jueves, abril 17, 2014

Gajos de Jueves Santo

Es jueves santo, y me ha despertado como un machetazo
el dolor el dolor en la sien
Que me ataca siempre,
Habrá un día sin dolor para mi?
Un día que despierte y no tenga que contarte que he sufrido?
En todas mis cartas y postales,
 muestro lengua y dientes presurosa,
Que tan feliz crees que soy?
Hacia donde crees que voy?
No hay una semana por mas sagrada que parezca
Que no tema a este dolor amanecer conmigo.
No hay noche por mas serena que parezca
Que no presienta que volverá conmigo,
Este dolor, que se ha vuelto mi única certeza,
Es el que me hace volver a pensar demasiado,
A escribir demasiado,
Pues siento que mi mundo se esta acabando.
Desesperada busco darte un testimonio de lo que soy,
De lo que entiendo que soy,
De mi búsqueda por lo que quiero ser.
No se si esto sea suficiente,
A veces calma el dolor. Otras no se.
Es jueves santo, afuera los días se ponen frios,
En otra parte del mundo ya es primavera,
Me imagino a mis amigos caminando entre flores de cerezo,
Aquí pronto solo habrá ramas secas que pisar,
Naturaleza muerta.
No hay duda, que la muerte es relativa.
El día que desaparezca triste de este cielo gris,

Quizá despierte sonriendo en otro cielo mas calido.

sábado, abril 12, 2014

Lunes de Abril

Hay un ambiente cerrado donde solo mi felicidad cabe,

Sentada a la mesa sola, contemplando textos que no logro entender,

Bebo el café recién colado, el jugo de frutas varias y mastico sin darme cuenta

El pan untado con mantequilla.

Voy haciendo estos pequeños actos de satisfacción cotidiana como si fueran nada,

La luz de la lámpara se derrama en torno mío,

La mesa de cristal ovalado, mi tasa y el computador abierto,

Ahora somos uno solo.

Hay aroma de café, hay aroma de vainilla artificial en toda la habitación

Cálida ahora, impermeable al frio,

Tu frio.

Yo en pijama aun, leo, escribo, respondo, mastico,

Soy un ente solo, que arranca mordiscos a futuros recuerdos,

Sin darme apenas cuenta y te leo esos trozos,

 Los describo,

Los digiero para ti.



Mi universo es este, del tamaño de un abrazo,

hasta donde alcancen mis piernas,

Mis dedos en el teclado, mi aliento o mis brazos.

Universo pequeño, eterno, mágico, de mañana de lunes,

En donde me parapeto de sueños  que nadie entiende,

Ni tú.

Mientras afuera la mañana brumosa,

Araña mi ventana sin lograr entrar con su frio de cuchillazo,

Me espera ansiosa a que salga y la enfrente,

Con todas sus banderas ondeando humedad invernal,

Ahí está la vida retándome a que salga,

A que me distraiga de ti,

Y mientras yo,

 Mastico tu último poema sin entenderlo del todo,

Junto a café recién colado,

Flores nuevas y canciones viejas.



....Para Nacho, mi fiel sonhador ;)



miércoles, febrero 12, 2014

Va llegando el momento de hablar a solas otra vez. La ciudad es complice, un par de cigarros encendidos, la casa a oscuras, la musica en los oidos, la ciudad con luces aun encendidas en una madrugada que no llega, cada edificio es un cirio gigante en el umbral de mi propia muerte. Una agonia intensa en donde ninguna lagrima cae, por exceso de pudor.

El cielo es azul ahora, ninguna noche fue mas hermosa que esta, la noche de las partidas, de las despedidas sin palabras, de las enormes cartas. Nubes blancas, alargadas fumarolas para una noche que no parece tal, solo un pedazo de oceano en donde navegan los aviones que parten hacia ningun lado.


Sombras envuelven,
esta lenta melancolia,
imposibilidad de llorar,
de irse, 
de quedarse bien.

Hoy es la noche para que hablemos a solas, pero ya no hay mas frases dulces que compartir, 
tu juventud ha muerto, tu ilusion tambien. 
La mia en cambio, aunque parece incolume, esta muriendo al verte partir.

Es una noche en blanco. No hay nada que decir, papeles sin palabras escritas, cigarrillos sin encender, ropa tirada. La noche es blanca, polvo de estrellas, rastros de sal.

Va llegando el momento, pero no se ya para que

jueves, octubre 24, 2013

Una carta

Después de mucho tiempo cariño, he podido terminar de leer un libro entero. Quizá lo dudes, pero los anteriores me ha costado mucho trabajo llevarlos a término, como si no fueran emocionantes, como si no me importaran realmente, como si fuera un trabajo que debía de hacer. Pensé, como seguramente lo piensas tu en este momento, que se trataba de una etapa, que después de todo, a todos nos pasa. Como cuando después de un intenso romance y una dramática ruptura, te quedas a solas un tiempo sin ganas de probar nada de nadie. Inapetente de toda emoción intensa que pueda detener el proceso de auto reconstrucción.
Mi etapa se ha extendido quizá demasiado. O eso me ha parecido.
Este último tiempo sin vernos leía novelas cortas, alguno que otro poema, las editoriales de las revistas que me interesaban, pero más nada,  me seguía sintiendo igual, indefensa, inútil para terminar un texto, sencillamente incapacitada para escribir por lo menos una carta.
Poner puntos y comas, pensar como seguiría un pensamiento de otro, si lograría concatenarlos todos como piezas necesarias de un todo. ¿Es ese peso que tienen las palabras, sabes? Ese peso del que te hablaba, como si cada palabra tuviera su propia textura al salir de la boca y esas texturas llenaran desiertos, levantaran muros, construyeran ciudades. ¿Qué ideas esconden entonces las palabras? ¿Alguna palabra muestra realmente una idea?
Por fin alguien lo entiende, por fin un personaje vive inmerso en el peso de las palabras y sus significados y puedo identificarme con él, con esa búsqueda de significados. Del verdadero significado de estar vivo.
He terminado y como siempre me embarga esa sensibilidad oleosa, esa especie de fragilidad infantil de sentirte descubierto por otro y de querer ser descubierto por otro. En momentos como este, yo solía salir y dar un largo paseo hasta que volviera a sintonizar conmigo misma. Como si una enorme fiebre me embargara y necesitara urgentemente de una brisa que me devuelva a mi estado original. Nunca supe si ese estado era bueno o malo, lo único que sabía es que la “fiebre” debía acabar, no podías estar en ese estado ansioso de búsqueda de respuestas permanentemente, sin perder la razón. Después de leer un libro que me gustara yo me solía sentir poseída por la historia contada, por sus voces, por los paisajes y aromas descritos, por esos pensamientos íntimos en cada uno de los personajes. Cada personaje saliendo de la misma persona, delineado y construido a su antojo. Como si el escritor hubiera querido matar a todos sus demonios contándonos una historia.
Ese largo paseo debía ser en silencio, pero a veces la ciudad aturdía y también las personas. Las interrupciones de las personas, sus llamadas, sus preguntas que parecían vanas todas, ante lo que yo estaba viviendo en ese momento. Su ruido incesante alrededor.
Hace poco fui al teatro sola, nunca lo había hecho. Me senté en la primera fila y me sentí igual de poseída que al terminar un buen libro, había tanta energía en ellos, demasiadas sensaciones, demasiada información para mi sensibilidad, desacostumbrada a estar desarmada o tras la coraza del que debe dar la cara ante la adversidad. Ese continuo disfraz que cargo en el trabajo, mi epidermis contra el mundo.
Salí embriagada de sensaciones diversas, tuve que caminar varias cuadras en la aún fría noche limeña, hasta decidirme a coger un taxi, pues las botas me mataban.
Sé que lo que te acabo de contar parece carente de todo interés, pero todo tiene una razón y no es el comunicador el que da las respuestas. Cada quien tiene una pregunta intima para responderse…quizá el resto de la vida.
Yo te cuento que he terminado un libro, que he ido al teatro, que camino sola, que uso botas incómodas. Nada de eso es importante, al final de la noche cuando tu y yo nos quedamos solos, ausentes de comprensión en un mundo lleno de extraños, separados por tiempos y distancias y excusas miles, es al final de la noche en ese silencio intimo en que podemos tener el valor de gritarnos a la cara esas preguntas que ninguno de nosotros quiere formularse durante el día por temor a no hallar jamás una respuesta satisfactoria, o por el miedo a iniciar una búsqueda que no terminara nunca.
Saberlo me reconforta, pues tu duda también es mi duda.


miércoles, mayo 15, 2013

Mujer de besos breves

Mujer de pechos breves
Que desapareces con el día,
Labios que se parten
Con el agua de mar
¿A dónde ves mujer que no puedan buscarte?
¿A dónde vas que yo no te pueda hallar?

Mujer que ocultas entre los muslos universos,
Destellos de una oscuridad que es próxima
Como la verdad que temes mostrar,
Te encoges,
Te desplazas,
Te niegas a ti misma,
Placeres que otros días te hicieron despertar.

