era el abogado del mundo del hampa y eso hacía que al resto de la familia le diera prurito tener relaciones cercanas con él o con sus facinerosos clientes.

Abelardo disfrutaba de esa fama temeraria que se había conseguido gracias a sus clientes y las millonarias sumas que recibía por sacarlos de la cárcel. De ser siempre el chico mas burlado y el primo menos hábil del clan, pasaba a ser una suerte de salvador de asesinos y el abogado mas pedido de las cárceles. Abelardo defendía todo lo que se le pusiera en frente, narcotraficantes, asesinos, asaltantes de bancos y violadores. De todos ellos siempre decía, que los de mejor talante y fidelidad eran los asesinos, pues eran personas muy dadas a la caridad y al amor al prójimo cuando cesaba su faena. Que los peores eran los violadores, porque se dejaban llevar por la pasión del momento y no podías confiar jamás en ellos y que por tanto jamás se daría el trabajo de defender a uno. Menos si se trataba de un violador de niños.

La única vez que hizo una excepción fue con Benjamín Flores alias “Cebollita” él que había sido acusado de seducir y violar a su hijastra de 14 años, una menor con retardo del lenguaje. La niña había venido a vivir con él y su madre, desde el Cuzco y después de 10 meses en que aún no conocía bien la capital, desapareció de casa sin dejar rastro. El hombre y su esposa comenzaron a buscarla desesperados por varias semanas, hasta que fueron notificados por la comisaría de la zona, que la niña había sido hallada. El hombre, panadero de 40 años querido por todos en el barrio, fue acompañando a su mujer a recuperar a la hijastra, cuando fue apresado en el acto por la acusación de violador de menores.

Al encontrarla habían descubierto que la niña había sido violada en repetidas oportunidades y acusaba al padrastro de la violación. Una vez en la cárcel y enfrentado a una de las mayores condenas en el país por tal delito, fue “bautizado” por los demás presidiarios hasta llegar a la enfermería por la brutalidad del acto. Abandonado por su esposa y repudiado por sus familiares y el barrio entero, solicitó la ayuda de Abelardo para su defensa, aunque no disponía de un cobre. Durante casi 8 meses Cebollita lloró por la ayuda de Abelardo en su caso, pues sabía que él podía sacar a cualquiera en esa jurisdicción.

¿Por qué lo ayudaste si no tenía dinero y era violador de niños? Pregunté. Abelardo dejó entonces el trozo de chancho asado en el plato y respondió tranquilo: Porque era inocente.

La niña había sostenido relaciones con un vecino de la cuadra durante todos esos meses, hasta que quedó embarazada. Ahí fue cuando el verdadero violador y la madre de este la secuestraron y la llenaron de regalos para que acusara al padrastro. Obviamente la niña enamorada prefirió acusar al que le había dado de comer todos esos meses que al tipo treintón del cual se había enamorado. Luego sucedió lo del aborto. La chiquilla entonces fue llevada a un albergue del cual escapó y ahora el caso estaba paralizado por falta de medios y de testigos. Todo el testimonio lo había conseguido Abelardo valiéndose de sus dotes de gordo buena gente, mas que de buen abogado; sin embargo con la niña desparecida del planeta ya no se podía avanzar mas en el caso y “Cebollita” seguiría en prisión esperando condena mientras “se le caían los supositorios” después de la paliza violatoria que había recibido a su ingreso al penal.

“Eso pasa por falta de plata”- concluyó Abelardo- “si hubiera tenido guita yo lo sacaba de ahí desde la primera vez que me pidió ayuda, solo era cuestión de sobornar a unos cuantos y se evitaba tanta cosa”

Al ver todos los tatuajes de Mariano en la espalda y en los brazos, no pude evitar pensar que tal vez se los hubieran hecho en alguna cárcel. ¿Alguna vez has estado preso?- le pregunté mientras nos bañábamos juntos. No, nunca- respondió limpiándose el agua que le goteaba desde las cejas. ¿Y todos esos tatuajes?. ¿Qué hay con ellos?. Que me asustan todos esos lemas que tienes tatuados en la piel... No sé nada sobre ti Mariano, tu pasado, tu futuro, nada. El futuro si lo sabes, voy a ser el padre de tus hijos y vamos a vivir frente al mar terminado este viaje- dijo muy seguro de si mismo mientras me enjabonaba los hombros. De mi pasado te enterarás en el camino, preciosa.

viernes, octubre 06, 2006

2.Mariano y el sexo

Al verlo desnudo en la cama a todo lo largo, hermoso como un sol. Laura entendió porque el sexo con tipos bellos no la satisfacía completamente. Había algo que no llegaba a colmarla, faltaba ese morbo que se producía al hacer el amor con hombres menos agraciados o con hombres mayores. Mariano era bello de rostro y de figura, demasiado atractivo para ella. Era como hacerle el amor a un ángel.

Cuando solo se tenía sexo, el morbo podía mover cantidades infinitas de feromonas en ella, que alguien de apariencia perfecta no podía. Y él era lo más cercano a la perfección anatómica que ella había conocido. Su larga pierna musculosa salía fuera de la cama, mostrando un tatuaje tribal en la pantorrilla, su espalada mostraba otros más y en el brazo uno enorme del Che Guevara, ocupaba todo el deltoides derecho.
Su rostro de nariz recta, labios finos y barba crecida reposaban sobre la almohada del precario motel por horas. Ella lo miraba impaciente, si hubiera tenido un cigarrillo lo habría fumado solo por tener algo que hacer mientras él dormía.

Estaba exhausto, había trabajado toda la noche; en cambio ella había dormido rendida después de la caminata de aquel día, poniendo la tarima de tablas como tranca en la puerta y tomando un par de relajantes musculares que le quitaran el dolor de piernas y espalda que la había tenido afligida desde la tarde. Había dormido como muerta, despertándose de vez en cuando por los gritos delirantes de los inquilinos de la pieza vecina, en medio de la agonía sexual.

Los ojos de Mariano, a pesar de estar cerrados seguían siendo oscuros e impenetrables. Sus largas pestañas hacían sombra a las ojeras que le daban esa pinta de chico malo que la había atraído la primera vez que lo vio a mitad de la calle.
Ahora lo miraba dormir como si la mañana fuera eterna y no tuvieran que salir nuevamente de camino. Comenzó a contar sus tatuajes con el dedo índice rozándole la piel, pero cuando llegó a los primeros 10 él abrió los ojos, que lucían inyectados de sangre por la falta de sueño.
Estoy muerto, le dijo. Si, pero ya debemos irnos- respondió ella mientras le alisaba el cabello negro. ¿Te dolió el tatuaje del cuello? Un poco, en la base, aquí mira y acercó sus dedos a los pies del duende de los sueños que tenía tatuado al costado derecho del cuello. Ella lo acarició sin prisa. Debemos irnos, Mariano, voy a ducharme y nos vamos, ¿si?. Bañémonos juntos, dale. Ya te dije que no. ¿Por qué? Solo es una ducha. Porque te conozco y no lo haré sin preservativo. No lo haremos, amor. Te conozco Mariano. No lo haremos, báñate conmigo. No, ¡ya te dije que no!

Ella se levantó de la cama cuando el intentó sujetarla por la cadera. De un salto estuvo sobre el piso de madera que rechinó ante sus pies desnudos. Mariano era de lejos el tipo más alto con el que había estado. ¿Cuánto mides? le pregunto la primera vez que salieron juntos. Metro y 95 ¿Por qué? Porque me llevas mas de 30 centímetros. Y él le sonrío con una de esas muecas de niño que la enamoraban siempre. Ahora parados en medio de la habitación en penumbras de las 10 de la mañana, esos 30 centímetros de diferencia se hacían más notorios. Ambos desnudos y descalzos jugaban al cazador y la presa en una actitud de luchadores de Capoeira que le daba a Mariano toda la ventaja sobre ella, mas ágil pero pequeña.

Te dije que no me bañaré contigo. Si lo harás. El la abrazó de un solo zarpazo y la levantó hasta que estuvo de cara frente a él. ¿Te casarás conmigo? Y ella sonrió sin responderle. Dime que te casarás conmigo y te dejo bañarte sola. Ella lo besó como se besan a los niños que dicen barbaridades, buscando callarlos. Si, lo haré, ahora suéltame. ¿Me dejarás, verdad? Mariano, tú me dejarás antes. Yo no te dejaré. ¡Já! ¿Apostamos? Dijo ella mientras cerraba la puerta del baño y abría la llave del agua fría.

- ¡Te vas a casar conmigo Laura! Gritó él desde la habitación de luces mortecinas y cortinas de terciopelo.
- ¡Primero muerta! Respondió ella bajo el chorro de agua blanca.

- Eso se puede solucionar en este momento, dijo él entrando al baño sin forzar la chapa.

Ella entendió entonces, que eso que acababa de decir más que una simple respuesta era desde ya, una promesa.

jueves, octubre 05, 2006

1. Los Terroristas

Cuando mi padre me dijo que el Dr. Hilaquita tuvo que caminar hasta Argentina a pata pelada para conseguir su sueño de ser médico, yo no le creí nada. Mi padre tenía esa habilidad de volver las historias comunes y silvestres una leyenda y a los personajes mas sencillos héroes de película. Caminar medio continente por un sueño, me parecía algo descabellado y fruto de la mente exagerada de mi padre, hasta que me tocó a mi misma hacerlo.

