jueves, octubre 19, 2006

Los Almuerzos con mi viejo

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Almorzar a solas con mi padre es una de las cosas que en estos dos últimos años estoy aprendiendo a disfrutar. Hablar con él me llena de buen humor, además siempre salimos a algún lugar y él me deja pedir lo que desee y luego paga la cuenta. Cuando almorzamos juntos se porta muy bien y no reclama nada.

Antes no era así.

Antes odiaba quedarme a solas con mi padre y oírlo hablar tristemente, de sus recuerdos de sus sueños, de alguna que otra frustración. Oírlo hablar y no interrumpirlo para nada, sentir su depresión sobre mí, de vez en cuando algún sollozo que terminaba en lágrimas y yo allí, con esa incapacidad de decir algo adecuado. A veces solo lo abrazaba y esperaba que eso bastara, pero sabía que siempre era insuficiente. Estoy bien, me decía, es bueno llorar.
Es extraño, a veces digo esa misma frase ante mis amigos mas queridos, a veces me he abrazado a alguien y le he dicho “déjame llorar un poquito” y he comenzado a lagrimear sobre su camisa, hasta sosegarme. Luego todo volvía a estar bien. No había de que preocuparse. A veces pienso que mi viejo y yo somos iguales. No lo sé.

Elegimos la mesa de siempre en el jardín, casi junto a los músicos. Creo que si no quedara tan cerca, solo iríamos a ese restaurante en fechas festivas, pero a mi padre no le gusta ir demasiado lejos y a mí me gusta entrar en zapatillas y blue jean a un lugar al que la gente va intentando lucir formal y haciendo ver que no entran allí todos los días.

El pide algo simple, pero deja que yo pida un plato enorme, que ambos sabemos que no podré terminar. Deja que yo elija la bebida y ésta vez no se burla del mozo. Creo que sólo se burla de los mozos viejos, cuando son jóvenes y sonrientes se contiene de tomarles el pelo.

El viento agita las blancas sombrillas, levanta los manteles, hace volar las servilletas. “aquí es fácil comer”- le digo mientras empuño el tenedor. Y le cuento del viaje, de esa cena a la que me invitaron, en que había tantos cubiertos en la mesa que de solo verlos se me quitó el hambre. De la servilleta bordada que manché con la pintura de labios, de toda la ceremonia protocolar con que finge esa gente, para llevarse un poco de comida a la boca.

Mi padre se ríe, me comenta de los grandes fingidores, de la política, de las noticias. Me doy cuenta que me estoy riendo con cada uno de sus comentarios, antes tenía mas precaución de reír a carcajadas en público. Pero, estoy con mi padre ¿Qué importa?
Poco a poco me doy cuenta que voy devorando el plato que parecía enorme, que he tirado a la basura 3 días de sacrificada dieta hipocalórica. Mi viejo se ríe, para él yo siempre seré delgada, aunque se burle de mi guata en público.

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Le comienzo hablar de cosas médicas, Claudio dice que yo al hablar de medicina me transfiguro, que me cambia la voz que se me iluminan los ojos. Mi padre cree que no tengo vocación, que me equivoqué de carrera, que si él fuera yo, ya estaría trabajando gratis solo para ayudar al prójimo. Yo soy diferente, para mi ser médico es un sueño cumplido. Veo mis series favoritas E.R o “Grey´s Anatomy y me emociono mucho. Me siento como esos niños que al crecer lograron ser astronautas y que se enorgullecen de serlo, aunque aun no hayan salido en misión. Escucho atropina, sialidosis, dopamina y me siento feliz, de saber que está pasando. Me gusta la medicina, el problema es que en nuestro país, jamás se podrán pedir esos exámenes, ni actuar con la rapidez que aparece en la ficción de una serie televisiva.

El viento sigue soplando y de las palmeras caen algunas semillas. Le comento que en el viaje no pudimos almorzar al aire libre por el exceso de polen que caía sobre los manteles. Se queda callado y reflexiona luego, "Es que nosotros vivimos en un desierto"- me dice.

Le cuento sobre la cena con los tíos petulantes, que todo el mundo pedía carne de avestruz, pero yo pensé que en el Perú la podría probar en cualquier momento y que por eso me había inclinado por la carne de jabalí, porque pensé que tendría el sabor a cerdo, pero la habían aderezado tanto que igual podía ser de un vacuno cualquiera.

Mi viejo se ríe de mis anécdotas lidiando con los tenedores, con los platos raros, con el clima. Y se termina comiendo el resto del plato que no pude terminar.
¿Quieres postre? Me dice en son de burla, pero yo estoy explotando, pienso en todo el ejercicio que tendré que hacer si quiero ir a la playa este verano, sin necesidad de una burka que me cubra el exceso adiposo.

El cielo se ha nublado, “son los vientos del este”- menciona él cuando ve que me muero de frío. ¿A dónde vamos?- pregunto yo al salir. “A caminar, por supuesto”- me dice mientras me abraza.

miércoles, octubre 18, 2006

Miércoles entre Susurros

Yo despierto y escucho esa canción. Recién ahora tengo ánimo como para volver a oí­r canciones que hablen de amor, pero esta es diferente, la guitarra suena, una baterí­a de fondo, de pronto despierto y algo me hace creer que el mundo está en equilibrio. Es miércoles, el peor de los días, pero yo despierto y siento que todo estará bien. Tengo un sentimiento, una idea, algo rondando en mi cabeza, ya no me siento tan vací­a como ayer. Esa ansiedad que se apoderaba de mi pecho, que no me dejaba terminar de leer, de escribir, de caminar.
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Son las hormonas, me repito, la dieta hipocalórica, el exceso de café. Parece que fuera hambre, pero simplemente es ansiedad. Salgo a caminar, me pregunto a quien podrí­a comentarle esa pel­ícula de humor negro que vi hace unos dí­as, de una mujer que se enamora de un sepulturero y finge su propia muerte para fugarse con él. Seguramente solo le interesará oír la trama completa a algún freak como yo, me rí­o de eso y sigo caminando.

El dí­a tiene un sol precioso, se advierte el viento azotando los árboles y las canciones en los oídos, me siento tranquila, hablando en susurros. Hoy ando mas tranquila que ayer, en que solo pensaba en sexo, sexo por todos lados, en esas ocasiones preferirí­a dormirme, pero decido hacer ejercicio.
Avanzo aceleradamente en la máquina como un hámster loco, luego abdominales, después patadas. Es una rutina estúpida, pero me deja la mente en blanco, hasta quedarme tirada en el suelo de madera soñando con flores cayendo del techo, con una cascada transparente, con sonidos naturales, las paredes caen, las ventanas se abren, estoy en medio de un bosque...

Y de nuevo el sexo.
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Pienso en Ruffalo y esa escena de sexo a oscuras "In the cut", me encantó ver como se trasladaba la cámara en esa película, hasta volverte cómplice. De pronto me doy cuenta que desde los 13 años no me sentí­a atraí­da sexualmente por ningún actor de cara bonita. Este tipo no tiene cara bonita, solo tiene un atractivo animal.
Probablemente eso sea lo que necesito, pienso y la imagen de Mariano se me viene a la cabeza. El bosque, la fuente con el arco iris al caer la tarde, la forma que tiene de pronunciar Rioja arrastrando la R hasta hacer silbar las palabras.
Podrí­a hacer una pelí­cula de ese tipo, moverí­a la cámara rápidamente, con planos secundarios y mostrando solo la mitad del rostro.
¿Por qué nunca muestras el rostro en las fotos? Es la pregunta que me han hecho. Me gusta jugar- respondo rápidamente, luego me doy cuenta que es la verdad. Me gusta jugar a mostrar solo fragmentos del cuerpo, a fotografiar mis pies.
A quitarme la ropa.
¡Vaya! Me siento en el piso y pienso en ir a comer algo, mi comida saludable, ha estado sabrosa, pero me deja con hambre. Solo puedo pensar en sexo y una torta de chocolate. Camino un rato mas por la casa antes de bañarme, me veo en el espejo cuadriculado, que cubre la mitad de la pared y me desvisto lentamente.
No deberí­a estar sola, pienso. Es un desperdicio. Luego me rí­o de mi propia petulancia, ¡Que puedo hacer? A veces me gusto a mi misma. De niña pensaba que un hombre vivía dentro mí­o, me gustaba verme, tocarme, mi cuerpo era un regalo- pero me hacía sentir mal. Complejo de culpa- me parece oí­r de la boca de cualquier psiquiatra.
Durante el viaje comencé a buscar ropa árabe, pañoletas, turbantes, me fascina la idea de vivir como en Las Mil y una Noches. Entramos encorvadas a esa tienda donde habí­a incienso y música hindú, con toda esa ropa extraña colgando desde el techo y dificultando la visión del turco que atendí­a al fondo, vestido de blanco y con un alto turbante como algún personaje de historieta.
Mi hermana y yo reí­mos, pues nos sentimos en casa, todos allá­ son ojerosos y con la nariz que caracteriza a la familia. El cabello rizado, la sonrisa constante, igual que en casa. Las mujeres nos muestran los velos, todo es demasiado brillante, hasta que lo veo. Ahí­ esta. Es esa indumentaria bordada con monedas pequeñas para que suenen cuando se baila moviendo la cadera. La compro sin preguntar el precio. Mi hermana se rí­e de mí­, no puede creerlo.
Ahora frente al espejo me amarro ese trapo- que no sé ni como pronunciarle el nombre- a la cintura y me pongo el velo. Solo con la ropa interior y el velo, bailo hasta que me duelen los muslos. Es mejor terapia que las patadas al aire o los abdominales, bailar siempre ha sido mi mejor terapia para olvidarlo todo.
De nuevo pienso en sexo, pero ya es hora de bañarse.
Entro a la ducha y dejo que se lave cualquier recuerdo de mi mente y de mi piel, solo queda en mí­ la canción que me despertó en la mañana y una idea difusa de que todo estará bien. Es un miércoles cualquiera y yo trato de vencer mis mareas hormonales, la ansiedad, los recuerdos del viaje, cualquier demonio que no me deje caminar en paz.

martes, octubre 17, 2006

" EN 5 MINUTOS"

El asfalto cruje bajo los pies de Urbano cuando sale de casa y decide no tomar el tren al trabajo, ésta vez irá caminando. Sorprende a la madrugada cuando las flores apenas se están desperezando, cuando la escarcha aun no se ha derretido en los cristales de las ventanas.

Urbano camina con el rostro inmutable de camino al trabajo, no se resiente ante el frío, ante la gente que mendiga, ante los perros famélicos que pasean por las calles a esa hora. Urbano se desplaza en su propia atmósfera de pensamientos tristes, tratando de dilucidar los recuerdos de los sueños, la gente que conoce, de aquella que nunca ha visto.