Mujer de besos breves y mejillas rosas,
Tus pasos huidizos van por el salón,
Envuelta en sábanas prestadas,
Vas limpiando unas caricias ásperas,
Carentes ya de todo amor

Mujer de pechos breves,
Largo el camino hacia el perdón.

sábado, marzo 30, 2013

Sabado de gloria


Hoy volveré a escribir, pues he dormido todo el día. Miento, tal vez haya dormido toda mi vida. Un sueño tras otro he repetido, camino a su casa y de vuelta a la mía…
 Pero que tonta me he vuelto, apenas vuelvo y ya deseo hablar de él.
De él que habrá dejado en mí una huella imborrable al despuntar esa mañana, nuestra última mañana juntos- ahora sé que lo fue.
Nunca llegue a despedirme como debía, quizá porque temía volver. Temía que como siempre me flaqueara el orgullo y en una noche cualquiera, le llamara, le escribiera, me acercara y suplicara con tintes de voz cínica que solo quiere sexo: Amor, quiero pasar una noche contigo.
Y puede ser que él dijera que sí, que aceptara el reto, que respondiera a mi enredo de quiero pero no quiero, con una respuesta corta al estilo: Ven, que te espero. A su estilo, ven rápido que me duermo, a mi estilo: Ven rápido o me muero…
Porque entonces -y este entonces no es tan lejano- cada frase suya era traducida por mi según mis caprichos más urgentes y tejida así con hilos de amor y deseo; cada silencio, cada pausa entre frases era para mí un retazo de poesía inconclusa que yo sabía llenar con mi ansiedad por él.
Yo urdí con su cuerpo, con su cara, con su casa, un universo entero de cosas imaginarias en las que yo me arrulle hasta sentirme de nuevo chiquita, dócil, entregada y de esa forma sentirme  cómoda.
Eso era él para mí, lo confortable del amor imposible, fácil de torcer, de amoldar a mi realidad virtual en donde todo podía ser perfecto,  precisamente porque jamás ocurriría…Y si ocurría alguna vez, ser feliz por lo corto que seria.
Es tan corto el amor, al fin y al cabo…
Y ahora estoy aquí como si nada hubiera pasado, con los huesos intactos y la piel tersa sobre mis pómulos canela, con esta nueva realidad mojando mi boca, metiéndose en el fondo de mi paladar, haciendo brotar palabras nuevas, como nuevas sensaciones nacidas después de él solo para demostrarme que la vida sigue y el amor se transforma de persona a persona.
Nuevas sensaciones que debo volver a clasificar, a renombrar, a mezclar y comparar con otras y meterlas así en cajitas de colores, en el enorme estante que guarda los amores que no han sido, ni serán, pero que buenos eran mientras los inventábamos…

Yo lo quise, debo aceptarlo. No sé de qué forma se puede querer lo que no se puede asir con las dos manos, ni con el pensamiento, ni siquiera con la carne. Pero yo lo quise.
 Ay la carne! Mi vehículo hacia él, mi cuerpo el camino para que ingrese en mí y me posea toda. Cada vez más, con los ojos cerrados, entrando de memoria, en la que sabía, era su casa. Ese camino placentero y doloroso, de cogernos, de descubrirlo humano, de descubrirme humana robando para nosotros un pedazo de eternidad. Era tan poco el tiempo que estuvimos juntos, mas fue el tiempo de desearnos que el de tocarnos. Fue tan corto todo, que da miedo saber que haya sido real toda esa entrega.
Ha terminado ese viaje, puedo hablar de eso sin que me acongoje volver a hallarlo, ni me despierte el deseo de buscarlo, de llamarle, de escribirle o seducirle. Ha terminado y mi corazón como tierra nueva ha vuelto a ser arada para un nuevo amor, un nuevo hombre, otra ilusión que albergue con otros sabores y sensaciones lo poco que yo viví con él.

No sé si él me amaba, eso es casi imposible, tratar de pensarlo, es un esfuerzo inútil. No era para mí ni yo para él y así fue desde un inicio, no sé si saberlo encendió mucho más el deseo. Debo reconocer que no he deseado a nadie con la fuerza testaruda y animal con la que yo desee tenerlo solo para mi. Libré una lucha larga conmigo misma para aceptar ese deseo y finalmente, ese deseo como tantos otros, acabó.
Si, acabado está, como mis dibujos a lápiz sobre su casa o mis fotos de desnudez a media luz.  Como esas escasas veces en que a mitad del amor, febril y despiadada le confesé al oído: Yo te quiero, te quiero…

lunes, febrero 04, 2013

Oficio conocido: Ser Medico




Ayer mientras caminaba, me perdí en una librería- Si, es verdad que yo siempre me pierdo y más aun en las librerías- pero ayer andaba mas perdida que nunca, sin saber qué libro coger o que exactamente comprar- si después de todo, yo casi nunca compro nada de lo que realmente deseo. Terminee así en un estante de libros de gerencia y liderazgo en donde los simples títulos ya lo decían todo y en los que aun acercándome  a leerlos yo no entendía nada.

Me pregunté entonces porque todas esas reglas de éxito y liderazgo nos salían tan mal  a los que trabajamos día a día en los hospitales. ¿Es otro tipo de lógica la que nos maneja?  Después de todo, se puede explicar cómo despedir adecuadamente a un subalterno, pero no existen libros que te expliquen como despedir adecuadamente a alguien que ha muerto, o como enfrentar a la familia que espera tu informe en ese tipo de noticias.

Salir, bajarse la mascarilla y decir: “Hicimos todo lo que se pudo” es algo que solo ocurre en las telenovelas y por supuesto, jamás esa frase sería suficiente.

A diferencia de otros empleos en que se miden valores y cifras, sin tener conciencia real de las consecuencias o los afectados directos de lo que hacemos o decidimos, en este trabajo día a día debes poner la cara ante esas decisiones que una vez tomadas marcarán la vida de otra gente. Gente que te da la cara, te estrecha la mano, de la cual por unos minutos te hace formar parte de su vida o del declinar de esta. Gente real con problemas reales.

“ Has visto mucha gente morir?”- Es la pregunta que suelen hacerme. “Algunos”- Respondo, sin ganas. Cuando en verdad debería responder: “Cientos, he visto morir a cientos”, pero en cambio sonrío y trato de no pensar en eso.

La siguiente pregunta suele ser “Que se siente?” a lo que respondo cínicamente: “Casi nada”- Aunque eso tampoco sea cierto. Porque en ese momento, la verdad la muerte no significa mucho.
Los muertos pasan a segundo plano cuando a quien debes enfrentar es a los que quedan vivos.
 Lo que más importa es como informarles, así,  das la noticia lo mejor que puedes, la gente solloza, los consuelas , te agradecen o te maldicen y sigues tu vida. Vas a almorzar, conversas con alguien, te ríes de un chiste.  Hablas por teléfono, que al fin y al cabo dar ese tipo de noticias es parte del trabajo ¿Y tú estudiaste para eso o no?
Pero no es cierto.
Aunque la muerte parezca un evento olvidado cuando llegas a casa y abrazas a los tuyos y bromeas de algo cotidiano para omitir realmente como fue tu dia, toda esa pugna de sentimientos bloqueados aflorará tarde o temprano.
Porque hay momentos en que nadie te ve, en que solo estás tú y tú conciencia y no puedes evitar recordar a alguien que se ha ido y por el que no pudiste hacer nada. Recuerdas cada detalle, el rostro de los familiares, la última frase. Todo como en una película hecha solo para tus ojos.

Surgen entonces una variedad de sentimientos ¿Frustración? ¿Tristeza? ¿Enojo? ¿El ego herido del hombre que no puede ser Dios y tampoco puede ser verdaderamente humano?

Porque ¿Qué clase de cyborg puede dar ese tipo de noticias a diario sin sentirse afectado? Sin derramar jamás una lagrima. Decidir lo que otros médicos no quieren decidir, lo que la propia familia se niega a decidir, lo que una misma no quisiera decidir. ¿Prolongar unos días más la agonía de alguien o evitar más esfuerzos y dejarlo partir? ¿Cómo saber si no surgirá un milagro inoportuno que te hará ver como el farsante que desprecia la vida en lugar de protegerla?

He visto muchas cosas que los religiosos podrían llamar milagros. Todo lo que la ciencia no puede explicar aun de una manera categórica, la gente termina por denominarles milagros. Hechos inoportunos como decía, interfiriendo con la lógica de la ciencia que avisa muy cauta: “Ojo que se nos muere si no hacemos nada” y claro, aun sin que nosotros hagamos nada el paciente milagrosamente vive.