El Dr. Hilaquita era pequeño y del color cobrizo y pómulos levantados que tienen los indios de mi país. Sus ojos alargados y su tez lampiña, eran el sello inconfundible de ser el peruano promedio que busca trabajo de medio tiempo en el exterior. Se había ido del Perú apenas cumplió la mayoría de edad y como decía la leyenda, se había ido a pie, cruzando por Bolivia y trabajando de mesero, barredor y mucamo, para poderse pagar la universidad en Buenos Aires. Nunca entendí porque había elegido un país como Argentina para estudiar la carrera médica, probablemente aquí ya era muy difícil, para alguien de su apellido y condición social hallar una plaza como médico en las facultades de medicina de por aquí. No sé que tan difícil fue para “un cabeza negra” como él abrirse paso en una ciudad como Bs. As. Lo único que sé, es que el tipo había vuelto como médico y se había logrado el respeto de la comunidad por su hablar bondadoso y su don de ayudar a la gente pobre con la poca plata que tenía.

Yo no lo conocía mucho, pero cuando lo apresaron por presunto terrorista, mi familia se agitó bastante y en la ciudad nadie hablaba de otra cosa, que sobre los médicos terrucos apresados. Eran tiempos del Fujimorato y se había emprendido una lucha encarnizada contra el terrorismo, para vengar las muertes de Ayacucho y los atentados de coches bomba que habían incendiado Lima a finales de los ochenta. El gobernante de turno utilizaría una imagen de El Castigador de terroristas, para levantar la imagen alicaída del gobierno inflacionista de García. Ahora se dedicaba a cazar terroristas y el plato principal sería la caída de Guzmán para conseguir carta blanca de la sociedad civil.
Cuando los cazaron a todos, siguieron buscando, hasta hacer desparecer comunistas, dirigentes sindicales, universitarios rebeldes y todo hombre o mujer que pudiera estar contra un gobierno que ya se pintaba como dictatorial desde sus inicios. Entre los muchos desparecidos estaba el Dr. Hilaquita y también lo hubiera estado mi padre de no ser porque supo el soplo de que “los rayas”- como se decían a los policías- andaban tras la pista de todo el que hubiera tenido contacto con la izquierda durante el periodo de gobierno previo.

Esa noche mi viejo fue donde el Dr. Hilaquita a avisarle que se ocultara, porque en la lista de buscados también estaban ellos; pero el doctor no le hizo caso, mas bien lo calmó diciéndole que ser izquierdita en este país de pobres no tenía nada de malo y que él no tenia nada que ocultar para cuando la policía viniera. Mi viejo no pudo convencerlo de esa cabronada que es creer que la policía es la mano de la justicia y esa noche desapareció quien sabe a donde hasta que dejaran de buscar a gente del partido.
Fue la noche que atraparon al Dr. Hilaquita y a otros mas, acusándolos de terrorismo.

No volvimos a saber de él en 5 años más. Eran tiempos de miedo. La gente andaba acusando a medio mundo de ser terrucos, por un pan o por la rebaja de su condena. La colaboración eficaz dio resultados y se había desatado una cacería de brujas, de la que nadie se daba cuenta. El peruano de clase media vivía feliz, comiendo pan con mantequilla y té dulce y aplaudiendo la construcción de nuevas carreteras por todo el país y el nacimiento de colegios que se derrumbaban al primer temblor de tierra.

Si en la infancia yo había tenido miedo de los terroristas que entraban en las casas y ponían bombas en media ciudad, para cuando Fujimori asumió su segundo mandato yo tenía miedo de que por cualquier cosa metieran a mi viejo al bote. O que mas gente allegada a la familia pudiera ser acusada y metida a la cárcel para ser olvidada o asesinada como ocurrió con los jóvenes de la Cantuta. Jóvenes inocentes que ahora eran solo los huesos olvidados a los que la sociedad no alcanzó a hacer justicia.

Cuando 5 años mas tarde el Dr. Hilaquita salió de prisión por ser una condena injusta y no habérsele hallado ningún asidero para su cautiverio por terrorismo en la cárcel de máxima seguridad, sus ojos eran tristes y su caminar pausado. Mi viejo lo invitó a almorzar a casa, pero no hablaba mucho. Yo lo examinaba por todos los costados, jamás había visto a un ex presidiario. Comía poco y hablaba bajo. Habían sido largos años, en que su esposa gastó los zapatos yendo a todos los juzgados y hablando ante los medios de prensa por esa prisión injusta de la que intentaba liberarlo. Su esposa se había hecho famosa por sus zapatos gastados y su trajecito sastre color guinda, en cambio él había salido como un muerto de allí, la gente lo había olvidado como se olvida a un muerto al que no se lloró en su debido momento. Pero ahora estaba de vuelta, con los cabellos encanecidos y la piel pálida.

Cuando a mitad del almuerzo pudo hablar algo, solo habló de las torturas, del frío, de la comida de perros. Por suerte- dijo- yo estaba acostumbrado a vivir como un perro antes de ser médico, solo volvía la frío y al hambre…por eso la dignidad no me la quebraron tanto- sonrió sobriamente- pero hubo otros que casi se volvieron locos. ¿Recuerdas a Germán Caycho el Ingeniero? Mi padre asintió sin mediar palabra. Ese se derrumbó los primeros meses, acusó a medio mundo. Lo volvieron soplón a punte de castigos, lo peor es que acusó a inocentes, como él o como yo. La cárcel te vuelve así- dijo y tomó un sorbo de la gaseosa que ya se había entibiado en su mano. La cárcel vuelve malos a los hombres libres.

Cuando se despidió de mi, la menor de la familia, previos consejos de no confiar jamás en nadie “porque los rayas te buscan desde que estás en la universidad y llegado un gobierno fascista te apresan bajo cualquier cargo”. Me dejó algo trastornada, solo pensaba en cuanto había sufrido ese hombre inocente que contaba como le ponían electricidad en la vulva a las mujeres acusadas de terrorismo o como eran violadas las mas bonitas, como la Garrido Lecca una y otra vez de todas las formas posibles. Esa imagen me dejó estática, yo solo tenía 17 años y esos temas de sobremesa me dejaban sin habla. Pero lo que mas muda me dejaría, fue ver a mi padre llorando abrazado al Dr. Hilaquita al despedirlo. Jamás había visto a dos hombres cincuentones llorar en público con un gemido hondo como de animal herido. Creo que mi viejo había vivido también en prisión esos 5 años que el Dr. Hilaquita estuvo dentro. La tortura, había sido no poder salvarlo, de su propia cojudez de creer en la justicia de “quien no la debe no la teme”.

Ahora en el asiento de la Terminal con los pies ampollados por la larga caminata de todos esos días, pensaba en ese episodio y en como había vivido toda la vida desconfiando de todos como me recomendó el Dr. Hilaquita y sin embargo al conocer a Mariano, no había dudado un instante.

- Laura, ¿estás lista para volver?- me despertó el hombre de la Terminal
- Si, siempre lista- respondí con una sonrisa de última hora.
- ¿En que pensabas? ¿En el chico ese? ¡Vamos! seguro lo encuentran y va a la cárcel por lo que te hizo.
- No, Solo pensaba en los hombres libres que van a prisión sin causa y en los hombres como Mariano que siguen libres a pesar de todo. ¿Me invita un matecito caliente, por favor?

miércoles, octubre 04, 2006

Preámbulo

Ella sintió el polen primaveral cosquilleando en su nariz, como la caricia de un duende. De pronto estaba sola en un café del centro de la ciudad. Ellos la habían dejado sola y apenas si pudo articular palabra para despedirse. Con la frente en alto y la dignidad humillada trató de recordar el camino mas corto al metro, por si tenía que escapar de allí llegada la noche.

Pero eso ahora no importaba mucho, lo único que sentía era ese polen de finales de Septiembre impregnando las lagrimitas que no llegaban a salir y se le cuajaban en el par de ojos negros que ya no miraban a la ciudad ni a la gente que caminaba rápido, ni al mozo sonriente que la trataba de dama en vez de señorita, ni a la sombra de ambos alejándose por uno de los pasajes aledaños, sin voltear a mirar si lloraba o no. Simplemente alejándose en la pantomima de creerla mujer adulta. Ese par de ojos ya no miraban nada mas que el gris de los edificios ante ella, repasando cada grieta como si con eso pudiera recapitular su propia vida.

Saboreó por última vez el café helado con crema de vainilla y la galletita de coco en el platillo blanco y se levantó sin dejar propina al mozo sonriente. Simplemente se alejó de allí, intentando adivinar como la maldecía el mozo, como la maldecía el mundo por dejar de hacer las cosas que son educadamente impuestas sin motivo aparente.

Sobre los botines de cuero marrón equilibraba apenas sus pasos hacia ningún lado con la mirada fija en un punto invisible que la hacía contener los lagrimones de rabia. De esta forma muchas veces ensayada, era imposible dejar caer una gota de melancolía que le estropeara el maquillaje o le empañara los lentes. A decir verdad, no había motivo para llorar. Lo que sentía en la garganta solo era la rabia y la impotencia de cargar con esa jaula que significaba ser la hermana menor, la chica aplicada, la niña buena, a donde quiera que fuera. Como si ella no fuera capaz de hacer lo que se le diera la gana. Como si aun a millas de casa tuviera que conservar esa falsa compostura de las niñas educadas y por tanto tener que ser humillada con bromas de ese calibre, sobre su debilidad de carácter, sobre su condición de mujercita chica que necesita siempre de un hombre.