Urbano camina solamente y el mundo se abre paso ante su indiferencia, como una flor gris carente de toda belleza. La gente lo saluda al pasar, él saluda a su vez y el resto es silencio. Se vuelven silenciosos los pasillos, los trenes, los restaurantes. Urbano no escucha ni intenta escuchar lo que dice la gente. Ellos están ahí como letras sobrantes de ese poema triste que se escribe a diario. Nadie vale la pena lo suficiente como para volver la cabeza, para ofrecerle ayuda, para dirigirle una palabra que no sea la de siempre. Ese cortés “Buenos días”, ese educado “Buenas tardes”, que Urbano arroja como insulto bien planeado de indiferencia cotidiana.

Los días para Urbano son siempre los mismos, las calles de su ciudad natal, llenos de gente que no entendería lo que piensa, por eso él ya no intenta hablar con nadie de lo que ocurre en su cabeza, de sus ideas que son locas, de sus recuerdos que son sueños, de su futuro que es incierto. Ve gotear cada segundo en el reloj esférico, esperando que se haga hora de salir, de irse a alguna parte, de desaparecer de esa ciudad asfíctica donde él ya no oye ni habla... ni espera.

El día es igual de inanimado las 24 horas, su existencia se mueve sobre ese segundero implacable, incluso terminado el trabajo. Cruza cada una de las calles pequeñas, con paso calculado sin pararse ante nada, hasta llegar al malecón desde donde el mar se ve igual de gris que el resto de la ciudad. El reloj marca las 5:05 y entonces el mundo se detiene. El cielo gris florece a un color naranja que se derrama por los techos de la ciudad, por sus cristales opacos, por los jardines muertos y por las veredas rotas. En ese momento Urbano deja su expresión de muñeco laqueado y su mirada gris se ilumina con la presencia de la mujer que camina por el malecón, en dirección a él, sin bajar la mirada.

La ve avanzar entre la gente y la vida florece a su paso, por cinco minutos solamente, él la vuelve a ver con el cabello suelto, la sonrisa perfecta y esa piel tersa de la primera vez. Su vestido blanco es un lirio delicado, su cuerpo un frágil pecíolo. Y Urbano la mira desde sus recuerdos, mas luminosa y pura que siempre. Casi perfecta, en medio de la ciudad que se tiñe de naranja durante solo 5 minutos.
Ella se acerca tanto que casi puede sentir su aliento frutado cuando pronuncia su nombre. Urbano en ese momento tiene toda la poesía del mundo atrapada en su boca, palpita en todos sus rincones el poder de la frase que no alcanza a decir, que se queda atrapada por la amalgama de su saliva otra vez. Atrapada por esa emoción de volver a verla solo por 5 minutos.

Ella se acerca en actitud de besarlo, pero pasa de largo hasta dejar su risa musical sobre su oído izquierdo, dejándolo inmóvil, sin palabras para decir. Completamente tonto, con ella tan cerca y sin tener nada que la convenza a quedarse, excepto ese abrazo silente que sueña darle desde que la conoció. Ella se va y su abrazo se pierde en la nada, cuando su cuerpo desaparece entre las manos de Urbano y la ciudad se vuelve a teñir de gris antes que alcance a decir una palabra que lo haga sentir humano.

Atardece poco a poco en la mirada de Urbano, hasta hacerse gris y oscura como todos los días. La ciudad vuelve a ser de concreto, los jardines se marchitan, el asfalto vuelve a crujir bajo sus pies cuando él se dirige a casa. El reloj vuelve a correr y él siente su correr implacable en el oído en donde hasta hace poco su risa tintineaba feliz y serena.

El reloj vuelve a correr, la ciudad vuelve a su movimiento habitual de indolencia diaria, pero la vida de Urbano en cambio, se queda inmóvil hasta el siguiente día cuando el reloj vuelva marcar la hora exacta en que la ciudad se tiñe de naranja y aparece una mujer vestida de lirio, para decirle desde algun sueño: Despierta, Urbano, despierta...

lunes, octubre 16, 2006

Yo y los Perseguidores

Ayer domingo, un hombre comenzó a seguirme. Fue una sensación rara, porque sentía que alguien me seguía pero al volver la cabeza solo estaba mi cabello obstaculizando mi visión y nadie atrás mío. Pensé que era alguna de mis paranoias, hasta que el tipo me empujó. Probablemente había estado caminando tan cerca mío que cuando volteaba no lograba verlo.
Pasó delante de mí, se dio la vuelta, me sonrió con cara de demente y caminó en dirección contraria. Era a todas luces un esquizoide, con la cara desencajada, los brazos cruzados en actitud mahometana y unas sandalias sucias. Yo volteé a mirarlo y él también lo hizo. Tenía una cara de expresión fea, los ojos ocultos por una gorra verde. Parecía uno de esos locos callejeros.
Yo lo olvidé prontamente y seguí caminando.

Al volver la cabeza el hombre me seguía por la misma vereda. A media cuadra de distancia el hombre cruzaba la calle si yo cruzaba y se detenía si yo lo hacía. Me comenzó a dar miedo y me detuve en un paradero. Era domingo, ningún policía cerca, la tarde soleada, la gente escasa. El hombre me miró desde la vereda de enfrente y cruzó la avenida hasta posicionarse a algunos pasos cerca mío. Pensé en subir a cualquier bus dado que no había taxis cerca, pero me detuvo la idea de que el tipo se subiera a mi lado. De solo pensar estar a tan poca distancia del demente, me daba escalofríos y asco.
Apenas se distrajo, seguí caminando, pero esta vez más rápido, solo me faltaban algunas cuadras para llegar a casa y aquel hombre parecía distraído en otra persona. Detendría el primer taxi que pasara y me alejaría de allí.

Mala decisión. El hombre no se había distraído ahora me seguía calle abajo.
Las tardes son soleadas, mas que primavera parece verano y las calles son angostas y sin árboles. Los domingos puedes advertir cuan abandonada está la ciudad, con todas las puertas cerradas y ninguna persona cerca.

Ahora era demasiado tarde para buscar un taxi, esa calle está cerrada al tránsito. Casi habíamos empezado a trotar, de lo rápido que yo caminaba y el tipo me seguía con el caminar corvado y los brazos cruzados como si estuviera nevando.
La calle vacía, nadie alrededor, sin darme cuenta me estaba comenzando a agitar. Pensé en detenerme, en gritarlo. Mi padre lo hubiera hecho, pero yo no soy mi padre y tampoco tengo su fuerza.
¡maldita manía de salir a caminar un domingo!

Cuando ya no quedaba otra opción, entre a un ciber que estaba abierto por allí. El único abierto en esa calle fantasma que une la plaza con la zona donde vivo. Entré rápido y me oculté en la cabina del fondo.
El hombre pasó 5 minutos después y se puso a vigilar la entrada, pero sin ingresar. Ahora solo quedaba permanecer allí hasta que se canse. Examinar todas las posibilidades de salida, si el tipo permanecía allí y yo salía iba a saber donde vivía. Tendría que caminar una cuadra más hasta mi casa, porque por allí no transitan vehículos, menos, un domingo. El solo hecho de tener que caminar una calle más seguida por el demente, me asustaba. Después de tres cuadras había perdido el valor inicial de encararlo o ignorarlo.

En ese momento en el chat, la única persona era Diego y su fabulosa manera de calmarme:
No te muestres asustada- Llama a un amigo-Pide ayuda al tipo del ciber- Araña y patea si es necesario….
Para este punto se me ocurrió que la sutileza de mi amigo, no era uno de sus fuertes, por decir lo menos.

Afortunadamente, el tipo se cansó de esperar y desapareció. Ayudada por el chiquillo que atendía en el ciber café, salí de allí y caminé rápidamente hasta mi casa. Si el hombre me hubiera estado siguiendo, hubiera llegado hasta mi mismo departamento, dado que el portón está abierto los domingos y el vigilante se desaparece toda la tarde.
Ya estaba en casa, sana y salva.

Me quedé pensando en mis paranoias persecutorias, en las veces que me han seguido tipos, por cuadras enteras y he tenido que llamar a la policía. ¿Cuál era la causa? ¿Caminar sola? ¿Caminar distraída? ¿Cruzar por una plaza llena de gente un domingo?
¿Parecer asustada?
Mi cuñado bromea, diciendo que seguro es porque salí con mi faldita de “cabra chica” o seguramente con algún escote, "levanta locos"

¡Como si eso fuera necesario para que un orate decidiera perseguirte!
Aun en broma, la gente que me conocía me culpaba a mí por cualquier tipo que me acosara en el camino.

Llegada la noche comencé a pensar todos los maniáticos con los que me había cruzado desde que estaba en la universidad, a quienes les había restado importancia, hasta que las cosas se ponían feas. Si decidía escribir sobre eso, necesitaría otro blog.
Ya en mi cama, me di cuenta que una mujer caminando sola se presta a persecusión por cualquier idiota que quisiera asustarla.
Y lo peor, lo conseguía.

domingo, octubre 15, 2006

Sin una pizca de Amor

Hace unos días en un golpe de inspiración escribí EL AMOR ES UN MONSTRUO ACÉFALO, no pude continuar lo que seguía a ésta línea por cuestiones de tiempo. Ayer cuando volví a ver la página en blanco, me di cuenta, que a pesar de lo que hubiera escrito, el amor era un monstruo que había dejado de golpearme. De pronto me sentía cómoda y sabía perfectamente lo que quería.

Y es que después de tanto tiempo sola, ilusionándome con cualquier tipo que se cruzara en el camino y dijera dos palabras bonitas, me daba cuenta, que nada de eso ya me impresionaba. Ni era necesario. Había terminado el típico proceso después de una ruptura, en que añoras que alguien te diga las palabras correctas para tirarte a sus brazos y prometer que ésta vez lo intentarás con más ganas o que sencillamente Estás dispuesta a intentar.
Había conocido hombres de todos los tipos, pero nada funcionaba. Me sentía culpable y luego los culpaba a ellos. ¿Por qué carajo no podía iniciar una relación normal con un tipo común y corriente?

Por un momento pensé que era mi mal tino para escoger los grupos sociales, de estudio o cualquier cosa. Simplemente me seguía rodeando de la misma gente aburrida de la facultad, de hombres veinteañeros que seguían hablando como púberes, de treintones buscando el amor ideal o de cuarentones que usaban toda su labia poética para compensar lo que ya no les daba el físico ni la próstata.
- Claro, me dije, por acá no hay de donde escoger. El problema es éste medio.

Pero el problema no era ese, era mas simple que eso: Me ilusionaba fácilmente y me bajaba del caballo apenas comenzaba a trotar a un ritmo diferente del mío. Yo buscaba amor y los tipos sexo, yo buscaba una charla relajada, ellos impresionarme. Yo buscaba alguien con quien no sentirme tan sola y poderle compartir mi vida, ellos no estaban dispuestos a ser el peluche o el muñequito inflable de una infante que odiaba pasar tantas horas sola, escribiendo sobre la inmortalidad del mosquito. Era una cuestión de intereses y no todas las veces fui la víctima enamorada del hombre incorrecto,
creo que realmente yo no podía entender que era eso, en el estado de fragilidad en el que me hallaba.
Yo estaba ahogándome, la persona que se me acercara tenía que saber nadar o lo ahogaría conmigo.