Pero hablaba de lo inoportuno y ¿no es acaso más inoportuna la propia muerte? No he conocido a alguien que estuviera listo para marcharse. Incluso aquellos cadáveres en vida a los que nadie visita abandonados en los hospitales, se mueren en días soleados, opulentos, de brisa perfecta. Certificas una muerte, mientras vas viendo por los ventanales como cae el sol mansamente sobre el perfil de la ciudad.
“Que injusto es tener que llorar en un día así”- te quedas pensando.
No, la muerte jamás es oportuna, ni siquiera cuando es provocada ni cuando somos el vehículo hacia ella, como usualmente pasa. Cada decisión, cada movimiento nuestro definirá más tarde el que podamos dar a la familia del paciente una buena o una mala noticia.
Yo usualmente, soy la mensajera de las malas.

“Abandonad toda esperanza”- es el eco que anticipa mi llegada.

Mi discurso es simple y corto, finaliza con un: “Haremos todo lo que esté en nuestras manos”. Y aunque no hay verdad más pura que esa, se que jamás será suficiente. De nuestras manos se escaparan vidas, sin que podamos hacer nada para remediarlo.
Veo mis manos ahora, que inútiles parecen cuando no tocan a alguien.

“Ninguna mujer que haya elegido esta profesión ha de ser muy normal” – dice en tono de burla, el médico más viejo del lugar. Y me pongo a pensar a que se refiere con normalidad y si ese concepto no se basa más que en una estadística de popularidad. Luego, agrega “O al menos nadie se salva de esto y vuelve a ser como antes de entrar a un hospital”. Esta última frase le sale casi como en un susurro para sí mismo.

“Nadie puede seguir siendo normal después de ver morir a tanta gente” dice alguien y yo pienso en los militares, en los guerrilleros, en esa gente para la cual el sentido de la vida ya no será jamás el mismo, pero en cambio la muerte pasa casi desapercibida.

“Es que morirse es un juego de niños cuando en vivir esta lo difícil” diría uno de mis personajes.
Me pierdo en la librería como un niño que busca inútilmente respuestas, me pierdo entre estantes repletos de libros,  con pasos cansados y solos. Por un momento desearía meterme en uno y que la vida sea solo un cuento con final feliz, en  donde la única frase que yo tenga que decir fuera: ”Colorín…Colorado…”

sábado, febrero 02, 2013

Mujer del espejo


Al terminar de leer sobre ella me pregunto cuantas veces antes he escrito sobre mujeres, las he descrito a veces perfectas, la mayoría frágiles o al borde de la locura. Que insanidad hablar tanto de mujeres, si al cabo soy una de ellas. Me veo a mi misma como un fotógrafo de animales en extinción, tratando de acaparar hasta el último detalle.
Mis primeros dibujos también eran de formas femeninas, mucho más fáciles. La curva y el círculo son acaso más fáciles para cualquier niño. La curva, si. Lo curvado de una sonrisa, lo curvado del perfil de una cadera, una mejilla, una cabeza erguida.
Mi relación con las mujeres ha sido como de aquel artista que se observa a si mismo frente al espejo y se queda admirado que sea el mismo su propia obra. “Hecho a su imagen y semejanza” dice alguien por ahí.
Me he visto innumerables veces y me he odiado y amado. He hecho fotos de mí, desde el cabello hasta la posición más bizarra. Han hecho fotos de mí, desde la curva de mis cabellos, hasta la posición mas extraña en que me quedo dormida. Que lujo el ser fotografiada, acaso sea una forma de exploración, de adoración. Ser deseada a través del lente de una cámara. Transponerse a la imagen propia y verse a través de otros ojos, que te pueden hacer ver más o menos bella. Resignarse a la mirada del otro, buscando la propia mirada.
Una vez leí que una manera de aceptarse era hacer ese ejercicio diario de mirarse en el espejo más de 5 minutos, mirarse, estudiarse, aceptarse, reconocerse. Intento hacerlo a veces, pero mi mirada no busca mis ojos, solo recorre las imperfecciones. No hay la mirada serena de quien se acepta y se conoce, sino la mirada huidiza, de vergüenza, de pudor ante sí misma.
Debo admitir que yo no resisto ver mi rostro cansado en el espejo. Por eso las múltiples fotos de mi cuerpo, fotos en todos los ángulos y con todos los colores. Que vanidad la mía! Mi sentido estético me impide sentirme bonita, pero la continua educación me ha hecho aceptarme y saber que lo que tengo es suficiente, que puedo ser la mejor versión de mi misma. Que mi competidor más cercano e implacable, solo será el espejo.
Competidor! Vaya palabra. Alrededor de estos años, cada vez que he conocido a un hombre siempre se ha interesado en saber si experimentaría el sexo con otra mujer, el morbo no termina ahí por supuesto, las preguntas surgen a borbotones. Es entonces cuando me pongo triste. Yo en una cama con otra mujer solo para satisfacer la curiosidad de alguien más. Yo, compitiendo con otra mujer, como si yo no fuera suficiente. Yo teniendo que mirarme ante un espejo en el cual no me reconozco.
He terminado de leer sobre ella y me pregunto qué tanto sabe describir un hombre a una mujer. Todos los libros e historias sobre mujeres fueron escritos por hombres; su visión idealizada y perfecta, pero cuanto de real hay en eso? Mirar a una mujer a través de los ojos de un hombre, eso es todo.
¿Y quién me mirara a mí? ¿Quien describirá el momento en que me consumo frente a un espejo o bajo el lente de una cámara? ¿Quién amara suficiente como para mantener ese deseo a pesar de lo que vea?

#Hoy con musica de Patty Smith

martes, enero 29, 2013

Antes del trabajo

Estoy procastinando antes de ir a trabajar a esa Clinica en donde los pacientes no tienen ninguna dolencia que no sea "Tengo demasiado dinero y no se en que gastarlo", realmente cada minuto de esta tarde me he preguntado si de verdad quiero ir a trabajar hoy, si no estaria mejor saliendo o simplemente durmiendo. Pero mi turno es hoy y nadie quiere cambiarlo, me pregunto entonces, en que puto momento me volvi esclava de los horarios? Ah, si! Cuando volvi aqui!
Y por que volvi aqui? -Ah si! La Casa de los lapices...

Porque a todo el mundo le decia que necesitaba cambiar de hospital, de gente, de trabajo, pero lo que mas me hacia falta era venir y entrar en esa casa.

Ahora que ya no tengo sexo, ni charlas, ni hay ninguna Casa de los Lapices a la que me inviten volver, solo me queda el trabajo y la agenda de mil actividades diarias que cambio por un buen rato en cama mirando TV con el pijama mojado (Lima que calor de infierno tienes!)

Y si, Nacho, el blog sigue vivo, porque siempre habra algo o alguien de que hablar, o a quien hablar. Y siempre habra alguien enviando alguna cartita al correo, preguntando: Lau aun sigues viva?

Por supuesto, yo no me llamo Lau. Pero si, sigo viva :)

viernes, enero 25, 2013


Hay algo curioso en eso de escribir, últimamente me da miedo. Porque cuando escribo ( escribía) yo abría puertas a mundos en los que ahora no quiero entrar, tal vez porque ya no quepo. Me siento como una especie de Peter Pan viejo y patético que ya no entra en los mundos que hace tiempo le habían pertenecido, los creados por el y en lso que había creído.
Siempre dije que escribir me liberaba, pero ahora, puedo decir que mientras escribo siento miedo de soltarme y ser la persona que era. La que buscaba. Y la verdad no se bien que buscaba o a quien buscaba. Ahora vivo en esa agradable comodidad de quien acepta las cosas como son y es feliz con casi todo. Un buen trabajo, unos buenos amigos (llegas a tener amigos realmente?) Una casa confortable y un guardarropa divertido. Se me va la vida en eso. Me regalan libros que no termino de leer y que cuando inicio, me siento de alguna forma avergonzada por haber dejado de soñar y creer y escribir…No es cierto lo que dicen, que el leer es suficiente. Cada vez que alguien lee, quiere escribir y cada vez que se escribe se quiere leer mas, a mas gente, a gente que diga cosas que levanten la piel de su sitio. No sencillos cuentos, sino esas frases que te levantan de la silla y te hacen coger el teléfono buscando a una operadora inexistente, para preguntarle: Donde es que vive el o ella? Donde puedo ir a buscarla?

Por ejemplo ahora, se acaba de activar mi mecanismo de escape: Volar a las redes sociales, pasarme horas viendo fotos de gente que no conozco realmente, intentando adivinar por sus expresiones, sus inclinaciones y gustos. Gente a la que dedico minutos y olvido rápidamente. Luego la música, luego la tele, siempre hay algo que me haga olvidar que es lo que quiero y que es lo que siento, es como cubrirse de mucha ropa delgada para taparse del frio. Nunca nada es suficiente y necesitas mas y mas, hasta quedarte dormida.
No ocurre eso cuando pongo la cabeza en la almohada, volteo mi cara a la izquierda, encojo mis brazos y mis piernas y pienso inmediatamente en el. Un personaje, alguien que me he inventado, un perfecto desconocido y sin embargo, que cercanos son sus cabellos y la temperatura de su piel, que natural es decir antes de dormir: hasta mañana carinno. Como si el al otro aldo de la ciudad pudiera sentir ese saludo.