Hace mucho que se había dado cuenta que el dejar que la protejan a una, es ponerse llave a esa celda terrible que es vivir como mujer común y corriente, siempre con una amiga para ir al baño, con un hombre al lado para ir a lugares peligrosos, con alguien como compañero de viaje…Siempre alguien al lado, porque era mujer y eso la volvía una inválida ante la sociedad civilizada. Alguien imposibilitada de hacer lo que le venga en gana sin rozar con la imagen de ordinaria que tenían las mujeres que andaban por la vida no solas, sino solitarias. ¿Por qué no la sentían capaz de hacer esas cosas? ¿Es que tenia que pasarse el resto de la vida develando sus secretos a otros? ¿Diciéndoles que hace mucho había dejado de ser niña buena, que hace mucho que tomaba autobuses, trenes y aviones sola, que hace mucho no tenia amigas ni a nadie para acompañarla a ninguna parte?

No. No le diría a nadie la verdad de lo que ocurrió en los últimos 3 años. Como había crecido, como a pesar de lo que su apariencia dijera, ella había crecido como un centenar de mujeres por dentro. Que se había cambiado tantas veces el nombre que ya ni recordaba el suyo. Que había estado en tantos lugares y hablado con tanta gente, que hacía tiempo ya no necesitaba de la manito de mamá para salir al lugar que quisiese. Ellos habían insinuado eso, en una frase que sonó a mofa y a la que ella no le pudo exprimir un poquito de sentido del humor, para sonreír diplomáticamente como siempre lo hacía. Esta vez había perdido la buena postura, había asumido el ceño duro, de los que esperan mandar a la mierda a la próxima palabra mal dicha. Se había quedado en la mesa y sin saber que haría luego, les había comunicado que no volvería esa tarde a casa, pues quería caminar…Caminar por la ciudad.

¡Si, claro! Como si eso fuera fácil de hacer. Ahora le dolían los pies sobre los zapatos altos, ahora le incomodaba la falda, ahora le molestaban las miradas sobre su escote. De pronto sintió la imperiosa necesidad de sentarse antes que se le quebraran de una las botas altas y la cara de palo. Antes que estallara en lágrimas en esa ciudad primaveral de finales de Septiembre.

Ya en la banca sintió como poco a poco la boca se le curvaba hacia abajo asumiendo el gesto previo a los grandes llantos, que ella había conocido también en los periodos en que la depresión quiso matarla. Esos tiempos en que llorar era tan fácil, que derramaba lágrimas por la excusa que fuese; pero se dio cuenta que esta vez no había motivo, esto no era nada mas que una rabieta sin desahogar. Así que se pasó la lengua por las paredes de la boca, intentando levantar las mejillas en una sonrisa inventada. Metió la lengua entre los dientes y las mejillas, bajo los labios carnosos, hurgó toda su boca, para que no se le cayera a pedazos y se deshiciera en ese llanto fatal de los que lloran sin saber porqué lo hacen.

Intentó traer saliva a la boca que estaba seca por el mal rato. Cruzó la pierna izquierda, que mostraba un muslo recién depilado y se apretó las manos húmedas en la falda que ahora parecía mas corta que cuando solo caminaba. No era justo llorar por un capricho, arruinar su prestancia, la seguridad que le imprimía estar a solas. Ella no lloraría. Ya había crecido y ya no lloraba tan fácilmente por esas pendejerías de niña fresa. Ni caería en una de esa trampas de rabieta que les ponen a los depresivos, para ver si recaen nuevamente en esos llantos por impotencia que a la larga se transforman en melancolía y finalmente en apatía por la vida y un querer abrazar la muerte.

De pronto lo decidió. Mañana saldría del país, sin ellos. Ya no los necesitaba, podía hacer ese viaje sola. ¿Quién se había creído el mundo para hacerla llorar? Podía largarse el rato que quisiera, peligros habían en todas partes. Una mujer sola viajando con mochila tiene tanto riesgo de ser atacada como una mujer en tacones por la ciudad mas bonita del mundo. Total! En cualquier lugar se muere.

Ahora necesitaba solo un par de zapatos cómodos y una muda de ropa. Algo la llamaba a hacer ese viaje, era algo o alguien más fuerte que ella, quien ahora la empujaba a no llorar y romper su cáscara de maquillaje por las palabras mal dichas de gente que en realidad no le importaba. Ese alguien que aun no conocía, le daba esa fuerza para enrumbar el resto del viaje sola, sin pedirle nada a nadie. Ni humillarse por un poco de ayuda o una indicación de camino corto. Ella ya no necesitaba caminos cortos. Quería caminarse la vida entera.

Laura, se levantó entonces del banquillo sobre el que caían los frutos y el polen del plátano oriental con la parsimonia de la primavera y se dispuso a caminar hasta que el anochecer le hiciera olvidar que era una mujer extraña en una tierra de extraños, pues mañana Laura cumpliría parte de su misión en este mundo.

jueves, septiembre 21, 2006

It´s enough

Gracias por los buenos deseos. Hoy leí todas sus cartas. No esperaba ser tan importante para algunos de ustedes...la verdad no esperaba creérmelo...pero hoy solo veo el mundo a color.


La primavera aquí se está instalando de lleno. Quisiera escribir sobre eso, tengo demasiado por escribir...pero creo que por el momento solo me dedicaré a vivir.

Un abrazo para los que estuvieron desde el principio. Y también para los que llegaron al final.


Nos vemos en esta o en la otra. Bye.


It´s Enough.

domingo, septiembre 17, 2006

Despertar de Primavera

Yo me soñé oscura y sangrienta. Mi voz era silencio que mataba todos los demás sonidos de la noche. Mis pasos movidos por un tiempo que no era mi tiempo, el aroma que respiraba, solo provenía de mi atmósfera particular de violetas y clavos de olor.

Yo me inventé entonces como un espectro que vive de esas soledades guardadas, de esas nostalgias que matan, de esa melancolía que no llega a endulzar lo suficiente. Y los días fueron pasando, oscuros y húmedos, entre el gris de los edificios de concreto, de las casas sin pintar, de las autopistas vacías. Todo se había vuelto un continuo atardecer que no llega a volverse noche, que no llega a vislumbrar estrellas. Un atardecer invernal, en donde no sabes detrás de que nube gris se ocultaron los astros. Todo se hizo entonces amargo, triste. Ese era mi lugar.

El tiempo ha pasado. Yo dejé cada traje que pudo haberme ocultado, yo saqué las uñas y mostré los dientes. Yo quise protegerme…pero otras veces volvía dócil, con una prenda menos y un trozo de piel para que la veas, para que puedas curarla. Me sentaba a la puerta de tu casa y cantaba esas canciones tristes de mi noche insomne, para que pudieras salir a buscarme…Pero bajo todos los mantos grises yo no aguantaba la espera y salía corriendo de prisa. Jamás me quedé a esperar una caricia, una palabra de ánimo. Me levantaba de las briznas, antes que alguien más pudiera hacerme daño.


Los días pasan. El gris inicial ha dado paso a colores pálidos de diferentes matices. Una acuarela vaga de colores y recuerdos. Los días han pasado y yo he seguido mostrándome. Quitando poco a poco los harapos que me cubrían. Mostrando mis tobillos, mis piernas, mis muslos. Ocultando mi rostro bajo sombra. Yo he seguido mostrándome.

Y ahora ha llegado septiembre, 10 meses después de cualquier intento de sueño y me siento fuerte. Más fuerte que ayer. En el patio de la casa iluminada, puedo alzar la vista y ver un cielo azul añil cruzado por las ramas recientes de la parra que se viste de verde. De pronto y noto que mi universo ha vuelto a tener sus colores iniciales, poco a poco eso colores se han ido haciendo brillantes. Mi traje oscuro y sangriento, lo he dejado en alguna habitación guardado. Mi cara de grises me la he cambiado ante el espejo, mi dolor oculto ya ha secado al sol. De pronto me doy cuenta que 10 meses después de que empezara todo, no necesito a veces ni leer ni explicarme, para sentirme sana.


Ha sido una lenta convalecencia, pero me siento mucho más segura. Puedo dar mis primeros pasos fuera de casa. Puedo ver la noche sin temer que ya no haya estrellas. Puedo bañarme con agua clara y salir sin ninguna máscara a recibirte. Ha llegado la época en que todas mis ramas secas dolientes durante el invierno, se han empezado a vestir de los colores que trae la tranquilidad. Ser feliz es un anhelo demasiado caro, para vivirlo de forma permanente, pero puedo decir que después de 10 meses, me siento mucho mas segura, tranquila y en equilibrio. Ya no necesito, ni me apetece disfrazarme, los antiguos dilemas están casi resueltos, la búsqueda del amor ha cesado. Estar a gusto con mi soledad ha sido la lección más rica.

