Hoy mientras hablaba con un amigo, sobre mi carrera le comentaba lo triste que había sido volver y darme cuenta que los 7 años de facultad me dejaban en este país y cercanías, igual que cualquiera que hubiera seguido una carrera técnica de tres años:
Un desocupado que mendiga por cualquier puesto en la administración pública, con o sin ninguna experiencia para ser tomado en cuenta.
Al analizar que había hecho durante este año que finalizaba, me di cuenta que en gran parte no había hecho mas que “webear”. Tenia la maestría, el curso de francés, los viajes y un proyecto de libro anecdotario que jamás publicaría. Pero lucrativamente no había hecho nada. El año terminaba en rojo. Mi amigo trató de animarme diciendo que ahora era “una microempresaria”, pero eso me sonó a dueña de tiendita de abarrotes y me deprimió aun mas. El capital invertido se movía lentamente y tardaría un año mas en recuperarse, mientras no debía romper relaciones amistosas con mis padres para que no me faltara techo y comida fija. Todos los gastos de educación y de otros menesteres mas suntuarios, los pagaría yo. Obviamente mis viejos me quitaban el apoyo económico incondicional para forzarme a retomar mi carrera.
Probablemente para mis padres sea de tontos el que no quiera poner un consultorio privado, en donde me siente hora tras hora a esperar que alguien se enferme o se accidente gravemente para acudir a la consulta de una médica general como yo. A la consulta de una cría que podría ser su hija, como me repetían cientos de veces cuando trabajaba en la tierra del olvido. En estos dos años había tratado de verme lo mas adulta posible, para no tener que oír la consabida frase a la entra del consultorio
“Mamita, puedes llamar a la Doctora”
y tener que pasar por la humillación de contestar que yo mera
“Yo soy la Dra. por favor pase”.
Creo que si no hubiera sido porque trabajaba para la seguridad social y los pacientes estaban obligados a venir a mi consulta, hubiera pasado largos meses sin tener ninguna víctima, digo, paciente.
Me frustró tanto esa situación, ser la “menorcita” en un centro de salud donde todos mis subalternos me doblaban la edad, que me sentía insegura de todo y de todos. Solo quería salir de allí lo antes posible, no me interesaba que me contrataran con un sueldo suculento en el culo del mundo, si la gente me seguía tratando con esa desconfianza de
“¿sabrá realmente lo que hace?”.
Los primeros meses fueron terribles, mi enfermera era una bestia que desconocía que la adrenalina y la epinefrina eran la misma medicina y un día que un paciente entro en shock, ella también lo hizo, porque simplemente “no ataba ni desataba” cuando de primeros auxilios se trataba. Para colmo, la muy bruja se pasaba el tiempo indisponiendo a los pacientes en contra de la doctorcita nueva “porque hay que comprenderla, recién ha salido de la universidad no sabe nada”.
Yo me enteraba de los chismes por terceras personas, por el chofer de la ambulancia que cada vez que podía me recomendaba que me cuide de la arpía, por algunos de mis pacientes que me decían lo que andaba comentando la bruja en cada reunión social del pueblo, etc. Claro, los primeros meses yo quería morirme. Pero nos pagaban bien.
Mi novio por aquel entonces brindaba su apoyo a distancia, diciendo “que renuncie a ese infierno y me vaya a vivir de una vez por todas a la civilización”.
Claro! Yo me imaginaba yéndome a la tierra del tío SAM sin trabajo seguro a hacer la cola de los desocupados hasta que me reconocieran como médico. No pues, mi yo orgulloso, no quería renunciar y darle el gusto a la bruja o a algunos de los pacientes que me amenazaban con juicios, golpizas y otras brujerías. Mis padres jamás se enteraron de eso, hubieran sufrido mucho, por eso que aun ahora me siguen diciendo que fui una tonta por no haber aceptado que me contraten en la tierra del olvido, con el sueldo suculento y el “respeto” de ser médico del pueblo.
Un soberano Ja!
Como el dinero lo hace todo, en ese tiempo yo pensé que estaba en la cima del mundo. Que terminado el contrato, yo saldría de allí con un gran capital, me casaría con mi novio chileno-americano y me iría a vivir bien lejos, probablemente haciendo una especialidad en pediatría en algún hospital decente del mundo civilizado. Todo se perfilaba así, digamos que estaba en la proa del Titanic sintiendo que volaba, cuando al minuto siguiente alguien adelantó la película sin mi consentimiento y ya estaba en pleno naufragio congelándome el trasero, sin ningún Leo Di Caprio que remara mi improvisada lancha.