 El, que suenna con chicas jóvenes de blancos muslos y humor desenfadado o con mujeres adultas de opiniones inteligentes y charlas fluidas. Yo pienso en el y me crea un dolor profundo, no ser su suenno como el ha podido ser el mio. Me causa desazon pensar en su casa llena de lápices, en ese extranno nexo que me une a el como si fuera un “ello” un alterego, alguien a quien detestaría porque muestra partes de mi que yo deseo ocultarle a todos, que expresa esa parte del ser humano que yo usualmente rechazaría. Nunca podre explicarle mis teorías de porque me gustaba, porque quise quererlo. Estas son cosas que suceden en mi cabeza. Yo estoy decidida a olvidarme de ese capítulo, pero llega la noche y no puedo evitar despedirme de el con un: “Hasta mañana cariño” como si el y yo hubiéramos pasado días y días juntos, noches y noches juntos. Sera porque su casa y ese orden de las cosas tienen el extraño olor de lo cotidiano? Sera porque después de tanto tiempo alguien me puso trabas y me puso el hecho de quererlo aun mas difícil?
Me da risa y tristeza pensar que he rechazado a varios jóvenes de mi edad ( aun somos jóvenes nosotros?) por completar una cita con el. Una cita que se aplazaba tanto que ya no era cita, era un explotar de ansiedades, de rumores, de susurros…Como si nos hubiéramos estado buscando, deseando, evitando…Puede el deseo permanecer tanto tiempo? Un deseo que trasciende lo físico y te pone asi, completamente frágil y necia? Es obvio, que ahora te das cuenta el por que no escribo ni volveré a escribir, todas mis cartas, el ultimo de mis cuentos tendrán algo de el, de esa casa de lápices, de esa sensación de lo inasible, de ansiedad extrema, de melancolía no compartida. Me apena pensar que poco me deje conocer, cuantas personas fui para que no me descubriera. Deje de escribir por el, porque el era mi mejor libro, verlo era un escrito completo y perfecto.  A veces pienso que no podre escribir de otra cosa, sino hasta que mate ese recuerdo o ese recuerdo acabe conmigo.

lunes, octubre 22, 2012

Cantar de Juan el Caminante- La espada al aire. 2006

http://fajperu.blogspot.com/2006/10/cantar-de-juan-el-caminante-la-espada.html

La lluvia ha comenzado a caer sobre la isla, con gotas de plomo fundido volviendo el mar negro y espantoso alrededor. Parece que la tempestad no acabara nunca, pero a lo lejos se ve la figura de la princesa saliendo entre los vientos que agitan todas las banderas, que azotan todas las ventanas que despegan del piso todas las alfombras.

La isla está ahora bajo el gran huracán y los soldados salen volando hasta golpear los muros de la ciudad en caos. Los curas rezan y los brujos inventan pócimas contra el maleficio que parece haber llegado a la ciudad, pero antes que las oraciones lleguen al cielo, sus calderos son vaciados, sus muñecos de vudú destruidos, las sotanas de los curas desgarradas, el viento se lleva todo. Vuelan curas desnudos por los aires, dando gritos de terror con los crucifijos en la mano. Nadie sabe que pasa, hasta que aparece ella.

La menor de las princesas en el umbral del castillo, con los cabellos volando en medio del descalabro de una ciudad que parece presenciar su día final. Todo se agita alrededor, la tierra parece temblar, solo ella y Juan, El Caminante se quedan quietos en medio de la tormenta. Ambos se miran desde la profundidad de los sueños, como viejos conocidos que se han reencontrado y entonces se siente la calma.

Una inmensa calma entre ambos, como si nada alrededor estuviera destruyéndose, como si la isla no estuviera a puertas de un combate, como si el castillo no estuviera siendo ya levantado por los aires por la fuerza de los vientos, como si la gran ola gris no estuviera sobre ellos a punto de engullirlos.

Ambos se ven y una gran calma suena en sus oídos. Es el silencio de los que ya se conocen, un silencio cómplice de miles de años antes y miles de años después aguardando en una soledad de orillas diferentes del mundo. Ella se acerca con los velos de su largo vestido volando y desgarrándose en cámara lenta y no puede decir nada.

Juan, El Caminante está inmóvil pero al sentir su cercanía, levanta su mano intentando tocarle la mejilla izquierda. Su espada se desprende de su vaina y sale volando arrastrada por el viento huracanado.

Antes de siquiera tocarse ambos se regalan con ese silencio que lo dice todo. Es entonces que un relámpago ilumina el cielo de un rosa eléctrico y por primera vez en dos siglos pueden verse el rostro claramente sin ninguna celosía ni ningún yelmo que los separe.

Es entonces que la espada que ha volado da una vuelta en el cielo y se dirige velozmente de vuelta a la mano de su amo. La mano de Juan, El Caminante que ahora toca el débil corazón de una princesa que se siente hallada y que ignora cuan cerca está de su propia muerte.

Por: Laura Hammer La Ingenua Ingeniosa http://laurasmog.blogspot.com/

sábado, octubre 13, 2012


He vuelto a la casa de los lápices, es a mitad de la madrugada que me despierto de puntillas para comprobar si no estoy soñando, no, el duerme a mi lado tranquilo, ignorando mi ansiedad de trasnochada. Cuanto ha pasado de esto? No lo sé. Parecen años y años, cuando recuerdo esa madrugada, me culpo por haberme escapado de puntillas al salón a leer a solas. Por no haberlo abrazado mas o besado mas o simplemente despertado. Pero no, no es mi estilo hacer saber cuánto lo necesito, así que me aguanto y leo hasta que los ojos se vuelven duros y el frio me deja helados los muslos, la nariz y los hombros.

En la casa de los lápices reina el silencio absoluto cuando vuelvo a su lado tiritando, para acurrucarme en mi orilla de la cama y es entonces que noto su leve movimiento, su calor perfumado envolviéndome,  su mano buscando mi contorno y su letargo sobre mi piel antes de volver a quedarse dormido. A veces, cuando quiero lastimarme recuerdo esos episodios cortísimos en donde no nos unía el deseo, sino alguna extraña ternura, que era aun más dulce que cualquiera de sus besos previos.

Eres muy joven para ya no creer en el amor, me dijo al conocerme. Y era cierto, yo era muy joven para haber perdido toda esperanza, pero tal vez lo era más para sentir tantísimo deseo, hacia él, hacia todo lo que representaba. Había huido de el tantas veces, con tantas estrategias, burlándome de sus intentos de acercamiento, de sus teorías sobre mi o sobre nosotros, que cuando por fin sucedió no pude más que arrepentirme de todo aquel inútil tiempo perdido, en otras personas, en otras parejas, en otros intentos de relaciones.
Sabia el cuanto lo deseaba? Supongo que ahora ya lo sabe, pero lo seguiré callando ante él y ante todos, para no bajar la guardia. He borrado de su casa mis dibujos a carbón y me he ido antes de la hora pactada. No he dejado más mensajes, más rastros, mas señales que me muero por verlo. Ya no importa. 

Hay algo que perdura más que el amor, la lealtad, el cariño, algo que yo aprecio más, que incluso es más puro y más digno y es el deseo. Pocas personas pueden transmitirlo, demostrarlo, atizarlo...

Tu deseo es inmortal, me dice. 
Y el problema...mi problema,  es que solo él ha sabido y sabrá como encenderlo todas las veces que vengan.

viernes, septiembre 21, 2012

El Hombre Finito 3: Laura, el Vasco y los 3 huevos


Apenas enterados de la noticia, mis padres por insistencia de la familia me enviaron por ayuda psiquiátrica. De todas maneras, no todos los días se le avisa que Se va a morir uno, dijeron,  Allá seguro que te ayudan y te dan una forma de enfrentarlo de forma lógica.
¡Claro! ¿Como si fuera cosa de pedir instrucciones no?: “¿Doctor que hago si me revienta la bomba en la cabeza? Ah pues protéjase bien los huevos que ahora tenemos vivos a muchos descerebrados, pero lo del trasplante de huevos sigue saliéndonos muy caro”.

Fue al salir de esa clínica que curaba desmoralizaciones varias que conocí al Vasco. El iba por una terapia que le ayudara a bajar de peso y  esperaba su turno en el jardín exterior comiéndose una hamburguesa doble que había sacado de su gordo maletín, en el momento que yo  me senté a su lado.
-¿Pero qué cara es esa?- me dijo- Parece que te hubieran dicho que te ibas a morir.
-Como que es cierto, porque la verdad es que me estoy muriendo. Hasta me han dado la fecha, que es entre hoy y el día de mi velorio- le solté yo bien habituado a lograr lastima con pequeñas dosis de humor negro. El Vasco me echo una larga mirada, mientras daba un sorbo a una lata de coca-cola que sacó del mismo maletín del que sacara la hamburguesa.