Estaba cansada, comencé a pensar que ya no me interesaba buscar ternura ni amor por parte de un hombre, ese sentimiento ya lo conocía al revés y al derecho y NADIE, absolutamente nadie podría volverme hacer sentir esa locura magnífica que es despertarse y dormirse enamorada.
Dado que jamás volvería a tener eso, no perdería mi tiempo buscando alguien enamorado hasta los huesos, si era así me quedaría sola el resto de mi vida. El amor verdadero es una aguja en el pajar y yo no viviría en celibato hasta que me pinchara con ella o alguien me la clavara en el corazón. Necesitaba alguien con quien poder hablar relajada, alguien con quien compartir ternura y porque no, algo de sexo. Estaba dispuesta a tener esa clase de relación sin ningún problema, aunque sonara a propuesta cínica. Simplemente no esperaba amor, "ya no era tan tonta", como para relegarme a la soledad por la búsqueda de ese sentimiento escurridizo que nadie sabe donde está.

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Ha pasado el tiempo y he seguido conociendo gente interesante y otra que no tanto, maduré un poquito, de pronto podía discernir quien me interesaba y quien no. Con quien solo tendría una relación amical o con quien me interesaba en algún momento llegar a tener una relación física provechosa. ¿El amor? Salía sobrando. Eso no es algo que se planea o que podía forzar a que naciera. Fingir que siento algo, proponerme a sentirlo, no está en el menú. El amor, como lo conozco es de categoría mutuamente excluyente: O se da o No se da. El resto es simplemente: ternura, amistad, sexo, lo que sea de palabras y sentimientos que pueden unir a dos personas en mayor o menor forma.
Muchas veces es la amistad un sentimiento mucho mas tenaz que el amor, eso me agrada.
Me agrada tener amigos, pero ya no me enamoro de nadie y aunque suene contraproducente: Eso es una satisfacción.

Era angustiante conocer a alguien e ilusionarse por cualquier detalle tonto, una canción en común, una película rara que ambos conociéramos. Siempre quedaba en el aire la posibilidad del amor, de ¿Estará interesado en mi? Y luego darte cuenta que estuviera o no interesado, simplemente no se daba la química necesaria, para tornarse en una relación duradera.
Eso ya ha cambiado.No importa que tanto esté un tipo interesado en mí física o amicalmente, hay cosas que se dan o no se dan. No pretendo pasarme la noche entera pensado- como hacía antes- en si resultará o no, o si le intereso lo suficiente como para salir otra vez. Ahora puedo elegir, si yo quiero o no hacerlo.

No sé, pero ahora me siento mucho más tranquila. Antes andaba confundiéndolo todo, si alguien me impactaba a nivel mental, creía que también podría hacerlo a nivel de corazón o de mis gónadas. Si tenía atracción sexual por alguien, pretendía que también se diera la misma relación a nivel de conversaciones o de sentimientos. ¡Imposible!
Solo hay alguien que puede encender el switch que une el cerebro, al corazón y al sexo como si fueran uno, eso es lo que la gente llama amor. Todo lo demás, es un espejismo de la soledad, de una vida vacía que intenta llenarse con el primero que pase y diga o haga algo que pueda ser interpretado como especial. Del primero con una cara o figura lo suficientemente atractiva como para pensar que ésta vez podría resultar por lo menos a nivel hormoonal.

Si las relaciones entre un hombre y una mujer-llámense amistad o sexo-son tan buenas ¿Por qué echarlo a perder todo hablando de amor?

El amor es un monstruo acéfalo, lo sé. Nos golpea en donde mas nos duele, pero de vez en cuando también nos atrapa en su abrazo. No sirve de nada correr hacia él, aun a ciegas, él nos hallará antes... solo es cuestión de andar tranquilos.

jueves, octubre 12, 2006

Profesional Desocupado? Únete al Club!

Hoy mientras hablaba con un amigo, sobre mi carrera le comentaba lo triste que había sido volver y darme cuenta que los 7 años de facultad me dejaban en este país y cercanías, igual que cualquiera que hubiera seguido una carrera técnica de tres años:
Un desocupado que mendiga por cualquier puesto en la administración pública, con o sin ninguna experiencia para ser tomado en cuenta.

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Al analizar que había hecho durante este año que finalizaba, me di cuenta que en gran parte no había hecho mas que “webear”. Tenia la maestría, el curso de francés, los viajes y un proyecto de libro anecdotario que jamás publicaría. Pero lucrativamente no había hecho nada. El año terminaba en rojo. Mi amigo trató de animarme diciendo que ahora era “una microempresaria”, pero eso me sonó a dueña de tiendita de abarrotes y me deprimió aun mas. El capital invertido se movía lentamente y tardaría un año mas en recuperarse, mientras no debía romper relaciones amistosas con mis padres para que no me faltara techo y comida fija. Todos los gastos de educación y de otros menesteres mas suntuarios, los pagaría yo. Obviamente mis viejos me quitaban el apoyo económico incondicional para forzarme a retomar mi carrera.

Probablemente para mis padres sea de tontos el que no quiera poner un consultorio privado, en donde me siente hora tras hora a esperar que alguien se enferme o se accidente gravemente para acudir a la consulta de una médica general como yo. A la consulta de una cría que podría ser su hija, como me repetían cientos de veces cuando trabajaba en la tierra del olvido. En estos dos años había tratado de verme lo mas adulta posible, para no tener que oír la consabida frase a la entra del consultorio
“Mamita, puedes llamar a la Doctora”
y tener que pasar por la humillación de contestar que yo mera
“Yo soy la Dra. por favor pase”.
Creo que si no hubiera sido porque trabajaba para la seguridad social y los pacientes estaban obligados a venir a mi consulta, hubiera pasado largos meses sin tener ninguna víctima, digo, paciente.

Me frustró tanto esa situación, ser la “menorcita” en un centro de salud donde todos mis subalternos me doblaban la edad, que me sentía insegura de todo y de todos. Solo quería salir de allí lo antes posible, no me interesaba que me contrataran con un sueldo suculento en el culo del mundo, si la gente me seguía tratando con esa desconfianza de
“¿sabrá realmente lo que hace?”.
Los primeros meses fueron terribles, mi enfermera era una bestia que desconocía que la adrenalina y la epinefrina eran la misma medicina y un día que un paciente entro en shock, ella también lo hizo, porque simplemente “no ataba ni desataba” cuando de primeros auxilios se trataba. Para colmo, la muy bruja se pasaba el tiempo indisponiendo a los pacientes en contra de la doctorcita nueva “porque hay que comprenderla, recién ha salido de la universidad no sabe nada”.

Yo me enteraba de los chismes por terceras personas, por el chofer de la ambulancia que cada vez que podía me recomendaba que me cuide de la arpía, por algunos de mis pacientes que me decían lo que andaba comentando la bruja en cada reunión social del pueblo, etc. Claro, los primeros meses yo quería morirme. Pero nos pagaban bien.
Mi novio por aquel entonces brindaba su apoyo a distancia, diciendo “que renuncie a ese infierno y me vaya a vivir de una vez por todas a la civilización”.
Claro! Yo me imaginaba yéndome a la tierra del tío SAM sin trabajo seguro a hacer la cola de los desocupados hasta que me reconocieran como médico. No pues, mi yo orgulloso, no quería renunciar y darle el gusto a la bruja o a algunos de los pacientes que me amenazaban con juicios, golpizas y otras brujerías. Mis padres jamás se enteraron de eso, hubieran sufrido mucho, por eso que aun ahora me siguen diciendo que fui una tonta por no haber aceptado que me contraten en la tierra del olvido, con el sueldo suculento y el “respeto” de ser médico del pueblo.
Un soberano Ja!

Como el dinero lo hace todo, en ese tiempo yo pensé que estaba en la cima del mundo. Que terminado el contrato, yo saldría de allí con un gran capital, me casaría con mi novio chileno-americano y me iría a vivir bien lejos, probablemente haciendo una especialidad en pediatría en algún hospital decente del mundo civilizado. Todo se perfilaba así, digamos que estaba en la proa del Titanic sintiendo que volaba, cuando al minuto siguiente alguien adelantó la película sin mi consentimiento y ya estaba en pleno naufragio congelándome el trasero, sin ningún Leo Di Caprio que remara mi improvisada lancha.

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Mi vida se resumió entonces en tres actos:
1. Yo terminado la carrera de medicina antes de cumplir 23 años y con la casi certeza de casarme con mi prometedor novio médico, alias “el virtuoso”.
2. Yo con trabajo bien remunerado como Médico de la seguridad social y promesa de casamiento con novio extranjero, alias “el bonito”

3. Yo desocupada, con una depresión corta venas y sin novio a la vista, iniciando la escritura de un blog patético.

Lo que probaba que en pleno ascenso hacia una vida feliz y sin problemas, la vida se me había hecho mierda y yo ni preparada estaba. Casi me muero, no tenía nada. Encima cuando terminó el contrato y dado que estaba joven y con dinero, tuve la osadía de regalarme un año sabático para poder viajar a gusto con “ el hombre de mis sueños” que luego se tornaría en el consabido “Innombrable” protagonista de mis posts mas depresógenos.

Por suerte se me ocurrió invertir en algo que me salvara del oprobio de no ser nadie, ni tener nada, para poder ser admitida nuevamente en la casa de mis padres. Pero como ya dije, esa inversión tomaría mucho tiempo y el resto de dinero se me iría en pequeños placeres de consumista de clase media(léase: huevadas caras que no sirven para nada) para aliviar una depresión que apenas empezaba.

Miro hacia atrás y me doy cuenta que mientras mas alto subes, mas duro duela la caída. Recién pude hacer la maestría terminado el año sabático y me daba cuenta que mis otros compañeros mucho menos listos, ya estaban haciendo algún doctorado o andaban a media especialidad, mientras que yo solo tenía de recurso mi blog con escritos que “no eran ni chicha ni limonada”. La tuerta en la tierra de los ciegos.