Mi vida se resumió entonces en tres actos:
1. Yo terminado la carrera de medicina antes de cumplir 23 años y con la casi certeza de casarme con mi prometedor novio médico, alias “el virtuoso”.
2. Yo con trabajo bien remunerado como Médico de la seguridad social y promesa de casamiento con novio extranjero, alias “el bonito”
3. Yo desocupada, con una depresión corta venas y sin novio a la vista, iniciando la escritura de un blog patético.
Lo que probaba que en pleno ascenso hacia una vida feliz y sin problemas, la vida se me había hecho mierda y yo ni preparada estaba. Casi me muero, no tenía nada. Encima cuando terminó el contrato y dado que estaba joven y con dinero, tuve la osadía de regalarme un año sabático para poder viajar a gusto con “ el hombre de mis sueños” que luego se tornaría en el consabido “Innombrable” protagonista de mis posts mas depresógenos.
Por suerte se me ocurrió invertir en algo que me salvara del oprobio de no ser nadie, ni tener nada, para poder ser admitida nuevamente en la casa de mis padres. Pero como ya dije, esa inversión tomaría mucho tiempo y el resto de dinero se me iría en pequeños placeres de consumista de clase media(léase: huevadas caras que no sirven para nada) para aliviar una depresión que apenas empezaba.
Miro hacia atrás y me doy cuenta que mientras mas alto subes, mas duro duela la caída. Recién pude hacer la maestría terminado el año sabático y me daba cuenta que mis otros compañeros mucho menos listos, ya estaban haciendo algún doctorado o andaban a media especialidad, mientras que yo solo tenía de recurso mi blog con escritos que “no eran ni chicha ni limonada”. La tuerta en la tierra de los ciegos.
Claro, por ese tiempo conocí mucha gente diciéndome que podía dedicarme a escribir artículos en algún diario o revista ( si estuviera en un país en donde la gente leyera, eso sería rentable) o que simplemente podía aferrarme al camino de la literatura y aperrar hasta lograr publicar algo que de seguro sería bien acogido (en el país en donde Baily publica, todo es posible, pero yo ya no tenía mas historias de cama ni detalles escabrosos que compartir con “el público blogo leyente”)
Me di cuenta que con una carrera técnica, la hubiera hecho linda.
Que medicina definitivamente no es una carrera rentable y que las satisfacciones no irán por el lado del bolsillo, más si del corazón(A veces me encuentro por la calle con persona sque fueron mis pacientes y me saludan tan efusivamente que aveces me siento culpable por haber dejado la consulta. Incluso me enteré que en la Tierra del olvido me añoran por el sencillo motivo, que yo si les explicaba todo "que la docoria si se dedicaba a curar"...admito que esas palabras son ahora mi mejor medicina)
Que para la vida llena de viajes con la que hace mucho soñaba no me bastaría con nada de lo que estuviera haciendo, pues me faltaba tiempo y dinero; y solo me quedaba el camino de “burrier” o de stripper. Para lo primero no tenía tanta cara de palo y para lo segundo... tampoco! Invertir en una liposucción y en clases de baile para ganar lo mismo que con un poco de esfuerzo mental me podría dar la medicina, no era negociable. (espero no arrepentirme cuando tenga 40 y siga desocupada, con las tetas colgando y el cuerpo flácido)
Sin embargo, ya tengo 26 años y el balance sigue siendo en rojo.
Parece que eran 7 años de vacas flacas y recién voy por el segundo. A veces parece que la vida no sonriera por ningún costado cuando se ven las cosas en grande, sin embargo cuando voy desmenuzando pequeños aspectos de estos dos años, me doy cuenta que logré crecer como persona mas de lo que me imaginé, que vencí una depresión que ya parecía reservarme nicho propio en el panteón más cercano; que retomé esa vocación que yo solo tomaba como un pasatiempo de inconformes, que es escribir cuentos, narraciones y otros artículos; que invertí bien un dinero bien ganado y no lo despilfarré como mis compañeros; y que en este poco tiempo hice unos buenos amigos que me hicieron entender que la amistad, el sexo y el amor son cosas muy diferentes, aunque la soledad nos lleve frecuentemente a confundirlos.
He tenido muchas enseñanzas invaluables este año, "para todo lo demás – como dice la publicidad- Existe Master Card…"
o era “¿Forni Card?”
¡Igual ya tengo carencia de ambas!