-Pues tienes muy buena pinta para ser un casi muerto- dijo al fin- Lo que es yo, mira, a mí nadie me ha dicho que día exacto me voy a morir, pero cada vez que alguien me ve comer así- y se agarró la panza con cariño- dice que no me debe quedar poco. Y la verdad tampoco mentirían, llevo a cuestas una diabetes galopante, el colesterol ultra malo tapando todas mis cañerías cerebrales y para más inri mi cardiólogo me acaba de decir que he desarrollado un soplo que no me lo cura ni Dios sino bajo por lo menos 30 kilos de peso…Así que como la ves ¿Ahora quien esta mas muerto, chico?
Le sonreí sin ganas con vergüenza por mi actitud estúpida de suicida sin vocación; eran tiempos en que yo andaba deprimido y furioso contra el mundo. Odiaba a mi familia, a mis amigos, a mis ex novias que me habían negado algún polvete por dárselas de importantes. A todo aquel que me había negado algo en este mundo, incluyendo doctores, banqueros y burócratas. No quería causar lástima a nadie y a la vez me jodía que no les condoliera saber que alguien tan joven y con gran futuro- ¿No es eso lo que te dicen en la escuela? “Sois dueños de un gran futuro…” laquetepario…- tenia ahora los días contados.  
Me jodía todo, lo admito, hasta el día en que conocí al Vasco.

Él media 1, 75 m y pesaba 140 kg. con la textura y el color del pan recién amasado, de ojos verdes y mansos, poseedor de un aroma de bebe gigante y de un apetito pantagruélico. Él me haría entender entre otras cosas, que a diferencia suya que llevaba el amargo sino de su destino puesto encima bajo la forma de generosos filetes de pura gordura, yo tenía la ventaja de que nadie tenía que darse por enterado si estaba o no muriéndome si  es que yo les resultaba simpático por fuera y tenía siempre una sonrisa para regalarles;  de esa forma tan simple ellos jamás se enterarían de mi miedo y rencor y yo mismo quizá lo terminaría olvidando.
-O en otras palabras compañero, me dijo  “Acá la procesión se lleva por dentro “y haciendo una pausa agrego tocándose los mofletes “el problema es que en mi caso, yo ya no tenía más espacio” y se rió con esa carcajada suya que hacia vibrar la banca, la coca-cola  y todas las cosas alrededor suyo, incluso a un alma tan resentida como era la mía en ese momento.


Desde aquella  visita al psicólogo han pasado 8 larguísimos años y mi vida se ha vuelto desde que conocí a Laura una especie de carnaval prolongado,  donde no olvido jamás ser el hombre simpático y alegre que me propuse ser. No debo preocuparme si ella me ama o no me ama, si se quedará el tiempo suficiente conmigo o si tendremos un par de hijos bonitos o ninguno en absoluto. Ella no tiene un plan fijo de que nos pasará luego, no me comenta que hará mañana, o si espera un mañana. Tiene tan poca curiosidad por mi trabajo o mis sueños, que he terminado por creer que es ella quien me quiere a mí como el último espectador de su vida y no al revés. A veces he pensado que es ella la que lleva la fijación por desaparecer y no yo,  y que por eso me confiesa desesperadamente cosas que jamás le he preguntado, para luego cerrarse en un silencio acorazado que ni durante las horas del amor o con las caricias más dulces logro romper.

Después de casi un año juntos, conozco palmo a palmo cada centímetro de su anatomía, desde su cuello sin lunares  hasta la punta de sus pies tatuados con flores pequeñísimas a las que pone nombres diferentes, diciendo que son en honor a hermanas que ha imaginado tener en otras vidas. Conozco sus cabellos que son casi una masa viva que me envuelve cuando hacemos el amor, la mancha café con leche junto a su ombligo que ella tapa avergonzada pues dice que por ahí la ha lamido una vez el diablo. Y sus mil olores, uno diferente para cada área de su cuerpo.
Pero de su vida nada. En un año, apenas si se un par de cosas de su vida intima; todas las historias que me cuenta son sobre un pasado difuso, sin fechas fijas en donde ha amado a hombres de extrañas cualidades  que no se si en verdad existen,  y en donde no podría definir si ella, los ha amado siendo solo una niña, como adolescente o ya como una mujer adulta.
He llegado a contarle una docena de amantes diferentes entre nombres extranjeros y apodos, tantos que  algunas veces he considerado que su pasado en el amor podría extenderse a un regimiento entero de hombres a los que ha atraído con sus maneras raras de bailar y de aceptar el primer contacto sexual, dócil y suave como si fuera una resignada víctima, cuando en realidad es ella la única cazadora.

Tengo pesadillas con Laura entregándose a hombres dueños de los atributos más raros haciendo cola por ella,  bajo el escenario donde mi mujer se distrae bailando tatuada de flores amarillas de la cabeza a los pies.
Yo estoy en esa multitud de hombres que esperan desnudos por ella, hombres blancos casi transparentes con enormes orejas de rosados espóndilos; hombres de un moreno aceituno que llevan cada ojo con iris de un color diferente;  enanos taciturnos de vergas monstruosas o  larguísimos gigantes de bocas mustias que en lugar de cabello llevan plumas donde anidan las aves canoras. Yo estoy relegado,  desnudo y pálido tapándome con torpes manos los tres huevos que me he puesto para poder conquistarla, con miedo mortal a que alguien descubra la farsa, que me diga que eso que llevo allá abajo no es un testículo mas sino “solo un tumorcito” una huevada sin importancia. Entonces  es que lo siento, siento a mi aneurisma que ha bajado en feroz  galope desde mi cabeza hasta el escroto y que pulsa  ahora iracundo como una bomba de tiempo a punto de matarme.
La colección de tullidos que esperan por ella murmuran enardecidos y el clamor se vuelve generalizado cuando Laura voltea hacia mí y abre los ojos, que no son de virgen ni son misericordiosos y violenta -como es ella cuando descubre que deseo causarle lastima en busca de un mimo- me toma el pobre tumor en su palma derecha que luce ahora enorme y lleva marcadas cientos de líneas en un arcoíris eléctrico con el destino de todos los hombres que se ha cogido y plaf! de un tajo que me lo arranca para siempre.
El dolor es infinito, me revuelco en el suelo ante la burla de todos esos fenómenos, la cola de hombres que esperan que Laura les regale una noche de baile se arremolina sobre mi dejándome asfixiado, casi muerto de vergüenza. Grito que son unos idiotas, que voy a morir, que quiero morir, que ya verán cómo me muero, les amenazo desde mi dolor mojado en la viscosidad de mi propio miedo, pero en mi agonía solo siento la voz suave de Laura diciéndome que me calle, que sigo vivo. Terriblemente vivo…Sus ojos antes llameantes, ahora tienen solo una lástima infinita hacia mí, un hombre ordinario.

Veo desde el suelo sus talones alejarse, tatuados con las florecitas amarillas de las que he aprendido el nombre para un día recitárselos a mitad del sexo y que sepa que si la escucho, que la escucho toda, que la escucho siempre. Pero se va y el dolor se queda, enorme, terebrante, insoportable dentro de mí.
Despierto así de mi pesadilla, sudando frio con ese enorme peso en la cabeza, con esa angustia de asfixia y de dolorosa palpitación dentro de mi cerebro y detrás de mis ojos. La jaqueca me deja inmóvil en la cama, sintiendo con más intensidad  que nunca el mapa de fragancias que Laura ha dejado en mi cama antes de irse por la madrugada. Es en ese momento que me vuelve aquel miedo inconfesable que me ataca desde que empezaron los episodios de dolor a hacerse más frecuentes.

Se hace presente no el miedo a sentir, sino a querer desaparecer, a tomar ya el valor de acabar con ese dolor con mis manos y para siempre. Es miedo y odio a la vez por mi destino triste sobre el que no me atrevo a tener poder. Solo el olor de ella sobre las sabanas lo detiene, me da la pobre ilusión de que quizá valga la pena vivir un día más, solo hasta averiguar por que ella sigue conmigo a pesar de saberme ordinario como cualquiera, por que se ha tatuado flores en los pies, por que busca siempre hombres de atributos raros, que la dejaran o a los que dejara si se enamoran.
A veces siento que el Vasco tuvo razón en todas sus predicciones desde la mañana en que nos conocimos al salir de la clínica.
-Tú dices que temes morir, pero todavía no temes lo suficiente, ya verás cómo se siente el miedo el día que te enamores, me dijo.  Y ese hijueputa no se equivocaba.

jueves, septiembre 13, 2012

El Hombre Finito 2: Laura


Me agrada la amistad que surge entre la gente ebria, ese ánimo achispado de la gente que lleva alcohol en las venas, esa repentina amabilidad que les surge en los rostros, esas ganas de abrazarte y sonreírte como si fuera acaso,  el festejo del último día del año. Usualmente la gente no brinda esa confianza, no me invita un cigarrillo, ni comparte una historia sino está entre copas. La gente desde que era niño siempre me ha visto de forma huraña y con mirada desconfiada, con una actitud hostil que me ha hecho sentirme incómodo con mi propio aspecto e inseguro de cada gesto que llevo a cabo. Pero con el alcohol la gente se vuelve distinta, la gente se relaja, se abre al mundo y es feliz;  es en ese momento que yo soy feliz con ellos.

