Él me dice: ¿Te dije que me encantan tus piernas?
Así es como empezamos a flirtear de nuevo, o así es que me
doy cuenta que no quiere que seamos solo amigos virtuales de cuarentena. Al parecer
ya tiene la vacuna, se siente seguro como para conocer a alguien de nuevo.
Varias semanas de coqueteo y charlas después, termina buscándome a la hora del
almuerzo y paso varias horas de la tarde con él. Recuerdo que estoy de mal
humor, pero con un traje rojo impecable. Me escapo de la guardia que es un mero
simbolismo, porque hoy apenas tengo pacientes. Llevo esas dos bolsas de comida
delivery en la mano y me molesta caminar en tacones hasta la esquina donde ha
estacionado el auto. ¿Quién sabe cómo es su auto? La verdad es que me
decepciono al verlo, a su auto digo, cuando me decía: “Es el gris, el gris,
estas casi cerca...” Estamos en el hilo telefónico y él tiene la ventaja de
haberme visto primero. A mí, con las piernas cubiertas por el traje rojo, para
no incitar al sexo, a mí, con la voz malhumorada de quien odia caminar hacia
alguien.
Ahí está él, pelo enmarañado y ojos del color de las hojas
del te, ocultos bajo una gorra de beisbolista que ha diseñado el mismo, como su
máscara que le cubre la barba candado, o
como todas las cosas que ha hecho en su vida de hombre creativo antes de
conocerme. Más adelante me doy cuenta que el lo crea casi todo, palabras,
historias, jardines verticales, anécdotas divertidas en países lejanos, guiones
de película y de teatro... Es una caja de sorpresas, que se luce ante mi
brillante y nueva mientras habla con voz sensual y acogedora, bajo la cobertura
de chico homie.
Me acerco. Los tacones hacen que me de cuenta que no es muy
alto. Y amo a los hombres altos, de los que te puedas colgar al cuello mientras
bailas lento, o que te dan el brazo cuando vas con un taco nueve por pisos
resbalosos. El parece casi un hombre ordinario, de los que ves en la fila del mercado
y luego olvidas, mas no lo es. Nos conocemos poco aun, hablamos días enteros, nos
damos cariño e intimidad y luego en algún momento de mi película, desaparece.
Si, desaparece.
Me dice:” Te llamare cuando llegue a casa para que sepas que
no morí” Yo bromeo diciendo que él es más trágico que yo, pues él me suele
decir que yo soy La Trágica. No me hace gracia como me ve el, quisiera que me
vea graciosa y feliz como podría verme un hombre cualquiera. Pero el tipo no se
ríe de mis bromas, no me pregunta por mi trabajo, no indaga más sobre mis viajes.
Habla y habla y habla y durante ese sábado, el ultimo que pasaremos juntos,
siento que quisiera parecerle tan interesante como el me lo parece a mí.
A mitad del amor, en esos descansos que hacen permanecer a
las personas abrazadas sin mirarse a la cara, me va preguntando cosas vagas que
yo respondo adormecida y sin ganas, debido a las 24 horas de turno previo en el
hospital. Luego lanza el zarpazo: ¿Qué esperas en una relación? Me suena a
chino. ¿Cómo responder a eso? Tendré que responder yo misma, nada de frases
ensayadas y manipuladoras sobre que es lo que una mujer DEBE esperar de una relación,
sin sonar desesperada. Primera regla: No mostrar vulnerabilidad. Pero fallo.
-Espero que alguien quiera volver a verme con el mismo deseo
que yo siento por él.
Me sale de cuajo, como un coagulo que ha estado largamente
tapando una herida que no cierra y que necesita ser escarbada, limpiada,
drenada para siempre. La herida de un corazón roto, probablemente. La respuesta
es rápida y sin pensarla, como quien blande una espada, como quien se quita la
ropa con la luz encendida. Como quien dice su edad. Algo que dice en el fondo,
este es mi es secreto, si no te gusta lárgate.
Y se ha ido.
No ese mismo instante, horas después, con muchas
conversaciones de intermedio. En las que termina diciendo ¿quién te volvió tan
pesimista?
¿No sé, las relaciones? – replico yo. El tiempo, la gente. ¿La ilusión
que se desvanece y nunca es? –Le respondo así y él se pone de pie y se va
vistiendo a medias solo para mirar que sigo acostada y con la cabeza despeinada,
revueltos mis cabellos y mis piernas perdidas entre las sabanas, que son de
seda y de un rojo intenso como la sangre, porque mi cama después del sexo es
una herida también, o un beso de adiós, rojo intenso, rojo como el vino de consagrar
o del que ayuda en el olvido.
¿En qué momento el diálogo se vuelve trágico? Él es director
de drama, pero no le gusta el que yo pongo cuando digo las cosas, mientras
entierro la cabeza bajo la almohada. ¡Estoy tan cansada! ¡Oh, querido, te dije
esa mañana que estaría tan cansada y necia y cínica, que estaría vuelta yo
misma en mi peor papel y aun así quisiste venir a verme! Eso quisiera decirle,
pero no le digo nada. Excepto,
-Hablaras de ti mismo las 24 horas del día?
Quiero su curiosidad por mi vida y mis pequeñas tragedias,
pero intuyo que no le interesa eso. Como a mí no me interesa ser madre, de
hijos, de perros ni plantas. Y el habla de eso todo el tiempo. Lo he notado,
por eso me asusta. ¿Porque alguien quiere tanto ser padre? ¡Es verdad, sería el
mejor padre del mundo! ¡Me recuerda de hecho al mío, tan creativo, tan
resuelto, tan lleno de gracia al contar las anécdotas más locas!
No todos los hombres te recuerdan a tu padre, pero el sí,
tiene ese don, por eso al desaparecer me hace sentir tan descolocada, que,
durante unos días, pienso si escribirle o no. Preguntarle ¿Te paso algo? ¿Moriste en el
camino? Luego pienso, que es mejor dejar ir, dejarlo hacer su ghosteo como le
dicen los adolescentes. No estoy para volverme dramática por un tipo que no está
interesado en mi historia, en ser testigo de mi historia.
Reciprocidad, me corrige L. cuando se lo cuento. Lo que
buscas es reciprocidad.
Me avergüenzo un poco, porque por un tiempo espere lo mismo
de L. y sabía que no podría dármelo. Sin embargo, L. se ha quedado para oír
todas mis historias, sobre todas mis relaciones o amago de ellas. Se queda siempre,
aunque no esté cerca.
Qué extraña es la vida, pienso ¿cómo se puede llegar a amar
en tan poco tiempo que parecen solo dos días?
Pero esta vez en quien pienso es en L. En esos dos días,
nuestros dos días…Mas eso pertenece a otra historia.
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