El día está colorido, aun faltan algunos meses para que pueda ser una paleta completa de matices color mariposa. Pero hoy he podido salir a caminar y vivir y por un par de días he pensado que no necesito escribir lo que siento. He estado tan a gusto, que a veces me olvido que durante 10 meses necesité escribir, para vencer a mis demonios. Que durante 10 meses, creí que solo escribiendo podía llegar a ser feliz.

Yo que me soñé oscura y sangrienta…y ahora eso solo es un recuerdo lejano de la persona que quiso protegerse de si misma y de sus propios rencores con la oscuridad que puede dar el dolor. Ahora despierto tranquila, sonrío y me siento cada día más fuerte que el anterior. Pronto mi vestido volverá a tener el color de las flores. Pronto habré terminado de curar mi propio corazón.

sábado, septiembre 16, 2006

Vamos a Escribir!

¡Vamos a escribir! Vamos!

Que se deshojen los pétalos de los dedos, que se desarme el alma en piezas diferentes, que salgan los sentimiento en símbolos letrados!

¡Vamos a escribir! ¡Vamos!

Que yo te invito el café mientras lo hacemos. Que yo comparto la música, que yo te doy mi silencio.

¡Vamos a escribir! ¿Qué cuesta?

Mostrar un poco el corazón reblandecido, como un flan azucarado de olor de vainilla, para cuando haga falta. Como un puñado de luces de bengala! Que nos ilumine el alma!

Si es tan fácil mostrar lo que siento y a mi escribir no me cuesta nada. Multiplico mi tiempo cuando lo hago y el día se vuelve mas largo. Los segmentos de vida son enriquecidos con tus ojos en los míos. Con tu boca entreabierta leyendo lo que escribo.

¡Y te leo! ¡Me hace feliz leerte!

Saber de ti…de alguna forma. Ese puente tendido entre dos seres que sienten. Entre mas seres que quieren…entre un millón de gente…y perderme en la multitud de rostros que muestran timidez cuando les doy la mano. Que ocultan su violencia cuando opongo mis manos. Multitud de rostros escribiendo de si mismos. Escribiendo de todos.

¡Vamos a Escribir! ¡Vamos!

Que cuando la pasión llama a la puerta, yo puedo escribir la tarde entera. Que cuando el cielo es como hoy, mi corazón salta de mí y deja pintados los muros de la ciudad con el graffiti de mis sueños.

viernes, septiembre 15, 2006

Desnuda y con Martillo

***Sept/03


Dolor, dolor, por donde quiera que camine. Es una mala idea buscar por la suavidad de las flores, caminando por un bosque de espinos.

A veces el dolor cesa, pero de nuevo inicia. Volver a confiar en la gente, volver a dar de una misma, pero todo es demasiado. Lo que doy siempre es regurgitado, pienso que doy suficiente, pero es demasiado.

Mala decisión mostrar lo que será desdeñado. Mala decisión mostrar lo que será deseado. Debería estar como lo hace ella, la que se oculta tras mi nombre. Bajando el rostro con una mirada tímida, tapándose hasta que no se le vean sino el cuello o algún par de nudillos pálidos. Debería ocultarme como ella, alzar la voz tan bajita, que nadie puede escucharla y pedir permiso o pedir disculpas siempre. Porque así es mas cómodo ir por la vida, sin sacar los pies del disco giratorio, sin quitarse jamás la ropa.

El descaro en una mujer es intentar ser honesta, todas las verdades parecen siempre medias verdades. Todo acto de libertad es una ofensa. Habrá que ser como ella, que escribe en una página como anónima y no sale con desconocidos. Habrá que ser como ella que terminó la carrera con felicitaciones y todo y es querida por quien la vea. Habrá que ser como ella, como ella…

Pero la pobre niña se cansa de tener siempre a cuestas la burla del mundo que camina con caretas, tener que andar con disfraz, si puede desnudarse entera. La pobre niña siente que miente, que se va mintiéndose siempre. Y sufre por no mostrarse, por ocultar lo que es, parte de lo que siempre ha sido.

Pero hay dolor, dolor afuera. Cuando la niña sale de casa, siempre hay alguien al acecho, cuando escribe, siempre hay alguien al acecho, debe tener cuidado, hay quien hace daño sin darse cuenta y los que buscan hacer daño. ¿Cómo detectar a la oveja del lobo, si en este baile todos van disfrazados? Habrá que quitarse la ropa, arañarse frente a todos, sacarse la ropa a trozos, hasta que puedan al fin verme.

Pero jamás es suficiente.

En este baile de máscaras a la niña que llevo dentro le da vergüenza exponerse, tiene tanto pánico a mostrar de si cada detalle y que no sea recibido. Teme que exploren sus rincones, no con la suavidad que entrega ella, sino con ese don asesino. Esos dedos mecánicos, ese pensamiento fálico, que intenta violarla cada vez que se abre, que intenta hacerle daño con esas palabras violentas, con ese ser que hace daño.

La niña que llevo dentro quisiera vivir tapada, cubierta hasta los tobillos, no volver a ver a nadie. Nadie que le haga daño, quisiera mostrar lo mínimo de sí y seguir riéndose a solas de lo que no lograr ver nadie. Pero ya no puede con eso, porque cuando se va a la cama, piensa que está mintiendo, que se está mintiendo a diario, pues ella no es mojigata, ni buena niña.
Ni niña buena, sino todo a la mitad y a veces quizás menos.

La niña que llevo dentro quisiera que yo siempre calle, que deje de contar en público las vergüenzas que la hacen fea, quisiera que deje de hablar y actuar como si diera pena decir lo que yo llevo dentro.

Pero no puedo, no puedo.

Porque en este baile de máscaras no puedo mentirme a mi misma con el traje adecuado, Como lo he hecho siempre. No puedo ponerme el traje para ir a la oficina, o el uniforme para atender enfermos, no puedo vestirme circunspecta como cuando visito a mi ex suegro. No puedo ponerme nada, porque todo es lado izquierdo. Tampoco el traje brillante de las fiestas en que sonrío, ni el traje morado de cuando deseo que me deseen, En ésta fiesta de caretas no puedo ir más vestida de traje y de colores, que hagan perder de vista , a la niña que llevo dentro. Por eso debo desnudarme, como si hacerlo fuera un juego y a veces el juego duele.

¡Vaya que duele el juego!

La niña que llevo dentro, quisiera que deje yo, de jugar siempre con fuego. Que me detenga, que no hable, que deje de escribir izquierdo. Pero yo le digo que no puedo. Que aunque a veces quiero yo tampoco puedo.

Porque en éste baile de máscaras soy la única que puede ir desnuda y tener el valor de hacerlo; y decirlo todo como una afrenta a los que caminan derecho. Como una especie de vendetta a los que se visten correcto. Yo debo caminar desnuda como en todos mis sueños. Pero a veces olvido, a veces me olvido tanto, que en esta sociedad de mierda, una mujer desnuda o es una diosa o es una puta, y como yo no se caminar derecho, a veces puedo ser tomada por los lados incorrectos.

Y camino desnuda, que miedo que me da el hacerlo…

Y aun así no es suficiente, pues jamás llego a mostrar todo lo que tengo aquí dentro. Me rasgo las vestiduras, muestro todo mi cuerpo, me quito la piel que cubre a las mil niñas que llevo dentro. Y me quito fibra a fibra los músculos y algunos sueños, pero no es suficiente. Jamás hago lo correcto.

Me he quitado los huesos, cada órgano que no sirve, me he vuelto transparente, casi, casi invisible y es justo en ese momento que la niña que llevo dentro no ha podido ocultarse mas… pero nadie la ha visto.

Ha corrido con ese miedo que le han enseñado desde chica a confiar en las personas, de adorar a los santos muertos. La niña corre presurosa en la cárcel de mis costillas, hacia un laberinto interno de la que no la salvan las amigas.

Dolor, hay mucho dolor aquí. Justo cuando quiero ser transparente, la gente deja de verme.

La niña que llevo dentro, se sigue poniendo disfraces, cubriendo de toda la ropa que yo me quito de un zarpazo. Debajo de los vestidos se abraza a si misma, esperando que me calle, que ya no muestre más cuerpo, que ya no muestre mis sueños.

Pero la niña que llevo dentro se olvida de mi deseo, de que aun a pesar de mi dolor, alguien pueda verla a ella, lo único que queda diáfano después de todo este tiempo. Que alguien pueda acogerla y no hacerla parte de su deseo.

Por eso aguanto el dolor, mi niña. Por eso Laura sale a la calle desnuda y con Martillo.
Para que alguien en la multitud pueda verte, aunque todos hayan dicho que te han visto.
Aunque afuera no haya gente buena, aunque afuera siempre haga frío.



***Sep./15

El día es gris, tengo una bolsa de nísperos en la mano y pienso en el dolor, ese dolor que nunca se va, que vive siempre al acecho...pero que en días como éste hacen que sepa exactamente cuál es mi camino, aquel que tarde o temprano conduce a la Tierra de los sueños.

Violetas

Hay aroma de violetas en mis recuerdos sobre ti,
Hay canciones sin letra definida que brotan en mis oídos
Hay calor en mis poros, suavidad en mi vientre.

Cuando pienso en ti, todo es perfecto.
Cualquiera diría que existieras.
Pero tu presencia se ahoga
entre mi ombligo y mis sueños
Desaparece y vuelve solo

en ese tiempo vacío,
en las horas en que duermo.