Claro, por ese tiempo conocí mucha gente diciéndome que podía dedicarme a escribir artículos en algún diario o revista ( si estuviera en un país en donde la gente leyera, eso sería rentable) o que simplemente podía aferrarme al camino de la literatura y aperrar hasta lograr publicar algo que de seguro sería bien acogido (en el país en donde Baily publica, todo es posible, pero yo ya no tenía mas historias de cama ni detalles escabrosos que compartir con “el público blogo leyente”)

Me di cuenta que con una carrera técnica, la hubiera hecho linda.
Que medicina definitivamente no es una carrera rentable y que las satisfacciones no irán por el lado del bolsillo, más si del corazón(A veces me encuentro por la calle con persona sque fueron mis pacientes y me saludan tan efusivamente que aveces me siento culpable por haber dejado la consulta. Incluso me enteré que en la Tierra del olvido me añoran por el sencillo motivo, que yo si les explicaba todo "que la docoria si se dedicaba a curar"...admito que esas palabras son ahora mi mejor medicina)
Que para la vida llena de viajes con la que hace mucho soñaba no me bastaría con nada de lo que estuviera haciendo, pues me faltaba tiempo y dinero; y solo me quedaba el camino de “burrier” o de stripper. Para lo primero no tenía tanta cara de palo y para lo segundo... tampoco! Invertir en una liposucción y en clases de baile para ganar lo mismo que con un poco de esfuerzo mental me podría dar la medicina, no era negociable. (espero no arrepentirme cuando tenga 40 y siga desocupada, con las tetas colgando y el cuerpo flácido)

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Sin embargo, ya tengo 26 años y el balance sigue siendo en rojo.
Parece que eran 7 años de vacas flacas y recién voy por el segundo. A veces parece que la vida no sonriera por ningún costado cuando se ven las cosas en grande, sin embargo cuando voy desmenuzando pequeños aspectos de estos dos años, me doy cuenta que logré crecer como persona mas de lo que me imaginé, que vencí una depresión que ya parecía reservarme nicho propio en el panteón más cercano; que retomé esa vocación que yo solo tomaba como un pasatiempo de inconformes, que es escribir cuentos, narraciones y otros artículos; que invertí bien un dinero bien ganado y no lo despilfarré como mis compañeros; y que en este poco tiempo hice unos buenos amigos que me hicieron entender que la amistad, el sexo y el amor son cosas muy diferentes, aunque la soledad nos lleve frecuentemente a confundirlos.

He tenido muchas enseñanzas invaluables este año, "para todo lo demás – como dice la publicidad-
Existe Master Card…"

o era “¿Forni Card?”
¡Igual ya tengo carencia de ambas!

miércoles, octubre 11, 2006

Renglones Intimistas

Necesito un poema. Sí un poema que me despierte, que me haga ver cuan coloridas pueden ser las flores o cuán frágiles las mariposas…pero soy tan mala escribiéndolos. Para hacer un poema, tendría que estar con el bichito del amor en mis entrañas, con la vida fluyendo en mi ser, bajo la piel y en la médula de cualquier sentimiento.

Para escribir un poema, simplemente tendría que olvidarme que soy yo, solo yo y nadie mas que yo la que regresó a casa ésta vez y dejar las imágenes primaverales de ese amor que no fue, macerando en algún recuerdo que no sea pervertido por la melancolía de mi soledad mas reciente.

¿Quieres que te cuente cómo me fue? Me muero por decirlo, por escribirlo en alguna parte para que no se deshilache en la memoria. De eso he estado temiendo todos estos días, de que como siempre me pasa, éste recuerdo se volatilice, se evapore, desaparezca y luego como siempre pase a ser un sueño más de mi mente desbordada. Tengo miedo de perder la memoria y de ya no ver lo que he vivido cuando cierro los ojos. Ese viaje es mi recuerdo más reciente, no quiero perderlo. Por eso tantas y tantas fotos, por eso intenté escribirlo…pero me arrepentí a la primera lágrima. Intentaré contarlo ésta vez, más nos é como me salga:

Esa tarde estuvimos él y yo caminado hasta llegar a aquel lago que me apareció impresionante, con el sol haciendo brillar el agua como en una de esa películas románticas, pero yo no andaba enamorada. No. Yo no creía nada, aunque debo admitir que me fascinaba su compañía y poder decirle a alguien “Ey, esto no hay en mi país” o “Por favor tómame otra foto” y recuerdo verlo de lejos y sentir esa sensación inmensa que hace tiempo ya no me agitaba el seso: su mirada en mis ojos haciéndolo desaparecer todo alrededor. Pero no era amor, no te equivoques. Yo tenía desconectado el switch que une mis gónadas a mi corazón y mi cerebro y como siempre, no esperaba nada. Ni me daba el lujo de creer que podía ser una relación mas allá de unas simples vacaciones.

Una bitch, lo sé.

También recuerdo esa vez que estuvimos comiendo y yo no sabía como se bailaba ese ritmo tan raro y él se levantó de la mesa, para hacerme bailar en medio de las mesas de billar, con esa manera de llevar el compás, que me hizo pensar que sufría una insuficiencia aórtica por el latido acompasado que ahora movía su cabeza y cuello. O esa vez que terminamos en el mercado comiendo pizza y cerveza, apurados porque el bus se nos iba. Correr desnudos por el bosque cuando anochecía. O parar el tránsito de una avenida, para hacer la foto perfecta del atardecer tiñendo los árboles de dorado. Yo que sé, esas pequeñas cosas que en su simpleza me hicieron darme cuenta que no es un poema lo que se escribe, sino lo que se vive.

No fue amor, eso es obvio. Pero he estado con muchas personas con las que la promesa de amor no llegó ni a eso. Con personas de corazones rotos, de almas tristes, de soledad milenaria. Personas tristes como yo, o personas queriendo aferrarse a un sueño. Nadie como él, con la vida palpitando a cada minuto. Como un latido que no cesa, que te hace sentir viva aun en las situaciones más inverosímiles. He estado con alguno que otro poeta que yo pensé que podría leer mi sensibilidad más que nadie, más ¿qué me han dado? Solo esa nostalgia por una vida que se escurre entre las manos, solo esa melancolía triste de la que yo ya conozco tanto.

Y he conocido a hombres felices, unos “Peter Pan” adultos, con quienes la vida era fácil y no había que preocuparse por nada, pues ellos ya lo tenían todo. Pero jamás como este hombre que en su ingenio de viajero a pie, me hizo saber que para conocer un lugar no es necesario subirse al avión mas bonito, al coche mas caro, a un hotel 5 estrellas, simplemente debe movernos ese ánimo de conocer lo que hace un país en su conjunto: Su gente, sus calles, su comida en cada esquina, su música de fiesta…su dolor, el reclamo silencioso de los que viven aferrados a una esperanza.

¿Puedes terminar conociendo más de ti en un viaje a una tierra desconocida? De hecho, sí. A veces es necesario irse, dar toda la vuelta a la caracola, para volver al punto de inicio y darse cuenta que la vida vale la pena. Que cada minuto de alegría o tristeza valió la pena y que las consecuencias son solo eso, facturas a pagar después. En un después al que nadie está seguro si llegará, cuando se vive lo suficientemente rápido, lo suficientemente alerta para enamorarse de la vida a cada minuto. A cada segundo...

Necesitaba un poema. Ahora sé que solo me hace falta seguir viva y que escribir es una forma de no olvidarlo. De no olvidar que hay una razón para seguir viva y con los ojos bien abiertos.

Buenas Noches.

Reflexiones de Water

Ayer mientras leía una revista "Somos" en mi lugar favorito de la casa: El baño, me di cuenta que acaso fuera Rafo León, uno de mis columnistas favoritos. Dado que el artículo era de Diciembre del año pasado y que aun así me suscitara el interés de leerlo de principio a fin y aun sonreír, con esa acotación final que hacía, deseándole a toda la sociedad limeña que se pudra y Merry Christmas, era obvio que el conocido periodista se acababa de convertir en uno de mis favoritos.

Sin embargo eso no significaba que me haga repentinamente socia de algún club de fans clandestino, o tener que quemar mi sostén en público como si de Bono se tratara. Sonreí al pensar que por gente menos importante, alguien con actitudes fanáticas propias de colegial enamorado, podía llegar a escribir cartas apasionadas jurándole lealtad eterna. Me pregunté entonces si yo lo haría o si lo había hecho alguna vez. Si existía un tipo, por el cual, en mis años adolescentes hubiera comenzado a escribir o a dedicarle cartitas de admiración, para que sepa que existo.

Ahora me doy cuenta que no…y eso es triste, porque probablemente jamás estuve tampoco enamorada de nadie de carne y hueso.

A pesar de que la escritura podría ser interpretada como uno de mis recursos para conquistar gente, jamás lo utilicé para eso. Estaba claro, que todos los tipos en los que me interese de mas niña, eran algo analfabetos en cuestiones de cartitas femeninas que no dijeran el típico “me gustas” o “te quiero”. Si yo enviaba una de mis cartas llena de filosofía adolescente del porqué de la vida o el amor, iba a ser interpretada como una suerte de misiva Islámica y desechada en el acto. A esa edad los hombres andan mas preocupados en el fútbol y en que las mujeres digan las cosas claras, para ir directo al grano. Ahora que me pongo a pensar, esa situación masculina no cambiaría con la edad.

Si lo analizo bien, tal vez fuera por que olía ésta incomprensión intrínseca al género masculino, que jamás me enamoré de alguien de carne y hueso en el colegio y mucho menos se me ocurrió enviarle algo escrito, ya sea carta, poema, acróstico o dibujito coloreado a plumones. ¡No! Eso jamás. Yo andaba enamorada como muchas de las adolescentes de la época de un lampiño Alejandro Sanz, cantando que pisaba fuerte o lagrimeando por el carita de flaca de Axl Rose, cuando entonaba “Don´t Cry” con esa voz de gárgara de clavos que lo caracterizaría tanto.
Eran los 90´s y Kevin Costner asomaba su media sonrisa por cualquier película que se estrenara, mientras yo trataba de quemar cualquier cassette y poster dejado por mis hermanas en casa, que hiciera alusión a Michael Jackson o a Luis Miguel.

Para mi eran tiempos de cambios trascendentales, todo parecía ser visto por primera vez, la vida era una llanura larga para comenzar a ser recorrida a prisa, antes que nadie, hasta el cansancio. Todo era posible, conocer al cantante favorito, visitar París o Egipto, ganar un premio en investigación , escribir un libro. Casarse con un tipo que sepa leer…
Sin embargo solo estaba atravesando una época empalagosa y patética por la que todos pasamos con algunas heridas de guerra, fruto de los amores imposibles, de los cambios en la imagen corporal o simplemente del acné y los evidentes cambios hormonales.

No sé como se puede sobrevivir a la adolescencia, creo que es la gran victoria del ser humano contra la situaciones adversas. El cuerpo revelándose en erupciones diarias y transpiración copiosa, mareas hormonales que te hacen pensar en besos con capacidad de explorar la laringe cada minuto del día, imágenes depresivas de adónde voy o ¿para qué carajo estoy viva? Y la decisión de que hacer con el futuro cuando no se tiene una puta idea de que hacer con el presente.

Comencé a hablar sobre mi admiración por los artículos de R. León y termino dándome cuenta que jamás estuve interesada en ninguno de mis compañeros adolescentes, que no hubiera escrito una letra por esa tira de manganzones. Que la primera carta de casi amor que envié fue a mi novio universitario, con el cual llegaríamos luego a vivir una relación epistolar que posteriormente casi termina a pistoletazos, cuando después de 4 años yo me di cuenta que quería seguir libre para buscar el verdadero amor. ¡Que imbécil!

