Hace una semana conocí a mi prima. No sabía que tenía una prima, estaba acostumbrada a que mi familia se redujera a mis padres y mis hermanos y que toda esa parafernalia de tíos y primos de parte paterna, fueran algo menos que gente indeseable con la que no se podía entablar una charla que no estuviera basada en ellos como centro del universo.
La familia de mi madre mucho mas amplia, estaba desperdigada por el mundo. Tías y primos de apellidos graciosos, estudiaban o vivían en el extranjero, gracias a becas de estudios o maridos multiraciales. En realidad mi familia era una isla, en la que me acostumbré a estar a solas.
Cuando conocí a mi prima, me resultaron familiar sus rizos, la boca sonriente y las cejas pobladas. Lo que no entendía del todo fueron sus ojos verdes luminosos, muy parecidos a los de mi hermana y que no tenían nada que ver con la familia de mi madre, naturalmente altos, morenos y de cejas oscuras. Luego comprendí que esos hermosos ojos verdes, eran un ardid de la cosmética moderna, que tornaban a una mujer simpática, en casi casi una mujer bella.
Mi prima gustaba del mar y del cine, nos comprendimos de inmediato y salimos a caminar mirando el mar bajo el manto gris acostumbrado y hablando de nuestras respectivas vidas en los polos del país. Casi teníamos la misma historia, de soledad laboral, de mala suerte en el amor y de amigos que se esfuman, apenas te cambias de ciudad o de pareja.
Como yo, había pasado una depresión de la que aun seguía luchando a diario por salir, cuando llegó a una ciudad desconocida, donde todo le era adverso. Es terrible estar sola, me comentó.
Yo lo sabía de sobra, solo este año había caído en la cuenta de que había dejado de lado mucha de la vida real, para solazarme en la vida cibernética llena de textos bloggeriles y cuentos sin finales felices. De vez enb cuando me animaba a salir con alguien, pero siempre con la contraseña de: Nadie merece la pena hacer el intento.
Por lo menos yo viajaba.
Cada vez que me sentía sola viajaba a algun lado y me entretenía con algun acento extraño, con los viajes en bus largos y soñolientos, buscando música que no podría encontrar donde vivía, o comprando ropa, que definitivamente no podría usar cuando retornara a casa.
Ella había preferido trabajar. Trabajaba y estudiaba tanto, que a veces se olvidaba de las fechas exactas, o de salir con amigos. Me decía que temía viajar o hacer algo fuera de los límites, pues su madre se moriría. Al pensar en su madre mucho más jovial y libertaria que la mía, me detuve a pensar cuanto había tenido que ceder mi madre, para que yo hiciera lo que me dictaba el ánimo...o el mal ánimo, del momento.
Mi madre era igual o más preocupada por mí que la suya, si no fuera por mi padre, tal vez mi madre hubiera sido sobreprotectora, por su temor natural de cuidar al máximo a sus hijas mujeres, expuestas a los peligros del mundo. Por suerte, mi padre era algo diferente. A pesar de que siempre se había preocupado por nosotras, hasta casi caer en crisis hipertensivas, nos había instado siempre a que buscáramos nuestro destino, cualquiera que fuera. Diciendo que la condición de mujer no debía limitarnos en nada, ni hacernos pensar que éramos persdonitas débiles. Su vida era un ejemplo de aventuras fenomenales, de mucho esfuerzo y estudio, con algunos golpes de suerte y muy mala suerte.
Mi vida es un aquelarre, suele decir mi padre y entonces yo lo envidio y quisiera haber sido como él y no tener miedo de nada.
Muchas de las decisiones que he tomado, han sido por enfrentar mis miedos. Seguir medicina había sido una prueba de ello, tomar un avión para encontrarme con Claudio, fue lo otro. Irme de viaje sola, fue una locura de la que aun no me arrepiento. Muchas de las decisiones en mi vida, han estado influidas, por tomar una oportunidad que temo no vuelva...La mayoría de los golpes que he recibido, han sido por culpa de la misma filosofía.
Ahora veía a mi prima, pasando muchas de las cosas que pasé yo, adaptándome a una tierra nueva, a costumbre sdiferentes, a estar lejos del abrigo de los padres y la admiraba. Sobre todo, por haber superado esa depresión que la estaba matando y por tomar la decisión de la que aun se felicitaba, de dedicarse absolutamente a su carrera y no pensar más en ningun hombre que le rompiera el corazón.
"Es que todos los hombres buenos de nuestra edad ya están casados"- me comentó. La mayoría ya decidió formar una familia...Los que quedan solteros, son una bala perdida.
Yo asentí con la cabeza, mientras un pensamiento surcaba mi frente: En la otra orilla, ¿No nos miraría alguien a nosotras también como balas perdidas?
La verdad ya no importaba mucho tampoco eso, al igual que ella, ahora optaba por mi carrera, sin volver a ver a .los costados, ni esperar que un hombre me solucionara la vida de un pincelazo de felicidad. Nadie podría hacer por mí, lo que yo me atreviera a hacer por mi misma.