Hay aroma de violetas,
Agitando mis sueños.
Siempre hay perfumes de recuerdos,
Cuando pienso en mis anhelos.

Hoy no escribiré mi carta larga,
Esperaré a que me escribas,
Tal vez haya entonces un nexo
Entre los recuerdos y los sueños.

jueves, septiembre 14, 2006

Charlas con mi padre

Hace algunos días mi padre estuvo por casa. Viene cada vez que se aburre de compartir la vida con mi madre y mi hermana. Cuando ellas me avisan, yo cambio de cara. Lo primero que pienso es en su cigarro desde las 6 de la tarde llenando de humo todos los rincones del departamento. La estación de noticias a alto volumen por la mañana. Su desaparición por horas cuando va a visitar a mis tías. Sus charlas largas con los taxistas. Su crucigrama de dos pliegos en la mesa del comedor... A veces preferiría que no viniera.

Por suerte, cada vez que salgo a almorzar con mi padre, descubro que es una caja de sorpresas.

Hay veces que viene y en lugar de irse a almorzar con sus hermanos o amigos, me invita a mi a almorzar fuera. Entonces me arreglo y nos encontramos en algún restaurante bonito. Allí empieza esa parte suya que me avergüenza un poco y me hace reír. Les toma el pelo a los mozos, los bromea y los hace sentir tontos. Yo me río con la cabeza agachada, juntando las manos en la frente. No se como mi madre con ese carácter tan callado pudo pasar tantos años con este hombre!

Luego, caminamos. Es bonito caminar con mi padre después del almuerzo cuando el sol cae de forma oblicua sobre la ciudad. Yo lo dejo hablar, sin interrumpir. Mi padre puede hablar por horas de sus anécdotas de niñez y adolescencia. De esa vida fantástica que todos quisiéramos tener. Yo me conozco de memoria a los personajes, pero igual me río. Mi padre tiene la magia de hacerte reír con él, aunque no quieras.

Y caminamos de brazo lentamente, cruzando parques y puentes. Porque nadie nos espera, así que podemos perdernos y hablar de todo. Entonces, no se en que momento, pero yo me abro con él y le cuento mis miedos, mis sueños, las pequeñas cosas que he hecho. Sobre mis nuevos amigos, las cosas que me hacen reír. Los programas de televisión. De todo un poco y él me escucha. A veces siento que en realidad me escucha.

Y caminamos por las calles viendo como dos niños los escaparates. Le pido que me acompañe a comprar carteras y zapatos. Y él no se niega, a veces él me tiene una paciencia increíble. Luego vamos por las joyerías buscando algún dije para mi madre “esa vieja engreída” como le dice él. A veces no compramos nada, lo mas divertido es ir hablando y llegar a algún sitio a tomar un jugo de tumbo o a comer un postre.

Mi padre se compra empanadas que come con fruición como un colegial. Yo me río al verlo, debería cuidar su peso, debería dejar de fumar…pero se ve tan feliz, que yo no puedo ser médico con él. Por ese día yo solo soy su hija pequeña, diciéndole que me agrada salir con él, escucharlo hablar.

Si, no he podido evitarlo. Le he confesado que me agrada hablar con él, cuando está así de bueno. Y es que mi viejo te habla de todo, de historia y de política, te arenga para la vida y te dan ganas de saltar de la silla e irte a vivir la aventura. El puede arengar a ejércitos, podría convencer a cualquier persona que el destino está en nuestras manos y que Dios está en todas partes pero no se parará a ayudarte. Que quien debe ayudarse es uno, salir a hacerse fuerte sin culpar a nadie. Que si debes creer en algo, es en uno mismo.
“En ese resorte interno que hace que puedas salir a pelear por tu destino”.

- “Recuerdo un hecho que hizo sentir tan feliz por ti…”-Al terminar de decir esto, se detiene dubitativo.

Se que no debe reconocer que estuvo de acuerdo cuando me fui de casa a ese fin de semana con el Innombrable, olvidando mi carrera, mi familia. Todo.

“Yo tengo mis propios plazos”- fue la única frase que dije a mi familia que me trataba de convencer de que no viajara.
Y mi viejo la repetiría siempre. “Dejen vivir a mi hija, ella ya tiene sus propios plazos”.
Nadie sabía si volvería. Pero me dejó ir en busca de mis plazos y mi destino.

Seguimos caminando por la calle casi vacía. “Tu y tu hermana tienen esa fuerza para tomar la vida”- dice luego de un rato meditabundo.

Y en medio de la tarde de colores naranjas reflejándose en cada ventana, yo prefiero creer que tengo la fuerza de mi propio padre para confiar en las decisiones de sus hijas.


miércoles, septiembre 13, 2006

Canela (4)

- No tengo zapatos que combinen con estas panties- le digo, algo apenada, mientras camino por la estancia de puntitas y descalza.

Esas medias a rayitas y con encaje en el medio muslo son muy bonitas para cualquiera de mis zapatos comunes.

- No, importa- me dice-
Igual te quedan bien.

Empezamos, entonces. Me siento en el sofá donde cae el sol de las dos de la tarde y el me acomoda el cabello y limpia las plantas de mis pies con la cámara en la mano.
Ese gesto me paree el mas tierno de los últimos días. Sentir sus dedos limpiando mis pies, como a una niña pequeñita.

- Tómate el pelo- dice más serio.


Yo lo hago, obediente. Es fascinante como adopta esa expresión y esa voz sin altibajos, cuando hace su trabajo. Se le nota muy profesional. Casi no me toca. Solo pide que me ponga mas a la luz, que me quede quieta.
En la sala silenciosa, solo hay luz natural filtrándose por las ventanas y el sonido de la cámara al hacer las tomas. Ese sonidito que me permite respirar, terminada la foto.

- No te rías, Martillito, ya terminamos- me dice con gesto benevolente

Yo no puedo evitarlo, ha de ser la vergüenza. Me da miedo que cuando vea las fotos me vea como realmente soy. Mi piel, mis manchitas, las ojeras cuando no uso los lentes. La verdad tengo miedo, por eso me río sin parar.



- Esa soy yo?- le digo con los ojos súper abiertos, cuando días después me muestra las fotos
- Claro, que eres tu- sonríe-
Te dije que eras una mujer guapa.

Yo no puedo creerlo. Pienso que me está tomando el pelo, pero me agrada que me diga guapa. Suena bien, parece una caricia en su voz. Pero me sigo mirando. Algunas fotos son a blanco y negro y hay otras, que son en tonos canelas. Es gracioso como la luz de la tarde hace ver todo totalmente canela. Mi piel, las medias marrones con el encaje alto, mi cabello, mis manos. Todo es un hermoso fondo canela de diferentes matices según la luz.

-
Te gustan?
- Si- le digo lacónica. El resto es silencio.

La verdad es que me encantan. Parece que él hiciera magia con esa cámara y volviera una chica oruga en una colorida mariposa que sobresale en un manto canela.


Él tiene magia, pienso. Tiene la magia de hacerme creer en mi, por fuera y por dentro.

martes, septiembre 12, 2006

Laura No Está

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...No me siento bien…hoy perdí la fe…la suerte juega con cartas sin marcar…no se puede cambiar...

(Calamaro)

No dejo de oír esta música, ando dispersa. Lo único que me encausa es poder oír música y escribir sin voltear a ver a nadie, ni levantar la cabeza. Me siento tan bien…ayer hablé casi seis horas por teléfono y dije todo lo que tenía por decir. Ayer tenía el corazón tan lleno y el cerebro explotando, que necesitaba hablar. Hubo un descanso para mis dedos, pero mi boca y mi lengua no cesaron de confesarse, entre risas y sabor de plátano.

He pensado en cerrar el blog para Diciembre, asumo que habrá crecido todo lo que debe y es momento de matar a Laura Hammer, o como quieran llamarla. Antes que comience a escribir pensando en los otros. Pensando en escribir divertido.

Yo no puedo ser divertida cuando escribo, no tengo historias optimistas para contar. Y aun cuando lo hago, el tinte de mi voz suele ser algo melancólico. “sexualmente melancólico” como me dijo alguien.

No podría escribir sobre lo que la gente desea leer. Al menos no todos los días. No tengo lo que la gente quiere, o necesita. Y soy feliz de saberlo. Escribo solo para mi y para quien le de la gana el leerlo. Pero odiaría volverme divertida, masticable y fácilmente digerible. Odiaría leer lo que escribo como si fuera un bagazo que a nadie le sirve mas que para reirse. Yo no hago campañas de autoayuda, ni busco rebelarte contra el mundo, mas...

¿Quién sabe?

A lo mejor es el proceso de autodestrucción de todo blog, unos inician así, otros lo hacen al final.

En todo caso, matar antes que dejar morir- eutanasia pura para el blog que llegue al año.

Me dicen que lo mío deprime y yo me río. No puedo escribir para solucionarte el día, para contarte algo que te haga reír en medio del trabajo de oficina, algún chiste para que les cuentes a tus amigos. Yo no se escribir para divertirte. Pero a veces me divierto contigo. ¿Quién sabe? A veces solo yo sé con lo que me río.