Creo que me voy a almorzar, hablar de las mareas hormonales me ha hecho sentir una ansiedad e incomprensión propias de adolescente bulímica.

martes, octubre 10, 2006

Sin Admiración

Sumergida hasta los tobillos, así me siento hoy. Trabajo atrasado, cuentas por pagar, exámenes que aun faltan. “Me tiré de cabeza al río y me arrastró la corriente”. Estar aquí es una larga cadena de cosas que me faltan por hacer. Ya me duele la espalda de permanecer frente al computador, buscando información, leyendo, investigando. Y nada.

Por momentos me desconecto y leo algunas cosas de mi interés personal. Es una lástima que la medicina y mis tendencias internas no hagan una buena combinación, o al menos, no una lucrable, para poder seguir viajando todo lo que quisiera. Me hubiera ido bien como corresponsal de guerra, no sé, algo que me mantuviera en movimiento. Esta estática me asfixia. No sirvo para quedarme en un solo lugar o con las misma personas. Antes estaba frustrada, ahora solo resignada. Es un purgatorio en donde debo ver la misma película gris todos los días.

Necesito tanto a Rafa, hablar con él es oxígeno para mis pulmones, pero ha desaparecido. ¿Dónde andas Rafa? ¿También se te ocurrió irte de viaje a perder la cordura? Reviso una y otra vez el buzón y no hay ninguna línea que me haga creer que sigues vivo. No sé por que la gente desaparece así de nuestras vidas, nos creen a salvo y nos dejan volar solos. Necesito contarle que pasó durante este tiempo lejos de todos, necesito decírselo a él, sinceramente y sin dramatismos. Para que me conteste, igual, sinceramente y sin dramatismos y poder sentirme aliviada de habérselo contado a alguien.

Es tan difícil hallar un amigo que te mande a la porra cuando es necesario, sin caricias extras que te hagan sentir débil o una compasión que nadie solicitó; que cuando éste desaparece, el mundo vuelve a su matiz de teatro de barrio, con malos actores y un guión deplorable.

Recibo correspondencia pasada o aparece gente en el MSN y es lo mismo de siempre: Palabras bonitas, propuestas de toda estirpe, curiosidad por saber quién soy…alguna frase compasiva, o ensayo de dar ánimos, alguno que otro interesado en saber la verdad detrás de mis historias. Es cansador. Cuando leo libros o artículos de revistas, no se me ocurre preguntar al autor, que es lo que quiso decir. Él escribe lo que desea, yo entiendo lo que puedo y ahí termina la historia. Sin intimidades, ni compromisos.

Me imagino que si fuera actriz o cantante, me llenarían de emoción todas esas frases, ese interés desmedido en mi vida dentro y detrás del blog. Pero si mi acción es escribir, ¿No debería ser leerme la única reacción?

Antes de irme, tenía rabia y frustración por esas cosas, buscaba un modo de cambiarlo. Ahora ando mas resignada. Leo las cartas, los mensajes, lo que me dicen y cierro la página sin ninguna emoción de por medio. Es como vivir en el purgatorio, todos los días la misma historia de gente virtual haciéndote creer que eres virtuosa.

De vez en cuando me detengo en alguna frase mas elaborada que la otra. “Soñé contigo mientras no estabas”, “Quiero verte desnuda cuando llegue a casa”. “Eres mi otra mitad”, “Publica pronto porque no he leído a nadie como tu”… son diferentes individuos, pero las frases son igual de vacías para mí. Igual de repetitivas e inútiles. Si ésta fuera una página para buscar un marido o un amigo incondicional, me sentiría halagada, emocionada, diría que tuve éxito. Pero no, no lo es. Es solo una página de lectura gratuita, para quien desee leer solamente.

Tengo trabajo pendiente y una decena de cuentos en el bolsillo. Debería existir una forma de hacer llevadera la salud pública y el hábito de escribir cuentos mediocres. De poder tener dinero en el bolsillo y viajar cuando se quiera, sin horarios que respetar.

Hoy extraño a Rafa y su forma de decirme que "El mundo es una cabronada sin final feliz asegurado, en donde cada quien debe inventarse su excusa para seguir vivos y así tener una esperanza de que algún día la película gris, cambie su final insípido"


lunes, octubre 09, 2006

Densidad

Ya no se donde ocultar esa sonrisa, no debería. Pero temo que me la quiten. Por eso sonrío a escondidas, cuando conecto el discman y oigo mis canciones privadas, sonrío. A veces lagrimeo un poco, pero son lágrimas tontas. Mis sentimientos se quedaron a flor de piel, ahora parece que sintiera demasiado, que todo fuera gigante, cuando veo al fondo de mis recuerdos. Pero abro los ojos y me hallo aquí en medio de la nada enorme, de la soledad mas pura.

Antes me parecía que el lugar donde vivía era real y el resto ficción. Ahora sé que la ficción es aquí, lleno el lugar de fantasmas y hadas, de duendes y brujas. A veces quisiera irme, por eso lloro un poco, necesito hacerlo. Extraño la vida palpitante del otro lado del mundo, la pasión, el fuego. Incluso el dolor, son sensaciones que me hacían sentir viva. No es dramatismo, solo necesito ir soltando las riendas y cabalgar libre por el desierto plateado del otro lado de la luna. Necesito llorar un poquito para sonreír a gusto.

No sé donde ocultar mi sonrisa, tampoco mi pena. Viajé con los sentimientos a flor de piel durante dos días, antes que me encontraran y sentí que la vida me había dado un vuelco. Que nada de lo que quería era cierto, que mis metas eran falsas, que nada me llenaba. Aquí es ficción, me encontré diciendo. Todo esto, una fanfarria. Una decoración triste de un teatro al que no entra nadie.
Es la misma ciudad, la misma cama, la misma gente. Pero es solo una obra de la que ya no deseo participar, me quedo en la platea, esperando ver un espectáculo nuevo: No hay nadie. Nadie que ilumine esta pieza vacía, ni que haga cantos en este silencio que por momento es ensordecedor. No hay nadie que me invente la felicidad de un palmo, ni que me haga cantar de nuevo. Todo en este planeta, parece ficción de pronto. Pero es la realidad mas patética. La realidad de los que sueñan que no sueñan.

Me he quedado en casa unos días, con mi perfume favorito, mi canción preferida. El libro que no deseo terminar. Sin atrever a vestirme. Acostada en la cama, sintiendo la felicidad de las sábanas tibias en espera de alguien al que no volveré a ver y escribiendo en el aire, lo que nadie verá.

Esta vida es un recuerdo pasado, a veces preferiría simplemente haber seguido dormida, soñando que él soñaba conmigo y pensando que los retornos a casa se hacen solo al final de la vida.

5. Retorno a casa

- ¿Dónde lo conociste?- preguntó, cuando ya estaban en la autopista rumbo a casa
- A la salida del Hyatt
- ¿Te hospedaste en el Hyatt?- le dijo él con algo de asombro. Ella no respondió y prefirió apoyar la cabeza contra el cristal del auto y ver la hilera de postes de alumbrado público que iban apagando sus luces poco a poco, al despuntar la mañana.

La noche que conoció a Mariano era tan oscura, que ella hacía maniobras para que las luces de la ciudad se vean en las fotos igual de espectaculares que como ella las observaba ahora. De esa noche solo recordaría la oscuridad reinante, las luces del Hyatt a lo lejos, el reggae de los músicos callejeros que llegaba a los oídos como una triste fanfarria y su mirada oscura de negras pupilas iluminándolo todo.

Cuando en medio de la calle el flash de la cámara iluminó a los transeúntes, ella se pudo dar cuenta que él a sus espaldas la seguía mirando con la insistencia de los viejos conocidos. ¿Qué hora es? La abordó él con una voz suave y calmada. Ella dudó un poco antes de responder, miró el reloj, calculó la diferencia horaria, levantó la cabeza y le dijo “son las 9. 30”. El agradeció y se quedó sentado mirándola sin pestañear.

No supo nunca porque regresó, tal vez fuera algo más fuerte que ella. Tal vez en un tono cursi, podría hasta afirmar que fue el destino. ¿Quién sabe? Pero la noche que ella conoció a Mariano Alberti, el mundo acomodó sus fichas de tal modo que ya no se volverían a separar los días siguientes a ese encuentro.

Mariano vestía de blanco esa noche, como un ángel luminoso; sin embargo su mirada era oscura y penetrante como dos proyectiles en sus cuencas esperando la caída de su próxima víctima. Ahora en el auto de regreso a casa, lo único que ella podía recordar de esa noche era la luminosidad de su atuendo blanco en medio de la oscuridad y ese par de ojos oscuros mirándola por debajo de la ropa.

-¿Pero te quedaste en el Hyatt o no? – volvió a interrumpirla
- Si, pero solo un día.
- ¿Y el resto de días? ¿Dónde estuviste?
- Por ahí…
Ella respondió con desdén y fingió dormir hasta llegar a casa. Ahora se daba cuenta que a miles de kilómetros algo de ella se había quedado en esas calles, parques y bosques, de ruta a ninguna parte.

- Tienes suerte de estar viva, no sé que le habría respondido a tus padres si no volvías. ¿Te das cuenta en el peligro que has estado, Laura?

La verdad no me daba cuenta. Ahora cada escena de la travesía juntos se descomponía de los brillos y sombras que protegen los recuerdos. Recordaba las siestas en los parques, las fotos en medio del tráfico. Ir a sus espaldas cuando los pies no me daban. La noche fría, las riñas de nada y las bromas tontas. El último tramo del camino se desvanecía en mi memoria y de él solo recordaba su voz, retándome a levantarme. “Vamos Morocha, vos podés, seguí caminando”, pero yo ya no podía.

Y el bosque oscuro de las 6 de la tarde, sin saber por donde habíamos entrado ni por donde saldríamos. Con esa urgencia de hacer el amor en alguna parte, de comernos, modernos y morir en el intento si fuera preciso. De descansar de los ojos de los otros y entrar cada uno a chapotear en las pupilas del otro. Esa pasión que nos unía como a dos locos desde el inicio del viaje. ¿A dónde vamos, Mariano? Al centro del mundo, amor.
Y él se adelanta hasta un arroyo con la mochila a cuestas y su caminar de gigante, dejándome atrás dando los saltos pequeños por sobre los troncos caídos y las flores silvestres. Viendo como el sol se filtra menos por la espesura del bosque.

- ¿No irás a descuartizarme, verdad, Mariano?- trato de bromear cuando me doy cuenta que ya estamos lejos de todo y no tengo la menor idea de cómo salir de allí.
Él voltea con ojos chispeantes y me sonríe divertido, pero sigue caminando sin detenerse hasta un claro de bosque.

