Ayer mientras
caminaba, me perdí en una librería- Si, es verdad que yo siempre me pierdo y más
aun en las librerías- pero ayer andaba mas perdida que nunca, sin saber qué
libro coger o que exactamente comprar- si después de todo, yo casi nunca compro
nada de lo que realmente deseo. Terminee así en un estante de libros de gerencia
y liderazgo en donde los simples títulos ya lo decían todo y en los que aun acercándome
a leerlos yo no entendía nada.
Me pregunté
entonces porque todas esas reglas de éxito y liderazgo nos salían tan mal a los que trabajamos día a día en los
hospitales. ¿Es otro tipo de lógica la que nos maneja? Después de todo, se puede explicar cómo
despedir adecuadamente a un subalterno, pero no existen libros que te expliquen
como despedir adecuadamente a alguien que ha muerto, o como enfrentar a la
familia que espera tu informe en ese tipo de noticias.
Salir, bajarse la mascarilla y decir: “Hicimos todo lo que se pudo” es algo que solo ocurre en las telenovelas y por supuesto, jamás esa frase sería suficiente.
A diferencia de otros
empleos en que se miden valores y cifras, sin tener conciencia real de las
consecuencias o los afectados directos de lo que hacemos o decidimos, en este trabajo
día a día debes poner la cara ante esas decisiones que una vez tomadas marcarán
la vida de otra gente. Gente que te da la cara, te estrecha la mano, de la cual
por unos minutos te hace formar parte de su vida o del declinar de esta. Gente
real con problemas reales.
“ Has visto mucha
gente morir?”- Es la pregunta que suelen hacerme. “Algunos”- Respondo, sin
ganas. Cuando en verdad debería responder: “Cientos, he visto morir a cientos”,
pero en cambio sonrío y trato de no pensar en eso.
La siguiente
pregunta suele ser “Que se siente?” a lo que respondo cínicamente: “Casi nada”-
Aunque eso tampoco sea cierto. Porque en ese momento, la verdad la muerte no
significa mucho.
Los muertos pasan
a segundo plano cuando a quien debes enfrentar es a los que quedan vivos.
Lo que más importa es como informarles, así, das la noticia lo mejor que puedes, la gente
solloza, los consuelas , te agradecen o te maldicen y sigues tu vida. Vas a
almorzar, conversas con alguien, te ríes de un chiste. Hablas por teléfono, que al fin y al cabo dar
ese tipo de noticias es parte del trabajo ¿Y tú estudiaste para eso o no?
Pero no es
cierto.
Aunque la muerte
parezca un evento olvidado cuando llegas a casa y abrazas a los tuyos y bromeas
de algo cotidiano para omitir realmente como fue tu dia, toda esa pugna de
sentimientos bloqueados aflorará tarde o temprano.
Porque hay
momentos en que nadie te ve, en que solo estás tú y tú conciencia y no puedes
evitar recordar a alguien que se ha ido y por el que no pudiste hacer nada. Recuerdas
cada detalle, el rostro de los familiares, la última frase. Todo como en una película
hecha solo para tus ojos.
Surgen entonces
una variedad de sentimientos ¿Frustración? ¿Tristeza? ¿Enojo? ¿El ego herido
del hombre que no puede ser Dios y tampoco puede ser verdaderamente humano?
Porque ¿Qué clase
de cyborg puede dar ese tipo de noticias a diario sin sentirse afectado? Sin
derramar jamás una lagrima. Decidir lo que otros médicos no quieren decidir, lo
que la propia familia se niega a decidir, lo que una misma no quisiera decidir.
¿Prolongar unos días más la agonía de alguien o evitar más esfuerzos y dejarlo
partir? ¿Cómo saber si no surgirá un milagro inoportuno que te hará ver como el
farsante que desprecia la vida en lugar de protegerla?
He visto muchas
cosas que los religiosos podrían llamar milagros. Todo lo que la ciencia no
puede explicar aun de una manera categórica, la gente termina por denominarles
milagros. Hechos inoportunos como decía, interfiriendo con la lógica de la
ciencia que avisa muy cauta: “Ojo que se nos muere si no hacemos nada” y claro,
aun sin que nosotros hagamos nada el paciente milagrosamente vive.
Pero hablaba de lo inoportuno y ¿no es acaso más inoportuna la propia muerte? No he conocido a alguien que estuviera listo para marcharse. Incluso aquellos cadáveres en vida a los que nadie visita abandonados en los hospitales, se mueren en días soleados, opulentos, de brisa perfecta. Certificas una muerte, mientras vas viendo por los ventanales como cae el sol mansamente sobre el perfil de la ciudad.
“Que injusto es tener
que llorar en un día así”- te quedas pensando.
No, la muerte jamás
es oportuna, ni siquiera cuando es provocada ni cuando somos el vehículo hacia
ella, como usualmente pasa. Cada decisión, cada movimiento nuestro definirá más
tarde el que podamos dar a la familia del paciente una buena o una mala
noticia.
Yo usualmente,
soy la mensajera de las malas.
“Abandonad toda
esperanza”- es el eco que anticipa mi llegada.
Mi discurso es simple
y corto, finaliza con un: “Haremos todo lo que esté en nuestras manos”. Y aunque
no hay verdad más pura que esa, se que jamás será suficiente. De nuestras manos
se escaparan vidas, sin que podamos hacer nada para remediarlo.
Veo mis manos
ahora, que inútiles parecen cuando no tocan a alguien.
“Ninguna mujer
que haya elegido esta profesión ha de ser muy normal” – dice en tono de burla,
el médico más viejo del lugar. Y me pongo a pensar a que se refiere con
normalidad y si ese concepto no se basa más que en una estadística de
popularidad. Luego, agrega “O al menos nadie se salva de esto y vuelve a ser
como antes de entrar a un hospital”. Esta última frase le sale casi como en un
susurro para sí mismo.
“Nadie puede
seguir siendo normal después de ver morir a tanta gente” dice alguien y yo
pienso en los militares, en los guerrilleros, en esa gente para la cual el
sentido de la vida ya no será jamás el mismo, pero en cambio la muerte pasa
casi desapercibida.
“Es que morirse es un juego de niños cuando en vivir esta lo difícil” diría uno de mis personajes.Me pierdo en la librería como un niño que busca inútilmente respuestas, me pierdo entre estantes repletos de libros, con pasos cansados y solos. Por un momento desearía meterme en uno y que la vida sea solo un cuento con final feliz, en donde la única frase que yo tenga que decir fuera: ”Colorín…Colorado…”