Desde que me diagnosticaron de mi bomba cerebral, comencé a frecuentar cada vez más los bares y mucho más aquellos que contaban con salones de baile. Descubrí que la gente dada a bailar es más permeable a compartir experiencias con otras personas que aquellas que se sientan a beber y hablar de si mismos y yo no quería hablar de mi mismo, ni de mis penas. No tenia tiempo de quejarme de mi vida, ni de estar triste, yo quería vivir todo lo que pudiera.
De aquellos sitios para bailar, descubrí que los mejores eran las discotecas para extranjeros. Los extranjeros tienen el doble de felicidad que el resto porque tienen esa felicidad de turista, del que solo está de paso y cualquier experiencia, incluso siendo ésta mala, la atesorarán para siempre. La gente que rodea a los turistas también está el doble de feliz haciendo cosas locas de las cuales mas nadie tendrá registro. Para todos en aquellos bares es nuestro último día en la ciudad y por lo tanto, nuestro último recuerdo perfecto.
Mi horario es el de después de medianoche, cuando las bandas ya están tocando las canciones más movidas y los tipos se han quitado las chaquetas y se saludan entre sí tragos en mano, las mujeres ya han tomado varias copas luciendo mejillas coloradas y tops descubiertos y la gente va entrando en grupos hasta llenar los locales de una mezcla de diversos perfumes y cigarrillos. 

Desde lo del aneurisma, suelo apreciar con mucha mayor intensidad los olores,  y hay una hora en que la gente aún permanece prolija con la fragancia y el shampoo del día emanando de ellos y  sus bocas exhalan solo risas diáfanas de menta. Hay una hora perfecta en donde todo es solo alegría y las mandíbulas están laxas con sonrisas de gestos coquetos. Yo disfruto esa hora, esa es mi hora de observación del universo. Porque para mí el universo no está compuesto de estrellas ni de cometas, ni de árboles gigantes, para mí el universo son todas esas personas vibrando allá afuera, que desconocen que su tiempo está por acabarse quizá esta misma noche y que son poseedoras de una eternidad inconmensurable y perfecta, ya sea porque están enamoradas, porque crearán una familia, porque serán padres o abuelos y perduraran así físicamente a través de otros.
Lo sé, parezco un loco observando a la gente, pero cerveza en mano voy agitándome yo también, camino entre ellos, haciendo grupos, bailando, riendo, besando y no me resulta difícil ligar y amar. Pasar varias noches con mujeres diferentes, de colores y lenguajes diferentes que siempre terminan preguntando entre risas lo mismo ¿eres italiano Manolo?  ¿Estás de viaje? ¿Cuánto tiempo te quedas en la ciudad? Y en la cama revuelta yo rio con la resaca a cuestas de cervezas invitadas, sin saber cómo contestar que para mí este viaje solo dura una noche, por eso es eterno, como mi amor por ellas. Y esa frase les encanta. Vibran con esa frase, sin entenderla del todo, por eso seguimos tirando y amando y riendo. Bendito sea el alcohol y la fiesta!
Esa ha sido mi vida hasta ahora, cualquier día de la semana, según me provoque. Hay semanas que no voy, no me importa, me encierro a leer un libro a hacer planes locos con el Comandante, pero usualmente al llegar la medianoche mi cuerpo extraña el calor y la empatía de otros cuerpos agitándose conmigo, vibrando conmigo como si la vida fuera eterna por una noche.
En una de esas noche eternas en un  bar para turistas conocí a Laura, que no era ni blanca ni negra, ni alta, ni baja. Probablemente solo alguien de la ciudad, otra chica buscando su amor de turista. Una cara indiferente enmarcada por una cabellera larga y negra.  Unos ojos, bueno, los ojos…Laura llevaba los ojos cerrados el día que la conocí y los labios carnosos cantaban a trozos una canción en ingles.
Ella también se agitaba como yo en la multitud con un baile salvaje que no llevaba pareja conocida. Subida sobre el escenario ya desocupado por la banda, contorneaba su cuerpo moreno metido en un top diminuto y unos jeans desteñidos,  bajo las luces azules y verdes como si fuera la estrella de un show unipersonal.
Me quedé mirándola como me quedo mirando todo lo que me resulta extraño y bello en esta ciudad, vi como se movía sensual y salvaje, abstraída de todos y me acerqué hipnotizado empujando entre la gente hasta poder subir y moverme con ella. No me apartó, pero tampoco quiso mirarme; bailamos cerca casi tocándonos, respirando yo su aliento de chicle de canela y ella el de mis cigarrillos sin filtro; bailamos pegados cuerpo a cuerpo, transpirando y jadeando, pero ella con los ojos cerrados dueña de esa orgullosa soledad que solo conocería meses más tarde, no me dio ni media sonrisa cuando al fin le dije “hola”.
Su hostilidad me recordó entonces la misma de los vecinos de mi infancia que no me invitaban a jugar a la pelota, las de las crías fru fru que jamás me prestaban los cuadernos. Ese engreimiento al que había estado yo expuesto toda la vida, como si me lo mereciera o mi rostro estuviera marcado para ser rechazado. Me jodió su indiferencia  de reina de la fiesta y no sé porqué, ni cómo, pero comencé a tocarla;  todo el cuerpo, su rostro, sus cabellos esponjosos, su ropa ajustada, la piel de su vientre expuesto, sus pechos grandes y sus caderas perfumadas, como si fuera mía. Y ella se dejó hacer, dócil y humana. A mi ritmo, moviéndose sin decir una palabra.
Fue la primera vez que Laura abrió los ojos para mí y me sonrió. Entonces nos vimos. O eso pensé yo. Porque con Laura nunca se sabe.
Desde aquella vez ha pasado ya más de un año. Hacemos el amor cada vez que podemos o que ella quiere, que es casi lo mismo. Parece que fuera a ella a quien la muerte le pisara los talones, por eso nos entendemos, aunque ella no sepa que me estoy muriendo. La vez que se lo intente decir me miró con gesto raro.
-¿Por qué todos los hombres inventan historias para dar lastima?- me dijo. Intente decirle que no era para darle lastima, pero me interrumpió con una historia de un ex suyo que tenía un soplo al corazón y se había infartado en su cama, de otro que tuvo un derrame cerebral por exceso de Viagra de otro y otro y otro, en la siguiente hora me había contado las historias más extrañas de los tipos más bizarros con los que había estado. En ese momento creo que agradecí internamente que al menos lo mío fuera tener un aneurisma, porque a esta chica solo la hubiera podido conquistar teniendo tres huevos.   Ya no hable' mas del tema.

 Al quedarse callada le observé el hecho que todos sus novios hayan sido extranjeros.

-¡Ay Marchessi! – Exclamó haciendo un puchero que solo hacia cuando se admitía ser honesta- ¿Tú crees que un hombre que no sea alguien que esta solo de paso por esta ciudad podría llegar a amarme?

Quise refutarle algo, pero era inútil, yo Manolo Marchessi también estaba de paso y ella lo sabía bien como yo aunque no quisiera admitirlo: uno de estos días me marcharía, por eso valía la pena amarla, todo lo que pudiera, intensamente, cada noche, hasta que se acabara. 

lunes, septiembre 10, 2012

Charlas de Cafe: Daltonismo y otras confusiones


Hoy hablare de mi y cesaré de escribirte historias ¿Después de todo que es un blog sino una bitácora publica?
Como te contaba durante el café de esta tarde, he llegado a la conclusión de que para las relaciones padezco una suerte de daltonismo que me impide diferenciar con seguridad unos sentimientos de otros. No sé cuando cruzar o no la línea,  o debo preguntar muchas veces si estoy tomando el camino correcto. Varias veces ante el semáforo del amor – concuerdas conmigo que suena huachafo este término- he cruzado demasiado a prisa y me han atropellado o simplemente he vacilado tanto que nunca he llegado a conocer que hay en la otra acera.
No todas las mujeres son como yo- al menos eso espero, lo mío se ha adquirido a fuerza de intentar una y otra vez cruzar la misma calle o varias calles distintas. Es más, en este pueblo lleno de océanos y costas de idiomas diferentes, he caminado tantos caminos buscando el por qué de las cosas, que he debido cruzar pistas, veredas y puentes como buena testaruda, soñadora, idealista, como prefieras llamarme,  y  claro, en varias ocasiones me he caído, me han atropellado o simplemente he pasado de largo sin ver quien estaba a mi lado para ayudarme a cruzar.