- Eres demasiado confiada Laura- me dice cuando bajamos del auto. Pero parece que alguien allá arriba te protege.
- Si, respondo con una sonrisa fingida. Acabamos de llegar a Santiago y el frío me congela los huesos. Ha sido un viaje demasiado largo, en algun lugar de mis sueños y pesadillas queda el bosque, Mariano y el viaje a pie.

Quisiera salir corriendo, volver al bosque, seguir caminando. En esta ciudad no tengo nada que me haga sentir pasión, valor ni miedo. Hay un vacío dentro mío y bajo la ducha caliente no aguanto más y me derrumbo a llorar unos minutos por el hombre, que me acaba de devolver a la orilla del mundo real a la que no me interesaba volver.


- Dime que nos quedaremos juntos- resuena en mi cabeza- Que no te irás, Lau. Que te quedarás un poco más. Y yo me quedo callada mirando ese lunar negro en su iris izquierdo y no se me ocurre mentirle. ¡Maldita sea! No se me ocurrió mentirle.

domingo, octubre 08, 2006

4. En la Ciudad de la Furia


Por esa ciudad que se tiñe de rosa al atardecer, dos personas van caminando. Ella, es una joven risueña de falda a líneas oblicuas blanquinegras y el descaro de una blusa roja que muestra el inicio de unos pechos, que retan al mundo a volverla a mirar. Camina despreocupada y feliz por la ciudad de la furia, repentinamente protegida por una suerte que siempre le es adversa.
Una gorra negra le cubre el rostro pequeño de gruesos anteojos. Nadie le ha visto nunca el rostro, podría ser el de cualquiera, bonito o feo, no importa. Ella camina risueña sobre sus sandalias tan hondas, cargando bolsas pesadas y entonces el mundo parece abrirse para ella como un fruto maduro que debe comerse pronto.

Él en cambio, es un joven algo triste. Su rostro por momentos es inexpresivo y camina al lado de ella encorvado por el peso de una gran mochila de la que cuelgan zapatos demasiado grandes. Su figura alta, pasa entre la gente intentando protegerla de los tipos malos, siempre un paso antes que tropiece, siempre allí para ella.
Su mirada es larga y se pierde, en los tallos azules y los pétalos rojos que adornan las calles silentes. Su mirada se pierde en esa ciudad de aromas de jardín prohibido y vuelven sus ojos oscuros a su joven acompañante cogiéndola en el aire, sosteniéndola aún a metros de distancia, cuando ella juega a escapársele y a volver a desaparecer.

Y ella lo ve mirarla a lo lejos y ya no se puede ir. Un día mas piensa, cuando a la distancia Mariano la mira sin pestañear en medio del río de gente que camina despreocupada sin saber quienes son. Entonces vuelve a él y lo abraza y parece que ése corto tiempo separados, fuera una herida que solo ella tiene la capacidad de sanar. Que solo un día más pudiera hacer la diferencia entre el dolor o su ausencia.

Ambos caminan de la mano, ella habla con prisa, él sonríe de a pocos. Las avenidas asfaltadas se abren entonces como arterias sangrantes de una ciudad que agoniza. Ellos caminan sin preocuparse de nada, los pies ampollados, la espalda arqueada. Descansan en las esquinas, en los bancos de los parques. Toman helado y cantan. Si, ella ahora canta.

Han pasado meses sin que ella pudiera volver a cantar públicamente, su vocecita sale aguda como la de una niña pequeña y en el parque iluminado por las luces del atardecer que no termina, los tordos y las demás aves vuelan asustadas, por esa voz que rompe el silencio. Él entonces sonríe. Si, sonríe. Porque a veces Mariano sonríe y sus dientes blancos lo iluminan todo. Hace una mueca graciosa y luego la besa. Su beso es largo y sin pausas, despreocupado del público, de la gente, del bullicio. Ese beso se puede dar ante un semáforo en rojo o ante un semáforo en verde. Ella ya no sabe. Cuando él la besa, las luces de la ciudad se encienden y ella ya no piensa en volver a casa.

Los álamos del parque estiran entonces sus ramas hasta tocar el cielo, el viento sopla arriba en sus copas primaverales. Mientras abajo ellos toman la siesta, abrazados a pesar del calor, jugando con la yema de los dedos. Jugando a sentir. A adivinar el futuro en la palma de sus manos. Quedan días largos, noches frías, madrugadas en ninguna parte. Ella podría irse en cualquier momento, en este minuto si fuera preciso. Pero no se va, no se irá y él lo sabe.

La ciudad sangra su pena vacía, pero ellos la ignoran. Mientras estén juntos todo estará bien.
Caminan sin necesidad y corren sin ser perseguidos. Llega la noche y él dispara sobre ella una a una, fotografías que nadie verá. En la mitad del bosque oscuro se quedan parados y ella se desnuda, con la gracia y timidez de un infante. Los flashes iluminan la noche, sus hombros, su espalda. Ella se desnuda para él olvidando que la ciudad puede descubrirlos. Y entre risas de niños tontos, se quitan la ropa. Es el turno de él y ella no tiene compasión. Fotografía cada rincón de su cuerpo, intentando que la luz de los flashes ilumine una poca de su alma.

La noche cae y el bosque se queda vacío de la gente que trota sudorosa por los senderos de hojas secas. Ambos se quedan solos sin hacer ruido, ni hacerse el amor, abrazados en una promesa de amor que no durará más allá de una noche. De un amanecer en ninguna parte.

Solo una noche más, piensa ella cuando amanece. Pero para Mariano el mundo es una noche eterna en la que solo los más listos se mantienen despiertos.

sábado, octubre 07, 2006

3. En la Cárcel

El día que mi primo Abelardo contó la historia de que defendía asesinos y que incluso comía con ellos, me sentí tan asustada como curiosa. Abelardo es un tipo obeso, que en su tiempo fue delgado y tímido. Su apariencia frágil de lentes y voz tartamudeante, lo volvieron el blanco de muchas de las burlas de sus amigos. Una vez incluso, algún alumno mayor que él, le sacó la verga en la cara para que se la tocara, delante de los otros chicos de la escuela. Esto lo cuenta Abelardo en el mismo ritmo indiferente de relator de la corte, con que puede contar que su madre se está muriendo o que el tratado de Libre Comercio no afectará a la agricultura. A veces parece que lo hiciera a propósito, que adoptara ese tono de tarado solo para ver moverse incómodos en las sillas a sus ocasionales oyentes. Él cuenta las historias y sigue comiendo o aderezando su plato de ensaladas y menjunjes varios. Sobra decir que mi viejo lo detesta.

Abelardo viene a visitarnos de vez en cuando, por los juicios que defiende en la ciudad. Es probablemente el único de los parientes de mi padre al que mi madre no aborrece. Le da lástima el muchacho, dice, mientras le separa comida caliente por si regresa tarde. A mi padre no le agrada tener en la familia a alguien que defienda asesinos y la escoria de la sociedad que debería ser despeñada porque no tiene solución. Dice que Abelardo no tiene escrúpulos, que no tiene moral alguna. Que quien a hierro vive a hierro muere y a él lo van a matar sus propios defendidos.

Yo no sé cuando Abelardo comenzó a cambiar. Dicen que de niño era delgaducho y lerdo, luego se hizo obeso y a mitad de camino entre ambas fases se volvió físico culturista. Tenía un cuerpo tan bien cuidado que incluso ganaba premios por su buena forma. Ya más seguro de si mismo, se hizo abogado y después de tardarse una década para salir de la universidad, con esposa e hijo incluidos, desapareció del mapa familiar con el resentimiento que tienen aquellos que son marginados por ser los torpes de la familia.

Decían que Abelardo no tenía de que vivir, que no conseguía puesto en ninguna parte. Que si no se volvía taxista, que se olvidara de seguir viviendo en el Perú, pues para su mala suerte, él no tenía ningún contacto en el exterior para irse a Europa o a Gringolandia como hicieron los otros jóvenes de esa época. Abelardo se tuvo que quedar aquí soportando las burlas de todos los demás primos y tíos que lo trataban como el retrasado de la familia paterna, tan creídos por sus títulos universitarios y maestrías en el extranjero.

Pasó el tiempo y solo volvimos a saber de él, el día que se hizo rico. Si, rico. Porque para una familia de clase media como la suya, en que a nadie le sobra plata para ayudar al prójimo, él era un rico de pies a cabeza, con todos esos celulares caros, la ropa huachafamente “de marca” y ese derroche de alcohol y propinas en las fiestas y bautizos. Se hizo de una casa enorme y de una amante bonita. De pronto se comenzó a correr la voz de que Abelardo era llamado Alí Baba, por andar rodeado siempre de los 40 ladrones. Al parecer era el abogado del mundo del hampa y eso hacía que al resto de la familia le diera prurito tener relaciones cercanas con él o con sus facinerosos clientes.

Abelardo disfrutaba de esa fama temeraria que se había conseguido gracias a sus clientes y las millonarias sumas que recibía por sacarlos de la cárcel. De ser siempre el chico mas burlado y el primo menos hábil del clan, pasaba a ser una suerte de salvador de asesinos y el abogado mas pedido de las cárceles. Abelardo defendía todo lo que se le pusiera en frente, narcotraficantes, asesinos, asaltantes de bancos y violadores. De todos ellos siempre decía, que los de mejor talante y fidelidad eran los asesinos, pues eran personas muy dadas a la caridad y al amor al prójimo cuando cesaba su faena. Que los peores eran los violadores, porque se dejaban llevar por la pasión del momento y no podías confiar jamás en ellos y que por tanto jamás se daría el trabajo de defender a uno. Menos si se trataba de un violador de niños.

La única vez que hizo una excepción fue con Benjamín Flores alias “Cebollita” él que había sido acusado de seducir y violar a su hijastra de 14 años, una menor con retardo del lenguaje. La niña había venido a vivir con él y su madre, desde el Cuzco y después de 10 meses en que aún no conocía bien la capital, desapareció de casa sin dejar rastro. El hombre y su esposa comenzaron a buscarla desesperados por varias semanas, hasta que fueron notificados por la comisaría de la zona, que la niña había sido hallada. El hombre, panadero de 40 años querido por todos en el barrio, fue acompañando a su mujer a recuperar a la hijastra, cuando fue apresado en el acto por la acusación de violador de menores.

Al encontrarla habían descubierto que la niña había sido violada en repetidas oportunidades y acusaba al padrastro de la violación. Una vez en la cárcel y enfrentado a una de las mayores condenas en el país por tal delito, fue “bautizado” por los demás presidiarios hasta llegar a la enfermería por la brutalidad del acto. Abandonado por su esposa y repudiado por sus familiares y el barrio entero, solicitó la ayuda de Abelardo para su defensa, aunque no disponía de un cobre. Durante casi 8 meses Cebollita lloró por la ayuda de Abelardo en su caso, pues sabía que él podía sacar a cualquiera en esa jurisdicción.

¿Por qué lo ayudaste si no tenía dinero y era violador de niños? Pregunté. Abelardo dejó entonces el trozo de chancho asado en el plato y respondió tranquilo: Porque era inocente.