Pero yo escribo alucines y depresiones de lunes a miércoles, el resto de la semana depende del suicida en cuestión. Si amaneciste mal, yo no te solucionaré el día. Podría hacerlo, pero no me interesa. A mi me gusta sembrar semillas en ti y que si algún día quieres las vuelvas frutos maduros.

Quiero hacer lo que mis amigos hacen por mí: Inspirarme. Lo que mis amigos me dejan bajo la piel, ganas de seguir diciendo lo que pienso, como lo pienso. Sin palabras bonitas, sin una jerga especial para agradarte. Eso depende de ti. Yo hablo como pienso. Si te quieres suicidar después de leerme, anda toma el cuchillo. Yo no he venido a salvarte, ni a liberarte de las tristezas que lleves, de tu soledad guardada. No vengo a tratar de enamorarte, yo podría ser cualquiera. Tampoco vengo a hacer algo bueno por ti. Trato de hacer el menor daño posible y si lo que escribo te sirve: Bien por ambos, pero no me pidas que deje de escribir así, con las entrañas abiertas, solo para satisfacer a todos.

No me pidas que deje de ser. Solo déjame cuando quieras, yo sabré entender.

Yo hago historias truncas, dejo finales abiertos, para que sueñes el resto. Yo me culpo y lucho conmigo a diario. A veces gano, a veces pierdo. Dejo aquí cada fluido mío, a veces de besos, a veces de lágrimas. Un poco de sangre. ¿Quién sabe?

El día que vuelva quizás lo haga con otro nombre, si me reconoces, no hay premios. Escribo para mí y de vez en cuando para el resto. Pero no me pidas que sea divertida. Yo ando con libros desojados, con música en los oídos. A veces sin ropa, si eso te calienta, no es mi problema. Cada quien hace mitos de lo que desea. No está en mis manos portarme bien, para que solo me ames y nunca me odies. Ni en mi boca la palabra divertida que te solucionará el día.

Yo me voy y me vengo cuando quiero. Si quieres venirte conmigo, eso no es algo sobre lo que yo pueda aconsejarte. Simplemente, Ese ya no es mi problema.


Desempacar el Corazón

Es difícil, lo se. Desempacar el corazón, quitarlo de su envase aséptico. Sacarlo de la lata en donde late bajito para que nadie lo escuche. Es difícil, lo sé.

Tal vez fue el paso más difícil en el camino a volver a quererme. Desempaquetarlo y hacerlo latir de nuevo, aunque sangre al principio. Y sea terrible de ver. A la gente no le gusta ver músculos sangrantes, arterias cortadas, gente como yo, que pueda sentir por completo.

Pero el corazón busca su camino a libertarse como un pez que escapa en el agua, de quienes quieran acorralarlo. Mi corazón se lanza al mar, sale de los estanques mágicos en donde aguardaba hechizar a algún príncipe encantado y corre. Es un corazón que se choca con todo, que se revuelca en las zarzas, que pisotea las hojas secas, que duerme a veces en camas de espinos.

Le clavan arpones, a veces alfileres. Mi corazón sangra cuando ve a los niños experimentar con él. Cuando ve a la gente manipularlo para ver si en verdad sirve. Mi corazón resiste inquebrantable, Trata de no volverse duro. De no hacerse duro esta vez.

Es difícil, lo se. Amigo mío. Se que es difícil desempacar el corazón. Pero te aseguro que vale la pena, poder sentir de nuevo, aunque el 90% del camino sea dolor. Ese 10% de sentir sin bozales, es las mejor cosa del mundo. Y no hablo de amor, ésta vida no está solo hecha de amor, el mejor ingrediente es también tu corazón.

domingo, septiembre 10, 2006

Limón (3)

-¿Por qué me miras así?
- Nada, solo me gusta hacerlo
.

Yo estoy ahora casi a su altura. Me he subido en uno de los bancos de arena, que ha dejado el mar al retirarse. El clima es demasiado frío, pienso que fue una mala idea salir a la playa tan tarde.

- Pareces una pequeñita…cuando me miras con esos ojos. Me gusta.
- ¿Así? ¿Y como te veo?
- Con esa mirada tuya, pues. Medio tierna… medio pícara.

Yo detesto la palabra pícara. Me suena a mujer regalada, a mujer que coquetea con descaro. Pero tampoco me gusta que siempre me vean como una niña. A lo mejor esa mezcla es lo que les gusta a los tipos, aunque a mi me desagrade como suena. Esas deben ser las señales que doy y que debo evitar para dejar de salir con necios.

- No me mires así- le digo y vuelvo a caminar de vuelta a casa.

Los silencios con él son incómodos. No me agrada que vea y que se quede callado mientras me ve. Quisiera haber salido a la playa sola, aunque estuviera casi anocheciendo. El interrumpe mis pensamientos. Su presencia es ruido. Su silencio me molesta.

De pronto, extraño al joven Nash. A lo que he rescatado de él en mi recuerdo. Era muy fácil hablar o guardar silencio, o dejar que me mire. No me sentía incómoda. El mar no era una cárcel, sino un lugar mutuo y conocido, muchos metros allá abajo. Entonces extraño el sabor a limón de los helados en verano y la música que hoy ya no suena.

Ahora camino sin decir nada. El me cuenta sus anécdotas de colegio. Yo me siento boba, nada de lo que diga es divertido, ni interesante. Yo solo tengo para decirle cosas que él no entendería.

- ¿Nos vamos?
- Si,
le respondo- Hace frío.

El mar frente a nosotros es tan gris como la arena, o el cielo que anochece en invierno.
Caminamos en una pecera gris, donde somos peces atrapados por un silencio incómodo. El balneario parece ahora un pueblo fantasma con luces encendiéndose a través de la niebla.

- ¿En quién piensas?- Me dice sonriendo, meintras me empuja con el codo
- En nadie…

Me doy cuenta que muy a pesar mío llego a extrañar a alguien que compartía mis silencios y hacía parecer al mar un cuadro libre, de límites infinitos. Entonces me rio de pensar que extraño a alguien que solo existe en mis recuerdos maquillados de aroma a limones frescos.




El Mar entre los Muslos

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Yo tengo el mar atrapado, entre las piernas...agitándose bajo las manos.

El océano paseándose por todo mi cuerpo.
A veces es el mar lo único que ofrezco.
Un pozo de agua salada, para el náufrago sediento.

Pero es mi libertad el mar. Las playas vacías, el viento, las caracolas dormidas.
Es mi pasión correr por la playa desierta, espantando a las gaviotas con mi grito.
Con mi risa de sirena liberada. Sin embrujos, ni hechizos.

Solo yo corriendo libre, a la orilla del océano.

Yo tengo el mar atrapado, detrás de mis cuencas vacías, el agua oscura brotando detrás de mis mismas pupilas. Agua salada que brota, cuando dices que te vas, que te has ido. Agua salada brotando cuando vuelves y me abrazas.
Cuando me das esos besos, que no duelen recibirlos.

Agua salada evaporándose y dejando sal en las heridas que nos unen.

Tu no sabes de donde vengo, a donde voy, que es lo que quiero. Solo te imaginas mis sueños, retazos de agua y cielo. Y me lo ofreces todo cuando yo ya no puedo.

Mi piel es la arena oscura y fina de las playas del sur. Playas que no tienen tu nombre, ni el mío, escritos. Enormes desiertos de rocas rosadas al atardecer.
De dunas perdiéndose entre mis muslos y mi deseo. De arena que resbala entre mis pechos y mi ombligo. Tengo el mar aquí atrapado, en las dos orillas de mi sueño. Esperando por el navío que pueda quedarse en mi puerto.

Yo tengo el mar atrapado, aquí en mi boca, entre mis labios. Por eso mi palabra es salada. Mi verbo no es el dulce que te imaginas. No te quito la sed ni te sacio. Pues llevo el océano aquí atrapado, entre mi piel y mi alma.

Besa mi cabellera de yuyos desparramados. Besa mi espalda de arena, lame de mi ombligo salado. Hazme el amor, como el océano, entrando con ímpetu a mi puerto. Empuja, humedad hacia mi. En una ola de deseos. Que choca y vuelve, sin querer detenerse. Eres el océano que vuelve y me hace suya. Parte de mi y de todo.

Agua que orada la roca, desde muchas tormentas pasadas.
Entra por fin a mi embarcadero y suelta mi corazón de sus amarras.

...Yo tengo el mar atrapado, entre las piernas y mis manos.
Agitando mi corazón como una barca liviana.
Que tu ola vuelva a mi océano y la sal sea compartida
porque ya nos conocemos...

...Por esta vida de lágrimas... Que así sea.

Escribiendo para los Amigos

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Deseo hablarte, contarte que es lo que me ha pasado por la cabeza. No estás. Lo sé. Por eso uso de nuevo esta página en blanco para contarte que fue de mí. Es curioso, aunque lo parezca, no tengo muchos amigos por la red. Hacer amigos por aquí, es como la búsqueda del Santo Grial. Todos son amigos potenciales, todos se esfuman como un espejismo.
Podrías pasarte la vida buscándolos...Todos lo hacen.

Pero es igual que allá afuera, a los amigos se los cuenta con los dedos de la mano... De una mano de carpintero.

