No sé que tanto bien haga
hablar de las cosas que ya pasaron, pero aquí vamos.
Yo estaba en el mismo café en
que hablamos la primera vez acerca de ser pareja, en la misma esquina en que
casi me atropella un auto algunos meses después cuando paseaba en bicicleta.
Conocía esa avenida, la heladería cercana, el olor de la noche cuando todos
vuelven a su casa y pasan por allí solo para tomarse el café tranquilos detrás
de los amplios ventanales. El estacionó
el auto confiado y al pasar ante la otra cafetería que también estaba colmada
de recuerdos para mi, me di cuenta que esa charla para contarle sobre lo que
había pasado conmigo estos últimos años iba a durar un par de horas más de lo
que pensaba.
No nos veíamos desde el
internado, él ya llevaba arrugas encima y la calvicie incipiente se había
llevado de a pocos la cabellera rubia que todas las chicas admiraban en
nuestros años de preparación. Ambos habíamos envejecido, el estaba casado y con
hijos, yo le contaría hoy sobre mi
compromiso roto, que era un chisme viejo que ya no me provocaba lágrimas. No
podía hablar ni con odio ni con amor
sobre mi ex novio porque todas las emociones se habían quedado en un recuerdo
difuso en donde lo único que lamentaba es no poder haberle dado a mis padres un
bebe con quien jugar a ser abuelos.
Mi querido amigo me oía ahora
comprendiéndolo todo, cuánto tiempo había pasado ya! Era fácil contarle las
cosas puesto que él conocía de mí, no solo a la sonriente doctora que le recibía
los pacientes graves en la clínica, sino a la chica de lentes y cabello
alborotado de los años universitarios, la que no llevaba maquillaje y ocultaba
su migraña para no parecer la débil del grupo. También sabia de mi primer
novio, así que era fácil bromear sobre mi alergia a los compromisos o intentar
ponerse serio y alentarme diciendo que
no pierda la esperanza.
En qué? Sólo él sabría…Era
relajante poder decirle todo, sin intereses de por medio. Hace menos de un año
había estado en la cafetería de al lado con un vestido larguísimo hablando en una primera cita con un hombre enorme que
apenas conocía, intentando hacerle ver quien era yo después de mi compromiso
roto, tratando de hacerle ver que aun tenía alguna capacidad de enamorarme. En
la pared de al lado para mi seguía latiendo el inicio de una historia mal
acabada, pero de eso no le contaría. Ahora era mejor hablar de los días de la
universidad, del trabajo, del ex novio y de mi padre.
Mi padre que es un dolor
constante al que no le puedo hacer frente, porque a diario siento que lo he
perdido. Que ha dejado de ser para mi el hombre fuerte y alegre en quien me
apoyaba. El ejemplo de aventurero y de la persona justa que quería ser yo
cuando fuera grande. A quién poder contarle que me sentía mal al no tenerlo
cerca y me sentía aún peor cuando venía a verme? No debería ser yo, la hija médica
que comprendería mejor que nadie su dolencia? La hija que podía explicar con lujo de
detalles la razón de las secuelas de la enfermedad pero que no podía aceptar
enfrente su rápido deterioro o su insoportable envejecimiento?
Todo este tiempo he tratado
reaccionar de forma lúcida, pero casi siempre es frustrante hablar con él y
saber que ya no es el mismo. Y que yo no logro ser la misma con él. Me resultan odiosos sus gestos infantiles y su
torpeza, su proclividad a la victimización, su pérdida de la memoria reciente,
en él que era para mi una enciclopedia andante.
Ya no soy la hija buena a
quien él siempre extraña, me siento como la hija mala que lo ha abandonado y
que cuando al fin lo ve no sabe como demostrar su cariño, aún peor, la que se
niega a verlo tal cual como es ahora. Que por momentos desearía ya no verlo mas
y así mantener el recuerdo intacto de su lucidez y su lozanía. Que reacciona
con hostilidad, que a veces le demuestra tontamente su rabia.
-“Te sientes decepcionada”- me
dijo, “por eso tu rabia”. El había pasado lo mismo que yo hace 20 años con su
padre, por eso lo entendía.
