Hay días en que me siento atractiva. Descaradamente atractiva. Paso por los escaparates, las vitrinas, los vidrios en las ventanas y me veo bella. Me siento bien.
Pero hay otros días- que son los mas- en que me siento irremediablemente fea. Durante esos días no paso por escaparates, ni me veo al espejo. Camino rápido hacia ninguna parte o voy a paso lento, como si el día pudiera esperar por mí. En esos días no me deprimo ni nada, no me detengo a observarme. Llego a entender el que nadie voltee a mirar, debido a mi atuendo deportivo, a la cola despeinada, a la falta de maquillaje.
Esos días no me siento mal, por no verme bien. Es mas, me siento cómoda.
Me dejo de sentir cómoda si me cruzo con alguien que vaya perfumado y listo y encima me conozca. Mas en ese momento pienso: "Es por este disfraz de chica casera, por el disfraz deportivo. No tengo de que preocuparme"
Pero hay otros días- que son los mas- en que me siento irremediablemente fea. Durante esos días no paso por escaparates, ni me veo al espejo. Camino rápido hacia ninguna parte o voy a paso lento, como si el día pudiera esperar por mí. En esos días no me deprimo ni nada, no me detengo a observarme. Llego a entender el que nadie voltee a mirar, debido a mi atuendo deportivo, a la cola despeinada, a la falta de maquillaje.
Esos días no me siento mal, por no verme bien. Es mas, me siento cómoda.
Me dejo de sentir cómoda si me cruzo con alguien que vaya perfumado y listo y encima me conozca. Mas en ese momento pienso: "Es por este disfraz de chica casera, por el disfraz deportivo. No tengo de que preocuparme"
Disfruto sorprendiendo a la gente. Cambiándome de disfraz. Es gracioso cambiar de cara.
Los días en que me siento atractiva veo mi imagen reflejada en los escaparates y camino segura. Destila de mí, ese poder pasajero que da el sentirse apreciada por las miradas de otros. Mas aun, ese poder de sentirse segura sobre los tacones altos, bajo el rimel en las pestañas, debajo del cabello arreglado. Puede ser que nadie desee mirarte, siempre es una posibilidad. Pero una mujer adecuadamente arreglada tiene el poder de hacer que la miren. No es belleza. Es seguridad.
Los pasadizos entre las tiendas se extienden entonces como pasarelas vacías y puedes notar las miradas de los hombres adultos, de los esposos maduros, de los novios jóvenes. Esa mirada fugitiva del hombre atado. Una mirada que huye del círculo invisible que lo une a su pareja o su familia. Y esa mirada es recibida entonces. Algunas veces agradecida. Puede ser una sonrisa. Una mirada en contragolpe. Algo que les haga saber que valió la pena la escenita de celos de la novia o de la esposa.
Las mujeres somos crueles carceleras de nuestros afectos y defectos para con el hombre que amamos. Es la mirada de una mujer celosa un hierro candente, un látigo mojado. Una señal de alerta para alejar a otras mujeres. Yo me alejo, sigo caminando.
Los pasadizos entre las tiendas se extienden entonces como pasarelas vacías y puedes notar las miradas de los hombres adultos, de los esposos maduros, de los novios jóvenes. Esa mirada fugitiva del hombre atado. Una mirada que huye del círculo invisible que lo une a su pareja o su familia. Y esa mirada es recibida entonces. Algunas veces agradecida. Puede ser una sonrisa. Una mirada en contragolpe. Algo que les haga saber que valió la pena la escenita de celos de la novia o de la esposa.
Las mujeres somos crueles carceleras de nuestros afectos y defectos para con el hombre que amamos. Es la mirada de una mujer celosa un hierro candente, un látigo mojado. Una señal de alerta para alejar a otras mujeres. Yo me alejo, sigo caminando.
La mayoría almuerzo y compro sola. Me quedo mirando la gente que pasa acompañada. la gente camina en grupos o en pareja y la gente que va sola teme saludar o hablar mas de la cuenta.
Entonces siento el rechazo.
Hablo del rechazo como ese evento desafortunado que hace que un hombre te pueda mirar por horas sin dirigirte la palabra. Que almuercen frente a frente y te mire mientras comes, mientras bebes y no se acerque nunca. Hablo del rechazo en la cola del cine, cuando el tipo de adelante te ve como animal raro y no se atreva a hablarte. De esa mirada que lame tu exterior perfumado a metros de distancia, pero jamás se atreve a preguntar tu nombre.
Esa es una sensación que se vive como rechazo. Entonces no hay nada que calme ese dolorcillo en el pecho. Esa indignación de ser ignorada no por falta de belleza, sino por falta de decisión.
Porque esta vez no es el problema la falta de maquillaje, la ropa deportiva, el usar zapatillas hondas. No es que hayas caminado mirando a las puntas de los pies sin dirigirle la mirada a nadie. Que te hayas ocultado bajo un aspecto antisocial de gafas grandes y gesto serio.
Ese ya no es el problema.
En un momento determinado el problema ya no es una, sino ellos. Eso es rechazo.
Y llego a casa fatigada de haberme vestido para los escaparates, para los reflejos en las vitrinas. Para ver mi cara en la vajilla reluciente. Llego a casa fatigada de haber caminado sola. Pero como soy tan mujer, tan segura, tan atractiva, la gente piensa que confesar el que necesito a alguien es sinónimo de debilidad. De falta de amor propio.
En un momento determinado el problema ya no es una, sino ellos. Eso es rechazo.
Y llego a casa fatigada de haberme vestido para los escaparates, para los reflejos en las vitrinas. Para ver mi cara en la vajilla reluciente. Llego a casa fatigada de haber caminado sola. Pero como soy tan mujer, tan segura, tan atractiva, la gente piensa que confesar el que necesito a alguien es sinónimo de debilidad. De falta de amor propio.
¿Por qué no confesarme mientras puedo hacerlo? Yo no quiero callar como los hombres que me miran de lejos y no me preguntan mi nombre. Que el silencio sea para guardar secretos importantes, cosas que puedas leerlas en la mirada. Las cosas simples deben decirse.
Y que más simple que decir que a veces solo siento como una mujer cualquiera y desearia que el hombre que calla pueda atreverse a preguntar mi nombre y saber si esta noche ceno sola.
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Imagen de Antonio Blanca.