Cuando le trato de hallar la lógica, encuentro que es más fácil preservar una amistad vía misiva que vía mensajeros. Tengo un amigo, es cierto. Ya hemos cumplido el record de cartas por la red sin hablar de sexo, ni intentar seducirnos mutuamente. Mucho menos hablar de amor. No hay tensión sexual en nuestros correos. Solo esa complicidad de dos personas que van solas por el camino, caminando en paralelo. Cuando él camina de noche, yo lo hago de día y viceversa. Para nosotros, el día nunca termina.Si a alguien puedo llamar amigo es a él.

Tengo otros amigos, pero a veces siento que se evaporaran con el primer rayo de sol, después de la tormenta. Ya me ha ocurrido con varios, no es una novedad dolorosa. Aunque de todos modos lastime un poco ir perdiendo a la gente en quien confías.


Yo confío mucho, a veces duele.

A veces la culpa de que una amistad por vía cibernética no dure, es la soledad. Las personas solas vamos ansiosas por el mundo deseando compartirle nuestra soledad a alguien. A veces ese alguien simplemente no lo recibe. O están los buscadores de amor. Gente que busca mas que una amistad, una palabra amorosa, que suene a cariño, a deseo, a pasión contenida.


A veces no tengo esas palabras para dar. Lo mío es solo amistad.

Antes pensaba que se podría perder un amigo si llegas a intimar con él. He comprobado que no es cierto. Cuando hay la suficiente confianza y respeto, pasada la tormenta, puedes ser amiga y compañera de nuevo. Un día de sexo no debería echar a perder una amistad que es genuina. Pero si uno de ellos iba buscando amor... Bueno, ahí las cosas cambian. Es entonces, cuando alguno de los dos termina dolido.

¿ Cómo saber que no te enamorarás de tu amigo genial?


Siempre pasa, siempre hay una atracción contenida. No es solo algo físico. A veces va mas allá. Y eso se multiplica mil veces por este medio. En que un par de ojos pueden ser los más hermosos y un par de palabras bien dichas, podrían hacer pasar a un tonto por inteligente. Lo único que te preserva de no enamorarte de alguien, es estar bien a solas.

Alguien a gusto con su soledad no buscará amor. El amor lo encontrará a él.

¿Pero quien está a gusto?

Es un campo de almas solas, la red. Una telaraña de gente que quiere abrir el corazón, así no se lo aceptes. ¿Quién eres tú para decirle que su soledad es peor que la tuya?
Solo queda aceptar una parte de ese corazón y tratar de no dañarlo.


Hacer el menor daño posible...igual que en medicina.

Tengo amigos por este medio, algunos. A veces se vuelven bastantes. Solo el tiempo dirá quien dejará de estar cuando se sienta a gusto con su vida y ya no te necesite. O aquel amigo que ha de evaporarse el momento en que necesites su abrazo.

Si yo pudiera estar en todos los lugares en que tengo un amigo, tomaría mi mochila y viajaría hasta su casa. Habrá que ver entonces, si es solo amistad lo que se busca. O solo soy una persona que sirva como tapón para una soledad que se les desborda por la mirada.

Al cabo, creo que eso tampoco importa. Yo ofrezco mi abrazo a quien quiera compartir conmigo, mis discos, mis libros y aquello bueno que tenga para darles. Lo demás lo dejo ir cuando escribo.
*
*
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Imagen: Gilda Mora.

sábado, septiembre 09, 2006

Chirimoya(2)

-¿ Por qué tienes que salir con esa clase de tarados?

Yo me río ante su pregunta, parece que fuera mi culpa cruzarme con puro hombre que él califica de tarado.

-Si, pues. deberíamos salir juntos , no? Creo que me reiría mas.

El se ríe, me agrda cuando rie. las luces están apagadas y yo siento su voz muy cerca a mi oido. Su respiración perlando mi tímpano con esas palabras que le salen cariñosas casi sin proponérselo. Me agrada oirlo y pasar tiempo con él, cuando todos se han ido a dormir.

-Tu voz se oye cansada- le susurro.
-Dentro de una hora habré pasado 24 horas sin dormir...

Me apena el saberlo. Pero no quiero que se vaya. Me agrada esa complicidad que surge cuando las luces están apagadas y los ruidos son quedos. El ambiente es perfecto, aun tengo a los Nacha Pop sonando en mis oídos. Solo falta el helado de chirimoya y todo sería felicidad.

-Me muero de sueño, pero me agrada oirte cuando ries. Podría pasarme la noche entera con los ojos cerrados oyendo tu risa.

Yo vuelvo a reir, a veces se le oye tan cercano. Es una lástima que se vaya de vacaciones. Casi me he acostumbrado a oirlo con la modorra de la madrugada, hablar de tonteras conmigo, haciendome feliz con sus ocurrencias. Hace mucho que nadie lograba hacerme reir de la nada.

- Me tengo que ir- le digo mientras me levanto y enciendo las luces- Me duele todo el cuerpo.
-Si, lo sé... ¿Una mierda que vivamos tan lejos, no?
-Si, pero al menos tu te vas con ella de vacaciones. Para el sábado ya te habrás olvidado quien soy.

El silencio vuelve a reinar en la noche. La verdad suena cruda, no debería decirse. Al fin y al cabo hemos estado viviendo en sueños. Mejor me callo, por un momento he sentido celos de ella, celos tontos, claro. Pero no debo dejar que se me noten. No tiene caso.

-Imposible olvidarte, han sido dos días perfectos- me dice bajito antes de que yo cierre su ventanita del computador.

-Si...dos días maravillosos- murmuro, mientras me quito los audífonos y me voy de regreso a mi cama.
Desearia dormir con él. Se que no hariamos nada. Desearia poder dormirme oyendo su voz ¿ es mucho pedir? Pero ya se ha ido y yo debo volver a la realidad.

Solo un grillo se oye afuera y la madrugada me quita los sueños, para que pueda dormir tranquila.

Necesito un helado con urgencia- pienso con cierta melancolía...cualquiera diría que acabo de hacer el amor, me rio para mis adentros mientras caigo desnuda de vuelta a la cama.

jueves, septiembre 07, 2006

Como una Mujer Cualquiera

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Hay días en que me siento atractiva. Descaradamente atractiva. Paso por los escaparates, las vitrinas, los vidrios en las ventanas y me veo bella. Me siento bien.

Pero hay otros días- que son los mas- en que me siento irremediablemente fea. Durante esos días no paso por escaparates, ni me veo al espejo. Camino rápido hacia ninguna parte o voy a paso lento, como si el día pudiera esperar por mí. En esos días no me deprimo ni nada, no me detengo a observarme. Llego a entender el que nadie voltee a mirar, debido a mi atuendo deportivo, a la cola despeinada, a la falta de maquillaje.
Esos días no me siento mal, por no verme bien. Es mas, me siento cómoda.

Me dejo de sentir cómoda si me cruzo con alguien que vaya perfumado y listo y encima me conozca. Mas en ese momento pienso: "Es por este disfraz de chica casera, por el disfraz deportivo. No tengo de que preocuparme"

Disfruto sorprendiendo a la gente. Cambiándome de disfraz. Es gracioso cambiar de cara.

Los días en que me siento atractiva veo mi imagen reflejada en los escaparates y camino segura. Destila de mí, ese poder pasajero que da el sentirse apreciada por las miradas de otros. Mas aun, ese poder de sentirse segura sobre los tacones altos, bajo el rimel en las pestañas, debajo del cabello arreglado. Puede ser que nadie desee mirarte, siempre es una posibilidad. Pero una mujer adecuadamente arreglada tiene el poder de hacer que la miren. No es belleza. Es seguridad.

Los pasadizos entre las tiendas se extienden entonces como pasarelas vacías y puedes notar las miradas de los hombres adultos, de los esposos maduros, de los novios jóvenes. Esa mirada fugitiva del hombre atado. Una mirada que huye del círculo invisible que lo une a su pareja o su familia. Y esa mirada es recibida entonces. Algunas veces agradecida. Puede ser una sonrisa. Una mirada en contragolpe. Algo que les haga saber que valió la pena la escenita de celos de la novia o de la esposa.

Las mujeres somos crueles carceleras de nuestros afectos y defectos para con el hombre que amamos. Es la mirada de una mujer celosa un hierro candente, un látigo mojado. Una señal de alerta para alejar a otras mujeres. Yo me alejo, sigo caminando.
La mayoría almuerzo y compro sola. Me quedo mirando la gente que pasa acompañada. la gente camina en grupos o en pareja y la gente que va sola teme saludar o hablar mas de la cuenta.
Entonces siento el rechazo.

Hablo del rechazo como ese evento desafortunado que hace que un hombre te pueda mirar por horas sin dirigirte la palabra. Que almuercen frente a frente y te mire mientras comes, mientras bebes y no se acerque nunca. Hablo del rechazo en la cola del cine, cuando el tipo de adelante te ve como animal raro y no se atreva a hablarte. De esa mirada que lame tu exterior perfumado a metros de distancia, pero jamás se atreve a preguntar tu nombre.

Esa es una sensación que se vive como rechazo. Entonces no hay nada que calme ese dolorcillo en el pecho. Esa indignación de ser ignorada no por falta de belleza, sino por falta de decisión.
Porque esta vez no es el problema la falta de maquillaje, la ropa deportiva, el usar zapatillas hondas. No es que hayas caminado mirando a las puntas de los pies sin dirigirle la mirada a nadie. Que te hayas ocultado bajo un aspecto antisocial de gafas grandes y gesto serio.
Ese ya no es el problema.