Pero yo aun no, aun no me
daba cuenta cuan decepcionante había sido perder el mismo año a los dos hombres
que me importaban: El que prometió amor eterno y que iba a ser mi esposo y por
otro lado, al que siempre había sido el modelo a quien seguir en todo: Mi
padre.
No sabía que fuera así, pensé
que mi pena solo se reducía al tener que haber decidido por no casarme ni tener
la familia propia que esperaban todos, que esa era mi única causa de decepción.
Pero mi pena era aun mas honda al sentir
que mi padre, mi apoyo moral y físico
estaba desgastándose frente a mí a raíz
de la enfermedad y que el tiempo era inexorable en sus plazos. Yo podría estar trabajando
duro a diario salvando vidas de gente que ni conocía y no podía en cambio, hacer nada por detener el lento
avance de la decrepitud en mi padre. No podía hacer nada por ninguna persona
importante en mi vida! No podría llegar
a tiempo nunca! y aun llegando a tiempo, quizá ni contaría con el equipo
necesario para hacer realmente algo importante. Llegaría de compañía y como tal
sería rechazada, no importaba el esfuerzo que hiciese por llegar, nunca sería
suficiente si no lo hacía en el momento que los demás lo necesitaran.
Traté de no parecer
sensiblera ni cursi mientras se lo contaba, ambos trabajamos en dos de las
ramas mas duras de la medicina, ambos hemos visto morir gente a montones. A
nosotros no nos quedan los discursos suavecitos, en nuestro hablar se suele ser
concreto y directo, pero por fin con él como con ninguna pareja, podía desnudar esas
dudas y esos miedos, esa frustración de hacer todo por todos excepto por la
gente realmente importante. Nadie estaba en nuestros zapatos, se podían acercar con consejos, pero nadie estaba
realmente en ese momento de sentirse el malo de la película.
He perdido muchos novios en
el interín de volverme médico y a mi
familia la pierdo por acciones estúpidas y palabras mal dichas. Trato de estar
ahí pero nunca llego y al final del día me toca ver las fotografías de la gente
que pudo conservar a las personas que amaba a su alrededor y quizá de no
fallarles. Gente con familias y mascotas, almuerzos y días de campo. Cosas y sueños que se esfuman al desaparecer mis
padres.
El me dice, despierta! Todos
fallamos! Todos nos equivocamos! Cada día es una moneda al aire, deberías
saberlo! Tu ya sabes como es el juego de
la vida y la muerte. Pero no lo sé, me niego a aceptar que me pasara a mí! Que pasaré
por el duelo que veo a diario en los pasillos de la clínica y hospitales:
Perder a un ser amado, no llegar a decirle a tiempo, no poder hacerle sentir
que daríamos la vida por la suya con tal de no sentir ese dolor hondo, punzante
y desgarrador de la pérdida.
He querido contarle más, pero
quizá hubiera sido mejor hace un año, cuando me hallaba perdida y con poca fe.
Así hubiera esperado en calma y me hubiera refugiado en la amistad en
lugar de haber tropezado con personas
que se aprovecharon en su momento de mis ganas de amar intensamente y olvidar
con eso, mi propia fragilidad
Quería tanto pero tanto amar
y cuidar de alguien! Repetir en mi vida extra hospitalaria lo que hacía en mi trabajo
diario; curar, cuidar, sentir que alguien necesita de mí y aliviarle el dolor que fuera, poder lograrlo…!
Alguna vez poder lograr realmente para lo que tanto estudié, quería aliviar con
mi sola presencia, darlo todo por el todo! Entregarme. Y ha salido todo tan
mal. Me siento a la ventana a ver la ciudad y solo veo mi reflejo con cara
ojerosa y cansada esperando eso que no llegó, que quizá no llegue nunca. Un
dolor profundo surca como un negro aletazo la habitación silenciosa mientras me lo confieso.
El me dice, Vamos! Anímate,
todo estará bien y por un momento parece la promesa del universo entero. Una
certeza de quien ya ha pasado antes por lo mismo. Le sonrío infantilmente entre
los restos de torta de chocolate.
Quizá solo sea momento de calmarnos
y aprender despacio lo que vivimos a mucha prisa.