Hubo un tiempo que como las jóvenes de mi edad, podía saber cuándo una relación iba en serio o no. Pero ¡vamos! ¿Cuántas relaciones reúne la gente de mi edad antes de casarse o hacer un hijo? ¿Cuántas relaciones o parejas llevan escondidas en el armario? ¿Bajo la cama? ¿Cuántas de mis amigas han ajustado las piernas meses enteros hasta hallar el amor perfecto que les quite la culpa de entregarse a un hombre sin el amor suficiente? Y cuando han comprobado que no, no era el príncipe encantado han cerrado los ojos y han seguido tirando en la fe de que la función hace al órgano…Estúpidas…!Se han enamorado del amor y ahora se inventan personas que no existen dentro de cuerpos a los que no aman!

 En el camino me he vuelto una cínica dices,  y yo te respondo que quizá sea yo la ultima romántica. Me entrego en la intimidad creyendo absolutamente que un día el complemento perfecto para mí se me entregara por entero como yo a él;  pero mientras tanto, nada de rezos y esperas inútiles. Necesito acción…Hay que cruzar caminos, subir y bajar puentes, vencer las luces del semáforo, aunque no sepamos con seguridad que color llevan. Así que yo soy otra suerte de estúpida, la que piensa que su cuerpo y su sexo son independientes de las pulsiones de su corazón o de su cabeza hiperactiva. Que podrá actuar con la claridad de un hombre terminado el sexo, aun teniendo millones de receptores químicos modificando su ciclo mensual, demostrándole que no, que las mujeres vivimos ciertas vainas con un poco mas de presión social y química que nuestros compañeros XY.
Como en la política, en el amor existe la gente romántica teórica y existe la gente práctica llena de acciones suicidas. Supongo que yo soy de la última especie. No de los que esperan, sino de los que hacen camino al andar. No solo de los que creen sino de los que se tiran del techo esperando que le salgan alas en la caída. En el amor debo ser tan ingenuo como los que defienden las causas perdidas.
¿No es la búsqueda del amor una causa perdida?
Debo aceptar sin embargo, que no puedo diferenciar con certeza los sentimientos. Me termino enamorando platónicamente de los amigos que admiro. Y ese es un sentimiento perfecto e intangible, que de llegar a consumarse solo me sume en la desazón de comprobar la realidad de que no será correspondido ni en la misma medida ni en igual intensidad.
Una vez dije: Estoy enamorada de mi porque ¿quién podría amarme mejor que yo? Pasa lo mismo con los sentimientos sobre personas idealizadas, incluso queriéndote de la forma en que ellos honestamente te quieren, nunca ese cariño es suficiente. Han tenido que pasar meses para aceptarlo de forma consciente.
Si, estaba equivocada, mis sentimientos han sido los sublimados de niña idiota que espera en la perfección de lo intangible algo de la eternidad que no puede conseguir en el día a día.
¿Acaso no perduras más en el recuerdo de la persona que amas? ¿Acaso no es eso lo que buscamos todos? Un testigo de nuestra humanidad, de la peor y de la mejor versión de nosotros. Alguien que acepte lo que somos y que a través de su recuerdo, no desaparezcamos del todo al momento en que nos toque desparecer…
En esa quimera rara que es el amor y que mi corazón daltónico no puede reconocer a tiempo, es un buen bastón el aferrarse a cosas más materiales como el sexo o la amistad a secas.
Puedo saber cuándo empieza y cuando termina el sexo, pues su consumación quita la ansiedad de preguntarse si gustas o no, si te quieren o no. Se borran los puntos ciegos o las predicciones a futuro.
Pero como toda solución de emergencia, esta suele ser un problema en sí mismo. No hay peor veneno que la propia medicina. ¿Acaso en el sexo no interviene el deseo? ¿Y no es el deseo una pulsión inherente, instintiva que no responde a órdenes lógicas? ¿Acaso no termina el deseo confundiéndose con sentimientos más nobles y altruistas como el amor?

Yo solía confundirme demasiadas veces. Ahora en lugar de mezclar pócimas, de amistad, deseo, sexo, sentimientos…trato de no mezclar nada, pues mi fórmula siempre será incorrecta.
Me declaro incapaz  de iniciar nada y con ceguera electiva para las relaciones.
Me resulta agradable tener amigos, o hallar por el contrario alguien que terminado el sexo conmigo, espere casi con el mismo ardor que yo a que se repita. Me gustan los hombres que pueden desearme, no con un deseo ficticio por un personaje, sino desearme con ojos y manos, física y primitivamente.  Puedo saber que es cada una de esas sensaciones: Amistad o Sexo y si se dan en personas distintas disfrutarlas plenamente…pero ¿mezclarlas en una sola?

¿Confundir todo de nuevo? ¿Y morir atropellada por una confusión de colores y sensaciones que no puedo manejar? No, ya no. Me aterra saber que soy analfabeta en ese tipo de lecturas… Seguiré caminando cada vía sin mapa de respaldo, cruzando los semáforos sin saber qué color marquen. Un día tal vez cruce a tiempo hasta la otra calzada ¿Quién sabe? La verdad no es algo que pueda esperar con fe.


domingo, septiembre 09, 2012

El Hombre Finito (1)


¿Qué harías si te dijeran que estas a punto de morir? ¿Que no te quedan más que unos días, con suerte unas semanas antes que todo acabe? ¿Pensarías en terminar tus días trabajando? ¿Seguir haciendo lo que hacías, manteniendo esa indiferencia inútil con la persona que amabas? ¿Dejarías que el odio consuma todos tus actos? ¿Cambiarías violentamente el mundo que te rodea?

Soy Manolo Marchessi y sé que voy a morir desde que tenía 20 años o quizá antes. Me diagnosticaron de una bomba en la cabeza que los médicos llamaron aneurisma inoperable y desde ese entonces supe que mi vida no sería como la del resto de mis amigos. Quise dejar la universidad y dedicarme a escribir o a vivir de fiesta fugándome con alguna gente rara…en realidad quise dejar muchas cosas, pero ya que nunca dejaron en claro la hora ni el día de mi muerte y el dinero empezaba a escasear debí volver a la rutina de la gente común hasta que la bomba reventara. Aunque nadie sabía cómo ni cuándo sería.
Simplemente me dijeron que era probable que uno de esos dolores terebrantes que me atacaban cuando “empezaba a sentir demasiado” se prolongara un día hasta cegarme la vida. Podía ser ahora o en una década, era imposible saberlo. Por tanto, no podía dejar de hacer nada de lo usualmente establecido. Ni siquiera mudarme.

Recuerdo que mis padres se asustaron mucho cuando les dieron las noticia, hubo llanto y durante algunos meses el luto invadió la casa y a los familiares más cercanos,  quienes se acercaban a visitarme y darme sentidos abrazos o delicados recuerdos. Incluso algunos vecinos ocupaban la casa a la hora del café para contar historias sobre embrujos y milagros parecidos. Todo iba sucediendo muy rápido y yo sentía que me iban velando en vida y de cuerpo presente.
Pasaron así semanas y luego meses, en que los vecinos dejaron de venir, la familia dejó de llamar cada día para preguntar como seguía y  mis  propios padres y hermanos al pasar del tiempo y al ver que no moría, terminaron también por olvidar el asunto.
El único que no olvidó fui yo, que sigo esperando que un día, no sé cómo ni cuándo desaparezca de este mundo sin haber hecho todo lo que debo.
No soy católico, ni profeso ninguna religión conocida. Mucho menos gusto de las doctrinas de la naturaleza y la tierra o de las energías reverberantes, como un día me quisieron instar  alguna tribu de fanáticos. Por tanto, no creo en que haya oportunidad para mí en otra vida, o que regrese en otro cuerpo para hacer mejor las cosas que ahora. Como dice mi amigo Mark Buetikofer, el único suizo del que me da orgullo ser amigo, habrá que vivir lo mejor que se pueda para intentar irse de este mundo con honor.

Me pregunto ¿Dónde estará el honor?  El honor de cada persona, me refiero. Para Mark está en buscar el origen de las cosas como buen historiador. El origen de las razas, de las migraciones y el porqué de la humanidad. Yo no sé en dónde está mi honor. O que debía buscar en el mundo para recuperarlo.
Desde que tengo uso de razón había sentido miedo de vivir. El miedo cesó cuando aquél medico de bata blanca me dijo que mis días estaban contados y que nadie podía hacer nada al respecto. Es duro oir eso cuando tienes veinte, estaba terminando mi adolescencia, ni siquiera sabía que era el amor, no estaba seguro de si la carrera elegida era para mí. No había vivido nada de nada y me decían que me estaba muriendo, si, que ya en ese momento había empezando a morirme frente a sus ojos.

No buscamos otros médicos, no obligué a mis padres a buscar otras opciones más allá de esa primera clínica, suficiente habían gastado ya. Mi madre no se arrancó los pelos esperando un milagro, vivimos la noticia con la resignación de lo inevitable. Solo acababan de decirles que su hijo menor moriría. Un día, algún día y que esto sería inevitable. Supongo que en ese momento mis padres también vivieron la noticia con honor y se luto silente de los meses que siguieron, lleno de abrazos tiernos, no fue sino una demostración de que estaban preparados para los arrebatos de un destino que nunca les había sido demasiado alegre.