La niña había sostenido relaciones con un vecino de la cuadra durante todos esos meses, hasta que quedó embarazada. Ahí fue cuando el verdadero violador y la madre de este la secuestraron y la llenaron de regalos para que acusara al padrastro. Obviamente la niña enamorada prefirió acusar al que le había dado de comer todos esos meses que al tipo treintón del cual se había enamorado. Luego sucedió lo del aborto. La chiquilla entonces fue llevada a un albergue del cual escapó y ahora el caso estaba paralizado por falta de medios y de testigos. Todo el testimonio lo había conseguido Abelardo valiéndose de sus dotes de gordo buena gente, mas que de buen abogado; sin embargo con la niña desparecida del planeta ya no se podía avanzar mas en el caso y “Cebollita” seguiría en prisión esperando condena mientras “se le caían los supositorios” después de la paliza violatoria que había recibido a su ingreso al penal.

“Eso pasa por falta de plata”- concluyó Abelardo- “si hubiera tenido guita yo lo sacaba de ahí desde la primera vez que me pidió ayuda, solo era cuestión de sobornar a unos cuantos y se evitaba tanta cosa”

Al ver todos los tatuajes de Mariano en la espalda y en los brazos, no pude evitar pensar que tal vez se los hubieran hecho en alguna cárcel. ¿Alguna vez has estado preso?- le pregunté mientras nos bañábamos juntos. No, nunca- respondió limpiándose el agua que le goteaba desde las cejas. ¿Y todos esos tatuajes?. ¿Qué hay con ellos?. Que me asustan todos esos lemas que tienes tatuados en la piel... No sé nada sobre ti Mariano, tu pasado, tu futuro, nada. El futuro si lo sabes, voy a ser el padre de tus hijos y vamos a vivir frente al mar terminado este viaje- dijo muy seguro de si mismo mientras me enjabonaba los hombros. De mi pasado te enterarás en el camino, preciosa.

viernes, octubre 06, 2006

2.Mariano y el sexo

Al verlo desnudo en la cama a todo lo largo, hermoso como un sol. Laura entendió porque el sexo con tipos bellos no la satisfacía completamente. Había algo que no llegaba a colmarla, faltaba ese morbo que se producía al hacer el amor con hombres menos agraciados o con hombres mayores. Mariano era bello de rostro y de figura, demasiado atractivo para ella. Era como hacerle el amor a un ángel.

Cuando solo se tenía sexo, el morbo podía mover cantidades infinitas de feromonas en ella, que alguien de apariencia perfecta no podía. Y él era lo más cercano a la perfección anatómica que ella había conocido. Su larga pierna musculosa salía fuera de la cama, mostrando un tatuaje tribal en la pantorrilla, su espalada mostraba otros más y en el brazo uno enorme del Che Guevara, ocupaba todo el deltoides derecho.
Su rostro de nariz recta, labios finos y barba crecida reposaban sobre la almohada del precario motel por horas. Ella lo miraba impaciente, si hubiera tenido un cigarrillo lo habría fumado solo por tener algo que hacer mientras él dormía.

Estaba exhausto, había trabajado toda la noche; en cambio ella había dormido rendida después de la caminata de aquel día, poniendo la tarima de tablas como tranca en la puerta y tomando un par de relajantes musculares que le quitaran el dolor de piernas y espalda que la había tenido afligida desde la tarde. Había dormido como muerta, despertándose de vez en cuando por los gritos delirantes de los inquilinos de la pieza vecina, en medio de la agonía sexual.

Los ojos de Mariano, a pesar de estar cerrados seguían siendo oscuros e impenetrables. Sus largas pestañas hacían sombra a las ojeras que le daban esa pinta de chico malo que la había atraído la primera vez que lo vio a mitad de la calle.
Ahora lo miraba dormir como si la mañana fuera eterna y no tuvieran que salir nuevamente de camino. Comenzó a contar sus tatuajes con el dedo índice rozándole la piel, pero cuando llegó a los primeros 10 él abrió los ojos, que lucían inyectados de sangre por la falta de sueño.
Estoy muerto, le dijo. Si, pero ya debemos irnos- respondió ella mientras le alisaba el cabello negro. ¿Te dolió el tatuaje del cuello? Un poco, en la base, aquí mira y acercó sus dedos a los pies del duende de los sueños que tenía tatuado al costado derecho del cuello. Ella lo acarició sin prisa. Debemos irnos, Mariano, voy a ducharme y nos vamos, ¿si?. Bañémonos juntos, dale. Ya te dije que no. ¿Por qué? Solo es una ducha. Porque te conozco y no lo haré sin preservativo. No lo haremos, amor. Te conozco Mariano. No lo haremos, báñate conmigo. No, ¡ya te dije que no!

Ella se levantó de la cama cuando el intentó sujetarla por la cadera. De un salto estuvo sobre el piso de madera que rechinó ante sus pies desnudos. Mariano era de lejos el tipo más alto con el que había estado. ¿Cuánto mides? le pregunto la primera vez que salieron juntos. Metro y 95 ¿Por qué? Porque me llevas mas de 30 centímetros. Y él le sonrío con una de esas muecas de niño que la enamoraban siempre. Ahora parados en medio de la habitación en penumbras de las 10 de la mañana, esos 30 centímetros de diferencia se hacían más notorios. Ambos desnudos y descalzos jugaban al cazador y la presa en una actitud de luchadores de Capoeira que le daba a Mariano toda la ventaja sobre ella, mas ágil pero pequeña.

Te dije que no me bañaré contigo. Si lo harás. El la abrazó de un solo zarpazo y la levantó hasta que estuvo de cara frente a él. ¿Te casarás conmigo? Y ella sonrió sin responderle. Dime que te casarás conmigo y te dejo bañarte sola. Ella lo besó como se besan a los niños que dicen barbaridades, buscando callarlos. Si, lo haré, ahora suéltame. ¿Me dejarás, verdad? Mariano, tú me dejarás antes. Yo no te dejaré. ¡Já! ¿Apostamos? Dijo ella mientras cerraba la puerta del baño y abría la llave del agua fría.

- ¡Te vas a casar conmigo Laura! Gritó él desde la habitación de luces mortecinas y cortinas de terciopelo.
- ¡Primero muerta! Respondió ella bajo el chorro de agua blanca.

- Eso se puede solucionar en este momento, dijo él entrando al baño sin forzar la chapa.

Ella entendió entonces, que eso que acababa de decir más que una simple respuesta era desde ya, una promesa.

jueves, octubre 05, 2006

1. Los Terroristas

Cuando mi padre me dijo que el Dr. Hilaquita tuvo que caminar hasta Argentina a pata pelada para conseguir su sueño de ser médico, yo no le creí nada. Mi padre tenía esa habilidad de volver las historias comunes y silvestres una leyenda y a los personajes mas sencillos héroes de película. Caminar medio continente por un sueño, me parecía algo descabellado y fruto de la mente exagerada de mi padre, hasta que me tocó a mi misma hacerlo.

El Dr. Hilaquita era pequeño y del color cobrizo y pómulos levantados que tienen los indios de mi país. Sus ojos alargados y su tez lampiña, eran el sello inconfundible de ser el peruano promedio que busca trabajo de medio tiempo en el exterior. Se había ido del Perú apenas cumplió la mayoría de edad y como decía la leyenda, se había ido a pie, cruzando por Bolivia y trabajando de mesero, barredor y mucamo, para poderse pagar la universidad en Buenos Aires. Nunca entendí porque había elegido un país como Argentina para estudiar la carrera médica, probablemente aquí ya era muy difícil, para alguien de su apellido y condición social hallar una plaza como médico en las facultades de medicina de por aquí. No sé que tan difícil fue para “un cabeza negra” como él abrirse paso en una ciudad como Bs. As. Lo único que sé, es que el tipo había vuelto como médico y se había logrado el respeto de la comunidad por su hablar bondadoso y su don de ayudar a la gente pobre con la poca plata que tenía.

Yo no lo conocía mucho, pero cuando lo apresaron por presunto terrorista, mi familia se agitó bastante y en la ciudad nadie hablaba de otra cosa, que sobre los médicos terrucos apresados. Eran tiempos del Fujimorato y se había emprendido una lucha encarnizada contra el terrorismo, para vengar las muertes de Ayacucho y los atentados de coches bomba que habían incendiado Lima a finales de los ochenta. El gobernante de turno utilizaría una imagen de El Castigador de terroristas, para levantar la imagen alicaída del gobierno inflacionista de García. Ahora se dedicaba a cazar terroristas y el plato principal sería la caída de Guzmán para conseguir carta blanca de la sociedad civil.
Cuando los cazaron a todos, siguieron buscando, hasta hacer desparecer comunistas, dirigentes sindicales, universitarios rebeldes y todo hombre o mujer que pudiera estar contra un gobierno que ya se pintaba como dictatorial desde sus inicios. Entre los muchos desparecidos estaba el Dr. Hilaquita y también lo hubiera estado mi padre de no ser porque supo el soplo de que “los rayas”- como se decían a los policías- andaban tras la pista de todo el que hubiera tenido contacto con la izquierda durante el periodo de gobierno previo.

Esa noche mi viejo fue donde el Dr. Hilaquita a avisarle que se ocultara, porque en la lista de buscados también estaban ellos; pero el doctor no le hizo caso, mas bien lo calmó diciéndole que ser izquierdita en este país de pobres no tenía nada de malo y que él no tenia nada que ocultar para cuando la policía viniera. Mi viejo no pudo convencerlo de esa cabronada que es creer que la policía es la mano de la justicia y esa noche desapareció quien sabe a donde hasta que dejaran de buscar a gente del partido.
Fue la noche que atraparon al Dr. Hilaquita y a otros mas, acusándolos de terrorismo.

No volvimos a saber de él en 5 años más. Eran tiempos de miedo. La gente andaba acusando a medio mundo de ser terrucos, por un pan o por la rebaja de su condena. La colaboración eficaz dio resultados y se había desatado una cacería de brujas, de la que nadie se daba cuenta. El peruano de clase media vivía feliz, comiendo pan con mantequilla y té dulce y aplaudiendo la construcción de nuevas carreteras por todo el país y el nacimiento de colegios que se derrumbaban al primer temblor de tierra.

Si en la infancia yo había tenido miedo de los terroristas que entraban en las casas y ponían bombas en media ciudad, para cuando Fujimori asumió su segundo mandato yo tenía miedo de que por cualquier cosa metieran a mi viejo al bote. O que mas gente allegada a la familia pudiera ser acusada y metida a la cárcel para ser olvidada o asesinada como ocurrió con los jóvenes de la Cantuta. Jóvenes inocentes que ahora eran solo los huesos olvidados a los que la sociedad no alcanzó a hacer justicia.