En un momento determinado el problema ya no es una, sino ellos. Eso es rechazo.

Y llego a casa fatigada de haberme vestido para los escaparates, para los reflejos en las vitrinas. Para ver mi cara en la vajilla reluciente. Llego a casa fatigada de haber caminado sola. Pero como soy tan mujer, tan segura, tan atractiva, la gente piensa que confesar el que necesito a alguien es sinónimo de debilidad. De falta de amor propio.

¿Por qué no confesarme mientras puedo hacerlo? Yo no quiero callar como los hombres que me miran de lejos y no me preguntan mi nombre. Que el silencio sea para guardar secretos importantes, cosas que puedas leerlas en la mirada. Las cosas simples deben decirse.

Y que más simple que decir que a veces solo siento como una mujer cualquiera y desearia que el hombre que calla pueda atreverse a preguntar mi nombre y saber si esta noche ceno sola.

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Imagen de Antonio Blanca.

miércoles, septiembre 06, 2006

Maracuyá (1)

-Pero ¿que dices Laura? ¿cómo que no eres feliz? Eres graciosa, inteligente, atractiva, escribes, bailas, pintas...
-Como si saberlo solucionara mis problemas...
Luego de decir eso la charla continuó en silencio. Solo la cucharilla tocando el plato a la mitad.
-Entonces, debes ir al médico. Hacerte ver. Salir de viaje, hacer mas compras.
¿Cómo es posible que no puedas ser feliz con lo que tienes? Eso debe ser depresión.
Yo sonreí pensando que este hombre me debía estar viendo ahora como un fantasma que jamás ha sonreido. ¿Cómo explicarle a alguien que soy feliz comiendo ese postre de maracuyá? ¿Leyendo a solas entre clases? ¿caminando descalza? Como explico a este hombre que nada de lo que tengo es suficiente...pero esos pequeños momentos me dan felicidad por días.
Me dejan viviendo en esperanza...
"...Tus besos son tímidos... como de niña traviesa..."
Suena desde el fondo del salón y yo me quedo absorta en la canción que parece hecha para mí.
La ciudad se extiende indolente bajo mis pies. A lo mejor yo también soy un personaje en busca de autor.

martes, septiembre 05, 2006

Lluvia a pleno verano

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Es curioso como aquí a veces llueve a pleno verano. Era Febrero y yo estudiaba francés por las mañanas y medicina por las tardes. Estudiaba rabiosamente para lograr la ansiada residencia, pero no me atrevía a dejar mi lengua favorita solo por la medicina. Siempre había dejado de hacer cosas a favor de mi carrera. Al terminar la universidad me sentía la típica ignorante que solo sabe de lo que ha estudiado en la universidad e ignora el resto de cosas que suceden en el mundo.

Era febrero y yo comía a solas en un restaurante parrillero, para no tener que almorzar sola en casa. Recuerdo que ese viernes me levanté sintiéndome especial, me lavé el cabello con el shampoo frutado, me puse la crema de coco en todo el cuerpo, el perfume que ya no usaba y la falda y suéter color beige. Incluso me puse las botas altas que solo usaba para caminar de brazo de alguien. ¡Era tan difícil caminar con esas botas puntudas!

Terminada las clases de francés, me fui al restaurant completamente enamorada de mi misma a almorzar sola y soñar con el destino. Era febrero y yo vivía ilusionada pensando que ese año me cambiaría la suerte. Incluso mi aspecto había cambiado y ahora llevaba rulos rojizos que alternaban con mis usuales cabellos color negro.
El día era precioso de soleado y yo me sentía feliz. Probablemente era la única joven que almorzaba sola en ese lugar vestida no como las demás tías, sino como toda una “señorita”. Sin embargo, a mitad del almuerzo el clima cambió de repente y tuvieron que cerrar todas las ventanas y prender los farolitos que colgaban en las paredes. Había empezado a llover afuera y el día se tornó oscuro solo en minutos.
Yo maldije mi suerte, por haber salido con falda y suéter tan delgado sabiendo que los días anteriores habían sido tan crudos. Me dejé llevar por la sensación de calor y ahora sufriría las consecuencias. Las calles se volvían resbalosas con la lluvia y aunque mi casa quedaba cerca, las botas eran un impedimento para cualquier caminata.

Cuando bajé a la calle, era una cortina de agua cayendo por la ciudad triste y de cielo oscuro. Ningún taxi desocupado. Las mujeres abordaban sus autos del brazo de sus esposos; y yo estaba allí con las rodillas congeladas y la falda beige mojada sin ninguna cornisa en donde protegerme.

Supongo que era la única tonta que había salido vestida así en toda la ciudad. Podía sentir las miradas de “te lo mereces” que tenían las mujeres desde el interior de sus autos. Yo solo me abrazaba a mi misma con los libros de idiomas y esperaba un taxi que me llevara a casa. Me sentía toda una rareza allí, con el cabello mojado y los lentes empañados, que trataba de limpiar cada 5 minutos.
Pero de pronto, yo lo vi.

Si en esa calle vacía había alguien más raro que yo, ese era él. Venia caminando a toda prisa y su cara era tan pálida y blanca que parecía un mimo, traía puesta una polera de capucha negra y estaba cantando. Cantaba alto como si nadie se diera cuenta. Pero yo si lo oí. Pensé que llevaba audífonos, que cantaba en voz alta sin darse cuenta. Pero no.
Era obvio que disfrutaba ir por la calle con esos trancos largos y las manos en los bolsillos de la polera. Cantando alto, pues sabia que nadie caminaba ya por las calles, excepto yo. La mujer bajo la lluvia, con las rodillas heladas y el cabello chorreando.


El también me vio. Imposible no verme. Vestía de beige a mitad de un día oscuro, hecha una sopa de cabellos y ropa mojada.

Mientras intentaba parar un taxi lo seguía mirando y él a mí, en esa sensación extraña de que no existe nada mas en el mundo, excepto el golpe de la lluvia hiriendo la calle y esa voz melancólica cantando una canción de la cual no recuerdo nada, mas que sus labios vocalizando la palabra “sola”.

Al pasar por mi lado casi se detuvo, por un momento pensé que nos conocíamos, que era algún compañero de colegio. Pero no. Era un completo desconocido de cara pálida que no dejó de cantar ni aun cuando estuvimos solo a centímetros mirándonos en la misma vereda. Siguió su camino y yo me giré a verlo, el también lo hizo. No sonreíamos ni nada, era una sensación casi de perplejidad. Dos desconocidos en un mundo por demás extraño. Antes de llegar a la esquina volteó tres veces mas y las tres veces yo le sostuve la mirada.

Tenia ganas de irme caminando a la casa, de ir por su misma vereda. De rozar nuevamente con él. De volver a cruzarnos.

Porque dos personas que van de camino a casa, se encuentran siempre en algún momento, aunque no quieran hacerlo.

Tenia electricidad en la piel, la boca seca, el temblor en las rodillas. Por un momento sentí que era él, ese presentimiento que me había despertado por la mañana. Cuando di el primer paso para caminar calle abajo, el único taxi vacío de la ciudad me ofreció llevarme. Yo me quedé dudando. Si lo tomaba, llegaría a casa sana y salva. Si no lo tomaba, no volvería a pasar otro en horas y tal vez a mi paso y con esas botas altas resbalaría antes de alcanzar al chico de la cara pálida. Dude en hacerlo, pero el chico ya había desaparecido.

Con algo de tristeza tomé el taxi y comencé a ver por la ventana como el agua cubría de pronto la ciudad y desaparecía a las personas de las calles. Es una sensación extraña, ir dentro del auto tibio mientras la ciudad se moja afuera. Gotean los techos, cierran las puertas, la gente desaparece. Se hace más evidente que la ciudad no es mas que un pozo de lagrimas.

Pero en la esquina y junto a un poste estaba él, parado como si buscara a alguien. Tal vez el también me buscaba. Estaba en la esquina mirando para atrás al lugar donde nos habíamos cruzado y yo pasaba pegada mi nariz a la ventana, vaporizando el vidrio con mi aliento aun tibio. No me vio. Y yo lo seguí mirando hasta que el taxi se perdió entre otros autos. La ultima imagen que tengo del joven desconocido, es su cara pálida y su ropa empapada, buscando con ojos curiosos a una completa extraña, que vestía de beige.

A veces pienso que el motivo para empezar bien ese día, fue él. Como si hubiera sido un encuentro planeado desde mucho antes y que yo falle. El destino te pone trampas y tu decides o no caer en ellas. A lo mejor si no hubiera cogido el taxi, a lo mejor si hubiera caminado más rápido... A lo mejor si no dejaba pasar la oportunidad de que me encuentren. Tal vez fuera una señal. ¿ Por que puede haber algo más extraordinario que ver lluvia a pleno verano? Tal vez solo el que el mundo se oculte para que se hallen dos completos extraños.

Otoño en Lima

Es lo primero que escribo luego de una larga temporada. No era mi intención hacerlo, pero el café y este cielo nublado son malos consejeros....