No los obligué a buscar a otros médicos, santeros ni chamanes, no porque no temiera a la muerte, sino porque me había cansado de temer a estar vivo. Todo el tiempo, desde que había sido niño no había hecho más que tiritar bajo las sábanas pensando el momento en que mis ancianos padres morirían y me dejarían solo al acecho de otras gentes que no me amarían lo suficiente ni podrían cuidar de mi. Había llegado a la adolescencia pensando que les sucedería algo a ellos, a la familia, a la gente a la que amaba. Que en algún momento, me quedaría solo e inerme en un gran mundo de sombras. Porque era el niño chico, el menor, el rabo de una familia corta.
Era la primera vez que me daba cuenta de la extraña posibilidad de que yo podía partir primero y con ello, a mis escasos veinte años todo un abanico de posibilidades extraordinarias. ¿Había gente que me extrañaría? ¿Dejaría una huella en el mundo? ¿Realmente desaparecería para siempre si moría?
¿Cuánto es para siempre?
Otro miedo más sutil  se comenzó a apoderar de mí, meses después de recibida la noticia: ¿Dolía la muerte? ¿Había algo más allá? ¿Debía esperar que ese otro mas allá sea mejor o que yo fuera mejor en el mas allá que en el mas acá?
Todo ese miedo cesó al conocer a los amigos que conocí en el camino. Si cada vida es una sola, yo agradezco que en este corto paso por la vida el haberlos conocido y con eso, haber rozado un poquito de su sabiduría para poder apreciar la belleza y la alegría de vivir, incluso hasta el último y mísero minuto que me quede aquí antes de calzar el pijama de pino, como dice el Comandante.
De mis amigos, les hablaré mas adelante. De lo que quiero hablarles- aun es larga la noche- es de ese momento en que comprendí que no valía la pena vivir con miedos, postergando las decisiones para otra vida en que me salieran mejor las cosas, donde hubiera no solo una sino varias oportunidades de equivocarse.
Yo, solo tengo una vida y es esta. No puedo darme el lujo de guardarme un abrazo, un te quiero o una confesión de verdad.  Para mí no hay, ni ha habido jamás tiempo. No hay tiempo de esperar a que decidan volver a hablarme, que den el primer paso en una discusión tonta, de volver a trabajar tras una ruma de papeles ni hacer mas planos de casas en las que no viviré. Soy un nómade y un loco.
He acabado una profesión y una maestría y todo el tiempo he pensado: No es la gran cosa, puedo dejarlos en cualquier momento, puedo renunciar e irme de viaje,  porque son cosas que en realidad no importan para mi futuro inmediato. Porque mi único futuro inmediato es ser feliz y aun no encuentro la formula de cómo serlo, excepto moviéndome de un lugar para otro hallando personas como a Mark o al Vasco o al mejor de todos el Comandante, que han dado un poco mas de sentido a esta de por si triste existencia.
He dicho en cada uno de los trabajos que he empezado: No duraré aquí el tiempo suficiente, renunciaré o moriré, lo que pase antes…pero nunca ocurre. Soy de esas personas, que quizá por mi raza, podemos soportar intensos dolores por largos periodos, esperando un dolor aun más fuerte. Yo sigo esperando. Porque en realidad ya no tengo miedo de vivir, pero no sé en qué momento preciso he empezado a hacerlo.

Mi nombre es Manolo Marchessi y si gustan, en las próximas paginas pasare a contarles un poco de mi vida, que yo la siento larga, larguísima y sin embargo solo me ha tomado 32 años llevarla a cabo. ¡Treinta y dos años! ¡Qué digo! El doctor que me diagnosticó se hubiera muerto si le decía que viví casi una década más desde que acudí a su consulta quejándome de aquellos terribles dolores de cabeza y esos sueños hiperreales.

A veces siento que he vivido más vidas de las que cuenta la cronología desde mi nacimiento. He vivido una a una vidas anidadas en sueños cada vez más intensos, que al llegar el día he intentado llevarlos a cabo de la forma que sea, viajando a países en donde no creí posible y conociendo a gente que mi sencilla vida de ingeniero jamás me lo hubiera permitido. Sé que esta parte de mi vida, la onírica, es algo que el Comandante jamás entenderá como cierta y por eso suelo callarla, para no despertar su mirada entre piadosa y divertida. Sé que piensa que es parte de mi exquisita sensibilidad para todo- sabores, olores y sonidos-una sensibilidad derivada probablemente de las inervaciones de mi aneurisma cerebral que me ha terminado por convertir en un receptor de sensaciones y recuerdos. Esa masa pulsátil con su sonido de muerte haciendo tic tac en mi cabeza le ha dado todo el sentido de vida ausente hasta ese momento a mi pobre existencia.

*Extracto de Cinco Cuentos sobre la Muerte.

jueves, septiembre 06, 2012

Un amor para Maria Fe

María Fe, tiene un perfil raro que no llega a ser del todo feo y sin embargo da a su cara un aire levemente varonil. Sus cejas espesas y su mirada dura contribuyen a ese aspecto serio que siempre adopta en clase. Se sienta derecha en la primera fila de la maestría de negocios internacionales y cruza las manos sobre el pupitre como solicitando la aclaración justa de algo. No soy yo quien se la dará, yo apenas tengo las preguntas y rara vez entiendo las respuestas que me dan, pero su mirada en silencio me ordena que deba saberlas o al menos investigarlas.


Cruza la pierna envuelta en una panty encarnada y la botita de cuero que apenas le llega al tobillo brilla aun más ante las luces de la clase. El profesor entra y comienza a hablar sin tregua mientras María Fe suaviza repentinamente esa actitud guerrera y nubla de rosado los ojos, ante el anciano que bromea durante la clase de economía. Se vuelve risueña, coqueta y tonta, ante un viejo que podría ser su padre. Es lo que no entiendo. Ella es dura, seria y siempre a la defensiva con todos nosotros, pero a él le regala sólo sonrisas dulces y gestos suaves.

A la mitad de la clase todos salimos a fumarnos un cigarrillo, mientras ella, aplicada e impecable con su falda corta y el cabello atado a un lado, le hace preguntas que el maestro se apura en contestar con risas de viejo encantador. Su mirada opaca y glaucomatosa recorre el cuerpo aun joven y sensual de María Fe, la invita probablemente a un café después de clases, la invita a leer libros que ya nadie más lee y una de esas tardes de viernes en que nadie ha invitado a salir a María Fe, la invita al teatro y luego a tirársela en el silencio arropado por el olor de cedro y eucalipto de un departamento inmenso.

Ella gime alto, como repentinamente liberada hacia una pasión desbocada, que sólo aquel hombre cincuentón puede ofrecerle sin juzgarla luego. Se abandona a su caricia firme y a su cuerpo fofo, a la palabra precisa, que ordena y enternece. A la mano que alisa su cabello como cariñoso padre y que luego tapará su boca para causarle entre espasmos lujuriosos más de aquel dolor delicioso que a ella le gusta tanto. Él le ofrecerá ir a un hotel nuevo de exquisitos lujos, un escape hacia una isla desconocida, una cena a la luz de las velas junto a su nutrida biblioteca. Le ofrecerá algo parecido a un amor puro, o mejor dicho pura compañía. Y retozarán sin casi tocarse varias noches seguidas, como padre e hija o como antiguos amantes.

María Fe ha frecuentado a varios viejos desde chica, los ha admirado, seguido e idolatrado. Viejos sabios y seguros; sólo ellos saben cuando se le antoja ser niña y cuando se le antoja ser vieja. Le ofrecen esa ternura silente y esa promesa segura de segunda cita.

Porque para un viejo toda segunda cita con una mujer más bella y más joven, ya es de por si un milagro.

Y ella se entrega, porque los ofrecimientos de cariño insípido y amistad a medias no le agradan. Le gusta más cuando un hombre se sienta frente a ella y le dice frases perfectas como que Toda su atención está solo puesta en ella, como que solo le importa pasar una noche más, aunque sea solo una noche más con ella.

No le agradamos ninguno de nosotros, con el ritual repetido de una cita tras otra, de ofrecimientos torpes y cursilerías baratas; de preguntas mil veces ensayadas llenas de un interés pasajero que solo disfraza el deseo de sexo. No le gustamos nunca, pobres pescadores de sueños cubiertos por esa inseguridad reprimida de cuando ella nos mira firme y parece que quisiera tener ya, rápidamente todas las respuestas.

Su mirada ansiosa de ojos que doblegan, una mirada que solo los viejos pueden sostenerle el tiempo suficiente como para saber, que detrás de esas negras pupilas, la verdadera María Fe solo aflora una vez que se la ve por entero emerger desnuda desde esa piel color avellana. Salir desde piel adentro, allá donde vive ella, siempre sola, siempre esperando que la sorprenda un amor inesperado.

La Cita

  Su voz es del color del sol, se ha acercado  con paso seguro  sin prisa a la mesa donde sorbo un te del que apenas detecto que es de frut...