Cuando 5 años mas tarde el Dr. Hilaquita salió de prisión por ser una condena injusta y no habérsele hallado ningún asidero para su cautiverio por terrorismo en la cárcel de máxima seguridad, sus ojos eran tristes y su caminar pausado. Mi viejo lo invitó a almorzar a casa, pero no hablaba mucho. Yo lo examinaba por todos los costados, jamás había visto a un ex presidiario. Comía poco y hablaba bajo. Habían sido largos años, en que su esposa gastó los zapatos yendo a todos los juzgados y hablando ante los medios de prensa por esa prisión injusta de la que intentaba liberarlo. Su esposa se había hecho famosa por sus zapatos gastados y su trajecito sastre color guinda, en cambio él había salido como un muerto de allí, la gente lo había olvidado como se olvida a un muerto al que no se lloró en su debido momento. Pero ahora estaba de vuelta, con los cabellos encanecidos y la piel pálida.

Cuando a mitad del almuerzo pudo hablar algo, solo habló de las torturas, del frío, de la comida de perros. Por suerte- dijo- yo estaba acostumbrado a vivir como un perro antes de ser médico, solo volvía la frío y al hambre…por eso la dignidad no me la quebraron tanto- sonrió sobriamente- pero hubo otros que casi se volvieron locos. ¿Recuerdas a Germán Caycho el Ingeniero? Mi padre asintió sin mediar palabra. Ese se derrumbó los primeros meses, acusó a medio mundo. Lo volvieron soplón a punte de castigos, lo peor es que acusó a inocentes, como él o como yo. La cárcel te vuelve así- dijo y tomó un sorbo de la gaseosa que ya se había entibiado en su mano. La cárcel vuelve malos a los hombres libres.

Cuando se despidió de mi, la menor de la familia, previos consejos de no confiar jamás en nadie “porque los rayas te buscan desde que estás en la universidad y llegado un gobierno fascista te apresan bajo cualquier cargo”. Me dejó algo trastornada, solo pensaba en cuanto había sufrido ese hombre inocente que contaba como le ponían electricidad en la vulva a las mujeres acusadas de terrorismo o como eran violadas las mas bonitas, como la Garrido Lecca una y otra vez de todas las formas posibles. Esa imagen me dejó estática, yo solo tenía 17 años y esos temas de sobremesa me dejaban sin habla. Pero lo que mas muda me dejaría, fue ver a mi padre llorando abrazado al Dr. Hilaquita al despedirlo. Jamás había visto a dos hombres cincuentones llorar en público con un gemido hondo como de animal herido. Creo que mi viejo había vivido también en prisión esos 5 años que el Dr. Hilaquita estuvo dentro. La tortura, había sido no poder salvarlo, de su propia cojudez de creer en la justicia de “quien no la debe no la teme”.

Ahora en el asiento de la Terminal con los pies ampollados por la larga caminata de todos esos días, pensaba en ese episodio y en como había vivido toda la vida desconfiando de todos como me recomendó el Dr. Hilaquita y sin embargo al conocer a Mariano, no había dudado un instante.

- Laura, ¿estás lista para volver?- me despertó el hombre de la Terminal
- Si, siempre lista- respondí con una sonrisa de última hora.
- ¿En que pensabas? ¿En el chico ese? ¡Vamos! seguro lo encuentran y va a la cárcel por lo que te hizo.
- No, Solo pensaba en los hombres libres que van a prisión sin causa y en los hombres como Mariano que siguen libres a pesar de todo. ¿Me invita un matecito caliente, por favor?

miércoles, octubre 04, 2006

Preámbulo

Ella sintió el polen primaveral cosquilleando en su nariz, como la caricia de un duende. De pronto estaba sola en un café del centro de la ciudad. Ellos la habían dejado sola y apenas si pudo articular palabra para despedirse. Con la frente en alto y la dignidad humillada trató de recordar el camino mas corto al metro, por si tenía que escapar de allí llegada la noche.

Pero eso ahora no importaba mucho, lo único que sentía era ese polen de finales de Septiembre impregnando las lagrimitas que no llegaban a salir y se le cuajaban en el par de ojos negros que ya no miraban a la ciudad ni a la gente que caminaba rápido, ni al mozo sonriente que la trataba de dama en vez de señorita, ni a la sombra de ambos alejándose por uno de los pasajes aledaños, sin voltear a mirar si lloraba o no. Simplemente alejándose en la pantomima de creerla mujer adulta. Ese par de ojos ya no miraban nada mas que el gris de los edificios ante ella, repasando cada grieta como si con eso pudiera recapitular su propia vida.

Saboreó por última vez el café helado con crema de vainilla y la galletita de coco en el platillo blanco y se levantó sin dejar propina al mozo sonriente. Simplemente se alejó de allí, intentando adivinar como la maldecía el mozo, como la maldecía el mundo por dejar de hacer las cosas que son educadamente impuestas sin motivo aparente.

Sobre los botines de cuero marrón equilibraba apenas sus pasos hacia ningún lado con la mirada fija en un punto invisible que la hacía contener los lagrimones de rabia. De esta forma muchas veces ensayada, era imposible dejar caer una gota de melancolía que le estropeara el maquillaje o le empañara los lentes. A decir verdad, no había motivo para llorar. Lo que sentía en la garganta solo era la rabia y la impotencia de cargar con esa jaula que significaba ser la hermana menor, la chica aplicada, la niña buena, a donde quiera que fuera. Como si ella no fuera capaz de hacer lo que se le diera la gana. Como si aun a millas de casa tuviera que conservar esa falsa compostura de las niñas educadas y por tanto tener que ser humillada con bromas de ese calibre, sobre su debilidad de carácter, sobre su condición de mujercita chica que necesita siempre de un hombre.

Hace mucho que se había dado cuenta que el dejar que la protejan a una, es ponerse llave a esa celda terrible que es vivir como mujer común y corriente, siempre con una amiga para ir al baño, con un hombre al lado para ir a lugares peligrosos, con alguien como compañero de viaje…Siempre alguien al lado, porque era mujer y eso la volvía una inválida ante la sociedad civilizada. Alguien imposibilitada de hacer lo que le venga en gana sin rozar con la imagen de ordinaria que tenían las mujeres que andaban por la vida no solas, sino solitarias. ¿Por qué no la sentían capaz de hacer esas cosas? ¿Es que tenia que pasarse el resto de la vida develando sus secretos a otros? ¿Diciéndoles que hace mucho había dejado de ser niña buena, que hace mucho que tomaba autobuses, trenes y aviones sola, que hace mucho no tenia amigas ni a nadie para acompañarla a ninguna parte?

No. No le diría a nadie la verdad de lo que ocurrió en los últimos 3 años. Como había crecido, como a pesar de lo que su apariencia dijera, ella había crecido como un centenar de mujeres por dentro. Que se había cambiado tantas veces el nombre que ya ni recordaba el suyo. Que había estado en tantos lugares y hablado con tanta gente, que hacía tiempo ya no necesitaba de la manito de mamá para salir al lugar que quisiese. Ellos habían insinuado eso, en una frase que sonó a mofa y a la que ella no le pudo exprimir un poquito de sentido del humor, para sonreír diplomáticamente como siempre lo hacía. Esta vez había perdido la buena postura, había asumido el ceño duro, de los que esperan mandar a la mierda a la próxima palabra mal dicha. Se había quedado en la mesa y sin saber que haría luego, les había comunicado que no volvería esa tarde a casa, pues quería caminar…Caminar por la ciudad.

¡Si, claro! Como si eso fuera fácil de hacer. Ahora le dolían los pies sobre los zapatos altos, ahora le incomodaba la falda, ahora le molestaban las miradas sobre su escote. De pronto sintió la imperiosa necesidad de sentarse antes que se le quebraran de una las botas altas y la cara de palo. Antes que estallara en lágrimas en esa ciudad primaveral de finales de Septiembre.

Ya en la banca sintió como poco a poco la boca se le curvaba hacia abajo asumiendo el gesto previo a los grandes llantos, que ella había conocido también en los periodos en que la depresión quiso matarla. Esos tiempos en que llorar era tan fácil, que derramaba lágrimas por la excusa que fuese; pero se dio cuenta que esta vez no había motivo, esto no era nada mas que una rabieta sin desahogar. Así que se pasó la lengua por las paredes de la boca, intentando levantar las mejillas en una sonrisa inventada. Metió la lengua entre los dientes y las mejillas, bajo los labios carnosos, hurgó toda su boca, para que no se le cayera a pedazos y se deshiciera en ese llanto fatal de los que lloran sin saber porqué lo hacen.

Intentó traer saliva a la boca que estaba seca por el mal rato. Cruzó la pierna izquierda, que mostraba un muslo recién depilado y se apretó las manos húmedas en la falda que ahora parecía mas corta que cuando solo caminaba. No era justo llorar por un capricho, arruinar su prestancia, la seguridad que le imprimía estar a solas. Ella no lloraría. Ya había crecido y ya no lloraba tan fácilmente por esas pendejerías de niña fresa. Ni caería en una de esa trampas de rabieta que les ponen a los depresivos, para ver si recaen nuevamente en esos llantos por impotencia que a la larga se transforman en melancolía y finalmente en apatía por la vida y un querer abrazar la muerte.

De pronto lo decidió. Mañana saldría del país, sin ellos. Ya no los necesitaba, podía hacer ese viaje sola. ¿Quién se había creído el mundo para hacerla llorar? Podía largarse el rato que quisiera, peligros habían en todas partes. Una mujer sola viajando con mochila tiene tanto riesgo de ser atacada como una mujer en tacones por la ciudad mas bonita del mundo. Total! En cualquier lugar se muere.

Ahora necesitaba solo un par de zapatos cómodos y una muda de ropa. Algo la llamaba a hacer ese viaje, era algo o alguien más fuerte que ella, quien ahora la empujaba a no llorar y romper su cáscara de maquillaje por las palabras mal dichas de gente que en realidad no le importaba. Ese alguien que aun no conocía, le daba esa fuerza para enrumbar el resto del viaje sola, sin pedirle nada a nadie. Ni humillarse por un poco de ayuda o una indicación de camino corto. Ella ya no necesitaba caminos cortos. Quería caminarse la vida entera.

Laura, se levantó entonces del banquillo sobre el que caían los frutos y el polen del plátano oriental con la parsimonia de la primavera y se dispuso a caminar hasta que el anochecer le hiciera olvidar que era una mujer extraña en una tierra de extraños, pues mañana Laura cumpliría parte de su misión en este mundo.

jueves, septiembre 21, 2006

It´s enough

Gracias por los buenos deseos. Hoy leí todas sus cartas. No esperaba ser tan importante para algunos de ustedes...la verdad no esperaba creérmelo...pero hoy solo veo el mundo a color.


La primavera aquí se está instalando de lleno. Quisiera escribir sobre eso, tengo demasiado por escribir...pero creo que por el momento solo me dedicaré a vivir.

Un abrazo para los que estuvieron desde el principio. Y también para los que llegaron al final.


Nos vemos en esta o en la otra. Bye.


It´s Enough.

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...